El naturalista en Nicaragua capítulo 2

Capítulo 2

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Comienza el viaje río arriba. — Palmas y cañaverales silvestres. — Plantíos. — El río Colorado. — Proyecto para mejorar el río. — Avance del delta. —Mosquitos. — Noche desagradable. — Hermosa mañana. — Vegetación de las riberas. — El río Sarapiquí. — Momótidos. — Hormigas guerreado­ras. — Sus métodos de caza. — Pájaros hormigueros. — Ataque a los nidos de otras hormigas. — Defensa de los nidos de los pájaros. — Capacidad de razonamiento en las hormigas. — Paralelismo entre mamíferos e himenóp­teros. — Utopía.

Encontré en Greytown el bote de correo de la Chontales Gold Mining Company, que baja mensualmente a cargo del capitán Anderson, un inglés que ha viajado por casi todo el mundo. La tripulación consistía de cuatro zambos, célebres en estas costas por su destreza como boteros. Aparte de nosotros, enrolamos otros tres negros con destino a las minas, con lo que quedé más bien incómodo con mi equipaje, ya que el viaje sería largo. El bote era de cedro, Cedrela odorata, excavado en un solo tronco, los lados levantados y reforzados con entabladuras. Esto le confería fortaleza, ubicando la fuerza y el grosor hacia el fondo, donde más se requerían para resistir los porrazos contra las rocas de los raudales. En una ocasión, bajando un peligroso raudal sobre el río Gurupi, al norte de Brasil, fuimos lanzados por la fuerza de la bullente corriente contra una roca, con tal vigor, que poco faltó para que fuésemos expulsados; pero la fuerte canoa no se dañó, aunque ningún bote hubiese resistido tal impacto.

Habiendo decidido remontar el río en ese bote, nos aprovisio­namos para el viaje; uno de los negros convino en actuar como cocinero. Después de arreglar todo y desayunar con mis gentiles amigos, el matrimonio Hollenbeck, me despedí y acomodé en el estrecho espacio del bote que debía ocupar por seis días. El ca­pitán Anderson tomó el timón, los "caribes" zambulleron sus re­mos y nos deslizamos a lo largo de un estrecho canal entre la alta hierba y los juncos que casi nos tocaban por ambos lados. Greytown, con sus blancas y limpias casas, sus palmeras plumosas y sus árboles de fruta de pan de grandes hojas, pronto se perdió de vista, mientras nuestros boteros remaban con la mayor destreza y fortaleza, deslizando la canoa a través del agua tranquila. Pronto salimos a un canal ancho, por donde pasaba una corriente más fuerte, que nos obligó a acercarnos a la orilla. Las riberas, al principio, eran bajas y cubiertas por marjales, cortadas por nu­merosos canales. El árbol principal era una palmera de hojas ásperas. Crecían también grandes manojos de cañas silvestres y zacate, entre los cuales vimos ocasionalmente curiosas lagartijas verdes, con expansiones semejantes a hojas (como las de los in­sectos foliados), que simulan la vegetación donde buscan su presa.

A medida que avanzábamos por el río, las riberas gradualmente aparecían más altas y secas. Pasamos frente a algunas pequeñas plantaciones de banano y otros cultivos entre los claros del bos­que, que por allí consiste de una gran variedad de árboles dicoti­ledóneos, con muchas palmeras altas y gráciles; y de una vege­tación más baja formada por helechos, pequeñas palmas, melasto­máceas, helicónidas, etc. Las casas en las plantaciones eran mise­rables chozas pajizas, escasamente amuebladas; sus dueños pasan el tiempo meciéndose en sucias hamacas; de vez en cuando cargan las canoas para vender sus productos en Greytown. Es muy raro ver trabajando a uno de estos advenedizos colonizadores. Sus reducidos plantíos y a veces algunos pescados del río son sufi­cientes para mantenerlos vivos e indolentes.

