SOBRE LAS AGUAS DEL LAGO XOLOTLÁN
El correo del
Norte ha llevado a Nicaragua la noticia de la muerte del doctor y general
Máximo Jerez, ocurrida en Washington el 11 de agosto del 1881, el apóstol de la
nacionalidad, por quien Rubén siente afecto y admiración; lo uno por creerlo su
padrino de bautismo, según se lo había dicho el coronel Félix Ramírez Madregil,
y lo otro por lo mucho que ha oído hablar de él como ciudadano digno de
Plutarco; jefe que fue del Partido Liberal, sus correligionarios disponen
rendirle honores en veladas fúnebres.1
La primera la
celebra el Ateneo y en ella el poeta-niño lee un poema que aspira a ser de gran
aliento; lo concibe como canto épico y lo realiza en diecisiete octavas reales
como una demostración de su capacidad para enfrentarse con la poesía heroica.
El poema es solo la introducción, y no hay duda de que es bello el espectáculo
que ofrece el poeta de catorce años invocando al numen:
Despierta y canta, humilde Musa mía,
al Héroe sin igual que halló la muerte
lejos del suelo de su Patria un día,
a quien su gloria resplandores vierte
brinda a mi corazón grata poesía;
dame, ruego, un laúd; no estés inerte...
¡Quiero, en un eco de mi voz inquieta,
Dadme vigor, sonantes tempestades
que conmovéis la terrenal esfera,
y que escuchen mi canto otras edades
y oiga mi voz la Humanidad entera;
repercútase en pueblos y ciudades
lo que mi lira en su sonar profiera;
y si atrevido soy, y si orgulloso,
bástense que yo cante a este coloso…2
La segunda
velada es el homenaje del Partido Liberal, el 13 de noviembre. Rubén ha escrito
“Himno a Jerez”; al que puso música el director de la orquesta que lo ejecuta,
y a su turno el poeta ocupa la tribuna para leer el poema “¡¡Jerez!!” unas
ardientes décimas, saturadas de liberalismo girondino. Las alusiones a hechos,
personajes e ideas permiten apreciar la extensión de sus lecturas sobre asuntos
sociales e históricos.
Todas las
décimas han sido escritas con tinta de ardor, admiración y vehemencia, y la primera,
es un lógico apóstrofe al ilustre desaparecido:
¡Jerez, deja que te vea,
pensador agigantado,
semidios transfigurado,
en el Tabor de tu idea!
¡Tu nombre patrio amor crea,
porque tu nombre, Jerez,
infunde con altivez,
en nuestra humilde pobreza,
fuego del alma francesa,
rayo del noventa y tres!
El homenaje a
Jerez se convierte, al terminar la lectura del poema, en homenaje para el bardo
niño, que exaltando la gloria de aquel, él mismo queda glorificado en sus
estrofas.3
Ya ha sido el vocero lírico de los liberales, pero el fallecimiento de
Jerez lo convierte en el poeta civil de Nicaragua en este momento, título que
nadie le disputaría si alguien lo proclamara. La unión política de las “cinco
soberanas miniaturas”, como decía Jerez, es la aspiración más pura, noble y
elevada del patriotismo centroamericano. Pues Rubén es el cantor de ese ideal
en la persona de quien fue considerado como su encarnación viviente: “A Jerez”,
“Himno a Jerez”, “Soneto Cívico (a Jerez)” y “Apocalipsis de Jerez” son los poemas
que confirman aquel título.
A las veladas
asisten políticos liberales que forman parte del gobierno, y unánimemente
opinan que hay que dar oportunidad al genial niño para que complete su
educación en un medio superior. Por cierto que su reciente fracaso en el
instituto, en donde el binomio de Newton le fue más inextricable que el enigma
de la Esfinge, no es augurio de futuros triunfos en las aulas extranjeras; pero
el halago de ir a Europa que le hacen los señores políticos, los elogios que
recibe por su canto “a Jerez”, le provocan una enajenadora emoción.
Doña Bernarda
accede a los requerimientos para que su hijo se traslade a Managua, capital del
país, en donde todo se arreglará convenientemente a fin de que pueda continuar
su educación en Europa. Una buena mañana de diciembre le da su bendición, le
besa la frente y lo abandona a su estrella.
De León marcha
a caballo hacia el puerto lacustre de Momotombo donde se embarca en el vapor
que hace el tránsito a Managua, el Amelia. Entonces recibe de cerca la
formidable impresión de los volcanes majestuosos empinados como con ansias de
infinito, entre ellos el magnífico Momotombo, que yergue su majestuoso cono y
lo hunde en el azul. El barco hiende presuroso las tranquilas aguas del lago de
Managua. La isla en que se asienta el volcán Momotombito y la isla de Pájaros,
poblada profusamente de volátiles de amplias alas, arroban al poeta, que más
tarde, evocando el paisaje que sus sentidos sorben ahora, dirá: “Yo tenía
quince años, una estrella en la mano, y era en mi Nicaragua natal”.
