La dramática vida de Rubén Darío 2




Parte - 2

El poeta niño


A la época en que el público nicaragüense lee los primeros versos de Rubén Darío, ya él ha escrito muchos.1 Por esos versos iniciales un vecino de León, Vicente Quiroz, lo llama “poeta niño” y con este cognomento es tratado en los años siguientes en los círculos sociales e intelectuales del país.2
León tiene un núcleo de intelectuales, poetas algunos, periodistas, jurisconsultos, pero literatos todos, que en diferente medida dan prestigio a la intelectualidad nacional.3 Mariano Barreto ahonda mucho en el saber idiomático; Román y José María Mayorga Rivas, Cesáreo Salinas, Manuel Cano, José Rosa Rizo, Samuel Meza, Félix Medina, Felipe Ibarra son poetas; Buenaventura Selva, Agustín Duarte, Tomás Ayón y su hijo Alfonso, Jesús Hernández Somoza, son jurisconsultos y publicistas; Ricardo Contreras, mexicano, ejerce la docencia y la crítica literaria; Modesto Barrios es periodista, abogado y orador. Todos estimulan a Rubén celebrando sus composiciones, solicitando su colaboración para diversos actos académicos y facilitándole obras literarias que lee con delectación. Esos escritores profesan el liberalismo ideológico; son lectores de Juan Jacobo Rousseau y de Montesquieu, de Tácito, de Plutarco, y en aquel momento tienen como oráculo al ilustre ecuatoriano Juan Montalvo. Rubén lee a esos y a otros autores, sobre todo a los poetas españoles, Zorrilla, Campoamor, Ventura de la Vega, Balart, Bartrina, Núñez de Arce. Lee también a Víctor Hugo, y empieza sentir una admiración por el gran lírico, que irá creciendo con su evolución mental. Lee y escribe, escribe y lee incansablemente. Ensaya todos los metros, todas las formas de estrofa, todos los tipos de composiciones poéticas, desde el dístico a la silva, desde el soneto a la oda.
Grata es la llegada a casa de una pariente con su hija, una chica encantadora en los doce años de su vida. La impúber belleza es su prima Isabel, de blonda cabellera, celeste pupila y sonrosada tez. Desde el primer momento su incipiente belleza solivianta el ardor erótico del primo, que siente hondo la flecha del travieso diocesuelo. Desde aquel momento su melancolía se acentúa, atisba todos los pasos de la pequeña y adopta actitudes llamativas para que ella lo vea. Una mañana en que la mamá e Isabel se preparan para ir a misa, sus ojos curiosos sorprenden al objeto de su inquietud en deshabillé. El corazón le late precipitadamente, la imaginación se le enciende, y el ánimo zozobra. Isabel suele ir al jardín y tiene el cuidado de dar de comer a las palomas de Castilla. Verla en estas escenas es un espectáculo divino. Cobrando ánimo llega hasta el límite de lo imposible, vence su timidez y le declara su amor. Un buen día le estampa un beso sonoro y acariciante, pero la chica huye, y se queda mohíno y confuso.4
En casa de la tía Rita se celebran en ocasiones bailes infantiles. Rubén, naturalmente, no falta allí y es el centro del interés de las chicuelas invitadas. Todas se lo disputan más que por su persona misma, que no presenta atractivos físicos, por su don apolíneo, por los recuerdos versificados que les escribe en sus álbumes, y por las dedicatorias en verso que le encargan cuando quieren enviar regalos a parientes y amigas; pero ese auge le atrae la animosidad de los varoncitos asistentes, y más de una vez ha tenido que aguantar sus mojicones, pues si los vence en verso es vencido por ellos a puñetazos. En una fiesta que se celebra en honor de su primo Pedro— el hijo de su tío político que— es un precoz y extraordinario pianista, este es ovacionado por el público que colma la sala y los corredores de la casa. Rubén no ha sido invitado esta vez y como curioso está en una casa próxima, viendo desde la acera lo que pasa.
—Oye cómo aplauden a Pedro. ¿Qué te parece?, le pregunta alguien.
Reconoce la intención del interrogante, y contesta con acento de orgullo.
—Lo merece; pero a Pedro lo aplauden aquí, a mí me aplaudirá el mundo.5
Casa de gente bien la suya, doña Rita tiene dos bufones, son dos enanos, madre e hijo, que hacen reír con los chistes, con las muecas y otras grotescas hilaridades. El varón se finge cura y dice sermones, se cree militar y se llama, dice, Capitán Vílchez. Rubén los mira con recelo, le inspiran miedo y lo impresionan tanto que muchos años después los recordará en un soneto notable.6
José Dolores Gámez, liberal ideológico, recio trabajador intelectual en el campo de la historia y del periodismo, dirige un periódico, El Termómetro, en Rivas, ciudad meridional de Nicaragua. Gámez ha oído el nombre de este niño, y estando en León en busca de documentos históricos, lo conoce y le pide versos que publica en la edición del 26 de junio de 1880. La composición es la elegía “Una lágrima”. Días después el poeta Cesáreo Salinas recibe El Termómetro, va a casa de doña Bernarda, hace llamar a Rubén y le muestra la hoja en que están sus primeros versos impresos. Emocionado, sin decir palabra, recibe el papel y lee. Se siente transfigurado al ver su nombre, con todas sus letras, Rubén Darío, al pie del poema. Salinas lo felicita y lo abraza; y felicita también a doña Bernarda.7
Sus compañeros de generación tienen la feliz iniciativa de fundar una revista literaria, sin duda auspiciados pecuniariamente por los intelectuales leoneses, todos licenciados y doctores: los Ayón, Barreto, Selva y aun por hombres de negocios que tienen atingencias, por simpatía, con la cultura, don Salvador Cardenal, don Pedro J. Alvarado, don Leonardo Lacayo.
La revista El Ensayo, título modesto y propio para expresar la incipiencia de su redactores, aparece el 27 de junio de 1880, y en ese primer número se leen trece cuartetos con el título de Desengaño firmados por Bruno Erdía, seudónimo y anagrama de Rubén Darío, en que revela la vivencia de un amor “volcánico” después del cual “la musa del dolor” se posó en su corazón. Le sirve de exordio la pintura del espectáculo de la naturaleza, esplendoroso, rebosando vida y alegría durante el día, y cubierto de sombra y poblado de silencio en seguida del ocaso.8
En el número cuatro aparece “El poeta” en alejandrinos cuyos estrictos hemistiquios heptasílabos le sugieren hacer un malabarismo con ellos, revelador de una inquietud innovadora o de imitación si es que alguien lo ha hecho antes. Tres estrofas están formadas cada una por dos alejandrinos iniciales, cuatro heptasílabos y un alejandrino final. El conjunto es arquitectural. Sigue una décima de heptasílabos —otra novedad—, continúa con un cuarteto alejandrino como don José Zorrilla manda, y termina con otra décima heptasilábica. No cabe duda de que el poeta niño se refocila ensayando combinaciones para estructurar la estrofa. La primera es esta:

En medio del eterno concierto de los mundos.
Se escucha del poeta su célico laúd
Que canta en dulces trovas
I en tristes elegías
I en fúnebres endechas,
Consagra sus canciones también al ataúd!

Las redondillas eróticas “A...” no se atreve a firmarlas con su nombre e inventa un nuevo pseudónimo  Bernardo I. U., no sea que Mercedes Maning no le corresponda ni con una sonrisa, a pesar de ser dedicadas a ella.
Con conciencia de que ha hecho un poema delicado, de fino lirismo, un lied y en que no hace alusión directa a ninguna de sus admiradas leonesas, firma “Tú y yo”9 con todas las letras de su nombre, como lo hará en lo sucesivo:

Yo vi un ave
que süave
a la orilla de los mares
sus cantares
entonó,
y voló...

Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en la alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú...
¡Y eras tú!

Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rosas parecía;
miró la azul lejanía...
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando, pobre amante,
prosiguió...
¡Y era... yo!

Una oda a sus trece años de edad es un reto serio, pero lo acepta y la titula “Naturaleza”, y la dedica “Al dulce vate Román Mayorga Rivas”, que ha llegado de regreso de El Salvador con prestigio de poeta. Este se hace afecto a los jesuitas al reingresar a la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús, y llega a ser algo como el poeta oficial de ella. La oda “Naturaleza”, en estancias a la manera clásica, es efluvio de las emociones que los fenómenos naturales le han producido.
Como está en un período de aprendizaje, goza con ensayar a vencer dificultades, y en “Sollozos del laúd...!” usa versos de todas las medidas, empezando por los disílabos:

¿Viste
triste
sol?

aumentando en cada estrofa una sílaba hasta llegar al alejandrino, y saltando sobre el escollo de la fealdad del tridecasílabo toca la cima del pentadecasílabo:

¿No veís a la luna que brilla fulgente en el cielo?

Y vuelve por la escala métrica descendente a los disílabos iniciales. El tema es una vez más el amor y los cambiantes espectáculos de la naturaleza, y como labor de adiestramiento el poema tiene valor documental.
Vive en León como exiliado político de Honduras, el licenciado Álvaro Contreras, es orador y periodista fogoso, un caballero andante del liberalismo, que por librar batallas contra las democracias bárbaras de Centroamérica, ha sido lanzado de un Estado a otro por el aguijón de la ira caciquista.10 Su esposa es doña Manuela Cañas, costarricense, a quien conoció en uno de sus destierros en el hermoso país sureño, y ha habido con ella dos niñitas vivarachas, Rafaela y Julia. Rubén tiene un trato fugaz con esta familia; pero ha podido apreciar la facundia del señor Contreras, y ha sonreído a la pequeña Rafaelita.
Otro personaje que Darío conoce en sus días de poeta niño es José Joaquín Palma, quien ha pocos años manejó a la par la espada y la lira por la independencia de Cuba, su patria.11 Después se ha quedado solo con su lira quejumbrosa y nostálgica, y sus efluvios de tristeza son rosarios de décimas de música y dulzura acendradas. Palma dice sus versos como insuperable declamador. El poeta niño lo escucha recitar “Tinieblas del Alma”, que todo alfabetizado de América ha leído, y en seguida lo imita en la elegía “A mi querido amigo Victoriano Argüello en la muerte de su padre”. No hay duda que le ha llamado la atención la extraña estructura de las estrofas de doce versos octosílabos, dispuestos en una cuarteta inicial, luego un tetrasílabo pareado con el verso siguiente, los dos versos que siguen son también pareados, y al cabo un cuarteto final.

Canta Palma:
¡Ay, amigo, tú no sabes
mis recónditas congojas:
Yo soy un árbol sin hojas,
yo soy un bosque sin aves:
Una fuente
cuyo espejo transparente
no reproduce riberas
de acacias y de palmeras;
ni entre su espumoso velo
brillan con gentil donaire,
las luciérnagas del aire,
ni las estrellas del cielo.

Y el poeta niño le hace eco así:

Brilla como el firmamento
la existencia del mortal,
sin que las nubes del mal
la empañen de sufrimiento:
se desliza
como embalsamada brisa,
cual de la flor el aliento,
en alas los del blando viento,
pero vienen impetuosas
las olas de los  pesares,
y la sumergen en mares
de tinieblas espantosas.


Quizás por parecerle lo más novedoso que ha escrito, es esta composición la que el poeta de trece años de edad entregó a José Dolores Gámez para su periódico El Termómetro. En una velada memorable comparte con Palma la intervención en verso,  la oratoria  está a cargo de los insignes oradores Contreras y Zambrana. Espectáculo cultural semejante nunca se ha visto en León.
Escribe también en silvas otra oda, reveladora como la anterior, de un amor que empieza profundo por la naturaleza. Núñez de Arce es el dios lar que lo ampara en esta segunda hazaña de los trece años, que es la oda “Al mar”, dedicada a Francisco Castro, con estas palabras: “Te dedico esta humilde composición, acéptala como una prueba de amistad sincera que te profeso, R. D.” El arrebato de la inspiración lo posee, las imágenes se agolpan, los ritmos se atropellan  hermosamente, en tal manera que los infantiles gazapos no molestan la percepción del conjunto. Toda la oda está vaciada en los modelos clásicos, y por tanto no falta la introspección subjetiva. En la tercera estancia la música orquestal suena así:

¡Ya escuchaste mi canto, oh mar! Ahora,
yo mi arpa cargaré...! Queden mis voces
en las grutas obscuras de tus peñas,
entre la blanca espuma de tus olas,
mientras camino a solas
por una senda amarga, do no hay flores…,
ni se oyen los rumores
de las auras dolientes!

¡Do solo espinas hay, crueles abrojos,
sólo espinosos cardos,
y donde brotan lágrimas los ojos!...
¡Donde en vez de cantar dulces amores
al ver nacer la aurora de los días,
solo entonan los bardos
cantos de muerte, y tristes alegrías!12