A las siete alcanzamos el ramal del Colorado, que acarrea al mar la mayor parte de las aguas del San Juan. Desde allí, al comienzo del delta, hay unas 20 millas a Greytown y sólo 18 a la desembocadura del Colorado. La corriente principal pasaba an­teriormente por Greytown, lo que mantenía en ese entonces el puerto abierto; pero hace pocos años, durante una notable crecida, el río ensanchó su curso y ahondó la entrada al canal del Colo­rado, con lo cual el puerto de Greytown se ha venido embancando.

En la actualidad (1873), hay unos doce pies de agua sobre la barra del Colorado en plena estación seca, mientras que la de­sembocadura en Greytown se cierra por completo algunas veces. Los comerciantes de Greytown tienen el proyecto de dragar el canal nuevamente, pero ahora que el río ha encontrado una vía más expedita por el Colorado, sería una faena hercúlea; costaría mucho menos trasladar el pueblo entero hasta el Colorado, donde se podría habilitar un buen puerto dragando la barra. Desgra­ciadamente el Colorado desemboca en Costa Rica y el ramal de Greytown en Nicaragua, por lo cual existe una constante disputa entre ambos Estados por el desaguadero de este amplio río; esto hace que cualquier plan por el mejoramiento del puerto sea im­practicable por el momento. Una solución eficaz a la dificultad sería la federación de las dos pequeñas repúblicas. Sin embargo, los líderes políticos de ambos países, que ven en ello un peligro para sis mezquinas ambiciones, no se arriesgarán por esta solución, de modo que la cuestión de los límites seguirá abierta, amenazando arrojar a los dos países a una guerra empobrecedora en cualquier momento.

Si el Colorado no es encauzado por el hombre, acarreará en el transcurso de las edades, grandes cantidades de lodo, arena y troncos de árboles; gradualmente formará bancos en su desem­bocadura, empujando cada vez más el delta y avanzándolo en relación al resto de la costa. Entonces el río se abrirá otro paso a través de un canal más corto, y el Colorado quedará embancado como pasa con el bajo San Juan en el presente. En efecto, los numerosos caños y las angostas lagunas por todo el delta, mues­tran los semi aterrados cursos que el río ha seguido en diferentes épocas.

Nuestros boteros remaron hasta las nueve de la noche, hora en que anclamos en medio del río, que tendría allí unas cien yardas de anchura. A pesar de lo distante que estábamos de la ribera, no lo estuvimos de los mosquitos que vinieron en miríadas a ban­quetearse con nuestra sangre. Dormir fue imposible y para colmo de la incomodidad, la lluvia caía a torrentes. Llevábamos una vieja carpa, tan llena de agujeros, que el agua se filtraba a pe­queños chorros, de modo que pronto estuve calado hasta los hue­sos. Considerando la lluvia y los mosquitos, fue una de las noches más incómodas que he pasado en mi vida.

Hacia las 4:00 AM., la luna menguante brillaba alta, poniendo fin a esa larga y funesta noche; pudimos reanudar el viaje río arriba. Al amanecer cesó la lluvia y la neblina se disipó, revivien­do nuestro espíritu, olvidado de las incomodidades de la noche, ante la admiración de las bellezas del río. Las riberas estaban escondidas por una cortina de plantas trepadoras y bejucos, cargados de bellas flores, y el verdor era salpicado sin cesar por los blancos troncos de los guarumos. De vez en cuando pasábamos por lugares más abiertos que nos permitían columbrar, entre las sombras de la selva, palmeras de tallos delgados y bellos helechos arborescentes, en contraste con las grandes hojas de las helico­nias[1]. A las siete desayunamos sobre un banco arenoso, donde secamos nuestras ropas y mantas. Se veían numerosas huellas de lagartos, pero no era la época para buscar sus huevos entre la arena. Al cabo de un mes, en marzo, cuando el río baja, se ofre­cen en abundancia al paladar de los boteros.

