A la prueba me remito - cuento


CABO GARCIIAAA —gritó el ordenanza desde la puerta del cuartel—, aquí una mujer quiere verlo.

Del interior llegó una voz ronca y áspera: QUE PASE. Y pasó la mujer acompañada de una muchacha que cifraba entre los 16 y 17 años.

—Señor Comandante, le dijo la mujer, al tiempo que tiraba con su mano derecha a su hombro izquierdo, una punta de su rebozo, yo vengo para que se me haga justicia.

El Cabo García, que simulaba escribir una nota sobre una mesa que le servía de escritorio, sin alzar la vista y sin volver a ver a la quejosa, contestó malhumorado:

—Hable que la escucho y me lo dice en cuatro palabras.

La mujer habló —mi hijita, mi comandante, mi hijita, es víctima de una calumnia, ese desgraciado hijo de la Juana Renca y del ladrón de su querido, anda diciendo en todo el pueblo que se ha acostado con mi muchachita, y eso no es cierto, no es cierto. Mi muchachita, y no es que yo lo diga, no ha tenido hombres, si es la que me ha salido más honrada, pues que las otras, qué se yo de ellas, pero de ésta sí y no voy a permitir que ningún desgraciado barra con ella las calles del pueblo.

El Cabo García dejó el lápiz y dirigió la mirada sobre la mucha­cha. Esta bajó la cabeza. El Cabo la recorrió de arriba abajo, era bonita, bien formada, bajo su blusa un poco desteñida, se asomaban sus senos ansiosos de emprender el vuelo. La muchacha, como si sintiera el calor de la mirada del Cabo, no subía la vista, no hacía ningún gesto; sólo sus dedos, como avergonzados, trataban de en­contrarse y sus labios temblaban al morderse entre sí nerviosamente.

El Cabo, cuando hubo terminado de examinar a la muchacha, se dirigió a la madre y le preguntó con intención maliciosa:

—Y qué: ¿qué quiere que haga yo? ¿Qué pruebas tengo yo para asegurar que su capullito es una virgencita y que no se ha acostado con el hijo de la Juana Renca? ¿Qué prueba me da —le repetía con dureza—. ¿Quiere usted que yo meta al muchacho en la chirola y que en después a mí me hagan el clavo?

La madre volvió a ver a la muchacha y esta volvió a ver a lamadre, como para pedirle su consentimiento; luego habló:

—A la prueba me remito, para eso usted es la autoridad, lerepuso la madre con cierto timbre de orgullo, lo que yo quiero es... El Cabo no dejó que la madre ofendida terminara de hablar. —A la prueba me remito —le dijo—, ya veremos...

La mujer buscó en su rededor un lugar para sentarse. A pocos pasos del escritorio del comandante, estaba un taburete, allí tomó asiento, se cruzó los brazos y sin moverse, en aquella actitud estoica, esperó el resultado de la prueba.

El cuartel, que daba a la plaza, formaba también parte del edificio principal de la ciudad. Por una puerta y dos ventanas entraba hacia el interior del edificio la radiante luz del trópico. Una de las piezas del cuartel servía de despacho al Comandante, la otra de dormitorio para la guarnición que no pasaba de tres alistados, más al fondo estaba la covacha del Comandante y un poco más adentro la celda en la que se metía a los malhechores y picaditos domingue­ros.

El Cabo ordenó a los alistados que habían presenciado la escena, que salieran de su despacho. Cuando se vio solo, la mirada a la muchacha y con un gesto indicó que lo siguiera. La muchacha volvió a ver a la madre y la madre con otro gesto le dio su aprobación.