La facilidad para versificar que demuestra es en verdad prodigiosa, y las ocasiones son muchas: la solicitud de una amiga de versos para su álbum, la inauguración de la escuela de adultos de San Sebastián, la lectura de un nuevo libro (Bajo el retrato de Espronceda) y hasta juegos de ingenio humorístico (Clase).
Las leyendas de Zorrilla lo impulsan a contar en verso la leyenda local “La Cegua”, que se refiere a un fantasma de mujer que suele espantar a los trasnochadores, algunos de los cuales han muerto de pavor, según el decir popular. Rubén va a casa del licenciado Trinidad Candia a leerle su leyenda, que es lo que hace con sus amigos cada vez que escribe algo que considera de calidad.13 El licenciado admira el desarrollo de la conseja en un diálogo animado entre Manuel, Juan y don Pablo y lo que sucedió, que uno de ellos se desmayó ante “La Cegua”, que no vio y que creyó ver y oír.
Un buen día, la monótona, aunque apacible vida de León se alegra con la llegada de una compañía de acróbatas, de la cual forma parte una bella anglosajona de quince años de edad. Se llama Hortensia Buislay, hace esguinces maravillosos en el trapecio, en la barra fija y en la cuerda. La ve ejecutar acrobacias con su cuerpo esbelto y flexible. La graciosa saltimbanqui le da la visión de una sílfide ligera, grácil e insinuante. Desde luego se enamora de ella. No tiene céntimos para pagar la entrada a las funciones, pero logra un sitio en la galería, porque se presta voluntario para llevar algún instrumento musical, el saxófono hoy, el tambor mañana, y así en los días sucesivos. Esta explosión erótica cobra caracteres alarmantes, según es el ardor de su pasión. Decide incorporarse a la farsa, pero como es inepto para los peligrosos ejercicios, tiene que resignarse a perder de vista a la tentadora muchacha. De ella le queda un recuerdo luminoso e imborrable, y versos de amor en su mochila de poeta.14
El año de 1881 se inicia con signos inquietantes, algunos, y de satisfacciones culturales otros; alegrías y duelos como es el decurso de la vida humana.
León es la sede episcopal de Nicaragua, su semana santa es famosa en Centroamérica, su aristocracia es conservadora, y sin embargo, es también el foco principal del liberalismo nicaragüense como contrapunto de Granada, que lo es del conservatismo. En esta ciudad son conservadores todos, ricos y pobres; en aquella son liberales los artesanos y los intelectuales de clase media, y entre estos, el hombre más conspicuo, considerado como la encarnación de las ideas liberales y de la aspiración a la unión política de Centroamérica —ideal que los conservadores repugnan— es el doctor en “ambos derechos”, Máximo Jerez.
Gobierna en Nicaragua el general Joaquín Zavala,15 conservador por tradición local y familiar: es hombre de amplio criterio; liberal práctico que funda la Biblioteca Nacional con cinco mil volúmenes encuadernados en pasta española, con el sello de la República impreso elegantemente, e introduce el telégrafo a los servicios públicos. Incorpora al régimen educativo oficial el Colegio de León, que desde entonces se denomina Instituto de Occidente.16 El nuevo centro educativo se instala en el exconvento de San Francisco — a una cuadra de la casa de Rubén— acondicionado lo mejor posible para su nueva función. Beneméritos ciudadanos leoneses aportaron dinero de su peculio para la fundación del establecimiento, y contrataron en París a José Leonard y Bertholet para enseñar Letras e Historia Universal, y al doctor Salvador Calderón, exprofesor de la Universidad de Sevilla, para enseñar Ciencias Naturales.17 Leonard, fogoso liberal, pero conocedor del medio en que se halla, pronuncia un discurso sabio y prudente en la inauguración del establecimiento el 6 de marzo. Sin embargo, los jesuitas soliviantan a los padres de familia, y estos piden su destitución por considerar sus ideas hirientes a la ortodoxia católica. Se provoca una pelamesa ideológica entre los mantenedores de la tradición y los adeptos del libre pensamiento. Rubén es alumno del Instituto, admira en Leonard el encanto de su verbosidad y es un lector voraz de Montalvo, del Lamartine de la Historia de los Girondinos y del Michelet de la Historia de la Revolución Francesa: toma partido en favor de su maestro. Escribe en verso y en prosa con ardor jacobino. Viene a empeorar el estado de los ánimos la sublevación de los indígenas —también excitados por los jesuitas— de Subtiava, barrio de León, los de Telica, un pueblo vecino, y especialmente los de Matagalpa, donde aquellos religiosos se habían arraigado profundamente. Se produce una conmoción nacional y el Presidente Zavala opta por expulsar a los jesuitas, como en efecto lo hace.
Don Pedro J. Alvarado es uno de los vecinos ricos de León que han contribuido pecuniariamente al establecimiento del Colegio, en el cual inscribe a su hijo Pedro y a su sobrino político Félix Rubén, cuya reputación de niño prodigio conoce, como alumnos internos.
A la usanza europea el plantel ha sido fundado con ínfulas aristocráticas y por eso los alumnos deben usar un uniforme compuesto de sombrero negro de media copa, levita, pantalón y chaleco de paño azul, o de franela fina del mismo color, corbata y calzado negros. Sobre la solapa, y un poco abajo del cuello de la levita llevarán unas iniciales(I. C.) bordadas con seda amarilla.
En el internado Félix Rubén se convierte en secretario de los amantes, platónicos casi todos, que le piden versos para acariciar con ellos a las chicas que les quitan el sosiego necesario para el estudio. Una mañana, al levantarse, un compañero le ruega que escriba unos versos para su novia que ese día cumple años;18 Rubén pregunta por el nombre de la, para él ignorada, Flérida, y mientras se lava la cabeza, se seca y se peina, dicta al enamorado las estrofas, que empiezan con los versos:
                           
Rosalpina, qué placer
siento hoy que nace en Oriente
la aurora resplandeciente
de tu natal…

Esta función de secretario lírico no dura mucho, porque a la vuelta de la esquina de uno de los días próximos, está en acecho la adversidad, esperándolo para dañarlo.
Un día Rubén riñe con el hijo de su protector, su primo Pedro, y el tío, enojado, le retira la colegiatura. Ignorando esta injusta determinación, el protegido va como de costumbre al comedor, pero es advertido de que ya no tiene derecho a sentarse a la mesa por la severa disposición de su tío.19 Avergonzado y entristecido, espera que la sombra de la noche le permita disimular su humillación, para dirigirse a su casa, donde el regazo de la buena madre, también entristecida, lo consuela con ternura. El dolor le ha clavado su venablo por segunda vez. Sin embargo, continúa asistiendo a las clases, sin duda por la intercesión de otros de los fundadores del Colegio. Desgraciadamente el poeta niño no es por cierto estudioso. El binomio de Newton no ha logrado colarse en su cerebro, y por este y otros puntos del programa de estudios su afición académica desaparece. Los exámenes han probado su incapacidad para las matemáticas y en general para las ciencias.20 Decididamente renuncia a seguir estudios regulares académicos. Tiene que ser autodidacta tiene que bastarse a sí mismo para hacerse una cultura. Dichosamente está dotado de una memoria asombrosa y de una capacidad de asimilación rápida. La lectura es el único método que adopta para el conocimiento de autores, escuelas y sistemas. Lo demás lo hará la experiencia.
En su breve temporada de escolaridad, hace la revelación de otro don artístico: es un dibujante que capta rápidamente los rasgos de las personas y objetos. ¿Qué será en lo porvenir, poeta, músico, pintor? Para todo eso revela aptitud sobresaliente; pero no para todo encuentra medios y estímulos en el ambiente leonés.21
En uno de esos días de agitación, algunos amigos del libre pensamiento y de pasatiempos intelectuales ponen a prueba su capacidad para componer versos. Le dan las palabras finales de dos décimas que deberá construir en treinta minutos, haciendo que cada verso concluya precisamente con la palabra correspondiente que se le da. Las palabras son las siguientes: Bolívar, Olmedo, enredo, acíbar, almíbar, Bello, sello, San Martín, retintín, ello; yo, tú, Belcebú, salió, no, sí, mi, vida, carcomida, aquí.
Los versos deben ser una invectiva contra los jesuitas. Rubén se concentra y en veinte minutos termina las décimas fóbicas que son leídas a los compañeros:22

El Jesuita

¿Qué es el jesuita? —Bolívar
preguntó una vez a Olmedo—,
Es el crimen, el enredo;
es el que da al pueblo acíbar
envuelto en sabroso almíbar.
El inmortal Andrés Bello
estaba poniendo un sello
a una carta a San Martín,
y dijo con retintín:
—¿El jesuita...? Lo dice ello.
Bien: ahora hablaré yo.
Juzga después, lector tú:
El jesuita es Belcebú,
que del Averno salió.
¿Vencerá al Progreso? ¡No!
¿Su poder caerá? ¡Oh, sí!
Ódieme el que quiera a mí;
pero nunca tendrá vida
la sotana carcomida
de esos endriagos aquí.

