Elena pero no de Troya

Un relato de amor a lo infantil

Llegó Elena a trabajar, era su primer día, la encargada del negocio nos la presentó: “Ella va a estar en la recepción” nos informó y cada uno de los cuatros varones que trabajábamos allí la saludamos con un beso en una de sus rosadas mejía,  ella sonreía extendiéndonos su flácida mano con delicadeza,  así le dimos la bienvenida, era una joven bonita de ojos verdes, de tez blanca y cabello resplandeciente como el oro, siempre  estaba sonriente y de tenía una voz susurrante; era en extremo delicada al hablar al igual que en cada uno de sus movimientos, al caminar pareciera que sus caderas invitaban a bailar. Solo tenía un pequeño defecto que días después de su boca nos enteramos y es que estaba comprometida, pero eso a mí no me detuvo a fantasear con ella y ver la posibilidad de que algún día, no muy lejano, llegáramos a ser más que solo amigos. Seguramente que con el diario convivir, sus instintos la obligarían a elegir a uno de nosotros para establecer algún jugueteo amistoso-erótico, –pensaba– pero para mi mala suerte ese elegido no fui yo.
Al pasar el tiempo, me fui interesando más en ella, aunque a diario la veía más  apegada a uno de mis amigos. Todas mis insinuaciones eran mal logradas, comptrendí que Elena no era de todos.
Soñaba con ella, con sus pechos tan perfectos adornados con sus dos botoncitos resaltados y rosados, con sus redondeadas nalgas, sus exquisitas piernas y su abultada vulva que había entre ellas. A mis veinte años no era raro tener explosivos “sueños húmedos” en una ocasión con Elena, la mujer de mis libidinosos deseos. A la mañana siguiente, después de ese sueño explosivo  –muy realista por cierto–, al llegar al trabajo la saludé sonriente como de costumbre, ésta vez con un “¿cómo estás mi amor?” de forma pícara, ya me parecía estarla viendola sin su blusa y su busto al aire danzándome alguna música árabe o a como la había soñado.
Al paso del tiempo surgió confianza y saludarla diciéndole amor lo hacía con mucha naturalidad, pero el que le robaba su corazón era un fulano no sededonde que ni conocíamos.
Lo más cercano al erotismo que tuve con ella, fue el día en que le pregunté –ya entrada mucha confianza después de dos años–, que cómo eran sus pezones, por supuesto yo esperaba que en un momento de arrebato de su parte, me los mostrara aunque fuera de forma rápida a manera de repuesta…, ¡Ja! Yo y mi fértil imaginación infantil; lo que dijo tranquilamente fue:
—Pues como todas las mujeres.
—Nooo, —le dije—, no todas las mujeres son iguales, voy a adivinar como son los tuyos.
—Dale pues —dijo, notándole en ella cierta curiosidad por lo que le iba a decir.
—Son pequeños.
 —Ajá —asintió con la cabeza y poniendo una sonrisa en sus delgados labios carmesí, mientras yo me relamía los míos como un lobo que está a punto de comerse a su presa.
—Son rosaditos —de nuevo su sonrisa.
—Son sobresalientes, pues lo puedo notar sobre tu blusa —le dije, lo cual no era cierto, pero eso hizo que ella rápidamente se tapara con uno de sus brazo y se volviera a ver, —mentiroso— me dijo y soltó una pequeña carcajada.
Luego agarré un lápiz y me puse a dibujar sus pechos a como se los había descrito, —así creo que son— le dije enseñándole el dibujo, sus ojos verdes resplandecían e izo gestos desinteresados y dijo: —ajá, más o menos— y fue hora de reanudar nuestros quehaceres en la empresa pues los moros en la costa se empezaban a vislumbrar. Eso fue para mí, haber tenido en la realidad, uno de los dos momentos más íntimo con la mujer de mis sueños húmedos, el otro momento más adelante se los relato.
Elena se casó con su novio de años, fui invitado al igual que todos los que trabajaban con ella, llegué a la celebración en su casa, era la novia más preciosa que mis ojos hasta entonces habían visto, andaba puesto su vestido largo y blanco, adornado con decorativos bordados, se ajustaba perfectamente a su figura que aunque no era una Barbie, en algunos puntos se le asemejaba, su cara radiante y sus lindos ojos que a veces tomaban una tonalidad verde-celeste, me indicaban que estaba pasando el momento más feliz de su vida. Yo estaba sentado en “la mesa de invitados especiales,” de lejos me miró y sonriente se acercó, sentándose en una silla que estaba desocupada a mi lado, me dijo:
—Estoy súper rendida —se quitó los zapatos y puso sus pies con sus medias puestas en mis rodillas.
—Dame un masajito que no aguanto mis pies —me dijo rogadamente.
En ese momento me di cuenta de la sensualidad que podía experimentar un hombre manoseando los delicados y lindos pies de una atractiva mujer.
—Si te ve tu esposo se va a molestar —le dije con tono de broma, mientras seguía acariciando suavemente sus pies de cenicienta, queriendo acariciar más arriba de sus tobillos, hasta sus rodillas, aún más allá quitándole las medias y la liga en su muslo, liga que más tarde se la quitaría con los dientes el afortunado que esa noche la iba a amar, desde ese momento solo la dulzura de su carácter permanecería virgen, intacto, inmutable.
Esa fue mi segundo momento más íntimo con Elena. Tan linda nunca más la volvería a ver, pues luego engordó desapareciendo el diseño de su silueta que lindamente había moldeado su figura, ahora  modelaba “llantas” y un cuerpo redondeado. Entre ella y yo permanecería una amistad que duraría hasta que el destino nos forzó a ir por distintos caminos, pero Elena por su forma de ser, su sensualidad y muchas cosas más, dejó marcas imborrables en mi alma, en mi mente y en mi corazón.

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