Cuentos de retazos de amor y de tiempo


“La marimba pone huevos en los astros,
¡Para un huevo que ponés tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos pués!
(Miguel Ángel Asturias, Guatemala)

PRESENTACIÓN

Estas líneas y la portada, son lo único diferente de la primera edición de Cuentos de retazos de amor y de tiempo, libro muy afortunado. Los cuentos que forman su contenido fueron escritos varios años antes de su salida a luz cuando fue premiado en un concurso nacional de narradoras, en ocasión al “Primer Congreso Centroamericano de Escritoras” en el año 2002, bajo el auspicio de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE). Por eso el título, y la portada de la presente edición, con pastel de bodas saboreado por la autora, porque el tiempo y el amor siguen cruzando cada uno de los trozos de su escritura, llevada de la mano por la intuición. El Jurado que lo premió; Merceditas Gordillo, Alejandro Bravo y Helena Ramos, le encontró “frescura y encanto” y es que, hay quienes nos hemos formado como escritoras sin pasar por especializaciones estéticas o filosóficas. Sin embargo tenemos la fuerte convicción de que es necesario trabajar cada día con disciplina por lo que queremos lograr, para dar forma a la propia obra y al mismo tiempo, rescatar, como es el caso de estos cuentos, la cultura, la tradición y el compromiso con las sensibilidades acordes al mundo en que vivimos en donde todos tenemos derecho a un espacio y a una voz que debe ser escuchada. De tal modo que la frescura y encanto se vayan convirtiendo en algo aún más fuerte y convincente, capaz de provocar cambios en el entorno y en nosotras mismas.

La presente edición lleva varias intenciones. Una, enfatizar en la importancia del cuento como género literario en que la imaginación y la experiencia estética y personal son muy importantes, donde también hay que considerar el buen manejo de la técnica y el lenguaje, de tal manera que su contenido trascienda el hecho narrado, independientemente de muchos cánones o innovaciones admitidos ahora en la estructura de un cuento. Por otra parte, expresar el deseo de los escritores de dar a conocer nuestra obra, principalmente a los jóvenes y qué mejor manera que a través de un programa como “Para que leamos” en que existe la oportunidad de contar con libros buenos, bonitos y baratos en su edición, pero con un contenido de calidad que se merecen nuestros jóvenes y niños.
Quiero dejarles con la fuerza, la verdad y la ficción de mis cuentos.
E.C.C.

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Memoria adolescente

Dalia buscaba información para sus hijos en un cuarto donde guarda cajones con diarios y papeles viejos. Allí se encontró un librito con pasta amarillenta que llamó su atención y comenzó a leer:
«Desde que llegamos todo ha sido maravilloso para mí. Después del almuerzo, las Profesoras, nos llevaron a un paseo por la ciudad. En el parque Aurora pasamos viendo la Mocosita, la elefantita del Zoológico que es la mimada de los niños capitalinos de Guatemala.

»Yo nunca había visto una elefante porque nosotros no tenemos un Zoológico en Nicaragua. El bus nos llevó a lo largo de La Reforma, una avenida muy hermosa; pasamos bajo la Torre del Reformador, la mandó a construir el Presidente Ubico imitando la Torre Eifel de París y en honor a él mismo, auto llamándose Reformador. Por esta avenida llegamos a la Casa Crema, así llamada la Casa Presidencial. Pudimos entrar (yo me asusté porque en Managua se pasa de largo por La Loma de Tiscapa) Los guardianes de Casa Crema fueron muy amables y nos dejaron verlo todo. El jardín era un esplendor tropical. Había un quetzal, que es el pájaro nacional, con sus plumas multicolores, en una especie de jaula, amplia (para disimular su cautiverio). Salimos de Casa Crema.

»Continuando nuestro paseo entramos a un museo con unos cuadros de arte indígena y moderno. Me llamó la atención un cuadro que se llamaba El Gallinero. Al pie de la tela tenía un mensaje que decía: “Así es la ley de la vida en este mundo carajo, que las gallinas de arriba, se caguen en las de abajo».

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«La casa del internado es colonial. Las tardes son lánguidas y aún parece escucharse el frú-frú de las enaguas de las hijas de los conquistadores y el rumor de los besos de los caballeros galantes, en sus manos. Ya es un día envuelto en su rutina. El estudio comienza a ocupar el lugar principal en ella.

