Continuación del viaje. — Jabalíes y jaguar. — Bongos. — Llegada a Machuca. — El Castillo. — Captura del fuerte por Nelson. — Comercio del hule. — Huleros. — Procesamiento del hule. — Monos congos. — Lapas. —El río Sábalos. — Resistencia de los boteros. — San Carlos. — El Canal Interoceánico. — Ventajas de la ruta nicaragüense. — El río Frío. — Relatos sobre los indios salvajes. — Niños indígenas capturados. — Expediciones por el río Frío. — Vapores americanos.
Después de desayunar, continuamos nuestro viaje río arriba y pasamos la confluencia del San Carlos, otro gran río que baja del interior de Costa Rica. Al poco tiempo oímos algunos jabalíes, Dicoteles tajacu, o "guaris"[1] como los llaman los nativos, rechinando sus dientes entre la selva. Un botero saltó a tierra y pronto disparó contra uno; lo trajo a bordo después de cortarle una glándula en el lomo, que emite un olor almizclado; después lo cocinó para la cena. Estos "guaris" viajan en manadas de 50 a 100 individuos. Se dice que se auxilian entre ellos cuando los ataca el jaguar, que es demasiado astuto. El tigre se posa quietamente sobre la rama de un árbol en espera del paso de los "guaris"; entonces salta sobre uno de ellos y lo mata quebrándole el cuello; sube de nuevo al árbol y espera que la horda desaparezca, para regresar por su víctima y devorarla con calma.
Al poco rato vimos pasar
uno de esos lanchones grandes, llamados bongos, que llevan
productos nativos a Greytown, regresando con mercadería y harina. Este iba
cargado con ganado y hule. Los bongos son botes de fondo plano, de unos
cuarenta pies de largo por ocho de ancho. Sobre la popa se
encuentra una pequeña cabina donde habita la esposa del capitán. El
bongo es impulsado por 12 bongueros con ayuda de pértigas o
largas varas. Los bongueros poseen un solo vestido, que no usan
durante el día; lo guardan debajo del cargamento, donde se mantiene
seco, para ser usado por la noche. Sus cuerpos bronceados,
desnudos, resplandecientes, manejando los palos impulsados al
unísono, mientras cantan alguna balada, constituyen imágenes que
persisten en la mente de los viajeros del San Juan. Los boteros
remaron y empujaron hasta las once de la noche, hora en que
llegamos a Machuca, donde existe una simple casa frente a los
raudales del mismo nombre, unas 77 millas arriba de Greytown.
Desayunamos en Machuca
antes de proseguir a la siguiente mañana; luego bordeamos a pie los rápidos para
esperar la canoa, una vez que ésta los hubo superado. Alrededor de
las cinco, después de remar todo el día, llegamos a la vista de
El Castillo, donde existe un antiguo fuerte español en ruinas,
coronando una colina y el río. El Castillo sólo tiene espacio para una
angosta calle. Fue cerca de ahí donde Nelson perdió su ojo. Capturó el
fuerte desembarcando a una media milla río abajo y arrastrando
su armamento hasta una colina detrás del fuerte, desde
donde lo controló. La colina está hoy talada y cubierta de zacate, que
alimenta algunas pocas vacas y a muchas cabras. Enfrente del
pueblo se encuentran los raudales de El Castillo, difíciles
de superar; y como no existe camino que los bordee, exceptuando el
paso a través del pueblo, se ha aprovechado para montar la aduana en
tal lugar, donde se cobran los derechos a todos los artículos
que suben al interior.
La primera visión de El
Castillo, viniendo por el río, es muy bella: la colina coronada
por el fuerte y el pueblito trepando sobre las laderas
constituyen el centro del cuadro. Los agitados raudales claros
y centelleantes, a un lado, contrastan con la tranquila y oscura
selva por el otro, todo lo cual se destaca finalmente contra las
colinas de zacate verde brillante, que completan el fondo del paisaje.
Sólo esta visión placentera me llevé del lugar, pues la única
calle es estrecha, sucia y quebrada, y cuando las sombras de la noche
avanzan, enjambres de mosquitos llegan zumbando y mordiendo.
Allí conocí al Coronel
M'Crae, entregado al comercio del hule. Se distinguió durante la
asonada revolucionaria de 1869, organizando a sus huleros y
acudiendo en ayuda del Gobierno para sofocar la insurrección.
Súbdito inglés de origen, se ha convertido ahora en
ciudadano nicaragüense, habiendo ocupado con gran mérito el
cargo de gobernador de Greytown. Siempre oí hablar de él con
mucho aprecio tanto a los nicaragüenses como a los extranjeros.