El cambio ideológico del poeta niño se ha operado de manera natural. En el hogar tuvo en toda su primera infancia una escuela de liberalismo, cuya cátedra ejercía el coronel Ramírez Madregil, adicto absoluto a Máximo Jerez, y también doña Bernarda, e igualmente los contertulios a quienes oía hasta que el sueño lo vencía.
En los años ochentas el clero es objeto de ataques, particularmente los jesuitas, de parte de los escritores liberales, y en Centroamérica el guatemalteco Lorenzo Montúfar es el paladín de esa disputa. Montalvo ha dicho: “Cuando los jesuitas suben Montúfar baja y cuando los jesuitas bajan Montúfar sube”. Este personaje ha estado en León y Managua, se ha interesado por Rubén y este lo ha complacido escribiendo el soneto “A los liberales” que aquel le sugirió:23 Los  personajes llegados a León que ha conocido son todos liberales, el poeta Palma, el periodista y notable orador hondureño Álvaro Contreras, el elocuente orador cubano Antonio Zambrana, el historiador José Dolores Gámez, y liberales son los leoneses Buenaventura Selva, Mariano Barreto, Camilo Gutiérrez, Trinidad Candia, Cesáreo Salinas, y los jóvenes Felipe Ibarra, Francisco Quiñonez, Samuel Meza, Félix Medina y, por supuesto, muchos otros. Estos liberales han defendido a Leonard; Rubén respira el aire saturado de liberalismo y se aleja de los jesuitas. Ahora es liberal, racionalista, y en prosa y en verso lanza rayos como un pequeño Júpiter contra sus primeras creencias; es un hereje que se salva de la hoguera por vivir ya en el siglo XIX.
El incipiente poeta goza de un breve período más de escolaridad regular en el Colegio de San Fernando, que regenta el doctor José Roza Rizo; allí, su compañero más encariñado es José Madriz, un efebo tropical y talentoso que ya era su amigo.24
La enseñanza privada es muy usual en León, y hay algunos ciudadanos ilustrados que la ejercen gratuita, aunque irregularmente. Es así como el ya licenciado Felipe Ibarra imparte un cursillo de Lógica a un grupo de adolescentes, algunos de los cuales quizás abonan algo al maestro, entre ellos Luís H. Debayle y Rubén Darío. El texto es la sección de Lógica de la Filosofía elemental, por Jaime Balmes, el campeón de la apologética del catolicismo.
El doctor José Leonard y Bertholet aprovecha su permanencia en Nicaragua para difundir la literatura masónica. Su discípulo la lee mucho y con interés, por la atinencia que tiene el ritual masónico con el mundo oculto, y porque los grandes liberales de la época pertenecen a la secreta fraternidad. Le llegan a ser familiares “la escuadra y el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos”.25
Como todo lo misterioso, el secreto masónico tiene para él un atractivo insinuante. No duda que tras de lo que los sentidos perciben hay algo que como sirena lo atrae y como fantasma lo aterroriza.
Hacen su aparición los signos de la pubertad.26 La preludian la alteración de la voz, que se torna ronca, y la libido que le produce sacudimientos sexuales. A la vez empieza a hacer las primeras libaciones de aguardiente, la aniquiladora bebida con que el Estado incrementa su hacienda y envenena a sus habitantes. Inexpertos o perversos amigos le tienden la red de tentadoras invitaciones, y con una debilidad moral innata, que entonces sufre otro doblegamiento, acepta, y aun se halaga con los deleites de la imaginación que experimenta, y sobre todo porque advierte que su timidez desaparece bajo el influjo del alcohol. Es ahora un trasunto de poeta romántico, de larga melena, de ojos melancólicos, tez pálida, meditabundo y que canta desengaños reales o ficticios.
La intelectualidad leonesa hace días viene agitándose por organizar un Ateneo y cristaliza su inquietud con la solemne inauguración el 15 de agosto de 1881.27 El presidente, doctor Tomás Ayón, lee un discurso lleno de legítimo optimismo sobre los valores culturales del país. El licenciado Ricardo Contreras hace un extenso elogio de la mujer por su papel en la vida social y en la historia. El joven J. Dolores Espinoza lee los tres capítulos de la leyenda de la creación del hombre que ha escrito, y la ruda lucha que ha sostenido con la naturaleza para subsistir. El licenciado Felipe Ibarra lee nueve octavas reales con que exalta el significado de la fundación del Ateneo, “Las letras, la juventud y el saber”. En ese solemne acto el poeta niño tiene ocasión de ceñir un fresco laurel a su frente. Asiste en compañía de su buena madre, doña Bernarda, llevando en la bolsa de su americana unas cuartillas cuajadas de sonoras décimas, cantando a héroes del pensamiento y de la acción, a Gutenberg y a Cervantes, a la libertad y al progreso. Para confeccionar este poema oyó referencias sobre autores que no había leído aún. Su amigo Luís H. Debayle le pidió que hiciera alusión a Alsacia y Lorena, las dos provincias francesas cautivas de la Alemania imperial; y de ahí la décima alusiva:

¡La libertad...! Mas ¿qué suena
triste entre tanta ventura,
y qué de horrible amargura
hoy el corazón nos llena?
Son la Alsacia y la Lorena,
lamentándose apenadas
porque, ovejas desgraciadas,
fueron víctimas de un robo,
y ahora les clava el lobo
sus uñas envenenadas...

A su maestro Leonard había escuchado historias de su desvalida patria, Polonia, y a Zambrana, el orador cubano, de la suya, mártir Cuba. Es la razón de dos estrofas del poema:

Es también que, embravecida,
llena de santo furor,
pide venganza al Creador
Polonia la desvalida;
virgen bella sumergida
de amargura en un torrente,
que lleva ahora doliente
su corona blanca, sucia,
porque la bota de Rusia
oprime su casta frente...

Es que Cuba lleva espinas
en la sien que le maltratan,
que sus libertades matan,
sus libertades divinas;
es que las ondas marinas,
al consolar sus dolores,
le murmuran entre amores,
con su callada armonía,
que habrá de llegar un día
en que caerán sus señores...

El público prodiga aplausos y felicitaciones calurosas al bardo y a su señora madre. Ha sido la nota más saliente de esa ceremonia. Todos quieren hacerle presente su admiración, todos le auguran un porvenir brillante y hasta se menciona la gloria como una de las promesas que le tiene guardada el porvenir. Más aún que antes, es el invitado inevitable a todas las fiestas sociales, cumpleaños, bailes y bodas. Su numen contagia a los más alejados del comercio de las musas, y todos quieren hacer versos, o más bien todos los hacen. León se va convirtiendo en un ateneo de versificadores. En las bodas del gramático Mariano Barreto —quien, no hay que decirlo, hace versos—, los cofrades desgranan su inspiración, Felipe Ibarra uno de ellos. Allí está también el poeta niño, silencioso, cuando es interrumpido por las exclamaciones ¡Que brinde Rubén!, y como sus excusas no son atendidas, dice:

   ¿Que brinde? Brindaré, pues;
   y esta flor mustia, marchita,
hoy de la bella Chepita
colocaré yo a sus pies.
Le diré que aquesta es
ofrenda sencilla y pura
   de un arpa ignorada, oscura;
que sea siempre querida
y nunca bañen su vida
las olas de la amargura.28

En otra ocasión celebraban una tertulia los intelectuales leoneses. Está de isita el orador cubano doctor Antonio Zambrana. Alguien propone un tema a Rubén para que improvise. Este accede por la presencia de Zambrana, que lo escucha con la mayor atención, y tan pronto como termina, dice:
—Esos versos son ajenos, y los conozco —y los recita puntualmente para probar su aserto. Rubén se queda perplejo.
—¡Pero si son míos!
Los contertulios callan asombrados. Zambrana, riendo dice:
—No es verdad lo que he dicho. Es que tengo una memoria muy feliz y escuché concentradamente para darle una sorpresa.29
Con todo lo que ha escrito hasta los catorce años que tiene cumplidos,cree que puede formar un libro y ordena sus composiciones, dando cuerpo a su primer volumen, en cuya portada se lee:
Poesías y artículos en prosa
de Rubén Darío

   Lector, si oyes los rumores
de la ignorada arpa mía,
oirás ecos de dolores,
mas sabes que tengo flores
también de dulce alegría.

