Poesía dispersa de Rubén Darío (1884 -1886)

1884

• Enero. Es probable que en este mes se instruyera el proceso de Rubén Darío acusado de vago.
• Febrero. Colabora en la prensa de Managua.
• Marzo. Trabaja en la Biblioteca Nacional que dirige D. Modesto Barrios.
• Mayo 31. Rubén Darío pide al Prefecto de León que sea revocada la sentencia recaída en su persona acusado de vago.
• Junio 21. Es revocada la sentencia que lo condenó por vago.
• Agosto 13. Acompaña al presidente Cárdenas en la gira a San Juan del Sur y Corinto al encuentro del presidente Zaldívar de El Salvador. En el banquete celebrado en Corinto brindó en verso.
• Agosto 26. “Epístola a Juan Montalvo”. El Ferrocarril, Managua.
• Octubre 22.  Crítica a “La ley escrita de Rubén Darío”, por Ricardo Contreras. Es la primera crítica hecha al poeta en Nicaragua.
• Octubre 29. “Epístola a Ricardo Contreras”. El Diario Nicaragüense.


Carta abierta

 A Fidelina Santiago

Amada mía: Lo que escribo ahora
              es súplica que implora,
no palabra que exige; es lo que siente
un alma ingenua: Amor es quien la guía.
              Sabrás, amada mía,
que una alma enamorada nunca miente.

   Pues la cruel decepción un tiempo quiso
              no guiarme al paraíso.
sino a la senda amarga de un infierno;
pues cometí un error, tengo disculpa:
              no fue mía la culpa
para guardar este dolor interno.

   Quien da un paso, olvidado de sí mismo,
              y cae en un abismo
cuya entrada la ocultan bellas flores,
víctima de la suerte y de su engaño,
              no es culpable del daño
si se dejó atraer por sus primores.

   Yo, arrastrado por ciego desvarío,
              dejé, tierno amor mío,
la dulce miel por el amargo absinto,
sin comprender, en un amor errado,
              y por mi fe engañado,
que el amor verdadero es muy distinto.

   Pasó el tiempo, y después que hube encontrado
              en mi espíritu helado,
por un día de error, mil de castigo,
castigo cruel que todavía siento,
              hondo remordimiento
que llevo, a mi pesar, siempre conmigo;

   después que, lejos, mi exaltada mente,
              del corazón doliente
traía los recuerdos de amargura,
tu imagen misteriosa aparecía
              en la memoria mía
como rayo de aurora en noche obscura.

   Te vi fiel y divina más que nunca:
              si el desconsuelo trunca
toda dicha, volví a sentir anhelo;
y con sólo pensar en ti gozaba,
              y la esperanza estaba
dominando al dolor y al desconsuelo.

   Como aquel que se olvida de un ensueño,
              tu semblante halagüeño
borrar me hacía mi pasado triste;
y vi que eras un ángel, todo encanto…
              ¡No te quisiera tanto
si tú no hubieras sido como fuiste!

    Vuelto ya de mi ensueño o mi locura,
              solo con mi amargura,
creyéndome tal vez aborrecido,
pedíle a Dios resignación, consuelo;
              y así, de cara al cielo,
pensando en Dios y en ti, lloré afligido.

   Tuve un alivio. Yo pensé y me dije:
              La pena que me aflige,
pueden sus labios de ternura llenos
calmar; palabras de divinos labios
              perdonan los agravios,
y el perdón es venganza de los buenos.

   Al fin te he vuelto a ver; aquí me tienes:
              reproches y desdenes,
perdón, benignidad, todo lo acato:
si odio me das, será bien recibido;
              si perdón, bendecido;
que es tu deseo, para mí, mandato.

    Tú eres el juez, yo soy el delincuente;
              sé inflexible, sé ardiente:
está ante ti mi voluntad suspensa...
¿Querrás abrir en mi alma nueva herida?
              Los ángeles, mi vida,
no devuelven ofensa por ofensa.

   Yo en un tiempo creí que el amor era
              galana primavera:
todo flores, todo aves, todo mieles;
probé las mieles y encontré amargura
              en las aves, tristura,
y en las flores, espinas muy crueles.

   Hoy creo en el amor cándido y puro
              que ameniza el obscuro
páramo de esta vida triste y larga;
pero no en el amor mudable y lleno
              de artería y veneno,
que presto se convierte en ruda carga.

   No creo en el amor que es farsa loca,
              que corre y se desboca
con impura ansiedad y sin cautela;
no creo en el amor que no es sentido
              en ese amor fingido
de románticos héroes de novela.

   Yo detesto ese amor de formas raras,
              Cupido de cien caras
que asesta a un tiempo mismo cien saetas:
que canta el himno del placer en coro
              y motiva el desdoro:
yo detesto el amor de las coquetas.

   Yo creo que el cariño verdadero
              es ideal y sincero
(pero no ideal como en aquellos días);
que deben ser pensadas las pasiones:
              que no es con ilusiones
con lo que arde el hogar todos los días.

   El amor debe ser para las almas
              ideal: las dulces calmas
del sentimiento, el corazón exige;
mas, por su parte, la cabeza impone
              y en sus leyes dispone,
que haber sustenta y reflexión dirige.

   Pues bien: con un amor como el que digo,
              te amo, desque testigo
fui de que hay almas nobles en la tierra;
desde que en ti miré mucho del cielo
              que calma el hondo duelo
de los que vamos con el mundo en guerra.

   Luz de mi alma: el perdón ahora aguardo;
              el perdón, aunque tardo,
curará las heridas de mi pecho...
Yo, humilde, a lo que ordenes me acomodo:
              al fin, lo espero todo.
¡Lo que tú hagas, mi bien, será bien hecho!

(León, 3 de marzo, 1884)

Publicado en El Ferrocarril el 31 de marzo.



Brindis a los presidentes
de El Salvador y de Nicaragua*


Hoy, dominando mi ser,
están dentro de mí mismo
la justicia, el patriotismo,
la gratitud y el deber.

   Justicia me impulsa a hablar;
jamás adulé a ninguno;
lo que es suyo a cada uno,
señores, siempre he de dar.

   Y es la alabanza propicia
para aquellos gobernantes
que unen con lazos brillantes
a dos naciones, Justicia.

   Patriotismo, porque al ver
que hoy el progreso afianzáis
de dos pueblos, y que estáis
dando bien con el poder,

   oigo dentro de mí mismo
una voz que dice: «Canta»;
y por eso se levanta
mi palabra: Patriotismo.

   Gratitud, porque el calor
que ella en mi pecho ha infundido
lo guardo para el cumplido
Gobierno del Salvador.

   Y bien se pulsa un laúd
cuando ardientes, conmovidos,
nos sentimos poseídos
de una noble gratitud.

  Y deber, porque el que piense
que hoy, cariñoso y risueño,
abraza al salvadoreño
su hermano el nicaragüense,

   y que este abrazo ha de ser
unión y fraternidad,
paz, progreso y libertad,
¡debe cantar por deber!

   Así, pues, brindo, señores,
porque este abrazo sincero
sea un vínculo de acero
al par de un lazo de flores.

   Doctor Zaldívar, tendida
está ahora al viento rudo
nuestra bandera querida:
Nicaragua os da un saludo
y yo os doy la bienvenida.

   Doctor Cárdenas: ¡a vos
os doy mi aplauso veraz!
Hoy el iris de la paz
os corona a ambos a dos.

   Señores: hoy esta aurora
presagia bienes eternos:
¡brindemos por dos Gobiernos
que son dos pueblos ahora!

(Corinto, Nic., 15 de agosto, 1884)

*Se trataba del  presidente salvadoreño Zaldivar y el nicaragüense Adán Cárdenas


¡Maestra!*


A la señorita Emilia C. Day,
Directora del Colegio de Señoritas, 
en Granada, a nombre de sus alumnas.

I

¡Maestra! Después de Dios
y de nuestros padres, que
nos brindaron vida y fe,
lo debemos todo a vos.

Lleváis la pesada cruz
del duro trabajo; pero
nos guiáis por buen sendero
y nos hacéis ver la luz:

esa luz que es la verdad,
luz de suma excelsitud;
esa luz que es la virtud,
¡luz de eterna claridad!

   ¡Maestra! Pues os queremos,
hay justicia: en nuestro ser
el vuestro infundís; y al ver
lo bastante que os debemos,

   os damos el corazón,
nuestra alma pura y serena,
nuestro afecto e ilusión:
toda esa larga cadena,
eslabón por eslabón.

   Cadena de flores es
esa que nos junta a vos:
antes h bendijo Dios,
y nos juntamos después.

   Y vos, con halagadores
consejos que nos brindáis,
más afianzáis y afianzáis
esa cadena de flores.

II

¡Maestra: vuestro natalicio
hoy celebramos. ¡Que el Cielo
os dé aliento, os dé consuelo
en vuestro santo ejercicio!

   En el líquido cendal
de los cielos, hay estrellas;
y entre las campiñas bellas
hay frescor primaveral.

   El cielo de vuestra vida
se pueble de astros: su lumbre
ahuyente la pesadumbre
de la noche entristecida.

   Y en felicidades mil,
como nuestra alma desea,
¡que vuestra existencia sea
una campiña en Abril!

III

   Enseñar a la mujer
es obra excelsa; lo hacéis:
gozáis y os satisfacéis
al cumplir ese deber.

   Sobre vuestro corazón
y a la mente que trabaja,
santa luz del Cielo baja
en forma de bendición.

   Tiernas niñas, somos flores
nacidas en el vergel;
no había sol, y sin él
lucimos tristes colores.

   Pero surgió el astro un día,
y alzamos la limpia frente
al recibir de repente
luz, aroma y lozanía.

   Brilló el naciente arrebol
de ese sol que dio fulgores:
nosotras somos las flores,
Maestra, ¡y vos sois el sol!

(Granada, 24 agosto de 1884)

*Titulado por otros recopiladores como: “El sol de la educación”. 


Los rizos de mi morena*


Los rizos de mi morena,
sedosos, crespos y obscuros,
inspiran mi cantilena;
mal prendidos, mal seguros,
los rizos de mi morena.

   Las auras aduladoras
al pasar juegan con ellos;
mueren las olas sonoras,
oreando los rizos bellos
las auras aduladoras.

   Sobre la frente rosada
del ángel de mis hechizos
forman madeja enredada
los negros, sedosos rizos,
sobre la frente rosada.

   Brillantes y retorcidos,
si los vientos juguetones
los soplan con sus vagidos,
tiemblan en tirabuzones,
brillantes y retorcidos.

   Rizos do la luz se quiebra
en sutiles resplandores,
¡quién besara hebra por hebra
los suaves y tembladores
rizos do la luz se quiebra!

   Esos rizos perfumados,
húmedos, lindos y gruesos,
los quisiera a mí acercados
para estremecer a besos
esos rizos perfumados.

   Los rizos de mi morena
son, pues, enjambre de hechizos,
y les doy mi cantinela;
que son los más bellos rizos
los rizos de mi morena.

(4 de agosto, 1884, “El Ferrocarril”)

*Dedicado a Isabel Díaz futura esposa de su amigo Jesús Hernández S. fue posteriormente musicalizada por el guitarrista Concepción Valladares, se popularizó como La jota leonesa.

Lesbia

A José Pasos

Lesbia tiene por costumbre
levantarse en la mañana
a ver, desde su ventana,
del sol la primera lumbre;

   y cuando da su arrebol
postrero el astro del día,
también sale el alma mía
a ver la puesta del sol.

   Una mañana las vi
a las dos, al alba y a ella,
pero en la mañana aquella
a las dos las confundí:

   y en una tarde de abril
vi en su reja a mi adorada;
y la tarde, avergonzada,
se hundió al ver su faz gentil.

   Lesbia: no hagas cruel alarde
de tu faz encantadora,
dando celos a la aurora
y dando envidia a la tarde.

   Eso va en contra de mí,
pues tu faz, al asomarse,
hasta el sol puede pararse
enamorado de ti,

   y puede ser que te robe
al mirarte en tu ventana,
más apuesta que Diana
y más hermosa que Niobe.

   Esa vaga languidez
con que entrecierras los ojos,
esos frescos labios rojos,
esa suave y blanca tez;

   esa cabellera de oro
que el alisio toca y peina,
ese algo como de reina,
esa altivez y decoro,

   todo infunde amor, y amor
ardiente, vivo, extremado...
Si el sol está enamorado,
¿cómo estará tu cantor?

   Lesbia: si al salir la aurora
te asomas a la ventana,
no la avergüences, ufana
de tu gracia encantadora;

   ni tengas tampoco empeño
en dar a la tarde envidia,
porque ella, si lidia, lidia
con menos armas, mi dueño.

   Sé cauta, pues, al mirar,
y bien es que disimules,
con esos ojos azules
como el cielo y como el mar.

(8 de octubre, 1884) “El Diario nicaragüense”.


     A unos ojos


El sol con sus rayos rojos
ya no brilla, ya no arde;
que está dormida la tarde
y está dormida en tus ojos.

   Al morir, con mil halagos
te deja en ellos el día
su vaga melancolía
y sus resplandores vagos;

   y al tender la noche el velo
por las esferas obscuro,
te ruega que guardes puro
el diáfano azul del cielo.

Por eso, hermosa, los tules
que en tus ojos hay presentes,
son vagos y transparentes,
son soñolientos y azules.

   Por eso con rayos rojos
el Sol ni brilla ni arde,
que está dormida la tarde
y está dormida en tus ojos.

(24 de octubre, 1884) “El Diario nicaragüense”.




A Francisco Antonio Gavidia


Rompí el paquete, y me saltó de gozo
el corazón al ver escrito el nombre
de Gavidia en el libro. ¡Es un poeta
para mí tan simpático! Y sobre eso,
¡le quiero tanto! ¡En fin! Soy entusiasta
por todo lo que escribe, y muchas veces
le había aconsejado publicase
sus versos en un tomo; pero siempre
modesto, nunca quiso
aceptar el consejo. Aquí está el libro,
en lujosa edición; aquí su nombre
y aquellos versos que leímos juntos
en días que pasaron, y otros nuevos,
tan solamente frutos producidos
por árbol vigoroso y bien repleto
de savia fecundante y productora...

«Desde el cielo, Eloísa,
vuelve hacia mí los ojos.
Mira: ¡éstos son los versos
de tu Francisco Antonio!...»

   Esto es para su madre, en la primera
página de su libro. Muy seguro
estoy que desde el cielo ella lo mira
y que de su hijo queda bien pagada.
Poeta de corazón, poeta inspirado,
Francisco tiene ardor, Francisco es águila.
Es rudo, es apacible, es vigoroso
y suave, arrulla y trina como un pájaro,
y clama con la voz de las tormentas
y se eleva hasta el sol. ¡Qué gran espíritu!
Tiene diecinueve años: hace poco
que era un adolescente. La poesía
desde la cuna le infundió su aliento,
y el niño aquel tuvo alas voladoras,
y ha crecido y crecido con pujanza
hasta llegar a ser lo que es: una alta
gloria de Cuscatlán, de Centroamérica.