A mediodía llegamos al punto donde el Sarapiquí, río que baja del interior de Costa Rica, se junta con el San Juan, unas treinta millas arriba de Greytown. El Sarapiquí es navegable en canoa hasta unas veinte millas río adentro. Un camino abrupto, transi­table en mula, completa el trayecto hasta San José, capital de Costa Rica. Remamos el resto de la tarde con pequeños cambios en el río. A las ocho anclamos para pernoctar y aunque llovió de nuevo fuertemente, yo estaba preparado: me enrosqué bajo de un paraguas dentro de la carpa y así me las arreglé para dor­mir un poco.

Partimos nuevamente antes del amanecer, parando como a las diez en un pequeño claro para desayunar. Di un paseo por la sombría selva, pero no me fue fácil a causa de las numerosas plantas rastreras y trepadoras que se entremezclan. Descubrí uno de los grandes momótidos, Momo tus martii[2] de color verde oliva y café, posado sobre la rama de un árbol, moviendo su larga y curiosa cola de un lado a otro hasta ponerla casi en ángulo recto con su cuerpo. Posteriormente me encontré con otras especies en las selvas y llanuras de Chontales. Todas tienen varios carac­teres en común, asociados en una serie de gradaciones; uno de éstos, es una mancha de plumas negras sobre el pecho. En algunas especies esta mancha está orlada de azul, en otras, como en la ya mencionada, forma sólo un pequeño punto negro casi escondido entre las plumas rojizas del pecho. Tales caracteres, muy desta­cados en algunas especies o esfumados en otras en varias grada­ciones, hasta hacerse insignificantes, sin borrarse del todo, son reconocidos por los naturalistas en numerosos géneros, explicándose únicamente por la suposición de que las diferentes especies des­cienden de un progenitor común.

Cuando regresaba al bote, me crucé con una columna de hor­migas guerreadoras que arrastraban miembros y cuerpos mutila­dos de insectos capturados en sus correrías. Posteriormente me encontré a menudo con estas hormigas en los bosques. Creo sería conveniente hacer aquí un paréntesis, para exponer todos los he­chos que aprendí sobre ellas.

Las Ecitones u hormigas guerreadoras son muy comunes por toda Centro América. A diferencia de los zompopos, que son herbívoros, las ecitones son cazadoras: se alimentan principal­mente de insectos y otras presas. Y como curiosa analogía con los pueblos cazadores del género humano, tienen que cambiar de terreno de caza una vez que ésta se termina, moviéndose a otro. En Nicaragua se les conoce generalmente como "hormigas gue­rreras". Una de las especies más pequeñas, Eciton predator, vi­sitaba de vez en cuando nuestra casa: invadía pisos y paredes, escudriñaba las rendijas, extrayendo cucarachas y arañas, que eran cogidas, haladas o desmembradas para su transporte. Los individuos de esta especie son de diversos tamaños, midiendo las más pequeñas una línea[3] y cuarta, mientras que las más grandes llegan a las tres líneas, o sea, a un cuarto de pulgada. Me encontré en los bosques con grandes ejércitos de éstas u otras especies similares. Atrajo primero mi atención hacia ellas, el gorjeo de unos pajaritos, pertenecientes a diferentes especies, que tienen la costumbre de seguir a las hormigas por el bosque. Al acercarme para averiguar la causa del gorjeo, me encuentro con un denso cuerpo de hormigas de tres a cuatro yardas de ancho, tan compacto que ennegrece el terreno, moviéndose rápidamente en una dirección y examinando todas las grietas y por debajo de las hojas caídas. En los flancos y adelante de la masa principal, se desprenden columnas más pequeñas, que se abalanzan primero sobre cucarachas, saltamontes y arañas. Los insectos asediados escapan veloces, pero muchos, en su confusión y terror, saltan directo al centro de la masa principal. En medio de sus enemigas, un saltamontes brinca vigorosamente con quizás dos o tres hormigas adheridas a sus patas; se detiene para descansar y ese momento le es fatal, pues sus minúsculas adversarias se arrojan sobre él y después de pocos e infructuosos forcejeos sucumbe a su destino; pronto es mutilado, para ser enviado en pedazos a las columnas de la retaguardia.

