EL GRITO Y EL VASO - Tania Montenegro

Se definía convencionalmente como un grito, "la manifestación vehemente de un sentimiento general, voz muy forzada y levantada", así como decía el diccionario.
Asaber Quierodesanudó la cinta roja izquierda de su calzón, mientras moños de pelos asomaban su entrepierna y él olía como aspiradora ciega que va tanteando con su bastón. Parecía que un charquito de su esencia goteaba sobre cada pelo de poro saliendo.
A ella le gustaba convertirse en lobacerda y aullarse como campana por dentro, mientras sentía su hombritud invisible y palpable enviándose desde sus caderas; ¡cómo disfrutaba sintiendo que introducía un pedazo de sí en el culo de su amante!, mientras desbarataba con su pecho los lunares de la joven espalda que se le servía como potro de rodeo deportivo.
Asaber Quierose dio la vuelta apretando fuertemente el torso de su chavo, cuando percatose que su mano rinconeaba independiente por el trasero de su amado. "Total penetréishon y glóbal perforéishon" pensó, hasta dejarse ir a través de su dedo como en tobogán de montaña rusa con su pito por el esquivado chiquito.
El dedo se transformó en el electrocutamiento inocente de un niño, en un punto de contacto que se extendía en nudos de nervios ardores fíntereanos desmitificando aquel culo de macho de una sola vez.
¿Sos mi putita rica?, le preguntó mientras lo embestía.
"Sí, sí, soy tu putita rica, ayyy que rico ser tu puta niñea rrrica", le contestó su amante, entre ido y tembloroso al tiempo que se ensartaba por delante...; y un splash de piscina inflable la dibujaba en delfines celestes.
II
Asaber Quiero puso un vaso en su boca y succionó, soltó las manos, la volvió a asir del vaso y gritó fuerte varias veces. Se imaginaba que su boca dentro del vaso era un cuadro de la pared del mundo del vaso, un espacio cóncavo amarillo con una ventana en rosa.
Ida de sí misma como si fuera una endoscopia a través del vaso, giró un poco el ojo interno y se adentró al mundito para ver qué más había y divisó muy al fondo al hombrecito del tocadiscos, vestido de frac frente a un microfonito cantando para la radio como si fuera un holograma. ¡Era él!, el mismo que tenía insomnes a sus muñecas de papel, aterradas tras sus trajecitos de pestañas incoloras.
La boca del cantante se enmarcó mentalmente en su boca —y sin dejar de cantar-, posó su mirada en ella convertida en ventana. Un tirón de garganta le apagó los oídos y sintió su cabeza llena de helio, tenía la cara roja cuando despegó del mundo que la bajaba.

Asaber Quiero se escuchó gritando con sus ojos para ver, y entonces una ristra de sapos panzarriba, inflados y fríos pesan en sus hombros mientras despierta.

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