Introducción
Era el año de 1982, y yo tenía entonces trece
años de edad cuando regresé a Nicaragua, mi entrañable y querido país, la
tierra de mi madre, y donde yo vi la luz por vez primera. Llegué desde
Honduras, mi otro país, la tierra de mi padre, tierra a la que también quiero
tanto. Y en mi retorno, no recorrí mucho, pues apenas crucé la frontera por Las
Manos, llegué a Nueva Segovia, a la ciudad de Ocotal y de allí, enrumbé hacia
la remota Jalapa, mi pueblo de origen, ubicado en un valle de tierras muy
fértiles y paisajes maravillosos.
Podría decir que mi infancia entre Nicaragua
y Honduras fue feliz. Fueron años memorables aquellos, en ambos países. Sin
embargo, justo en la pubertad y a las puertas de la adolescencia, me encontré
con la cruda realidad de un mundo cruel y absurdo. Me refiero a la guerra. Se
suponía que en julio de 1979 se había abierto una nueva página en la historia
de Nicaragua, donde se irían escribiendo líneas y párrafos referidos a la paz,
prosperidad, fraternidad y alegría. No obstante esta expectativa, de a poco se
fueron torciendo estas líneas y entonces supimos de guerras, pobrezas,
contiendas y tristezas. La frontera entre los dos países hermanos nunca había
sido tan infranqueable e inaccesible para la gente, excepto para aquellos que
con armas en mano, las cruzaban mimetizados entre las agrestes montañas y la
oscuridad de la noche, para luego entablarse interminables combates
fratricidas.
Fue así como entonces comenzó en el norte de
Nicaragua una guerra que demoraría más de lo que hubiéramos imaginado, casi una
década completa. En fin, la historia ya todos la conocemos. En 1983, los
combates en los alrededores de mi pueblo ya se habían vuelto cosa cotidiana.
Las bombas estremecían el valle y las montañas llenas de pinos. El terror, el
desconcierto y la incertidumbre se convirtieron así en las emociones más a flor
de piel en estas tierras segovianas. Y a pesar de que yo mismo no era la
excepción, mi alma adolescente buscaba caminos que la alejara de la cruda
realidad del entorno. Y uno de esos caminos era escribir. Ya desde muy chico
había hilvanado breves historias, así como también había trazado mis primeros
dibujos de lo que se recreaba en mi particular mente infantil.
“Entre lagos y dioses” tiene sus orígenes en
el relato que entonces titulé “El dios del lago”. Entre los ruidos de las
bombas, con cuaderno y lápiz en mano, en los rincones de la casa, a la luz del
día, y a veces a la luz de las velas por las noches, a causa de los constantes
apagones, fue discurriendo mi historia que fue dejando de ser el cuento corto
que al inicio yo pensaba que sería. Mi “internet” o fuente de información, fue
la pequeña biblioteca del pueblo, y de “quién sabe dónde”, fueron apareciendo
las piezas y un hilo conductor dentro de mi propia imaginación, para irle dando
forma a un relato que a mí mismo se me antojaba muy extraño y alucinante. Sobre
todo porque me fui muy lejos en el tiempo, hasta la Nicaragua del S. XVI, a la
Granada colonial y un escenario ubicado entre los lagos Cocibolca y Xolotlán,
territorio de raíces chorotegas, enorme influencia nahua y una obvia impronta
española, que se amalgamaran para conformar al pueblo mestizo y sincrético de
hoy. Una peculiar trama ficticia matizada de hechos históricos, así como de
mitos y leyendas, quizás desarrollada en un “mundo paralelo” que le concediera
a mi imaginación la licencia para plasmarla. Sus protagonistas son un indígena,
un fraile franciscano y un Teniente de alcalde mayor de Granada al que con
seguridad, a su contemporáneo original de nuestro mundo real no le hubiera
gustado conocer.
Esta es una historia surgida de la mentalidad
de un muchacho. Pero lo cierto es que no dista mucho de ser un reflejo de
aquella sociedad arcaica e injusta, donde irónicamente no había diferencia
alguna entre la cruz y la espada. Se trata de tiempos en que se comenzaran a
cimentar las bases de lo que es Latinoamérica hoy, en un mundo, donde a pesar
de los grandes logros y avances científicos y tecnológicos de la actualidad,
siguen prevaleciendo la misma incertidumbre y desconcierto de aquellos tiempos
aciagos de la época colonial, y se sigue hablando de guerras y de rumores de
nuevas guerras.
Es este un mundo ambivalente, dicotómico y
contradictorio, donde a la vez que se alza un rascacielos lujoso en algún lugar
del planeta, en otro no muy lejano, cae una bomba y destruye un pueblo
completo. No abordo este punto con afán pesimista, sino consciente de una dura
y cruel realidad, fruto de nuestra naturaleza humana, que es la misma de ayer y
de siempre. Y aunque parece algo utópico, urge y precisa que cambie para mejor,
si es que queremos salvar nuestro mundo. Encima, a causa de nosotros mismos, la
Naturaleza, “nos está pasando la cuenta”. En nuestra miopía y absurda
arrogancia, tratamos a nuestro hogar, la Tierra, como si fuera un planeta
descartable que un día dejaremos para mudarnos a otro habitable que está “a la
vuelta de la esquina”. Vemos como fatalmente nos estamos quedando sin agua y
sin oxígeno, sin flora y sin fauna. Al menos en aquellos lejanos tiempos
coloniales, el cielo, los ríos, lagos y lagunas aún estaban limpios y
pletóricos de vida. Esperemos que no llegue el día en que moribundos,
lamentemos y lloremos sobre los sitios que estos cuerpos de agua un día
ocuparon. Y si esto llegara a pasar será porque seres como el Xolotl o nikaspuanambi
de mi historia, esos sí sobrevivirán.