El Cabo entró a la covacha, tiró un par de botas que estaban sobre el catre, recogió una ropa sucia y la tiró al suelo, tomó otra ropa planchada y la puso sobre un cajón, luego sacudió la frazada. La frazada era su orgullo, lo había acompañado durante su vida de soldado y la cuidaba más que a su revólver. La muchacha le seguía con la mirada y esperaba sumisa la orden del Comandante. El Cabo, cuando hubo tenido limpio el lecho se sentó para quitarse los zapatos, luego se puso de pie para desvestirse hasta quedar desnudo. La muchacha no se movía. El la tomó del brazo, intentó quitarle el vestido, pero la muchacha se opuso y así con todo y ropa se acostó. La muchacha no reía, ni lloraba, ni se ruborizaba o a lo mejor lo estaba, pero su color no le permitía el lujo de exteriorizar sus sentimientos.

El Cabo se arrojó brutalmente sobre la muchacha, la muchacha quiso gritar pero el cabo le puso la mano sobre la boca, eso fue todo. La muchacha se levantó, se bajó el vestido, con la manga de la blusa se restregó unas pocas lágrimas que a la fuerza le habían salido de los ojos y salió de la covacha.

El Cabo, viendo su frazada manchada de sangre, sólo se le ocurrió exclamar: ¡JODIDO! esta hija de puta ya me manchó la frazada y ahora sin agua en este maldito pueblo. Indignado y furioso echando rayos y centellas se vistió a toda prisa.

Cuando la madre vio llegar a la muchacha se puso de pie y le preguntó: YA..., y la muchacha le dijo que sí con la cabeza.

—¿Y QUE DIJO? —le volvió a preguntar la madre, la muchacha se encogió de hombros.

Cuando el Cabo llegó, la madre de la muchacha le quedó viendo con una mirada escrutadora, como queriéndole decir: ¿Y AHORA QUE ME DICE SU AUTORIDAD?

El Cabo, con voz áspera y ronca, gritó para que alguien le oyera: —A capturarme a ese hijueputa hijo de la Juana Renca y me lo ponen a lavar mi frazada.

La mujer le sonrió agradecida.

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El señor alcalde improvisa un discurso - cuento


TENIA más de diez años de ser Alcalde del pueblo. Llegó a ser Alcalde porque era buena gente, y el vecindario, que le conocía desde muy atrás, firmó actas y más actas, hasta que lo nombraron Alcalde. No sabía firmar el nombramiento, pero sabía poner una "X" y eso era suficiente.

A los 30 días de haber tomado posesión de la Alcaldía, recibió la primera invitación para asistir con sus hombres al Congreso Nacional donde se discutiría una ley muy importante sobre la profi­laxia, y él tenía que ir para defender los derechos de sus conciuda­danos.

Fue entones cuando se dió a hacer un esmoquin negro, y así con esa indumentaria asistió al Congreso. Cuando regresó a su pueblo, llegó con el esmoquin puesto un periódico en donde había salido retratado. Era de los primeros de la barra.

Y el esmokin, desde aquella época memorable, sólo salía para fechas solemnes: entierros, velas de amigos y funciones en la iglesia.

El Alcalde, en los diez años de estar con aquel cargo, había aumentado unas 30 libras, pero el esmoquin era el mismo. No había perdido tampoco su color porque no había tenido para qué lavarlo.

Así llegó el señor Alcalde a la vela de su compadre Chenteacompañado de su comitiva, saludó a todos los presentes, se dirigió al lecho donde estaba estirado el cuerpo, levantó el pañuelo que le cubría el rostro, retrocedió un poco, se volvió más sereno, como era costumbre en casos semejantes dijo algunas palabras que nadie las oyó y volvió a taparle la cara.

La Juana Sánchez estaba lista para llevarlo a la mesa que se había reservado para el señor Alcalde pero él prefirió antes de ir a sentarse, porque sabía que si se sentaba difícilmente se volvería a levantar, hasta que lo llevaran cargado, decir unas cuantas palabras en memoria del difunto.

—Juana —llamó el Alcalde, dirigiéndose a la Juana Sánchez—,necesito un taburete o una banca fuerte para treparme a hablar. —Aqúí la tiene señor, ¿otra cosa? —contestó la Juana, al instante.

—Un trago Juana.