Me mostró pedazos de cuerda, alfarería, utensilios de piedra,
traídos por los huleros desde el río Frío, habitado por indios
salvajes.
El Castillo es uno de los
centros comerciales del hule. Partidas de expedicionarios son
equipadas con canoas y provisiones, para internarse en los ríos,
entre las selvas inhóspitas de la vertiente atlántica.
Allá permanecen por varios meses con la esperanza de regresar el
hule a los comerciantes que los han aprovisionado. Muchas de
estas expediciones son infructuosas, pues numerosos huleros,
una vez equipados, van a vender el producto a otros pueblos,
donde no tienen dificultad en encontrar compradores. A pesar de
estas pérdidas, les ha ido muy bien a los que han acometido esta
empresa, pues el precio del hule ha subido durante los últimos
años, lo que ha hecho muy remunerativo este negocio. De acuerdo con la
información que me suministró Mr. Paton, las exportaciones
del hule desde Greytown han subido de 401,475 libras
valoradas en 112,413 dólares, en 1867, a 754,886 libras valoradas en 226,465
dólares, en 1871.
El hule era conocido entre
los antiguos habitantes de Centro América. Antes de la conquista española, los
mejicanos jugaban con bolas hechas de ese material, que todavía
conserva el nombre azteca de Ulli, del cual deriva el de huleros,
con que los españoles llamaron a los colectores. Se extrae de un árbol
diferente del que existe en el Amazonas y se procesa también de una
manera distinta. Allá el árbol es el Siphonia elastica, una
euforbiácea; en Centro América el árbol que lo produce es una
especie de mata-palo, Castilloa elastica. Se le reconoce por sus grandes hojas, que descubrí cuando ascendía por el río. Cuándo
los colectores encuentran en' la selva un árbol virgen, construyen una escalera
de lianas o bejucos, de los que cuelgan de cualquier árbol. Para hacer la escalera atan cortos pedazos de madera
con pequeñas lianas, muchas de las
cuales son tan fuertes como una cuerda. Entonces proceden a rayar la corteza mediante cortes en forma de V, con
el vértice apuntando hacia abajo. Cada corte se produce con espacio de unos tres pies a lo largo de
todo el tronco. El látex sale del
árbol una hora después y se colecta en una gran botella de estaño, plana por un lado y con tirantes para ajustarse a las espaldas. Al látex se le agrega una
decocción hecha de una liana, Calonyction
speciosum, en la proporción de una pinta por galón, hasta coagularlo en hule, que finalmente es amasado en "burruchas". Un árbol grande, de unos
cinco pies de diámetro, produce
durante el primer corte unos veinte galones de látex; pueden hacerse dos y media libras de hule por
galón. Supe que el árbol se recobra
de sus heridas y puede cortarse de nuevo pocos meses después; pero varios que observé estaban secos, pues existe un escarabajo arlequín, Acrocinus longimanus, que
deposita sus huevos en las incisiones
y cuando eclosan, las larvas perforan el tronco, dejándole grandes huecos. Si uno se para al pie, puede oír roer a las larvas cuando están trabajando; el
aserrín que sale de sus madrigueras,
se apila sobre el terreno. El Gobierno no ha tomado medidas para evitar esto: cualquiera puede cortar un árbol provocando una gran destrucción tanto entre
las especies jóvenes como entre las
maduras. Estos árboles crecen rápidamente; en poco tiempo se pueden establecer plantaciones que en diez o doce años llegan a ser muy productivas.
Al amanecer de la siguiente
mañana dejamos El Castillo, continuando nuestro viaje río arriba. Las riberas
pasaban con pocas variaciones. Vimos palmeras altas y gráciles, así
como helechos arborescentes; pero en su mayoría los árboles eran
dicotiledóneos. Entre estos figuran la caoba, Swietonia
mahogani, y el cedro, Cedrela odorata, que son
raros cerca del río, puesto que me señalaron unos pocos. En la
copa de uno de ellos, debajo del cual pasamos, estaban sentados
algunos congos, Mycetes palliatus, monos negros
que a veces, en especial antes de la lluvia y al anochecer, emiten aullidos
amedrentadores, aunque no tan fuertes como los de las
especies brasileñas. Lapas chilladoras con sus exuberantes
libreas azules, amarillas y escarlatas, volaban ocasionalmente sobre
nosotros, no faltando tampoco dos tanágridos y tucanes.
A unas doce millas arriba
de El Castillo, alcanzamos la desembocadura del río Sábalos;
paramos en una casa para desayunar. El dueño, un alemán, nos
obsequió con jabalí asado, gallinas y huevos. Me indicó que había una fuente
termal arriba del Sábalos, pero no tuvimos tiempo para ir a conocerla.