   Gavidia es un poeta que impresiona
desde el instante en que se lee: maneja
la lengua con vigor y gallardía,
es subjetivo hasta el extremo y rígido
en la forma; los clásicos le arrastran
y he aquí que sus versos son muy dignos,
por su fondo, del tiempo en que vivimos,
y por su bella forma y elegancia,
de aquella edad de oro en que brillaron
los Moretos y Tirsos inmortales.
Pero hay más: es un vate americano;
une a la donosura del idioma
puro español, la majestad y aliento
de la virgen América, esta tierra
llena de fuego y de hermosura llena.

    Naturaleza lo entusiasma, y pulsa
los alambres sonoros de su lira
en loor de ella; Amor le toca el pecho,
y un raudal de conceptos deliciosos
brotan sus labios; el pesar le hiere
y el treno de la angustia da su acento…
No me ciega amistad, ni da el cariño
tintes fuertes al cuadro que presento:
al amigo lo quiero
y al poeta lo admiro.
Sobre todo, Gavidia es hombre puro.
Él, joven en su vida, se retrata
en sus versos: es su alma limpia y noble.
¡Y él quisiera que todos así fuesen!

   Juzga el amor como dolencia sacra
que martiriza al par que infunde llama
de calor infinito; la pureza,
la virtud, la honradez, muy naturales
cosas. Gustavo Adolfo
Bécquer estuvo enfermo de esa fiebre.
Gavidia mira el ideal risueño
y goza la fruición de lo inefable
con todo el corazón. Y él bien conoce
lo que es la Humanidad, y da a entenderlo
con sólo su Tomás, que es él, él mismo.
¿Quién no advierte a través de los renglones
bruñidos y correctos, esas lágrima
que derraman los ojos al impulso
de las penas secretas del espíritu?
No creáis, ¡oh vosotros, mis lectores!,
que son frases y ruines lloriqueos,
como tanto versero nos espeta
quejándose de amor y «calabazas»…;
es el suspiro fiel de un pecho joven
herido en los comienzos de la vida.

   A fuer de hombre franco, yo aseguro
que en todo Centroamérica,
el tomo de los versos de Gavidia
es lo primero que hemos visto en libros
de esas materias. Yo no ofendo a nadie.
Llamen a juicio los que duden esto,
y digan si es verdad. Como este tomo,
quisiera yo que a España se mandasen
cientos, para mostrar que en nuestro suelo
Apolo esparce su fulgor divino.

   Leo y releo el ejemplar y peso,
en la balanza de imparcial sentido,
su mérito; procuro hallar defectos,
y bellezas me salen al encuentro.
Un acontecimiento literario
es la publicación que admiro ahora.
Ella sola ha tejido una guirnalda
de laurel para el vate que da brillo
a su patria, a su tiempo y a su nombre.

   Los versos amorosos de Gavidia
son verdaderas Rimas, y conmueven
hasta la exaltación. Una graciosa
y espiritual amiga que leía
Un corazón, me dijo, impresionada:
«¡Dichosa esa Isabel con tal amante!»
Ése es el nombre de la que él describe
con divinos colores. Esas rimas
armónicas y dulces en que canta
la historia de un amor cándido y tierno,
llevan cierta dulzura al alma joven
que tiene anhelos y que en ansias vive;
celestial e infinita complacencia.

   Cuando describe, el bardo es admirable:
no pinta al describir; fotografía.
Tiene una exuberancia de colores,
a las veces sutil, ora apacible,
ora con expresión casi salvaje.
Estilo original; tiene sus visos
de clásico maestro y pinceladas
de un arrebatador naturalismo.
El ritmo de los metros, en su canto,
es madeja brillante de hilos de oro
que teje y descompone a su capricho.
Las figuras son creadas a manera
de escultor, con cincel y con martillo.
A veces forja, mas también deslíe.

   Una flor es su amiga, y una estrella
su hermana; pero el trueno es confidente,
mensajero también de inspiraciones.
Plácele contemplar los cuadros plásticos
de la Naturaleza y los terribles
del corazón humano. Sus autores
favoritos, en quienes
se engolfa, son el viejo Esquilo, el rudo
Homero, el Dante amargo, y Hugo, ¡genios!...
Prometeo le admira cuando grita:
–¡Ah!...–y alguien le interpela–: –¡Prometeo!
¡Ésas no son palabras de los dioses!
Aquiles le refiere sus hazañas;
Francesca le confía sus amores,
y Gwinplaine le sonríe con sonrisa
monstruosa y ademán que aterroriza.

   Gran poeta es Gavidia. Este volumen
hoy lo presenta ante el inmenso campo
de la crítica y dale nombre y fama,
grandes y merecidos. Que fecundo
sea su estro magnífico y soberbio,
y veamos otros libros, y otros, y otros
como este que admiramos. Yo le envío
al amigo un saludo con afecto
al par que orgullo, y al autor glorioso
la admiración y aplausos de mi patria,
que se siente también, como la suya,
¡honrada y satisfecha por el triunfo
de un centroamericano!

(5 de octubre, 1884) “El Porvenir”.


             Letrilla

   Es el mundo, porque así es,
un continuo jirigay
en el que de todo hay
al derecho y al revés.
Entre luchas siempre, pues,
seguimos de mal en peor.
¡Eterno calentador
de los humanos meollos!
Del mundo y de sus embrollos,
¡líbranos, Señor!

   ¿Quién dijera que Antolín,
que se decía oligarca,
fue un pillo de más de marca
de su principio a su fin?
El solemne galopín
libero-conservador,
la oportunidad mejor
siguió hasta momentos críticos.
De hipocritones políticos,
¡líbranos, Señor!

   ¿Pues el médico Don Blas,
el de la triste figura,
que mientras más gente cura
la gente se muere más;
por delante y por detrás
estupendo engañador,
que despacha con primor,
y enfermos hace a los buenos?
De semejantes galenos,
¡líbranos, Señor!

   Pues Andrés el lechuguino,
con unos ojos de sol,
zapatitos de charol,
paletó de paño fino;
camisa de blanco lino,
corbata de resplandor
y en el ojal una flor,
y con la cabeza huera...
De semejante tontera,
¡líbranos, Señor!

   La coqueta Doña Blanca
tiene amantes por docenas,
y para colmo de penas
a todos la bolsa arranca;
viva, graciosa y muy franca,
en amores al vapor
con un sonreír traidor
a todos prende su chispa...
¡Huy!, de semejante avispa,
¡líbranos, Señor!

   Amadeo, que es tan feo
como Picio, como Esopo,
y que más que feo, es topo,
el señor Don Amadeo,
de lesa poesía es reo,
y haciendo versos de amor,
orgulloso y decidor,
no hay a quien no mire bajo...
De tamaño escarabajo,
¡líbranos, Señor!

   El comerciante judío
que es una horrenda tarasca
y que está rasca que rasca
toda bolsa el señor mío,
nos engaña que da frío
y después dice que, por
hacernos un gran favor,
da los objetos baratos...
De esa academia de gatos,
¡líbranos, Señor!

   ¿Y el letrerillo que hogaño
se ha metido a criticar
a todos, sin respetar
pelo, color ni tamaño,
que corta cuando haya paño,
perenne escudriñador
de lo malo y de lo peor
para enseñarlo a la gente?
De pícaro tan valiente,
¡líbranos, Señor!

(Noviembre, 1884)


Margarita*

Versos tristes

A Pedro González

Un amigo a quien amo de manera
que más que amigo me parece hermano,
al tiempo de cruzar el Océano 
me dejó por recuerdo una cartera
en que se encuentra, escrito de su mano,
lo que a continuación ahora publico.
Es un desahogo de mi amigo ausente.
Como él está en el otro Continente
y ainda mais se ha hecho ya bastante rico, 
yo doy esto a la prensa libremente 
y a Don Pedro González lo dedico.

Comienza el manuscrito algo borrado: 
con lápiz se escribió, como de priesa; 
y yo tendré, al copiar, mucho cuidado 
para que la escritura salga ilesa 
y puedan los cajistas de El Mercado 
hacer con claridad la parte impresa. 
Así empieza la parte manuscrita 
que leo en la cartera:
«¡Margarita!»

(28 de diciembre, 1884) 

*Escrito bajo el pseudómino Ursus y publicado en El Mercado.

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 SIN FECHA EXACTA O LUGAR PRECISO

A Víctor Hugo*

Deja que admire, oh Genio sin segundo,
un triste trovador del Nuevo Mundo
tu gloria sin igual. Deja te envíe
las humildes canciones
que te brindo yo acá, en estas regiones.

   Yo siento ahora que en mi ser se agita
grandiosa inspiración, cual fuego hirviente
que se resuelve en el profundo seno
de combusto volcán, y rudamente
a las rocas conmueve. Se levanta
y se eleva mi ardiente fantasía
en alas de lo ideal, y mi voz canta.

   Salud, genio inmortal, salud, profeta,
a cuya voz sonora y prepotente
tiemblan los opresores en sus tronos.
La libertad como radiosa llama
reverbera en tu mente
o con su ardor tu corazón inflama.

   Como alto monte que levanta airoso
su melena de robles hasta el cielo,
y se estrellan en él los huracanes
con horrísono estruendo, sin que puedan
conmoverlo siquiera; así tu genio
se ostenta altivo en la extensión del suelo.
Tus glorias inmortales
desafían mundanos vendavales.

   De tu palabra el eco, ¡gran misterio!,
cual de la antigua Jericó los muros
se desplomaron con horror profundo
a1 son aterrador de los clarines,
cayéronse los solios del imperio,
y tremenda memoria,
ante la faz del Universo entero,
de ellos conserva el libro de la Historia.

   Cuando pulsas tu lira, y brindas suaves
canciones a las brisas pasajeras,
y a las pintadas aves,
que cantan sus amores
cuando amanece el día,
en medio de las fértiles praderas;
aquéllas sus rumores
te ofrecen blandamente;
éstas te dan su dulce melodía,
y toda la Natura
al escucharte de placer murmura...

   Y mil querubes, con doradas arpas
de mundo en mundo pasan repitiendo
que serás inmortal. Venus sonríe
si oye entre el aura el eco de tu plectro;
y Júpiter tonante
que manda el aquilón, domeña el rayo
que a su voz el Olimpo temblar hace
y se presenta, con su manto de éter,
en un trono flamígero y radiante;
y Apolo el soñador, a Erato dice
que en los ojos te bese,
y a Thalía y sus siete compañeras
que corten lirios y laurel y mirto
en el divino, encantador Parnaso,
y coronen tu frente y siembren rosas
donde pongas tu planta...
Y un coro sin igual mil himnos canta.

   Saludas a Leucipo y a Descartes
con la sien coronada de laureles;
y el genio de las artes
con su voz misteriosa
anuncia que sonríen en su fosa,
los manes de Menandro y Praxiteles.

   «El Progreso sin fin», ése es tu lema,
y la insignia que lleva tu bandera...
«El Progreso sin fin»; ¿qué significa
tal palabra? Pues bien: es Jesucristo
predicando igualdad y unión al pueblo,
y muriendo en su cruz; es Galileo
ceñido de su fúlgida diadema
que exclama: E PUR SI MUOVE, aun a despecho
del fanatismo cruel; es el deseo
del Genovés intrépido que un día,
en éxtasis profundo,
a la Iberia potente diole un mundo;
es Franklin con el rayo entre las manos,
con la frente rodeada de centellas;
es Fulton que los mares
cruza atrevido del vapor en alas.

   Es, en fin, el gigante,
el sublime Lesseps, que con arrojo,
como el Moisés antiguo,
tendió su mano a la ola del Mar Rojo;
y la ola en grato exceso,
llegándose a la playa blandamente,
en señal de homenaje le dio un beso;
después, con raudo giro,
revolviendo su líquido azulado,
que ostenta perlas, perlas a millares,
rasgando con pujanza el térreo istmo,
gritó con voz de trueno,
que se escuchó desde el confín heleno
hasta la ardiente zona de los trópicos:
«Te reconozco, arcángel del Progreso».

   También la Libertad es tu divisa,
y trabajas y luchas, fuerte y bravo,
porque no haya en el mundo un solo esclavo,
y Hoffer te saluda, y Tell, Bolívar,
el coloso del Ande,
el sublime y el grande.
Libertad, Libertad, cuando te nombro
siento en mi pecho una emoción profunda:
todo mi ser se inunda de divina poesía,
y palpita de gozo el alma mía.

   ¡Ay, pero ya a mi lira falta aliento
para seguir cantando,
y en las ondas del viento
suspiros mis acentos van dejando!
Salud, genio inmortal; salud, profeta,
a cuya voz sonora y prepotente
tiemblan los opresores en sus tronos.
La gran idea de tu justa fama
reverbera en mi mente
y con ardor mi corazón inflama...

*Fue escrito originalmente como prosa.
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ÁBUMES Y ABANICOS

A Angelina Herdocia*

Escucha, hurí celeste, 
fantástica, divina,
las notas que te envío 
mostrándote mi amor; 
en ellas va expresado, 
bellísima Angelina, 
lo mucho que suspira 
por ti mi corazón.

Te vi una vez y al verte 
sentí dentro del alma 
un eco misterioso 
que me decía ¡amad!;
tan dulce como el blando 
murmullo de la palma 
que agitan rumorosas 
las brisas del mar.

Desde que escuché tu acento 
y yo miré tus ojos 
sentí el fuego infinito 
de mi primer amor. 
Olvido los pesares 
del mundo los abrojos
cuando oigo la dulzura 
de tu argentina voz.

Y tú no te condueles
de ver mi desventura; 
tú no oyes las voces
ni escuchas mi canción. 
¡Oh, niña encantadora! 
¡Oh, virgen casta y pura!, 
ven, oye cuán palpita 
mi joven corazón.

Si escuhas los cantares 
que en alas de la brisa 
se alleguen a tu oído 
con dulce timidez, 
te piden una tierna, 
magnánima sonrisa 
y yo te pido me ames 
de hinojo a tus pies.

(León, ¿1884?)

* Poema escrito para la novia de su amigo Máximo Valladares quien deseaba declamárselo en el cumpleaños de ella.


Y será Enrique Guzmán…

Y será Enrique Guzmán 
Vizconde de Xolotlán, 
Celedonio será Kan, 
y todo en derredor; 
-Sí, señor, sí señor.

(Managua, ¿1884?)