—Aquí lo tiene señor, ¿otra cosa?

—Otro trago Juana.

—Aquí lo tiene señor, ¿otra cosa?

—No, con eso tengo.

El Alcalde, en sus viajes a la capital, había aprendido mucho o mejor dicho había oído muchos discursos, y él, naturalmente, poco a poco se fué quitando el miedo, pero en el pueblo oír hablar al señor Alcalder era algo extraordinario.

Subido el señor Alcalde en el taburete, que había sido colocado frente al difunto, se estiró un poco la levita, tosió, volvió a ver de reojo a todos los veleros que se habían arrimado para escucharle y, señalando al difunto con el índice quedó así, como si hubiera entrado en profunda meditación: ¿Cómo comenzar aquel discurso? El había hablado en cabildo abierto muchas veces y sabía que allí se comen­zaba diciendo "Queridos Conciudadanos"; había hablado para los del campo y usado: "Queridos Compañeros"; había hablado para los cuatro obreros y artesanos del pueblo, y comenzando; "Camaradas"; había una vez ofrecido una copa de champán en el club del pueblo a un personaje que llego a visitarle, / le había dicho: "Ilustrísimo Señor Diputado", pero ahora la cosa era distinta, tenía que quedar bien con el difunto, y con los amigos del difunto, y lo más delicado aún, no resentir a las mujeres del pueblo que estaban llorando a Chente.

Por fin, dándose cuenta que en aquella posición de espera, había pisado varios minutos, comenzó:

"Querido hijo —señalando siempre al difunto—. Así quería verte".

—Recogió el índice con violencia, se cruzó las dos manos sobre el pecho, de la fuerza que hizo tronó el esmoquin, abrió luego las manos violentamente, y siguió su discurso dirigiéndose al muerto.

"Allí está Chente Cruz, vos Juana lo conociste, dícen que uno de tus hijos es de él, vos Pancho, también fué tu mandador; vos comadre Rosa, por él te dejó tu hombre; vos Nicolás dicen que fuiste
el de la herida, aquella herida que le dieron en la nalga, y que nadie supo quien había sido, en fin todos conocimos a Chente Cruz; gozamos en las velas con sus chiles, ahora estamos gozando de su
vela. Así es la vida, él nos desvelaba con sus serenatas y nos ponías arrechos cuando andaba picando pero Chente Cruz era un hombre bueno, bueno como este pueblo, y aunque era liberal, era ante todo, hijo de este pueblo.

Bueno, agora ya esta muerto. Que descance el pobre Chente. ¿Cómo murio? Por bruto. ¿Quién lo mandó montar el toro más bravo que nos mandaron de San José? Naíde.

—¿Quién le dijo que lo montara? —Naíde.

—¿Quién puso en duda su valentía, como para que el bruto demosti.ara lo contrario? —Naíde.

Pero ya murió y que Dios lo tenga en sus manos. Ois Chenté: que Dios te tenga en sus manos.

Agora todos vamos a beber; ¿por qué? porque él también bebió por nosotros, y nosotros los del pueblo así pagarnos.

Aquí falta mucha gente a quien Chente le hizo favores. ¿Por qué no han venido? porque son hipócritas. Prefieren estar en la iglesia golpeándose el pecho y confesándose con el Cura que estar acompañando al difunto.

Chenté, ¿me estás oyendo? Peor para vos. ¿Sabes lo que estoy diciendo? que la niña Jacintita, la Esmeraldita, la Esmeralda y los otros más debieron estar aquí, con vos, porque vos los servistes a tiempo. Vos sabes porque te digo ésto, ¿Verdá que sabes Chenté?

Bueno, compadre Chenté, aquí estamos los que estamos, ya te dije estas cuatros letras, hoy voy a beber hasta cagarme, por vos, por que fuiste un buen amigo, un buen compadre, un compañero, un camarada como dicen en la capital.