Está señalado
el l.º de enero de 1882 para hacer la inauguración de la Biblioteca Nacional de
Managua. Rubén no podrá faltar a aquel acto y desde semanas antes, en León,
gesta un largo poema que titula “El Libro”. Son cien décimas en que desfilan
las nociones ya numerosas que tiene de la historia humana, de las ideologías
religiosas, filosóficas y políticas. Puede seguirse allí la lista de los
autores que conoce, las ideas que profesa, y los sentimientos que insuflan su
inspiración.4
El poema no es leído en la
ocasión que se esperaba, sino en una reunión de palacio con motivo de la
iniciación de las labores legislativas del Congreso de ese año. Están allí el
Presidente, general Joaquín Zavala; los ministros de Estado, entre ellos don
Vicente Navas, esclarecido conservador leonés; están los miembros del Poder
Judicial, los senadores y diputados, y personalidades del foro y de las letras,
como don Modesto Barrios, verboso orador, y don José Dolores Gámez, el
historiador. Son estos últimos sus padrinos ante aquel capítulo de gentes de
gobierno.5 Llega el momento en que lee su tirada de versos, siendo
interrumpido varias veces por los liberales presentes, que con sus aplausos
pretenden asegurar el éxito de la gestión que llevarán a cabo. Los respetables
señores del conservatismo fruncen el ceño de vez en cuando. Es cuando las
ráfagas de la inspiración azotan la frente del Papa:
¡El libro! ¡Celeste lumbre,
de la humanidad amparo!
¡Radioso, divino faro
que guía a la muchedumbre...!
El libro... ¡Elevada cumbre
de la verdad! Mas ¡qué digo!
El libro que yo bendigo
con entusiasmo profundo
tiene ante la faz del mundo
un implacable
enemigo.
¿Sabéis quién es? Allá está...
Su trono se bambolea,
porque el soplo de la Idea
su trono derribará.
¿Sabéis quién es? ¡Vedle allá
el alto Vaticano!
¡Contempladle... ¡Genio insano,
apaga todo destello
con una estola en el cuello
y el Syllabus en la mano.
El Presidente
del Congreso, Pedro Joaquín Chamorro, cambia el criterio favorable al poeta
niño al escuchar lo que él considera como una retahila de injurias a la
religión.
—Hijo mío —le
dice—, si así escribes ahora contra la religión de tus padres y de tu patria,
¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?5
¿Y qué habrían
dicho los severos magistrados si hubieran leído el soneto “Al Papa” escrito
seis meses después?
No vayas al altar, Santo Tirano,
Que profanas de Dios la eterna idea:
Aún la sangre caliente roja humea
En tu estola, en tu cáliz, en tu mano;
La sacra luz del pensamiento humano
Ahora ante tu frente centellea:
Proclamas tu poder ¡maldito sea!
Pues es tu bendición augurio insano.
La Basílica cruje en conmociones
Y se enciende la luz de los ciriales;
Tú cantas los oremus y oraciones
Y te besan el pie los Cardenales
¡Oh! no ensucies al Cristo entre tu cieno
No escupáis en el rostro al Nazareno!...
R. Darío
(León, Junio de 1882)
Dichosamente el
soneto, solo conocido de sus amigos radicales más íntimos, se queda en su
cuaderno de Poesías y artículos en prosa sin que nadie sospeche su existencia.
Los diputados
liberales insisten en que debe ser pensionado para estudiar en Europa6.
El proyecto de decreto que presentan al Congreso dice:
“La Cámara de
Diputados y la del Senado de la República de Nicaragua decretan:
Se faculta al
Gobierno para enviar a España, por cuenta de la nación, al inteligente joven
Rubén Darío, a fin de que obtenga una educación que corresponda a las elevadas
dotes intelectuales que ya revela”
Firman ese
proyecto los diputados José Dolores Gámez, José Miguel Osorio, Isidoro Gómez,
José Francisco Aguilar y Juan Francisco Callejas. A pesar del dictamen
favorable del diputado Manuel Cuadra, el proyecto es modificado en forma que
varía por completo la intención de los proponentes. El decreto aprobado es el
siguiente:
“ÚNICO: El
Gobierno hará colocar por cuenta de la nación al inteligente joven pobre don
Rubén Darío en el plantel de enseñanza que estime más conveniente para
completar su educación”.
La disposición
práctica del Presidente es la de enviar al joven Darío a estudiar como alumno
interno en el Instituto de Granada, que es un establecimiento de primer orden
por la calidad del profesorado español que dicta las cátedras.7
Sería de importancia vital para el niño aprovechar el influjo científico y
literario de Nicolás Quintín Ubago, el Padre Sáenz Llarías, José María
Villafaña, César Sánchez y Antonio Espinal, que fueron contratados después de
entusiasta recomendación de Emilio Castelar, Juan Eugenio de Hartzembuchy, José
García Puertas, este, orador sagrado famosísimo entonces. El volcán Mombacho,
el esplendoroso lago que arrulla a Granada, sus islas, isletas floridas,
repositorios de tesoros arqueológicos, y sobre todo, la mujer granadina, igual
que su hermana española en gracia y belleza, le darían vivencias más vinculadoras
con la patria natal. Y eso solamente ¡pero ¡cuánto es!, que seguir cursos
sistemáticos no es disposición de su temperamento. ¡Qué grato le sería recordar
después que él y Alfonso XIII habían tenido el mismo profesor de matemáticas,
don César Sánchez, aunque él en la lejana Granada nicaragüense y el regio
español en Aranjuez o en el palacio real de Madrid!