Más allá del Sábalos, el San Juan se profundiza y corre
perezosamente entre riberas bajas y cenagosas. Las altas palmeras, tan
frecuentes en el delta del río, reaparecen aquí con sus grandes
hojas ásperas, de veinte pies de largo, que se yerguen casi desde
el suelo.
Nuestros boteros
continuaron remando todo el día, redoblando sus
esfuerzos a medida que se acercaba la noche y cantando al golpe de sus remos.
Estaba sorprendido de su resistencia, pues continuaron
remando hasta las once de la noche, cuando llegamos a San
Carlos, después de haber avanzado unas treinta y cinco millas
durante todo el día y contra la corriente.
San Carlos está en la
cabecera del río y a la entrada del Gran Lago de Nicaragua, a unas
120 millas de Greytown. El nivel medio de las aguas del lago,
de acuerdo con las medidas del Coronel O. W. Childs, era de
ciento siete pies y medio en 1851, de modo que el río
desciende un poco menos de un pie por milla, en promedio. Por
otra parte, la altura del paso más bajo entre el lago y el
Pacífico se estima en veintiséis pies sobre el nivel del lago; por lo tanto
la más alta elevación entre ambos océanos alcanza solamente
unos ciento treinta y tres pies en ese paso. Admitiendo un error de
unos pocos pies cuando se verifique una medida cabal de mar a
mar, no habrá duda de que este punto representa el paso más
bajo entre el Atlántico y el Pacífico en Centro América. Esta
circunstancia, más el inmenso depósito natural de agua, cerca de la
cabecera de la navegación, indican que en esta ruta puede
construirse un canal navegable entre los dos océanos.
En vez de cortar el canal
desde la bifurcación del delta del San Juan al mar, como se ha
propuesto, se puede enderezar y dragar el ramal del Colorado
hasta la requerida profundidad. Más arriba, los raudales de El Toro, El
Castillo y Machuca, forman represas naturales, a través del río, que pueden
levantarse para formar esclusas, profundizando el agua entre ellas.
De este modo el gran costo de abrir un canal se reduciría,
evitándole a la vez la terrible mortandad que siempre se produce entre
los trabajadores, cuando se realizan excavaciones en el suelo virgen de los trópicos,
especialmente sobre terrenos fangosos, como sucede en este caso entre el lago y el
Atlántico. Otra ventaja sería el uso de la
energía del vapor para ahondar el río, con la cual se evitaría contratar la multitud de trabajadores que
demandaría la excavación de este
canal, cuyo trazado pasa ventajosamente a través de la selva virgen, rica en maderas para combustible[2].
San Carlos es un pueblito
a orillas del Gran Lago, que descarga sus aguas a través del San
Juan, que lo desagua en el océano. Vigilando la entrada del
río, en una colina detrás de la ciudad, están las ruinas de lo que
fue una vez un resistente fuerte, construido por los españoles;
sus desmoronadas murallas están ahora cubiertas con las delicadas
frondas de un helecho, Adiantum.
El pueblito posee una
simple y tortuosa calle, que asciende desde el lago.
Las casas son principalmente cabañas techadas con palmas, con
pisos de tierra rara vez o nunca barridos. La gente es de origen
mezclado: indios, españoles y negros, siendo los primeros el
elemento predominante. Dos o tres establecimientos mejor
construidos y la comandancia del gobernador militar, reivindican al
lugar de su aspecto de miseria total. Detrás del pueblo hay unos
pocos claros en la selva, donde crece el maíz. Algunos naranjales,
bananales y platanales, completan la lista de las producciones
de San Carlos, que se mantiene gracias al comercio de las
embarcaciones que van en una u otra dirección y a los huleros que parten
desde allí en expediciones al río Frío y a otros ríos. Encontramos
casualmente en San Carlos a dos hombres traídos del río
Frío por sus compañeros. Venían muy lastimados, por haberse
caído de lo alto de un árbol de hule, al romperse las lianas que
sujetaban las escaleras. Supe que éste fue más bien un accidente
raro, ya que las lianas son generalmente muy duras y fuertes,
como buenos cables.
Muchos relatos fabulosos
se propalan sobre el río Frío y sus pobladores; historias de grandes ciudades,
ornamentos de oro, gente de cabellos claros, etc. Podría ser útil, por
tanto, referir aquí lo que se conoce acerca de la región.