A la Señorita Josefa Dubón

Bella es la rosa blanca, guarnecida
de temblador rocío transparente,
cuando sonríe en el lejano Oriente
el alba pura derramando vida,

   y bella la violeta, estremecida
al beso de la espuma del torrente,
que salpica de aljófar reluciente
la ribera, de flores revestida;

   pero más bella tú, tierna y donosa,
sagaz y dulce, tímida y discreta,
porque Dios, con su mano portentosa,

   al formarte, juntó en unión completa
a la hermosura de una blanca rosa
el pudor de una cándida violeta.

(León, 1° de enero, 1884)


A Rosalpina

¡Rosalpina! ¡Qué placer
siento, hoy que veo naciente
la aurora resplandeciente
de tu natal! ¡Qué poder
tiene esa aurora al nacer,
pues me inspira tanto, tanto,
que entono un alegre canto
al compás del arpa mía!
Bendito sea este día,
lleno de celeste encanto.

   Bendito, sí, bella flor,
día en que viniste al suelo
a llenarnos de consuelo,
a embriagarnos con tu olor;
al arcángel del amor
entre nubes y fulgores,
te hizo diosa en los amores,
y con ardor, dulcemente,
te dio un beso en tu alba frente
y te coronó de flores.

  Deja, pues, que a tus hogares
venga hoy lleno de alegría,
a ofrecerte la armonía
de mis humildes cantares
Deja que en tus castos lares
entone aquesta canción
–pues estas palabras son
hijas de la simpatía–,
y ponga ahora en tu día,
ante ti, mi corazón.

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BRINDIS

En las de Claudio Rosales

Rosa de extraña región
vino a ofrecer sus olores
a la Ciudad de las Flores
con todo su corazón.

   El amor y la ilusión
bienes diéronle a raudales.
¡Verso que rotundo sales,
di en tus conceptos y rimas:
La rosa de aquellos climas
ya es rosa de estos Rosales!

   ¡Que viva siempre esa flor
de felicidad rodeada:
que es una rosa cortada
en el jardín del amor!

(Masaya, septiembre, 1884)


Juan Diego Braun

Para el varón eximio que proclama
la ley de la verdad; para el severo
vate que halla en luz rico minero
y a sublimes regiones se encarama;

   para el que siente la divina llama
de inmensa inspiración, y el santo fuero
de la virtud defiende, y pregonero
de la razón, su majestad proclama;

   para ése tiene Historia excelsa lumbre,
Humanidad un lauro relumbrante,
y Patria una guirnalda de victoria;

   un eterno clamor la muchedumbre,
y el Poeta una lira resonante
para cantar antífonas de gloria.

(Managua, 2 de junio, 1884)

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HOMENAJES

Manuel Reina*

Tiene España poetas inspirados
que le dan honra y prez. La fama lleva
sus nombres por el mundo, y sus acentos
resuenan deleitando en todas partes
e infundiendo entusiasmo: Núñez de Arce,
filósofo que canta con la duda
en el cerebro y la aflicción terrible
en el alma; Zorrilla, el viejo bardo,
cantor de las antiguas tradiciones
hispanas, cuyos versos cadenciosos
despiertan la memoria de mil hechos
y llevan en el fondo toda el alma
de aquel pueblo español; ese gigante
juguetón y severo que se llama
Ramón de Campoamor y Campo Osorio,
que nos da sus doloras y poemas
como el árbol nos da flores y frutos;
Echegaray, emperador del teatro;
Manolo del Palacio, saleroso
como hay pocos; y en fin, una falange
de notables poetas. Pero entre ellos
tiene alto puesto Manuel Reina, vate
que en sí es todo un carácter y un ingenio.

   Muestra Reina un estilo sui géneris
difícil de imitar; esto en la forma,
que lo que es en la idea, es un poeta
del siglo diecinueve a todas luces.
No penséis que contando empalagosos
amores, pasa derramando versos
de ésos que aburren ya por lo que abundan:
no, ni tampoco lo veréis ufano
dándose aires de sabio, presumido
conocedor del mundo y todo lleno
de experiencia, de orgullo y tontería,
pues Reina os contará cosas distintas.

   Él os dará la mano, y poco a poco
os llevará al bullicio de las cortes;
os mostrará los rostros descompuestos
en medio de la orgía, en las ciudades,
y copas de champaña a vuestros labios
acercará; y al son de las alegres
carcajadas y ruidos bulliciosos,
entonará sus cánticos extraños.
¿Queréis cambiar decoración? Pues toma
Reina el arpa sonora cuyas cuerdas
son templadas por manos invisibles
de aéreas ninfas, de querubes blondos,
que pasan, que se agitan y que encienden
el corazón del bardo: ya resuena
su nota vibradora y dulce siempre.

   Son sus versos raudal de melodías
derramadas, así como si fuera
chorro de perlas de ánfora de limpio
cristal, cayendo sobre alambres tenues 
de cítaras eólicas. Del gárrulo
airecillo que riza la onda mansa
y serena del lago rumoroso;
de ese vago murmullo inexplicable
que rueda por el cielo, en la mañana,
cuando el sol aparece en remolinos
de átomos de diamante coloreados;
del eco de las selvas, del gemido
de la amorosa Filomela, ofrece
notas, suspiros, ecos, ritmos, sones,
deleitosos a veces, siempre gratos
y llevando un torrente de armonías.
Si alemán fuera el bardo, ¡qué baladas
no saldrían de su estro! Más prefiero
que cante en español esas estrofas
que son bellos, preciosos ramilletes
de flores de pulida filigrana.

   A las veces, se torna rudo y grave,
y entonces pulsa el arpa resonante
sobre una cumbre, la melena alzada,
con el rostro hacia el sol: le dan de lleno
los rayos en, la frente; los espíritus
que vuelan agitando las tormentas
en el azul, se acercan, le rodean;
y se acercan en torno del que, alzando
el sonoro instrumento hasta la altura,
llama a los aquilones cuando hiere
las broncas cuerdas, para que ellos pasen
tocando los bordones con sus alas
y produciendo raras sinfonías
en loca exaltación. Tal canta entonces
el poeta inspirado.

                               La Edad Media
tiene para él encantos y atractivos
que sabe aprovechar en sus canciones;
y ya os pinta embozado caballero
que al cinto lleva la tajante espada
y alta la pluma del chambergo, o linda
joven de un trovador enamorada.
¡Y esto, con qué colores! ¡Y esto, lleno
de una expresión y gracias que cautivan!

   Pero ya he dicho: Reina es un poeta
del siglo diecinueve, neto y llano.
No son sus cantos como así se escriben
por cualquier zarramplín de arredrovayas.
No es un cantor vulgar. Me atrevería
a afirmar que es el género de Reina
original de suyo. Es lindo y raro
ese arrebatador procedimiento.
Finura y elegancia son sus bases,
pulcritud y entusiasmo sus adornos.
Forma hermosas guirnaldas, con sus manos,
para bellas. Ofrece himnos ardientes
que exaltan el patriótico entusiasmo.
Penetra en la arboleda, y allí roba
sus íntimos secretos a los pájaros
que, juzgándose solos, se deleitan
en dulces confidencias; ve a las flores
darse ósculos de amor sublime; y vuela,
del árbol, a la orilla de la fuente,
donde recoge el tímido susurro
que produce la espuma entre las guijas:
sorprende a las nereidas que, desnudas
en el cristal sus formas, se contempla;
pasa del manso arroyo al salto hirviente,
aprende a remedar el ronco estruendo
del agua que se quiebra y despedaza
como brillante torbellino loco;
y encima del peñón, cruza sus brazos
y habla con el relámpago rojizo
que recorre la bóveda celeste,
con el águila enorme que se cierne,
reina del alto abismo, y con las nubes,
viajeras incansables que reciben
el beso de los astros luminosos.

   Éste es el gran poeta. Si él quisiera
escribir un poema, nos haría
a los amantes de lo bueno y bello
un gran servicio. Pulse, pues, la lira,
y resuenen sus cánticos soberbios
en una obra inmortal, de gran aliento.
¡Sí; que escriba un poema revestido
con esas joyas que sólo él fabrica
y con esas ideas altas, sumas,
que hay entre la cabeza de los seres
favorecidos por la augusta y santa
disposición del Cielo! ¡Que abra el cofre
en donde está la rica pedrería
que forma su tesoro, y desparrame
al azar un puñado en su poema!
¡Que corte aquellas flores que cultiva
en su íntimo vergel, y forme ramos,
y los riegue con gotas de rocío,
fecundo de su noble inteligencia!
¡Dé vida al ideal, fuerza al espíritu,
y salga ufano recorriendo el mundo
en las alas del genio que domina
con su poder grandioso y admirable!

   Esas lenguas de fuego sacrosanto
y lleno de virtud; esos empujes
de su alta inspiración, dan a las almas
el supremo de la vida,
con cuyo aliento aquéllas se remontan
a embeberse en la luz de lo infinito,
a copiar los encantos de la altura,
a admirar el enjambre de portentos
que ante el trono de Dios bulle y se agita,
con las palpitaciones que produce
el contacto y poder del fuego eterno.
Ésa es la inspiración; el que se sienta
dominado por ella, que levante
el vuelo, si la fe le da su apoyo
y no teme caer.

                            Reina es poeta
que mil veces altísimas regiones
ha recorrido, ufano caballero
en el Pegaso. Ya conoce el Pindo
y ha libado en la copa de los dioses
el celeste licor. Reina se sube
cuanto ha deseado al sacro Olimpo; y sabe
sonar la dulce cítara armoniosa,
ora apacible como el son del aire
entre la umbría retirada, y ora
conmovedor y rudo como el trueno
que ronco en el abismo se dilata.

(3 de octubre, 1884) “El Porvenir”. 
*Fue escrito inicialmente como prosa.


**********************

1885

• Mayo. Darío trabaja en la Biblioteca Nacional con don Antonino Aragón, que sustituye en la Dirección a don Modesto Barrios .
• Junio. “Víctor Hugo y la tumba”. Poema escrito con motivo de la muerte de este literato.
• Junio 14. “A la orilla del Rin”. Cuento. El Porvenir de Nicaragua. Primer cuento.
• Agosto 7. Anuncia El Diario Nicaragüense la impresión del libro Epístolas y
Poemas en la Tipografía Nacional. No apareció hasta 1888.

  Himno de Guerra*

CORO

Ruda suena la trompa guerrera;
cada libre, que sea un león:
¡Nicaragua señala altanera
ese blanco y azul pabellón!

CORO DE GUERREROS

Somos fuertes; la espada desnuda
blandiremos allá en la batalla,
al rugir de espantosa metralla...
¡Ciudadanos! El arma empuñad;
que nos miren ganar en la lucha
el brillante laurel de victoria,
o encontrar en la muerte la gloria
y gritar al morir ¡libertad!

CORO DE DONCELLAS

Mil guirnaldas harán nuestras manos
para verlas lucir en las frentes
de aguerridos patriotas, valientes,
que sabrán, con denuedo y ardor,
levantar nuestro altivo estandarte
exclamando con eco profundo:
¡Viva el pueblo más libre del mundo!
¡Guerra a muerte al tirano invasor!

CORO DE ANCIANOS

No dejéis que la patria que os dimos
sufra ahora despótico ultraje;
encendeos en santo coraje
cuando se oiga el redoble marcial;
nuestras viejas espadas os damos.
¡Id corriendo! El clarín ya se escucha:
¡Dios bendiga al que vaya a la lucha!
¡Que el cobarde será criminal!

CORO DE NIÑOS

Enseñadnos a ser valerosos;
enseñadnos a amar nuestro suelo;
nuestras preces levantan el vuelo
de infinitos deseos en pos.
Elevamos al cielo plegarias
por los que hoy camináis a la guerra:
Dios ahora se fija en la tierra
y la patria es hechura de Dios.

EL POETA

Montañeses: dejad la labranza.
Artesanos: ¿seréis prole sierva?
Juventud: hoy dejad a Minerva,
que ya Jano sus templos abrió.
Entonad himno heroico en la lucha
y venced en espléndida hazaña;
y si cantos queréis en campaña,
con vosotros también iré yo.

(San Salvador 20 de abril, 1885)

* Según Don Edelberto Torres Espinosa, este fue un poema de compromiso de Rubén y que desdice su posición unionista. A criterio de su mejor biógrafo, nunca debió ser escrito.


Amor, lumen

I

Ojos garzos y apacibles
que miran entrecerrados,
sus llamas irresistibles
contemplan enamorados
serafines invisibles.

Dama que esos ojos tienes,
dime si del cielo vienes,
dime si al cielo te vas;
nostálgica te mantienes
y melancólica estás.

Si te gustan mis cantares
y has sufrido los azares
de los destinos adversos,
refiéreme tus pesares
que yo te diré mis versos.

Mis versos aduladores
que estremecido de amores
ofrezco a las damas bellas,
como cestillos de flores
a la luz de las estrellas.

Mis versos, que saben dar
con sagrada inspiración
los secretos del amar
y la clave del llorar
lágrimas del corazón.

Te diré que tu hermosura
a los ángeles recrea;
que en tu espléndida figura
hay la forma tersa y pura
de la Venus Citerea.

Que no eres de estas riberas,
niña del cabello rubio;
hechicera entre hechiceras,
te aguardan tus compañeras
a la orilla del Danubio.

Extranjera en este clima,
de nostalgia te consumes:
flor cuyo aroma sublima,
es el numen de mi rima
el seno de tus perfumes.

Se me figura, a fe mía,
mirarte con languidez,
al morir de un bello día,
en un morisco ajimez
de la hermosa Andalucía,

en el alféizar calado
el lindo brazo apoyado,
dejando errar las pupilas
por las regiones tranquilas
del firmamento azulado,

y las brisas al pasar
ungiendo tu cabellera;
yo entonándote un cantar,
e iluminando la esfera
la lumbre crepuscular.

II

Pena profunda en tu faz
deja vaga palidez;
ama una y otra vez,
que así volverá la paz
a tu corazón tal vez.

Siente de modo tan blando,
que estando siempre queriendo
no sepas que estás amando,
e ignores que estás sintiendo
lo que te está devorando.

   Y amando sin entender,
amarás con un placer
infinito y singular,
hasta donde puede amar
el alma de la mujer.

   Y amando así, dama hermosa,
guarda siempre avariciosa
en el alma el ideal,
como una perla preciosa
en una urna de cristal.

(21 de mayo, 1885) “El Mercado”.


Sotto voce

Así, en voz baja, quedo, amada mía,
la lengua feliz de los amores:
cuando amanece el día,
se saludan las auras y las flores
así, en voz baja, quedo, amada mía.

   ¡Visión divina, mi adorada musa
mi Ángel que reverencio!
Si la lengua rehúsa
desahogar la pasión, débil, confusa,
¡nuestras almas dialogan en silencio,
Visión divina, mi adorada musa!

