Los cuentos de mi abuela

"Los cuentos de mi abuela" son los primeros cuentos del libro Cuentos y Mitos de Nicaragua.




El Cadejo




Pues hombre, yo nunca les tuve miedo a esos espantos, cuando me salían les decía malas palabras y se iban, es que solo así dejaban de estar molestando...

—Así comenzó mi abuela a contarnos sus cuentos. Mi “güela” le echó más gas al candil, un candil grande que ella misma hizo con una botella de vidrio grueso y que echaba humareda, pero eso no nos molestaba porque estábamos en un lugar abierto bajo un tejado donde estaba, amarrada a dos pilares, la hamaca en que la “güela” se mecía, ella continuó diciendo: ... Yo estaba muy cipota pero me acuerdo bien haber visto muy asustado a mi abuelo Perfecto una noche que llegó a la casa bien asustado, él comenzó a decir que el cadejo lo venía siguiendo; nos dijo: «Venía caminando despacio porque vengo con mis traguitos, de pronto escuché un gruñido, ¡Eh! ¿Y eso?» —dice él—. El ruido venía del mismo camino por dónde iba a pasar, pero no miraba bien porque estaba muy oscuro, después oyó unos pasos detrás, a sus espaldas y dice: «¡Ay Diosito! Hasta el guaro se me fue quien sabe dónde». —Él pensó en lanzarse a un lado del camino, pero era “pior” porque de seguro lo mordía alguna que otra culebra. Se quedó paralizado y agarra una gran piedra y “con los huevos a tuto” camina hacia donde él creía que estaba esperándolo el cadejo malo, el perro negro, porque el blanco es el bueno y es el que protege a la persona de ese otro perro que es muy enojado, ¡Ah! pero si uno le tira piedras al blanco para que no lo siga, éste también ataca, lo mejor es dejar que los dos se peleen y salir corriendo. Entonces, mi abuelo Perfecto con la piedra en la mano se acerca y... nada, el cielo se despejó y no vio nada, y por detrás todavía escuchaba el ¡track! ¡track! y es que a esos animales le truenan los “güesos” de las patas cuando caminan, escuchaba esos pasos como se acercaban a él y pega la carrera sin mirar atrás, hasta llegar a la casa todo cansado, sudado y asustado con el corazón ¡pum, pum, pum! latiendo “a todo mamón”. Nosotros le dimos agua y ¡glu! ¡glu! se la tomó rápido. Cuando se calmó es que comenzó a contarnos lo que le acababa de suceder.

La Carretanagua




Esto le pasó tiempo después a un amigo de mi papá con el que salía de parranda, don Nacho. Era una noche con tormenta, que nadie salía de sus casas, todos con las puertas y ventanas cerradas, era temprano, pero estaba oscuro...

— ¿Había luz eléctrica en ese tiempo “güela”?

—La interrumpimos.

—Sí, si había, pero sólo unas cuantas casas tenían, los que podían, si esto era un pueblo con sólo unas cuantas calles y casitas.

— ¿Ajá? Siga.

...¡Ah pues! nadie asomaba la cabeza todo árido aquello y ¡chissss! Aquella lluvia incesante, no era fuerte pero no paraba de llover y ¡bruum! se oían unos truenos y se veía relampaguear, de pronto ¡crach! ¡crach! ¡crach! no eran truenos, ni árboles cayendo, ni cualquier otra cosa; sino el traqueteo de la carreta jodida, la carretanagua.

Nadie quería asomarse para verla cuando estaba pasando en frente de sus casas, todos con miedo, sólo don Nacho, que se quedó lempo como un fantasma, hasta parecía una hoja de papel, ¡pálido, pálido, pálido el pobre! y es que abrió la ventana el curioso, le pega la brisa con un viento que sopló, estaba mojado pero eso ni lo sentía, porque con “los chonetes pelados” estaba viendo a la Quirina con su carreta jalada por dos bueyes flacos, él nos contó, días después, que esos bueyes eran sólo cuero y “güesos”. Y entonces se va de espadas, casi le da un infarto.

