Poesía dispersa de Rubén Darío (1882-1883)

1882
Enero 24 - “El libro”; poema en cien décimas leído en una recepción de Palacio.
Enero 30 - Acuerdo de la Cámara de diputados: “El Gobierno de Nicaragua hará colocar por cuenta de la Nación al inteligente Joven pobre Rubén Darío, en el plantel de enseñanza que estime más conveniente para completar su educación.” El agraciado no aceptó.
Agosto - Llega al puerto de La Libertad de El Salvador.
Septiembre 15 - Melopea en verso con Román Mayorga Rivas, en la velada con que la Sociedad La Juventud celebró la Independencia.

               El Libro


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; 
y para que así fuera, lo hizo creador como El. 
La creación del hombre es el Libro; el Libro 
está hecho a imagen y semejanza del hombre; 
el Libro tiene vida; el Libro es un ser.

I. DE CASTRO Y SERRANO

Ven a mí, musa querida;
mi lira dame: levanta
y únete a mi voz y canta
la humanidad redimida.
Redimida con la vida;
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús;
sino con la fuerza inmensa...
fuerza que bulle y que piensa.
¡Con el libro, que es la luz!

   ¡La luz! La luz infinita,
que en sus misterios comprende
el espíritu que asciende,
el átomo que se agita.
A cuya influencia bendita,
a cuyo celeste nombre,
aunque mi palabra asombre,
envuelto en su esencia pura,
baja Dios desde su altura
a divinizar al hombre.

   La luz: el germen perfecto,
que, cual un sagrado emblema,
ciñe en forma de diadema
la sien del gran Arquitecto...;
que alumbra, desde el insecto
que de polvo pareciera,
hasta el sol que reverbera
su luz en iris radiantes,
y forma anillos brillantes
al ir girando en la esfera.

   ¿Y qué es el libro? Es la luz;
es el bien, la redención,
la brújula de Colón,
la palabra de Jesús.
Base y sostén de la Cruz;
las frases de Cormenín,
acentos de Girardín,
las comedias de Molière,
carcajadas de Voltaire,
consejos de Aimé-Martín.

   Principio que alienta ufano;
destello del ser divino;
ley eterna del destino
que gobierna al ser humano.
Guía al mortal soberano
en alas de la razón;
quien volando a otra región
contempla a Dios frente a frente
con la pupila y la lente
de Camilo Flammarión.

   ¿Oís una inmensa voz
que va rasgando las nubes
y que escuchan los querubes?
¡Es que está leyendo Dios!
¿Conocéis su libro vos,
orgullosa Humanidad?
Lo estáis mirando en verdad
al brillo del pensamiento:
pero escuchad un momento,
que os lo mostraré: ¡callad!



   ¿Veis esa azulada esfera
do las luces se desbordan,
y de mil colores bordan
los astros en su carrera?
¿Veis la florida pradera
con aves de hermosas plumas,
y vagas, flotantes brumas
que los arbustos oprimen,
y mil arroyos que gimen
con algas, peces y espumas?...

   ¿Miráis los altos volcanes
que, con lava en rojos tumbos,
con sus ecos y retumbos,
remedan los huracanes
en misteriosos afanes?
¿El trueno que sordo muge,
la hinchada tromba que ruge
y los espacios atruena,
y el simoun que arrastra arena
con su poderoso empuje?

   ¿Veis la hirviente catarata
que entre zarzas y entre breñas
azota las duras peñas
con sus espumas de plata?
¿Y qué ruge y se desata
en ondas que se evaporan
y los rayos del sol doran,
y en el aire se deslíen
y al ir rodando sonríen
y al evaporarse lloran?

   ¿Miráis en la verde loma,
como símbolo de amores
escondido entre las flores,
el nido de la paloma...,
que cuando la aurora asoma 
dorando la faz del cielo,
llena de sublime anhelo,
entre callados murmullos;
colma de blandos arrullos
al tiernecito polluelo?...

   ¿Miráis en noche serena
reflejarse en la laguna
la blanca luz de la luna,
de melancolía llena?
¿Veis la nítida azucena?...
¿Escucháis el murmurío,
el eco dulce y sombrío
que modulan confundidas
náyades adormecidas
sobre las linfas del río?


   ¿Veis los cometas radiantes
que van a surcar la esfera
tendiendo su cabellera
de penachos rutilantes,
soles inmensos, errantes,
cuya reluciente llama,
por los espacios derrama
de chispas rojo torrente,
que de los cielos la frente
con sus fulgores inflama?...

   ¿Oís el quejido tierno,
del Favonio dulce y blando,
que pasa y va murmurando
en las mañanas de invierno?
¿Oís el idilio eterno
de las auras a la flor,
los trinos del ruiseñor,
el enamorado beso?...
Pues todo eso..., todo eso,
es el Libro del Señor.

   Y era el caos negro, obscuro,
que por doquiera reinaba.
Sólo Dios en lo alto estaba,
como un espíritu puro;
y de nieblas denso muro,
que hubiera luz impedía;
mas con celeste ufanía,
su libro inmenso abrió Dios,
y a los ecos de su voz
nació la lumbre del día.

   Lleno de astros, el espacio
iba, en ondas de dulzura,
a besar la vestidura
del Señor, que en su palacio
de nácar y de topacio,
se recreaba en mirar
de la montaña y el mar
los átomos impalpables
que, en giros interminables,
no cesaban de rodar.

   E iban las orbes pasando,
y si a Jehová se acercaban,
se inclinaban, se inclinaban,
y los pies le iban besando.
Dios estaba contemplando
sus reverentes caricias,
y dos lágrimas propicias
por sus mejillas corrieron,
y en las páginas cayeron
de aquel libro de delicias.

   Y de esas lágrimas bellas
brotaron notas hermosas,
y unas se volvieron rosas,
y otras volviéronse estrellas;
y después emergió de ellas
una eterna melodía;
y en aquel supremo día,
fue de Dios en remembranza,
cada acento una alabanza,
cada átomo una armonía.

   Después, sonrióse el Señor;
cerró aquel libro de encanto
y envolviole con el manto
de su divinal amor.
El mundo con su esplendor
siguió rodando y rodando,
y mientras iba girando
con rápido movimiento,
el fuego del pensamiento
al hombre estaba quemando.

   El hombre, que entre las flores
que el llanto de Dios formara,
en un suspiro brotara
coronado de fulgores;
el hombre, a quien sus amores
diera Dios en aquel día;
el que admirado veía
cómo el rayo serpentea,
el incendio de la idea,
dentro el cerebro sentía.

   Su existencia al contemplar,
aquel incendio al sufrir,
sintió el corazón latir,
y el hombre empezó a llorar.
Los cielos tornó a mirar
con el alma confundida
y con voz enternecida,
luz pidió al poder divino,
y vio escrito su destino
en el Libro de la Vida.

   Trabajo, luz, pensamiento,
libertad, razón, amor,
lucha sin igual, valor,
expansión y sentimiento;
esperanza y ardimiento;
lo terreno y lo infinito...
Religión, creencia, mito,
lo comprensible, el arcano...
Tal es el conjunto humano,
y así el hombre lo vio escrito.

   Allí está... ¡Cómo recrea
el alma y el corazón
la ardiente imaginación
de la bella musa hebrea!
En su interior, pinta y crea
un recio Noto que zumba;
un Sinaí que retumba,
una tormenta que crece,
que parece... que parece...
que ya el orbe se derrumba.

   Mil luces que se derraman,
relámpagos que serpean,
y que, ardiendo, centellean,
mientras huracanes braman;
nubes negras que se inflaman,
onda de aire que palpita:
un pueblo que cae, se agita,
lleno de gran timidez,
y un Dios que entrega a Moisés
una ley en piedra escrita.

   ¡Allí está el libro! De ahí
brotan rayos y centellas,
tan fulgentes como aquellas
que brotara el Sinaí.
Ved lo que está escrito allí:
es raudal de pensamientos,
guía de los sentimientos,
cautiverio del deseo
código del pueblo hebreo,
y son los diez mandamientos.

   Aquí está el libro, mirad,
con un fulgor nunca visto,
y por la boca de Cristo
predica la libertad.
Escuchad: la Humanidad
olvida penas y agravios;
oyen atentos los sabios;
y el mundo absorbe en su seno
sermones del Nazareno,
parábolas de sus labios.

   Vedle aquí: ¿Quién es aquel
pobre manco desvalido,
de todos desconocido,
pero a su patria tan fiel?
¿Quién es? –digo–. ¿Quién es él?
Y dicen ecos vibrantes
de mil pechos arrogantes,
respondiendo con agrado:
Es el libro disfrazado
de Don Miguel de Cervantes.

   Aquí nos da una sonrisa
un canto de tierno bardo;
las caricias de Abelardo
con los besos de Eloísa.
Aquí confunde y hechiza,
muestra el amante deseo;
aquí en sublime recreo
sus bellezas admiramos,
y estrechados contemplamos
a Julieta y a Romeo.

   Nos hace amar y creer;
sus frases al pecho van:
si Pablo y Virginia están
en el alma de Saint-Pierre;
mansiones hace entrever
de encantos y de alegría,
y con la eterna armonía
de la dicha y el consuelo,
nos trae mensajes del cielo
Jorge Isaacs con su María.

   Resuena clarín guerrero
al par que amoroso idilio,
con el arpa de Virgilio
la épica trompa de Homero.
Aquí nos muestra el sendero
de regiones inefables, 
de goces interminables;
y regenerando vidas,
las páginas encendidas
surgen de Los Miserables.

   Ya nos brinda con Renán
una vida de Jesús;
ya nos envuelve en su luz
la palabra de Laurent;
ya enseña con Pelletán
mil torrentes de verdad.
Ya predica la igualdad
y odio al autócrata, al rey,
con las tablas de la ley
de la nueva libertad.

   Ora golpea la frente
del tirano en forma varia:
ya es rayo, Catilinaria,
hija de un pecho valiente.
Ya con vislumbre fulgente,
elévase en sacro ardor;
ya canta el más puro amor,
o ya por el mundo esparce
poemas de Núñez de Arce,
Doloras de Campoamor.

   El libro es de la razón
áncora pura y divina;
Quousque tandem Catilina
en boca de Cicerón;
del Eterno emanación,
sol cuya luz reverbera,
cada página hechicera
nos da con su poderío
los ardores del estío,
los lirios de primavera.

   El libro es, ¡oh genio humano!,
ese torrente de flores
de luces y de colores
del orador gaditano;
es el numen soberano,
es la fantasía hermosa,
nota emanadora, ansiosa,
del poeta que está amando:
Trueba a su esposa narrando
Cuentos de color de rosa.

   El hijo de la tormenta,
aquel que enferma y delira
y pulsa su ardiente lira
cuando la nube revienta;
Byron, cuya alma violenta
sufría angustioso afán,
es el libro, y allá están
los que yo juzgar no puedo:
relámpagos de Manfredo,
tempestades de Don Juan.

   El ciego que, entristecido,
tiene su gran corazón,
aquel que canta Sión
y El paraíso perdido:
el que escuchó con su oído
la armonía del Edén
y la voz del Sumo Bien,
Milton, que vio a los querubes
con salterios entre nubes,
él es el libro también.

   Aquel del poema eterno
que lo terrible cantó,
que su inspiración bebió
en las llamas de su Infierno
(ante quien yo me prosterno,
rendido pero anhelante,
con el pecho palpitante),
de palabra que calcina,
es el libro que ilumina
el genio inmortal del Dante.

   El libro es hoy ese viejo
corazón, joven y ardiente,
que va mostrando en la frente
de lo divino el reflejo;
que de su alma en el espejo
se retrata lo infinito:
es ese apóstol bendito,
Víctor Hugo, el pensador,
de Hernani inmortal cantor
y de Guernesey proscrito.

   El libro es la inspiración
de Quevedo picaresca;
la musa caballeresca
de Don Pedro Calderón;
la sublime agitación
que en nuestro pecho nos queda
cuando oímos que remeda
amor y melancolía la encantadora
poesía de los cantos de Espronceda.

   El libro de fe nos llena
si en el alma se dilata;
calma el dolor si nos mata,
quita la hiel que envenena;
entusiasma y enajena
al patriota bueno y fiel:
ahora eleva a Parnell,
y sublima y diviniza
a la gran sacerdotisa
del libro, Luisa Michel.

   El libro es el telescopio
con que se ve el infinito,
y la estrella, el aerolito
y nuestro planeta propio:
es también el microscopio
que en una mínima gota
nos hace ver cómo flota
un orbe a todos igual,
que es del coro universal,
una bellísima nota.

   Libro es nuestro corazón
donde se lee el sentimiento,
o en un estremecimiento
o en una palpitación;
donde vaga la emoción,
do está el alma enajenada;
do en arreboles bañada,
y entre nubes de color,
nace una aurora de amor
al rayo de una mirada.

   Libro es la armoniosa mente
de una beldad de quince año,
do no se leen desengaños,
sino ilusión y ansia ardiente:
libro es su púdica frente
donde se lee su inocencia;
do lleno de complacencia
un querubín encendido,
leyéndole está al oído
el libro de la existencia.

   El libro es fuerza, es valor
es poder, es alimento;
antorcha del pensamiento
y manantial del amor.
El libro es llama, es ardor,
es sublimidad, consuelo,
fuente de vigor y celo,
que en sí condensa y encierra
lo que hay de grande en la tierra
lo que hay de hermoso en el cielo.

