EL RANCHO amaneció con frío. El rancho era de paja y por sus lagrimales
le goteaba la tristeza. Un viento helado golpeaba sus costados.
El rancho tenía profundas heridas en su vientre por donde le entraba el
"airal".
La Lupe molía y molía sin reposo, en una piedrá larga, larga como una
lengua de vaca. El cerdo lambeteaba en el suelo las migas y, de vez en cuando,
de la boca de la Lupe salía un cansado: Koché... Koché... y el animal,
indiferente, pasaba restregándole las piernas.
La Lupe estaba cansada, sudaba como un bestia en subida, como un llano
caliente —como sudar calentura; sus ojos hundidos, sus pómulos lucios,
puntiagudos, su boca inflamada, sus manos hinchadas.
Las tortillas eran grandes: "diacomal" y salían del fuego
tostaditas y temblorosas, echando humo, y la Lupe se mojaba las manos para
sacarlas.
Ña Paula arreglaba el tapesco y entre las cañas que rodeaban el rancho
hacía embarros "pa'evitarqui'el aire sople al chigüín". La Lupe
sudaba y oía voces de estímulo:
"Apuráte niña, páquel cuartillo quedo molido, ya la cama talista.
¿Tiacordas del aceite? ¿dónde metiste la criolina? i Pa que viás! te lo decía
tu mama: quése jodido sólo tiba poner la queresa y si bescupir pa el llano. i Y
vos babosa que no le creyiste pa agora estar en aprietos!".
La Lupe seguía palmeando las tortillas, pero ya el palmoteo era más
lento, muy lento, más cansado... Un chocoyo verde de anemia comíase la masa al
descuido y a la orilla del crique, una ardilla chillaba entre las ramas prietas
del níspero.
La Condesa con sus seis crías, rascábase las pulgas.
La Lupe inspiró hondo, muy hondo, y sintió que algo se le desprendía de
las entrañas. Echó la última tortilla en el comal, se agarró con las manos la
barriga y habló como pudo: "Yo ya creo, madrinita, me siento mojada".
Y se echó en el tapesco.
El aire en el patio era más fuerte, levantaba como plumas las pajitas
del rancho y se las llevaba lejos. La lluvia seguía cernida como pa mojar ropa
almidonada.
Ña Paula agarró a la Lupe por la cabeza, la alargó, le encogió las
canillas y le dijo: "A la cuenta de tré, pujó..."
La Lupe pujó y pujó... pero nada. La madrina principió a inquietarse
pero no se achicó: Se embadurnó las manos de los "tres aceites" y
comenzó.a cobijarla y a aconsejarle:
"Te lo dije, muchacha vieja. Al gran jodido quisiera verlo agora,
pa que sepa lo ques pujar un hijo. Y vos Lupe ¿quedás convidada pa' otro?"
La Lupe meneó negativamente la cabeza. Na Paula prosiguió dando sus consejos:
"Sí, agora decí que nó, pero tantito se te olvide iya verás!; pero ya
sabé, aquí en mi rancho ni te aparezcás, buscá pa el monte y que te coman los
coyotes".
El rancho ya olía a tortilla quemada. Ña Paula dejó el sobijo y fue a
darle vuelta a la tortilla. Casi no llega al comal.
La Lupe volvió a pujar, y a pujar y a pujar, pero nada...
La madrina no se apichingó, brincó sobre la barriga de la Lupe y le
dijo: Agora sí...
La Lupe sudaba, como una bestia en subida, como un llano caliente ¡como
sudar calentural. Por fin, dio el último pujido y... un grito nuevo en el
rancho hizo espantar al chocoyo anémico de plumas y a la Condesa con sus seis
crías que se rascaba las pulgas.
En el rancho se sintió nuevamente olor a tortilla quemada.
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CUENTO 8: LA JUANA SANCHEZ
Que ocurre en el cuento
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