Alláaa... al rato, ya no se escuchaba más el traqueteo de la carreta, claro al llegar a la esquina la carreta ya no puede pasar porque las calles forman una cruz, se desaparece y vuelve a aparecer en la otra calle. Pero el pobre hombre casi se lo vuela por el susto que le dio, sólo a él se le ocurre mirar y así les pasó a varias personas, a algunas si se les paró el corazón o se enfermaron y murieron a los días. En esta calle pasaban todas esas cosas: la chancha bruja, la mona, hasta la procesión de las ánimas perdidas, por eso es que pusieron esa cruz en la esquina, ahí en el tope, que antes era de madera, pero se pudrió, ahora es de cemento, pero ¡uuuh! ya tiene bastantes años desde que pusieron la primera cruz en ese lugar.

***

Mi “güela” y sus cuentos, así terminó el segundo bastante interesante. Le preguntamos que si tenía un “relato” de la cegua, ella nos dijo que sí y comenzó a contarnos.


La Cegua




Esto le pasó a un fulano que ya ni recuerdo su nombre, era enamorado de una prima, ella era muy bonitilla la jocoteada con su cuerpecito delgado pero caderuda. ¡Eh! pero ese hombre era bien mujeriego, por eso es que no le hacía caso la Felipa, que así se llamaba la prima, ella fue la que nos contó lo que le pasó al fulano ese, Julián creo que se llamaba, él le contó a ella que una vez fue a visitar a unos familiares allá por El Viejo, familiares decía él que de seguro era alguna queridita que tenía escondida, entonces dice que él se fue a pies, estos lugares eran diferentes no son como ahora; las casas no eran tan seguidas y habían trochas donde la gente tomaba atajos para llegar más rápido, Julián salió ya de tarde, todavía había claridad cuando pasó cerca de un casita que estaba abandonada, se había encontrado con un señor que iba a caballo y le había dicho que no pasara cerca de esa casa porque estaba embrujada y que ahí vivía la cegua. Pero Julián no se podía desviar, entonces pasó ya con miedo caminando lo más rápido que podía y de pronto que se queda quieto al ver una mujer vestida de blanco que se le acercaba, y dice ¡la cegua! pero no fue tonto ya que iba preparado, ya sabía desde que salió, que ahí vivía la cegua, iba preparado con granos de mostaza, pues él sabía que si le arrojaban al suelo a las ceguas granos de mostaza éstas no podían resistir las ganas de recogerlos todos uno por uno y de esa manera al que están por atrapar le da oportunidad de salir corriendo y escaparse, pues así hizo, tembloroso el hombre les tiró los granos que llevaba en un saquito, y la cegua se puso a recogerlos, él decía que eran varias, tres o cuatro, caminaban rápido y no se les veían los pies parecía como que flotaban y tenían una larga cabellera como mecate de cabuya y los dientes; unas los tenían de cáscara de plátanos y otras de granos de maíz, no se les veían los ojos por el pelo que le tapaba casi todo el rostro y las manos con los dedos largos y unas uñas grandes eran como de palo, parecían ramas.

A varios atrapaban esas mujeres, pero sólo a los trasnochadores y mujeriegos, dicen que los dejan todos dundos y así pasan días, tardan en volver a normalidad, por eso cuando uno es dundo, así todo jambeco, le dicen que parece jugado de cegua. Pero a ese Julián no le hicieron nada por los granos de mostaza que llevaba, mucha gente caminaba preparada con objetos benditos como el cordón de San Francisco para protegerse de cualquier espanto porque hay que ver cuántas cosas se miraban antes.

Una vez —continuó diciendo la “güela”— mi abuelo Perfecto atrapó una cegua. Él estaba bañándose en el río muy de mañanita, cuando escucha decir: ¡Perfecto! ¡Oe, Perfecto! ¿Sos vos Perfecto? vení ayudame.

Se viste mi abuelo; se pone su pantalón, se lo amarra con su cordón bendito, se pone su cotona, sus caites y su sombrero de paja.

—Sí ¿quién es? —preguntó.

—Soy yo, Jacinto.

— ¡Idiay Jacinto! ¿Qué haces ahí? Era un campisto que vivía cerca y que estaba enredado metido en unos bejucos tras unos matorrales, allí a la orilla del río.

—Pero ¡¿qué te pasó hombre?!

— ¡Estas brujas fueron!

— ¿Quiénes?

—Pues las ceguas... ¡solo para molestar sirven!

Y las ceguas: ¡cuas! ¡cuas! ¡cuas! Se escuchaban carcajearse no muy largo de donde ellos estaban.

Mi abuelo ayudó a Jacinto a salir de las enredaderas y dijo enojado:

—Van a ver las muy bandidas, espérenme que ahí voy.