   Y libro es esa balumba
de sombras tras la cual vamos;
libro en el cual deletreamos
misereres de la tumba:
donde el huracán no zumba
de las pasiones humanas,
y ruedan las glorias vanas
en cenizas convertidas,
y las gracias y las vidas
de las grandezas mundanas.

   ¡El libro!... ¡El libro! ¡Qué bellas
que son sus frases ardientes!
Caen sobre nuestras frentes
como lluvias de centellas.
Transforman al hombre ellas,
y su esencia bendecida
eleva la alma dormida,
sembrando con mano fuerte
en el caos de la muerte
la agitación de la vida.

   El libro males destierra;
da al espíritu solaz,
y derramando la paz
va destruyendo la guerra
que nos confunde y aterra:
él nos pinta en lontananza
albas de dulce bonanza
que nos llenan de consuelo, 
y nos muestra allá en el cielo
el iris de la esperanza.

   Cuando triste alguna vez
el alma, sombría y muda,
el abismo de la duda
mira que se abre a sus pies,
del libro la brillantez
la felicidad le labra,
y hace que un cielo se abra,
y la razón antes muerta
se conmueve y se despierta
al trueno de la palabra.

   Y el cosmos intelectual
con aliento tan profundo,
forma un mundo y otro mundo
en el ser universal:
brilla la vida moral,
llena de inmenso vigor;
y a su celeste fulgor
que el mismo Dios le ha otorgado,
se ve al hombre transformado
en su divino Tabor.

   El hombre, si soberano
un himno al Eterno entona
con centellas se corona
y tiene el rayo en la mano.
El hombre, del océano
domina la amplia extensión:
y guiado por su razón,
taumaturgo divinal,
de espuma, perla y coral
un edén forma Colón.

   El hombre tiene en verdad
por su mensajera, luego,
esa serpiente de fuego
llamada electricidad.
Con pujante actividad
y dejando atrás a Eolo,
cruza en alas de ella solo
la extensión que le separa,
desde la arena del Sahara,
hasta los hielos del Polo.

   El libro, ¡bendito sea!...,
pues con afán inaudito,
vuela por el infinito
con las alas de la idea;
el libro que vida crea,
pan de las inteligencias,
luminar de las conciencias,
y que hoy está en todas partes,
sublimando con las artes,
redimiendo con las ciencia:

   ¡El libro! ¡Celeste lumbre,
de la Humanidad amparo!
¡Radioso, divino faro
que guía a la muchedumbre!...
El libro... ¡elevada cumbre!...
de la verdad! Mas, ¡qué digo!,
el libro que yo bendigo
con entusiasmo profundo,
tiene ante la faz del mundo
un implacable enemigo.

   ¿Sabéis quién es? Allá está...
Su trono se bambolea
porque el soplo de la idea
su trono derribará.
¿Sabéis quién es? ¡Vedle allá
sobre el alto Vaticano!
¡Contempladle!... Genio insano,
apaga todo destello,
con una estola en el cuello
y el Syllabus en la mano.

   ¿Jesús! ¡Jesús! Tú soñaste
fundar una Religión
de amor y de bendición
cuando tu ley predicaste...
Nazareno, ¿no pensaste
que tu moral, tus creencias,
que alumbraron las conciencias,
expirarán? Yo contemplo
que hoy es ¡nada más! tu templo
un gran taller de indulgencias.

   Lugar do, con rudo acento
y por voluntad suprema,
el libro... el libro se quema
y se mata el pensamiento;
lugar do con ardimiento
se predica la orfandad;
do es nada la caridad;
do farsas y tradiciones
fulminan excomuniones
a la santa libertad.

   Maldicen al libro, sí,
con un criminal deseo...
¿Dónde estuvo Galileo
para retractarse? ¡Allí!...
¡Cristo, Cristo!... Ya de ti
se burla esta gente extraña,
su corazón vierte saña,
venden reliquias y bulas,
y ya las frases son nulas
del Sermón de la Montaña.

   La sandalia de oro y seda
del Papa besa, humillado,
el Príncipe, el potentado;
pues al pobre se le veda.
Se va el Bien, el Mal se queda
todos se hincan de rodillas,
y entre tantas maravillas,
olvida el Papa en su enjambre
los lazzaroni que han hambre
del Tíber en las orillas.

   Mas oíd: ya se desploma
ese edificio del Mal.
Una conmoción social
hace estremecerse a Roma.
Ya nuevo empuje se toma;
una era de luz empieza,
y en vez de mirar la espesa
niebla que estaba reinando,
vemos que está palpitando
la Revolución francesa.

   ¡Oh juventud..., Juventud!
Tengo fe para seguirte;
que de algo pueden servirte
las cuerdas de mi laúd.
¡Abajo la beatitud!
¡Abajo la aristocracia!
¡Abajo la teocracia!...
Por todas partes resuena,
de dulce cadencia llena,
la voz de la democracia.

   Mirad las humanas listas...
En ellas hay a millares,
nihilistas para los Czares;
para los Papas, nihilistas.
Voceros propagandistas
de progresos liberales,
que van destruyendo males,
cumpliendo un sacro deber,
pues lodo no quieren ver
en las pilas bautismales.

   El libro enciende y recrea:
al humano ha levantado,
y al espíritu ha enseñado
la religión de la idea,
haciendo que palpe y vea
un paraíso celestial,
do nunca se allega el Mal,
ni atormentadora, inquieta,
jamás se oye una trompeta
que llame al juicio final.

   ¡Cuántas glorias en el mundo,
que llenan de admiración!
Las glorias de Maratón,
las de Atila y Segismundo,
las del César furibundo
que con su lanza destroza,
y la gloria luminosa
de Bacon, Darwin, Homero,
de Malebranche y Lutero,
de Chateaubriand y Spinoza.

   Ronco retumba el cañón:
se estremece un continente,
y alza, orgulloso, su frente
y su espada, Napoleón.
Vuela su altivo bridón;
su crin encrespan las brisas...
Vencedor, danle sonrisas
y laureles y memorias.
¿Y sus glorias?... ¡Ah, sus glorias
son de humo, sangre y ceniza!

   Entre amarguras y penas,
encarcelado, oprimido,
arrojado a un negro olvido
y cargado de cadenas...
Sintiendo fluir en sus venas
de sentimiento oleadas,
con ideas levantadas
del genio por el delirio,
en un perpetuo martirio
Camoens escribe Os Lusiadas.



   ¡Qué diferencia se advierte!
¡Qué polos tan encontrados!
Unos laureles ganados
con desolación y muerte;
y otros con el alma fuerte,
con un corazón que late
del sufrimiento al embate,
y sin sentirse arrastrado
por el impulso agitado
del huracán del combate.

   Aquél vence con la espada,
éste con el libro vence;
éste hace que el hombre piense...;
aquél, al hombre anonada.
Y a la pobre alma angustiada
en un caos la derrumba,
cuando su bronce retumba,
con elocuencia sombría:
éste brinda una armonía,
aquél entreabre una tumba.

   Yo al libro siempre he de amar;
siempre su voz he de oír,
pues me ha enseñado a sentir
y me ha inducido a cantar.
A su fulgente irradiar
se ha formado mi conciencia,
y ha visto mi inteligencia,
muda, absorta, confundida,
en el cielo de la vida,
relámpagos de la Ciencia.

   El libro tiene cantares,
y murmurios y sonrisas,
y quejas de blandas brisas,
cadencias de azules mares;
de los verdes olivares,
los melódicos rumores;
y esas palabras de amores
que dicen en tonos suaves
las palmeras a las aves
y las aves a las flores.

   Hubo un alma prodigiosa,
que pensaba y que sentía
y que lo eterno veía
con mirada portentosa:
tendió su mano afanosa;
grabó en madera... ¿Qué inventa?...
La Humanidad está atenta:
de aquel pedazo de pino
brotó, radiante y divino,
el genio audaz de la Imprenta.

   Y el libro entonces tiene alas
para volar más de prisa,
y nos encanta y hechiza
vestido de hermosas galas:
tiene bellezas, y dalas
al mundo con su poder;
y ahora, volveos a ver...
Los bardos todos le cantan,
y mil estatuas levantan
al inmortal Gutenberg.

   Mas es en vano cantar;
es muy grande mi flaqueza
y del libro la belleza
yo no podré retratar...
Pero siento chispear
en mi cerebro algo intenso,
por lo cual conozco y pienso
y por eso al libro canto;
porque amo todo lo santo,
porque amo todo lo inmenso.

   Un día el sol se ocultaba
entre nubes de topacio;
los confines del espacio
con sus reflejos doraba;
lo recuerdo; niño, estaba;
ese cuadro contemplando…;
mi corazón palpitando
sentía, pues iba viendo
el astro que se iba hundiendo...,
la niebla que iba avanzando.

   Era un libro en que leía,
entre algo tenue que juega,
cómo la noche se llega,
y cómo se muere el día,
cuando una vaga armonía
llegó entre el viento a mi oído;
y en vago éxtasis rendido,
cerró sus ojos mi alma,
y en una tranquila calma
yo me quedé adormecido

   Y allá entre sueños vi yo
que un ángel bajó del cielo,
y que al descender al suelo
en la frente me besó;
después mi pecho tocó,
y allí afectos soberanos
depositó, mil arcanos
que a comprender no he llegado;
y aquel espíritu alado
puso un arpa entre mis manos.

   Entonces yo le pedí
que en mi pecho se anidara,
que jamás me abandonara,
que estuviese junto a mí.
Mover los labios le vi
y luego me dijo: «Escucha;
entra al campo de la lucha,
pero calma tu ansia loca.
La vida es poca, muy poca,
y la desventura es mucha.

«¡Ha puesto la mano mía,
para que entres en el mundo,
de tu ser en lo profundo,
el germen de la poesía!...
¡Ay de ti si llega el día
en que pierdas todo, todo!...
¡En que con terrible modo
cantes el Mal, la Mentira,
y las cuerdas de tu lira
las arrastres por el lodo!

   «¡Ay de ti si un eco vano,
una levísima nota,
del fondo de tu alma brota
para ensalzar al tirano!
¡Ay, si con deseo insano
se mueve tu corazón!
¡Ay, si del dardo el baldón 
tú mismo, ingrato, te clavas,
y en tus acentos alabas
al monstruo de la ambición!

   «Allí tienes campo extenso
en la gran Naturaleza,
que con hermosa riqueza
te ofrece un numen inmenso;
en grupo variado y denso,
te presenta astros, torrentes,
arbustos, aves y fuentes,
perlas, corales y espumas,
ecos, mariposas, brumas,
y albas puras y fulgentes.

   «Mas si el imperio del Mal,
con su tremenda expresión,
atacara a la razón,
al progreso liberal...;
si con goce criminal,
lleno de hiel y de saña,
a la muchedumbre engaña,
con su misterio y su pompa
entonces, suena la trompa
y lánzate a la campaña.»

   Dijo el ángel, y voló,
y al cruzar por los espacios,
una lluvia de topacios
sobre el mundo derramó;
mil sones escuché yo,
ecos lejanos y vagos
como de ondinas de lagos;
armonías melancólicas,
cual de cítaras eólicas
del céfiro a los halagos.

   Eco dulce y misterioso
que llegaba hasta mi oído,
tan tierno como un gemido
tan triste como un sollozo.
Yo creo que ese armonioso
conjunto de notas sumas,
resonó entre ondas y brumas,
cuando divina, hechicera,
Venus radiante saliera
del seno de las espumas.

   Entonces de temor lleno
al cielo volví a mirar,
cuando escuché el retumbar,
en lo alto, de un ronco trueno
vi de una nube en el seno,
un libro abierto... Leí,
y decía el libro así:
«Sigue en la vida mi lumbre,
que yo soy la eterna cumbre
y el universo está en mí.»

   Desde ese día, al libro amo,
y su gran poder bendigo,
y su lumbre es la que sigo,
y su imperio es el que aclamo:
allá en mis dudas le llamo,
y con su inmensa grandeza,
me muestra cómo progresa,
cómo bulle y cómo flota
la llama eterna que brota
Dios en la Naturaleza.

   Dios, cuya luz bienhechora
palpita, refleja y arde,
en las nubes de la tarde
y en las perlas de la aurora;
en la linfa bullidora,
en la silvestre azucena,
en cada grano de arena,
en cada nota sublime,
en cada ambiente que gime,
y en cada rayo que truena.

   Dios, que se advierte en el rubio
plumero de las espigas,
en las ásperas ortigas
y en el estival efluvio;
en las llamas del Vesubio,
en las flores purpurinas,
en las gotas opalinas,
en las rugientes cascadas,
y entre las plumas nevadas
de las gaviotas marinas.

   Dios, que vaga en los aromas,
y que vuela en los murmullos,
y que halaga en los arrullos
de las torcaces palomas;
en el césped de las lomas,
en la claridad del día...
Dios, vida, ser, y armonía
de toda la creación.
¡Ah, no encuentra una expresión
digna de Él el arpa mía!

   Y tú, pusiste, Señor,
para recordar tu nombre
el libro a la faz del hombre,
vestido con tu esplendor;
Hosanna a Ti, Dios creador;
Dios sin triángulo, Dios Uno,
que no eres Siva ni Juno;
Dios que me gozo en amarte...,
que nunca llega a tocarte
ni a comprenderte ninguno.

   ¡Hosanna al Libro! Porque él
destruye, a la faz del siglo,
el dogma, ese gran vestiglo,
esa torre de Babel.
¡Hosanna al corazón fiel,
a la idea liberal,
pues en su carro triunfal
cruza ufana la razón,
tronchando, por la extensión
del mundo, el árbol del mal!...