Los diputados liberales sufren una amarga contrariedad, y mayor es la del que es motivo del decreto. Aquellos le aconsejan no aceptar, y en efecto no acepta, bajo la promesa de que algo mejor harán en lo futuro por él. Este desengaño le sabe a amarga cuasia que bebe a sorbos. Hace pocos años fue echado de un colegio; hoy se le trunca una ilusión que acariciaba como realidad segura. Los conservadores que admiran al prodigioso niño le dan muestras diversas de su aprecio personal. Uno de los más notables, hombre de Estado y publicista, don Anselmo Hilario Rivas, lo invita a Granada. Viaje provechoso es ese que le permite conocer otra región del país, ver otros paisajes, principalmente los espléndidos que ofrece el anchuroso lago de Nicaragua, en el que las bellezas naturales se acumulan como en violenta competencia.8 En esa ciudad vive el escritor que entonces goza de más prestigio en Centroamérica como crítico literario y como purista del estilo: don Enrique Guzmán. Darío lo visita, y Guzmán registra el incidente en su libro de memorias:
Los diputados liberales sufren una amarga contrariedad, y mayor es la del que es motivo del decreto. Aquellos le aconsejan no aceptar, y en efecto no acepta, bajo la promesa de que algo mejor harán en lo futuro por él. Este desengaño le sabe a amarga cuasia que bebe a sorbos. Hace pocos años fue echado de un colegio; hoy se le trunca una ilusión que acariciaba como realidad segura. Los conservadores que admiran al prodigioso niño le dan muestras diversas de su aprecio personal. Uno de los más notables, hombre de Estado y publicista, don Anselmo Hilario Rivas, lo invita a Granada. Viaje provechoso es ese que le permite conocer otra región del país, ver otros paisajes, principalmente los espléndidos que ofrece el anchuroso lago de Nicaragua, en el que las bellezas naturales se acumulan como en violenta competencia.8 En esa ciudad vive el escritor que entonces goza de más prestigio en Centroamérica como crítico literario y como purista del estilo: don Enrique Guzmán. Darío lo visita, y Guzmán registra el incidente en su libro de memorias:
“Con una carta
de Jenaro Lugo para mí y acompañado de un joven Salinas, de León, se me
presenta el novel vate Rubén Darío, a quien llaman el poeta niño. Parece
simpático; aún no he podido juzgar de su inteligencia. Parece tener de quince a
dieciséis años: es en realidad un adolescente.9
La carta de
Lugo se concreta a recomendármelo para que yo le ayude a solicitar del Congreso
que lo envíe a Europa a completar sus estudios”.
De nuevo, en
Managua, se inicia en el periodismo local como cronista de El Ferrocarril,
periódico que dirige el licenciado Jesús Hernández Somoza y en El porvenir
de Nicaragua, del italiano Fabio Carnevallini, que sabe tanto de Larra como de
Silvio Pellico. Gacetillas, crónicas y versos de ocasión ocupan sus días,
además de las lecturas copiosas.10 Sus amigos en Managua son los
poetas Félix Medina y Antonio Aragón, el médico y profesor Ramírez Goyena, los
periodistas Fabio Carnevallini, José Leonard, Modesto Barrios, Jerónimo
Ramírez, Mariano Zelaya, José Dolores Espinosa, y otras personas del mundo
social y político.
Pero son los
versos, naturalmente, los objetos de la labor más querida, y como no tiene que
esforzarse para producirlos, su cerebro es como un surtidor de estrofas: los
hace en todos los metros hasta entonces conocidos en la poesía castellana, y
hasta con alardes de destreza.
Ya ha ensayado
diversidad de estrofas: la redondilla, el cuarteto, la décima, la duodécima, la
octava real, la silva, el quinteto con pie quebrado, el soneto, el cuarteto
eneasílabo, septetos endecasílabos, la quintilla, y si hay otros moldes en que
verter sus ideas y efusiones anímicas, de cierto que lo hará.
Desde la
ignorada primera estrofa hasta “La Fe”, el soneto de los doce años de edad, y
desde entonces a los quince años, sigue una evolución mental violenta. Su
cerebro es un espejo ustorio que todo lo capta: experiencias, trato social,
lecturas y panoramas naturales que su país le ofrece a cada paso que da en
cualquier dirección.
Es difícil
señalar cuál es la disposición o función mental más sobresaliente que posee.
¿El poder de asimilación? ¿La flexibilidad que demuestra su talento en el uso
de los diversos metros? Todo eso es extraordinario, y también la centelleante
imaginación, la memoria a la vez rápida y tenaz, la delicada sensibilidad, el
sentido del ritmo, la madurez de la razón, la comprensión instantánea y
profunda, y la penetrante intuición que corona su constitución mental. Y como
rosa oscura prendida en su mente, la tristeza.
Es asombrosa la
riqueza de vocabulario que posee a los quince años cumplidos, y el año
siguiente, con las lecturas que hace en la Biblioteca, aumenta su léxico hasta
dar la sensación de plenitud, de totalidad. Usa un vocabulario selecto de hasta
quinientas palabras en que, por supuesto, no faltan las específicamente
poéticas, los arcaísmos poéticos y voces expresivas de sentimientos, flores, aves,
piedras preciosas, fenómenos naturales y estados de conciencia.
No ha leído a
esta edad ningún tratado de mitología griega ni latina; y el conocimiento que
tiene de las deidades paganas es el fruto de las lecturas y de la consulta del
diccionario. Hasta junio de 1882 los nombres mitológicos citados son estos:
Diana, Cipria, Venus, Cupido, Niobe, Flora, Talía, Júpiter, Apolo, Erato, Febo,
Marte, Calíope, ondina, hada, silfo, sirena y sabe otros que no han sido
llamadas por la inspiración.