El río Frío baja desde el
interior de Costa Rica, para desembocar en el San Juan cerca
de donde éste emerge del lago. Las riberas de su curso superior
están pobladas por una raza de indios que nunca se han sometido al dominio
español y sobre los cuales casi nada se conoce. Se trata de los guatusos, de
los que se dice tienen el pelo rojizo o claro y facciones europeas,
característica sobre la cual se han conjeturado ingeniosas
teorías; pero, desvaneciendo tales especulaciones, los huleros han
capturado y traído algunos niños e incluso adultos, y todos ellos muestran los
rasgos comunes y el áspero pelo negro de los indios. Un chiquillo que el Dr. Seemann
y yo vimos en San Carlos, en 1870, tenía unos
pocos pelos cafés, entre la
gran masa de los negros; pero este carácter puede ser
reconocido entre muchos indígenas, como el resultado de
una leve mezcla de sangre extranjera. He visto unos cinco niños
procedentes del río Frío y a un muchacho de unos diez y seis años de edad;
todos presentaban los rasgos comunes y el pelo de los indios;
aunque me llamó la atención que parecían algo más inteligentes que
la generalidad de ellos. Además de éstos, una mujer capturada
por lo huleros y traída a El Castillo, no presentaba, en opinión
de los que la conocieron diferencia alguna con el tipo corriente
de los indios.
La guatusa[3] es un animal del tamaño de
una liebre, muy común en América Central y de buena carne. Presenta
un pelaje café rojizo, color que los nicaragüenses
identifican con el pelo de los indios de río Frío, por lo cual les llaman
"guatusos". Es muy propio entre las tribus indígenas de América
llamarse por nombres de animales silvestres y en mi opinión este es
el origen de la fábula del pelo rojo, como teoría para explicar
el nombre de guatusos. Los naturales de Nicaragua y de regiones
aún más cercanas a mi país, son aficionados a explicar
caprichosamente los nombres de lugares y cosas. Confirma lo que
digo la aseveración de un nicaragüense, educado e inteligente, de que Guatemala fue
llamada así por los españoles por encontrar el guate (una
especie de zacate), muy malo en ese país, de ahí el origen de
"Guatemala". Cualquier estudiante de historia mejicana conoce que el
nombre fue una tentativa española para pronunciar el viejo
vocablo azteca de Guauhtemallan, que significa "la tierra del
águila". Ya tendré otra oportunidad, en el curso de esta narración, de
advertir cuán cuidadoso debe ser un viajero en Centro América,
para no admitir las explicaciones que los nativos dan sobre los
nombres de lugares y de cosas.
Los primeros que llegaron
a río Frío fueron atacados por los indios, quienes mataron a varios a
flechazos. En consecuencia prevalecieron opiniones exageradas sobre su
ferocidad y arrojo, y por mucho tiempo el río siguió siendo desconocido e
inexplorado; y posiblemente seguiría así, si no fuera por los
huleros. En efecto, cuando el comercio de hule se desarrolló, los
árboles en las regiones más accesibles del bosque pronto se agotaron y los
colectores se vieron obligados a penetrar cada vez más lejos
en las intransitadas espesuras de la vertiente atlántica. Algunos,
más aventurados que otros, remontaron el río Frío y, bien provistos
de armas de fuego, que usaron despiadadamente, derrotaron a los pobres indios,
armados solamente de lanzas, arcos y flechas, empujándolos selva
adentro. Los pioneros que remontaron el río tuvieron tal éxito en
localizar hule, que otras partidas se organizaron, y ahora es
común remontar el río Frío desde San Carlos. Los pobres indios
quedaron tan temerosos de las armas de fuego, que a la primera
aparición de un bote por el río, abándonan sus casas y corren a la
selva en busca de refugio. Los huleron saltan a la ribera y se
apoderan de todas las cosas que los pobres fugitivos han dejado
atrás; en algunos casos abandonan a sus chicos, que son capturados y llevados
como trofeos a San Carlos. La excusa para robar niños
es que se traen para bautizarlos y cristianizarlos; y me pesa decir que este
vergonzoso trato a los pobres indios es disimulado por las
autoridades. Supe que un comandante de San Carlos había tripulado
algunas canoas y remontado el río hasta los platanares de los indios, cargando los
botes con sus productos, para venderlos en San Carlos, donde la
población se muestra indolente para sembrar por sí misma.
Todos los que han remontado
el río hablan de la gran cantidad de plátanos cultivados por los guatusos, pues esta
fruta y la abundante pesca en el río, constituyen sus principales
alimentos. Las casas son grandes cobertizos abiertos a los lados y techados con
palma "suta". Varias familias viven en la misma casa, como es costumbre
entre los indios. El piso es mantenido bien limpio. Me divertía con
una dama en San Carlos, quien al describir las habitaciones
indígenas, al Dr. Seemann y a mí, apuntó a su propio piso,
desarreglado y sin barrer, diciendo: "Mantienen sus casas muy limpias,
como ésta".