   ¡Hosanna al Libro!... Ese ser
que muestra, con su irradiar,
la libertad de pensar,
la libertad de creer;
que canoniza a Voltaire,
al par que al apóstol Juan,
Vicente de Paúl, Renán,
y maldice en voz de vida
aquella hoguera encendida
por Domingo de Guzmán.

   ¡Hosanna al Libro, que es luz,
que es bien y que es redención;
que es brújula de Colón
y palabras de Jesús;
base y sostén de la cruz,
las frases de Cormenín,
acentos de Girandín,
las comedias de Molière,
carcajadas de Voltaire,
consejos de Aimé-Martín!

   ¡Hosanna al Libro! Que el mundo
se envuelva en su luz radiante,
y él le dé fuerza constante
para su aliento fecundo!...
Que en un abismo profundo
se precipite el error,
y que del Libro al fulgor,
conozca la Humanidad
que ha de leer la verdad
en el Libro del Señor.

   ¡Hosanna al Libro! El poeta
temple su lira y le cante,
y que con él abrillante
su imaginación inquieta;
que se convierta en profeta
y mire lo por venir,
y allá en el cielo lucir
vea del saber la estrella,
con su candorosa huella
de nácar, oro y zafir.

  ¡Hosanna al Libro!... Que aclame
el Universo su esencia,
que triunfe la inteligencia
y que en su fuego se inflame;
que el error vencido brame
y se revuelque en el lodo;
y que con diverso modo
la verdad a Dios se eleve,
y el germen de vida lleve
al hombre, al átomo, a todo.

   ¡Hosanna al Libro!... Que Dios,
con su poder soberano,
le bendiga con su mano,
le alimente con su voz;
que fuego ardiente y precoz
a la iniquidad consuma,
que del no ser en la bruma,
siempre el dogma se confunda,
y que su imperio se hunda
como se pierde una espuma.

   ¡Hosanna al Libro!... Que empieza
el alba pura a lucir,
y sus flores a esparcir
su perfume y su pureza;
cae rodando la cabeza
del monstruo del fanatismo
que con sangriento cinismo
lleva, para hacer el mal,
por estandarte un puñal
y por capa el cristianismo.

   ¡Juventud, que das al viento,
voces de unión y reforma,
que llevas por sacra norma
las leyes del pensamiento!

¡Juventud, que con aliento
en fraternal sociedad
hoy ante la Humanidad
trabajas, luchas, combinas,
por implantar las doctrina
de la santa Libertad!

   Juventud, que al dulce beso
del arcángel de la idea,
miras que relampaguea
el Sinaí del progreso!
¡Juventud, que en justo exceso
aplicas hierro candente
al basilisco furente
de añeja preocupación,
se alumbra tu Septentrión,
pues sale el sol del Poniente!...

   Mira; ya cunde la oleada,
el pueblo siente su empuje,
y aunque el genio del mal ruge,
ya sus rugidos son nada;
se estremece y se anonada
al verse sin su riqueza,
sin corona en la cabeza,
al oír conciertos divinos
de modernos girondinos
que cantan La Marsellesa.

   Esto hace el Libro: lo grande,
lo eternal y lo sublime,
lo que a la razón redime,
lo que el sentimiento expande.
¡Oh Dios! Deja te demande
aliento de tu poder
para que en mi humilde ser
pueda la palabra eterna,
que el Universo gobierna,
en tu gran Libro leer.

   ¡Basta ya, musa querida!
¡Ya bastante me alentaste,
y unida a mi voz cantaste
la Humanidad redimida!
¡Redimida con la vida,
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús...,
sino con la fuerza inmensa,
fuerza que vibra y que piensa!
¡Con el Libro, que es la Luz!

(1.° de enero de 1882)


              A los liberales 

Sonetos

Tema dado por el Dr. Don Lorenzo Montufar.
I
Porque cantáis la eterna Marsellesa
que maldice el poder de los tiranos,
porque alzáis ardorosos en las manos
el pendón de la luz con entereza;
porque deseáis que caiga la cabeza
de la hidra aristocrática, y ufanos
dais al pueblo principios soberanos
que destruyen del mal la niebla espesa;
porque gritáis que es libre el pensamiento;
que no tiene cadenas la conciencia,
y proclamáis con fuerza y ardimiento
que hoy impera nomás la inteligencia;
la muchedumbre criminal y necia,
os escupe, y os odia, y os desprecia.

II
   Mas porque sois soldados de la idea
porque rompéis la tiara y la corona
y vuestra voz la libertad pregona
la libertad que irradia y centellea;
porque deseáis que el Universo vea
cómo una catedral se desmorona
al son del himno que la voz entona
del genio de la luz que vida crea:
porque las tablas de la ley del hombre
mostráis al mundo llenas de verdades
y de la democracia el sacro nombre
escribáis en la faz de estas edades,
tendréis mil bendiciones en la historia
y una palma en el templo de la gloria.

(Managua, febrero 5 de 1882)
     

Carmela

I

Aquí tienes, niña hermosa,
Los cantares
Que brotan de mi alma ansiosa,
Como brotan a millares 
En mil giros,
Los suspiros, 
de las olas 
de los mares.

II

No oirás de seguro en ellos 
Ecos tiernos,
Ni mirarás los destellos 
De los goces 
Sempiternos 
Que se agitan 
Y palpitan
Y traen placeres eternos.

III

Mas mirarás, en verdad,
Que en estos pobres rumores 
Te va a colmar de flores 
El ángel de la amistad. 
Deja, pues, que un canto mío 
Coloque en tu álbum querido 
Y en pago de ellos te pido 
Que no arrojes al olvido 
Al cantor Rubén Darío.

(A Carmela Benard. Managua, 
13 de febrero, 1882)

Al vuelo de Hortensia

Pues yo estaba enamorado
de una chica encantadora,
tan hermosa como Flora
y hermana del Niño Alado,
de su mirar hechizado
y su voz que es dulce son,
una ferviente pasión
inspiró en el alma mía;
pero ahora, en este día, 
«huyó de mí la ilusión».

(Febrero, 1882)


En la velada artística dada en León

A beneficio del hospicio de huérfanos.*


I

¡Dicha!... ¡Virtud!... ¡Imposible!
El mundo sólo es miseria;
un abismo incomprensible
do en avalancha terrible
nos arrastra la materia.

   Aquí, entre aplausos, caminan
el miserable, el perverso...;
y en hospitales se hacinan
sabios que oyen que rechinan
los ejes del Universo.

   Y gime el poeta, lleno
de amargura y de ilusión,
mientras mira que con cieno
el hombre apaga sin freno
la luz de su corazón.

   Y en sus cantares profundos,
 y con su voz plañidera,
da tantos ecos fecundos,
como miríadas de mundos
van girando por la esfera.

   Con la frente descubierta,
 los genios por allá van...,
con su esperanza ya muerta,
pidiendo de puerta en puerta
pequeñas migas de pan.

   Y en medio de sus afanes
oyen un rumbo que zumba;
sus cerebros son volcanes...
Miran al cielo: ¡Huracanes!
Miran a la tierra: ¡Tumba!

   La muchedumbre embriagada
con el vapor de la orgía,
va y les da una bofetada:
y se oye una carcajada
y un estertor de agonía.

   Y el genio expira; y festines
se oyen, locos, atronantes;
y de la fiesta, a los fines,
lamiendo están los mastines
el rostro de los gigantes.

   ¡Imposible, sí; imposible!
El mundo sólo es miseria...
Un abismo incomprensible
do en avalancha terrible
nos arrastra la materia.

II

   Así me decía yo,
sombrío, meditabundo,
como uno que no llegó,
pero que sí divisó
las tempestades del mundo.

   Pero ráfaga vehemente
de esperanza y de ilusión
vino a iluminar mi mente,
y escribí este canto ardiente
que dictó mi corazón:

III

   En el inmenso caos, en la profunda niebla,
sonó rauda, vibrante, la voz del Creador.
Era la sombra, sólo era la noche densa;
y refulgente, vívida la luz apareció.

   Rugió el potente océano con encrespadas olas,
llenaron los espacios los ecos del turbión:
miró el Eterno el rápido correr de la alta tromba,
y en el profundo abismo la perla se formó.

   Y ésa es la ley de vida: en la coposa selva,
el trino melancólico del tierno ruiseñor;
y en el zarzal do habita la venenosa larva,
el pétalo aromado de purpurina flor.

   De la montaña altísima sobre la enhiesta cumbre,
corona de diamantes se mira relucir;
peñón inconmovible que azotan los relámpagos,
bajo sus plantas tiene el oro y el zafir.

   Y entre el abismo inmenso de amargas pesadumbres
que dentro el pecho lleva la pobre Humanidad,
en medio del tormento fatal de la miseria,
esparce su divino fulgor la Caridad.

IV

¡Y es verdad!, que en la tormenta
terrible de la desgracia,
ella luce y nos alienta,
y los dolores ahuyenta
con celestial eficacia.

   Sí: la virtud es posible,
el mundo es felicidad,
si calma el pesar terrible
de Dios la mano invisible,
¡la sublime Caridad! 

(13 de abril de 1882, “El ferrocarril”)

*Titulado por otros editores como “La Caridad.”


              Serenata

A la señora Mercedes B. de Zavala

Señora, allá en la tierra del sándalo y la goma,
bajo el hermoso cielo de Arabia la Oriental,
do bullen embriagantes la mirra y el aroma,
y lucen sus colores la perla y el coral;

   allá donde entre velos flotantes de oro y seda,
en el harén fascina la esclava encantadora
mientras amantes quejas en blando son remeda
en manos de rabíes la tierna guzla mora,

     ofrecen los cantores al dar su serenata,
en medio de sus notas etéreas y vibrantes,
del dátil la dulzura, del loto la escarlata,
carbunclos y zafiros, rubíes y diamantes.

   Y brindan de las palmas el quejumbroso ruido,
y flores de granado, y el búcaro gentil,
y todos los acentos y el mágico sonido
que brota de sus cuerdas bandurria de marfil;

   y llevan en sus manos cogollos de palmera,
perfumes de la rosa, y esencias del anís.
fragantes cinamomos, y miel de la morena,
y el humo del incienso y el ámbar y el hachís.

   y halagan los oídos de la feliz sultana
cantando las estancias de kacida armoniosa,
ya brille la sonrisa de plácida mañana,
ya esparza sus reflejos la luna temblorosa.

   Yo quiero darte, Señora,
también hoy mi serenata,
sin tener la guzla mora,
ni la cuerda vibradora
de la bandurria de plata;

   sin traerte los cristales
y diamantes de Golconda,
ni kacidas orientales,
ni purpurinos corales,
ni sedosa y tersa blonda.

   Mas te daré lo que pueda 
en esta tierra tomar: 
quejas de cada arboleda, 
y aromas de la reseda, 
y conchas de nuestro mar.

   Un eco dulce y magnífico,
vago y misterioso cántico
de aqueste suelo prolífico
que está lamiendo el Pacífico,
y está arrullando el Atlántico.

   Con el alma entusiasmada
te brindo en esta ocasión
una corona formada
con magnolias de Granada
y con mosquetas de León.

   Y en una noche como ésta, grata,
bardo sencillo, sin altivez,
vengo, preludio mi serenata
y el arpa mía pongo a tus pies.

   Al eco blando del aura inquieta,
que va y que viene,
que se entretiene
con dulce son,
viene a ofrecerte pobre poeta
las armonías de su canción.

   Que la alborada de la fortuna,
siempre te brinde su sonreír;
que la dulzura
de la ventura,
siempre se escuche cerca de ti,
y que tu vida sea una senda
grata y feliz;
llena de flores,
de panoramas encantadores,
como las selvas del Nindirí.

   Tienes tres perlas en tu diadema,
que de tu dicha son sacro emblema;
y son tan raras divinas perlas,
que un bardo diera notas prolijas
sólo por verlas:
¡tal son tus hijas!

   Sean felices eternamente
bajo las alas de tu infinito,
materno amor.
Ésos, señora, son los deseos
puros e intensos de este cantor.

   Que en cada brisa del limpio lago,
siempre les ría casta ilusión;
que de estas playas al tierno halago,
sientan la dicha del corazón;
y a ti, Señora,
¡que cada pobre te envíe ahora
su bendición!

(Managua, 16 de abril, 1882)


                Al Papa 

Soneto

No vayas al altar, Santo Tirano, 
Que profanas de Dios la eterna roca: 
Aun la sangre caliente roja humea 
En tu estola, en tu caliz, en tu mano;

La sacra luz del pensamiento humano 
Ahora ante tu frente centellea: 
Proclamas tu poder ¡maldito sea!
Pues es tu bendicion augurio insano.

La Basílica cruje en conmociones
Y se enciende la luz de los ciriales; 
Tu cantas los oremus y oraciones 
Y te besan el pié los Cardenales

¡Oh! no ensucies al Cristo entre tu cieno 
No escupáis en el rostro al Nazareno!...

 (León, junio de 1882)
   

 Ingratitud

Allá va –siempre afligido,
aunque aparenta la calma–;
las tempestades de su alma
condensa en hondo gemido.

   Su valiente inspiración
ofrenda a la Humanidad,
en sus cantos, la verdad,
la gloria y la redención.

   Con un libro entre sus manos
con un mundo en su cabeza,
la frente a inclinar empieza
cansada de esfuerzos vanos.

   Por unas joyas Colón
legó su soñada tierra;
para el numen que él encierra
sólo encuentra admiración.

