YO RECUERDO. Crónicas urbanas

Por: Augusto Oliverio Quintana Cuarezma


En el desarrollo de mi vida siempre he tenido en mi mente pequeños espacios que me permiten recordar a alguien o algo que me pasó en el pasado, recuerdos que conforman un conjunto de imágenes, de situaciones o hechos pasados que vienen y van, recuerdos exactos de todo lo que me había sucedido y que a los años que tengo no olvidé el lugar o a la persona que me hicieron vivir momentos de felicidad, alegría o tristeza, tal como lo relato en este libro, que al inicio le daba pobrísimas oportunidades de su publicación, y que sólo contando con el ánimo y ayuda de mi familia, que son un montón de gente, se pudo realizar.

Nunca he publicado nada y ni siquiera cuento con el conocimiento de todo escritor por lo que nunca he acudido a una impresora, y ya estoy nervioso.

El “Señor” me ayude en esta aventura.

MI NACIMIENTO

Según mi papá Emilio Quintana y mi mamá Elida Cuarezma, nací en Managua, en el barrio El Triunfo un 26 de septiembre de 1932. Lo que me da la memoria es que la pobreza siempre reinó sobre nosotros, de barrio en barrio viviendo en cuartos de alquiler, viviendas miserables y sus dueños déspotas, cobrando con altanería sus mesadas a los que sufrimos esas amarguras, y que gracias a Dios nos conservó la vida. Papá aunque alardeaba de estar bien, él estaba en las garras de la pobreza, mi pobre mamá, cómo hubiera deseado que sus hijos vivieran en una casa digna, que recibieran estudios y una alimentación adecuada. Era costurera y pasó la mayor parte de su vida inclinada sobre una máquina de coser para reunir unas cuantas monedas para nuestra sobrevivencia.
A su memoria sus hijos; Sócrates, Mirna, Sonia, Dunia, Krasnodar y Oliverio.

MI COMUNIDAD ECLESIAL (León)

Mi comunidad Eclesial es a la cual pertenezco desde hace varios años, en compañía de mi esposa Miriam. Un buen número de personas han integrado esta comunidad cuyo punto de reunión ha sido en la Capilla Inmaculada, unos han perseverado, otros se han retirado, varios vuelven estando bajo la coordinación de la señora Luz Marina Jiménez, ella es vitalicia en su cargo, el cual se ha ganado a pulso, ¿por qué no ha sido cambiada? No ha sido posible, su gran capacidad ha sido notable; y es que estudia, recurre a Internet y enriquece la sabiduría que el “Señor” le ha dado.
¿Cuál es el objetivo de estas reuniones? A la preparación de conocer más profundamente los caminos hacia el “Señor”, ¿somos católicos? Si, ¿pero cuánto sabemos? Yo soy nada más católico de dedo como muchos, y es que en realidad los que hemos aceptado el reto, debemos enfrentarnos a una gran lucha espiritual, no digamos a la lucha terrenal que es la peor; dejar nuestros vicios y placeres, con razón le dijo Nicodemo a Jesús en una pregunta “si tenía que nacer de nuevo”.
Nuestra coordinadora ha luchado como una leona para sostenerse, sobrevivió a un problema que casi la bota. Éstas reuniones han servido no sólo para edificarnos, sino que con el tiempo nos han dado a conocer a los demás sus caracteres, sus virtudes, su entrega, a veces llorar en silencio por alguno de ellos, y aquí vamos con tambaleos, en caídas y levantadas, y los que acudimos a las reuniones sentimos que nos llenamos, aunque nos durmamos y aunque sólo sea una hora; “Nuestro Señor” se alegra en nosotros.