(4 de octubre, 1885) “El Porvenir”.


Etcétera, etcétera...                      

 A Mariano Zelaya.

Es hermosa y resalada
sobre todas, mi morena;
mas la gracia de sus gracias,
es la gracia que hay en ella.

   Pues has de saber, Mariano,
cómo a mí, con sólo verla,
la sangre, del corazón
se me sube a la cabeza.

   Tiene unos ojos, ¡Dios mío!,
que no enamoran, incendian;
un andar que grita: ¡En guardia!,
y un talle que dice: ¡Alerta!

   Su sonrisa es la sonrisa
que ensayó nuestra madre Eva
para hacer comer a Adán
la fruta de la culebra.

   Su boca es, Mariano amigo,
trono de coral y perlas
donde la risa que sabes
es pícara y dulce reina.

   Las auras tocan, perfuman
y esponjan las gordas trenzas
que por tupidas y brunas
a la negra noche afrentan,
de mi amada coronando,
recogidas, la cabeza.

   Sus pies, ligeros y enanos,
holgadamente cupieran
en el cáliz de una rosa
o en la concha de una perla.

   Y tiene esto, y tiene lo otro,
y entre todas, mi morena,
no digo de las de aquí,
de todas las de la tierra,
inclusa la Andalucía
con sus flores de canela...;
y... mucho más, mucho más...
En fin, etcétera, etcétera.

   Te diré que, para el baile,
digo verdad, no hay como ella,
cuando cruza los salones
como un pájaro que vuela,
una paloma torcaz,
una garcita morena,
un... lo que te dé la gana,
un... lo que a ti te parezca...,

   verbigracia, aérea ninfa
que corre por la pradera
sobre una alfombra de flores
que casi al pasar no huella;
o corza que trisca, y rápida
de un lado a otro se pasea,
moviendo las verdes hojas
y haciendo tremar las yerbas.

   ¡El vals! He aquí el torbellino.
Mi hermosa del vals es reina,
cuando al son de alegre música
viene, vase, torna, llega,
por la sala bulliciosa
donde danzan las parejas
como impulsadas al vértigo
por una corriente eléctrica...

   ¡Y eso de ir al eco rítmico,
y eso de ir al par con ella,
en la ráfaga ardentísima
que nos empuja y nos lleva;
y ceñir el leve talle
y tocar las manos bellas,
respirar el suave aliento
y rozar la cabellera...!

   ¡Viva Strauss! Y ¡viva el baile!
¡Viva el vals y las parejas!
¡Viva la sal resalada!
¡Y que se junda la tierra!

   Quien no baila, nunca goza
y no sabe cosa buena,
y no irá al cielo, seguro,
y en fin, etcétera, etcétera.

   Conque, quedamos en que
es, Mariano, mi morena,
recopilación de gracias,
archivo de cosas bellas,
danzadora infatigable
y juguetona y risueña;
con más sal que tiene el mar,
más fuego que el que nos quema,
y más dulzura que mil
panales de miel hiblea;
y más..., ya me entiendes tú...,
y más etcétera, etcétera.

   Se me olvidaba decirte
que, si no falla la regla
de que el ser enamorado
es achaque de poetas,
yo lo estoy como Macías,
el que Larra nos presenta
cuando habla del Doncel de
Don Enrique de Villena;
o, si no, como Romeo
el de la hermosa Julieta;
como Abelardo, o como un
enamorado cualquiera:
que todos somos iguales
cuando queremos de veras.

   Dicho lo cual, ya verás
cómo tendré la cabeza;
que al decir enamorado
se dicen cien mil etcéteras.

(28 noviembre, 1885) “El Mercado”.




A un amigo

I

«Toda la noche la he pasado en vela, 
y era mi pensamiento, amigo mío... 
Imagínate: un pájaro que vuela 
pasando de las sombras al vacío.

   »Primero, sin mirar, perdió sus galas; 
su plumaje entre breñas se deshizo;
después, en el vacío abrió las alas 
y no pudo volar por más que quiso.

   »Oye: si tú comprendes lo que digo, 
sabes que es hondo el caos en que lucho 
pues no hay que martirice tanto, amigo, 
como querer, cuando se quiere mucho.

II

»Conocí a Margarita cuando apenas 
tenía sus quince años no cumplidos, 
y al mirarla, sentí que por mis venas 
fuego corría en surcos encendidos.

   »Nos amamos los dos, pero de modo 
que, con el alma ardiente y agitada, 
con sólo vernos nos dijimos todo, 
sin que los labios se dijeran nada.

   »Sólo sé que en un día de verano,
al verla sonreír con embeleso, 
mi mano fría se llegó a su mano
y mi boca a su boca..., y hubo un beso.

   »Sólo sé que en su rostro yo miraba 
de frescas rosas el purpúreo lecho, 
y sé que el corazón me palpitaba 
y quería salírseme del pecho.

   »Sólo sé que sentí que no sentía, 
que me vi más poeta con mi bella, 
y que después del beso de aquel día 
sólo pienso en ser grande para ella.

III

   »¿La quieres conocer? Su frente dora 
el alba de su dulce primavera; 
lindo consorcio de odalisca mora 
y de púdica virgen de Ribera.

   »Su busto lleno despertara envidias,
que más que de mujer, es de ángel célico; 
con sus cinceles lo esculpiera Fidias 
en la mejor cantera del Pentélico. 

   »Se advierte en su mirar fulgor de estrella; 
sus labios, rosas son de la campiña; 
y en su cuerpo de virgen casta y bella, 
guarda el alma inocente de una niña.

   »Es amiga de pájaros y flores,
y como a los infantes pequeñuelos, 
le encantan armonía y rumores; 
y sé de melodiosos ruiseñores
que, al oírla cantar, mueren de celos.

   »Su escultórico talle lo envidiara
la asiática y airosa bayadera,
y si Venus de Milo se animara,
de afrenta, al contemplarlo, se volviera 
a su cárcel de mármol de Carrara.

   »Teniendo el corazón mi amada hermosa 
como el de una inocente de cinco años, 
piensa con un girar de mariposa, 
y siente gran placer, la caprichosa, 
en dar pena y dolor, fingiendo engaños.

   »Tengo que confesar, para ser justo, 
que es como esas chiquillas, la criatura, 
que sin mala intención y sin disgusto 
matan un colibrí por travesura 
y arrancan un rosal por puro gusto.

   »Como le di mi corazón un día, 
¡la más tierna de todas las mujeres!, 
se goza en el placer de los placeres: 
al corazón brindado, ¡vida mía!, 
lo punza, por reír, con alfileres.

   »¡Misterios del amor! ¡Hondos arcanos! 
No os riáis del amor, pobres hermanos; 
yo di mi corazón a esta doncella,
y se me ha convertido, en manos de ella, 
juguete de cristal en tiernas manos.

IV

   »¿Me has escuchado, amigo? Va mi cántico 
triste, como salido de mi pecho.
No vayas a creerme tan romántico. 
Vine, vi, amé, sufrí. Bien: esto es hecho.

   »Los desahogos del dolor guardado, 
los suspiros del pecho comprimido, 
con un bálsamo dulce y delicado 
calman el corazón del que está herido.

   »Por lo demás, la risa que provoca 
el exceso de luchas y de pena, 
deja hiel amarguísima en la boca 
que todo lo destroza y envenena.

   »Así, cuando me mires que sonría 
y alegre estando disimule enojos,
es que caen por dentro al alma mía 
las lágrimas ocultas de mi ojos.

   »Que si mi boca en el silencio calla 
y se dobla abatida mi cabeza, 
es que en el fondo de mi ser batalla 
la desesperación con la tristeza.

   Versos escribo, y cuando...» 

V

                                                    Faltan unas
fojas al manuscrito del ausente; 
mas se puede leer, entre lagunas
y a retazos, González, lo siguiente:

VI


   »¡Ay! A un amigo me dirijo en vano 
pidiéndole consuelo en tan extrañas 
pesadumbres, ¡por Dios!; y el mismo hermano, 
el mismo amigo, con su propia mano, 
me revuelve el acero en las entrañas.

   »Yo no creía en el amor. Hoy creo. 
Creo, porque me hieren sus espinas. 
Yo era ciego quizás..., y ahora veo... 
Veo un sol que se me hunde, y mi deseo 
le sigue entre las brumas vespertinas...

   »Escéptico era yo; y en la alborada, 
cuando al lucir el arrebol naciente 
me despertó la aurora enamorada...»

VII

   Aquí el papel está completamente 
roto, y no puede leerse nada, nada.

  Esta foja y también la otra siguiente 
están hechas añicos; sin embargo,
como lo que aquí falta no es muy largo, 
pego con goma en un papel los restos
de las fojas. Ya está. Ya están compuestos 
los renglones... Están algo legibles... 
Venciendo un imposible de imposibles, 
ya los puedo entender... Mirad, son éstos:

VIII

   »Mi Margarita, no me des enojos
de esa dulce... locura en los excesos...; 
denme vida... las... luces... de tus ojos
y dulz...u...ra... las mieles... de tus besos, 
Si sól...o a ti te ador...o, amada mía...,
¿por qué... dices que quiero a quien no quiero? 
¡Oh musa de mi ardiente po...esía..., 
mi vid...a, mi... esperanza..., mi lucero!...».

IX

   La letra aquí, de lápiz, está extinta 
y borrosa; en las fojas, que son anchas, 
más abajo se miran unas manchas 
que cubren un gran trecho, y son de tinta.

   Entre las manchas hay escrito un poco
que, como lo de arriba, está en pedazos.
Mi amigo de seguro estaba loco
cuando ensució el escrito a borronazos.
Vamos a ver si, al fin, la cima toco
de traducir los versos a retazos:

X

    «Para ti, Mar ...ga...ri...ta...». 

XI

                                                  No, no entiendo;
pero al cabo, González, voy saliendo
de esta rara tarea y buen trabajo.
Aqueste pedacito traduciendo 
no he de seguir... Miremos más abajo.

XII

   «…tú no ig...noras...
te he que...rido de veras...; tú lo impides…;
yo... del ...iro contigo... a todas ho…ras…
Yo... siem...pre... soy... el mismo… ¡No me olvides!»

XIII

   Aquí concluye todo. Entre las fojas
de la cartera, estaban unas hojas
de ciprés, flores secas, algo ajadas
 y así... como con lágrimas mojadas.

(Diciembre, 1885)

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SIN FECHA EXACTA O LUGAR PRECISO

A Emelina

Amada, ¡espera, espera!
Florecerá la luz en los altares,
y al llegar la amorosa Primavera
te hallarás coronada de azahares.

   Eres buena, eres casta,
y Dios belleza y gracia darte quiso,
Para hacer de un hogar un paraíso,
¡oh mi gloria y mi luz!, con eso basta.


Una lágrima

Te vi, te amó mi corazón de niño 
Con un delirio virginal y santo.
Yo era tan joven y te amaba tanto...
Que fue mi pecho para ti un altar.
Con tu desdén o con tu amor soñado 
En hora de pena y de alegría 
Por mi mejilla juvenil sentía 
Silenciosa una lágrima rodar.

Fuiste la luz de mi primer mañana. 
Fuiste el objeto de mi amor primero. 
El bendito y el mágico lucero 
Que alumbró la ilusión de mi niñez. 
Y desde entonces sin sentir sentía, 
Al palpitar mi corazón amante, 
Por mi marchito y pálido semblante, 
Deslizarse una lágrima otra vez.

En el delirio de mi amor ardiente,
En tu hermosura cándida veía 
Del cristerio a la cándida María, 
Del musulmán la voluptuosa hurí. 
Y delirante y ciego quise entonces 
Arrojarme a tus plantas y adorarte,
Mas sólo pude en mi ansiedad mostrarte 
Que rodaba una lágrima por ti.

Pero después tu corazón de ángel 
Contra mi pecho palpitó inocente, 
Y con su fuego se tiñó tu frente 
Del suavísimo velo del pudor. 
Y al beber el amor en tu mirada 
Y con el fuego en tus labios rojos 
Sentí brotar de mis ardientes ojos 
Una quemante lágrima de amor.

Todo pasó. Tu nombre solamente
Como un vago recuerdo me ha quedado 
Y el fuego abrazador, casi apagado, 
De mi ardiente, extraviada juventud. 
Y otra vez al ensayar mis cantos 
Vertí el recuerdo de tan bella historia 
Que humedeció las cuerdas del laúd.

(Nicaragua, 1885)


Tres ovillejos

I

–¿Quién es un gran señorón?
–Don.
–¿Que un gran Santo fue su homónimo?
–Jerónimo.
–¿Que hace que encojas y estires?
–Ramírez.

   Así pues, para que mires
al hombre que no hay mejor,
anda en busca del Doctor
Don Jerónimo Ramírez.

II

   ¿Quién no dice tus ni mus?
–Jesús.
–¿Ni deja que te desmandes?
–Hernández.
 –¿Y es serio y no se alboroza?
  –Somoza.

–Si por allí os encontráis
con un joven que es un lord,
de seguro es el señor
Jesús Hernández Somoza.

III

   –¿Quién es un amigo fiel?
–Manuel.
–¿Y un cumplidor caballero?
  –Riguero.
–¿De talento singular?
–Aguilar.

–Lo digo sin adular,
sin exagerar lo digo:,
es un excelente amigo,
Manuel Riguero Aguilar.


¿Quién es siempre una explosión?...

¿Quién es siempre una explosión?
Don.
¿Muy amigo de echar flores?
Dolores.
¿Polo opuesto de Somoza?
Espinosa.

Cuidado que no reposa 
hablando, hablando y hablando, 
porque es un retumbo andando 
Don Dolores Espinosa.

(Managua, 1885)


Si el alma tienes marchita…

Si el alma tienes marchita,
Teresita,
Por mi afición al champán,
Alemán,
Mis ansias por ti son vivas,
Rivas.

Pero tú me la derribas 
con tus terribles enojos. 
Ya no son verdes tus ojos 
Teresita Alemán Rivas.

(Masaya, 1885)

La obra del oleaje

La onda agitada
que surge presa
bajo la roca,
junto a la arena,
bulle y rebulle
y espumajea
cuando la azota
ruda tormenta;
la roca inmóvil
sigue altanera,
mientras la onda
pasa mordiéndola;
y llega un día
en que la peña,
ya carcomida
por la ola inquieta,
rueda al abismo
falta de fuerzas,
entre las aguas
que se atropellan.

   Y los tiranos
que en su soberbia
sobre su trono
se enseñorean,
o al pueblo amarran
una cadena,
altivos mandan,
fuertes ordenan...,
y por debajo
no oyen que rueda
cierto murmullo
de voz que hiela.
Es que la onda
muerde a la peña
que carcomida
se tambalea,
y va al abismo,
cuando resuena
batir de alas
de la tormenta.