   Busca su planta otro suelo:
aquella atmósfera quiere,
donde el talento no muere
sin espaciarse en su cielo.

   Pero en vano; que, fatal,
el mundo al talento humilla,
ya sea en una bohardilla,
ya sea en un hospital.

   Melancólico y sombrío,
allá va. ¿Sabéis quién es?
Oíd, si lo ignoráis, pues:
El vate Rubén Darío.

(3 de Junio, 1882)


En la Velada Literaria de la Academia La Juventud*

Darío: Ramón, nuestros corazones
Ven de amor distintos lampos...

Mayorga: Si tú el amor de los campos, 
Yo el amor de los salones.

Es cierto que en el retiro 
De alguna selva callada 
Goza el alma enamorada 
En exalar un suspiro;

Pero en medio de la fiesta
Y el compás de alegre danza, 
Se ve abrir la esperanza 
En una noche como ésta.

Darío: Concedo que en el salón
El alma también suspire
Y alli es propicio que delire 
Con locura el corazón;

Mas tú no me negarás
Lo que mi labio asegura: 
El salón, fuego y locura; 
El campo, contento y paz.

Aquí en suma plenitud
El bardo goza y se inquieta, 
Y allá el alma del poeta 
Vive en plácida quietud.

Mayorga: No he de huir de la ciudad. 
Porque también aquí habita 
Aquella diosa bendita 
Que llaman felicidad.

Aquí en fervientes excesos
En la inquietud se hallan calmas, 
Y se confunden las almas 
Con el calor de los besos.

Al fulgor de las bujías, 
Al brillar de los espejos, 
Se ven lucir, a lo lejos, 
Misteriosas simpatías;

Y al acorde de los pianos
Las almas todas se engríen 
Mientras los labios sonríen
Y arrancan notas las manos.

Aquí en dulce devaneo
A la belleza admiramos, 
Y extático contemplamos
A una Julieta, a un Romeo;

Y en vagorosa ansiedad 
Vivimos aquí, sonriendo 
Con la música, el estruendo 
De la ruidosa ciudad.

Darío: Pero el amor resplandece, 
Con un fulgor más sublime, 
Bajo el ramaje que gime 
De un naranjo que florece.

Pasan corriendo las horas 
Apacibles y serenas, 
Cual corren en las arenas 
Las linfas murmuradoras.

Allá los enamorados
Viven en dulce alegría, 
Poblada mi fantasía
Con mil sueños sonrosados.

Están sin penas, ni agravios, 
Entre tímidos sonrojos 
Con la ternura en los ojos 
Y la sonrisa en los labios;

En cada hoja se mueve
Y del viento en cada giro 
Y en cada tenue suspiro 
Del agua ondulante y leve,

Creen oír blando rumor, 
Misterioso, indefinido, 
Que les murmura al oído 
Todo un poema de amor...

Mayorga: ¿Amor?Amor tú verás 
Traducido en cada, nota 
Que el arpa temblando brota 
Con armonioso compás,

Su magia tú sentirás 
Cuando en el baile, Rubén, 
Recline en tu hombro la sien
Una mujer, indecisa,
Mostrándote en su sonrisa 
la poesía del Edén.

¿Amor?... Cuando en confusión 
De luces, ecos y flores, 
Con sus prismas dan colores 
Las arañas del salón;

Cuando la imaginación 
Se confunde y se recrea 
Al ver la gasa que ondea 
Con abandono prendida. 
Al ver la alfombra mullida 
Yel pebetero que humea;

Cuando la música rueda 
En tropel manso y sonoro, 
Que de mil cítaras de oro 
El rítmico son remeda;

Cuando se arrastra la seda 
Crujiente de los vestidos; 
Cuando rostros encendidos 
Y ojos que brillo derraman, 
Los corazones inflaman 
Y enardecen los sentidos;

Y las lámpara redondas, 
Que aprisionan luces bellas, 
Derraman lluvia de estrellas, 
Alumbrando tenues blondas;

Cuando perfumadas ondas 
Llegan la frente a besar, 
Y en el alma a despertar 
Deseos vagos, sin nombre, 
Que tan sólo siente el hombre 
Y no los puede expresar;

Cuando una sonrisa, suma 
De unos labios sonrosados, 
Se esconde tras los calados 
De un abanico de pluma;

Cuando entre encajes de espuma, 
Se envuelven formas de ondina; 
Cuando el alma se ilumina, 
Y encendida, absorta, quieta, 
La inspiración del poeta 
Vuela a una región divina;

Entonces, esos rumores,
Esas sonrisas y espumas, 
Esas complacencias sumas 
Con que sueñan los cantores;

Esos rosados albores,
Ese enjambre seductor 
De luz, aroma y color,
Y ese extraño y dulce anhelo, 
Son los efluvios del cielo 
Que los condensa el amor.

Porque el amor se engalana, 
Arde, se mueve y palpita, 
Donde quiera que se agita 
La congregación humana.

La guitarra castellana,
El son de la guzla mora 
Y la cuerda vibradora
Del dulce Aberle y de Olmedo, 
Traducen en ritmo ledo
De amor la voz seductora.

Cuando allá en la noche obscura 
Con su cítara de plata 
Llega a dar su serenata 
Un trovador sin ventura.

Con inefable ternura
Sus notas al viento deja 
Y al preludio de su queja 
En el balcón donde canta 
Oye una voz que le encanta 
Al través de aquella reja.

Y esa voz, esa expresión 
Ardiente y entrecortada, 
Vaga y trérnula, escapada 
De su femenil corazón,

Viene a aumentar la ilusión 
Con su tierna vaguedad 
Y en la dulce intimidad 
Que se goza en esta cita 
Se ve que también habita 
Tierno amor en la ciudad.

Ese afecto sin igual 
También aquí domicilia, 
Para formar la fanailia 
Y mantenerla moral;

Como en el campo, inmortal
 purifica y regenera, 
Germen de luz hechicera 
De su seno se desprende 
Y con sus llamas enciende 
A la humanidad entera.

De este amor la esencia tiene 
Mucho de grande y fecundo, 
Yel equilibrio del mundo 
Con firerza vital mantiene;

En sus misterios contiene 
Luz, armonía y placer. 
¡Qué irresistible poder! 
¡Cómo embriaga; y enajena 
Y cómo al hombre encadena 
A los pies de la mujer!

Ya ves, que a los corazones 
Que moran en la ciudad, 
Les brinda felicidad 
El amor de los salones;

Vienen bellas ilusiones
En tropel encantador 
A iluminar del dolor
Las tristes noches obscuras, 
¡Pues es ficente de venturas 
infinitas este amor!

Darío: Pues amor del campo, mira:
¿Has oído alguna vez,
Cómo en bosques de ciprés 
tin arroyuelo suspira?

¿Y no has visto cómo gira 
La inconstante mariposa, 
Volando de rosa en rosa, 
Y ciega, sin tino y loca, 
El cáliz apenas toca 
Con el alba temblorosa?

¿Has visto de la arboleda, 
En el follaje tupido, 
De dos tórtolas el nido 
Que acaricia el aura leda?

¿Y no has visto cual remeda 
Tiernos suspiros la fuente, 
Que moja con su corriente 
La verde, mullida grama 
Que de espuma se recama 
Al crepúsculo naciente?

¿Has oído la armonía 
Misteriosa de los montes, 
el trino de los sensontes 
Al despertar claro día?

¿Has mirado la poesía
Del valle de luz escaso, 
Cuando el sol baja al ocaso? 
¿Y has oído al aura pura 
Que parece que murmura 
Églogas de Garcilaso?

¿Has mirado a las abejas 
Libando miel del rosal?
¿Y has escuchado al zorzal, 
Lanzando al aire sus quejas?

¿Has visto flotantes rejas 
Que de juncos y espadañas 
Se tejen entre las cañas 
Entre verdes cardizales 
Y cual suben en espirales 
El humo de las cañadas?

¿Has visto tú la majada 
Cómo en el llano retoza, 
Cómo juega y se alboroza 
Del pastor a la llamada?

¿Y no has visto en la enramada 
Esas gotas diamantinas 
Que en las flores purpurinas 
Están la luz reflejando 
Y las desprenden volando 
Bandadas de golondrinas?

¿Has visto tú en la pradera 
Cómo a mirarla convida 
Una apacible y florida 
Mañana de primavera?

¿Cómo tímida y ligera
La cervatilla inocente 
En el agua de la fuente 
Apaga la abrasadora 
Sed, y corre sin demora 
Hacia el boscaje, impaciente?

¿Has visto en noche serena 
Reflejarse en la laguna 
La blanca luz de la luna 
De melancolía llena?

¿Has mirado a la azucena 
Que se cubre de rocío? 
¿Has oído el munnullo 
Que producen confundidas 
Náyades adormecidas 
Sobre las ondas del río?

¿Y no has mirado lucir
De agreste cerro en la falda, 
Los cambiantes de esmeralda, 
Los cambiantes de zafir?

¿Has escuchado el gemir
De la amorosa torcaz 
Allá en la selva feraz
Donde el silvestre murmullo 
Se confunde con su arrullo 
Como símbolo de paz?

¿Has mirado, al brillo puro
Del Sol, en días de calmas, 
Cómo se estremecen las palmas 
Su retoño verde oscuro 
Con movimiento inseguro?

¿Y has sentido el sin igual 
Soplo de ambiente otoñal 
Cuajado de mil aromas
Al perderse entre las lomas 
Susurros del cocotal?

Pues esos tiernos cantares 
Y murmullos y sonrisas
Y quejas de blandas brisas 
Y susurros de palmares;

De los verdes olivares
Los melódicos rumores
Y esas palabras de amores 
Que dicen en tonos suaves 
Las espumas a las aves 
Y las aves a las flores;

Ese himno que al cielo eleva 
Naturaleza sonriente 
Como un idilio elocuente 
Que dulces cadencias lleva;

Esa magia que renueva
En las almas el ardor,
Y que la inspira el Creador, 
Nos muestra en su eterno bien, 
Que es reflejo del Edén 
De los campos del amor.

Amor del campo, armonía 
De crepúsculos y fuentes...

Mayorga: Amor del salón, lucientes
Fulgores del mediodía.

Darío: Dos rayos que Dios envía 
De su fulgente diadema.

Mayorga: Guíalos fuerza suprema
Y en la mundana penunmbra...

Darío: El uno apacible alumbra 
Y el otro radiante quema.

(15 de septiembre, 1882)

*Este poema fue recitado (y escrito) por Darío y Ramón Mayorga Rivas en San Salvador.


                   Espíritu

A Enrique Guzmán

¡Materialismo!... La moderna ciencia
de su ser lo desprende;
infundiendo pavor a la conciencia,
por doquiera se extiende...

   Se extiende, pero no llevando vida,
que su seno está yerto:
se extiende como la ola corrompida,
que vaga en el Mar Muerto.

   Es torrente de hiel que ahoga y abrasa
a la razón humana;
que entre los sueños de la vida pasa
como una sombra insana.

   Deja el alma un momento su miseria,
vuela a Dios que la atrae;
pero al golpe infernal de la materia,
de los cielos se cae.

   El pensamiento, eterna maravilla
que el alma admira absorta,
es fundido a la llama de una hornilla
dentro de una retorta.

   Sentir y amar, alientos que palpitan
en el pecho convulso,
son dos chispas que chocan y se agitan
al eléctrico impulso.

   ¡Comed! ¡Bebed! El cielo se derrumba,
y tras la losa helada,
más allá de lo obscuro de la tumba,
sólo reina la nada.

   ¿Dios?... Ya cayó de su elevado trono;
ya se hundió su palacio...
Le reemplazan el ázoe y el carbono,
el tiempo y el espacio.

   ¡Horror! ¡Horror! Avanza este torrente:
¡su impulso detened!...
Se ahoga el alma en la atmósfera candente:
¡tiene sed!... ¡tiene sed!

   Contened ese impulso rudo y fiero,
apagad esa hornilla,
o bajad a Jesús de su madero
y escupid su mejilla.

   Contened por favor la fuerza bruta
de ese inmenso torrente,
o a Sócrates quitadle la cicuta
y abofetead su frente.

   ¡Horror! ¡Horror!... El hombre exhala un grito
al ver que Dios se esconde;
y pregunta por Él a lo infinito,
pero éste no responde.

   Dirige al cielo su palabra, frío
y de vigor desnudo:
su palabra se pierde en el vacío,
porque el cielo está mudo.

   Lleno de miedo y de dolor profundo,
al mundo habla un instante;
pero al fijar sus ojos en el mundo
ve la hornilla chispeante.

   Oye el sonido que en agudo tono
da la fragua que chilla,
y al espíritu mira entre el carbono
fundiéndose, en la hornilla.

   ¡Mefistófeles! grita el hombre airado.
¡Mefistófeles cruel!
¡Genio eterno!... ¡Gigante dibujado
por goéthico pincel!

   Mefistófeles cruel: dime, tú ruego, 
¿dónde hallo al Dios que brilla?...
Y ve una roja masa junto al fuego
de la chispeante hornilla.

   Mefistófeles cruel: dime tú, 
¿dónde hallo alma, hallo razón?...
Y la chispeante hornilla le responde
con sorda confusión.

   ¡Horror! ¡Horror! ¡Avanza este torrente!...
¡Su impulso detened!
Se ahoga el alma en su atmósfera candente...
¡Tiene sed!... ¡Tiene sed!

   Allá viene entre nieblas dilatadas
horrenda procesión...
Son momias que se mueven agitadas
en sorda confusión.

