El Naturalista en Nicaragua - Capítulo 6

Topografía de Santo Domingo. — Erosión de los valles. — Geología del distrito. — Descomposición de las rocas. — Minería del oro. — Venas de cuarzo aurífero. — Modo de presentación del oro. — Filones más ricos en la superficie que en las profundidades. — Excavación y reducción del mi­neral. — Extracción del oro. — Mantos. — Origen de las venas minerales. — Su relación con las intrusiones plutónicas.

Difícilmente se encuentra tierra plana alrededor de Santo Do­mingo, sino una sucesión de cerros y valles en todas direcciones. Los cerros no están aislados, ya que forman serranías irregulares con dirección este-oeste predominante y con muchas alteraciones en dicho rumbo. Los principales valles dan origen a otros secun­darios, que cortan en profundidad a las serranías y se bifurcan una y otra vez, como las ramas de un árbol, originando cauces que drenan gran cantidad de corrientes que proceden de las lluviosas selvas vecinas. Los valles ramificados, que se abren paso hacia los principales y éstos, que forman cauces a los ríos, han sido ero­sionados por agentes subaéreos y casi principalmente por la ac­ción de las aguas fluviales. Es evidente que esta orografía es la que afecta el drenaje de la región, y que a su vez ha sido alterada por ese mismo drenaje.

La erosión de los valles cerca de Santo Domingo actúa más rá­pidamente que en las zonas donde llueve menos y donde las rocas no son tan blarldas ni alterables. Aún durante los pocos años que estuve en Nicaragua, noté varias modificaciones que afectaron el relieve. Fui testigo del inicio de nuevos valles y del ensancha­miento de otros, causados no sólo por la denudación gradual del relieve sino también por los deslizamientos que ocurren durante la estación lluviosa.

Las rocas del distrito son doleritas[1] con bandas y proyeccio­nes de duras dioritas. La descomposición de las doleritas es muy grande y se extiende desde la cumbre de los cerros hasta una profundidad (como se comprueba en las minas), de por lo menos doscientos pies. Próximas a la superficie se presentan tan blandas como la arcilla aluvial, al punto que pueden cortarse con ma­chete. La descomposición de las rocas cerca de la superficie pre­valece en muchas partes de América tropical y principalmente, si no siempre, está confinada a las regiones selváticas. Es posible que esto se deba a la percolación del agua de lluvia a través de las rocas, que baja cargada con un poco de ácido, producto de la descomposición vegetal. La profundidad de la alteración habla de la inmensa antigüedad de estas selvas.

La minería de oro en Santo Domingo se limita casi del todo a las vetas de cuarzo aurífero, no habiéndose encontrado ningún depósito aluvial de valor. Las vetas corren de este a oeste casi verticales, algunas veces buzando un poco hacia el norte, otras veces hacia el sur y cerca de la superficie, por lo general dobladas hacia la falda del cerro que interceptan. El rumbo de las princi­pales serranías, casi de este a oeste, es posible que también se deba a la dirección en que se proyectan las vetas, que han resistido la acción meteórica mejor que las blandas doleritas. De este mo­do las vetas de cuarzo forman en la actualidad la cresta de mu­chas serranías, encontrándose dondequiera cortadas por los valles laterales. Los mantos de dolerita descansan con poca inclinación y son interceptados casi verticalmente por las vetas de cuarzo. Con excepción de ser las venas de muy variable grosor y a me­nudo ramificadas, penetrando en delgadas ramificaciones dentro de las rocas, se parecen a filones carbonosos que se apoyan de canto, apareciendo verticales en lugar de horizontales. Corren por gran distancia y cerca de Santo Domingo han sido rastreadas hasta por dos millas y es probable que se extiendan mucho más lejos. Son de la categoría de las llamadas venas-fisuras, pues aprovechan las rupturas o fracturas de las rocas para rellenarlas con substancias minerales, valiéndose de agentes químicos, hidro­termales o plutónicos. El fondo de estas venas-fisuras no ha sido alcanzado y considerando las fuerzas internas requeridas para producirlas con tan gran longitud y regularidad, debemos presu­mir que dichas venas corren subterráneas por muchas millas, sien­do su extensión vertical tan grande como su proyección horizon­tal. La probabilidad de que se extiendan a inmensas profundi­dades se refuerza cuando consideramos que estas venas minerales se presentan en grupos paralelos, dispuestos con gran regula­ridad por cientos de millas, y además por el hecho que, en todos los cambios de la superficie de la Tierra, cuando las rocas profun­das son levantadas y expuestas a la denudación, no se conoce ningún caso donde el fondo de una vena-fisura haya salido a luz como consecuencia de tal alzamiento.