La calumnia

Puede una gota de lodo
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor obscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno.

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ABUMES Y ABANICOS

A Mercedes García Zabala

¡Hermosa: hoy están de fiesta
los lirios de la floresta,
las rosas de Alejandría
y la dulce alada orquesta
que saludó al nuevo día!

De los cármenes floridos
brotan ritmos delicados,
y los céfiros alados
esparcen con sus vagidos
el aroma de los prados.

Yo pregunté esta mañana
el porqué... Saberlo puedes.
Me dijo una flor lozana,
que era por una su hermana
que se llamaba Mercedes.

Aun me dijo más la rosa
de corola de tisú:
que la hermana era preciosa.
Entonces pensé, ¡qué cosa!,
que debías de ser tú.

Por eso de los cantores
el más humilde, levanta
su voz, dándote loores.
Mercedes, mi verso canta
a la hermana de las flores,
pues que es una flor que encanta
muchísimo más que cuanta 
flor hay en estos alcores.

(8 de septiembre, 1885)


A Adriana Gómez

Escribe versos, escribe,
que ya tendrás un laurel;
deja impreso en el papel 
lo que tu mente concibe.

Escribe, siente, trabaja, 
ora a Dios como el querube, 
pues cada oración que sube 
es un consuelo que baja.

Así, pues, el arpa toma 
con inspiración divina: 
cual dulce jilguero trina, 
y arrulla como paloma.

   Que para llegar al Ser 
Supremo del Santo Nombre, 
¡vuelan más que las del hombre 
las alas de la mujer!

(Managua, 1885)

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INSTANTÁNEAS

Ovillejo a Celia

¿Quién hace que yo me rinda?
–La linda.
–¿Y es tan dulce como Ofelia?
–Celia.
– ¿Y hay luz de su alma en el fondo
–Elizondo.

– Me quedo, cuando la miro,
mondo y lirondo;
y me atolondra dé al tiro
la linda Celia Elizondo.


Que truene la profecía…

Que truene la profecía
en su palabra de fuego
que cual sacrosanto riego 
espaza la poesía;
que en la miel de la armonía 
dé el filtro de la verdad;
que muestre a la Humanidad
lo luminoso y lo santo,
y que se escuche su canto 
por toda la eternidad,

Digo que dicen que diz
que dijeron y que han dicho
que es un hombre de capricho
el amigo Pedro Ortiz.


¿Quién es un amigo fiel?...

¿Quién es un amigo fiel? 
Manuel.
¿Y un cumplido caballero? 
Riguero.
¿De talento singular? 
Aguilar.

Lo digo sin adular,
sin exagerar lo digo: 
Es un excelente amigo 
Manuel Riguero Aguilar.


1886

• Enero 8 Sale El Imparcial de Managua, bajo la dirección de Darío, Pedro Ortiz y Eugenio López.
• Enero 29 Polémica con Enrique Guzmán “De cómo Enrique Guzmán se va a tragar la simpatía derramada, el candor y más que verá quien leyere”. El Imparcial, Managua.
• Febrero 21 “Vicuña Mackenna.” Artículo necrológico. El Imparcial.
• Marzo 30 El Mercado anuncia el viaje de Rubén a Chile.
• Abril 1 Se representa la comedia “Cada oveja” por la compañía Blen en Managua.
• Junio 5 Se embarca en Corinto a las 4 p. m. en el vapor Uarda con destino a Chile. Lleva la representación de los periódicos El Mercado, El Diario Nicaragüense y El Imparcial.
• Junio “Ondas y Nubes”. A bordo del Uarda. A Eduardo Poirier. La Época, Santiago de Chile, agosto 22 de 1886.
• Junio 24 Llega a Valparaíso, Chile.
• Julio 8 Emelina, en colaboración con Eduardo Poirier, novela presentada al certamen del diario La Unión de Valparaíso. “Al Sr. don Agustín R. Edwards”. Imp. y Litografía Universal, de Chaigneau y Castro, Valparaíso.
• Julio 16 “La erupción del Momotombo”. El Mercurio, de Valparaíso. Primer artículo escrito en Chile.
• Julio A fi nales de este mes, o a principios de agosto llega a Santiago.
• Agosto 5 Cantos chilenos. “El Manto”, su primer poema chileno. La Época, de Santiago, a cuyo personal pertenece ya como reportero.
• Agosto 21 “Historia de un picaflor”. Cuento en que asoma por primera vez un nuevo procedimiento estilístico. La Época.
• Octubre 7 Llegan Sarah Bernhardt y su compañía a Santiago. Darío escribe crónicas de las representaciones.
• Diciembre 7 “El Pájaro Azul”. La Época. Primer cuento de los que integrarán Azul… y ostentando ya la nueva modalidad estilística de una manera completa.
• Diciembre 10 Encuentro con Pedro Balmaceda Toro.

Los Zopilotes

Vinieron Sopes
de Guatemala,
de Costa Rica
y El Salvador;
y a un Zopilote
de Nicaragua
le preguntaron:
–«Hola, señor,

»¿qué tal de vida?
Venimos flacos;
en nuestra tierra
no hay qué comer:
no hay perros muertos,
no hay inmundicias,
y hay polizontes,
¡qué se ha de hacer!»

Y el Zopilote
de Nicaragua,
a sus compinches
les contestó:
 –«¡Quédense, amigos,
en este suelo
que otro más bueno
nunca se vio!

»Aquí tenemos
en todas partes
marranos muertos
y perros mil,
que nadie cuida
de levantarlos
y que en las calles
se pudren.» –«¿Sí?,

–»dijeron todos
los Zopilotes–
pues nos quedamos,
mi buen señor.
Y vendrán otros
de Guatemala,
de Costa Rica
y El Salvador.»

(Managua, 29 de enero, 1886)


Cantinela

A Celia Elizondo.

Celia, ha tiempo que un cantar
para ti pensé escribir;
mas si lo pude empezar,
nunca lo pude concluir
y hube el papel de rasgar.

Salir, me decía yo,
con cualquier verso que se hace
a cualquier dama de pro,
es cosa que no me place,
y en tal caso, mejor no.

Decir que Celia es mujer
que por lo guapa compite
con la alba por nacer,
eso. ¿quién no lo repite
si la llega a conocer?

Y decir que es, me decía,
apacible y sonriente,
y que en dulce poesía
brota su pupila ardiente
la luz de la simpatía;

o que de igual modo, diga
que su acento es blando arrullo
que penas hondas mitiga,
eso es decir a mi amiga
verdades de Pero Grullo.

   Y pensando y repensando
cómo haría el verso aquel,
siempre el papel borroneando,
iba los días pasando
rasga que rasga el papel.

Hasta que al fin hoy encuentro
cómo arreglar el asunto
del cual ya estoy en el centro,
razón por la que, en el punto
que hallo puerta franca, me entro.

   Y entro en el asunto, pues;
pero antes, una advertencia
voy a hacerte, Celia, y es
que has de decir en conciencia
lo que te indique después.

Simplemente la expresión,
exijo de una opinión,
Celia, sobre la Poesía.
Digo, en tu categoría
de mujer de corazón.

Ya que esto advertido está,
responde en nombre de la
agrupación de los que aman:
¿Qué crees tú, de los que exclaman
«¡La Poesía se va!»?

Porque hay gentes que lo dice
lo dicen, como lo creen:
y claro, como lo ven,
de la Poesía maldicen
y de los poetas también.

Y como la gente ahora
toda es librepensadora
porque es la moda del día,
se les antoja en buena hora
matar a la Poesía.

Así es que de partidarios
hemos, quedado unos pocos,
vistos como estrafalarios,
como entes extraordinarios,
como poetas, como locos.

Que en el siglo del vapor
es un crimen inaudito
persistir en el prurito
de gastar tiempo, señor,
en cantos de pajarito.

De la máquina al compás
y al vertiginoso estruendo
que se aumenta más y más,
las musas se van huyendo
para no volver jamás.

Y ¡cuánto a la sociedad
ha invadido el prosaísmo!
La maldita enfermedad
me hace a veces, en verdad,
desconocerme a mí mismo.

   ¡Oh!, la Égloga es muy bonita,
y la dulzura infinita
del pastoril himeneo...;
mas Títiro y Melibeo
no se pusieron levita.

   Time is money: con dinero,
quien más tiene, vale más;
eso dice el mundo entero,
y aquel que no anda ligero
seguro se queda atrás.

Ha habido quien me haya dicho
por estultez o capricho:
«Es bueno que a Víctor Hugo
le pongan en entredicho».
¡Mira qué alma de besugo!

   Y otro señor caballero
me dijo en tono chancero:
«Si tu lira es de oro, chico,
anda y véndela a un platero
en tantos duros y pico».

Y otra mujer, ¡y mujer!,
a quien dije que tenía
rizos de oro –¿lo has de creer?–,
dijo que los cortaría
y los pondría a vender.

Y todos tienen razón,
lo has de haber oído tú:
hoy tienen aceptación
muchachos de rendez-vous
y muchachas sans façon.

Mejor que hacer un buen verso,
es ganar un buen porqué;
y en este tiempo perverso
se preocupa el Universo
por la baja del café.

Yo, aunque me tachen de loco,
si las realidades toco,
también miro el ideal,
y voy dando poco a poco
agua de mi manantial.

Y déjenme en ese error
gozar de mi juventud;
y en una vida de ardor,
déjenme ser el cantor
del amor y la virtud.

Vas, pues, tu opinión a dar;
pero antes vas a tener,
Celia amiga, que escuchar
lo que te quiero ofrecer,
que es el siguiente cantar:

Virgen ardiente y pura de Nicaragua,
tierna como la silfa reina del agua;
de tus labios de rosa mana ambrosía,
y de tus negros ojos, la luz del día;
tu acento es como trino de ruiseñores
y derramas perfumes como las flores;
hay en tu rostro cándidas erubescencias
y tu seno es una urna de mil esencias.

Por tus ojos suspiran muchas estrellas
y las auras codician ir tras tus huellas;
los céfiros sutiles de la campiña
te traen sus aromas, cándida niña;
las palomas que habitan robles copudos,
te mandan sus caricias y sus saludos,
y de los altos cedros y tamarindos
te envían sus cadencias pájaros lindos.

Tus ilusiones fingen rosadas nubes,
vuelan con el vuelo de los querubes;
allí, en tus negros ojos irresistibles,
o he comprendido cosas incomprensibles;
el fuego de tu mente que te ilumina,
algo es como un destello de luz divina;
y en el fondo de tu alma de soñadora,
luce, en fuego apacible, plácida aurora.

¡Salve!, tórtola mansa de estas riberas;
¡Salve!, ninfa preciosa de estas praderas,
mimada de las rosas y de las brisas,
que das inspiraciones con tus sonrisas;
flor que besa el aljófar de la mañana
y adornan los alisos como a sultana;
tu palabra meliflua penas mitiga,
Virgen ardiente y casta, ¡Dios te bendiga!

Ya escuchaste mi cantar,
Celia; ahora quiero
oír lo que vas a contestar
a lo que hube de decir
este escrito al empezar.

«La Poesía se va»,
dice la gente que está
ebria de materialismo...
¡A que no piensas lo mismo!
¿Qué te parece? ¿Se irá?

¡No, no se va la Poesía,
porque aún vive la armonía,
y alumbra el astro del día
ese cielo de tisú;
y en la tierra, amiga mía,
derraman la simpatía
las mujeres como tú!

(Enero, 1886) “El Imparcial”.


La profecía de Horacio

Al amigo Dr. D. Jerónimo Ramírez.

Para evitar un desastre, 
estos versos no publico; 
pero a usted se los dedico 
por consejo de mi sastre...

I

Queridísimo Doctor;
escuche usted un momento, 
que voy a contarle un cuento 
para pedirle un favor.

Reinando el soberbio Augusto, 
allá en la tierra de Lacio, 
junto a sí tenía a Horacio, 
a quien daba todo gusto.

   Y cuenta una rara historia
unas preciosas escenas
que hubo entre Horacio y Mecenas 
y que yo sé de memoria.

  Póngame usted atención, 
que esto es muy interesante: 
conque vamos adelante, 
que empieza mi narración. 

    II

Por ciertas habladurías 
que le contaron a Augusto, 
tuvo éste un serio disgusto 
con Horacio y sus poesías.
Y mandó a recoger todas 
las obras del pobre Horacio, 
y lo echó de palacio 
con sus epístolas y odas.

Horacio, un tanto apenado 
fue a casa de Mecenas, 
y recibió a manos llenas 
favores del potentado.

A millares los sestercios 
recién hechos en los cuños; 
las ricas joyas por puños, 
y las clámides por tercios.

Tanto, que Horacio, en muy buenas
odas y epístolas largas,
dándole versos por cargas, 
inmortalizó a Mecenas.

III

Pues bien: ya de alguna edad 
el gran poeta latino, 
de su hacienda en el camino, 
le atacó una enfermedad.

Y aunque médicos magníficos, 
siguiendo su propedéutica, 
estudiaron terapéutica 
y aplicaron específicos,

de gran confusión en medio, 
dijeron echando un taco: 
«El amigo Horacio Flaco 
se nos muere sin remedio».

Y la enfermedad aprieta; 
y de tal guisa apretó, 
que a poco rato llegó 
la agonía del poeta.

   Mas cuando el vate latino 
vio que se iba a morir, 
reclamó, para escribir, 
un trozo de pergamino.

Escribió algo... y mandó 
que en un cajón de granito 
enterraran lo ya escrito, 
y lo escrito se enterró.

Pasaron siglos; y Roma, 
la Roma de los patricios, 
sucumbió, pues de los vicios 
la minaba la carcoma.

Pero hace muy pocos meses 
que en las romanas regiones, 
en unas excavaciones, 
unos obreros franceses...

hallaron en una caja
de granito un pergamino 
del viejo tiempo latino,
que es para el museo alhaja.

Renán, a fuerza de afán, 
tradujo el escrito aquel: 
y he aquí una copia fiel 
de lo que sacó Renán.

IV

LA PROFECÍA DE HORACIO

«Día de los otoñales: 
Principio de Lupercales... 
Tierra, la tierra de Lacio...  

   Yo, el poeta Horacio Flaco, 
por los dioses protegido; 
que respetuoso he sido 
con Jove, Venus y Baco.

Yo, ya del sepulcro en frente, 
por médicos desahuciado, 
y por Apolo inspirado, 
profetizo lo siguiente:

«Vendrán –dicen los profetas– 
en tiempos que están muy largos, 
vendrán días muy amargos 
para todos los poetas.

»Y en una tierra que está 
perdida aún en el agua, 
en tierras de Nicaragua, 
un poeta nacerá...