   Cantan, al son del mazo que martilla,
la caída de Dios;
y alrededor de la candente hornilla
soplan de dos en dos.

   Mefistófeles: deja tus carbones...
dame agua: tengo sed...
Contempla cómo soplan los tizones
las brujas de Macbeth.

   ¡Tengo sed del espíritu gigante,
Mefistófeles cruel!...
Y contempla la hornilla chispeante
brillar delante de él.

   ¡Corre el hombre!... Por fin el cielo clama
por la segunda vez:
¡se extiende ante su frente hermosa llama!
¡Tiembla el cielo a sus pies!

   ¡Es que Dios no ha caído! ¡Refulgente
se mira en su palacio!
Y es eterno, sublime, omnipotente,
en tiempo y en espacio.

   Mira el hombre la aurora que le halaga
y que en el cielo brilla,
y contempla también cómo se apaga
el fuego de la hornilla.

   Y revestido de celestes galas,
envuelto en luz bendita,
el espíritu vuela con sus alas
por la escala infinita.

   Ya hay vida en las estrellas, en los soles:
ya se mira, extendido
entre nubes y bellos arreboles,
progreso indefinido.

   Ya la vida del hombre no es un mito;
no es fósforo y carbón.
Hay un espacio espléndido, infinito...
¡Hay alma y corazón!

   ¡Ya no se forma en hornos el talento,
ya no es débil cristal!...
¡Ya bulle con ardor el pensamiento!
¡Ya existe el ideal!

   Ya la ley de las almas nos gobierna;
ya se canta victoria...
¡La vida del espíritu es eterna!...
¡Hosanna!... ¡Gloria!... ¡Gloria!...

(Septiembre, 1882)
         

El poeta

El poeta es ave, en verdad:
es ave que canta y gime;
que Dios, es menos sublime,
y más que la humanidad.
Su nido es la inmensidad,
nido que el mal no derrumba.
¡Haced que el poeta sucumba,
destruid su ideal bendito,
que él entrará al infinito
por la puerta de la tumba!

(San Salvador, 15 de octubre, 1882)
Publicado en “Ilustración Centroamericana”


A la señorita Antonia Cañas

I

No te diré que la rosada aurora
Al mostrarse entre perlas en Oriente 
Es menos bella, menos refulgente 
Que tu mirada tierna, encantadora;

Ni que la linfa de cristal, sonora, 
Refleja menos en la clara fuente
El cielo azul, que tu admirable frente 
La pureza de tu alma soñadora;

Ni que eres como un ángel tan hermosa, 
Ni, que es tu voz como el trinar de un ave, 
Ni que es tu talla cual la palma airosa 
Que se mece al soplar alisio suave; 
Porque, di la verdad, Toña graciosa,
Que eres como un querube, ¿quién no lo sabe?

II

Lo que yo te diré, mi amiga pura,
Es que comprendes en tu ser, unidos, 
Como efluvios del cielo desprendidos 
¡La virtud, el talento y la hermosura!...

Mira, el sol de la dicha te fulgura 
Alumbrando tus años más floridos; 
Siempre verás sus rayos encendidos 
Esto mi alma cree y lo asegura.

¿Por qué? Dirás tal vez franca y risueña 
Al oírme cantar como un profeta 
Vaticinando lo que mi alma sueña: 
Ten fe en los ecos de mi lira inquieta 
¿Quieres saber por qué? Hay quién te en, 
¡Pregúntale a tu padre que es poeta!...

III

Son las doce de la noche, 
Brillan las estrellas claras 
Cual brillan las ilusiones 
¡En el fondo de tu alma!

Cuando aparezca en los cielos 
El primer fulgor del alba 
Te enviaré, amiga querida, 
Mis versos en estas páginas.

¡Qué feliz he sido ahora!
¡Qué contenta está mi alma 
Con poderte enviar mis versos 
A las seis de la mañana!

(Santa Tecla, octubre, 1882)

       La poesía castellana

 A mi buen amigo Joaquín Méndez.

I

Fablávase rvda et torpe fabla. 
cuando vevía grand Cid Campeador,
e Ivego cuando le fiçieron trovas,
ben sopieron trovas le far.
A guisa de regocixo ponyanse a trovar
e cantábanl’ a las dueinas con polido cantar.
¡Oh inorado home que fiçiste román vvlgar,
cata que con gran fynura al Cid oviste d› ensalçar:
cata que la tu trova sabrosa ovía de gvstar!

II

   Façía ya assaz clara e assaz letrada prosa
el sabio rey Alphonso, e era bona cosa: 
ca ovo ya artizado e era deleytosa
e ovo de ser admyrado ca foé assaz precyosa.

   Catad de ansy polido vyóse más lo trovado: 
ca ovía de ser mui mucho admyrado,
e tenyase por meior román entonce nado
e el plus dolçísono foé plus alabado.

   Façían dolçe prosa a los prados olyentes
e a los que creyan que eran convenyentes; 
davanl› muchas prosas de las sus myentes; 
que salyan sabrosas e bien corryentes.

III

   Lvego Johan de Mena con graçia non poca
fiço las sus trovas tyernas, querellosas,
fveron estonce ya mui dinas cosas
trovas que cantava la su dolçe boca. 
E canta el variante de la suerte loca 
en fraçes dolyentes, svaves e quexosas,
e fveron estonce ya mui dinas cosas
a las Musas siempre con su canto evoca.

   E plañe en las tumbas de almas precitas 
«con lágrimas tristes e non gradescidas»,
e siempre son gratas sus trovas sentidas 
si canta querellas, si canta sus coítas. 
Canta a Doña Venus e Doñas benditas,
e canta los prados e canta las flores,
e los sin eguales e tiernos dulçores 
que dan las palomas e las avecitas.

IV

   E dulce›e lozana 
e grata e fermosa 
era la sabrosa 
fabla castellana.

   E iva adelantando
e ívase estendiendo
e se ¡va sintiendo
e se ¡va admirando.

   Face Santillana 
que se multiplique;
e más la engalana 
la trova lozana
de Jorge Manrique.

V

   Manrique, con galanura, 
brinda su trova fermosa 
            tan sonora, 
que llena de grand finura, 
es cual la canción graciosa 
que hay agora.

Rebosa de polimento, 
e de armonía sin par
            está llena,
e non es ya aquel acento 
en que solía cantar
            Johan de Mena.

   Gratos sospiros e lloros 
guarda en las sus notas bellas
            en verdat;
sabrosos cantos, sonoros: 
trovas que se mira en ellas
            poridat.

   Levanta el ánimo muerto, 
recrea el ánimo vivo
            la su armonía; 
nos saca de desconcierto, 
ca tiene vigor activo,
            Philosophía.

   E magüer esté polida 
la dulce española fabla,
            caminando
la viéredes tan garrida:
la viéredes cuál se entabla
            adelantando.

VI

   Dulce como la miel de los panales 
que en las ramas del árbol gotas deja, 
cuando la liba zumbadora abeja 
que gira sobre juncos y gramales;

   sonora cual las brisas otoñales 
que el eco vago de sentida queja 
parecen derramar, cuando se aleja 
Véspero entre los verdes robledales;

   como el murmullo de la fuente suave 
que se desliza con rumor escaso, 
y como el dulce cántico del ave:

   así en la Egloga está de Garcilaso, 
llena de majestad, pura y galana, 
la armoniosa Poesía Castellana.

VII

   ¡Y cómo corre grata
si el de León, dulcísimo poeta, 
sus cantares desata 
como líquida veta
que se desliza compasada y quieta!

   Cual sobre la llanura
el arroyuelo plácido y sonoro, 
que muestra sin presura 
de náyades un coro,
cristal sus ninfas, sus arenas oro.

   O cual la mansa onda
que va a lamer la arena de la playa, 
cuando la aurora blonda 
nace en Oriente, gaya, 
y entre rosas y perlas se desmaya.

VIII 

   Y si Herrera pujante
nos hace oír su plectro armonioso, 
que menea vibrante
como el del poderoso 
divino padre Apolo, sonoroso,

   remeda en su cadencia
lo retumbante del fogoso trueno, 
de la mar la inclemencia 
y al de sonancia lleno 
Eolo zumbador, nunca sereno;

   y remeda en su canto
el eco del torrente en la montaña: 
y sublima a Lepanto 
y, cantando esa hazaña,
da su nombre a la Historia, y lustre a España.

IX

   Entre tantos poetas
que entonces se miraron, 
¿quién es aquel que brinda 
las notas de su canto 
con más gracia y donaire 
porque es más agraciado?

  «Fénix de los Ingenios», 
así le apellidaron 
al poeta fecundo 
que a la vida del campo 
alaba en dulces versos, 
y hoy él es alabado.

   ¡Gloria al sublime ingenio 
que nos llena de encanto! 
¡Gloria y prez al insigne 
Lope de Vega Carpio!

     X

   De tantos poetas, 
el cantar magnífico, 
el donaire puro
de sus gratos himnos,
y un ingenio grande 
que hubo aparecido, 
dio por frutos
el Culteranismo.

   De Herrera al hermoso 
cántico divino 
que enciende los pechos 
y agrada al espíritu, 
lleno de pujanza, 
de armonía rico, 
sustituyó entonces
el Culteranismo.

   Y de Garcilaso
al sabroso idilio
que nos huele a flores, 
verbena y tomillo, 
que tierno remeda 
del pájaro el trino, 
sustituyó entonces
el Culteranismo.

   De los Argensolas 
al cantar fluido
que llenaba el ánimo 
con su son tan lindo; 
de tantos poetas 
al trovar magnífico, 
sustituyó entonces 
el Culteranismo.

***

   Góngora, con las ondas de su ingenio, 
antes tranquilo manantial de amores, 
derramó de su mente los fulgores 
de la española musa en el proscenio.

   Mas, ¡ay!, la ruda tempestad del genio 
con sus horrendos rayos vibradores,
de su alma en el vergel, tronchó las flores 
que aromaron su dulce primigenio.

   No de otro modo a la risueña Hecate, 
cada en los aires nubarrón sombrío 
cuando Aquilón sañoso al roble abate,

   la dulce faz enturbia. El murmurío 
del de su numen manantial riente, 
trocose en el rugido del torrente.

XI

   ¿Quién aparece con su voz ahora 
dominando en la hispana poesía?
¿Quién trajo, en el raudal de su armonía 
sátira perspicaz, nota sonora?

   ¿Quién, cuando ríe alegre, triste llora 
y en sus cantos derrama la alegría, 
al par que con su acento arrancaría
 lágrima, de los ojos, quemadora?

   ¿Quién nos ofrece su cantar hermoso? 
¿Quién engalana el Español Parnaso 
y quién ataca al gongorismo nulo?

  Francisco de Quevedo, ese coloso 
que pudiera montar en el Pegaso 
al par de Juvenal y de Tibulo.

XII

   También un lauro merece 
el ingenioso cantor 
que con muy mucho primor 
sus frutos al mundo ofrece; 
su gloria jamás decrece, 
la Historia le será fiel:
hoy admiramos en él
su facundia meritoria,
y siempre grande en la Historia 
será Vicente Espinel.

XIII

   Mas ved: un astro radiante 
sus vivos fulgores lanza, 
iluminando el santuario 
de la Musa Castellana. 
Una águila poderosa 
tiende al Olimpo sus alas: 
en su brillante pupila 
la chispa del genio irradia, 
y llena el espacio inmenso 
con la luz de su mirada.

   Pues ese astro refulgente 
que envía luz a las almas; 
esa águila potrosa 
que los espacios abarca 
y cuya gloria pregonan 
los clarines de la fama, 
es la admiración del Orbe, 
el orgullo de la España 
y el lustre de sus blasones: 
es Calderón de la Barca.

XIV

   Como el sol de la mañana, 
altiva, pura y radiante 
se eleva siempre triunfante 
la Poesía Castellana.
¡Cuánto asciende! Ya en Quintana 
muestra más grande pureza: 
que aquella Musa que empieza 
fazañas del Cid trovando,
con los siglos va aumentando 
su esplendor y su riqueza.

   Siempre adelantando, llega 
a inspirar los corazones, 
hasta las bellas canciones
de Hartzenbusch y de la Vega: 
sus gratos rumores riega 
tendiendo siempre a elevarse, 
y sus fulgores esparce, 
palpita, se mueve y arde, 
en los versos de Velarde, 
en poemas de Núñez de Arce.

   Siempre toma vida nueva: 
si reía con Bretón, 
hoy suspira en la canción
del dulce Antonio de Trueba. 
Al Olimpo nos eleva, 
nos llena de inmenso ardor; 
y derramando fulgor, 
traspasan mares y climas 
de Bécquer las tiernas rimas, 
los cantos de Campoamor.

   ¿Y el Nuevo Mundo? Sí, 
donde hay constancia y deseo 
y saluda al Pirineo 
con su cresta Yllimaní, 
también tenemos aquí 
trinos de la Avellaneda; 
y en cada céfiro rueda, 
cada maravilla brota, 
de Mármol alguna nota, 
algún himno de Arboleda.

   Hoy resuenan por doquier 
melodías de Andrés Bello, 
dando luz con su destello
y enseñando con su ser;
nos sentimos conmover
de Olmedo al Canto a Junín, 
y hoy admiramos, en fin, 
el genio vivo y preclaro 
de los Heredias, los Caro, 
los Palma y los Marroquín.

XV

   Y los siglos que vienen,
y las generaciones,
ojalá que de inmenso ardor se llenen; 
¡y el poeta, en las múltiples canciones 
que en su lira resuenen, 
ensalce y purifique a la lozana 
y armoniosa Poesía Castellana!