Desde que suena el timbre de clases, sale el tumulto de alumnas por las galerías. Hoy observé, lo bonitas que nos vemos con nuestro uniforme de falda de tela típica tejida por los indígenas de Xalcajá y Xelajú. La blusa y las calcetas son blancas. Se destaca mucho el pelo liso y negro de las “patojas” de Guatemala.

»Me fascina el jardín, hace honor a que esta ciudad de Antigua Guatemala es llamada “La de las Perpetuas Rosas”. Al pie de las ventanas de nuestros dormitorios hay grandes matas de Monjas Blancas».
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«Hoy me he sentido triste porque desde que llegué no he tenido noticias de mi familia y de mis amigos y amigas . Por la Galería, de camino hacia mi aula de clases, pasó un muchacho por la calle, al lado del ventanal de abajo. Se sonrió conmigo y agitó su mano. Pude ver sus ojos y los noté muy hermosos. He pensado que algún día si me enamoro de alguien, será porque tenga unos ojos hermosos».
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«Hoy fue un día especial, alegre y esperanzador. Recibí carta y mi familia está bien. Por la tarde pasó el muchacho del otro día. Volvimos a saludarnos».

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«Este día fue cansado, pero emocionante. Han llegado las Fiestas Patrias y con ellas el trajín de ensayos de marcha y banda de guerra. La reunión de los colegios fue en la vieja Plaza de Armas, frente al Palacio de Los Capitanes Generales. Desde allí va a salir el gran desfile de conmemoración del Día de la Independencia de Centro América. Hoy salió la antorcha de la Independencia en su viaje a través de Centro América que finalizará en Costa Rica. Las muchachas aprovechamos los intermedios y tuve la oportunidad de saludarme con el muchacho del otro día, el de los ojos hermosos. Se llama Alejandro (me encanta ese nombre) es antigüeño y se auto nombra Panza Verde porque los antigüeños comen muchas verduras y vegetales. ¡Qué bueno saberlo! Desde ahora yo seré vegetariana».
***

«¡Glin, Glin! —Sonaba la campanita del Hermano Pedro de San José de Betancourt en los tiempos de la Colonia, por las calles empedradas de Antigua Guatemala, poco antes de las celebraciones de Semana Santa.

—»Acordaos hermanos que un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos».

Comienza la Semana Santa en Antigua Guatemala. Parece Jerusalén.

La ciudad con sus calles empedradas, con sus edificios de cal y canto, con la policromía de los trajes orientales de los cucuruchos cargadores de las imágenes y la presencia de cientos de los últimos descendientes maya-quiché, colmando aquellos templos de hinojos y de plegarias. Hay tristeza majestuosa en el ambiente. Hoy comienzan las Velaciones. El pueblo se queda en vigilia desde el Lunes Santo para reflexionar sobre los sagrados misterios de nuestra redención.

El Lunes Santo, Jesús Nazareno en La Merced. El Martes Santo, en San Francisco. El Miércoles Santo en la Iglesia Escuela de Cristo. El Jueves Santo, la Eucaristía en la Catedral.

Hay bellísimas alfombras de aserrín con pétalos de flores, toda una obra de arte, presentes de frutas y mucho corozo en los altares. Los cirios perfumados arden frente a las veneradas imágenes.
El Viernes Santo, las capuchas moradas se tornan negras en los cucuruchos cargadores para llevar el Santo Entierro.

¡Cristo Redentor ha muerto!

El Domingo de Pascua, todo es blanco y rojo. La Iglesia La Merced tiene los altares más esplendorosos.

¡Cristo redentor ha resucitado!

***

Dalia lamentó la rotura de las siguientes páginas, que no le permitió saber más de aquellas “Memorias de una adolescente”.

Este librito amarillento era un diario que escribió su mamá hace algunos años, no cabía duda. Ella se hizo Maestra en la Escuela Normal Centroamericana “Sor Encarnación Rosal” de Antigua Guatemala a principios de la década de los sesenta del siglo veinte.



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Antonia Güinil

Antonia Güinil llegó desde una comunidad lejana en Sololá. Ella es del grupo de guatemaltecas normalistas que integran el gran grupo de la excelencia estudiantil centroamericana de la Escuela Normal Centroamericana “Sor Encarnación Rosal de Antigua Guatemala” Elena, una muchacha nicaragüense, se hizo amiga de ella desde que participaron juntas en el Concurso de Declamación. En ese tiempo Elena no conocía mucho la obra literaria de Miguel Ángel Asturias, el gran poeta guatemalteco del mito y la leyenda maya. Fue Antonia Güinil la ganadora de ese concurso con su arrolladora interpretación de una poesía del gran guatemalteco.