Las minas de oro de Santo Domingo tienen su origen en venas o vetas de cuarzo aurífero, paralelas entre sí y tan numerosas que en el ancho de una milla, se las encuentra cada cincuenta yardas. Las que están en explotación varían mucho en grosor, pues a ve­ces, a lo largo de cien yardas, una veta se ensancha de uno a diecisiete pies. Sus contenidos auríferos varían aún más que su anchura. El mineral más rico produce de una a cuatro onzas de oro por tonelada, presentándose en parches irregulares y en ban­das muy pequeñas, en comparación con el volumen de la broza, y su valor oscila entre dos y siete escrúpulos[2] por tonelada. El valor promedio de todo el mineral tratado por la Chontales Mining Company, hasta fines de 1871, ha sido casi de siete escrúpulos por to­nelada, y durante ese tiempo se han encontrado pequeños parches con valor de 100 onzas de oro por tonelada.

El oro no se presenta puro, sino en aleación natural con la plata, en la proporción de tres partes del primero por una de la segunda. Además de esta aleación, (a la cual por brevedad llamaré en ade­lante con la común designación de oro), las vetas de cuarzo contie­nen sulfuro de plata, peróxido de manganeso, peróxido de hierro, sulfuro de hierro y cobre y, a veces, minerales de plomo.

El cuarzo es por lo general muy quebradizo, lleno de drusas y fragmentado en pequeñas unidades, a menudo coloreadas de negro por el peróxido de manganeso. El oro se presenta en diminutos granos sueltos entre el cuarzo. Granos tan grandes como la cabeza de un alfiler son escasos, y los especímenes de cuarzo que tienen oro incluido, se encuentran raramente, aún en las más ricas porciones de la veta. El fino polvo de oro, sin embargo, se detecta con facili­dad, lavando porciones de broza en un cuerno. El cuarzo y la ar­cilla se decantan y el polvo dorado cae al fondo del cuerno. Esta es la manera usual como los agentes mineros analizan la veta, y la larga práctica los ha vuelto expertos en valorar el mineral por el lavado en la "cuchara". Aunque la mayor parte del oro se presenta entre las blandas porciones de la veta, también se encuentran di­minutos granos entre el cuarzo duro. En este caso se le extrae mar­tillando el cuarzo hasta pulverizarlo y después se lava.

Un aspecto de la distribución del oro en las vetas cuarzosas de Santo Domingo condujo a las más exageradas opiniones sobre su valor, cuando iniciaron su explotación las compañías inglesas: sobre las colinas, cerca de donde afloran las vetas, el mineral se presenta­ba muy rico en algunos lugares; mil onzas de oro se llegaron a ex­traer de un pequeño parche superficial en la vetó de Consuelo; y en las de Santo Domingo, San Benito, San Antonio y Jabalí, también se descubrieron ricos depósitos a pocas brazas de la superficie. Pero cuando estos depósitos se profundizaron, aparecieron más pobres y a unos cien pies ninguna muestra rica se encontró. Más abajo, cuando las excavaciones se hicieron más hondas, el valor del mineral no siguió disminuyendo, estabilizándose su rendimiento entre dos a siete escrúpulos de oro por tonelada, hasta lograr un valor constan­te a mayor profundidad.