Se quita la cotona y se la pone al revés, luego se saca su cordón bendito, el que caminaba como cinturón, y una cutacha que tenía forma de cruz, se acerca a una de las ceguas, estas tenían el cuerpo de tallo de cepa, pelo de cabuya y dientes de pétalos de alacate, una flor de monte amarilla. ¡Ah pues! le pone la cruceta de frente y... ¡ésta que se va de retroceso! Le tira el cordón bendito y la cegua se queda quieta, la laza del pescuezo con un mecate y la amarra a un palo.

—Perfecto dejame ir.

Le decía la cegua con voz áspera.

— ¡Ah! con que me conocés, decime quién sos.

—No puedo Perfecto, sólo dejame ir.

—Si no me decís quién sos, te llevo donde el cura.

Y no habló, entonces mi abuelo la llevó donde el cura jalándola con el cordón bendito. Allá la amarraron en una palmera frente a la iglesia y el cura le dio unos riendazos con unas coyundas remojadas con agua bendita y la mujer hasta que se retorcía y gritaba como endemoniada, luego la soltaron y le tiraron granos de mostaza, allí amaneció recogiéndolos, al rato se murió de pena, porque ya todos sabían quién era, conocida era la muy chancha.

Así termina otro cuento la “güela”, ahora fueron dos por uno, cortos pero interesantes como los anteriores, iguales son los que siguen.

— “Güela” ¿y cómo son los granos de mostaza? —le preguntamos.

— ¡Asiii chiquititos! —fue lo único que respondió enseñando sus dedos índice y pulgar apretados.

—A mi abuelo también le salió el hombre sin cabeza o el gritón como era conocido. — Dijo la “güela” y así comenzó otro cuento.

El gritón




Bueno, y es que a mi abuelo le salió de todo: él era perseguido por el cadejo, a él le salió el mosmo, a él la chancha encaitada, la mona, el gritón, a éste así lo llamaban porque antes así se comunicaban los campistos, con gritos, para saber quién andaba “poraí”, ese señor que quedó sin cabeza era un hombre que andaba buscando unas vacas que se le habían perdido, hay andaba montado en su caballo gritando: ¡Ahí va hom! se metió a la espesura de la selva en el cerro El Chonco y con mala suerte que el caballo se asustó por los rugidos del tigre que andaba cerca y sale a todo galope el animal y pasa por unos bejucos que estaban colgados y le pasa arrancando la cabeza al pobre hombre y el caballo se desnuca, así andaba sin cabeza y todavía montado en su caballo.

Mi abuelo lo escuchaba de vez en cuando, hasta que un día se topó con él. Esa noche lo escuchaba bien cerca ¡Ahí va hom! gritando, y rápido se puso su chaqueta de dril al revés y sacó su cordón bendito y lo puso de frente con la mano estirada en dirección de los gritos y El Gritón pasó de largo, sólo la sombra miró, pero aun así pudo observar que el hombre no llevaba la cabeza.

Sí, es que antes todo era monte, montaña espesa y muchos campistos desaparecieron sin dejar rastros, ese cerro El Chonco era selva casi impenetrable, de todo animal había, abundaban los venados, las guardas tinajas, los cusucos, todo eso, la gente tenía bastante para comer, no padecían de hambre, hasta frutas por todos lados había, ahí estaban los árboles llenos de frutas, si estaban cerca de una casa, sólo pedía permiso y cortabas icacos, mangos, mandarinas, fruta de pan, aguacates y otra más. A los animales los cazaban con perros y algunos que tenían escopetas. Pero el garrobo no se comía, se miraban los grandes garrobones, iguanas verdes grandotas, ¡Ah! Pero uno se tenía que cuidar de los animales feroces como los tigres y leones que ahí vivían. Con el deslave de 1960 eso quedó todo pelado, poco a poco se fue recuperando, pero ya no como antes por la misma gente que comenzaron a despalar para cultivar. Pero antes del deslave ese cerro estaba resguardado por los duendes.

Los duendes del Chonco




Allá de vez en cuando se aparecía un amigo de mi abuela Cesaria, llegaba y le decía:

— ¡Ideay Cesaria! ¿Cómo estás?

— ¡Eh! ¡Ideay Chicoyo! Se llamaba Francisco, pero le decían Chicoyo, quien sabe por qué.

—Aquí te traigo —le decía él.

Eran unas frutas hermosas, grandotas, unos grandes plátanos que nunca se habían visto por estos lados, unos zapotes con bastante comida grandotes también.