La más grande cacería de las hormigas acontece cuando sitian un arbusto caído, pues las cucarachas, arañas y otros insectos, en lugar de escapar inmediatamente ascienden por las ramas, donde se refugian, mientras las huestes de hormigas ocupan todo el terreno colindante. Luego, una por una suben las perseguidoras, arrinconando a sus presas hacia los extremos de las más pequeñas ramas, hasta obligarlas a saltar y caer en medió de sus huestes, donde son capturadas y desmembradas. Muchas de las arañas escapan descolgándose por su tela, salvándose así de sus enemigas, que pululan por arriba y por abajo.

Me di cuenta de que las arañas por lo general son más inteligentes para escapar, a diferencia de las cucarachas y otros insectos que buscan refugio en el primer escondite que encuentran, sólo para ser capturadas y extraídas por las hormigas de las avanzadas. He visto grandes arañas adelantándose varias yardas y lograr ponerse aparentemente a prudente distancia de sus enemigas. Recuerdo una araña segadora Phalangidae, que parada en medio del ejército y con la mayor circunspección y sangre fría, alzaba una por una sus largas patas, manteniéndolas fuera del alcance de las hormigas. Algunas veces hasta cinco, de sus ocho patas es­taban levantadas simultáneamente, y cuando una hormiga se aproximaba a una de las patas soportadoras, la araña siempre encontraba algún espacio libre para apoyar otra, y de este modo alzar y poner fuera de peligro la pata amenazada.

Es aún más sorprendente la conducta que observé en un salta­montes verde, con aspecto de hoja. Este insecto se quedó inmóvil en medio de un enjambre de hormigas, muchas de las cuales co­rrían sobre sus patas sin percatarse de que lo hacían sobre su presa. Tan arraigado era su comportamiento basado en el ins­tinto de que su seguridad dependía de su inmovilidad, que pude levantarlo y volverlo a poner, sin que hiciera el menor esfuerzo por escapar. Esta especie tiene aspecto de hoja verde, y su apa­riencia debió engañar a los otros sentidos de las ecitones, que pa­recen ser más agudos que el de la vista. Pudo haber escapado fácilmente usando sus alas, pero habría caído en un mayor peli­gro, pues los numerosos pájaros que acompañan a los ejércitos de hormigas están siempre atentos para atrapar a los insectos salta­dores; y en este caso, por su vuelo pesado, los saltamontes, chapu­lines y cucarachas no habrían tenido escapatoria. Varias especies de pájaros formicáridos acompañan siempre a estas hormigas en el bosque, pero no se alimentan de ellas, sino de los insectos que ellas perturban. Además de los formicáridos, frogónidos y den­drocoláptidos, a menudo se ven otras variedades de pájaros en las ramas, a lo largo del trayecto de las hormigas, a la expectativa de capturar los insectos que logran escapar.

Una vez cogidos por las hormigas, los insectos son desmembra­dos; sus grandes cuerpos mutilados son transportados hasta la retaguardia, donde siempre están pequeñas columnas encargadas de estos deberes. He rastreado estas columnas a menudo; por lo general conducen a tupidas masas de impenetrables matorrales. En dos ocasiones me llevaron a grietas sobre el terreno, hasta don­de las hormigas arrastran su botín. Esas habitaciones son temporales, pues a los pocos días ya no se ve ninguna hormiga en la vecindad, habiéndose mudado a nuevos terrenos de caza.