  

La mayor riqueza de los minerales hacia la superficie, (las capas superiores contienen más oro que las inferiores) , parece que no corresponde a la de las vetas originales, antes de ser expuestas a la denudación. Lo que sucedió fue que al irse descomponiendo y ero­sionando las capas superiores, el oro que contenían se fue concen­trando en las vetas subyacentes que, por consiguiente, se recarga­ron. En efecto, como hemos dicho, en las partes descompuestas de la veta se encuentra el oro suelto en granos finos; durante la esta­ción lluviosa el agua se percola a través de la veta arrastrando los granos más adentro, y así en el curso de las edades, la gradual de­gradación y erosión de las capas rocosas superficiales ha permitido la acumulación del oro suelto en las vetas inferiores, procedente de las capas que antiguamente las recubrían y que ahora se encuen­tran desgastadas por la acción de los elementos.

Esta acumulación de oro suelto cerca de la superficie de las ac­tuales venas auríferas, desprendido de su matriz por la descompo­sición de capas superiores y concentrado por degradación de las mismas, justifica la gran riqueza de los denominados "casquetes" de venas cuarzosas, próximos a la superficie, y dio pie a la creencia de que las vetas auríferas disminuyen de valor con la profundidad. Aunque en un principio participé de esta opinión, influido por las experiencias con estas venas cuarzosas en Australia, y sobre las que insiste R. I. Murchison, más tarde tuve que rectificar por la ex­periencia posterior en Gales del Norte, Nueva Escocia, Brasil y Centroamérica.

La distribución del oro en las venas cuarzosas se presenta en bandas y en parches de rocas más ricas, de mayor o menor exten­sión. En estas porciones más cargadas, el oro se ha hundido tanto vertical como horizontalmente, extendiéndose ya en una dirección, ya en la otra, y la posibilidad de encontrarlo es la misma en ambos sentidos, de tal manera que su distribución a lo largo de la super­ficie nos da la medida de su extensión en profundidad, siempre que sepamos distinguir los depósitos tales como originalmente se for­maron de los que se recargaron por subsecuente concentración. Para percatamos de esto debemos alcanzar la superficie subyacente y tomar solamente el oro incrustado en el sólido cuarzo no desinte­grado, y no el que se encuentra suelto entre fisuras y cavidades.

Las vetas de Santo Domingo se trabajan a partir de niveles abiertos cerca del fondo de los valles que las intersectan. Cuan­do estos niveles han perforado profundamente en las entrañas de los cerros, se excavan otros tiros verticales hacia la superficie, para sacar otros niveles horizontales y paralelos al primero, por cada sesenta pies hacia arriba. El proceso continúa hasta que la veta sobre el más bajo de los niveles queda dividida en bandas horizontales, de unos sesenta pies de grosor. A continuación co­mienza a excavarse el cuarzo, a partir del nivel superior, lanzán­dolo por el tiro hasta el nivel más bajo, donde se recoge en unas vagonetas que lo conducen al sitio de la reducción.

Como tanto el mineral como la roca se encuentran muy des­compuestos y son muy blandos, el techo de las galerías tiene que ser asegurado con un entibado a medida que las excavaciones prosiguen. Los niveles se refuerzan con níspero, madera de gran duración y resistencia, pero las porciones excavadas entre ellos se aseguran temporalmente con maderas más suaves y co­rrientes y al final de cada quince días se rellenan con arcilla y rocas sueltas.

La operación está por entero en manos de trabajadores nati­vos, principalmente mestizos traídos de la frontera con Honduras, donde han participado en la minería de la plata. Se les paga de acuerdo con el. volumen excavado, siendo muy industriosos cuan­do pobres, pero apenas han recaudado un poco de dinero, se de­jan llevar por el ocio y la disipación hasta que lo gastan.

