Las misas en latín y otras anécdotas de cuaresma

Las Misas en latín 

Hace mucho tiempo, yo chavala, alcancé la misa en latín. El Padre oficiaba de espaldas a la feligresía. Las Fiestas de Guardar eran de estricto cumplimiento así como los domingos y las fiestas patronales celebradas en cada ciudad. Era pecado faltar a esas misas. Estas fiestas eran verdaderas fiestas, por ejemplo en Diriamba el santo patrono era San Sebastián, ese templo se llenaba de luces con candelas encendidas pagándole promesa al santo por un favor recibido. La mayoría de mis vecinos cumplían con ese precepto de guardar las fiestas, respetado religiosamente. Para ese día se “paqueteaba” uno. Era costumbre ponerse lo mejorcito del ropero, esa costumbre de elegantearse el domingo, aún se conserva en el campo aunque no exista misa porque no tienen padre asignado. 

En mi familia era “de cajón” la misa pagada por mi Mamacita el día de nuestro cumpleaños para agradecerle a Dios por un año más de vida de nosotras, era de ineludible cumplimiento. Ese era el primer regalo que recibíamos las dos. Otra misa era la de los primeros viernes de cada mes. Era muy piadosa, eso si nunca fui “Hija de María”. 

Primera Comunión

Me gustaba enseñar el catecismo, todo el vecindario, cuando tenían un niño pendiente de dar su primera comunión me buscaba para enseñarle el catecismo. Esto se hacía en la iglesia de Jalteva. Ahí se les enseñaba toda la ceremonia desde el papel del ángel que acompañaba al que daba la Primera Comunión, todo para que el acto saliera perfecto. Las personas invitadas esperaban el cortejo que salía de la iglesia y caminando por la media calle llegaban a la casa, donde había desayuno para todo el mundo y piñata para los niños. Así se celebraba la Primera Comunión.

Se me olvidaba mencionar que desde la noche anterior no se tomaba ni agua. La lavada de los dientes era un asunto de estado, se tenía que escupir y escupir hasta que no quedara nada. Había que estar en ayunas totalmente, por eso los desmayos de la chavalada eran a cada rato durante la misa. Yo fui testigo y víctima de esa medida tan terrible.

La Confesión

I

Se usaba confesarse “de quita quiero pasar”. No solo porque está mandado, como deber cristiano, una vez al año por lo menos en tiempo de Cuaresma. También porque todo era pecado. Yo misma practicaba esa costumbre. Los confesionarios eran preciosos de pura madera labrada haciendo juego con el altar. El Padre designado para tal fin tenía su horario que cumplía religiosamente. La fila para confesarse era en su mayoría de señoras “pías”, alguna que otra “hija de María”, que muy modosita esperaba rezando entre dientes, ¿qué rezaba? Nadie sabía. Los hombres se confesaban frente a frente al Padre, hablándole bajito, murmuraban en la oreja del sacerdote. Era raro que hubiera fila para confesarse. Esa era más o menos la mecánica de la confesión.

II

Una persona muy especial para mí, era asidua a confesarse a cada rato, cada vez que podía hacerlo, porque todo era pecado, si se hablaba mal de alguien se santiguaba pidiendo perdón, aunque no fuera ella la del cuento. Suspiraba, me imagino aliviada porque ya tenía algo nuevo que confesar la siguiente vez. Divisó de largo sentado en el confesionario a su confesor (se me olvidaba contar, cada señora tenía a un confesor) como quien dice, alguien que le guiaba, le orientaba en algunos casos de conciencia. La amiga quería “reconciliarse” con Dios confesarse a propósito de esa tarde. 

Dicho y hecho: Se arrodilla, el Padre la aborda como es natural; “Ave María Purísima, le dice. Sin pecado concebida, le responde. —¿De qué te acusas, hija?

Muy elegantemente le responde: 

—Padre he pecado contra el sexto mandamiento. 

Espantado el Padre le vuelve a preguntar:

—¿Cómo dijiste hija mía, el sexto mandamiento?

—Sí Padre.

—Explícate mejor, le dijo serio, casi bravo ante la clase de pecado que acaba de oír.

—Es que Padre, por la tardecita más bien oscureciendo siento ganas de salir, llamar por teléfono no aguanto el deseo, no quiero que pase la noche. Pierdo la oportunidad de hacerlo esa noche, sé muy bien que es malo lo que siento, pero qué hago, es superior a mis fuerzas.

El Padre, jovenzón, galancete, escucha no dice ni pío, no acierta a dónde va el asunto que la joven le confiesa, ¿qué decir? no sabe. Se atreve el Padre y le pregunta a la joven señora: 

—Decime hija ¿Eso que sentís es de día o solo de noche?— Invoca al Espíritu Santo para que lo ilumine. 

Le dice la joven: —El día lo paso tranquila Padre, es por la noche que siempre siento esta intranquilidad, es un desasosiego, estoy en vela.

El Padre no encuentra palabras para confortar a esa alma atormentada y lo único que se le ocurre es recomendarle a la joven que le pida a la Virgen que la cuide y que la tome de su mano. 

