La historia del viejo


Tomado de Gustavo A. Prado: Leyendas Coloniales.
Título original: La historia del viejo Ahumada.
Ediciones de Club del Libro Nicaragüense, Managua 1962.

Esto ocurrió durante el período colonial en tiempos en que se les llamaba a estas tierras Indias Occidentales.

Santa Teresa de Jesús, a quien crónicas y memorias llaman la doctora de Ávila, tenía un hermano, llamado Francisco de Ahumada, bien entrado en años, a quien dio la santa el encargo de dotar a las tres catedrales más célebres de estas Indias, de tres esculturas de la Virgen Santísima, bajo tres distintos títulos. Así: la del Carmen, a Guatemala; a la de Concepción, a León de Nicaragua; y la de Mercedes, a la llamada ciudad de los Virreyes de Lima.

El varón se dispuso a cumplir el encargo de su hermana la santa, y enderezó proa con otros más, hacia las Indias Occidentales desde España, haciéndose a la mar con buen viento.

Cumpliendo su misión en Lima y Guatemala, quedaba pendiente Santiago de los Caballeros de León y zarparon con hinchadas velas a la mar, embarcándose en el puerto de Iztapa, luego llegaron al Realejo y de allí siguieron su viaje a Chinantlán, en donde hizo alto para continuar al otro día su viaje hacia León.

Muy de mañana, enderezadas las cargas, en una mula y unos caballos partían, mas es fama bien notoria, que la mula, al llegar a cierto punto, se negó a pasar y siendo en vano los ruegos y zurras de don Francisco de Ahumada, éste le dijo tantas palabrotas y maldiciones que la mula se estremeció tanto que hizo exclamar a Francisco:


—¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal!

—No sigáis hermano que puede llover fuego —le dijo uno de sus acompañantes.

El animal quedó quieto, le pusieron la carga y éste la tiró del cabestro, le hicieron mil diligencias para que se moviera y el animal todavía estuviera allí si Dios le hubiese dado largos años de vida.

—Hágase tu voluntad, Dios mío —dijo Ahumada—, y retornemos a la posada que mañana será otro día.

Por varios días buscó otra salida, otros caminos, pero regresaba al mismo sitio; el animal iba a buen paso, pero se detenía en ese mismo lugar.

La piedad y la superstición dieron en decir que la Virgen no quería marcharse de Chinantlán y de acuerdo con el cura y el permiso de Ahumada, se acordó que la Virgen quedase en Chinantlán. Procediéndose enseguida a levantar el templo.

Corrieron los años y la Virgen de la Concepción llegó a conocerse como la Virgen del viejo, haciendo referencia así, al viejo Ahumada que la dejó.

“Sólo la Virgen del viejo puede salvar a tu hijo.” “En la tempestad del Realejo, se salvaron todos porque eran devotos de la Virgen del viejo”, decían muchos creyentes.

Un caso muy conocido se refiere a una señora que estaba sola en el momento justo que iba a dar a luz, invocó la misericordia de la Virgen del viejo, apareciendo momentos después una mujer de rara belleza que la asistió con cuidadoso esmero, y al despedirse la señora agradecida le dijo:

—Dígame donde vive usted para ir a verla en cuanto me levante.

—Pregunte por mí en la plaza y cualquiera te dará las señas.

—Y… ¿cómo se llama usted?

—Yo me llamo María de la Concepción.

La señora se levantó, fue a buscar a la divina comadrona; pero nadie le dio razón.

—Sin embargo —decía— ella me asistió, y quiero verla.

Y la pudo ver, la reconoció al notar que se trataba de la mismísima Virgen del viejo Ahumada.

—Ella es —dijo. Y le dejó a sus pies sobre el altar, algunas frutas y flores como muestra de agradecimiento.

Pasó el tiempo y la escultura del viejo Ahumada, fue adquiriendo cada vez más popularidad por sus milagros tan numerosos.

Todo el mundo la conocía como la Virgen del viejo. De esta manera Chinantlán pasó a ser conocido como El Viejo Chinantlán, luego simplemente El Viejo, que se convirtió en un municipio, bastante poblado, del departamento de Chinandega y teniendo como centro la Basílica de la Concepción de María, donde aún se encuentra la Virgen de El Viejo, ahora como referencia al poblado.


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