Más asombrosa
aún es la cantidad de autores y personajes de la historia universal que conoce.
Los nombres que menciona pasan de cien. Es indudable que no los ha leído a
todos, que tampoco sabe en extenso la vida de los héroes y sabios que cita,
pero sí a muchos, y de los otros tiene referencias leídas u oídas, suficientes
para nombrarlos con conciencia. Los adjetivos, frases adjetivas y apositivas
que agrega a los nombres dejan ver claramente que no son citas puramente
memorísticas:
Las páginas encendidas
surgen de Los Miserables.
Trueba a su esposa narrando
Cuentos de color de rosa
Byron cuya alma violenta
sufría angustioso afán.
Aquel del poema eterno
que lo terrible cantó,
que su inspiración bebió
en las llamas del Infierno.
Víctor Hugo, el pensador,
de Hernani inmortal cantor
y de Guernesey proscrito.
Saludas a Leucipo y a Descartes
con la sien coronada de laureles;
y el genio de las artes
con su voz misteriosa
anuncia que sonríen en su fosa
los manes de Menandro y Praxítiles.
Toda su
producción hasta esa sazón tiene el rasgo general de la imitación de los poetas
españoles del Siglo de Oro y más aún de los del siglo XIX. En algunas
composiciones el propósito imitativo parece absolutamente consciente, como los
versos “A mi querido amigo Antonio Tellería. En la muerte de su hijo” y en
general es la atmósfera poética española que respira y que trasciende a sus
versos.
Solo tiene quince años y ya empieza a dar señales de heterodoxia en materia
idiomática. Es cierto que, a pesar del corto lapso vivido, sus lecturas son ya caudalosas,
y de ahí que la Academia Española y Bello y otros buceadores en las aguas del
idioma le son familiares. Por eso, con conocimiento de lo que trata escribe que
“uno de los principales defectos de la vetusta Real Academia es rechazar
tercamente toda reforma que la diferencia de costumbres, las nuevas ideas del
siglo y el uso han realizado en el idioma”. Es su primera profesión de fe
antiacadémica, mas no se limita a pronunciarla, quiere que la reforma se lleve
a cabo y lanza la iniciativa que tendrá su primer intento de realización casi
setenta años después, en el Congreso de la Lengua, de 1950, celebrado en
México. El reformador adolescente formula su proclama en esta forma: “Pues
bien, nos permitimos espresar hoy una idea que tenemos desde hace tiempo, y es:
que se reúna en Madrid un gran congreso internacional lingüístico para tratar
todas las reformas que parezcan dignas de ser admitidas en el idioma español, y
que una comisión de su seno escriba una gramática, la cual sería adoptada
definitivamente por todos los países de habla española”. Y predicando con el
ejemplo, hace años adoptó la ortografía americana al igual que otros escritores
nicaragüenses.11
El artículo de
Rubén está escrito como comentario al de Enrique Guzmán, publicado en El
Termómetro, que dirige José Dolores Gámez, y no ha querido parar mientes en
la alusión, clara como un ataque frontal, a los poetas jóvenes —y Rubén es el
más visible, siendo los otros Félix Medina, Serapio Orozco, Samuel Meza,
Mayorga Rivas—; Guzmán escribe: “El escritor nicaragüense, particularmente sí
está emparentado con el divino Apolo, hace muy poco caso de esas futilezas que
se llaman reglas gramaticales. Ya se ve, el genio no entiende de ligaduras y
restricciones; no sabe de freno ni admite timón...”
Guzmán ha leído
a don José Gómez de Hermosillo ¡por supuesto!; pero menos didáctico o menos
piadoso que este, no pone su índice crítico en los errores, señalándolos
concretamente para que el delincuente de lesa Gramática se corrija. Se
complace en dar alfilerazos con cierto matiz de sadismo. Tal vez al no
mencionar a Rubén obedece a la intención de no aparecer entorpeciendo el vuelo
del pajarillo cantor que empieza a dar de su buche en la campiña natal; pero si
es por eso podría alentarlo y a la vez subrayar sus yerros y desatinos.
Por su parte, Rubén reconoce en su compatriota a un hombre de auténtica
pluma en cuanto a pureza del vocabulario y de los giros sintácticos, de estilo
fácil, de lenguaje claro, pues los términos los usa con propiedad. Goza de
reputación centroamericana, y hasta es temido, según opinión general. Darío le
dedica “Espíritu”, uno de sus poemas de adolescencia más pensados relativamente
al fondo y a la forma; 12 ya ha leído Fausto y Macbeth
y los aprovecha; la precisión de su oído está reflejada en los endecasílabos
alternados con heptasílabos en cuartetos rotundos. ¿Habrá encontrado Guzmán
lesiones a la Gramática y a la Retórica en esos versos dulcemente esclavos de
ellas? ¿Dónde está la gacetilla de reconocimiento o siquiera la confesión de
haberlo leído?
