Mis cuentos cortos de TERROR

Por: Mauricio Valdez Rivas

Una noche oscura

Era una de esas noche oscura, oscura, oscura, pero ayúdenme a decir oscura, oscurísima, solo las estrellas titilantes pegadas en la bóveda celestial me permitían medio ver una figura que parecía ser humana, se movía lentamente, como meciéndose por el viento que de vez en cuando soplaba zarandeando las ramas de los árboles, la figura estaba debajo de uno de los palos de mandarina que formaban una larga hilera, ahí estaba sin ir a ningún lado, a veces parecía agacharse, a veces parecía danzar. Me preguntaba quién o qué podría ser aquello. 

Me agarró la noche por más que aligeré el paso, pero ya estoy cerca de llegar a mi destino. Me detuve, sentí miedo, ese fulano estaba justamente a la orilla del sendero por el que iba caminando, empuñé con fuerza mi machete, di unos cuantos pasos más y grité preguntando: ¿QUIÉN ANDA POR AHÍ? La misteriosa figura parecía que me volteaba a ver, pero nada de responderme, ¿Eres tú Antonio? Pregunté creyendo que se trataba de mi compadre, pues estaba pasando por sus terrenos, pero seguía sin responder, di otros pasos haciendo ruido con el machete rozándolo contra la tierra pedregosa para que el hombre pudiera saber que voy armado y dispuesto a defenderme de cualquier malhechor. Me esforzaba en adivinar si realmente se trataba de alguien, diez metros, siete, mi corazón parecía un tambor redoblando al ritmo del pánico que sentía, mi frente sudaba, todo mi cuerpo estaba helado, me detuve nuevamente; mis rodillas me falseaban, todavía veía a una figura indeterminada, me paralicé al ver, en lo que parecía su cabeza, centellar dos diminutas lucecitas, ¡sus ojos! ¿Son sus ojos? Me preguntaba, quería gritar, pero no me salía ni un sonido de mi gaznate. Temblaba de miedo; pues había escuchado que en ese mismo punto, a la Ramona le había salido un espanto, ¿será el mismo? Me preguntaba.

Comencé a rezar y a bajar a todos los santos del cielo, me llené de valor y al fin pude pronunciar, aunque con voz temblorosa, palabras fuertes reprimiendo a espíritus malignos y hasta del propio Satán, comencé a creer que mi machete para nada me serviría; lo que necesitaba era un crucifijo, pues no hay arma más poderosa para estos casos, que llevar la imagen de Jesús y hasta agua bendita si es posible, eso y por supuesto la fe y la firme creencia en Dios, en Jesucristo y su misericordia, en los ángeles del cielo y todo las fuerzas divinas: “Si Dios está conmigo, quien contra mí,” pensaba y repensaba. 

Encomendé mi alma al Creador y me dispuse enfrentar a la bestia, ¿o será mejor huir? Que digan que Juan aquí huyó y no que aquí murió, pero ¿dónde quedaría la gloria? ¿Mi gloria? Cualquier verdadero hombre estaría dispuesto a ser recordado como un valiente y no como un cobarde, pero quiero vivir, tengo una familia que me espera y dependen de mí, ¡que se friegue la gloria!, Retrocederé y tomaré otro camino, aunque llegue más tarde es mejor llegar bien, como dice el dicho “tarde pero seguro”. Pero ¡que jodido!; Vuelve a mi mente eso de ser macho, ¿dónde quedan mis cojones?, ¿Y mi fe?, ¿Y mi Dios? No hay marcha atrás, ahí voy ¿QUIÉN ERES? A un metro de distancia caminando de prisa, dispuesto a machetear al susodicho que no se quería identificar, pude saber de una vez por todas de lo que se trataba. No era ningún fulano, ni diablo ni cosa que se le parezca, era… ¡vaya! Con que alivio hoy lo digo y le cuento querido lector; era nada más y nada menos que una vieja camisa y un sombrero colgados en una de las ramas bajas del árbol que se mecían por el viento, abajo estaba un arbusto que completaban la figura de la que tanto me había asustado, no sé si fue por molestar que pusieron eso ahí, o si a alguien se le olvido llevar su vestimenta de trabajo, lo único que sí sé, es que llegué sano y salvo a mi rancho, gracias a mi Dios que no me desampara. Esas son las cosas que pasan por la poca visión en una noche oscura, oscura, oscura.

¡Ah!, ¿y las dos lucecitas? Pues eso no lo sé, y nunca lo supe, posiblemente fueron las dos únicas quiebraplatas (luciérnagas) que andaban por el lugar, o lo más probable es que fue otra cosa más producto de mi fértil imaginación.

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Consejo: Enfrenta tus temores y se te revelará la verdad.


Las cadenas del diablo

Hace tiempo ya, vivía un hombre que le gustaba practicar oraciones de encantamientos y todas esas cosas de brujos, hasta que un día desapareció. La gente lo buscó por todas partes y lo encontraron amarrado con bejucos metido en unos matorrales no muy lejos de su casa.

El hombre dijo que el mismo diablo lo había amarrado con cadenas y dejado ahí, pero nadie le creyó, pues veían que estaba atado con bejucos y no con las cadenas que él decía, pero por si acaso, los pobladores lo llevaron donde el cura para bendecirlo y limpiarlo de todo el mal que pudiera tener. La sorpresa de todos fue días después cuando el infortunado joven apareció muerto en su casa sin que nadie supiera la causa de su deceso.

Nuevamente las personas de buen corazón lo llevaron donde el cura, esta vez para darle cristiana sepultura y orara por el que decían que se lo había llevado el diablo, creían que el maligno había regresado para terminar lo que había empezado.

También dicen algunos testigos, que en el lugar donde habían encontrado amarrado al joven, se pueden notar medio enterradas muchas cadenas llenas de sarro ya envejecidas por el tiempo y que nadie se atreve a tocarlas y muchos optan ni tan siquiera pasar por ahí.
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