El mineral es llevado a la reducción en vagonetas que bajan por gravedad y suben por la tracción de las mulas. A continua­ción se machaca hasta reducirlo a polvo, con morteros de hierro, levantados mediante engranajes y dejados caer a razón de setenta veces por minuto. El mineral pulverizado, con aspecto de fina arena, es arrastrado por corrientes de agua hacia unos platos de cobre, algo inclinados, llenos de azogue, mezclado con un poco

de sodio metálico. Casi todo el oro suelto es cogido por el azo­gue, con el cual tiene mucha afinidad, y se acumula como amal­gama en los platos de cobre. El agua y la arena se decantan después sobre mesas inclinadas, recubiertas con colchas cuya tra­ma cierne las partículas de oro y azogue que logran escapar del primer proceso. Pasan después a una caja de concentración, don­de los granos más gruesos y los sulfuros de hierro, cobre y plata, son retenidos y vueltos a tratar, en los arrastres, junto con la arena retenida entre las colchas. Los arrastres son bateas redon­das, de unos doce pies de diámetro, revestidas de piedras. Cuatro grandes piedras de cuarzo se hacen girar dentro de la batea, hasta moler la áspera arena en polvo fino. El oro liberado se hunde entre las grietas del revestimiento de piedras, amalgamándolo con azo­gue que también se vierte en la batea. Los arrastres y todos los aparatos de amalgamación se limpian cada mes. La amalgama recogida, se exprime a través de delgados sacos de piel hasta la consistencia de una rígida masilla de color plateado. Estas ma­sillas de amalgama, a continuación, se colocan en retortas de hierro, sublimándose el azogue y condensándose después en agua. Las bolas de oro así obtenidas son vaciadas en barras de unas cien onzas cada una, y en esta forma enviadas a Inglaterra.

En Santo Domingo se tratan más o menos dos mil toneladas de mineral al mes, a un costo (incluyendo excavaciones, transporte, reducción, amalgamación y administración) de unos ocho cheli­nes[3] por tonelada. La pérdida de azogue es cerca de veinte libras por cada mil toneladas de mineral tratado, cifra relativa­mente pequeña si se compara con la que gastan otros centros mi­neros mayores, lo cual se debe sobre todo al empleo de sodio en los procesos de amalgamación. La pérdida de azogue, que por lo común ocurre durante la amalgamación, debida más que nada a su mineralización, es prevenida por el sodio, que por su afinidad con el oxígeno y el azufre, reduce el mercurio a su forma metálica, impidiendo que sea arrastrado en forma de delgadas hojuelas y polvo mineralizado.

Las vetas de cuarzo aurífero trabajadas en Santo Domingo, se continúan hacia el oeste por más de ocho millas, hasta las sabanas cercanas a La Libertad y han sido también explotadas no sólo en las vecindades de este pueblo sino también desde allí hasta Santo Domingo. Además del trabajo de las minas propiamente, ciertos depósitos superficiales, denominados "mantos" por los españoles, son también trabajados en la búsqueda del oro, en especial en los alrededores de La Libertad. Los "mantos" consisten en frag­mentos de cuarzo, regados sobre las faldas de los cerros intruidos por algunas vetas. En algunos lugares forman un quebrado pero regular estrato, que recubre la pendiente de un cerro, disposición cuyo origen me resultó, al principio, muy difícil de explicar.

He mencionado que las vetas al llegar cerca de las cumbres de los cerros se inclinan hacia las faldas, a las que cortan. En algunas situaciones, como en la mina de San Antonio, la veta está com­pletamente doblada, como lo muestra el diagrama, y se dirige a la falda de la colina; doblez que se explica por pequeños y suce­sivos deslizamientos de tierra. Es evidente que si dicha curvatura es extrapolada, más allá de donde muestra el diagrama, la veta coincidiría con la falda de la colina, donde al disgregarse, por los efectos de la erosión, dará origen a un "manto". Pequeños desli­zamientos son frecuentes sobre las faldas de los cerros, tanto que numerosas veces han bloqueado la entrada de las minas, en par­ticular durante la estación lluviosa.

