Se definía convencionalmente como un grito, "la manifestación vehemente de un
sentimiento general, voz muy forzada y levantada", así como decía el
diccionario.
Asaber Quierodesanudó la
cinta roja izquierda de su calzón, mientras moños de pelos asomaban
su entrepierna y él olía como aspiradora ciega que va tanteando con su bastón. Parecía que un charquito
de su esencia goteaba sobre cada pelo de poro saliendo.
A ella le
gustaba convertirse en lobacerda y aullarse como campana por dentro, mientras
sentía su hombritud invisible y palpable enviándose desde sus caderas; ¡cómo
disfrutaba sintiendo que introducía un pedazo de sí en el culo de su amante!, mientras
desbarataba con su pecho los lunares de la joven espalda que se le
servía como potro de rodeo deportivo.
Asaber
Quierose dio la vuelta apretando fuertemente el torso de su chavo, cuando
percatose que su mano rinconeaba independiente por el trasero de su amado.
"Total penetréishon y glóbal perforéishon" pensó, hasta dejarse ir a
través de su dedo como en tobogán de montaña rusa con su pito por el esquivado chiquito.
El dedo se
transformó en el electrocutamiento inocente de un niño, en un punto de contacto
que se extendía en nudos de nervios ardores fíntereanos desmitificando aquel
culo de macho de una sola vez.
¿Sos mi putita rica?, le preguntó
mientras lo embestía.
"Sí, sí, soy tu putita rica, ayyy que rico
ser tu puta niñea rrrica", le contestó su amante, entre ido y tembloroso al tiempo que se
ensartaba por delante...; y un splash de piscina inflable la dibujaba en
delfines celestes.
II
Asaber Quiero
puso un vaso en su boca y succionó, soltó las manos, la volvió a asir del
vaso y gritó fuerte varias veces. Se imaginaba que su boca dentro
del vaso era un cuadro de la pared del mundo del vaso, un espacio cóncavo amarillo
con una ventana en rosa.
Ida de sí
misma como si fuera una endoscopia a través del vaso, giró un poco el ojo interno
y se adentró al mundito para ver qué más había y divisó muy al fondo al hombrecito del tocadiscos, vestido de frac frente a un
microfonito cantando para la radio
como si fuera un holograma. ¡Era él!, el mismo que tenía insomnes a sus muñecas de papel, aterradas tras
sus trajecitos de pestañas incoloras.
La boca del
cantante se enmarcó mentalmente en su boca —y sin dejar de cantar-, posó su mirada en ella
convertida en ventana. Un tirón de
garganta le apagó los oídos y sintió su cabeza llena de helio, tenía la cara
roja cuando despegó del mundo que la bajaba.
Asaber Quiero se escuchó gritando con sus ojos
para ver, y entonces una ristra de sapos panzarriba, inflados y fríos pesan en sus hombros
mientras despierta.
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