(San Salvador, 15 de octubre de 1882)


       Ecos del alma

A mi estimado amigo el señor 
senador don Anselmo H. Rivas.

¡Cuánto gozo, qué placer
sentirá tu corazón,
qué dulce y vaga fruición
se ha de anidar en tu ser,
            hoy que miras,
y al mirarlo tú deliras
con un paternal ardor,
el bello fruto de amor
que venturas infinitas
te brinda, y tranquila calma,
trayendo flores del alma
en sus tiernas manecitas!

   Él es un arcángel puro;
es la luz de tu consuelo
que quitará de tu cielo
todo nubarrón obscuro.
            ¡Ah, qué bellas
son esas blancas estrellas
que alumbran en un momento
de la vida el firmamento!
Ellas, con su lumbre, son
claveles de nieve y grana
que nacen en la mañana,
mañana del corazón.

   Goza, pues, en los excesos
del tierno amor paternal,
de esa dicha celestial
emanada de los besos
            que prolijos
los padres dan a sus hijos.

   No quisiera ni cantar,
por temor de ir a turbar
la dulzura de tu ensueño;
mas deja un eco te mande
que mi entusiasmo es grande
aunque mi acento es pequeño.

   Sigue, pues, siempre gozando
de esos sublimes recreos,
oyendo siempre aleteos
de brisas que van pasando.
            Entre tanto, 
recibe este pobre canto,
emblema de mi amistad
lleno de fe, de verdad;
y en tu vagarosa calma
oye, en alas de los vientos
estos humildes acentos:
mis pobres ecos del alma.

(Granada, 11 de noviembre, 1882)

               Creer

A la señorita Adriana Arbizú.

Del sacerdote el canto funerario,
los acentos del místico salterio,
y las cruces del triste cementerio
y el humo que despide el incensario;

   y la esquila del alto campanario
y la oración envuelta en el misterio,
la quietud del oculto monasterio
y la lámpara que arde ante el santuario;

   todo eso da consuelo, luz y vida:
las esperanzas del creyente escuda,
y levanta a la fe desfallecida,

   con elocuencia que conmueve, muda;
y el bálsamo es del alma que está herida
por el hierro candente de la duda.

(San Salvador, 2 de diciembre, 1882, “El Centroamericano”)

                    Bernal

               A Juan José Bernal

«Bernal ya es Sacerdote. –¡Desgraciado!
 –Bernal ya es Sacerdote. –¡Qué espantoso!
En labrarse su ruina, ¡qué afanoso!
En huir de sus laureles, ¡qué porfiado!

   –Un porvenir y gloria ha despreciado.
 Es un loco, no más: ¡es lastimoso!
¡Cómo corre, miradle, presuroso,
a hondo abismo! ¡Detente, desastrado!»

   Tal grita el mundo en sus delirios vanos,
al mirar de Bernal el santo anhelo.
El sigue, con la fe de los cristianos

   por el camino que conduce al Cielo;
y mientras tanto, Dios baja a sus manos
y le infunde vigor, paz y consuelo.

(San Salvador, 10 de diciembre, 1882)

                     Miel

Ninfa del prado, que a la vega sales
vertiendo aromas y regando flores;
que te meces en juncos tembladores
a la orilla de plácidos raudales;

   que te bañas en líquidos cristales
al son del aire que murmura amores,
respóndeme: ¿has probado los dulzores
de la miel que se guarda en los panales?

   Ninfa del prado: si probaste un día
la miel de los panales regalada,
¿no es verdad que esa miel es ambrosía?

   Pues para el alma ardiente, enamorada,
hay una miel más dulce todavía,
y es el sí de los labios de una amada.

(24 de diciembre, 1882)

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SIN FECHA EXACTA O LUGAR  PRECISO

       Lo que yo te daría

Rima*

                 A Narcisa (Mayorga)

Un cestillo de blancas azucenas
 donde una mano breve
coloque, entre armonías y rumores,
 rocío transparente;

   un rayo misterioso de la luna
 empapado en el éter;
un eco de las arpas que resuenan
 y el corazón conmueven;

   un beso de un querube en tus mejillas,
algo apacible y leve;
y escrita sobre la hoja de albo lirio
una rima de Bécquer.

(León, 1882)

*Según otros autores, esta Rima fue escrita en 
Chile después de 1882.

     La tristeza

A María C. Mayorga.

Me preguntaste, María,
qué es la tristeza, una vez...
               ¡Ay, amiga!
que la doliente armonía
de las auras del ciprés
               te lo diga.

   Pregúntale al arroyuelo
que entre las praderas gime
               con ternura,
y pregúntaselo al vuelo
del aura leve que oprime
               la espesura.

   Que te responda el quejido
de la onda de la laguna
               que se mueve,
y el acento repetido
del ave que al ver la luna
               se conmueve.

   Que te diga el arpa eólica
que entre las ramas se mece
               rumorosa,
la armonía melancólica
que en el aire desparece
               misteriosa.

   Que te lo revele el giro
de los mil velos de brumas,
allá en la noche serena;
que te lo diga el suspiro
que al morir dan las espumas
               en la arena.

   Que te responda el lamento
del poeta desgraciado
              que delira,
al mirar que lleva el viento
el cantar enamorado
              de su lira.

   Pues todo eso, amiga mía,
que esparce melancolía,
               y toda esa 
vaguedad que inspira tanto,
es, con su divino encanto,
               la tristeza.

A mi querido amigo Antonio Tellería                          

En la muerte de su hijo.

Tembló en la flor la gota de rocío
entre cambiantes mil:
la besaron las brisas matinales
del perfumado abril;
y al brillar en Oriente la alborada,
un reflejo de sol
evaporó la gota de rocío,
con su vago calor.

   Creció el infante de las crenchas rubias:
¡el hijo de tu amor!...
Cinco veces miró la primavera,
y al cielo se volvió.
¡Misterio incomprensible de la vida!
¡Aliento del Señor!
Vínculo eterno que une con sus lazos
al niño y a la flor.

             ¿Hasta dónde?

Calma el mar sus embates furibundos,
el vaivén de sus olas alteradas;
mas, ¡ay!, del corazón en los profundos,
incesante, revuelve sus oleadas.

   Tiene su dique en la menuda arena
la enorme mole que en su fango habita...
¡Ay! ¡Nos invade el corazón la pena
que aún en medio del placer se agita!

   En la forzosa lucha por la vida,
¿cómo esquivar la ley del sufrimiento,
si en consorcio fatal va refundida
la sombra con la luz al pensamiento?

   Asido de las ramas del camino,
sangrando el corazón y el alma ansiosa,
sigue el hombre en los brazos del Destino,
ciegos los ojos y la faz llorosa.

   ¿Adónde llega al fin? Nadie lo sabe;
tal es de sombras su futuro incierto;
¡vaga errante en el mundo, como el ave
tras la amarga semilla del desierto!

   Aspira, en lo inmortal de su delirio,
de nuestra gloria humana el bien precario,
y al peso de su cruz sigue el martirio;
que apoteosis del hombre es el Calvario.

              Luz

Silencio, silencio, oíd:
un eco vuela hacia el Norte, 
no es el clarín de Maborte, 
ni la trompeta del Cid.

No es del guerrero adalid, 
es el clamor que en verdad 
hoy nos llena de ansiedad, 
es el triunfo del progreso, 
la voz de la libertad
con sus guerreros bridones, 
con Marengo y Solferino, 
con su espíritu divino 
se atraía corazones
a la voz de sus cañones.

Temblaba hasta el mismo Marte 
y en su grandioso estandarte 
estaba escrito: ¡Victoria!
Mas resplandece la gloria 
de Napoleón Bonaparte.

Con su palabra elocuente 
con la fuerza de su idea 
el loco de Galilea
se atrajo también la gente, 
fue coronada su frente
de espinas, tomó el veneno 
que le destrozara el seno 
enclavado en una cruz. 
¿Pero quién brota más luz, 
Napoleón o el Nazareno?

Ante la humana conciencia 
merecen más galardón 
los tiempos de la razón, 
la victoria de la ciencia.

La guerra en su cruel potencia 
maldice el orbe indignado 
que huyendo del pasado 
olvidamos lo que fue. 
A Diógenes verá al pie 
Alejandro arrodillado.

¡Luz, más luz! Goethe decía 
cuando a otros mundos volaba, 
cuando en las brumas dejaba 
una existencia sombría.

¡Luz, más luz! en este día 
exclama la juventud, 
que vuelve la plenitud 
sublime de la conciencia. 
Luz pide la inteligencia 
y luz canta mi laúd.

Juventud, qué bella estás, 
vestida de regias galas 
y cubierta con las alas
del arcángel de la paz
y en tu halagadora faz 
se ve irradiar la alegría. 
Flor que llena de ambrosía 
alzas al cielo tu broche, 
mira que se va tu noche, 
mira que viene tu día.

Juventud, cuánto me encanta 
hoy que con aliento altivo, 
ceñido de verde olivo 
un himno al progreso canta. 
La vista al cielo levanta 
y ufana tú divinizas 
y con tus tiernas sonrisas 
recibes en justo pago
los murmullos del Gran Lago, 
del Momotombo las brisas.
     

A mi filis

Sé que amas a otro; que olvidaste todos
te los versitos que te hice. ¡Bravo! ¡Bravo!
Esto se llama, pues, dar en el clavo
y divertirse amando de mil modos.

   Que amen de veras los que están beodos
de platonismo fútil; el esclavo
de amadas de novela, y el que al cabo
se pierde de esa senda en los recodos.

   Pero ¿amar tú? No entiendo ese vocablo.
Y si me amabas, dices: muy mal hecho.
¿Me olvidaste? ¡Sublime! ¡Voto al diablo!

   Y no hay que arrepentirse; a lo hecho, pecho.
Mira, no es broma, con franqueza te hablo:
sigue en tu nuevo amor, y... ¡buen provecho!

(San Salvador, 1882)

           Magna Véritas 

A filis

Yo te daría del callado ambiente
el beso perfumado y misterioso;
te daría el enjambre vaporoso
de sueños que se agitan en mi mente;

   los fulgores del alba en el Oriente
del arroyo el suspiro cadencioso,
los rayos del lucero primoroso,
las linfas claras de la mansa fuente.

   Calma, pues, ¡oh mujer!, mi devaneo,
y no seas conmigo tan ingrata;
en ti la luz de mi esperanza veo

   y tu mirar me enciende y me arrebata…
–Señor poeta, vaya usté a paseo;
¡otros hay que me ofrecen mucha plata!

(1882, ¿San Salvador?)


  Buenos y malos

(Doloras)

¡Alto los viajeros!... ¡Presto
la vida o todo el dinero!
Un trabucazo al primero
que haga una amenaza, un gesto.

Inútil es todo afán...
¡Vamos! El dinero, amigos.
Pero, calle, son mendigos.
Son mendigos, van a San...

Idos con vuestros regalos,
pues, señores pordioseros.
Y decían los viajeros:
–¡Qué buenos que son los malos!

Mataron al pobre Juan...
–¡Qué desgracia, Don Simón!
–¿Quién lo mató? –El santurrón
y místico de Beltrán.

–Lástima grande, ¡oh dolor!
Que bien Beltrán se portaba:
confesaba y comulgaba
cada domingo, señor.

Y de sentimiento llenos,
suspiraban y gemían
y uno a otro se decían:
–¡Qué malos que son los buenos!

Lectores: por Dios o a palos
os convenceréis, al menos,
que son muy malos los buenos...,
que son muy buenos los malos...

(1882) 
Según nota en la edición de Aguilar, se debería datar en Chile en 1886.


El anverso y el reverso

I

Pepa es una millonaria;
Paco, un pobre. ¡Vive Dios!
Se quieren mucho los dos:
esto es cosa extraordinaria.
Y Paco se ha puesto flaco
de pensar en ella, y Pepa
de Paco en nada discrepa,
porque piensa siempre en Paco.

«¿Me amas?», le dijo él a ella.
«¡Sí!», le contestó ella a él;
y es tan amante el doncel
como ardiente la doncella.

La chica es espiritual,
y aunque es demasiado rica,
Paco ve en la hermosa
chica la forma de su ideal.

Y aunque el muchacho no es rico,
y aunque ella muy bien lo sepa,
se encuentra la linda Pepa
enamorada del chico.

Y se hablaron una vez
en el paseo, en el teatro;
una, dos y tres y cuatro,
cinco, seis y siete y diez.

Y de hablarse tanto, hicieron
un enlace tan perfecto
que hubo de boda un proyecto
y la boda dispusieron.

Por poco al cielo se trepa
de cólera, en sí no cupo,
cuando tal proyecto supo,
el viejo padre de Pepa.
«¿Yo –dijo– darle mi hija
a ese muchacho sin freno,
que tiene el cerebro lleno
y vacía la valija?»

«¡Yo –dijo hablando con rabia–
no la dejaré casar!»
Y Pepa se fue a llorar
y Paco se quedó en Babia.

Pero como el ser constante
da consiguimiento fijo,
el pobre joven se dijo:
«¡Prosigamos adelante!»

Y aunque el viejo aquel se emperre,
su cólera nada vale:
él sigue dale que dale
y ella sigue erre que erre.

Y a las doce de la noche,
él osado, ella indiscreta,
ambos tomaron soleta
bien montados en un coche,

Y se fueron de rondón
donde el cura del lugar,
y el cura, sin vacilar,
les echó la bendición.