David Forbes[4], refiriéndose a la geología del Perú y Bolivia, ha adelantado la opinión de que las venas de cuarzo aurífero per­tenecen a dos diferentes sistemas, uno que se presenta en conexión con las intrusiones de granito y otro con las intrusiones diorí­ticas. En un escrito posterior ha mostrado que esta presentación del oro no sólo es propia de Suramérica sino también prevalece por todo el mundo[5]. En uno de sus últimos escritos sobre la ma­teria R. Daintree, en sus Notes on the Geology of Queensland, demuestra que las vetas auríferas en esa colonia se presentan en conexión con, y cerca de, la vecindad de ciertas rocas intrusivas entrampadas, y que aún algunos de los diques intrusionados son en sí auríferos[6]. Hace varios años intenté demostrar que las venas minerales de las zonas graníticas, se presentan en secuencia re­gular, entre ciertas rocas intrusivas, de la manera siguiente: 1) Intrusión de la masa principal de granito. 2) Venas graníticas. 3) Diques de Elvan. 4) Venas mineralizadas, que cortan a través de las otras intrusivas[7]. Posteriores observaciones me han lleva­do a la conclusión de que una secuencia similar de eventos ca­racteriza la presencia de vetas de cuarzo aurífero, en conexión con rocas intrusivas, que en algunos distritos consistd en diabasa, como en el norte de Gales, cerca de Dolgelly, y en otros en diorita, como en Santo Domingo, y en muchas partes de Suramérica y de Aus­tralia. Al norte de Gales tenemos, primeramente, una intrusión de diabasa, formando grandes masas montañosas; en segundo lu­gar, tortuosos e irregulares diques de diabasas; en tercero, diques de Elvan y, finalmente, venas de cuarzo aurífero. En cada región de rocas plutónicas intruidas, donde se han verificado explora­ciones, se presenta una sucesión similar de eventos, que culmina con la producción de venas mineralizadas[8], pareciendo que el ori­gen de las venas es consecuencia natural de las intrusiones plu­tónicas.

Existe también, algunas veces, una gradación completa desde las venas de granito perfectamente cristalizado, a través de otras donde abunda el cuarzo a expensas de otros constituyentes, has­ta las venas rellenas de puro cuarzo, como en Porth Just, cerca de Cape Cornwall. También sucede que la misma vena está en una parte rellenada con feldespato, y en otra contiene masas irre­gulares de cuarzo, aparentemente exceso de sílice, sobrante de lo absorbido en forma de trisilicato de feldespato[9]. Los diques in­truidos, graníticos o porfíricos[10], también contienen oro y otros metales, y según creo existe gran posibilidad de que las venas de cuarzo hayan sido rellenadas por inyección ígnea, como los diques y venas de granito. Cuando hablo de inyección ígnea, no quiero significar que la roca fundida deba su fluidez al calor seco. Las célebres investigaciones de Sorby sobre las microscópicas cavida­des fluidas en el cuarzo del granito y en las venas de cuarzo, de­muestran sin lugar a duda que el vapor de agua estaba presente comparativamente en grandes cantidades al momento de la soli­dificación del cuarzo. Todos los estratos debajo de la superficie contienen agua y si llegaran a derretirse retendrían todavía agua en forma de vapor sobrecalentado. Angelot ha sugerido que las rocas fundidas, bajo fuertes presiones, pueden disolver gran­des cantidades de vapor de agua, así como los líquidos disuelven gases. La presencia de vapor de agua causaría la licuefacción del cuarzo a menor temperatura que la requerida, por sólo el calor, sin la presencia del agua[11]. Sé que esta opinión es contraria a la que usualmente adoptan los geólogos, según la cual las venas mi­nerales se producen por la deposición a partir de fuentes termales; pero durante los veinte años que llevo en la minería del cuarzo aurífero, en varias partes del mundo, no he podido encontrar vetas cuya formación pueda explicarse de acuerdo con esta hipótesis.