TRAGEDIA:  LOS QUE HABITAN CASAS ALQUILADAS (León)

Los que habitan casas alquiladas, en verdad es una tragedia y lo que es peor, que el dueño viva cerca. Cuando me salí del núcleo familiar seguí la tradición ya unido a mi esposa Miriam, habitábamos una pieza de alquiler en el sector conocido entre México y la Habana, referencia a dos cantinas, ya teníamos niños: Anabel, Víctor, Oswaldo y María Mercedes, el dueño de la casa pasa revista sobre ellos y nos dice: “Que los niños permanezcan dentro, dentro de la pieza, que no salgan al patio.” Vi a Miriam llorar, teníamos por vecina a una buena señora; Cruz Valle, que habitaba con su familia y nos contó que pronto se irían y que contiguo había una desocupada. Nos fuimos rápido, sólo tres días habitamos entre México y la Habana.
Al correr los años nos dio posada la señora María Espinoza y finalmente el “Señor” se apiadó de nosotros por medio de Francisco Argeñal Papi, un diputado amigo de mi padre Emilio, que nos dio el terreno donde actualmente habitamos, el “Señor” continuó ayudándonos y con esfuerzo de Miriam, sus hijas; Fátima y Geovanny y yo haciendo de constructor, poco a poco con mucha perseverancia y fe, aquí estamos. Dichosos a quienes Dios les ha dado un hogar. Yo he asistido a varios espectáculos tristes, de personas que les han sacado los trastes a la calle por no pagar la pieza alquilada, a unos por no poder, otros por no ser precavidos caen en errores y vienen las consecuencias

NO DESPOJES A LAS VIUDAS NI HUÉRFANOS (Managua)

Viviendo en el sector de la Cervecería Nacional con mis padres y hermanos en Managua, la ciudad aún no se había extendido tanto, había una hilera de casas contiguo a la Cervecería, las cuales eran de alquiler, los que habitábamos ahí, soportábamos el tremendo ruido que hacia la sirena al llamado de los trabajadores, la que sonaba a las siete de la mañana y nos hacía saltar. En esas piezas teníamos por vecino a José Sandoval y su familia (su esposa y dos niñas) un buen hombre, comunicativo, poseían una pulpería que no era grande pero abastecía el sector. Un día domingo cerraron la venta y se fue la familia al mar donde sucedió una tragedia: Don José se ahogó, su cuerpo no apareció ¿Se imaginan a su esposa y niñas verlo desaparecer? Golpeó a todo el barrio. Era un buen hombre. Don José tenía un hermano, no recuerdo su nombre, era dueño de un prostíbulo en el barrio los Ángeles, recuerdo dos locales “La conga” y “Ojos pardos” visitado por altos oficiales de la Guardia Nacional. A la semana de la tragedia de don José, llegó su hermano a la pulpería amparado por varios guardias y un camión militar y procedieron a llevarse todas las cosas de la pulpería. Ya han pasado muchos años y recuerdo y escucho el grito, el llanto de la viuda pidiendo ayuda porque se le estaban llevando lo que su marido le había dejado. Que impotencia no poder ayudar en esas circunstancias, solo consolar.
Aún tengo el mal sabor y lo que vi aún me golpea el corazón porque el “Señor” dice: “No despojes a las viudas ni a los huérfanos”.

¿YO VI AL DIABLO? (Managua)