—Hombre, Chicoyo y vos ¿de dónde sacás todo esto, estas frutas tan grandes? —le preguntaba mi abuela.

— ¡Ah! es que por ahí tengo unas tierritas muy buenas, siempre tengo de todo, por hay te traigo más otro día que pase —le decía.

Por allá a los días se aparece: Adiós Cesaria hay paso de regreso dejándote frutas —le dijo.

Pero bueno, nunca faltan los curiosos, uno de los hermanos de mi abuela, mi tío Isidoro, se va detrás del tal Chicoyo.

Tengo que saber dónde tiene éste esas tierras —decía— y lo va siguiendo de larguito cuidando que no lo mirara, él en su caballo y mi tío a pies, luego ve que Chicoyo se mete en la selva, ahí en El Chonco y se le pierde de vista, él quiere entrar también, pero le sale un hombrecito, así la mierdita, bien chiquito, si parecía un cipotito, pero con cara de viejo. Apues, se le aparece y todo odioso le dice: —De aquí no pasás, devolvete.

—Cómo que devolvete ¿por qué no puedo pasar? —le pregunta mi tío.

—Que no vas a pasar te digo y haceme caso.

Arrecho el hombrecito. Entonces le hace caso mi tío y se regresa.

—Y éste jodidito ¿por qué no regresó a Chicoyo? ¿por qué sólo a mí? Bueno, y llegó a la casa, al rato llega Chicoyo:

—Cesaria ya voy de regreso tomá estas frutas, no traje muchas, pero aquí te dejo.

Cuando ya va de salida le dice mi tío:

— ¡Ajá Chicoyo! Ya sé que tenés un arreglo con esos duendes del Chonco, andá hombre no seas malo y deciles que me ayuden a mí también, no ves que tengo que darles de comer a una marimba de chavalos, con esas frutas suficiente para todos, hasta podría sembrar las semillas.

—Está bien, vamos pues, te voy a llevar —le dijo y se van.

Allá al rato llegan a una quebrada donde estaba, del otro lado, un gran palo de jocote, entonces Chicoyo le dice:

—Mira Isidoro, yo me voy a ir al otro lado de la quebrada, detrás de esa loma y vos quedate a este lado, no te crucés —y se fue.

Mi tío se puso a recoger jocotes de unos palitos que estaban allí. Como a la hora los recoge todos y dice:

—¡Eh! voy a recoger más del otro lado de la quebrada, de ese gran palo que está allá, a mí nadie me va a decir que es lo que tengo que hacer.

Y se cruzó, él que pone un pie al otro lado de la quebrada y lo palmean, escucha unas palmadas como cuando llaman la atención a un niño.

— ¿Y eso? —dice él asombrado, pero no miraba a nadie y sigue caminando, lo vuelven a palmear. Ya la cagaron estos enanos —dijo y en ese momento aparece Chicoyo con el caballo cargado de frutas, repletas las alforjas, hasta que venía cansado y sudado el pobre animalito.

—¡Ideay! no te dije que no te cruzaras, vámonos que aquí llevo bastantes frutas para vos y tu familia —y se fueron del lugar.

Así era Chicoyo ayudaba al que podía, pero nunca supo nadie que es lo que había hecho, qué trato tenía con los duendes, dice la gente que esos duendecillos se robaban a las muchachas cuando se enamoraban de ellas, pero tenían que ser bonitas para que se la llevaran y la familia recibía favores a cambio. Decían que Chicoyo tenía una hija joven muy bonita y que ya hace tiempo no la veían.

***

Así termina de intrigante uno más de los cuentos de la güela. Nos acomodamos mejor para escuchar el otro y uno de mis hermanos le preguntó:

— ¿Güela y qué cosa es El Mosmo que dijo que también le salió a su abuelo Perfecto?

El Mosmo




El Mosmo es un espíritu burlón, es un chompipe, pero sólo la mitad, como que lo partieron de arriba hacia abajo, sólo tiene una pata y un ala, es la mitad de su cuerpo nada más. Cuando le salió a mi abuelo se atracó con él, le salió en el patio de la casa cuando estaba sacando la bacinilla a media noche, la vaciaba al fondo del solar, esa vez se le aparece el Mosmo saltando de un lugar a otro, claro como sólo una pata tenía entonces saltaba y ¡Purururuu! Hacía una bullaranga como hacen los chompipes con el ala extendida. Mi abuelo le saca su cutacha de cruz que nunca se la despegaba, y se la pone de frente, sale aquel animal brincando hacia el monte perdiéndose en la oscuridad, de pronto le aparece por detrás y le pega una patada en la espalda a mi abuelo. «¡Hey jodido!» dice éste y se da la vuelta rápido y le pega con la bacinilla, allá fue a dar contra el cerco el jodido animal, pero se levanta y zafa para el monte, ya no regresó. Al entrar a la casa mi abuela le pregunta que qué era esa bullaranga que se tenía, «era el Mosmo», le dijo él muy tranquilamente y se acostó a seguir durmiendo.