Hoy, más de tres décadas después de haber
escrito esta mi primera obra, se las presento, debidamente revisada y
corregida, por supuesto. Dichas correcciones incluyen, por ejemplo, detalles
sobre las costumbres y lengua de los indios chorotegas, en su rama de los
dirianes, grupo étnico relacionado con mi historia en el marco de una
incipiente colonización española en Nicaragua. Para ello me basé en los
estudios existentes al respecto, incluyendo aquellos sobre su rico lenguaje
extinto. En el caso del vocabulario, que incluye palabras del mangue[1], y algunas de origen
nahua, opté por la nota al pie de página, para mayor facilidad y
comprensión en la lectura. En el caso de las referencias de carácter histórico,
dado que algunas son un poco extensas, decidí incluirlas como notas
aclaratorias, que junto a las fuentes bibliográficas consultadas y un par de
mapas, se encuentran al final de la obra. De estos últimos, uno es de la
Centroamérica colonial y el otro detalla los sitios del escenario entre lagos
de la trama.
Es importante señalar que en el texto
original, el soporte lingüístico que me aventuré a utilizar fue una
aproximación al castellano de la época, sobre todo en el trato personal y las
conjugaciones verbales. En principio, contemplé descartar esto, con el fin de
evitar cualquier tipo de inconsistencia sobre este tema y evitar que resultara
una lectura pesada. Pensé entonces en recrear la totalidad de mi historia con
nuestro moderno español. Pero al final decidí conservar la idea original, para
imprimirle mayor realismo a la trama, sobre todo porque incluyo precisamente
algún vocabulario indígena.
Cabe reiterar que se trata de eso, de una
aproximación al castellano de la época colonial, y no de un reflejo exacto de
como se hablaba realmente por entonces. Es evidente que nuestro idioma ha
evolucionado mucho en su gramática, ortografía y vocabulario desde esos remotos
años, y eso lo podemos notar al leer los textos de los cronistas de Indias, así
como registros originales de cartas y testimonios judiciales, entre otros. Pero
además, no olvidemos la particular evolución de la lengua de acuerdo a las
diversas regiones geográficas de la vastísima Hispanoamérica. Así pues, en la
novela estarán presentes el vos, vuestra merced y el tú.
Para comprender los detalles de las diversas formas tratamiento utilizado, es
muy importante remitirse a las aclaraciones que hago de cada situación,
incluidas también entre las notas aclaratorias al final de la obra. Reitero, es
fundamental no dejar de hacerlo, con el fin de evitar confusiones y comprender
el por qué de cada tratamiento.
De hecho, era necesaria la pertinente y
detallada revisión hecha a la obra. Pero lo importante, es que conservé intacta
y sin alteración la esencia de la trama que surgiera de la cabeza de aquel
adolescente de catorce años, misma que plasmara con su puño y letra en un viejo
cuaderno, cuyas hojas con el paso del tiempo se tornaran amarillas, sobreviviendo
mudanzas y hasta al famoso huracán Mitch, cuando vivía y trabajaba en el
occidente del país. Algo escrito en tiempos idos que ni en mi más remota y
atrevida imaginación, hubiera soñado que un día, con cuatros ojos, menos pelos
en la cabeza y con muchos años encima, convertiría en una novela que escribiría
en un dispositivo con teclado y pantalla, propio de la era del conocimiento y
la informática, pero también del caos y el desconcierto global.
El autor
[1] . (Vocabulario mangue extraído de dos obras: Diccionario Español–Chorotega, Chorotega–Español, de Quirós Rodríguez, Santiago, y El Modo Social de Producción en la Nicaragua Precolombina, de Ávila, Rafael) Véase Fuentes bibliográficas consultadas.
Jorge Gamero Paguaga nació en Nueva Segovia, Nicaragua, el 9 de abril de 1968. Estudió Sociología en la Universidad Centroamericana (UCA), y cuenta con estudios de posgrado cursados en Guatemala y la Argentina sobre la especialidad en la que se interesa como profesional: la integración regional, siendo un convencido de la necesidad de la integración de América Latina, especialmente de la región centroamericana.
Ha publicado la novela “Morbum Mortalem” y la compilación de cuentos “En el puente de la mujer y otros relatos”, teniendo en su haber aún algunas obras inéditas. Esta vez nos presenta “Entre lagos y dioses”, obra cuyos orígenes se remontan al relato “El dios del lago”, surgido de la mente y pluma de quien fuera apenas un adolescente, en tiempos de guerra, entre apagones y el ruido de las bombas. Más de tres décadas después, el autor adulto de hoy, encontró aquel relato escrito en un viejo cuaderno de páginas ahora amarillentas, lo suficientemente interesante para convertirlo en novela, conservando intacta y sin alteración la esencia de la trama, fruto de la imaginación de aquel muchacho que apenas incursionaba en la escritura y en la vida.
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