            (León, julio 10 de 1881)

Este libro primigenio no ve la luz, porque no hay Mecenas que auspicien su publicación.30 Incluye en él los poemas y artículos escritos hasta julio de 1881 y como no tiene la fortuna de darlo a luz, agrega la producción subsiguiente hasta abril de 1882. Son días duros los que vive y acaso por servicios recibidos de su amigo Macario Aragón, se lo obsequia. En las vicisitudes por las que el libro pasa, su integridad sufre mermas y toda la parte en prosa desaparece y quizás también parte de los versos.
En las noches de luna los enamorados suelen celebrar serenatas en honor de sus Beatrices. Al son de guitarras y bandurrias, los mejor dotados de voz quiebran el silencio de la noche al filo de sus canciones. Una noche se escapa Rubén de su casa para participar en una de esas juergas nocturnas. Al pasar por el atrio de la catedral, le sorprende la visión de una de esas materializaciones de que están llenos los anales del ocultismo.31
Es una forma de mujer con una cara deforme y un ojo que cuelga espantosamente. Al hablarle, un ruido horroroso se escapa que suena a ¡Kgggg! Pronto vuelve a su lecho a tratar en vano de olvidar aquella visión que lo angustia más que una pesadilla.
Tiene unos parientes en el puerto de Corinto que algunas veces lo invitan a pasar a su lado breves temporadas. Ya en el balneario de Poneloya, próximo a León, le ha ofrecido el mar el influjo de su grandeza. Ya lo ha cantado en una oda a la manera de Píndaro. En Corinto conoce los barcos de vapor que atracan en el muelle y su vista le despierta el anhelo de viajar.
En León se publica el semanario La Verdad 32 y el poeta-niño es uno de sus colaboradores. Desgraciadamente los números 1 al 53 han desaparecido, y con ellos los versos y prosas de Rubén, y solo ha sido posible localizar dos artículos que, por la circunstancia señalada, tenemos que considerar como sus primicias en prosa. El primero se titula “ El último suplicio ofende a la naturaleza” y ofrece dos particularidades: que está fechado en Managua, octubre 3 de 1880 y que lo firma con las iniciales R. D. El lector de Juan Montalvo y Víctor Hugo, autores dilectos de los liberales de entonces, exhibe la fuente del humanismo que profesa.
El otro artículo calzado con el pseudónimo Jaime Jil es un juego de ingenio en competencia con José Dolores Espinoza, quien escribe en La Verdad el extenso artículo joco-serio “Nada: Al joven poeta Rubén Darío”, y este se lo corresponde en el número siguiente con el suyo “Algo: A José Dolores Espinoza”.
Cada nueva composición revela la destreza que va adquiriendo en el manejo de los metros clásicos; y entre sus aptitudes mentales la rápida asimilación y la flexibilidad para imitar formas y estilos son las más notorias. Pueden apreciarse esas cualidades en los versos que escribe en un libro en que ha leído los romances del Cid Campeador.33

En la última página del romancero del Cid

Mi non polida pénnola desdora
aqueste libro con poner un canto
en las sus fojas, que me inspiran tanto
que facen agitar mi pletro agora.
Nin la fermosa cara de la aurora,
nin de la noche el estrellado manto,
nin el milagro de cualquiera santo
Ça magüer es verdad que non polida
la mi pénnola ruda et homildosa,
yo tengo entro del pecho, aquí encendida,
la foguera del bardo tan fermosa.
Por ende pongo aquí, magüer mal fecho,
aquesta trova, rosa de mi pecho.

Su vocación lo arrastra con el fatalismo de la naturaleza, y la manifiesta en la lectura hecha con avidez y en la escritura frecuente de nuevos versos. Si hay intermitencia en aquella es que escribe, y si en esta es que lee. Por sus pupilas ha pasado ya la Biblia con sus profetas y evangelistas, y el fruto de su lectura es “La ley Escrita” 34, una oda en silvas en que cuenta la promulgación del Decálogo mosaico en el Sinaí. El poeta que apenas empieza la adolescencia hace un esfuerzo de atletismo mental para elevarse a la altura del motivo que celebra, y logra que las estancias del poema tengan cierta majestuosidad o por lo menos son solemnes y graves.
La oda “A Víctor Hugo” es hermana de la anterior, y es la primera expresión admirativa al poeta de Francia, cuyas obras revela haber leído. Ve en Hugo al profeta de los nuevos tiempos por su amor al progreso y la libertad.35




NOTAS DEL CAPITULO II





1.     Autobiografía V. “¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano”. Vanegas aseguró al autor que Rubén componía versos a los ocho años de edad, y si a los diez su oído era tan agudo que no cometía un solo error en la medida de un verso al oírlo o escribirlo, es muy posible que sea exacta aquella aseveración.


2.     “En el mar”, artículo en que dice que “Chente Quirós me llamó poeta niño ¡Pornógrafo!” Rubén Darío en Costa Rica. T. II. Recopilación de Teodoro Picado. García Monge y Co.Editores. San José, 1919.

3.     Noticias sobre los intelectuales leoneses se encuentran en diversos autores: José Andrés Urtecho: Prólogo a Escritos varios de los doctores Tomás y Alfonso Ayón. Tipografía Nacional, Managua 1914. Alfonso Ayón: Galería de escritores contemporáneos: Modesto Barrios” (Ob.cit). “Sofonías Salvatierra: Un civilizador” Mariano Barreto, en Ideologías, Tip. Progreso, Managua, 1948. Franco Cerutti: Félix Medina: “Su vida y su obra”. Revista    Conservadora N.º 115, abril 1970. Sofonías Salvatierra: Máximo Jérez Inmortal. Tip. Progreso, Managua. 1950. —Guadalupe Sánchez Arcona y Aparicio: La literatura nicaragüense hasta Darío y sus contemporáneos. en Revista Conservadora N.º 128. Managua, 1971. Se ocupa de Gregorio Juárez, Francisco Díaz Zapata, Tomás Ayón, Buenaventura Selva, Felipe Ibarra, Mariano Barreto, Samuel Meza, José María y Román Mayorga Rivas, Félix Medina, Félix Quiñones, Modesto Barrios.

4.     Autobiografía V. Refiere el impacto erótico causado por la prima Isabel, “la paloma blanca” del último cuento de Azul, 1888. Ella era hija de Sara Darío, hermana de doña Bernarda, casada con Juan Swan.

5.     Autobiografía V. Alude a las fiestas infantiles en casa de doña Rita Darío  de Alvarado; la orgullosa respuesta de Rubén: “A mí me aplaudirá el mundo” la dio a conocer J. D. Vanegas en La vida inquieta de Rubén Darío,  en artículo de Los Domingos, Managua 1925. Nicolás Buitrago, de León, La Sombra de Pedrerias, p. 323, dice que José María Cortés Buitrago, “comerciante muy honorable y de reconocida veracidad” le aseguró que Rubén estaba en la acera de su casa, sita frente a la de Pedro J. Alvarado, cuando este y doña Rita, celebraban una fiesta de bienvenida a Pedrito, quien acababa de regresar de Europa, y que al oír los aplausos de los invitados dijo a Rubén: Aprende de tu primo Pedrito, tan joven y cómo ya lo aplauden. Rubén contestó al punto: “A Pedro lo aplauden unos cuantos invitados a su fiesta; a mí me aplaudirá el  mundo”. Según el señor Cortés Buitrago la ocurrencia fue en noviembre de 1878. Es extraño que Rubén no estuviera en la fiesta como pariente, aunque no como invitado, pues solo tenía once años de edad; ¿o no sería que ya para entonces don Pedro sentía por Rubén algo como envidia de padre por su renombre a cuyo nivel y extensión no llegaba el de su hijo? La conducta posterior, como se verá, lo hace sospechar.

6.     Autobiografía V. A los enanos Vílchez que ponían pánico en el ánimo de Rubén y que recuerda en este capítulo, los inmortalizó en el soneto Los Bufones (Tríptico de Nicaragua: I Los Bufones. II Eros. III Terremoto.  en Revista de América, director V. García Calderón,(s/n) junio París, 1912), También Alfonso Valle, (Ob. cit.), habla de ellos, da interesantes noticias, y la curiosa de que Rubén no tomaba parte en los juegos de sus camaradas cuando lo hacían en el atrio de la iglesia de San Francisco porque por ahí solía aparecer el Capitán Vílchez. Alberto Bendaña. El Capitán Trinidad Fajardo y Vílchez. La Nación de Costa Rica, San José, marzo de 1966. Da más amplia información.