Y es que hay espantos que son espíritus como el Mosmo, pero también hay gente que se transforman en ceguas, en monas y en chanchas encaitadas que se le llama así porque esa chancha cuando camina va haciendo un ruido como que lleva caites, era difícil verla pero cuando la lograban ver se les tiraba encima queriendo morder con unos chillidos fuertes, las muy jodidas mujeres se trasforman en esas cosas para andar molestando a los demás, sólo por eso.

La mona

En monas se convertían mujeres vagas, aquí había una mujer que vivía sola y que sabía la vida de los demás, cualquier secreto ella ya se daba cuenta rápido y era para eso que se convertía en mona, le rezaba al diablo, hacía una oración que sólo ellas sabían, daba tres volteretas hacia adelante y la piel se les caía, ya quedaba como mona, igual a una mona con cola y todo, ahí dejaba la piel mientras andaba de árbol en árbol y hasta encima de las casas buscando a quién seguir o ya tenía visto al que iba a espiar o la casa en que iba a escuchar la plática de los demás.

Cuando siguió a mi abuelo éste venía de una vela de un campista que le había caído un rayo, pero mi abuelo ya sabía que la mona venía detrás.

«¡Ah, sí! Con que me venís siguiendo, ya vas a ver» dijo él. Pero bueno, pasó. Ya mi abuelo sospechaba, quien era la que se transformaba, muchos sabían que era esa mujer que vivía sola, entonces mi abuelo fue donde el cura y le contó todo, el cura le dijo: «Tomá este frasquito que contiene agua bendita, llegá a su casa cuando sepás que ella anda afuera convertida en mona, la esperás, pero que no te vea, esperás que dé tres volteretas hacia atrás para que se le suba la piel y cuando eso haga ella queda como adormecida, entonces aprovechá y le echás el agua bendita y ahí la dejas, vas a ver que nunca más se va a poder transformar en mona aunque lo intente una y otra vez».

Así hizo mi abuelo, fue a la casa de la mujer: ¡Buenas! dijo cuando llegó, para asegurarse que no había nadie y allí estaba la piel en el piso, toda recogida como que era una vestimenta de trapo, la casa estaba toda oscura, sólo un candilito que estaba sobre la mesa era el que medio alumbraba.

No sé si él no le entendió bien lo que le dijo el cura o es que no quiso esperar a que llegara la mona, tal vez sintió miedo, la cosa es que él le echó el agua bendita a la piel que estaba ahí y se fue. Cuando llega la mona, ésta da las tres volteretas hacia atrás y dice súbete piel, pero no se le sube, por más que intentó no pudo transformarse nuevamente, daba las tres volteretas y volvía a decir súbete piel y nada y así se quedó mona por el resto de su vida. Ya no molestaba a nadie, los pobladores como la conocían y ya sabían de quien se trataba, le daban de comer y la cuidaban hasta que murió de vieja.

Procesión de las ánimas




Esto le sucedió a mi mamá, una noche cuando la luna estaba grande y redondita, iluminaba como que estaba amaneciendo, mi mamá se levanta quién sabe a qué, su cama quedaba pegada en la parte de la casa que daba a la calle, mira entre las rendijas de las tablas unas luces, abre la ventana y ve que estaban pasando un grupo de personas encapuchadas, iban en fila a cada lado de la calle, cada uno llevaba en sus manos una candela encendida, caminaban sin hacer nada de ruido, sin hablar, todo en silencio y es por eso que nadie se daba cuenta de que estaban pasando y no salían a ver, todos estaban dormidos pues eran casi la media noche, sólo mi mamá que nos despierta para que fuéramos con ella, abrimos la puerta para ver la procesión que pensábamos que era de algún santo, en eso uno de los encapuchados, el último de la fila se nos acerca y le da una candela a mi mamá, extrañadas nosotras cerramos la puerta y nos fuimos a dormir todas acurrucadas muertas de miedo, mi mamá no dijo nada, sólo apagó la candela que le habían dado y la guardó en una gaveta de una mesita en donde tenía encima una imagen de San José.