Cuando me casé con Dora, mi primera esposa, me quedé a vivir en casa de su mamá, ya que Dora me convenció. Por ser hija única, su mamá quedaría sola. Doña Rosa –así se llamaba– era bien religiosa, siempre acudía a las misas y nos hacía que la acompañáramos. En los días de Semana Santa, como es natural, acudíamos a los templos en donde se celebraban los ritos sagrados, doña Rosa hacia una agenda de sus actividades, anotaba el día, la hora y el templo donde iríamos, los más importantes Jueves y Viernes Santo, ya que salían varias procesiones. El grupo de ella se componía de doña Chimina, quien era su mamá, una anciana de setenta años; mis hijos Augusto y Oscar, (de 7 y 5 años) Dora y yo. Mi suegra hacía tamales simples en esa fecha, y hacia varios grandes rellenos de frijoles y era el alimento que comíamos sentados en cualquier acera extenuados por la caminata en el acompañamiento de las procesiones. Un Jueves Santo arrancamos el grupo temprano ya que doña Rosa había dispuesto que iríamos a tres procesiones. Con la ayuda del “Señor” que nos daba fortaleza, regresamos a casa luego de cumplir con la última procesión, eran aproximadamente la una de la madrugada, se imaginan al grupo jadeando, arrastrando los pies, respirando con dificultad, con ganas de acostarnos en el pavimento y quedarnos ahí. Entramos a casa, cada cual corrió a su cama y se lanzó. Hacía un calor tremendo como es costumbre en esa época; existía en casa una pequeña tijera de dormir y decidí ponerla junto a la puerta de la calle, así que arrimé la tijera y abrí un poco la puerta para que entrara aire, me acosté en ella y de pronto escucho unas alegres carcajadas y música de chicheros, fuerte, bulliciosa y resonaban en el pavimento el sonido de pasos de muchas personas. Me llamó la atención. A esa hora las calles estaban desiertas, me levanté de la tijera y de pie junto a la puerta entreabierta observé que por la calle iba pasando un anciano de color blanco, nariz puntiaguda, una pequeña barba canosa, bastón y abrazando con cada uno de sus brazos a dos mujeres y qué mujeres, bellísimas y con unos cuerpos maravillosos y sus vestidos lanzaban destellos de muchos colores, el traje del anciano era cubierto con la bandera de los Estados Unidos, y un altísimo sombrero de varios colores brillantes; no cesaba de reír, la música continuaba sonando pero yo no miraba a ningún músico, y pasando por la calle a pocos metros donde yo me encontraba, proseguían su caminar. Ninguno de ellos dirigió su mirada hacia mí, abrí un poco más la puerta y saqué el cuerpo para verlos mejor –pensé vienen de algún baile de disfraces–, ellos siguieron caminando hasta que se perdieron de vista, entonces noté algo raro: su altísimo sombrero pasaba sobre los tendidos de alambre eléctricos y no se le caía, no se lo agarraba con las manos, ya que ambos brazos los llevaba sobre las mujeres. Pasaron y cesó el ruido, vi hacia ambos lados de la calle, no vi a nadie más, ni algún vecino curioso asomándose. Por la mañana le conté a doña Rosa y doña Chimina, su mamá díjome angustiada: “No vuelvas nunca asomarte a la calle por ruidos extraños en días Santos, Jesús está sepultado y el diablo anda buscando almas para llevárselas”. Han pasados muchos años y recuerdo cada detalle. ¿Lo soñé? ¿Lo vi? Aún no lo sé.

MI VIDA EN UN HILO (22 de enero, 1967, Managua) 