»Y parirá con dolor 
versos; y será, no obstante,
a PARTE POST y a PARTE ANTE
pelado, mi buen señor.

»Y un día se llegará
en que moleste a un Doctor, 
y le pedirá un favor, 
y no se lo negará.

»El poeta en sus apuros, 
y en días del mes de enero, 
al Doctor que me refiero, 
le pedirá «Veinte duros».

»Y el susodicho Doctor, 
esa corta cantidad 
se la mandará en verdad 
con el mismo portador.
»Y este hecho se escribirá 
en letras de gratitud, 
que ni del tiempo el alud 
con su curso borrará...»

Aquí acabó. Y con razón, 
ese escrito al encontrar, 
se lo envío hoy a mostrar 
porque me dé su opinión...

(Enero, 1886)


El corazón salteado

Sus ojos me salieron al camino
       como dos salteadores;
mi incauto corazón fue a la continua
       aprisionado el pobre,

porque entre el blanco pecho de la maga
       estaba dictando órdenes
       un tiranuelo, amigo
       de matar corazones.

   El mío estaba condenado a muerte:
iba a cumplirse la sentencia. Entonces,
él con ánimo audaz salió corriendo
hecho un Aquiles, el de pies veloces.

   Cuando ya iba muy lejos,
a examinar paróse
que le habían robado
los crueles matadores.

Y ¡ay me!, ¿qué desconsuelo
sintió el cuitado joven?
¡Se le había quedado la valija
de guardar esperanzas e ilusiones!...

(29 de enero, 1886) “El Imparcial”.


Anacreónticas

I

Las dos blancas palomas
de Venus Citerea,
de Gnido se escaparon
y por mares y tierras,
por yermos y ciudades,
por valles y por selvas,
erraron tiempo largo
sin parar su carrera.

Por fin el hado quiérelo
y ellas sus alas pliegan,
y hallan seguro nido,
las de Gnido viajeras,
en el seno amoroso
de una linda morena,
donde ha mucho que viven
felices y contentas.

II

Así quiero mirarte,
mi zagaleja hermosa:
tendidos los cabellos
por la espalda marmórea,
a orillas de esta fuente
limpia y murmuradora,
viendo el margen florido,
las rugas de las ondas,
y cantando y bebiendo,
alegre el alma y loca.

¡A tu salud, mi bella!
Llena otra vez mi copa,
y después brindaremos
vez y otra y otra.

III

Me ha dicho una calandria
que ayer te vio bañar
en una clara fuente
de límpido cristal,
que entre la blanca espuma
vio rosas y azahar,
y que Cupido estaba
detrás de un matorral
quitándose la venda
y dejando el carcaj:
curioso picaruelo,
riéndose hasta no más
de las pobres Napeas
que se iban a ocultar
con afrenta del lindo
cuerpo y la linda faz
de la que va a la fuente
de límpido cristal.

(Febrero, 1886) 

La plegaria

De hinojos, ¡oh Dios mío!,
alzo mi ruego ante el altar sagrado.
Perdón por mi desvío;
perdón por mi pecado;
perdón por las heridas que te he dado.

Derrama en mis potencias
la lumbre de tu fe y de tu esperanza;
quiero tus excelencias gozar, la venturanza
y el bienestar que quien te adora alcanza.

   Tú que todo lo truecas,
Tú que el iris pusiste en la negrura,
y los tronos derruecas,
y castigas la impura
maldad que el hombre sigue en su locura,

dame, Señor, que tenga
la llama de la fe en el pecho mío,
y dame que me venga
tu bienhechor rocío
que es efluvio de amor, ¡Dios justo y pío!

¡Señor, gracia por tanto
que te he ofendido! Acudo a tu eficacia:
mira que riego llanto,
mira que pido gracia
en mi tribulación y mi desgracia.

Yo cerré mis orejas
a la palabra del amor divino,
y veo que te quejas;
me llamas de contino,
y me quieres llevar por buen camino.

¡Oh, cuán cegado he sido,
apacible Cordero sacrosanto!
Mas ahora te pido,
del cielo luz y encanto,
gracia, gracia, ¡Señor tres veces Santo!

Miré la azul esfera
y miré de zafiro la techumbre,
y viendo la pradera
hallé tu dulcedumbre,
y en todas partes vi tu eterna lumbre.

Señor, ¡bendito seas!
Bendito porque esparces tu dulzura;
Bendito porque creas,
porque el bien es hechura
de tu mano, que enciende la luz pura.

Oye el coro liviano
de pájaros parleros que te cantan;
oye el mar océano;
sus olas que abrillantan
los soles, ¡cuántos himnos te levantan!

Oye el maravilloso
enjambre que del bosque va de vuelo,
y lanza su armonioso
clamor, cuando en su anhelo
de cantar y cantar, se sube al cielo.

Encendiste la aurora
con sólo tu mirar; con tu respiro
creaste el cielo, que dora
el sol que en raudo giro
camina por un campo de zafiro.

   Congojado si treme
la tierra y hay dolor, plañe el humano
y tu cólera teme;
y advierte que es un vano
y deleznable ser, ¡Rey Soberano!

En medio de este mundo,
he visto de los males los excesos;
medité en lo profundo,
vi tus altos procesos
y se heló la médula de mis huesos.

Vi que las sociedades
están llenas de fango y de inmundicia,
y hallé muchas maldades;
y vi tanta malicia
que temblé, meditando en tu justicia.

Y sollocé de vero,
y me vi, en mi dolor, contaminado
de tanto desafuero
y de tanto pecado;
y me puse a gemir desconsolado.

Busqué mi fe perdida
y me hallé en una noche muy obscura,
con la alma dolorida
buscando tu luz pura,
en medio de aflicción y de pavura.

Curé si en la concordia
lograba revolver, por el camino
de tu misericordia,
al sendero divino
de tu fe y de tu amor, ¡Dios Uno y Trino!

   Y cual rayo de aurora
que dora el cielo al despuntar el día,
santa y fecundadora, ¡oh Fruto de María!,
volvió la fe a alumbrar el alma mía.

Y por la fe te miro
lleno de alta virtud y omnipotencia;
y por la fe te admiro,
y en tu divina esencia
hallo todo principio y excelencia.

¡Señor, ora te ruego
me concedas la gracia que te pido:
que mantengas el fuego
de la fe en mi sentido,
ya que me devolviste lo perdido!

(14 de marzo, 1886) “El Imparcial”.


Serenata

A Herminia Chamorro

Si caballero, mi dulce amiga,
fuera de aquellos de arpa y loriga,
banda de seda, cigarra de oro,
lengua meliflua, cantar sonoro;
y si tú fueras, amiga mía,
de alto castillo la castellana,
en noche umbría,
noche de vaga melancolía,
junto a las rejas de tu ventana,
linda sultana,
¿sabes lo mucho que te diría?

Te diría que tienes sobre la frente
el apacible brillo del sol naciente;
que la luz en tus ojos mora hechicera
y la noche decora tu cabellera;
y que si el sol, Herminia, te contemplara,
en su rauda carrera se detuviera
por ver las maravillas que hay en tu cara,
donde puso sus rosas la primavera,
donde puso la aurora su lumbre rara;
y que si el sol, Herminia, tu rostro viera,
de tan divino rostro se enamorara.

Amiga mía,
amiga hermosa,
escúchame otra cosa
que te diría:

Te diría que exhalas celeste aroma
que avariciosa lleva la blanda brisa;
que si ríes, es música tu dulce risa,
y que si hablas, arrullas como paloma;
que el amor a tus ojos tierno se asoma
y que son tus miradas sublime idioma:
el idioma con que habla la luz del día
a la Naturaleza y a la armonía
que flotando en el éter va cadenciosa...

A miga mía,
amiga hermosa,
escúchame otra cosa
que te diría:

Te diría que airoso tu lindo talle
se cimbrea cual leve juncia del valle;
que de rubor la rosa se purpurea
porque junto a tus labios se mira fea;
que ansía ser llevada por tu ventalle
el aura que perfuma la flor que orea,
y al ver el balanceo de tu cintura,
ver una bayadera se me figura;
si danzas, te me antojas, Herminia bella,
una ninfa que corre sin dejar huella
por las hojas y flores de la espesura,
donde todas las mieles son para ella.

Amiga mía,
amiga hermosa,
escúchame otra cosa
que te diría:

Te diría que viven muertos de amores
los que ven tus bellezas y tus primores
que en Grecia despertaras celos y envidias
pues te hubieran tomado Zeuxis y Fidias
como modelo rico de forma pura,
ungiéndote la reina de la hermosura,
trasladando gozosos tu cuerpo y cara
a lienzo artificioso o albo Carrara,
donde brillara altiva, por la escultura,
la plástica belleza de tu figura,
que por su inimitable forma preciosa,
a las musas celestes admiraría.

Amiga mía,
amiga hermosa,
escúchame otra cosa
que te diría:

Te diría que eres, noble doncella,
un alcázar de flores do hay una estrella;
que dentro el pecho guardas un fuego vivo,
de pasiones intensas hondo incentivo,
y que a veces parece tu rostro esquivo
el de una soberana que, seductora,
deslumbra con su brillo cuando enamora;
tienes mucho de Diana, mucho de Flora,
virgen americana, sultana mora;
yo soy el caballero que a tu ventana
viene a lanzar al aire su cantilena
cuando la noche tiende, dulce y serena,
su cabellera obscura, do luminosas
lucen blancas estrellas que, temblorosas,
se hundirán cuando venga la luz del día.

Amiga mía,
muy hermosa entre aquellas que son hermosas,
aquí callan las notas de mi poesía.

Rosa entre rosas,
sabes que todavía
me quedan muchas cosas
que te diría.

(Rivas, Nic., 1886)
Publicado en El Mercado el 4 de abril.


Zoilo

Del poeta «Los Cauterios»

I

¡Oh padre Homero!...
Un día
se oyó en Grecia el sonar de un arpa ruda 
de insólita armonía; 
e infundiendo coraje,
sonó un himno salvaje 
de ardiente poesía.
Cual si de un viejo tronco 
de la inculta montaña
se hubiese hecho una lira gigantea, 
tal se oye el himno ronco 
y la música extraña 
que aventaja a la lira apolinea. 
Con tremulenta mano, 
del áspero instrumento
arranca sones, que recoge el viento, 
un venerable anciano. 
Contemplad: su cabello 
se desgaja hasta el cuello; 
su barba por el pecho se dilata 
como madeja de bruñida plata; 
de su labio la nota 
es fe y ardor, imprecación y ruego; 
y de sus ojos brota
vena de llanto, y el anciano es ciego.

Canta de Aquiles fuerte e invencible,
canta de Héctor famoso, 
el denuedo terrible 
y el brazo poderoso. 
El poeta, divino e inspirado 
se recuesta a una roca 
y al son del instrumento retemplado 
Ilíada inmortal canta su boca. 
He aquí el trueno de Jove armipotente,
las falanges de dioses y guerreros; 
he aquí la lucha de adalid valiente, 
y el ruido y estridor de los aceros. 
Caen en la liza helenos y troyanos,
y resuena el fragor de horrendas lides;
cuando caen los fuertes adalides 
se estremecen los montes comarcanos.

   ¡Oh padre Homero!...
Y canta
bañada la cabeza en santo fuego;
y al eco de su lira se levanta
la aurora celestial del genio griego. 
Vienen las nueve hermanas de Helicona 
con el laurel de Apolo soberano, 
y tejen una espléndida corona 
para ceñir la frente del anciano. 
Pasan los aquilones
llevando las canciones
de aquel viejo gigante;
y arrastran con estruendo ondisonante 
el ronco resonar de los bordones
de aquella arpa, a Occidente y a Levante. 
Una musa celeste
de vaporosa veste,
de aquellas musas del Olimpo, hermosas, 
está cabe el cantor. Sus labios bellos 
le murmuran palabras misteriosas 
y le enjuga el sudor con los cabellos. 
Y Homero crece y sube, 
y al cielo se levanta; 
en la cumbre del Pindo está su planta, 
y su frente en el seno de la nube 
que el fulgor de los astros abrillanta.

   ¡Oh padre Homero!...
Y cuando la aureola 
de la luz inmortal, en vívida ola
la cubre, y en los altos universos 
se repercute el ritmo de sus versos; 
cuando ve de hito en hito
al sol que resplandece en lo infinito; 
cuando habla e interpreta 
la lengua de los dioses, ¡oh Poeta!;
cuando ya está en la cima,
cuando es numen y oráculo, y en todo
el soplo de lo inmenso le sublima,
Zoilo, lleno de lodo
y enfermo por gangrena que le vicia,
ebrio y desatentado, 
osa al genio sagrado
y le arroja a la cara su inmundicia… 
¡El Olimpo ha temblado!

II

¡Gran Hugo! El mal existe
y se yergue a la luz del  mundo entero.
 Maestro, bien lo dijiste:
 ¡Es tan eterno Zoilo como Homero!

(4 de abril, 1886) “El Imparcial”.

Los ángeles desterrados

Creo yo que aquí jamás
puede encontrarse uno triste,
porque aquí la dicha existe
reina eterna, y creo más:

   que tanto albo corazón,
tanto querub dulce y tierno,
quizás le hizo al Padre Eterno
alguna revolución,

   y Él, que no quiere estas cosas,
tras justas leyes dictadas,
las tiene aquí desterradas
a las lindas sediciosas.

   Y yo tomaré, a fe mía,
con justo objeto en verdad:
por medio de la poesía,
pido a la Divinidad
que nunca dé la amnistía.

(Rivas, Nic., abril, 1886)


Versos tristes

I

Ya viste, corazón, que por incauto
en materias de amor,
has sufrido tremendos descalabros.
En fin, ¡sea por Dios!,
no escarmentaste en la cabeza ajena,
y por eso es que hoy,
recibes entre penas y amarguras
una sabia lección.
¡Ah, muy cara se compra la experiencia!
¿No es verdad, corazón?

II

   Yo tenía en el alma un santuario
donde, lleno de unción,
pensaba colocar de mi adorada
la imagen... Pues, Señor,
se ha de saber el cómo una mañana
al despuntar el sol,
después de haber llorado mucho, mucho,
y luego de sentir un cruel dolor,
¡sentí en el alma el frío de la muerte
y encontré en el santuario... un escorpión!

III

   ¿En dónde están, ¡oh musa!, la áurea cuerda
y el sonante bordón
con que en la lira mía preludiaba
las cántigas de amor?
¿En dónde está la alegre consonancia
de mi vieja canción;
mis cuartetos, quintillas y ovillejos
que a la brisa veloz
confiaba, mensajera bulliciosa
de mi ardiente pasión...?

   Pasó la Primavera. El lago gime
con un tenue rumor.
En el cielo se esfuman nubes negras.
Quiero reír. ¿Por qué llorando estoy?