Siento tu partida, mi corazón me está golpeando el pecho; quisiera llorar Chente por tu ida, pero los Alcaldez no lloran. Que lloren los demás, tienen que llorar por vos porque fuiste un buen hombre con las mujeres, con la Juana, con la Tránsito, con la Pola, con todas, y también un buen hombre con los hombres. Un buen amigo.

Si Chente, abrí los ojos, y verás que todas están llorando tu partida; que la Pola se ha atacado. Que dichoso sosChente, que has venido a morir a tu pueblo"

El Alcalde calló de pronto, luego con toda ceremonia continuó: "En nombre del pueblo, te doy el pésame y te declaro nuestro huésped de honor. He dicho".

El pueblo aplaudía y aplaudía y se oyeron algunos "Viva el señor Alcalde". "Viva el señor Alcalde". "Viva el mejor orador de la comuna. Viva a".

El señor Alcalde dio un salto del taburete al suelo, buscó a laJuana y le dijo cuando la vio llorando; Dejate de chochadas Juana, por eso no se llora, traeme un trago.

Aquí lo tiene señor, ¿otra cosa?

Otro trago Juana. Y te vas a atender al cura que ay viene.


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CUENTO 10: A LA PRUEBA ME REMITO

La Juana Sanchez - cuento


CON LA noticia de la defunción de Chente, la primera en llegar fue la Juana Sánchez. Era la primera en llegar a todas las velas del pueblo. Ya se tratara de un muerto rico que de un muerto pobre.

Cuando el muerto era un rico, la Juana Sánchez era la primera ayudante en la cocina; cuando se trataba de un muerto pobre la Juana Sánchez se encargaba de todo: recibía a la gente, la acomo­daba, mandaba a prestar bancas, los taburetes, las mesas, mandaba a todos sus hijos a hacer la invitación para la vela, y ella personal­mante, se encargaba de andar de casa en casa, para alistar al difunto.

Para la Juana Sánchez aquello era una profesión que la había heredado de sus antepasados. Toda su familia se recuerda en el pueblo: su madre, la Antolina; su abuela, la Petrona; todas tenían esa fama, pero como la Juana Sánchez, no había otra en sus antepa­sados. Eso lo decían las más viejas del pueblo y a la verdad que tenían razón.

Esta maravillosa mujer era la única en su género; mientras las dueñas del muerto lloraban su desamparo, ella alistaba la vela; mientras los gritos desgarrados de los familiares ponían torozón en el pecho de los veladores, ella animaba a todos con su energía; mientras todos los ascendientes y descendientes del difunto entra­ban en desafíos plañideros, ella, aquella estoica mujer, anda de arriba abajo, preguntando a los veleros si se sentían contentos.

Cuando la Juana Sánchez sabe que Chente ha muerto, deja todo lo que tiene que hacer, ella jamás tenía nada que hacer, y le ordena a sus hijos: "Vayan mis hijos a invitar a los vecinos, ya saben como tienen que decir". Y lós hijos menores que eran cuatro, el menor ocho años, se dividen la tarea y van de casa en casa:

—Buenas noches don Vicenté, dice mi mamita que ya murió el difunto Chente, que lo espera para la vela.

Y don Chente responde: —Cómo no mijo, hay llegamos. —Buenas noches ñaPaulitá, dice mi mamita que ya murió don Chente, que le invita pa la vela y que si tiene un cafecito que lo lleve.

—Bueno mijo, poray llegamos.

—Buenas noches don Alcaldé, dice mi mamita que no se olvide llegar temprano, que ya murió el difunto.

—Ta bien mijo, decile que ya me alisto.

—Buenas noches don Panchó, dice mi mamita que como ustéfué patrón de Chente, que no se olvide de mandar alguna cosa. —¿Que ya murió pues?

—Sólo una vez don Panchó.

—Poray llego, pues.

Y así, casa por casa los hijos de la Juana Sánchez iban haciendo la invitación para la vela del difunto, tan luego que hubieron termi­nado de recorrer hasta el último rancho, se regresaron al velorio.

