El Duende Rojo

Leyenda de Ocotal, Nueva Segovia, Nicaragua 


Hace mucho, pero mucho tiempo, cuando Ocotal no era más que unas pocas casas, salía traer leña en unos burritos, que mi padre Isidro, que en paz descanse, tenía al otro lado del Río Grande, a como le llamamos al Río Coco.

El caso es que cuando iba bajando la cuesta a caer al puente observé que al otro lado del río estaba una vaca sin cabeza, sangrando a chorros, como borbollones de agua que fluyen de un cerro barrialoso. Pero como los Pedros no somos dejados; sino que valientes y hombre de fe, cogí la verga de toro, la reata con que se le pega a los animales para que se apresuren, y me dirigí con los burritos hacia la vaca sin cabeza, y una vez que estuve cerca ya no había nada, buscaba por todos lados, pero no miraba ni las huellas de aquella animala decapitada.

— ¡Ve! —me dije—, esa criatura del demonio me tuvo miedo. Es que los Pedros somos pencones, son chochadas, hom...

Pensando estaba cuando de pronto vi entre medio de unos charrales una semejante gallina como del tamaño de un chompipe. Juro que en mis años que tengo de existir sobre la tierra, jamás había visto gallina tan semejante.

—¡He!— dije entre dientes— aquí está la sopa para toda la familia y hasta los vecinos.

Y recogí del suelo tres hermosas piedras como del tamaño del puño de mi mano y le lancé la primera, resultando vano mi primer disparo.

Pero no me di por vencido, busqué a la gallina, la que se metió en unos charrales, pero también, como por arte de magia, desapareció.


Minutos más tarde encontré nuevamente aquel misterioso animal transformado, diría yo, en una gallina, le lancé la segunda piedra y le saqué abundantes plumas y corrió como loca hacia un cerrito que quedaba enfrente, hasta allí la seguí.

Había en el cerrito un agradable aroma a guayaba y miel. Era un lugar encantador, yo diría como el paraíso terrenal. No encontré ni huellas ni plumas y de pronto... un muerto encogido y tapado con sábanas blancas, rodeado de cuatro candelas colocadas en los extremos y abundantes moscas.

Sentí que la cabeza me crecía como una enorme sandía, pero con todo y recelo, no con miedo, tomé nuevamente la verga del toro y cuando le iba a decirle eres de ésta o de la otra (vida), mientras levantaba la reata, desapareció.

Al cabo de unos diez segundos escuché unas carcajadas burlescas detrás de mi. Dirigí la vista a todos lados y en la rama más bajita de un palito de guayaba se encontraba el personaje... era un niño pequeñito que a mi parecer no pasaba de los diez años. Y me dijo:

—¿Querés pelear conmigo?

— No —le dije— yo soy un hombre y vos sos un chavalito.

— Pero te aseguro que no me aguantás tres golpes.

— ¿Todavía no sabes quién soy yo? —me preguntó.

— Pues… no —le contesté.

— Pues yo soy el Duende Rojo y en ese cerro que está allí —me dijo señalándome uno de enfrente— en ese que está allí vive mi hermano y ese sí que es malo. Se llama Francisco Izquierdo, me dijo y desapareció.

Yo corté la leña rápidamente y veloz como un rayo me marché para mi casa a contarle a mi familia lo sucedido… nainde me creyó.


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Según los habitantes de la comunidad de Río Arriba, este era un duende de cerro El Pozo que hacía presencia sólo en los días de cuaresma o sea cuando empezaba la Semana Santa, salía a las 12 del mediodía para “ganarse” a la gente. En esos días nadie salía a esa hora para no encontrarse con el Duende Rojo. A los que encontraba se los llevaba a su cueva donde también tenía un corral con ganado y los que se “ganaba” o llevaba, los ponía a trabajar como esclavos.

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Recopilaciones orales realizadas por estudiantes de Ciencias Sociales - CURN / Estelí, 2002

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