7.     Autobiografía VII. —Rubén nunca olvidó que J. D. Gámez publicó el primero en su semanario El Termómetro, junio 23 de 1880, versos suyos y que fue la elegía  “A mi querido amigo Victorino Argüello en la muerte de su padre”. A Gámez le dedicó “Parisina”, París, 1907 y en la carta que le dirigió de París, 9 de octubre de 1905, le recuerda que “es a usted a quien debo el haberme sacado de mi primitivo León, es decir, haberme dado el primer impulso para la libertad de mi espíritu y mi personalidad”. Este otro Rubén Darío, por Antonio Oliver Belmás, pág. 192. Aguilar, Madrid. 1968).

8.     De la revista El Ensayo existe una colección de veinticuatro números en poder de la señorita Hortensia Vanegas, hija del doctor Juan de Dios Vanegas. Según José Jirón, que la ha escrutado a ruego del autor, las colaboraciones de Rubén en esa revista fueron solamente las siguientes: Entrega  del número 1, León 27 de junio de 1880: “Desengaño”.— Entrega del cuatro, julio 18: “El Poeta”. —Los subsiguientes números de la revista carecen de orden: 1.º de octubre “A ti”. —1.º de octubre: “Naturaleza oda dedicada al dulce vate Román Mayorga Rivas. Firmada en León, enero 18 de 1880. —29 de enero de 1881: “La Fé”, soneto. 1 de marzo: “Romance”. —23 de marzo: “La ley escrita” “A mi querido amigo J. Dolores Espinoza” Oda, León, marzo 1 de 1881. —6 de abril: “Al Mar”. A Francisco Castro. Te dedico esta humilde composición, acéptala como prueba de amistad sincera que te profesa R D. 26 de abril: “Sollozos del laúd”, A Cesáreo Salinas. —19 de mayo: “A Víctor Hugo”. León, mayo de 1881. —15 septiembre: “Jerez”. Soneto. León, septiembre 15 de 1881. Si cesa su colaboración, cabe suponer que fue porque tuvo que concentrar su atención en la elaboración de las cien décimas  de “El libro” con que haría su presentación en la capital de la República. Valle. (Ob. cit.) dice: “Entre la casa de doña Félix (Murillo) y la esquina de doña Bernarda Darío había una espaciosa sala que esta la daba en arriendo a los estudiantes. Allí vivían Felipe y Santiago Ibarra, Leandro García, José Dolores Guzmán y algún otro que no recuerdo... Ya era el poeta niño. Como dije anteriormente en aquel cenáculo leyeron los asistentes, por turno, comentaron, rectificaron y le ayudaron a corregir a Rubén, capítulo tras capítulo, estrofa tras estrofa o décimas, digamos el voluminoso primer poema que escribió, titulado “El Libro”. Buenaventura Selva, h. y yo nos sentábamos en las gradas exteriores de la sala a oír la lectura de los versos de Rubén.”

9.     Edwin K. Mapes. La influencia francesa en la obra de Rubén Darío. Traducción de Fidel Coloma González. Managua, C. A. 1966. —Dice que “Tú y yo” es imitación de Les Djinns, de Víctor Hugo, y pone ejemplos demostrativos. Para precisar la época en que Darío ya leía a V. Hugo téngase presente que “Tú y yo” fue firmada en septiembre de 1880 y publicado en El Ensayo de 1.º de octubre; en Poesías completas de Rubén Darío ordenadas por el Pbro. doctor Alfonso Méndez Plancarte, está con el título “A ti”, pág. 3.

10.   Álvaro Contreras (1839-1882), abogado, orador elocuente y periodista hondureño, llegó a León en 1876 e inmediatamente empezó a publicar el periódico La Libertad en que combatió a varios gobiernos centroamericanos, por lo que el presidente Pedro Joaquín Chamorro le notificó: “O guarda usted silencio o se marcha del país”; Contreras optó por marcharse. Rómulo E. Durón: Honduras Literaria. Prosa. T. III. Tegucigalpa, 1958. También María Teresa Sánchez: “El poeta pregunta por Stella”. Edit. Nuevos Horizontes, Managua, 1967.
11.   José Joaquín Palma, (1844-1911), poeta romántico y patriota independentista cubano, que se improvisó militar en la Guerra grande (1868-78), siendo subalterno suyo el después glorioso Antonio Maceo, El Titán de Bronce. Es autor del “Himno de Guatemala”.

12.   La última palabra del último verso de la oda “Al mar” es “elegías” y no “alegrías” como se lee en Poesías Completas, página 248, edición de Aguilar, dirigida por Méndez Plancarte. El texto original puede verse en Poesías... edición facsimilar de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, León, 1967.

13.   J. D. Vanegas: (Ob. cit) refiere que el Lic. Candia dijo: “Rubén es genio” después de oír la lectura de la leyenda “La Cegua”

14.   Autobiografía VII: “...nunca había sentido una erótica llama igual... No he olvidado su nombre: Hortensia Buislay”. en La Verdad, N.º 76, León, noviembre de 1880, está la gacetilla siguiente: “La compañía acrobática Buislay ha dado sus tres primeras funciones en casa de don César Castigliolo. Sus trabajos son sorprendentes, sobresaliendo en todos ellos, la bellísima señorita Hortensia Buislay, que parece un ángel en la cuerda, y una ninfa saltando en medio de las ondas, cuando ejecuta sus suertes en el suelo.” Los ejemplares de La Verdad consultados pertenecen al Dr. Franco Cerutti.

15.   El general Joaquín Zavala (1835-1906) fue presidente de Nicaragua en el período constitucional de 1879 a 1883, durante el cual desarrolló una labor administrativa de progreso material y de desarrollo intelectual sobresaliente. La expulsión de los jesuitas contrarió a próceres de su partido; pero la historia le ha dado la razón.

16.   Nicolás Buitrago Matus: (Ob. cit). dedica el extenso capítulo XXXV a la fundación del Instituto de Occidente y a los jesuitas.