Marimba tocada por indios.
La marimba pone huevos en los astros.
¡Para un huevo que ponés tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo, vos pues!
La marimba pone huevos en los astros.
El Sol la desangra, la monta, es su gallo.
La marimba pone huevos en los astros.
¡Para un huevo que ponés tanta bulla que metés!
¡Vení ponelo vos pues!

Elena fue con Antonia un fin de semana a conocer su comunidad indígena y a su familia de la etnia quiché. Así fue que entendió la tristeza de sus ojos negros y la gravedad de su rostro, a pesar de su juventud. La familia le contó que el papá desapareció cuando llegaron los militares a buscar guerrilleros y a su hermana la sacaron a violarla a orillas del ojo de agua.

La amistad de las dos muchachas perduró mucho tiempo aun cuando Elena regresó a su país de los lagos y volcanes.

Un día de tantos, Antonia Güinil le escribió a Elena y le dijo en su carta que su destino había sido solamente “poner huevos en los astros”. Elena sonrió pensando que hubiese deseado también “poner huevos en los astros”.



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Adelita

La Finca La Montañita de los Palos Grandes era una propiedad con una casa de corredores, un corral al fondo y una entrada bordeada por unos árboles de Tempisque muy altos. Por eso la finca llevaba ese nombre. En sus terrenos verdeaban los pastos y en las lomas abundaban los refugios silvestres de pájaros, guardatinajas y abejas mieleras. El ganado bajaba a beber agua al Zanjón, que ofrecía además, sus aguas frescas, por lo profundas, a los lirios y “mondongas” de agua. Después, las vacas se quedaban rumiando el guásimo baboso, las bolitas melosas de tigüilote y las olorosas guayabas que caían de innumerables árboles de esas frutas. Para subir de nuevo a las lomas, pasaban por una huerta, consumiendo la miel exquisita de los marañones.

Una noche en esta finca murió don Pilar, el dueño de la finca, Adelita, su hija menor de los siete de la familia, tenía seis años. Doña Ventura, su madre, era una agraciada mujer, todavía joven. Estanislao, hijo mayor, de los varones, tenía diecisiete años y consolaba a su madre con la promesa de no apartarse nunca de su lado. Sin embargo, algunos meses después se marchó a la Costa Atlántica.
Trece años después regresó Estanislao convertido en un hombre con posibilidades de llevarse a sus hermanas y a su madre. Su periplo lo había convertido en hombre rico, poseedor de plantaciones de banano a orillas del Río Escondido. 

Una de las hermanas adelantó la boda con su novio para no marcharse tan lejos. En cambio Adelita que en ese tiempo tenía diecinueve años y otra de sus hermanas solteras decidieron hacer el viaje porque no podían dejar ir sola a su madre. Es cierto que no les gustaba mucho la idea porque era doloroso dejar el hogar de su niñez. Sin embargo también querían mucho al hermano. Durante mucho tiempo habían sobrevivido con sus envíos de dinero y en una ocasión les envió un gran regalo. Era una victrola musical marca RCA Víctor y unos discos de Fox Trot. Todo esto era traído de New Orleáns, lugar hacia donde el hermano había viajado en barcos en el negocio bananero. Como todo, lo que uno no desea, llegó el día del viaje. El hermano hizo llegar un carro desde Managua a San Isidro, Matagalpa, para llevar a las viajeras.

Las muchachas iban tristes, pero no lloraron. Fue en Managua que Adelita lloró mucho, cuando al pasar por una casa oyó una melodía que se difundía por la calle: “Cuatro milpas tan solo han quedado del ranchito que era mío… ¡Ay!

De Managua a Granada tomaron el tren. Para otras, el viaje hubiera sido una maravilla porque la ruta era pintoresca y cómoda, esa parte del país, la costa del Pacífico, tenía muchas cosas nuevas que ver para ellas. Además, el hermano las rodeaba de atenciones, ansioso de verlas alegres. En Granada estuvieron tres días, muy bien hospedadas en el Hotel Alhambra, esperando el Vapor Victoria; el cual hacía la travesía por el Gran Lago hasta Puerto Díaz en las costas del lago Cocibolca en Chontales.