Las familias
aristocráticas lo acogen con simpatía, incluso la del Jefe de Gobierno, a cuya
esposa dedica una bella y extensa “Serenata” que lee en una velada de la
Sociedad de Beneficencia. Como la señorita Mercedes Zavala, hija del
Presidente, ejecuta en el piano en su honor una composición titulada “El poeta
muriendo”, él agradece en versos en que se advierte la audacia lírica del
último:
Debe ser buena, yo me decía,
la que en sí guarda tanta poesía;
debe ser bella, pensaba luego,
la que se expresa con tanto fuego;
y te soñaba mi mente ansiosa
ángel, poeta, mujer y diosa.13
La campaña
política se agita alrededor de los candidatos presidenciales. El doctor Adán
Cárdenas, médico de la Universidad de Pavía, admirador de Garibaldi y sus
camisas rojas, y con ligeras inclinaciones de librepensador, es el candidato de
sus simpatías. Lo han influido sus amigos liberales, Gámez y Barrios, afiliados
al cardenismo por la afinidad de ideas que tienen con aquel. Rubén, sin
embargo, no se entusiasma ni mucho ni poco por la mojiganga electoral. Esos
amigos creen que el triunfo de Cárdenas significará algo para él, y, crédulo,
espera que ese doctor de Pavía se le muestre más comprensivo en la presidencia.
Nuevas
gestiones de sus amigos liberales para enviarlo a Europa resultan infructuosas:
el doctor Adán Cárdenas, que le ha dado pruebas de aprecio, se ha ido de paseo
al extranjero acompañado de las hijas del Presidente Zavala.14
Comprende que ya no queda ningún asidero a sus esperanzas de marchar a Europa y
se entrega a un desconsuelo profundo. Diariamente se le ve en la Biblioteca
absorto en la lectura; visita a sus amigos protectores, el doctor Barrios, el
doctor Ibarra y escribe para El Ferrocarril. Lo poco que gana no cubre,
ni con mucho, sus gastos de hotel, que tienen que ser cubiertos por aquellos
amigos. En las gentes del Gobierno solo encuentra buen trato, de manera que se
convence definitivamente de que allí perecerá de tristeza. Reflejo de esa situación
son estos versos:
Ingratitud15
Allá va, siempre afligido,
aunque aparenta la calma;
las tempestades de su alma
condensa en hondo gemido.
Su valiente inspiración
ofrenda a la Humanidad,
en sus cantos, la verdad,
la gloria y la redención.
Con un libro entre sus manos,
con un mundo en su cabeza,
la frente a inclinar empieza
cansado de esfuerzos vanos.
Por unas joyas Colón
legó su soñada tierra;
para el numen que él encierra
sólo encuentra admiración.
Busca su planta otro suelo:
aquella atmósfera quiere,
donde el talento no muere
sin espaciarse en su cielo.
Pero en vano, que, fatal
el mundo al talento humilla,
ya sea en una buhardilla,
ya sea en un hospital.
Melancólico y sombrío,
allá va. ¿Sabéis quién es?
Oíd si lo ignoráis, pues:
el vate Rubén Darío.
Managua es una
ciudad sucia y fea, dos o tres casas tienen un piso sobre la planta baja, las
calles son polvorientas, y perros, marranos y hasta los caballos andan sueltos
por ellas. Estas son escasamente iluminadas por la luz de los pocos faroles que
la Municipalidad ha hecho colocar. No hay un parque, un paseo público, un
teatro. El clima es ardiente, apenas temperado en las noches por el soplo de
las brisas del lago a cuya margen se asienta. Pero es la capital de la
República, y por eso atrae poco a poco de las demás ciudades a familias de
importancia social que se radican definitivamente en ella. Así ha llegado a
haber un núcleo social que tiene gusto por las cosas del espíritu, lo que se
revela en los varios periódicos que se publican y en las fiestas familiares en
que se canta, declama y se comentan las nuevas ideas. Hay señoritas que
ejecutan al piano la música de los grandes maestros y compositores locales,
intuitivos, no escasos de mérito.
Rubén es un
aficionado al arte de Verdi. Cuando pequeñuelo tocaba el acordeón; adolescente,
sabe correr sus dedos por el teclado del piano y arrancarle melodías por la
sola virtud del oído.
La simpatía con
que se le favorece, el gusto con que se oyen y leen sus versos, revelan también
la sensibilidad y cultura de la sociedad managüense. Pero desgraciadamente para
el poeta, los políticos no pasan de celebrar su talento o, a lo sumo, de
prestarle favores para salvar la dificultad del momento.
En una fiesta
familiar oye cantar a una de las muchachas de la sociedad capitalina, y desde
ese momento queda determinado su destino. Es ella Rosario Emelina Murillo16,
joven llena de gracia y belleza. Es alta, esbelta, blanca, de rostro ovalado,
ojos verdes y cabellera castaña, y hay que mencionar también el encanto de su
voz, su aptitud como ejecutante del piano y sus simpáticos gestos. Rosario es a
sus ojos una encarnación de Afrodita. Desde las primeras insinuaciones de
enamorado, es correspondido.17 Se le invita con frecuencia a comer
en casa de ella, suelen verse también en casas amigas y en actos religiosos de
la iglesia parroquial. Rubén tiene quince años y Rosario once; ambos han
alcanzado el desarrollo físico pleno y exuberante que el trópico provoca, a
pesar de que apenas son púberes.
Tanto crece su
pasión, que un día dice resueltamente a sus amigos:
—Me caso.
Los amigos ríen
a mandíbula batiente, como que conocen su penuria económica y su edad. Colectan
algún dinero y lo despachan a León. Ellos mismos explican a Rosario la
conveniencia de aquella disposición que han tomado para que Rubén acabe de
formarse, haga una profesión y se ponga en condiciones de soportar los deberes
hogareños.