17.   La contratación de los señores Leonard y Salvador Calderón la hizo en París el entonces coronel Agustín Avilés por encargo del gobierno, y para llenar su cometido solicitó consejo al expresidente de la primera República española, Nicolás Salmerón (1838-1908) quien residía en la capital francesa desde el colapso de la República —1873. Ese personaje recomendó a los señores Leonard y Calderón.
        José Leonard y Bertholet, polaco republicano, llegó a España en 1866 e inmediatamente se incorporó a las filas republicanas. Sin duda  sorprendió a los españoles republicanos con quien trató su dominio del español y su vehemencia  revolucionaria,  Primeramente se procuró la subsistencia como profesor privado de letras y lenguas, pues hablaba con perfección, además de la suya propia, ruso, francés, inglés, italiano, alemán y español; y gracias a Nemesio Fernández Cuesta fue redactor de La Gaceta de Madrid y colaboró además, en Las Novedades. (Enciclopedia Espasa-Calpe, artículo Leonard, José). Edmund Stephen Urbansky: “El doctor José Leonard, el maestro de Rubén Darío y sus actividades culturales franco-españolas-latinoamericanas”, en Anuario de Estudios Centroamericanos N. º 1 Universidad de Costa Rica. San José, 1974.
        En el Instituto de León, Nicaragua, solo pudo dictar sus lecciones desde marzo hasta agosto de 1881 por la conjura del clero, cuya figura representativa fue el canónigo Apolonio Orozco, a quien el gobierno se vio en la necesidad de expulsar también del país. El trabajo perturbador de este clérigo se sumó al de los jesuitas. Pero Leonard no abandonó en seguida el país, y después apareció en Managua como corifeo ideológico privado de los liberales, y es entonces cuando Darío tuvo muchas ocasiones de oírlo y de aprender cosas de historia, literatura y filosofía. Leonard tuvo figuración centroamericana, pues prestó servicios públicos a El Salvador y representó a Guatemala en México en una misión diplomática especial. Durante la guerra de España y Estados Unidos, volvió a Madrid y dirigió la Crónica de la Guerra. Regresó a Nicaragua donde vivió gozando de una pensión que le concedió el presidente Zelaya. Murió en Managua, en cuyo viejo cementerio, el de San Pedro, un mausoleo declara su nombre a la posteridad.
        Darío escribió un artículo necrológico que se lee en Semblanzas, T. XV de las Obras completas, Biblioteca Rubén Darío.
        El doctor Salvador Calderón y Arana (1853-1911) hermano menor de Laureano, gran naturalista, y de Alfredo, eminente periodista, fue un sabio naturalista y un gran carácter. Por oposición ganó la Cátedra de Ciencias Naturales del Instituto de Las Palmas (Islas Canarias) de las que fue separado por haber protestado enérgicamente contra el gobierno de Madrid por la destitución de varios profesores de la Universidad Central. Fue a hacer estudios en varias universidades europeas. Fue uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, el más glorioso centro cultural, en su índole, que ha tenido España, dirigido por Francisco Giner de los Ríos. La caída de la primera República lo llevó al destierro, y en París, fue el otro profesor recomendado al coronel Avilés. La vocación científica de Calderón era la del sabio auténtico, y ya en León había empezado a clasificar plantas y minerales cuando Leonard fue destituido, y él, como antaño en el Instituto de Las Palmas, renunció en los términos que solo saben dictar la solidaridad y la dignidad profesionales (véase la renuncia en Nicolás Buitrago, Ob. cit., pág. 300). De nuevo en España fue comisionado para visitar los museos de Historia Natural de los países más avanzados de Europa. Su informe sirvió de guía para reorganizar los museos de Sevilla, en cuya Universidad enseñó su disciplina científica, y en la Universidad de Segovia desempeñó iguales funciones. La última cátedra ganada por oposición fue la de Ciencias Naturales de la Universidad Central. Las obras que escribió fueron muchas y numerosos los honores que recibió. Los prejuicios y el fanatismo privaron a Nicaragua, y a León en particular, de los invalorables servicios de ese ilustre sabio español (Enciclopedia Espasa-Calpe, artículo “Calderón”).

18.   J. de Dios Vanegas: “Primer castigo de Rubén Darío” cuenta una algazara de los alumnos del Instituto contra un inspector y que compuso los versos: “Muchachos, sin vacilar/corramos a los limones/ y que vean estos panzones/que nos sabemos vengar”; y que dictó los versos que le pidió un compañero en honor de su novia, “Los Domingos”.  en Revista. Literaria. Director: Salvador Ruiz Morales, N.º 27, Managua, 27 de octubre de 1915.

19.   Don Pedro J. Alvarado, cónsul de Costa Rica en León, fue prócer social por su cargo diplomático y por su fortuna, y lo que se sabe de él es lo que tiene  atingencias con Rubén: su conato de protección convertido en humillación para Rubén al concederle una beca y cancelársela por una riña, que cualquier padre sensato no habría considerado como motivo de una sanción, que para un niño pobre era como la muerte civil.

20.   Nicolás Buitrago:( Ob. Cit), copia el informe del Lic. J. Camilo Gutiérrez a la Junta de Padres de Familia, el 25 de diciembre de 1881, y allí dice que los alumnos fueron examinados en Física, Química, Geografía descriptiva y Astronómica, Aritmética comercial, Geometría, Gramática Castellana, Latín, Inglés, Francés, Moral, Religión y Urbanidad, Aritmética vulgar, Caligrafía y Lectura. Rubén fue reprobado en matemáticas con “innegable justicia”, y de ahí que su nombre no  apareciera entre los alumnos que se distinguieron, algunos de los cuales fueron personalidades locales: Moisés Berríos, Salomón Selva, Francisco Paniagua Prado, Buenaventura Selva, Juan Rafael Navas, D. Sebastián Salinas y algunos más.
21.   Luís H. Debayle: “Discurso del Dr. Luís H. Debayle al ofrecer el banquete con que se obsequió a Rubén Darío”, La Patria, Managua., 1908. Recuerda su compañerismo con Rubén y la aptitud musical y pictórica de este. Darío por su parte hizo la misma evocación, celebrando la capacidad musical de Debayle en “Prólogo que es página de vida” en “Todo al vuelo”. Recuerda el estudio de Lógica con el Lic. F. Ibarra.

22.   Rubén mismo dice que en veinte minutos compuso las décimas “El Jesuita”. Poesía y Artículos en Prosa de Rubén Darío.

23.   Rubén dice —Autobiografía X.: “En Managua conocí un historiador de Guatemala, el Dr. Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano Antonio Zambrana, que fue para mí intelectualmente paternal, y al Dr. José Leonard y Bertholet que fue después mi profesor en el Instituto leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa”. “Después” no pudo ser alumno de Leonard en León, pues este encuentro con esos personajes tuvo lugar en 1882, y Rubén no regresó a León sino por pocos días como en abril, a tomar parte en la velada organizada por María C. Mayorga como en el siguiente capítulo se dirá. Su brevísima escolaridad secundaria fue en 1881, desde la inauguración del Instituto de Occidente, 6 de marzo hasta los exámenes, a mediados de diciembre, siendo reprobado en Matemáticas; y luego el mismo mes hizo su viaje a Managua. Alumno de Leonard en el Instituto solo fue de marzo a agosto, cuando Leonard fue obligado a renunciar. El poema “El Libro” fue compuesto en León como lo hace saber la referencia de Valle, (Ob.cit), con miras a ser leído en la inauguración de la Biblioteca Nacional como Sequeira dice en Rubén Darío Criollo, y sin duda los diputados liberales le sugirieron que escribiese algo para tal ocasión y posiblemente le dieron el título. En Managua sí pudo seguir tratando a Leonard y aprendiendo mucho de él.

24.   R. D.: “A bordo del Champaña Entrevista concedida al diario La Lucha, de La Habana, el 2 de septiembre de 1910. Se refirió a José Madriz como su compañero de estudios en León; y en Laurel Solariego, Managua, 1909, página 49, dijo a T. R. Altamirano: “... estuvimos juntos bajo la dirección del maestro Rizo”.

25.   Autobiografía X. —Habla de sus lecturas masónicas y de “esos terribles ingenuos”.

26.   Autobiografía X. Habla de los efectos de la pubertad. La aseveración de que por entonces hizo sus primeras libaciones alcohólicas tiene origen tradicional. El Dr. Vanegas lo daba como hecho cierto, así como el efecto represivo de la timidez en Rubén. Cabe suponer que la peligrosa práctica no era entonces frecuente por la edad y por respeto a doña Bernarda.

27.   Sobre la inauguración del Ateneo de León véase el N.º 1 de El Ateneo, 1 de septiembre de 1880. El poema leído por Rubén apareció en el mismo número.

28.   El brindis en las bodas de Mariano Barreto fue publicado en El Ateneo N.º 4, diciembre 7 de 1881, y el propio Barreto lo reprodujo en su libro Política, Religión y Arte, León 1917.