Al fin tomaron el Vapor Victoria y aunque no era tan cómodo porque había toda suerte de viajeros incluyendo animales, el viaje transcurrió placentero. Las muchachas disfrutaban de un paisaje diferente y de vez en cuando Adelita percibía las miradas de admiración por ser poseedora de un pelo asombrosamente negro que enmarcaba un rostro expresivo y tierno.

Una vez que el vapor atracó en Puerto Díaz, las viajeras siguieron por tierra a Juigalpa, La Libertad, Santo Domingo y por fin llegaron al Puerto de Dos Bocas, sobre el Río Siquia. Allí tomaron una lancha que les llevaría sobre ese río hasta el sitio en donde se juntan los tres ríos : Siquia, Mico y Rama para formar el Río Escondido, enorme, caudaloso y ancho que derrama sus aguas en el embravecido Atlántico. El paisaje del río al inicio sobrecogió el ánimo de las viajeras. Adelita lloró por segunda vez. Sin embargo, más adelante se fue sintiendo más tranquila con la conversación de Coty, el viejo negro que, solícito, se encargó de cuidarlas desde que llegaron a Dos Bocas.

Desde la ribera llegaban los cantos de infinidad de palomas, que posadas en los guarumos echaban al aire sus notas. En otros trechos se oía el aullido de los monos congos y se percibía el aroma de las orquídeas y diversas especies exóticas que asomaban en los ramajes. Las ondas verdes del río salpicaban aquellos rostros perplejos, al ver el libre albedrío de aquella naturaleza, en contraste con la opresión que empezaban a sentir en sus vidas.

Para surcar el gran Río Escondido tomaron un barco bananero. Allí había un poco de más comodidad, dado que había que dormir en la travesía. La noche y un día navegaron para llegar a Santa Elena, así se llamaba la hermosa plantación de Estanislao.

Transcurrió un año y Adelita pasó a formar parte física de ese paisaje, pero su corazón estaba lejos de esa selvática vida. Al año siguiente, pese a la oposición tenaz del hermano y la debilidad de ánimo de su madre, organizó el regreso. Esta vez, él fue quien lloró cuando las despidió en Puerto Díaz.

—Déjelas ir Don Estanislao —lo convenció el Negro Coty. Adelita no es Flor de Agua. Adelita es Flor del Valle.


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Un viaje a Managua

Los dos chavalos se acomodaron bien en el bus Vargas que venía de Ocotal y pasaba por San Isidro, directo a Managua, en un viaje muy seguro con el chofer Miquín, que así le decían por ser muy flaquito.

Cada uno tomó asiento con ventana para ver bien la carretera y Alicia, la niña pequeña, hermana de César, no se perdía detalle. Las plantaciones de algodón blanqueaban y se perdían en el horizonte del Valle de Sébaco, extenso y caliente en aquel sol de Marzo.

Don Telémaco, su papá, iba con ellos, pues desde el año pasado les tenía prometido este viaje a conocer Managua, la capital. Por fin, pasando las Playitas, Alicia se durmió. Sólo tenía nueve años, el viaje era cansado y caluroso, tardó casi tres horas.

Llegaron a Managua y don Telémaco con los niños tomó un taxi-gato para el Hotel Primavera. Este era un hotel de viajeros cómodo, bonito y seguro situado en la parte central de Managua. Allí cerca estaban los cines y varias calles de Managua que podían ser recorridas a pie y divertir a los chavalos que por primera vez verían las luces en grande de nuestra capital. Todo esto era un lujo que se estaba permitiendo don Telémaco porque sus ganancias en el algodón habían sido muy buenas y bien se lo merecían Alicia y César, su muchacho de doce años que acababa de terminar el Sexto Grado de Primaria. Uno de los sueños de Alicia era ver de cerca el Lago Xolotlán. César quería ver una carrera de caballos en el hipódromo del Malecón y otras cosas que diera tiempo porque iban a estar tres días. Esa noche después de cenar una apetitosa carne asada y gallo pinto se dirigieron al cine. Entraron al Teatro Salazar. A don Telémaco le pareció apropiada la película que se anunciaba en la marquesina : Lilí . Protagonistas: Leslie Caron y Mel Ferrer.