Otra especie mucho más grande de hormiga guerreadora es la Eciton hamata; caza a veces en densos ejércitos o en columnas, de acuerdo con la presa que persigue. Cuando van en columnas bus­can casi siempre los nidos de otra hormiga, Hypoclinea sp., la cual cría en los huecos de los troncos podridos de árboles caídos y se le encuentra comúnmente en lugares abiertos. Cuando las ecito­nes cazan en columnas, se ramifican en varias direcciones y se esparcen sobre los troncos caídos escudriñando por todos los hue­cos y grietas. Las hormigas obreras son de varios tamaños; las más pequeñas se introducen por los angostos espacios, buscando la presa en las más recónditas ramificaciones de los nidos. Cuan­do un nido de Hypoclinea es atacado, éstas escapan cargando sus larvas y pupas en la mandíbula, sólo para ser despojadas por las ecitones, que las persiguen en todas direcciones con gran veloci­dad. Cuando encuentran una Hypoclinea, con una larva o pupa, le capturan la carga tan rápido que nunca pude saber exactamen­te cómo lo hacían.

Tan pronto como la presa ha sido asegurada, la eciton regresa a las columnas, que están compuestas por hormigas rastreadoras y por cargadoras de botín, todas moviéndose con la mayor rapidez y aparente prisa. Alrededor del nido asaltado todo es confusión; las ecitones corren de acá para allá en la mayor prisa y desorden. Sin embargo, a pesar de esta confusión, casi ninguna Hypoclinea logra escapar con su pupa o larva. Nunca vi a una eciton atacar a una Hypoclinea, conformándose únicamente con despojarla de su cría. La hormiga atacada es una especie muy cobarde y nunca se apresta al combate. Se dedica a chupar las glándulas de ciertas hojas o las secreciones de áfidos y otros insectos desatendidos por otras hormigas. Cuando una hormiga se le acerca, aunque sea más pequeña, 'huye inmediatamente; quizá por esta cobardía y falta de sociabilidad, se ha constituido en presa de las ecitones, que respetan los nidos de otras especies.

La columna de ecitones en movimiento está compuesta princi­palmente de obreras de diferentes tamaños. A intervalos de dos a tres yardas, marchan individuos más grandes y de color más claro, que a menudo se detienen o regresan un poco, parando y tocando a otras hormigas con sus antenas. Parecen oficiales or­denando la marcha de la columna.

Esta especie se encuentra a menudo en la selva, en busca, no de alguna presa en especial, sino cazando, como la Ecitor predator, pero en áreas más extensas. Grillos, saltamontes, alacranes, ciem­piés, pulgones, cucarachas y arañas, son extraídas de debajo de las hojas y troncos caídos. La mayoría son capturados por las hor­migas y los que escapan son presa de los numerosos pájaros que las acompañan, a manera de los buitres que siguen a las carava­nas en el Oriente. Las hormigas envían destacamentos de explo­ración a los árboles, en busca de nidos de avispas, abejas y pro­bablemente de pájaros. Si localizan algo, comunican el descubri­miento al ejército que viene en pos; envían una columna inme­diatamente a tomar posesión de la presa. Las he visto extrayendo larvas y pupas de las celdillas de grandes panales de avispas, mientras éstas revolotean indefensas ante la multitud de las in­vasoras, sin poder prestar protección a sus crías.

No me cabe duda que muchos pájaros han adquirido instintos para combatir o evitar el peligro de exponer a sus pichones al ataque de éstas y otras hormigas. Trogónidos, loros, tucanes, mo­mótidos y muchos otros pájaros, que construyen sus nidos en los huecos de los árboles o sobre el terreno, enfrentan la entrada a fin de picotear a las exploradoras en su avance, eliminándolas antes de que comuniquen la información al grueso de la columna que viene detrás. Algunos de estos pájaros, especialmente los tucanes, poseen picos bien adaptados para picotear a las hormigas antes que alcancen el nido.