La gente estaba llegando poco a poco, la Juana Sánchez se había hecho dueña del muerto, ella se encargaba de recibir a los vecinos y acomodarlos, los vecinos, sin saber por qué, le daban el pésame al entrar: "Siento mucho Juaná por la muerte del difunto...

Y ella contestaba: "No hay de qué mialma. Gracias compadrito".

Cuatros candiles de carburo iluminaban la vela, y a la orilla del muerto varios cirios proyectaban la luz sobre su rostro.

Con las primeras del pueblo que llegaron, la Juana Sánchez organizó la vela.

—Vos hacés el café, pero un poco ralo para que nos ajuste; vos, atendés al Alcalde cuando venga y a los que vengan con él; vos cuando venga el cura me llamás; vos, te pones a rezarle, que te ayude la Chepa y la Toña; vos me vas a conseguir leña; vos me repartís el guaro y yo me quedo en la puerta a recibir lo que manden. ¿Estamos?

Todas menearon afirmativamente la cabeza.

—Pues al grano, pues.

Comenzaron a llegar las primeras ayudas.

—Buenas noches ña Juanita, aquí manda mi madrinita este pan para el difunto.

—Muchacha bruta, para la vela.

—Y dice que le mande el azafate.

—Buenas noches ñaJuanitá, aquí manda mi papacito este café para don Chente.

—Muchacha iguepuerca, se dice para la vela.

—Buenas noches, ñaJuanitá, aquí manda este guaro para los veleros, y dice mi papacito que le mande la botella.

—Que viejo más pinche, este jodido, sólo que el guaro me lo eche en el culo...

Y así la Juana Sánchez estuvo recibiendo toda la noche los presentes que enviaba el vecindario y haciendo la debida reparti­ción; sus hijos eran los ayudantes a quienes ordenaba:

—Ve Juan, llevá esto a la cocina.

—Pedro esto llevalo para la casa, pero que no te vellan.

—Vos Cletó, llevale esto a mi comadre Moncha y que me lo alce, que ella ya sabe. Y cuidado con irlo destapando, que te mato.

—Vos baboso, andádecile al Alcalde, que ya hay bastante gente que lo estamos esperando.

—Comadre Elvirá —le gritó a la cocinera—, no me reparta nada hasta que llegue el Alcalde. Digale a la comadre Pola, que si el difunto quiere más velas que le ponga otras, debajo de su cabeza está el paquete que mandó la niña Jacintita.

—Ta bien comadre, agora voy.

—Comadre Juliá, venga a estarse un rato al recibo, que quiero ir a rezar un rato, pero me avisa cuando llegue el Alcalde.

Ante de ir a rezarle al difunto, la Juana Sánchez hizo un recorrido por la vela.

—Cómo va compadre, ¿le van ganando? Ah compadre, Ud. ya no tiene ojos para ver ese par de ases.

—Comadre bruta, ya me echó a perder mi juego.

Seguía a la otra mesa, después de dejar rabiando al primer compadre.

—¿Y cómo va ese toro rabón, muchachos?

—Pregúntale al coime ña Juana.

—Haber esta jueventú, de qué se está riendo tanto.

—La Micaila, ña Juana, que nos acaba de contar un chile, que es para miarse de risa.

—Bien, bien, las velas son para gozar, en cuanto rece vengo paque me lo cuenten a mí.

—Si ña Juana, venga, no se olvide de nosotros.

Y las risas juveniles de aquel grupo de muchachas se confundían con el lúgubre rezo de la rezadora, ésta era la única, que a juzgar por la apariencia, tomaba la cosa en serio.

A las nueve en punto de la noche, llegó el Alcalde acompañado
del señor juez, del Síndico Municipal y de los principales del pueblo.
Cuando el Alcalde llegó toda la gente se levantó, la Juana
Sánchez, que estaba junto al difunto, ayudada de la rezadora, levantó
al muerto un poquito para que viera que su vela iba a ser con Alcaldey que saludara a la autoridad.