Lo sabe el viejo, y se arde
en cólera, un tigre hecho;
pero, en fin, a lo hecho, pecho;
y sobre todo, ¡era tarde!

Los chicos en dulce unión
y gracias a un buen consejo,
se llegaron donde el viejo
y le pidieron perdón.

El viejo, ¡sea por Dios!,
al mirarlos frente a frente,
se echó a llorar de repente
y los abrazó a los dos.

Y les ofreció un banquete
con todo su corazón,
y a ella le mostró el salón
y a él le señaló el bufete.

Ya está, pues. Están los chicos
juntos, solos, en su casa;
con opulencia sin tasa,
grandes, dichosos y ricos.

¡A cambiar decoración
 en la comedia del mundo!
Vamos al acto segundo.
Ahora, abajo el telón.

2

Ha pasado un año apenas.
¿Y viven mal? Ipso facto.
Oídles del segundo acto
en las primeras escenas:

–«Me extraña mucho que usté
quiera entrometerse en esto.
Y no me haga usté ese gesto
de orgullo, yo sé por qué».

–«¿Qué dices, mujer ingrata?»
–«¡Que no me manda usté a mí!»
–«¡Yo soy su marido!»
–«Sí,

para gozar de mi plata…

Aquí quien manda soy yo;
no tiene usté un centavo
¡Si quiere echarla de bravo,
Váyase usted a la calle!»
«¡Oh!

¡Mujer falsa!...»
«Caballero…»
–«Oye, ¡yo soy quien te manda!»
–«¿Me mandará quien sólo anda
derrochando mi dinero?»

–«¡Yo soy quien te manda!»
–«¿Sí?»
La mujer llama a los criados
y les dice a los llamados:
«Saquen a ese hombre de aquí.»

Paco va, toma un retaco
y se hace saltar los sesos.
Pepa sigue con sus pesos
y muy pronto olvida a Paco.

3

Moraleja: no os echéis
de riqueza en un abismo,
porque os pasará lo mismo
como tres y tres son seis.

II

El Reverso

1

Pascual, que no tiene un real,
hace su mujer a Juana;
se casan de buena gana
por formar un hospital.

Para hacer el casamiento
Pascual consigue un dinero
que se lo dio un usurero
al veinticinco por ciento.

Hizo sus gastos el pobre,
y a dos meses de casado
Pascual había quedado
sin un ochavo de cobre;

ítem, sin colocación;
ítem, con mil acreedores;
ítem, entre los horrores
de una triste situación.

La muchacha, era lo cierto
que ni padre conocía;
así, ninguno tenía
siquiera dónde caer muerto.

Y para más confusión,
yendo la desgracia en creces,
cumplidos los nueve meses
les nace un muchacho hartón.

Su mujer pide a Pascual
gustos y gustos, ¡canastos!
Los gustos exigen gastos:
esto es cosa natural.

2

Pascual camina en derrota,
empeñando sus trebejos;
con unos zapatos viejos,
con una levita rota.

Se ha quedado sin sombrero,
sin comer, sin almorzar,
para poder arreglar
la cuenta del usurero.

Y un día que salió a ver
si vendía una cachucha,
cuando volvió a su casucha
se encontró sin su mujer,

y un vecino le contó
que la madama, muy luego,
tomó las de Villadiego
y el diablo se la llevó.

El diablo en forma de un tal
bien vestido y con patillas,
con onzas muy amarillas,
gastador y liberal.

Y el pobre Pascual, muy quedo,
sacó un pan que le traía:
con eso almorzó aquel día,
y después se chupó el dedo.

Luego, caminando en pos
de ella, se fue del lugar,
y a estas horas debe andar
por esos mundos de Dios.

3

Consejo: no busquéis caja
ni tampoco busquéis pobre;
que no falte, que no sobre;
sin aumento, sin rebaja;
ni muy alta ni muy baja;
ni tan llena de valor
que a vos sea superior,
ni tan ruin que la humilléis:
que así justas gozaréis
las delicias del amor.

(Agosto, 1882)
Según Don Edelberto Torrez, escrito en álbum del poeta guatemalteco Aceña Durán y aparece datado en 1890.
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ÁLBUMES, BRINDIS Y HOMENAJES

           El jachado

Quien al Alcalde Bahamonde 
Sin motivo fusiló,
Y otro día preguntó
¿Dónde está el Alcalde, dónde? 
En la tumba le responde 
Ahí lo mandaste tú
Digno hijo de Belcebú 
Aborto de los infiernos 
Que sin mirarte los cuernos 
Causas miedo e inquietud.

(El Salvador, ¿1882-1883?)


A la Srta. Mercedes Zavala

Debe ser buena, yo me decía,
la que en sí guarda tanta poesía;
debe ser bella, pensaba luego,
la que se expresa con tanto fuego;
y te soñaba mi mente ansiosa
ángel, poeta, mujer y diosa.

(22 de Abril de 1882)

En el álbum de Adriana

Vio tu alma grande y creadora
y tu gracia encantadora
el poeta, dulce hermana,
y cantó Gavidia a Adriana,
esto es, el mirlo a la aurora.

   Bien te canta ese cantor;
no lo debiera decir:
tu, genio, gracia y candor;
y él, fantasía y ardor
y lumbre del porvenir.

   Y yo, ensueños, vaguedad,
tristeza amarga, ilusión;
yo, que canto a la verdad
y llevo una inmensidad
de pena en el corazón;

   yo, que por amor deliro,
que cruzo un triste sendero,
con entusiasmo los miro,
como a genios los admiro
y como a hermanos los quiero.

II

   En medio de las brumas de la vida,
¡cuán dulce es la palabra desprendida
de los labios benditos de una hermana!
Yo, que en el alma hondo vacío siento,
busco quien me haga oír tan dulce acento.
          ¿Quieres tú serlo, Adriana?

(San Salvador, noviembre de 1882)

En las de Ramírez Goyena

Entre tanto la armonía
confunde entre sus encantos
delirios, flores, quebrantos,
tristeza, rabia, alegría,
y celos, risas y llantos...,

  del bien y la dicha en pos
id, pues, benditos de Dios,
que es muy corta la jornada,
¡y no hay cadena pesada!
cuando se lleva entre dos!

(17 de abril, 1882)

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PRENSA NICARAGÜENSE

EL TERMÓMETRO

Es el ariete liberal, que empuja
al pueblo por la senda de su bien;
que proclama principios progresistas
confiando de su causa en el poder.
Es un ojo que mira entre las nieblas
de la lucha tremenda, y que una vez
la aurora sonrosada de un gran día,
verá por nuestro Oriente aparecer.


EL CENTROAMERICANO

Es el cartujo con capuza alzada
que combate el derecho y la razón;
que canta oremus y que tiene el fondo
casi, casi... de librepensador.
Es Don Anselmo predicando al pueblo
los misterios, con firme entonación;
es la mesa del mago espiritista,
que con su voz nos llena de pavor.


EL REPUBLICANO

Es un pedazo de sotana vieja,
que huele a incienso, pero está podrido.
¡Párate, pluma! Deja, deja, deja;
no toques a un follón y mal querido.


EL ZURRIAGO

Hay rumores de que ha muerto
este que zurraba bien.
Si este rumor fuere cierto,
entonces, cadáver yerto,
requiescat in pace, Amén.


EL VERDADERO ESTANDARTE

EL verdadero Estandarte
sabe Nebrija y el Arte
desde el principio hasta el fin.
Lo juro por Durandarte,
que ha de ganar mucha parte
con sus frases en latín.


EL ATENEO

NO es el periódico aquel,
           Él.
Es de inconsecuencia reo,
           Ateneo.
Y hoy el escritor profiere:
           «Se muere.»

   Cantémosle el Miserere
con voz estentórea y alta;
que de los socios por falta
El Ateneo se muere.


EL PORVENIR DE NICARAGUA

¡helo, valiente campeón
del cardenista partido,
más viejo que Salomón!
Con tal fuerza de razón,
jamás quedará vencido.


EL FERRO-CARRIL

Bien arreglado, bien impreso, bueno,
maldice a Tamerlán, canta a Bolívar;
al que está bien con él, le brinda almíbar;
al que está mal con él, le da veneno.
   Siempre sale pulido, siempre ameno;
a Guardia ofreció amargo, rudo acíbar;
flores da a Barrios, flores a Zaldívar,
hurras al genio, y al tirano cieno.

   He aquí El Ferro-Carril, con redactores
que le honran, con Hernández y Somoza.
Merece de nosotros mil loores,

   ya que no le brindamos otra cosa;
y sobre todo, que es bastante módico
para ser, como es, un buen periódico.

EL CARDENISTA

Bien bonito,
bien aseado,
bien escrito,
bien peinado.

   ¡Dios asista
al hermoso
y estudioso
Cardenista!


LA VERDAD

Para hablar en su favor,
si para ella esto no es mengua,
quisiera tener la lengua
de «el Pobrecito Hablador».
¡Se viste con tal primor!
Parece una dilectanti;
nunca se ha hallado infraganti
en ninguna mala causa:
ella es buena, tiene pausa;
justa, santa, y ...tuti cuanti.


LA UNIÓN NACIONAL

La Unión Nacional, buen título;
pues ¿no es El Cable un perverso?
No debía hacer un verso,
debía hacer un capítulo

   para hablar de una tal
que en llamarme así ha pensado.
¡Que viva ese héroe esforzado
del partido liberal!

LA TRIBUNA

¡PUF, qué hedor, santo Varuna!
¡Por los jesuitas, qué hedor!
–No seas tan importuna.
¿No ves que el repartidor
pasó allí con La Tribuna?


EL CABLE

No es que quiera alabarme: en la refriega.
resuena con vigor el nombre mío...
«y el mundo, en tanto, sin cesar navega
por el piélago inmenso del vacío».

   No es que quiera alabarme: mil periódicos
de diversos tamaños nacerán...
Sus nombres por los ámbitos del mundo,
                   tal vez resonarán;

   mas revistas así, cual las de El Cable,
que hoy se concretan todos a admirar;
revistas cual la que hoy miráis, lectores,
                   ¡ésas..., no se verán!

   ¡Seguirá dándose sierra
contra esa gente importuna
que proclama a Cuadra y Guerra!...
¡Y El Cable, duro, se aferra
con la frente allá en la luna,
y por pedestal la tierra!

   «Y si acaso dijéredes que miento,
como me lo contaron te lo cuento.»

(1882)

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INSTANTÁNEAS

Al aire de la charla

Doctor Cruz: ni tus ni mus;
deje que esos malhadados
envidien, desesperados,
las glorias que tiene Cruz.

(1882)

Yo no sé lo que pasó…

Yo no sé lo que pasó;
yo sentí que me llamaban, 
la cabeza volví hacia atrás, 
y un golpe sentí en la cara.

(Managua ¿1882?)
Rebruniquecherait Nabuchodonossor. Fueron los primeros versos de imitación del verso alejandrino francés en versos castellano.

A Alimón 

–Rubén: Román, nuestros corazones 
ven de amor distintos campos. 

–Román: Sí, tú el amor de los campos, 
Yo el amor de los salones.

Sí es cierto que en el retiro 
de alguna selva callada 
goza el alma enamorada
en exhalar un suspiro; 

pero en medio de la fiesta
y al compás de alegre danza 
se ve brillar la esperanza 
en una noche como esta.

******************************************

1883

Julio 24 - Lectura de la oda “Al Libertador Bolívar”, en la velada celebrada en San Salvador en el primer centenario del héroe. También fue cantado el himno “A Bolívar”, letra de Darío y música del maestro Juan Aberle.
Septiembre 16 - El Mercado, periódico de Managua, informa la muerte del poeta. Enfermó de viruelas.
Octubre 9 - La República desmiente la noticia.
Noviembre? - Se traslada a Granada como empleado de comercio de don Ricardo Vargas.
Diciembre 19 - Oda a la “Unión Centroamericana”, “Al General Justo Rufino Barrios”. Tip. J. L. Hernández, León. Esta oda la reprodujo el Diario de Centro América de Guatemala el 4 de enero de 1884.
         

        A.S.A.

Ya vi tus encantadoras 
trovas, con ellas me encantas 
vi tus estrofas sonoras; 
y en ellas vi como lloras 
y en ellas vi como cantas.

Ellas dejan entrever
como hermoso primigenio, 
lo que tú deberás ser; 
lo que eres, en la primer 
bella alborada del genio.

El poeta!... cómo va 
creciendo, con brillantez 
el fuego que infunde ya; 
y se ve lo que será
tras el prisma de lo que es!

Venir, y delicias dar;
y tocar del bien la meta, 
y soñar, gemir, cantar, 
y sentir querer y amar...
ah ¡qué dicha es ser poeta!...

Y llevar hondo dolor
o felicidad suprema, 
y sentir fuego y calor 
sentir un beso de amor,
que hiela o que raudo quema!

Y vivir con la natura
y cantar sus bellos dones, 
sentir quietud y locura... 
y encontrar un alma pura 
y unir los dos corazones!...

Y entre ternuras y anhelo
hallar luz que el pecho inflame, 
hallar en la tierra un cielo 
que de refugio y consuelo,
y un corazón que mucho ame!...

¡Ah! ¡dichoso el que es poeta! 
que si el dolor no respeta 
del bardo el divino imperio, 
él toca del bien la meta, 
Tú eres poeta, Silverio.

(San Salvador, 11 de febrero, 1883)


Ante la estatua de Morazán

Allá en la hermosa tierra del Oriente,
cuando Febo sus rayos encendía,
la estatua de Memnón frases decía
en un lenguaje incomprensible, ingente.