—Pero Padre —le dice la joven— diario rezo el Rosario, visito al Santísimo, me confieso seguido y nada. Ya no sé qué hacer.

El que no sabe qué hacer ni qué decir es el Padre. El asiento del confesionario le incomoda, invoca al Espíritu Santo, le pide que le ayude ante esta situación que ponga en su boca palabras sabias que decirle. La joven lo apremia, le pide, —¿qué hago Padre? todo lo que he probado no me resulta, nada me cura sigo en lo mismo, tengo miedo que oscurezca porque ya me entran las ganas de llamar a alguien que me ayude.

Al fin el Padre le dice: —Hija mía, es congénito lo que tenés, voy a rezar mucho por vos y como penitencia vas a pedirle a la Virgen con gran fervor en cada misterio del Rosario que salgas de esta situación, solo ella te puede ayudar. Reza 3 rosarios, 1 cada día y en la nochecita cuando te sientas inquieta.

—¡Gracias Padre! 

—Qué dicha, estoy contenta, me siento liviana después de confesarme —les dice a las amigas.

Terminada la misa, la joven señora llega a su casa, su marido la esperaba para cenar. Como por no dejar le pregunta el marido:

— Y ¿Cómo te fue en la misa? ¿Te confesaste otra vez? 

—Sí, ¿has de creer que el Padre me dijo una palabra que no sé lo que es?, nunca la había oído.

—Y cuál es esa palabra que no conoces, decímela.

—Cuando le contaba mis pecados, el Padre me dijo que lo mío era “congénito”. No sé qué es, nunca había oído esa palabra decir a nadie.

—Bruta, bruta a ¿cuál mandamiento te referiste? No me digás, no me digás, “es el sexto”. ¿Qué no sabes lo que le dijiste? Este mandamiento es “no fornicar”, claro el Padre no entendía nada, lo pusiste intranquilo. Para que sepas “congénito” significa de nacimiento, ya está en nosotros. Vas mañana a buscar a ese Padre, le explicas que sos una gran cuechera, si sabes algo de alguien por la mañana, no podes dejar pasar el día sin repetir lo que oíste. Pasás el día colgada del teléfono, haces visitas hasta que sale humo. Si llega la noche y no has repetido todos los cuechos, te pones eléctrica, descontrolada, te cuesta dormir.

Apenada la joven ante la gravedad del asunto, callada, repetía, repetía una y otra vez “tengo que ir donde ese Padre y aclarar mi confesión”. Esto me pasó por hacerme la “elegante”. Quedó triste, achumicada la pobre, quería que amaneciera cuanto antes para dejar claro el asunto. Fue un mal entendido, tenía que aclarar esta situación tan penosa.

Al día siguiente por la tarde, el marido la llevó a la iglesia. Allí estaba el Padre antes de oficiar la misa, el pobre Padre se le corría y corría, cuando angustiada la joven le decía: 

—Me equivoqué de mandamiento Padre, quiero aclarar esto, vuelva a confesarme para que sepa la verdad de las cosas. No fue mi intención, ni quise mentir, pero no era ese el mandamiento, me equivoqué. ¡Por favor Padre! Confiéseme otra vez, me da la absolución.

El Padre le dice: 

—No, no, hoy no puedo confesarla, ya lo hizo ayer. 

—Pero hágalo hoy, mi marido está molesto conmigo. ¡Óigame por amor a Dios! 

De malas maneras, incómodo, el Padre para que no lo siguiera correteando por toda la capilla, sin entrar en el confesionario le escuchó la versión y metida de pata, asunto aclarado. 

—Por suerte el Padre entendió que soy una gran cuechera —se decía una y otra vez. 

—Adiós Padre y muchas gracias. De ahora en adelante voy a prepararme mejor antes de decir mal los mandamientos. Perdón, perdón, aprendí la lección, Padre. Buenas noches Padre, que Dios le bendiga.

La Cuaresma

Vienen los días de Cuaresma, tiempo que nos impone sacrificios. Los días viernes no se come carne de res, cerdo y pollo. Pescado o sea alimentos que salgan del mar, lagunas y ríos sí se puede. Solo la tortuga y la iguana no se capean. En mi casa y en otros lados, siempre preparaban la tortuga y la iguana.

Tiempo de Cuaresma, era difícil conseguir tortuga, esta si se encontraba en las ventas del Mercado Municipal, se guardaba para hacerla el Viernes Santo, se hacía con recado de pan molido, en un perol enorme y con leña se cocinaba la tortuga. Cada quien llevaba su plato ya servido de la tortuga, se le ponía encima una salsa de tomate y en rodajas la cebolla, con un huevo de tortuga decoraba el plato.

La iguana también un plato exquisito preparada en pinol. Ese día que se alistaba la iguana en pinol desde muy temprano mi papacito cantaba

“Iguana por qué te vas

estando conmigo en paz.

Es que viene la Cuaresma

y temo que me comas”.

Nunca supe el origen de ese canto, pero lo siento una cosa preciosa, muy nuestra.

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Tomado del libro "Mis cuentos ahora tuyos".


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