Muchos pájaros pequeños viven entre las ramas de los corni­zuelos, cohabitando con una hormiguita ponzoñosa, colectora de miel, cuya presencia impide a las ecitones invadir este arbusto.

Entre los mamíferos, los didélfidos[4] protegen a sus crías dentro de sus marsupias, y las hembras de muchos ratones y ratas arbó­reas, poseen callosidades duras cerca de las tetas, a las que se adhieren las crías, con sus dientes de leche, para ser llevadas por sus madres a un lugar más seguro.

Los ojos de las ecitones son muy pequeños; en algunas especies imperfectos y en otras totalmente ausentes. En este sentido se diferencian de aquellas hormigas que cazan solitarias, cuyos ojos están enormemente desarrollados. La atrofia de la vista en las ecitones es una ventaja para la comunidad y su modo particular de cazar, puesto que las mantiene unidas, impidiendo que un in­dividuo se aparte del grupo, en persecución de objetos que descu­bre a distancia. Estas hormigas, al igual que la mayoría, rastrean por el olfato; y, según creo, comunican a distancia la presencia del peligro, botín u otro mensaje, por las diferentes intensidades o cualidades de los olores que emiten[5]. Un día descubrí una columna de Eciton hamata corriendo al pie de un corte, casi perpendicular, de una carrilera, cuya pendiente medía unos seis pies de altura. En un punto noté la agrupación de una docena de individuos en aparente consulta; repentinamente uno de ellos dejó el cónclave y, corriendo con gran velocidad, subió sin parar la pendiente perpendicular. Lo siguieron otros, quienes, sin em­bargo, no corrieron hasta el final del trayecto, sino que regresaron repitiendo varias veces el intento de ascender, cada vez logrando una mayor altura. Evidentemente estaban impregnando la pista del cabecilla con un olor que la hiciera permanentemente recono­cible. De este modo las hormigas seguían la trayectoria de la pri­mera, aunque ésta estaba ya fuera de vista. Si la hormiga pionera se desviaba, las seguidoras la imitaban exactamente al llegar al mismo punto. Raspé con mi navaja una pequeña porción de ar­cilla sobre la trayectoria y las hormigas quedaron desorientadas por un rato. Tanto las que ascendían como las que descendían paraban al llegar a la parte raspada, pero haciendo cortos rodeos volvieron a rastrear la trayectoria. Desvanecidos sus titubeos, recorrían la pista con gran confianza. Una vez alcanzada la parte superior del corte, S3 internaron en una maleza propia para cazar, y, al poco tiempo de localizar la presa, la información fue comu­nicada a las hormigas de abajo, y una densa columna se apresuró en su búsqueda.

HORMIGAS GUERREADORAS: "Las ecitones son cazadoras; se alimentan principalmente de insectos u otras presas. Y como curiosa analogía con los pueblos cazadores del género humano, tienen que cambiar de terreno de caza una vez que ésta se termina, moviéndose a otro. En Nicaragua se les conoce generalmente como "hormigas guerreras".

Las ecitones son hormigas singulares; no tienen madriguera fi­ja, porque se mueven de un lugar a otro cuando han agotado sus  terrenos de cacería. Creo que la Eciton hamata no permanece más de cuatro o cinco días en el mismo lugar. Algunas veces me he cruzado con columnas en migración, que se reconocen fácilmente porque todas las obreras caminan en una dirección, acarreando, entre las mandíbulas, larvas y pupas con el mayor cuidado. En diferentes puntos a lo largo de la columna los oficiales, de color claro, se adelantan y retroceden dirigiendo la marcha. Tales co­lumnas son de enorme longitud, pues contienen muchos miles, quizás millones, de individuos. A veces las he seguido por doscien­tas o trescientas yardas, sin encontrar el final.