Cargado de
desesperanza toma de nuevo el camino de la casa paterna. Lleva el corazón
amargado por la derrota que han sufrido sus anhelos y por la humillación que le
han hecho sufrir los hombres, halagándolo con una oferta que no habría de tener
cumplimiento. Dichosamente sano de espíritu por herencia materna y de más
vigorosa naturaleza física por don biológico recibido del padre, cualquier
estímulo le hace reaccionar— pese a las calamidades morales que lo abruman—, en
el sentido de la alegría juvenil.
Escribir a la manera de un poeta mayor, por eminente que sea, es tarea que
solo le requiere un instante de reflexión. En los últimos días que está en
León, su amiga Narcisa Mayorga le pide un recuerdo, él piensa en Bécquer y
escribe “Lo que yo te daría”, que este no desdeñaría como suya para incluirla
entre sus rimas:
Un cestillo de blancas azucenas
donde una mano breve
coloque, entre armonías y rumores,
rocío transparente;
un rayo misterioso de la luna
empapado en el éter;
un eco de las arpas que resuenan
y el corazón conmueven;
Un beso de un querube en tus mejillas,
algo apacible y leve;
y escrita sobre la hoja de albo lirio
una rima de Bécquer.
En León encuentra a su amigo Francisco Castro, bajo el peso de una pena
amorosa. Su novia, Narcisa Mayorga, de Chinandega, la ciudad vecina, se le casa
o más bien se la casan con otro, que si no tiene la riqueza mental que Castro
lleva en su cerebro, posee un capital que tienta más al padre de la niña. Rubén
cuenta el caso de su amigo en un largo poema en que revela una nueva fase de su
aptitud poética: el humorismo, a que su temperamento no parece, por cierto,
inclinado.18
El poema de cuatrocientos
dieciséis versos empieza por la descripción del protagonista, buen muchacho,
matemático y el mejor amigo de Rubén. Refiere enseguida cómo Chico se enamoró
de una vecina que en su ventana tejía encajes cuando él en la suya estudiaba su
Dupuis. Un domingo a la hora de misa Chico y Elisa se encuentran; él dice
¡Adiós, Elisa! y ella contesta ruborizada: ¡Adiós, señor! La niña es “pura como
un lirio perfumado, un cuerpo muy bonito y unas líneas de hada”. Hace luego
consideraciones sobre el amor jocoseriamente. Un día Francisco confiesa a Rubén
que está enamorado; pero a la vuelta de un viaje que este hace le dice
acongojado que Elisa se casará muy pronto. El rico don Jacobo ha sido impuesto
como novio oficial por la madre de Elisa. Rubén trata de interceder y cuando le
pregunta de su amor por Francisco, ella contesta que eso “fue juego de niños”.
El poeta asombrado va a casa de Chico y le endilga una letanía de consejos y
amonestaciones para levantarle el ánimo; él mismo se pone de ejemplo de serenidad,
pues ha sufrido un desengaño; aprovecha el instante para jugar al hipérbaton:
“Sin embargo si mi pecho no suspira —y ni llora siquiera— mi templada de dulces
cuerdas lira (En una de fregar cayó caldera)”. Elisa se casó; el poeta
prorrumpe en ironías sobre su volubilidad y el dinero, y finalmente dice a su
amigo que cuando una pena lo conturbe vuelva a leer “las estrofas —de tu amigo
Darío —medita bien en mis amargas mofas y ríete, hombre como yo me río”.
El poema
circula en copias manuscritas haciendo reír a todos, incluso al protagonista,
que se creía ya un nuevo Werther.
Dispuesto a alejarse de Nicaragua, su tierra natal, su madre patria, que lo trata como una madrastra indiferente, se marcha furtivamente de León hacia Chinandega. Se hospeda en el hotel Progreso, propiedad de don Emilio Santiago. Tiene este señor una hija, Fidelina, inteligente y bonita. Desde entonces es Fidelina una de sus amigas más fraternales y pronto habrá de ser la esposa del decepcionado Castro. La ingrata Narcisa es obsequiada con un baile por su rico prometido; a ese baile asiste Rubén y, como es inevitable, se le hace improvisar. Los versos que dice son una inventiva contra el Creso comprador del corazón de Narcisa. El ofendido y sus amigos se echan sobre el poeta, que solo puede ser salvado por admiradores suyos que lo conducen a la calle.
Dispuesto a alejarse de Nicaragua, su tierra natal, su madre patria, que lo trata como una madrastra indiferente, se marcha furtivamente de León hacia Chinandega. Se hospeda en el hotel Progreso, propiedad de don Emilio Santiago. Tiene este señor una hija, Fidelina, inteligente y bonita. Desde entonces es Fidelina una de sus amigas más fraternales y pronto habrá de ser la esposa del decepcionado Castro. La ingrata Narcisa es obsequiada con un baile por su rico prometido; a ese baile asiste Rubén y, como es inevitable, se le hace improvisar. Los versos que dice son una inventiva contra el Creso comprador del corazón de Narcisa. El ofendido y sus amigos se echan sobre el poeta, que solo puede ser salvado por admiradores suyos que lo conducen a la calle.