(Managua, 25 de mayo, 1886)


Consejo

Un sabio en cosas de amor,
que a más de sabio era viejo,
me dio una vez un consejo
de inestimable valor.
No te lances con ardor
de una mujer a los pies,
si antes en su alma no ves
que puede de corazón
corresponder la pasión
y olvidar el interés.

   Y decía el sabio ducho
que en este mundo tan loco
se halla de lo bueno poco,
pero de lo malo, mucho.
Doquiera que voy, escucho
las quejas del que confió
en una mujer que amó,
y la cual, por su desdoro,
supo aprovechar el oro
y la pasión olvidó...

(¿Mayo?, 1886)


Para Daniel Deshon

I

Querido amigo Daniel:
Soy el marino Simbad;
para mí navego bad,
para ti navego well;
para los amigos miel
y para mí siempre amargo:
que en este camino largo
do voy dejando el pellejo,
para todos el bien dejo
y para mí el mal recargo.

   Mas digo, por Belcebú,
que sin temor ni recelo,
no adivino piel ni pelo
en amigos como tú.
Me mantengo haciendo el bu
a mi musa, y tal me río;
y en vez de mantener frío
mi entusiasmo ante la gente,
es el poeta más ardiente
tu amigo Rubén Darío.

II

   Dios es siempre un buen testigo
de que, cuando doy mi mano,
es seguro que me gano
un amigo.
   Esto es un hecho, y de modo
que, por lo firme y lo fiel,
si soy amigo, Daniel,
lo soy todo.

   Amigo en toda expresión,
y en eso llevo la palma;
que soy amigo del alma
y el corazón.
   Tú me ofreciste una vez
tu mano franca y leal,
y yo la acepté cabal,
sin doblez.

Ya tú sabes que me voy.
Oye, y esto no es fingido:
Sabe que seré y he sido
como soy.

   Y si alguien niega eso, dile
que amistad, amistad fragua,
y el mismo de Nicaragua
seré en Chile.

   El mismo para quererte
y así mi afecto brindarte;
el mismo para apreciarte
hasta la muerte.

   No olvides, amigo mío,
ya cuando esté en otros climas,
que aquí ha dejado sus rimas
Rubén Darío.

(Mayo, 1886)


INICIA SU VIAJE A CHILE

Ondas y nubes

A Eduardo Poirier.

I

He aquí que en la noche callada,
sentado en la popa del raudo navío,
cielo y mar contemplando tan solo
lancé sin quererlo del pecho un suspiro.

   Y lloré. Refrescaban mi frente
los húmedos soplos del viento marino.
Yo miraba la nube y la onda,
hermanas gemelas, hijas del abismo.

   Y la onda gemía; y la nube,
bajel misterioso del hondo infinito,
inspiraba tristeza a mi alma
tornándose pálido de la luna el brillo.

   Allá lejos mi hogar; allá lejos,
tras el horizonte, ya oculto, perdido...
¡Ay!, no sé qué sentía: un quemante
fuego en la cabeza, y en el alma frío.

   Lo que sienten las aves viajeras
que dejan su bosque, su rama, su nido;
lo que sienten las almas, y luego
la boca no puede, no puede decirlo.

   ¡Ah! Yo alcé mis pupilas a lo alto:
las constelaciones cual diamantes fijos
en el límpido azul de los cielos
movían sus áureos, tremulantes hilos.

   Mientras tanto, una niebla flotante
vagaba a los soplos del ambiente tibio;
y seguía, en el cielo y el golfo,
la nube su vuelo, la onda su gemido.

   De pronto, entre el cielo y el hondo océano,
surgió de las ondas, con manto de nieblas,
un hada que al ruido del agua y la espuma
me dijo muy quedo: «No llores, poeta».

   Sus labios hablaban divino idioma,
sus ojos brillaban con lumbre de estrella;
su voz era el eco melifluo de un arpa,
y como el sollozo, de apacible y trémula.

   –¡Oh, pálida musa!, –le dije, –¿quién eres?
Tu acento me inspira, tu voz me enajena;
tu boca produce con ritmo inefable
el dulce chasquido del labio que besa.

   Ábreme tus ojos –con ellos me mira–;
ábreme tus brazos –con ellos me estrecha–;
dame tus miradas porque me confortan,
dame tus caricias porque me consuelan.

   ¿Quién eres? Tu rostro tierno y melancólico
tiene mil dulzuras para un alma enferma;
y hay notas prendidas de celeste música
en los hilos de oro de tu cabellera...

   ¿Quién eres?
Entonces, plegando sus alas,
pedazos de cielo, me dijo: –Poeta,
yo soy esa musa que inspira los cantos
de vagas memorias; yo soy la Tristeza.

   Yo soy la que sube del golfo azulado
si baja la tarde tranquila y serena;
soy la confidente de los amadores,
de los afligidos soy la compañera.

II

   –Pálida musa, –le dije–,
¡mil veces bendita seas!

   Y mientras iba el navío
por la onda que espumajea,
encaminando la proa
para las playas chilenas,

   el hada desparecía;
y yo, vuelta la cabeza
hacia el lejano horizonte
de mis natales riberas,

   sólo vi abajo la onda
que en adamantes se quiebra,
y arriba la blanca nube
que al soplo del aire vuela.

III

   Pasó la noche; vino la luz del día.
Sonreía en Oriente tímida el alba,
y a sus primeras luces, el horizonte
parecía a lo lejos que se incendiaba.

   Y otra vez del navío llegué a la popa,
y saludé a las ondas del mar en calma,
y a las nubes viajeras, albos esquifes
que conducen al cielo las buenas almas.

   ¡Oh, qué brisa tan fresca la que me trae
las primeras caricias de la mañana!
¡Qué fiesta de colores la del Oriente!
¡Qué músicas y ritmos los de las aguas!

   De pronto de la espuma surgió, apacible,
como un rayo de aurora, sonriente, otra hada;
en sus ojos se veían dulces promesas
y fulgores divinos entre sus alas.

   Ceñía cual diadema de mil cambiantes
un nimbo misterioso su frente pálida;
la enviaba sus saludos Héspero, hermoso,
al dar sus mil vagidos la madrugada.

   En tanto, allá a lo lejos, aparecían
con la aurora las dulces chilenas playas
cuando el hada me dijo con voz del cielo:
–Yo soy tu compañera, soy la Esperanza.

   La nave siguió su rumbo,
revolviendo la ola hinchada.
Al ver las costas de Chile
no sé qué sentí en el alma...

   Y el sol rompiendo las brumas
lentamente se elevaba,
y encendía ondas y nubes
con su reguero de llamas.

(A bordo del “Uarda”, Junio, 1886)


El manto

La bella va con el manto
con tal modo y gracia puesto,
que se diría que esto
es el colmo del encanto.
(Santiaguina, por supuesto.)

   Vela el cuerpo la hermosura
y va enseñando la cara;
tal parece una escultura
hecha en mármol de Carrara y
con negra vestidura.

   Con esa faz placentera,
esa negrura enamora;
pues le parece a cualquiera
que la noche apareciera
con la cara de la aurora.

   ¡Qué par de ojos! Son luceros.
¡Qué luceros! Fuegos puros.
Con razón hay, caballeros,
compañías de bomberos
y pólizas de seguros.

   Y ahora entiendo yo por qué
cierto joven que llegó,
cuyos gustos yo me sé,
siente algo de qué sé yo
por causa de no sé qué.

   Y siempre que mira un manto,
se fija en la faz un tanto, lleno
de dulces antojos:
que en la faz están los ojos,
y en los ojos el encanto.

   De una garbosa doncella
con un rostro encantador,
se afirmará, al conocella,
que sin el manto es muy bella,
pero con manto, mejor.

   Tiene ello mucho de santo,
mas despierta cierto anhelo
cuyo velo no levanto;
si no fuera ese recelo,
andarían en el cielo
los querubines con manto.

   Faz linda, forma hechicera;
esa negrura enamora,
pues le parece a cualquiera
que la noche apareciera
con la cara de la aurora.

(Santiago, agosto, 1886)
Primer poema escrito en Chile).


En el Sur

A Mary F. Robinson.

Como parda golondrina
pequeñuela, partí al valle
de los dulces ruiseñores
y de Apolo a los boscajes.

   Rocas agrias y blanquizcas
han quedado tras de mí;
olas cóncavas y verdes
que se rompen al morir;
los fríos vientos del Norte,
el nublado cielo gris,
la heredad en la cañada...
¡Y heme solitario aquí:
que mi hogar está muy lejos
y no me puede seguir!...

   ¡Oh, trinos del ruiseñor,
tan dulces como la miel!
¡Oh, ramajes de laurel!
¡Oh, limoneros en flor!

   A todos os miro yo
cerca, muy cerca de mí;
a todos os miro aquí;
pero ¡ay, a mi dicha no!...

   ¡Qué hacer! En la pintoresca
campiña, por mi fortuna
agobiado, arrancaré una
clavellina roja y fresca.

   O entre el céfiro liviano
oiré el cantar repetido
del abadejo montano
que huelga haciendo su nido
en glorietas de avellano.

(Santiago, septiembre, 1886)


¡Al trabajo!

Ante todo, os diré que esa desidia
mina vuestra existencia. La Natura
toda es vida y calor: el arroyuelo
camina bullicioso en la espesura;
los astros acompasan en el cielo
sus carreras de elipses, y las almas
tienden, llenas de fuerza y movimiento,
a pasar la región del firmamento.

   Oíd. En el principio, Dios Eterno
formó con su poder todos los mundos,
y como río misterioso, interno,
se esparcieron los gérmenes fecundos.
Austro y Bóreas cruzaron los abismos,
Océano rugió; los altos montes
temblaron; los inmensos horizontes
dejaron entrever cien cataclismos;
explosiones de luz, soles errantes,
la vida, el agitado movimiento;
y el hombre ante los soles deslumbrantes
llevando dentro un sol: el pensamiento.

   ¡Trabajo! ¡Lucha! Universales leyes:
sujeta a ellas la luz sus vibraciones,
sus rugidos y garras los leones
y su testuz los pacienzudos bueyes.
Del átomo a la estrella luminosa,
del liquen móvil a la débil caña,
del pétalo encendido de la rosa
al rudo guayacán de la montaña;
céfiro y aquilón, la inextricable
selva obscura, la feble sensitiva,
la onda que rueda, el ruiseñor amable,
la sangre que circula roja y viva;
la gota de rocío, la suave hoja
del árbol que acaricia el aire leve,
la llama de la hoguera ardiente y roja:
lo que existe, lo que es, ¡todo se mueve!

   Ese laboratorio de volcanes
donde hierve la lava que calcina,
parece la mansión de mil titanes
que la luz de sus hornos ilumina.
A un lado, entre calzadas de granito,
bullente y cristalina corre el agua,
mientras el cráter arroja al infinito
las chispas gigantescas de su fragua.
Volcán erguido, mira cara a cara
al sol que le saluda por Oriente,
y con enorme y relumbrosa tiara
de relámpagos cíñese la frente.
El retumbar de su pulmón se escucha:
ese altivo titán lucha y relucha.

   Cuando amanece Dios, toda la tierra
se estremece de amor, llena de vida;
dora el alba encendida
las cumbres de la sierra;
la parda golondrina
chillando hasta las nubes se avecina;
el gallo su clangor eleva y corre,
alegre emperador de su serrallo;
y al cántico del gallo
responden las campanas de la torre.

   Crece el hervor. La fragua del herrero
empieza a arrojar, chispas. Ya el ruido
comienza en el taller. Es la santa hora
del trabajo fecundo.
Sobre su riel de acero
la audaz locomotora
corre como un relámpago, y al mundo
saluda triunfadora.

   El pastor apacienta sus ganados
entre la grama fresca de los prados;
el marinero audaz el golfo surca,
emperador del mar en frágil urca;
el sabio a los abismos interroga
y con lo inmenso del azul dialoga;
el pescador su red echa al abismo;
el sabio hace lo mismo:
aquél saca una perla de valía,
éste saca una idea... ¡Oh, Poesía!...
Y el poeta, en su hondísimo océano,
halla los ideales:
luceros inmortales
en las tinieblas del linaje humano.

   En tanto, ¡oh perezoso!, de seguro
que el ruido universal os da molestias
y en vuestro lecho impuro
todo lo veis nublado, todo obscuro.
¡Comed, bebed, dormid, roncad! ¡Ah, bestias!...

   ¡Oh, vosotros, obreros
de hacha y espuerta, de cincel y pluma!
¡Oh, vosotros, audaces marineros
que bogáis arrullados por la espuma!
Vosotros, los que abrís el surco y luego
la semilla sembráis y echáis el riego;
los que labráis la piedra, y así el duro
roble y el cedro añoso;
los que de laja alzáis soberbio muro
o palacio fastuoso;
los que arrancáis el oro de la entraña
de la fecunda tierra;
los que hacéis que resuene en la montaña
el ruido rechinante de la sierra;
pastores que lleváis al pastoreo
el rebaño que trisca y se alborota;
pensadores que el rudo clamoreo
del mal hacéis callar, oíd: la nota
sagrada de la lira del Eterno,
al resonar, suprema ley nos trajo:
¡Pereza es la palabra del Infierno;
y la palabra del Señor, Trabajo!

   ¡Oh, vosotros, obreros:
corramos a empezar nuestra tarea!
¡Arriba, compañeros:
labradores del campo y de la idea!
La infamia nace en la quietud viciosa;
el agua que se estanca es cenagosa:
mientras que la que corre y se desata
en rauda y cristalina catarata,
se eleva en iris, se deshace en hebras,
salta en diamantes, se retuerce en quiebras,
y sube hasta los cielos, ¡oh Dios mío!,
para caer en bienhechor rocío.

   Seamos agua clarísima que corre a la cascada;
formemos bellos iris de la flotante bruma;
de aljófares racimos la corriente lanzada
finja con los vellones de cana y leve espuma,
y reguemos la tierra que no esté cultivada;
ninguna voz se calle, ningún brazo se entuma.
¡Vosotros, compañeros, que manejáis la azada!
¡Vosotros, compañeros, que manejáis la pluma!

(Santiago, septiembre, 1886)

Sarah

A Sarah Bernhardt.

Bajo el gran palio de lumbre
del Arte, una encantadora
a quien admira y adora,
y aplaude la muchedumbre;

   una voz de tono blando,
un cuerpo de sensitiva;
algo como un arpa viva
que da el sonido temblando;

   y luego una sombra; y luego
un alma y un corazón,
y una inmensa inspiración
que baja en lenguas de fuego;

   amor hondo y subitáneo,
odio profundo y deshecho,
las tempestades del pecho,
con las tormentas del cráneo;

   la pasión terrible y fiera
que por el rostro se asoma;
un arrullo de paloma
y un rugido de pantera;

   la pálida faz de muerta
por donde el lloro resbala,
y el suspiro que se exhala
por una boca entreabierta;

   algo humano, algo divino,
algo rudo, algo sereno;
con una palabra, el trueno;
con otra palabra, el trino.