   Cuando de Unión el Sol resplandeciente
en su orto anuncie el venturoso día
que al Centro de la América sonría
y llene de entusiasmo un Continente,

   y cuando el grito por doquier se extienda
que dé la buena nueva a todo el mundo
y en cada pecho el patriotismo encienda

   con ardiente fervor puro y profundo;
¡un himno cantará de gloria, entonce,
lleno de vida, el insensible bronce!

(San Salvador, 15 de marzo, 1883, La Linterna No. 120)


Introducción a «La Aurora» de Joaquín Méndez

Musa mía, musa mía,
¿no oyes un eco armonioso,
ritmo suave y cadencioso
de ternura y armonía?

   ¿No miras arrebolados
reflejos de nieve y grana,
como los de la mañana
crepúsculos sonrosados?

   ¿Ves en cada tierna flor
del alba pura el aliento?
¿Oyes entre el vago viento
cantares de ruiseñor?...

   ¿Quieres saber lo que miro?
¿Quieres saber lo que escucho?
Pues dos que se quieren mucho
lanzan al aire un suspiro.

   Veo luz vaga y naciente,
que en mil giros se deshace;
veo una aurora que nace,
entre perlas, en Oriente;

   color rosado en las nubes,
que se mecen con donaire;
ruidos de alas en el aire,
como que vuelan querubes;

   en redes de flores, presos,
gorriones y mariposas,
y los lirios y las rosas
como si se dieran besos;

   estremecimientos vagos
en las hojas y en las brisas;
por todas partes sonrisas,
aquí un eco, allí un halago;

   el césped, de olor cubierto,
junto al riachuelo sonoro,
y un ave con pluma de oro
sobre un capullo entreabierto;

   una bella que camina
junto a un joven trovador;
él le habla cosas de amor,
y ella la cabeza inclina;

   y mientras el aire deslíe
un beso tenue y liviano,
él la toma de la mano,
y ella le mira y sonríe.

   Junto a los arroyos tersos
se paran por un instante;
ella le escucha anhelante,
y él le recita sus versos:

   trova sencilla, sonora,
que el amor dulce conmueve...
¿Cómo llamársele debe?
Llamársele debe «aurora».

   Y ella, el dulce bien amado
que «auroras» oye a la aurora,
va garrida, encantadora,
con un vestido rosado.

   Y el cantor, musa, el cantor,
¿qué le murmura al oído?
Que casta y pura ha nacido
ya la aurora de su amor.

   El aire sigue meciendo
con sus delicadas olas
las perfumadas corolas
que tiernas se van abriendo;

   sigue gimiendo la fuente
con sus rumores suaves,
siguen cantando las aves,
sigue ondulando el torrente;

   la brisa, siempre sonora;
la rosa, siempre aromada...;
y ella oyendo extasiada...,
y él recitando «La Aurora».

(San Salvador, 1883)

Fue publicado en El Ferrocarril, el 31/3/84 

Alegoría

Al señor doctor don Rafael Zaldivar.

En el océano férvido
boga débil barquilla,
partiendo la ola indómita
con su afilada quilla,
y se oye luego rápida
la voz del huracán;
el cielo entoldan, lúgubres,
obscurecidas nieblas,
y tienden, agitándolas,
sus alas de tinieblas
que en el espacio lóbrego
flotando raudas van.

   Allí el piloto guíala
con su pericia y tino,
y va la barca plácida
como el alción marino
que cruza entre los céfiros
por la extensión del mar...
Y los que van mirándola
cómo las aguas hiende,
con luz radiante y vívida
su corazón se enciende;
no guardan en su espíritu
temor de zozobrar.

  Mas el que airoso llévala
por las olas sonantes,
quiere soltar el áncora
y las velas vibrantes,
y ver al bajel solo,
dejando su timón.
¡Guay! si el piloto déjalo;
que presto en las espumas,
al empuje del ábrego
que va rasgando brumas,
irá el bajel hundiéndose
en honda confusión.

   ¡Piloto!, oye las súplicas
de los que van en ella;
no la abandones, guíala...
Tú conoces la estrella
que al nauta enseña, lúcida,
lugar de salvación;
no, no botes el áncora,
mira que va a perderse,
ya las olas agítanse
y van a enfurecerse:
¡la barca es preciosísima
cuando es una nación!

   Estás en el océano,
piloto, con tu barca;
el horizonte espléndido
tu vista ahora abarca...
Prosigue tú, impertérrito
midiendo la extensión;
que si el furor del ábrego
no rompe el mastelero,
guía la barca plácida
el hábil marinero,
que soplan halagándole
auras de bendición.

(San Salvador, 22 de junio, 1883)


Himno al libertador Simón Bolívar*

¡Gloria al genio! a la faz de la tierra 
de su idea corramos en pos,
que en su brazo hay ardores de guerra 
y en su frente vislumbres de Dios.

¡Epopeya! no pinta la estrofa
del gran héroe la espléndida talla 
que en su airoso corcel de batalla 
es su escudo firmeza y verdad.

Y subiendo a la cima del Ande 
asomado al fulgor infinito, 
coronado de luz lanza un grito 
que resuena doquier ¡LIBERTAD!
(24 de Julio, 1883)

* Fue musicalizado por el maestro italiano residente en El Salvador don Juan Aberle.

El cantar de los cantares

Aroma puro y ámbar delicado,
miel sabrosa que liban las abejas,
lo blanco del vellón de las ovejas,
lo fresco de las flores del granado;

   el pétalo del lirio perfumado;
ojos llenos de ardor, bocas bermejas,
besos de fuego, enamoradas quejas,
caricias de la amada y del amado;

   fruición de gozo, manantial de vida,
reflejos de divinos luminares,
pasión intensa en lo interior nacida;

   el himno celestial de los hogares...
Con eso sueña el alma entristecida,
al rumor del Cantar de los Cantares.

(Santa Tecla, El Salvador, septiembre, 1883)


A Refugio

Las que se llaman Fidelias
deben tener mucha fe;
tú, que te llamas Refugio,
¡Refugio, refúgia-me!

(San Salvador, 1883)


           La virtud

Recitada por la niña Refugio Pino, 
en la quinta velada literaria de la 
Academia «La Juventud», de León,
de Nicaragua, en el año 1883.

I

Si en el fondo de la mar,
que ansia infinita da el verla
si entre su raudo agitar,
a Dios plugo colocar
entre su concha la perla;

   si entre el manto de la nube,
entre ruido, choque y riego,
puso refulgente, luego,
el relámpago que sube
como culebra de fuego;

   en la inmensa obscuridad
de la humana esclavitud,
Dios, que es la suma verdad,
derramó la claridad
divina de la virtud.

   ¡Virtud!: raudal de dulzores,
foco de tranquila calma,
de celestes resplandores,
que dan perfume a las flores
tiernas y puras del alma.

   ¡Virtud!: sublime consuelo,
que dicha perenne anida,
y que en su rápido vuelo
trae caricias del cielo
a los antros de la vida.

   ¿Queréis verla, como el día,
derramando viva luz?...
Rayos de melancolía
la circundan: es María,
que llora al pie de la cruz.

   Vedla aquí, con pobre traje,
rindiendo a Dios homenaje,
socorriendo a la orfandad...
¡Está vistiendo el ropaje
de Hermana de Caridad!

   Y miradla allí, halagüeña,
pura cual las tiernas flores;
¡su alma sin mancilla enseña
y es casta virgen que sueña
con santos, dulces amores!...

II

¡Virtud!: santidad sublime,
que enseña, alienta y redime,
con su voz halagadora,
y enjuga el llanto al que llora
y da consuelo al que gime.

   ¡Virtud!: infinita llama
que el pecho del hombre inflama
y da anhelo, aliento y fe...;
que quien guarda virtud, ama;
que quien guarda virtud, cree.
Virtud es de Dios aliento;
virtud es alta merced,
sacro y puro sentimiento:
dar de comer al hambriento;
dar agua al que tiene sed.

   ¡Virtud!: ideal, progreso,
eco de celeste voz;
reflejo que quedó impreso
del primer ardiente beso
que dio al espíritu Dios...

   ¡Bendito y eterno don,
que abriga tan gran verdad,
que tiene, en su perfección,
su espacio en la Humanidad,
su nido en el corazón!...

   Es mariposa que el vuelo
suele siempre detener,
y, para santo consuelo,
orna con luces del cielo
la frente de la mujer.

    Mariposa, mariposa:
¡nunca me niegues tus alas;
que para mi alma amorosa
no hay gala tan valiosa
como el efluvio que exhalas!

(León, 1883)

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SIN FECHA EXACTA O LUGAR PRECISO

Salúdote lago…

Salúdote lago, manantial de fecundidad 
Hermosa charca de la mar serena 
Vengo a cantar sobre tu fresca arena
Mi amor, tu hermosura y tu inmensidad.

(Nicaragua, ¿1883?)


               Tríptico

I

Sé que te envidia el alba, tierna niña
y no lo dudes, porque vierta flores
y entre galas de vívidos colores
veste de rosas a sus formas ciña.

   Que hay en tu boca mieles de una viña
que quisiera libar soñando amores;
que hay en tus labios todos los dulzores
del ambarino néctar de la piña.

   Y si es verdad que es dulce en la mañana
el beso que en la gota del rocío
manda el alba a la flor fresca y lozana,

  en misterioso y regalado envío;
es tu boca más dulce, ¡mi sultana!
Más dulces son tus besos, ¡amor mío!

II

   Una noche en que el aire se derrama
susurrando tranquilo en la maleza,
un niño juguetón, que a andar empieza,
viendo la luna que su luz derrama;

   un pájaro que canta en una rama;
yo, viendo de tus ojos la pureza,
reclinada en tu seno mi cabeza;
y tú, sentada sobre fresca grama.

  Yo, recordando los pasados días,
nuestros semblantes dulces, halagüeños;
tú a veces recitando poesías...

   Viendo al niño los dos, siempre risueños.
¡Ah, qué sueños de castas alegrías!
¡Ah, divina ilusión..., divinos sueños!

III

   Anoche tuve un sueño, prenda mía,
en que te vi a través de mi deseo,
como siempre con ansia yo te veo
en el fondo del alma cada día.

   A través de una gasa te veía,
que el ambiente movía en su aleteo;
sobre tu frente flores blancas creo
que en mi delirio ardiente percibía,

   y presto un rayo de la luz del cielo
iluminó tu frente inmaculada;
me miré junto a ti..., vi con anhelo

   tu sonrisa de luz de la alborada,
y lloré de placer... ¡Tenías velo
y corona de virgen desposada!


La niña de ojos azules

La niña de mis amores 
es una cándida niña, 
con unos ojos azules
como las aguas marinas.

I

Azules son como el loto
sus ojos do el amor brilla,
estremeciendo del alma
las más recónditas fibras.

   Sedoso el rubio cabello
por su espalda se desliza,
formando caireles de oro
que en bucles se arremolinan.

   Tiende los brazos ebúrneos
tiende los brazos de ninfa,
enseñando los contornos
de las estatuas antiguas.

   Su voz melodiosa y clara
estalla en alegres risas,
con ese ruido que forman
cuando se quiebran las linfas.

   Su cuerpo en la muelle danza
en grato vaivén se inclina,
como azucena en el tallo,
columpiada por las brisas.

   Besa su frente si pasa
gárrula el aura lasciva;
frente que las gracias dejan
de blancos lirios guarnida.

   Si entreabre la boca fresca,
finge rosa purpurina
que muestra el sol que amanece
la corola humedecida.

   Por mi bella el alba hermosa
se está muriendo de envidia;
y así lo hiciera Diana,
y así la diosa Ciprina.

   Es mi anhelo, es mi ventura,
es la ilusión de mi vida;
¿qué mucho, pues, que yo piense
qué mucho, pues, que yo diga:

   la niña de mis amores
es una cándida niña,
con unos ojos azules
como las aguas marinas?

II

   Pudorosa como un ángel;
delicada, sensitiva,
la virtud, con sus fulgores,
en su casto seno anida.

   ¡Virgen bella! Tus enojos
con penas hondas castigan,
y la luz de tus miradas
cariñosas, ilumina.

   ¡Virgen bella! Tus encantos
despiertan pasiones íntimas;
y por ti adulando suena
el grato son de las liras.

  Tienes el alma tan pura
que Dios en ella se mira,
soplo de esencia inmortal,
ardor de llama infinita.

   Y al contemplar tu hermosura,
doncella casta y garrida,
¿qué mucho, pues, que yo cante,
qué mucho, pues, que yo diga:

   la niña de mis amores
es una cándida niña,
con unos ojos azules
como las aguas marinas?

III

   Cuando la hablé de mi amor
inclinó la frente tímida;
y como perlas, dos lágrimas
rodaron por sus mejillas.

   ¡Fue en el campo! Ruborosa
estaba, ¡pobre María!,
y fue su primer amor
aquel que sintió la niña.

   Después, en alegre noche,
la vi graciosa y festiva;
y dila un botón de rosa,
y ella me dio una sonrisa.

   ¡María!, rubia madona,
la de las frescas mejillas,
la de los caireles de oro
que en bucles se arremolinan;

   ¡María!, en mi mente vives
y al pensar que eres mi dicha
siempre repito gozoso
al vago son de la lira:

   la niña de mis amores
es una cándida niña,
con unos ojos azules
como las aguas marinas.

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SIGUIENTE: Poesía dispersa de Rubén Darío (1884 - 1886)

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