Precioso
documento de la situación en que se halla es la carta que escribe al propio
Castro.19 Es la expresión en síntesis de un drama de muchos actos,
el primero de los cuales es el fiasco de la beca de estudio. La esperanza de
que parientes chinandeganos por la línea materna, Sarmiento y Alemán, le
ayuden, se desvanece. Piensa irse a El Salvador donde tiene admiradores, pues
muchos poemas suyos han sido reproducidos allá.20 En El Salvador
vive y triunfa el poeta Román Mayorga Rivas, su coterráneo, y eso lo estimula.
La carta es un clamor angustioso:
“Chico: Esta
carta va por ciento. Oye: todo lo que aquí te diga no lo sabrá otro que tú.
Sabes que estoy en una situación horrible. Vine a buscar dinero y me hallo
debiendo más de cien fuertes. Chico, te ruego consigas algo para pagar la
composición de un frac donde Tonino y me lo mandas antes del 14. Pienso irme al
Salvador entonces. Búscame también mis camisas en mi casa, pídelas diciendo que
no tengo con qué mudarme. Mándame la ropa que puedas conseguir. Habla
secretamente con Moncada recomendándole silencio y ve cuánto reúnen entre UU.
los muchachos, para ajustar el pasaje aunque sea. Mira si me puedes conseguir
una valija también, pues la necesito para irme. No llego porque allí debo
también mucho y no tengo con qué pagar. Pide y consigue mi revólver en casa de
los muchachos Ibarra. Recóbralo y mándamelo también con unas dos cajas de tiros
que están en mi casa, creo, o donde los mismos Ibarra. Chico, estoy al darme un
tiro. Tú me conoces ya. ¡Qué te parece! Ayer y anteayer no comí de vergüenza en
el hotel... Esfuérzate, si me quieres, por última vez, por venir antes del 5 ó
14. Mira, si ya llegó Gabriel Espinoza le dices que se venga conmigo y le
enseñas la carta también. Yo no llego a León ni que me muera...! Pobre mamá
Bernarda! Que cuando sepa mi viaje se lo digan bien dorado, que la consuelen y
que le den resignación. ¿Ha comenzado a golpearme el mundo? Pues bien,
¡adelante! Tengo fuerza para que me lleve el demonio o para que me lleve Dios.
Pídeles pronto, inmediatamente, en mi nombre y en el tuyo. Si puedes
conseguirme otras, antes del trece, hazlo, que un amigo como yo nunca lo has
tenido, pues te quiero como hermano.
Pídele a don
Manuel Darío, en mi nombre, por supuesto, una docena de escarpines y camisolas
y... lo que puedas arrancar. Si se niega, con su pan se lo coma... Mándame
algún libro, para ir leyendo en el vapor.
Compadece a tu
hermano que te quiere, Rubén”.
Y a Luís H.
Debayle le escribe: “... Me siento con ánimo y con fuerza para la lucha, y
partiré en busca de nuevos horizontes...”21
NOTAS DEL CAPITULO III
1. Máximo Jerez (1818-1881), doctor en Derecho
civil canónico, nació en León en cuya Universidad se graduó. Las circunstancias
políticas de su tiempo lo lanzaron a las luchas partidistas y bélicas,
improvisándose militar. Convencido de la esterilidad de Centroamérica para dar
los frutos de la libertad y la civilización, se consagró a luchar por la unión
política de aquella, y durante treinta años fue apóstol de ese ideal. Murió en
Washington siendo ministro de Nicaragua.
2. R. D. El “Apocalípsis de Jerez”. Diecisiete
octavas reales, única vez que empleó esa forma estrófica. El Ateneo, N.º 1. Fragmento de un poema inédito
titulado: “El apocalipsis de Jerez. Introducción”. “Composición leída por su
autor en la velada primera del Ateneo de León, el 15 de septiembre de 1881.
3. R. D. “Máximo Jerez”, décimas recitadas por
el autor en la velada de duelo que dio el Partido Liberal, en León, el 13 de
noviembre de 1881”. Poesías y artículos...
4. R. D. “El Libro”. Poema en un canto, por
Rubén Darío. 1882. Según Sequeira no fue leído el 1. º de enero en la
inauguración de la Biblioteca Nacional, por algún motivo, sino en la recepción
de Palacio ofrecida por el presidente Zavala el 17 del mismo mes.
5. Autobiografía X. En este capítulo Darío refiere el incidente en Palacio,
la lectura de “El Libro” y la censura del presidente del Congreso, y otros
hechos sin orden cronológico. Sépase que la memoria del orden de los hechos no
corría pareja en el cerebro de Rubén con su fantástica memoria verbal y visual.
Allí dice que Leonard fue después su profesor en el Instituto de Occidente, lo
que no pudo ser como se explicó en nota del capítulo anterior. También refiere
recuerdos caseros anteriores a su escolaridad. El error más grave es decir que
fue empleado de la Biblioteca Nacional, que el director era el poeta Antonino
Aragón y que leyó “¡horrendo referens”! todas las introducciones de la
Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneira. Estos recuerdos corresponden a
1884 como se verá en el Capítulo V. El primer director de la Biblioteca fue el
doctor y general Miguel Brioso Iglesias y lo fue hasta el 16 de mayo de 1883,
sucediéndole el Dr. Modesto Barrios y a este el poeta Antonino Aragón en mayo
de 1885. (Edgardo Buitrago: “Escorzo histórico de nuestra Biblioteca Nacional”.