Construyen sus habitaciones temporales en los huecos de los árboles y algunas veces debajo de grandes troncos caídos, que ofrecen huecos disponibles. Encontré un nido de éstos abierto por un lado y observé las hormigas acumuladas en una masa densa, como un gran enjambre de abejas, que colgaba del techo hasta tocar el piso. Sus innumerables y largas patas semejaban un tejido café, que envolvía una masa de aproximadamente una yarda cúbica, y que contenía cientos de miles de individuos, sin contar las múltiples columnas que estaban afuera acarreando larvas y pupas o los desmembrados cuerpos de otros insectos. Me sorprendió ver en estos hormigueros pasajes tubulares que con­ducen al centro de la masa, que es hueco y que se mantiene abierto como si estuviese formado de materiales inorgánicos. Por estos pasajes transitaban las hormigas cargadas con sus botines. In­troduje una larga vara en el centro del cúmulo a la cual se adhi­rieron muchas hormigas con larvas y pupas, que probablemente se mantenían en calor gracias a la gran aglomeración. Además de las obreras, de color oscuro, y de los oficiales claros, encontré tam­bién individuos aún más grandes, provistos de enormes mandí­bulas, que las mantienen abiertas, en actitud amenazadora, y con las que, para mi sorpresa, infieren fuertes mordiscos, de tal inten­sidad que estas mandíbulas quedan pegadas a la piel.

Un día mientras observaba una pequeña columna de estas hor­migas, coloqué una piedrezuela sobre una de ellas. Tan pronto se acercó una compañera y descubrió la situación de la prisionera, regresó alarmada y comunicó la información a las demás. Todas se aprestaron al rescate; algunas mordían- la piedra y trataban de moverla; otras se asían de las patas de la cautiva y halaban con tal fuerza que llegué a pensar que la descuartizarían, pero perseveraron hasta liberarla. A continuación cubrí otra hormiga con un terrón de arcilla, dejando la punta de sus antenas expuestas. Pronto fue descubierta por sus compañeras, quienes comenzaron a trabajar inmediatamente; mordiendo la arcilla poco a poco, pronto la liberaron.

En otra ocasión me encontré con un grupito que se desplazaba a intervalos. Atrapando a una de ellas con arcilla, a poca distan­cia del camino de las otras, y con la cabeza expuesta, noté que después del paso de varias hormigas, una finalmente la descubrió y probó halarla sin éxito. Inmediatamente, alejándose con gran prisa, al punto que creí la abandonaba, fue en busca de ayuda y poco después como una docena de hormigas vinieron apuradas en ayuda de su compañera, evidentemente enteradas de las circuns­tancias del caso, hasta que la liberaron. No comprendo cómo esa actitud pueda considerarse un simple instinto. Se trata de ayudas compasivas, tales como se observan en el hombre, únicas entre los mamíferos superiores. La excitación y ardor que mostraron para rescatar a su compañera, no pudieron haber sido mejores que las exhibidas entre los seres humanos, donde, por lo demás, casos como éstos no se ven todos los días. Considero a las ecitones las primeras en inteligencia entre las hormigas de la América Cen­tral, y como tales a la cabeza de los artrópodos. Le siguen las avispas y las abejas, y después los otros himenópteros. Entre las hormigas y los insectos inferiores existe tan gran diferencia en el poder de raciocinio, como entre el hombre y los mamíferos infe­riores. Un escritor ha argumentado hace poco que entre todos los animales las hormigas son las que más se parecen al hombre en cuanto a su organización social[6]. Quizás si pudiésemos com­prender su maravilloso lenguaje encontraríamos que aún en sus condiciones mentales, las hormigas emulan a los humanos.