El Alcalde correspondió aquel saludo del difunto Chente con una respetuosa reverencia.

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CUENTO 9: EL SEÑOR ALCALDE IMPROVISA UN DISCURSO

El parto - cuento


EL RANCHO amaneció con frío. El rancho era de paja y por sus lagrimales le goteaba la tristeza. Un viento helado golpeaba sus costados.

El rancho tenía profundas heridas en su vientre por donde le entraba el "airal".

La Lupe molía y molía sin reposo, en una piedrá larga, larga como una lengua de vaca. El cerdo lambeteaba en el suelo las migas y, de vez en cuando, de la boca de la Lupe salía un cansado: Koché... Koché... y el animal, indiferente, pasaba restregándole las piernas.

La Lupe estaba cansada, sudaba como un bestia en subida, como un llano caliente —como sudar calentura; sus ojos hundidos, sus pómulos lucios, puntiagudos, su boca inflamada, sus manos hinchadas.

Las tortillas eran grandes: "diacomal" y salían del fuego tostaditas y temblorosas, echando humo, y la Lupe se mojaba las manos para sacarlas.

Ña Paula arreglaba el tapesco y entre las cañas que rodeaban el rancho hacía embarros "pa'evitarqui'el aire sople al chigüín". La Lupe sudaba y oía voces de estímulo:

"Apuráte niña, páquel cuartillo quedo molido, ya la cama talista. ¿Tiacordas del aceite? ¿dónde metiste la criolina? i Pa que viás! te lo decía tu mama: quése jodido sólo tiba poner la queresa y si bescupir pa el llano. i Y vos babosa que no le creyiste pa agora estar en aprietos!".

La Lupe seguía palmeando las tortillas, pero ya el palmoteo era más lento, muy lento, más cansado... Un chocoyo verde de anemia comíase la masa al descuido y a la orilla del crique, una ardilla chillaba entre las ramas prietas del níspero.

La Condesa con sus seis crías, rascábase las pulgas.

La Lupe inspiró hondo, muy hondo, y sintió que algo se le desprendía de las entrañas. Echó la última tortilla en el comal, se agarró con las manos la barriga y habló como pudo: "Yo ya creo, madrinita, me siento mojada". Y se echó en el tapesco.

El aire en el patio era más fuerte, levantaba como plumas las pajitas del rancho y se las llevaba lejos. La lluvia seguía cernida como pa mojar ropa almidonada.

Ña Paula agarró a la Lupe por la cabeza, la alargó, le encogió las canillas y le dijo: "A la cuenta de tré, pujó..."

La Lupe pujó y pujó... pero nada. La madrina principió a inquietarse pero no se achicó: Se embadurnó las manos de los "tres aceites" y comenzó.a cobijarla y a aconsejarle:

"Te lo dije, muchacha vieja. Al gran jodido quisiera verlo agora, pa que sepa lo ques pujar un hijo. Y vos Lupe ¿quedás convidada pa' otro?" La Lupe meneó negativamente la cabeza. Na Paula prosiguió dando sus consejos: "Sí, agora decí que nó, pero tantito se te olvide iya verás!; pero ya sabé, aquí en mi rancho ni te aparezcás, buscá pa el monte y que te coman los coyotes".

El rancho ya olía a tortilla quemada. Ña Paula dejó el sobijo y fue a darle vuelta a la tortilla. Casi no llega al comal.

La Lupe volvió a pujar, y a pujar y a pujar, pero nada...

La madrina no se apichingó, brincó sobre la barriga de la Lupe y le dijo: Agora sí...

La Lupe sudaba, como una bestia en subida, como un llano caliente ¡como sudar calentural. Por fin, dio el último pujido y... un grito nuevo en el rancho hizo espantar al chocoyo anémico de plumas y a la Condesa con sus seis crías que se rascaba las pulgas.

En el rancho se sintió nuevamente olor a tortilla quemada.