El chico y la mujer
capturados y traídos desde el río Frío se escaparon,
el uno desde San Carlos, la otra desde El Castillo, pero ninguno
logró llegar a su casa, a causa de los pantanos y ríos del trayecto; y
luego de vagar algún tiempo por el bosque, fueron recapturados.
Vi al mozalbete poco después de su recaptura. Había vivido un mes en la selva,
alimentándose de raíces y frutas, y casi murió de inanición.
Poseía un inteligente y agudo sentido de sí mismo, hablando
continuamente en su propia lengua, aparentemente sorprendido de
que la gente a su alrededor no comprendiese lo que decía. Lo
llevaron a El Castillo, donde encontró a la mujer capturada
un año antes y que había aprendido un poco de español. Utilizándola como
intérprete trató de conseguir permiso para retornar al río Frío, con el
compromiso de regresar con sus padres. Desde luego, este simple artificio
del pobre muchacho quedó sin efecto. Fue trasladado a Granada
con el propósito, según dicen, de educarlo a fin de
establecer un medio de comunicación con su tribu.
Los huleros traen muchos
artículos robados a los indios: cuerdas hechas de fibras de
bromeliáceas, anzuelos de huesos y utensilios de piedra.
Entre estos últimos tuve la suerte de conseguir una ruda hacha,
montada sobre un mango de madera, tallado con piedra,
fijada en un hueco excavado en el extremo grueso del mango[4]. Este es un hecho singular
que muestra la persistencia de los modos especiales de hacer cosas a través de
largas edades y entre gente de la misma raza. En los antiguos códices de México, Uxmal y
Palenque, se representan hachas de bronce fijadas en forma
idéntica, en los huecos de la parte más gruesa de los mangos.
Dormimos a bordo de uno de
los vapores de la American Transit Company. Estaba muy oscuro
cuando arribamos a San Carlos, sin lograr ver esa noche nada del Gran Lago, pero
escuchábamos sus olas rompiéndose sobre la playa, como en la
costa del mar; desde lejos venía aquel quejumbroso sonido que ha
relacionado, desde las más tempranas edades de la historia, la
idea del mar con la de pesar y tristeza[5].
El vapor donde pernoctamos era uno de los cuatro pertenecientes a la Transit Company, que estaba en ese tiempo en quiebra. Al final, los botes fueron vendidos; el señor Hollenbeck adquirió algunos para la compañía de navegación que fundó. Estos vapores son expresamente construidos para ríos poco profundos, y son de diferente estructura que los que vemos en Inglaterra. El fondo es completamente plano, dividido en compartimientos; la primera cubierta sobresale unas dieciocho pulgadas sobre el nivel del agua, de la cual no está resguardada por ninguna defensa u protección. Sobre esta cubierta viene la carga y están las máquinas de dirección. Una caldera vertical va fijada hacia la proa y dos motores horizontales accionan unas grandes paletas en la popa. La segunda cubierta es de pasajeros, levantada sobre livianos pilares de madera sujetos con chapas de hierro, y a unos siete pies sobre la primera. Más arriba existe otra cubierta, donde está el camarote de los oficiales y el timón. El aspecto de tal estructura es más de una casa que de un barco. El Panaloya, en el cual viajábamos, caló tres pies bajo el peso de cuatrocientos pasajeros y veinte toneladas de cargamento.
[1] Del miskito "guari", chancho.
(N. d. T.)
[2] La Comisión destacada por el
Gobierno de los Estados Unidos para estudiar la factibilidad de construir un
canal a través del istmo, se decidió en favor de la ruta nicaragüense. El trabajo se
inició en Greytown, en 1889; pero después de haber gastado cuatro millones y medio de dólares,
el proyecto fue abandonado por razones políticas en favor de la ruta por Panamá.
[3] Dasyprocta punctata, mamífero roedor de América
tropical. (N. d. T.)
[4] Ilustrada en Ancient Stone
Implements, de Evans, segunda edición, página 155. En la primera edición
aparece equivocadamente como procedente de Tejas. Se ha señalado que el hombre
primitivo adoptaba el método opuesto al hombre moderno, cuando montaba sus hachas: ajustamos el
mango en un hoyo en la cabeza del
hacha, pero antiguamente se insertaba la cabeza en el hueco del mango.
[5] "Hay un lamento sobre el
mar, que no puede aplacarse" (Jeremías, XLIX, 23).
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