29.   La anécdota de la improvisación ante Zambrana la recogió Sequeira.






30.   El libro Poesías y artículos en prosa de Rubén Darío permaneció inédito hasta que lo publicó la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua en ocasión del centenario del nacimiento de su autor, en una edición facsimilar y otra complementaria con un estudio preliminar por  el profesor Fidel Coloma González. El periodista y hombre público Andrés Largaespada refirió al autor de este libro, quien lo entrevistó después de haber leído “El primer libro original de Rubén Darío”. El Ateneo de El Salvador, 1916. Muchos años después de esta publicación, pues fue en 1938, esa primicia bibliográfica la obtuvo en Guatemala de manera singular. Le llamó la atención un volumen vetusto que estaba sobre el piano de su novia cuando ella ejecutaba algo, y tomándolo tuvo la sorpresa de ver que era un libro desconocido de Darío; ante su sorpresa la señorita —Raquel Quiñonez— le dijo que si le interesaba que lo llevara consigo, que se lo obsequiaba. El libro llegó con su nuevo dueño a Managua en 1920, y que se perdió entre los escombros de su casa derribada por el terremoto de 1931, que destruyó la ciudad; pero que su contenido había sido copiado por José Villacastín y Francisca Sánchez cuando llegaron a Nicaragua en busca de originales de Darío. Atenido a ese relato de Largaespada, amigo del autor, lo trasladó a la cronología que se lee en la primera edición de esta obra (Guatemala, 1952). Pero el manuscrito fue descubierto por el señor Coloma González en la biblioteca del ilustre periodista Juan Ramón Avilés y con gran oportunidad para que su publicación fuese el punto más sobresaliente y memorable de las festividades del centenario. Se hace esta luz en nuestra mente: Largaespada ignoró que el libro fue rescatado y que fue obsequiado por su primo Salvador Montenegro a Juan Ramón Avilés. El primer relato de Largaespada fue pues, exacto, habida cuenta que no supo lo hecho por su primo.

        El señor Coloma González realizó un diligente estudio del precioso libro y elaboró un cuadro o índice cronológico de las poesías, útil para el que desee estudiar la evolución poética de Darío. Allí observamos que hasta el 10 de julio de 1881 en que Rubén principió a organizar su primicia de autor, había escrito o solo seleccionó para formar el libro, trece composiciones, que copiando el índice de Coloma González son: “La Fe”. León, 1879, “A mi querido amigo Victorino Argüello”. El Termómetro, Rivas 26 de junio de 1880. —“Desengaño”. El Ensayo, 27 de junio de 1880. —“El Poeta”, El Ensayo, 8 de julio de 1880. —A. M. “Tú y yo” (“A ti” en O. P. C.) El Ensayo, 1 de octubre de 1880—: “Sollozos del laúd”, (“Tú y yo” en O.P. C.), 1880 .— “Bajo el retrato de Espronceda”. 1880 . —en de el álbum Sara. 1880 (¿?). “En la inauguración de la Escuela de Adultos de San Sebastián”, 21 de febrero de 1881, Laurel Solariego. —“Al Mar” 18 de marzo de 1881— “Clase”, León, junio de 1881.

        Hemos dicho “empezó a organizar”, concepto que sugiere la inclusión en el texto de la primera parte, Poesías varias, del poema “En la inauguración del Ateneo de León”, que leyó el 15 de agosto de 1881, y que se hace evidente con la agregación de las composiciones posteriores, que tampoco están en orden cronológico. Lo que queremos decir enfáticamente es que el 10 de julio de 1881 no es la fecha de la organización de poesías y artículos en prosa, sino solo cuando empezó a hacer dicha organización.

        En esa Primera parte a que puso el título de Poesías varias se leen en el texto original: “La Ley escrita”, “Romance”, y “A Víctor Hugo”. La Segunda parte la ocupa un solo poema “La Cegua”, Leyenda fantástica popular nicaragüense (Firmado el 6 de agosto de 1881, es decir, antes de “En la inauguración de El Ateneo de León”, que es del 15 de ese mes y año). La Tercera parte consta de ocho sonetos: “A jerez” ¿Quién vencerá?”, “En la última página del Romancero del Cid”, “A la razón”,El Jesuita”, I y II, “A los liberales” y “El Papa”. La firma R. Darío y la fecha, León, junio de 1882, bien “A Jerez”, bien puede corresponder a la de composición del último soneto, que es lo más probable, a la del día en que agrupó los ocho sonetos, como lo sugiere el estar allí “En la última página del Romancero del Cid”, que es del 15 de octubre de 1881.

        El embrión del libro creció con el decursar del tiempo, agregando las nuevas composiciones, aunque ¡¡Máximo Jerez!!, del 13 de noviembre de 1881, no la incorporó entonces, sino después de los sonetos, en un recorte del periódico que la publicó, probablemente La Verdad. En la misma página en que pegó el recorte y en la parte inferior derecha copió “Última flor”. De la Corona literaria del Dr. P. Buitrago y que según el maestro Vanegas, Rubén escribió —es un cuarteto— a requerimiento del responsable de la publicación al advertirle el impresor que había que llenar ese espacio que quedaría en blanco. Darío al punto escribió justamente lo preciso para completar la página. Siguen composiciones escritas en Managua: “A mi querido amigo Antonio Tellería, en la muerte de su hijo”. Managua, abril de 1882. “Serenata a la Sra. Mercedes B. de Zavala”, “Lo que yo te daría”, “El Cable”, Revista de la prensa. Sequeira, (Ob. Cit ) “copia esta “Revista...” con la única seña. La prensa nacional de hace cuarenta años”. La Noticia, Managua, (s/a) Rubén usó el recorte del periódico sin ninguna mención del nombre, como en el caso de “¡¡Máximo Jerez!!”, “La Tristeza”, “A María C. Mayorga”, “Espíritu”, “A Enrique Guzmán”, “Buenos y Malos” y finalmente “El Libro”, “Poema en un canto”, por Rubén Darío.


31.   Autobiografía XLVI. —Alude a la materialización que vio en el atrio de la Catedral de León. El sucedido lo convirtió en cuento: “La larva”, que publicó en Caras y Caretas, Buenos Aires, 1910. Cojo Ilustrado El, N.º XIX. Caracas, 1910.

32.   El semanario La Verdad, fue fundado por el impresor Justo Hernández y tuvo como editor responsable a José Benito Hernández. Sequeira reproduce en fotocopia el N.º 105, prueba que no fue una publicación efímera. Lo registra Franco Cerutti en Fichero de periódicos nicaragüenses. Ficha N.º 189; tenía como redactores en 1878 a Pastor Valle, Horacio Valladares y Cesáreo Salinas. Revista Conservadora N.º 143. Vanegas,( Ob. cit). dice que Rubén escribió en el diario La Tribuna los artículos contra el Gobierno y un personaje de alta representación política. Rubén dice que  se publicaba en León un periódico político, titulado La Verdad... Autobiografía X. Cerutti menciona La Tribuna como uno de los periódicos nicaragüenses de los cuales no existen ejemplares. Las palabras de Darío aluden al proceso por vago, que fue en 1884 como se verá.

33.   Poesías... En la última página de el Romancero del Cid tiene fecha 15 de octubre de 1881; tenía el autor catorce años y nueve meses.

34.   La “Ley Escrita” está en Poesías..., dedicada “Al inteligente joven J. Dolores Espinoza”, fue escrita el 1 de marzo de 1881; apareció en El Ensayo el 23 de marzo de 1881 y reproducida en el Diario Nicaragüense en 1884 provocó la crítica de Ricardo Contreras como se leerá en la nota pertinente del Capítulo V.

35.   Charles D. Watland: La formación literaria de Rubén Darío. Traducción de Fidel Coloma González. Managua, 1966. Dice: “La mención más interesante que aparece en “El Libro” escrito hacia fines de 1881, es la de Víctor Hugo. ¿Ya había comenzado a leerlo por entonces?”. Contestamos: por supuesto,  que la oda “A Víctor Hugo” apareció en El Ensayo. En un número de mayo de 1881; y si “Sollozos del laúd”, como asevera Mapes, es imitación de los Djins, el conocimiento de Hugo por Rubén es aún anterior, pues ese poema está en El Ensayo, de abril del mismo año. Lo que cabe preguntar es ¿qué obras había leído de Hugo? Fundando el criterio en el contexto de la oda A Víctor Hugo, puede asegurarse que por lo menos conocía Los castigos, Napoleón el pequeño, Canciones de las calles y los bosques y Miscelánea de Literatura y Filosofía.

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