Revista Conservadora N.º 100, junio 1969). Durante los meses de enero a julio
de 1882, antes del viaje a El Salvador, no pudo leer a ningún clásico de la
colección Rivadeneira, porque esta no estaba en la Biblioteca como lo demuestra
el Catálogo General de los libros de que consta la Biblioteca Nacional de la
República de Nicaragua, Managua. Tipografía de Managua. Calle Nacional N.º 63.
1882. Seguramente leyó entonces o, al menos pudo leer algo de algunos de estos
autores: Pelletán, Lastarria, Platón, Guizot, Quinet, Castelar, Torres Caicedo,
Jules Simón, Donoso Cortés, Michelet, Constant Littré, Renán, Macauley, Balmes,
Aimé Martín, Reclús, Campoamor (que ya conocía), Flanmarión, Víctor Hugo
(algunas obras que ignoraba), Núñez de Arce (algo de lo que ya conocía),
Baralt, Vicuña Mackenna, Amunátegui, Fernández y González, Capmany, Pérez
Escrich, Balzac, Julio Verne, Lamartine, Horacio, Taine, Gautier, Goethe,
Valera, Galdós, Sue, Dumás, Musset, Píndaro, Homero, Sófocles, Esquilo,
Herodoto, Plutarco, en (Revista Conservadora N.º 122).
6. Sequeira I, es quien trata con más
extensión el trámite de la beca para Rubén. El soneto “Al Papa” permaneció
inédito en Poesías y Artículos ochenta y cinco años hasta 1967 en que este libro
fue publicado por la Universidad Autónoma de Nicaragua. Después lo reprodujo
José Jirón Terán en “Dos poemas inéditos y desconocidos de Rubén Darío”. León,
C. A., 1972.
7. El Instituto Nacional de Oriente, fundado
con el nombre de Colegio de Granada en 1873 por iniciativa de un grupo de
padres de familia, es un fasto cultural que pone una hoja de laurel en la
frente de sus fundadores. Véanse noticias en Enciclopedia
Nicaragüense:
Discurso de don Pablo Hurtado, p. 247.
8. La visita a Granada fue el 27 de enero de
1882. Sequeira I.
9. Enrique Guzmán. Diario Íntimo. Enero 29. Bien calculó la edad de Rubén,
que acababa de cumplir 15 años el 18 anterior. Da a entender Guzmán que no
había leído nada de Rubén, lo que se hace difícil de creer en un periodista y
crítico literario que estaba al día del acontecer centroamericano y sobre todo
nicaragüense.
10. Sequeira I. Reproduce varios artículos y
poemas de Rubén inmediatamente posteriores al fiasco de la beca, aparecidos en El
Ferrocarril, tales
como En la velada artística dada en León a beneficio del Hospital de Huérfanos,
publicado el 22 de abri1; “Serenata A la Sra. Mercedes B. de Zavala”, el 22. en Revista de
la Prensa Nacional (no
da más señas que (La prensa Nacional hace cuarenta años).” La Noticia, Managua, “Ingratitud”, el 3 de junio;
“El idioma español”, en El porvenir de Nicaragua.
11. R. D. El idioma español, El porvenir de
Nicaragua, N.º 17,
Managua, 29 de abril de 1882.
12. R. D. “Espíritu” está en Poesías y
artículos y fue
publicado en El Termómetro N.º 18, Rivas, Nicaragua. Septiembre 3 de 1882.
13. Sequeira I. reproduce la “Serenata a la Sra.
Mercedes de Zavala” que fue publicada, dice, en El Ferrocarril, 22 de abril de 1882, lo mismo que el
sexteto “A la señorita Mercedes Zavala”.
14. Sequeira I. da a conocer la vida política de
1882, el viaje de Adán Cárdenas a Estados Unidos y Europa, los periódicos de la
época y los brindis de Rubén en bodas.
15. “Ingratitud “vio la luz en El
Ferrocarril, 3 de
Junio de 1882. Sequeira, I.
16. Rosario Emelina Murillo nació en Managua el
10 de agosto de 1871, hija de don Ramón Murillo y doña Mercedes Rivas de
Murillo. El señor Murillo pereció en el “aluvión”, copiosa torrentada de aguas
procedentes de la inmediata Sierra de Managua, el 4 de octubre de 1876. Rosario
recibió la educación hogareña de la época: tejer, cocinar, arreglar la casa,
rezar, asistir a misa, participar en la vida social, las primeras letras. y
como de familia de bienestar económico, aprendizaje del piano y el canto, que
en esos días daba la tónica de la mejor educación femenina.
17. Autobiografía XI. Rubén refiere en la página más poética
de ese libro su amor a Rosario Murillo.
18. El poema en que Rubén cuenta el episodio
amoroso de su amigo Francisco Castro y Narcisa Mayorga, es “Moderno idilio.
Francisco y Elisa”, que puede leerse en Obras Poéticas
Completas, de
Aguilar, Madrid. Sequeira I. pormenoriza el caso que está resumido en el texto.
19. Sequeira I. Copia de la carta dirigida desde
Chinandega a Francisco Castro.
20. Poemas de Rubén ha publicado en San Salvador:
“La Juventud” (“A Víctor Hugo”, “¿Quién vencerá?” y “Lo que yo te daría”).
21. L. H. Debayle: “Discurso en el banquete
ofrecido en su casa a Rubén Darío, en 1908”. Cita ese renglón de la carta que
Rubén le escribió cuando se marchó a El Salvador.
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