Referiré dos ejemplos más sobre el uso de las facultades racio­nales de estas hormigas. Una vez descubrí una ancha columna tratando de superar una pendiente desmoronadiza y casi perpen­dicular. Era difícil superar la pendiente sin resbalar, pero cierto número de ellas, habiendo logrado asegurarse, se afianzaron mu­tuamente, formando un puente, para que el resto de la columna pasara. En otra ocasión cruzaban una corriente sobre una delgada ramita no más gruesa que el cañón de una pluma. Sin embargo, engrosaron este puente natural, en tres veces su anchura, median­te otras hormigas que colgaban lateralmente, logrando que la co­lumna pasara de tres o cuatro en fondo. Sin esta argucia habrían pasado en fila india y necesitado mayor tiempo. ¿No podríamos afirmar que tales insectos son capaces de decidir con sus poderes racionales cuál es la mejor forma de hacer una cosa y que sus acciones van dirigidas por el pensamiento y la reflexión? Refuerza este punto de vista el hecho de que los ganglios cerebrales en las hormigas están mejor desarrollados que en cualquier otro insecto, y que en todos los himenópteros, a cuya cabeza están, "estos ganglios son mucho más grandes que los de órdenes menos inte­ligentes, tales como el de los coleópteros[7]".

Los himenópteros, a la cabeza de los artrópodos, y los mamífe­ros, entre los vertebrados, muestran curiosos desarrollos paralelos en la historia geológica, culminando los primeros en las hormigas y los segundos, en los primates. Tanto los himenópteros como los mamíferos se originaron en la era mesozoica, pero no fue sino hasta la cenozoica cuando hormigas y monos hicieron su aparición. Hasta aquí llega su paralelismo, pues ninguna especie de hormiga ha alcanzado mayor superioridad sobre sus compañeras; en cam­bio, el hombre ha avanzado mucho más allá que los otros pri­mates.

Cuando consideramos a estos insectos inteligentes que habitan en comunidades organizadas de muchos miles de individuos, de­sarrollando sus instintos sociales a un alto grado de perfección, efectuando sus andanzas con la regularidad de tropas disciplina­das, mostrando ingenio cuando cruzan los lugares difíciles, asis­tiéndose mutuamente en el peligro, defendiendo sus nidos a riesgo de la propia vida, comunicándose información rápidamente y a gran distancia, verificando una regular división de trabajo, en­cargándose toda la comunidad de atender a sus crías y todos imbuidos con el mayor sentido de la industria, trabajando cada individuo, no para sí, sino para sus compañeros, podemos imaginar que la descripción que Sir Thomas More hace en "Utopía" puede aplicarse con mayor justicia a tal comunidad que a cualquier socie­dad humana: "En Utopía, donde todos tienen derecho a todas las cosas, se admite que, si se toman precauciones para mantener los almacenes públicos bien surtidos, ningún hombre en particular puede codiciar cosa alguna, pues entre ellos no existe distribución desigual; en tal forma que nadie es pobre ni se encuentra necesi­tado; y a pesar de que nadie tiene nada, todos son ricos. ¿Acaso existe cosa que pueda hacer de un hombre tan rico como para llevar una vida serena y deliciosa, libre de angustias, de requeri­mientos, no interrumpida por los interminables reclamos de su compañera? No teme a la miseria de sus hijos, ni se preocupa por acrecentar la dote de sus hijas, pues está garantizado que él, su esposa, sus hijos, nietos y todas las muchas generaciones que pueda imaginar, vivirán en plenitud y felicidad".


[1] Platanillos". (N. d. T.)

[2] Pájaros conocidos vernacularmente con el nombre de "Guardabarrancos". (N. d. T.)

[3] Doceava parte de la pulgada, equivalente a dos milímetros aproximadamente. (N. d. T.)

[4] Marsupiales como la zarigüeya, conocidos en Nicaragua con el nombre de "Co­madrejas" o "Zorro cola pelada". (N. d. T.)

[5] Efectivamente se han descubierto sustancias llamadas ferohormonas, que emi­ten las hormigas, para marcar sus caminos. (N. d. T.)

[6] Houzeau. Etudes sur les Facultés Mentales des Animaux comparés á celles del l'Homme.

[7] Darwin. Descent of Man. Vol. I., p. 145.

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