Estando en el Gobierno el General Anastasio Somoza Debayle (Tachito) y en campaña presidencial el Doctor Fernando Agüero, líder del Partido Conservador, apoyado por el doctor Pedro Joaquín Chamorro, habían estado invitando a todos los opositores al Gobierno para en esa fecha (22 de enero) participar en una manifestación para repudiar su gobierno. Estando viviendo en León, llega el día, le digo a Miriam, voy a Managua donde mi mamá, voy al ropero donde tenía una camisa color verde, la empaco en una bolsa de papel y me dirijo a donde están saliendo los vehículos gratis en apoyo a la manifestación. Tomo el bus, ya está lleno, éste arranca unido a la caravana, luego de viajar un rato un hombre desconocido junto a mí me dice: 
—Va a estar caliente—. Me da un envoltorio, lo mete en mi bolsa y se levanta para irse a otro lugar del bus. En el recorrido llegamos donde estarían parqueados los buses para el regreso, ya venía pensando que en la bajada iría donde mi mamá. Todavía era temprano, tomo un taxi y llego, esta mi papá, mi mamá, mi tía Cándida con su marido Humberto, que está llegando de Costa Rica a visitarlos, me dice mi mamá: —Viniste a tiempo, vamos para el Mar. 
No podía negarme a la invitación, aun cargo la bolsa, voy a orinar y registro lo que el hombre me había dado, ¡susto el mío!, era un revolver de cañón corto ya usado, decido cargar con él, lo empaco y me monto con mi familia en el vehículo que nos llevaría al paseo. “La Boquita” era el lugar, ahí pasaríamos el día, alquilan una pieza y escondo en un rincón mi bolsa, me alquilan una calzoneta, todos nos bañamos, almorzamos y se prepara el viaje de regreso, nos vamos y resuelvo bajarme en el empalme de Nejapa ya que ahí iban y venían los buses de León, sigo cargando la bolsa, hago una espera, ya hay más personas son como las cinco de la tarde, por fin llega el bus que viaja a León, trae pasajeros, pero el chofer los baja a todos, nos dice que tienen órdenes de no hacer ningún viaje, hay bastante gente, el chofer nos vuelve a decir: “Ya no hay más buses, si alguien se quiere regresar a la ciudad los llevo”.  Pienso: “ya está oscureciendo, no hay buses me regresaré donde mi mamá”. Me subo al bus con más personas, al llegar a la ciudad el bus para, y observo que hay una multitud de personas, hay varios Guardia Nacionales poniendo el orden, hagan una sola fila a la orilla de la pared, nos dicen; ya que estamos pasando a las personas por grupos. 
Yo me estoy preguntando: —¿Qué pasa? 
En la oscuridad veo a un Guardia que viene registrando a los que estamos en fila, me pongo en cuclillas, con mi cuerpo cubro la bolsa, saco el revólver y lo coloco detrás de mis zapatos pegados a la pared, todavía estoy agachado, el guardia me dice: “Oye, levántate”. Me pongo de pié y me registra, toma mi bolsa, saca la camisa y me la regresa y sigue registrando a otros, yo pegado a la pared, dando gracias a Dios de estar así pegado a la pared, si no, me hubiera desmayado, y aún temblando, cuando un guardia grita: “¡Otro grupo!”. Me uno a él, hay niños, mujeres, hombres, el guardia nos dice: 
—Van a pasar corriendo, ya que a lo largo de la avenida hay franco tiradores—. A la orden de: “¡Ahora!” salimos todos corriendo, pasamos la calle, gran cantidad de tendidos eléctricos por el suelo, vehículos en llamas, me enrumbo hacia donde mi mamá, los encuentro a todos, les pregunto qué pasó; me cuentan que un capitán que había disparado, fue el detonante que inicio la masacre sobre la gran multitud de la manifestación que cubría todo el largo de la avenida Roosevelt, miles de personas, era difícil saber la verdad, los periódicos, las radios estaban censurados, con el tiempo supe que habían decenas de muertos y heridos, las gradas de Catedral habían sido lavadas con mangueras, al lavarlas corría la gran cantidad de sangre que ahí había . La ida al mar, quizás salvó mi vida. El hombre propone y Dios dispone. La bolsa y la camisa verde ya la había botado. Nunca me olvidaré de ella. El 22 de enero de 1967, fue un día trágico.

A LA MONTAÑA (León, 1980)


En 1980 partí a la montaña orientado por el F.S.L.N. en el Batallón de Reserva 23-32, acompañado por la mayoría del barrio Guadalupe, muchos conocidos, gran cantidad de jóvenes y hasta adolescentes. Unos con permisos de sus padres, otros escondidos, todas las madres que me conocían me recomendaban a sus hijos, en realidad yo era un adulto de 45 años. Tremenda responsabilidad que me habían echado. Se notaba entre todos una emoción tremenda, algo que nunca había ocurrido; enviados a la Montaña a combatir a la Contrarrevolución, al recibir nuestros uniformes y armas eran como nuevos juguetes y después el traslado en camiones hacia las montañas heladas de Nueva Segovia ¡como golpeaban nuestros corazones! Los que aún estamos vivos nunca lo olvidaremos. Aún recuerdo el sostener el AK-47 en mis manos disparando en dos combates; experiencias, aguantar hambre, tomar agua de charcos, marchar doce horas, dormir sobre piedras o lodo, tremendos aguaceros, cruzar ríos con el riesgo de ahogarte y la caída de varios compañeros, unos en combates otros por accidentes, por la novatada en el manejo de armas. Sería largo nombrar con cuales participé, pero lo más importante es darle gracias al “Señor” por los que regresamos. Aún encuentro a varios compañeros ya pasados de edad, nos saludamos y evocamos recuerdos, y repito; los que todavía estamos vivos nunca olvidaremos esa experiencia y a nuestro comandante, teniente Bayardo. Una gran persona, siempre atento a nuestros problemas, después que se desintegró el batallón no volví a verlo.


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