Efectivamente, la película resultó ser un musical en donde la protagonista bailaba y era conquistada por unos maravillosos y dulces títeres, al compás de una melodía que la fue llevando a un lugar donde la esperaba su amado. ¡Ay Lilí! ¡Ay Lilí! ¡My Love! La niña disfrutó mucho y por fin al terminar compraron unos helados y caminando felices por las calles capitalinas regresaron al hotel. Alicia soñó con el mundo de los Títeres y César se durmió pensando en la carrera de caballos del día siguiente.
Al día siguiente, muy temprano desayunaron y se fueron caminando para disfrutar viendo el Parque Infantil y conociendo el Monumento a Rubén Darío.

¡Qué emoción! Ni que decir lo que disfrutó Alicia porque todos estos lugares estaban descritos en su libro El Lector Nicaragüense. Por todo este recorrido, llegaron un poco tarde al Hipódromo, cerca del Malecón. Inmediatamente al llegar, César se fijó en los caballos que ya estaban en plena competencia. Le llamó la atención una yegua mora con un número seis en las ancas.
—¡Esa va a ganar!, la Mora —Exclamó el muchacho.

—Cállate, chavalo baboso —le dijeron dos hombres gordos del palco delantero.

Ya en ese momento, evidentemente, la yegua mora se notaba que avanzaba cada vez más, dejando muy atrás a otros caballos más recios. Alcanzó a un negro con blanco que era favorito del público. Sin embargo gran parte de la gente coreaba entusiasmada y rodeaba a César, que en ese momento se convirtió en todo un personaje:

—¡La Mora! ¡La Mora! —coreaba la gente.

Momentos más tarde anunciaron por el altoparlante que la ganadora de la carrera era la participante número seis, la yegua Mora. Un periodista se acercó a César, le tomó una fotografía y le hizo una entrevista. El niño sonreía y hablaba muy desenvuelto, contando con la simpatía del grupo que le rodeaba. Cualquier político hubiese sentido envidia.

Al día siguiente, ya en San Isidro, don Telémaco enseñaba orgulloso a sus vecinos el periódico La Noticia. Allí estaba la fotografía de su hijo César en el hipódromo de Managua.


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Un monstruo al acecho

En 1984 llegó una pariente cercana de la familia Larios que vivía en San Francisco de California. Toda la familia se alegró mucho porque ella trajo muchos regalos. En Nicaragua había guerra y la familia estaba pobre y con muchas carencias. De modo que esta visita era como caída del cielo. Un día ella conversaba sobre la vida de allá y entre un tema y otro, dirigiéndose a su sobrino Alex, le comentó:

—Vieras hijo, que enfermedad más horrible la que ha aparecido en San Francisco. Le da a los homosexuales y por eso ya nadie allá quiere saber nada de esa gente.

La familia escuchaba atentamente y los padres de Alex cruzaron sus miradas. Por su parte, Alex se quedó silencioso y de pronto se levantó y se fue directo a encerrarse en su cuarto. Los padres de Alex sabían que era homosexual. Dentro de su habitación, Alex recordó los tiempos tristes de su niñez. Su madre lo trató siempre con mucha delicadeza. Él era muy piadoso, rezaba mucho y decía que algún día sería sacerdote. Le gustaba poner velas a las imágenes y adornarlas con flores, lo hacía con la delicadeza de una niña. Tenía unos primos que se burlaban de él y lo llamaban “marica”. En la escuela también empezaron a llamarle así. Un día que su mamá salió, ellos llegaron y uno por uno, tomaron a Alex por la fuerza y lo violaron. Ellos eran tres. Aquel abuso quedó en silencio. Sólo sus padres lo supieron.

Algunos años más tarde Alex ya siendo un joven se acostumbró a las prácticas homosexuales y sintió que esa era su naturaleza y preferencia sexual. Sus padres no le reprochaban nada, porque él se esforzaba por ser discreto. Por ese tiempo fue llamado al Servicio Militar en la Revolución. Allí en la montaña él tuvo muchos compañeros sexuales. Todos supieron que era homosexual.

Un día de tantos empezaron a darle fiebres muy altas y en la enfermería de la base le mandaron unos exámenes. Una encargada del puesto de salud se comunicó con el médico militar y le informó que Alex tenía el VIH-SIDA. El médico habló con él y lo mandó a su casa.

Alex murió muy pronto. Su familia aseguraba que murió de la malaria que agarró en la montaña.


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Primer premio del I Concurso Nacional de Narrativa escrita por mujeres “María Teresa Sánchez” convocado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE) con el patrocinio de la Distribuidora Cultural Nicaragüense. 

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