Bueno, al día siguiente comentamos sobre la rara procesión y nadie nos creyó, tal parecía que sólo nosotras fuimos testigo de lo que pasó, en eso mi mamá se acuerda de la candela regalada y al abrir la gaveta mira que en vez de la candela estaba un hueso y dice con asombro: «¡Lo que vimos anoche fue La Procesión de las Ánimas Perdidas!» Y nos quedamos con la boca abierta y el corazón que casi se nos salía. Esto sucedió porque la cruz de madera que estaba puesta en el tope de la calle, se había caído hace algunos días, hasta que pusieron la cruz de cemento que es la que está ahora.

***

— “Güela”, una vez nos contó que a usted la molestaban los espíritus. ¿Cómo fue eso?

Espíritus burlones

¡Aaah! Sí. No había nacido tu mamá todavía, estaba chiquita tu tía Elvira, que fue la primera que nació, yo siempre la ponía en una “maquita” hecha de saco y la mecía hasta que se dormía, así me dejaba hacer las cosas de la casa, pero cuando la hamaca se detenía la pirrimplina se despertaba y comenzaba a llorar, entonces llegaba a mecerla. Allá al rato oigo que está en carcajadas la chavala, voy a verla y estaba en grandes mecidones, unas mecidas que yo miraba que ya se iba a caer la Elvira.

¡Hey, carajo! grito yo, detengo la hamaca y les digo a los espíritus: ¡me van a botar a la chavala, pues! no estén jodiendo. Sólo di la media vuelta y la hamaca comienza a merecerse de nuevo, ¡bueno!, y comienzo a regañarlos y a putiarlos. Es que sólo diciéndoles malas palabras ellos se van, pero esa vez sólo se calmaron por un rato. Escucho en la sala ¡plof! ¡plof! voy a ver y estaban unos jícaros regados en el piso, como en el patio había un palo de jícaro cargado, los jodidos los habían ido a tirar a la sala.

¡A la chocho! digo, y me pongo a recoger los jícaros, los saco y los voy a votar al fondo del patio, cuando regreso otra vez ¡plof! ¡plof! más jícaros que fueron a volar dentro de la casa, sólo logré ver algunos que daban vueltas en el aire antes de caer en medio de la sala. Ya la ca... ustedes, vayan a jo... a otro lado, les dije.

Mi mamá se había ido a León donde un doctor amigo de ella, el doctor Paneagua, era doctor en medicina pero también era espiritista, pero mi mamá fue porque tenía unas dolencias, ¡pero ideay! ¡ya se estaba dando cuenta de lo que estaba pasando en la casa! y es que los espíritus se fueron a quejar con el doctor, éste decía a mi mamá: —Usted tiene espíritu en su casa, ellos me dicen que una hija suya los maltrata, que les dice barbaridades.

—Si a ella la molestan ella se arrecha, pues —le dijo mi mamá al doctor y éste le dice: —Pobrecitos, dígale que no los maltrate, si ellos están allí es por su otra hija; la Bertilda, que tiene tendencia al espiritismo, pero no se ha dado cuenta de eso, es una médium.

— ¿Y qué es eso? —preguntó mi mamá.

—Pues alguien que se puede comunicar con los espíritus —le dijo el doctor.

Cuando mi mamá llega a la casa todo eso nos cuenta, entonces mi papá envió a la Bertilda a pasar un tiempo con unos familiares a León, pero los espíritus no se fueron, siempre molestaban haciendo ruidos.

Y es que todo comenzó desde que quitaron una pared que dividía el patio, ahí comenzaron con la fregadera, se fueron cuando se llamó al padre de la parroquia y bendijo cada rincón de la casa por dentro y por fuera, hasta que tronaban todas las tablas de la vieja casa cuando el cura echaba el agua bendita diciendo a los espíritus que se fueran, sólo así salieron y ya nunca regresaron.

Llegó la energía, la “güela” sopló el candil y al segundo intento lo apagó dejando una estela de humo negro. Todos estábamos agradecidos por sus cuentos que además nos sirvieron para conocer un poco de la vida de nuestros antepasados y de las personas que vivieron en estos lugares hoy bien poblados.



© Cuentos con Ilustraciones
del libro "Cuentos y Mitos de Nicaragua"




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