   ¡Eso es Sarah! Y gloria a ella
que con su ingenio fecundo,
brilla a los ojos del mundo
con resplandores de estrella.

(Santiago, 17 de octubre, 1886)


La copla de «¡Garcín»

¡Sí, será siempre un gandul,
lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!

(Chile, diciembre, 1886)

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SIN FECHA EXACTA O LUGAR PRECISO

Remember

De tus ardientes pupilas
aún siento el vago poder;
aún me incendian tus miradas
de infinita languidez;

aún escucho tus palabras
y tus promesas de ayer;
aún de tus besos dulcísimos
siento en mis labios la miel;

aún el roce de tu mano
todo me hace estremecer;
aún me abrasa tu contacto
como la primera vez...

Aún tu aliento me impresiona,
sube la sangre a mi sien;
y aún el corazón, mi vida,
me late, no sé por qué.

Aún te amo por tus ardores,
tu ternura, tu doblez,
tus caricias, tus engaños,
tus locuras y tu hiel...

Niña hermosa, bien se paga
la pasión con el desdén;
uno aprende muchas cosas,
¿no es verdad?, con la mujer.

Lo primero, que es un ángel
que domina cuanto ve;
lo segundo, que hay un áspid
en sus labios de clavel;

lo tercero, que sus gracias
son raudales de placer,
y que es su pecho un abismo
siniestro y hondo... –¡Muy bien!...


Epístola a un labriego

¡Llévame, labrador, por la vereda 
que guía a tu heredad y a tus cortijos, 
para que ver tus posesiones pueda!

Tus penas y trabajos tan prolijos, 
dente sana cosecha y mucho grano, 
y calor a tu hogar, pan a tus hijos.

Nunca la escarcha del invierno cano 
destruya la semilla que en el suelo 
regó afanada tu callosa mano;
antes bien, el rocío que del cielo 
baja, refresque puro la simiente
que enterró tu constancia y tu desvelo.

Ya llegamos: ya miro la corriente 
del río, que camina lento y manso, 
con su linfa callada y transparente;

y vienen a beber en su remanso
la mugidora vaca y las ovejas;
y tú a la orilla encuentras el descanso

en caluroso día, y las bermejas 
flores cortas ufano, y las pintadas, 
mineros de dulzor de las abejas.

Allá están las espigas agitadas 
por el soplo continuo del solano; 
allá están las mazorcas apretadas,

con sus penachos de oro al aire ufano,
hinchándose, de savia bien repletas, 
al dulce beso del frescor montano...

Allá el viñedo está, do las inquietas 
aves pican la fruta en el racimo, 
moviendo los caireles, las sujetas

guías, junto al retoño bien opimo; 
acullá está la era, aquí el sembrado 
que el sol calienta y humedece el limo;

aquí la seca parva, allá el arado,
y la boyada, y el flamante yugo,
y el surco que has de abrir y el fecundo.

Más acá está la choza, que te plugo 
hacer bajo un dosel de hayas frondosas,
donde apagas tu sed con rico jugo

que te ofrecen tus viñas más hermosas,
mientras aspiras el campestre aliento 
de las trilladas yerbas olorosas.

Sus caricias te manda con el viento 
la arboleda que cubre aquella loma, 
donde están en sazón frutos sin cuento;

cándido te dará la rica poma 
sabroso néctar, mieles exquisitas
que el pájaro antes con su pico toma.

Riega el jardín, y vayan tus hijitas 
a cortar en el día de tu santo 
ramilletes de blancas margaritas.

Borda Natura su lujoso manto 
con flores de color variado y vivo, 
que deleitan la vista con su encanto;

goce el trabajador del expresivo 
don que le da feraz Naturaleza, 
en premio del afán en su cultivo.

En tanto que trabajas, adereza
el nutritivo pan tu esposa cara, 
guardiana de tu ajuar, con su limpieza.

Ella es la que tus días almibara 
con su amor y virtud, con su cuidado, 
de tu dicha y reposo siempre avara;

ella es la que feliz siempre a tu lado, 
viendo que gozas, de ternura lleno,
la quietud y la paz del hombre honrado,

a tus hijos arrulla, de su seno 
al maternal calor; por ellos ora 
con santa fe, con ánimo sereno.

Cuando empieza a brillar la blanca aurora, 
al alto cielo su oración envía, 
y se afana en tu hogar aliñadora;

y allá en la siesta de ardoroso día, 
cuando vuelves feliz de tu trabajo, 
ella te espera llena de alegría;

y al mirarte venir por el atajo, 
hacendosa y contenta se apresura 
a poner cruda leche y el tasajo

humilde y gordo que ofreció la hartura,
y sabroso manjar de hojas cubierto, 
y la manzana rica, ya madura,

de los manzanos que brindó tu huerto,
sobre el limpio mantel; te dará en eso, 
más que la vianda, su cariño cierto;

y al salirte a encontrar, te dará un beso;
para el festín casero te previene, 
te llama con pasión, con embeleso;

y dirá que es su Dios aquel que viene,
y verás en sus labios la sonrisa, 
y comerá contigo lo que tiene.

¡Yo te envidio, labriego! ¡Tu divisa 
es la paz y el trabajo! Cuando suda 
tu frente bajo el sol sin fresca brisa,

ese sudor es fértil; él ayuda
al terrón con su sacro y noble riego, 
caído a gotas de tu frente ruda;

del sol fecundo al misterioso fuego, 
cada gota que cae es una espiga 
que llenará tus trojes, buen labriego.

Quiero el contacto de tu mano amiga,
mil veces más que de opulento infame 
la mano traicionera y enemiga.

Deja que el rayo truene, el viento brame, 
y que oculten el sol nubes obscuras, 
y que el cielo su cólera derrame.

¡Son queridas de Dios las almas puras!... 
El austro arranca robles corpulentos, 
y el rayo busca siempre las alturas.

No temas ni a los rayos ni a los vientos 
con que suele amargarnos suerte aciaga, 
porque tienes inmobles fundamentos.

En ti, es la fe un elixir que embriaga 
una aroma celeste, inextinguible, 
una chispa inmortal que no se apaga;

la bendición de lo Alto, en invisible 
ráfaga, sobre ti vierte sagrado 
fuego; Naturaleza, con visible

ejemplo te alecciona, y bien gozado 
pasas el tiempo, lejos del bullicio, 
y sin ser envidioso ni envidiado.

¡Yo te envidio, labriego! Cruel cilicio 
lleva el humano en el social tumulto, 
siempre al borde fatal de un precipicio.

Vive siempre dichoso, siempre oculto
a la mirada de la turba loca,
que hasta el cielo escarnece con su insulto;

sociedad sin pudor, que se derroca, 
adorando el placer y la mentira, 
con testa de oro y corazón de roca.

¡Cuida tu corta hacienda! Quieto admira 
el campo en que naciste, la lozana
floresta, el bosque umbroso, el sol que expira
tras el lejano monte, y la fontana 
que del barranco, pura y rumorosa, 
parece que en diamante se desgrana

para formar la linfa bulliciosa 
que irá luego llevando en su carrera 
al terreno humedad, con abundosa

vida a las plantas; y después, parlera,
se pierde en el recinto del boscaje, 
recorriendo en su curso la pradera.
Oye cantar al ave en el ramaje,
y aprende a adivinar los lindos versos
que su garganta brota; ve el miraje

que se retrata en los cristales tersos 
del río, en esas noches que en la altura
se encienden infinitos universos;

oye cómo demuestra su bravura, 
con tremendo rugir, fiera alimaña, 
que vaga por el campo y la llanura,

menos cruel, aquesa de montaña, 
que las que moran en el mundo impías,
de odioso instinto y condición extraña,

que en la ruin sociedad todos los días
vemos en alta cima colocadas 
por medio impuro y torpes granjerías.

¡Pero tú tienes joyas más preciadas!
La dicha con sus alas siempre cubre 
a las almas humildes y olvidadas.

Déte siempre sus pámpanos octubre,
 y rellenos se miren tus graneros; 
déte el suelo maíz, leche la ubre.

¡Ay, ésos son los goces verdaderos, 
que no sentimos los que locos vamos 
por amargos y lúgubres senderos!

La muerte vemos, de la muerte hablamos, 
y a veces nos reímos de la muerte, 
y que somos mortales olvidamos.

Ley tenebrosa nos ligó a la suerte 
de ser vendados, y no ver la lumbre 
que el verdadero rumbo nos advierte.
Y vemos a los más sobre la cumbre 
en perpetuo gozar, mientras los menos 
burla somos de ciega muchedumbre.

Los malos son los grandes, y los buenos
somos el escabel de los altivos,
siempre de dicha de placer ajenos.

¡Dichoso tú! Conserva tus activos 
miembros para el trabajo y la bonanza, 
sin ser del vicio inútiles cautivos.

Adiós. Este gozar nunca lo alcanza 
quien, como yo, del mundo es débil juego. 
La verdadera y dulce venturanza 
sólo se encuentra aquí. ¡Salve, labriego! 

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ALBUMES Y ABANICOS

En el álbum de Sara

¿Has visto, Sara, qué bellas
se presentan las corolas
de las tiernas amapolas
a la luz de las estrellas?...

   Pues así, estas marchitadas
y descoloridas flores
tendrán luz a los fulgores
de la luz de tus miradas.


A Virginia Ambrogi

Este verso irá a ti como una golondrina que llevará
vuelo de acuarela, una rosa de plata de tierra argentina
amor de mi Maris Stella:

Esta noche la luna hacia la mar inclina
una ánfora sutil que en la sombra cincela
el sueño; de ella cae una perla divina,
que también doy a la golondrina que vuela.
Y la rosa y la margarita de la urna,
a ti llevará mi golondrina nocturna.
Un cerebro sensible, un corazón que sueña,
fletan para Virginia Ambrogi el navío;
y ved cómo saluda el paisano Darío
desde el país del Plata a la salvadoreña.
(Buenos Aires, septiembre, 1896)


    A una amiga

No de recuerdo ingrato
 lleves la huella,
¡maga de lindos ojos,
 mil veces bella!

   Lleva de mis montañas
 el rico ambiente;
¡lleva el áureo reflejo
 del sol de Oriente!


  A Dolores García

¿Recuerdas? Te dije un día:
aunque tu nombre es Dolores,
derramas como las flores
el amor y la alegría.

   Hoy, perturbada mi calma
por el amor, no te asombre,
lo que tú llevas por nombre
yo lo llevo dentro el alma.

(“El Mercado” 16 de abril, 1886)


Abanicos de Rivas

En un lugar de flores y luceros…

   ADELA VIDAURRE

Con tus labios de rosa,
miel y ambrosía dejas;
y sé que andan en tropa bulliciosa
en busca de tu boca las abejas

DELFINA SANTOS

I

Ricas perlas de Bassora
en tu boca guardas, niña;
de la aromada campiña
el lirio tu faz decora.
En tu frente se atesora
la pureza y el candor;
derramas vida y ardor,
y un Hada me ha referido
que tus labios son el nido
de los genios del Amor.

II

   Juventud tu frente dora
y hay en tus ojos poesía,
con que... es lo que decía:
¡Delfina, tú eres la Aurora!

LUCIA GALLEGOS

Al contemplar tus ojos
y las gracias amables con que brillas,
¡casi me dan antojos
de ponerme, Lucía, de rodillas!

MADELINA Y ZULEMA ELIZONDO

Hizo tres Gracias un Dios;
mas por la Bondad suprema
hay Madelina y Zulema,
¡y ya las Gracias son dos!

CARMEN SAENZ

Hay en tus pupilas bellas
cierta luz de brillo blando
que de envidia está matando
a muchísimas estrellas.

LOLA CARAZO

Niña bella, tengo antojos
de decirte que, a fe mía,
son tus labios ambrosía
y rayos de sol tus ojos;

   y que hay en tu frente el brillo
puro, dulce, delicado,
que supo dar, inspirado,
 a sus Vírgenes, Murillo.

LUISA GUERRA

Joven: me han dicho las flores
que por ti mueren de celos,
y me han contado los cielos
que temen por sus primores.

   Mas sigue con tu sonrisa,
hermosa entre las mujeres;
que mientras seas lo que eres,
serás flor y cielo, Luisa.

RAFAELITA HURTADO

Rostro que la niñez dora,
labios puros de rubí...
¡Señores, mirad ahí,
que está naciendo la Aurora!

EMMA FLINT

Flor del Norte, ¡cómo aroma!;
pero ojos del Mediodía,
llenos de dulce poesía...
Con sus ojos de paloma,

   si nos mira, nos deslumbra,
si no nos mira, nos hiere,
y hay un pájaro que muere
cuando el Alba no le alumbra.

FELIPA ABARCA

Otra estrella. ¡Qué expresión
y qué miradas tan vivas!...
Señores: convierto a Rivas
en una constelación.

MATILDE FUENTES

De Matilde yo diría
que, hermosa entre las hermosas,
por sus gracias primorosas
es fuente de simpatía.

MARÍA IGNACIA VIDAURRE

La morena singular
que lleva el nombre anterior,
puede decirse, Señor,
que tiene más sal que el mar.

ADELA Y CORNELIA VIALES

Además de tal candor
y gracias, ahora las llamo
dos flores de un mismo ramo
que exhalan divino olor.

(Abril, 1886)

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CURIOSIDADES

Sobre la animación del «Club social» de Managua

cinco somos atención
a las palabras siguientes,
los ú-ni-cos con-cu-rren-tes
al re-fe-ri-do sa-lón.

   Esto es atroz por demás
y, a mi modo de entender,
aquí habemos menester
al Doctor Ox y su gas.

(1886)

A un D. Juan Bautista Pérez y Soto, critiquizador de Montalvo

Et Bautista está de más;
el Soto, por consiguiente;
con que, quitándole el y,
vienes a quedar Juan Pérez.

              (1886)


A Félix Medina, por su sátira contra la «Cantilena a Celia»*

Félix: recibí tus versos
y los he leído; mas
ya se ve que tú serás
perverso entre los perversos.
¿Son, a los versos, adversos
los que me mandaste? No.
Prueba a ser prosaico do
haya graciosas mujeres,
¡y ya verás que tú eres
más idealista que yo!

(1886)

*Celia Elizondo, a quien dedicó el poema Cantinela.


Porque para oír su voz..

Porque para oír su voz
que nada tiene de rara,
oler cold cream en su cara
y besar polvos de arroz
treinta millones de veces

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