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CUENTO 8: LA JUANA SANCHEZ

El Sargento - cuento


EL SARGENTO esperó que la gente estuviera dormida, que la plaza se llenara de sombras, que la torre de cal de la iglesia se hundiera en el silencio, que todo ruido callara.

Sólo quería oír bien claro el reloj de la torre. Era un reloj extraño que repetía las horas, como cuando el alma repite los remordimientos. El reloj dio las doce. A los cinco minutos volvió a repetirlas. Las doce campanadas tenían un sonido agudo, punzante, y por algún tiempo quedaron colgadas vibrando en el espacio.

El Sargento dejó de pasearse, estaba nervioso, tembloroso, como gato asustado. No había dormido esperando esa hora, no pudo dormir. Los celos que sentía por Juan Emeterio le hacían mantener­se en pie.

Se oyó una voz que dijo: "Ya es hora Sargento"

¡Mejor que no hubiera llegado esa hora!

El Sargento ordenó: Saquen al reo...

Y sacaron a Juan Emeterio, o mejor dicho, sacaron un bulto que llevaba las manos atadas, amordazada la boca, sin camisa, des­calzo; sobre la frente unas guedejas donde ya se le había cuajado la sangre. Los ojos ya no eran ojos y por ellos se le escapaban los gritos.

Las calles de la ciudad estaban tétricas, oscuras; por algunas ventanas semi-abiertas se colaba la tibia luz de una vela. El cielo estaba hosco. Una estrella solitaria, insignificante, denunciaba que había cielo; no soplaba viento y los árboles estaban inmóviles, como soldados presentando armas.

El reo caminaba empujado, los soldados le iban volando. La calle era larga. La única calle del pueblo.

Un soldado iba adelante, se asomaba a los claros de las avenidas, y luego daba orden de seguir; el Sargento iba detrás y daba la orden de partir. El reo tropezaba con las piedras, pero a fuerza de punta­piés lo hicieron llegara la orilla de la alambrada de púas que rodeaba el cementerio. Un perro aulló y luego el aullido, como un cuchillo de espanto, partió en dos el silencio de la noche. Las tumbas se

crecieron y las cruces abrieron aún más sus brazos angustiados. Cerca del cementerio, estaba el "matadero", la patrulla dio un rodeo para no oír el lastimoso grito de un degüello.

¡El Sargento podía arrepentirse!

Se oyó el disparo, un disparo seco y largo que se desenvolvió como un hilo de metal profundo, y se prendió en la noche y se amarró a la profunda oscuridad. Un disparo tan fino que llegaba a las alcobas de los soñolientos habitantes, abrieron estos los ojos, no oyeron otro, y siguió el sueño.

El reo cayó en la fosa como pudo, sin hacer resistencia, y como cayó lo dejaron y así le echaron la tierra.

El Sargento ordenó que la patrulla se reconcentrara al cuartel. El más joven de los soldados lloraba.

Cuando cayó el primer aguacero, la tierra se hundió en la fosa, y tierra y cuerpo dibujaron la silueta de Juan Emeterio. Había caído arrodillado.

El pueblo se persignó frente al difunto, el cura le echó agua bendita, volvieron a rellenar la sepultura, y le pusieron la cruz.

El Sargento fue transferido.

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  • ¿Quiénes somos? Ensayo biosocial de nuestra cultura - Simeón Rizo Castellón.
  • Un portento Maya - Andrés García.
  • Temas de la pasión y otros poemas - Fernando J. Benavente.
COLECCIÓN «CUENTOS CLÁSICOS DE LA LITERATURA UNIVERSAL»
  • 11 Cuentos de misterio - Edgar Alan Poe.
  • 12 Cuentos de León Tolstói.
  • Bartleby el escribiente y otros cuentos - Herman Melville.
  • Bolas de sebo - Guy Maupassant.
  • El diablo en la botella y otros cuentos - Robert Louis Stevenson.
  • El hombre invisible y otros cuentos - Victor Chavarria
  • El hombre sin pulgar y otros cuentos - Mark Twain
  • El inspector y otros cuentos - Nicoláis Gogol.
  • El pescador y su alma y otros cuentos - Oscar Wilde
  • El potro salvaje y otros cuentos - Horacio Quiroga.
  • El Principito - Antoine de Saint-Exupéry
  • El tren desaparecido y otros cuentos - Artur Conan Doyle.
  • Informe para una academia y otros cuentos - Franz Kafta
  • Noches blancas y otros cuentos - Fiódor Dostoyevski.
MÁS DE LA LITERATURA UNIVERSAL
  • 1984 - George Orwell.
  • Corazón - Edmundo De Amicis
  • Cuento de Navidad - Chales Dickens
  • Bodas de Sangre - Federico García Lorca.
  • Cuentos Europeos (ilustraciones: Mauricio Valdez).
  • Cuentos de Mama Gansa - (Ilustraciones: Paul Gustave Doré)
  • Cuentos Preferidos - Varios autores.
  • El escarabajo de oro - Edgar Allan Poe.
  • El extranjero - Albert Camus.
  • El Gran Gatsby - F. Scott Fitzgerald.
  • El hombre que fue Jueves - G. K. Chesterton.
  • El lobo estepario - Hermann Hesse.
  • El viejo y el mar -  Ernest Hemingway.
  • El romancero gitano - Federico García Lorca.
  • Las mejores fábulas de todos los tiempos.
  • La Isla del Tesoro - Robert L. Stevenson.
  • La metamorfosis - Franz Kafta.
  • La otra poesía... in Versionesjch - 60 poetas universales.
  • Las aventuras de Pinocho - Carlo Gollodi.
  • Mahajma Gandhi (Biografía mínima, Reflexiones sobre la no violencia, El amor incondicional, Frases célebres).
  • Marie Curie, una vida consagrada a la ciencia (Biografía somera y lecciones básicas de física) - Claudia Belli M.
  • Miguel Strogoff - Julio Verne.
  • Monseñor Bienvenu - Víctor Hugo.
  • Moby Dick (adaptación) - Herman Melville.
  • Nicaragua explorándola de Océano a Océano - George Squier.
  • Nicaragua tan violentamente dulce - Julio Cortazar.
  • Novela de ajedrez - Stefan Zweig.
  • Platero y yo - Juan Ramón Jiménez.
  • Robinson Crusoe -  Daniel Defoe
  • Todo el amor (antología de poemas a la madre) - Iván Uriarte.
  • Un capitán de 15 años - Julio Verne.
  • Un Monje Ruso - Fiódor Dostoievski.
  • Una habitación propia - Virginia Woolf.
LIBROS CIENTÍFICOS, HISTÓRICOS Y SIMILARES
  • Recursos Hídricos de Nicaragua - Salvador Montenegro Guillén.
  • Utilización Racional de los Grandes lagos - Modesto Armijo M. y Guillermo Noffal.
  • Thomas Belt (Biografía somera y sus observaciones en Nicaragua sobre el maravilloso mundo natural) - Claudia Belli M.
  • El conejo al alcance de todos ( su cría . Cunicultura) - Alfonso Fernández Labrador.
  • De médico a combatiente: Tercer viaje de Ernesto Guevara de la Serna - Myrna Torres Rivas.
  • Abajo los dones: Anacleto Ordoñez - Mariano Zelaya Rojas.
  • Anastasio Somoza García: un dictador Made in USA - Ternot MacRenato.
  • Ruta de tránsito y Canal por Nicaragua o parte de la historia de un país en venta - Melvin Wallace Simpson.
  • Vivencias de un joven en la vieja Managua - Jaime Caldera Fuentes.
  • Sudoku (4 niveles de dificultad) - Rompecabezas matemático.
DICCIONARIOS
  • Diccionario 4 en 1 (Nicaragüenismos, Toponimias de Nicaragua, Ecología, Informática).
  • Diccionario múltiple 6 en 1
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