La roca de la vena es cuarzo puro que contiene agua en cavida­des microscópicas como en los cristales cuarzosos del granito; pero no combinada como en los depósitos hidrosilícicos de las fuentes termales. Las vetas no forman cintas sino que consisten de cuarzo cementado de extremo a extremo, exactamente como los diques entrampados. A menudo se presenta una disposición al bandeado, causada por la repetida reapertura y relleno de la misma fisura, pero sin el vaciado regular, de los lados al centro, que se observa en las venas producidas por las fuentes geoterma­les. Las venas de cuarzo se extienden algunas veces por millas y es necesario admitir, si aceptamos la teoría hidrotermal, que las fisuras se mantienen abiertas el tiempo suficiente para una gra­dual deposición de la roca en la vena, sin que en ese lapso caigan las rocas blandas y fragmentadas de los lados de la grieta. Aun­que existen muchas vetas, hasta de unos veinte pies de anchura, rellenadas enteramente de cuarzo y minerales, no se han descu­bierto fragmentos de rocas caídas, ni ninguna traza de deposición regular en sus lados. El oro encontrado en las vetas auríferas nunca es puro, pues forma varias aleaciones con la plata, cobre, plomo, hierro y bismuto, y no existe método para la formación de estas aleaciones que no sea por fusión.

Es cierto que las venas minerales contienen muchos elementos que no podrían existir juntos y sin alteración, aun con una mo­derada temperatura, pero aquí se sostiene que el vaciado general de las vetas fue producido por una inyección ígnea, lo que no significa necesariamente que la presente disposición y composi­ción de todos los minerales se deban a dicha acción. Desde que las venas fueron inicialmente rellenadas, han quedado sujetas a las modalidades de la influencia acuosa o hidrotermal, pues el enfriamiento de las rocas candentes debió haber. sido un proceso lento, formándpse conductos por donde pasaba agua caliente y vapores del interior, y agua fría cargada de ácido carbónico y car­bonato de calcio provenientes de la superficie, así como otros muchos cambios que tuvieron lugar. Las venas de cuarzo aurí­fero han resistido estas influencias mejor que otras, porque tanto la roca como el mineral no son fácilmente alterables, y tales vetas son mejores para estudiar el origen de los yacimientos minerales que las fisuras rellenadas con calcitas y minerales de metales más básicos, todos los cuales se disuelven fácilmente y se reestructuran por influencia de los agentes hidrotermales. Nuestros museos mineralógicos están colmados de bellísimos especímenes de cristales de cuarzo, fluorita y otros minerales depositados unos sobre otros; y el estudiante que confine su atención a éstos, se inclina naturalmente a creer que lo que presencia es el proceso mediante el cual se rellenaron las venas minerales; pero el minero, que trabaja subterráneamente, sabe que tales cristales sólo se encuen­tran en cavidades o fisuras y que la disposición común de los mi­nerales es muy diferente. La deposición de varios espatos en ca­vidades, unos sobre los otros, es un proceso secundario, que con­tinúa hasta hoy, y que no tiene nada que ver con el relleno origi­nal de las vetas; en verdad la disposición es tan distinta que contribuye a probar que han sido formados de diferente manera.

Tomaría un volumen discutir este asunto en todas sus impli­caciones, y yo mismo ya le he dedicado más tiempo en otra publi­cación[12]. Simplemente me limitaré a dar un breve resumen de las conclusiones a las que he arribado en relación con el origen de las venas minerales:

— Estratos sedimentarios subsiden, por los movimientos de la corteza terrestre, y son llevados más abajo de la superficie. Bajo la presión de otros estratos y la acción de grandes temperaturas, han sufrido reestructuración de sus elementos constitutivos, y por el efecto del agua y de varias reacciones químicas, de modo tal que, por reajustes moleculares, se han formado rocas cristalinas metamórficas, incluyendo granitos interestratificados y dioritas.

— Llevados todavía a mayor profundidad y sujetos a un más intenso calor, los estratos se funden completamente y el líquido o masa pastosa invade los contorsionados estratos de encima, for­mando perfectos granitos cristalinos intrusivos y dioritas.

— A medida que las rocas calientes se enfrían desde arriba hasta abajo, se forman grietas o fisuras en ellas, debido a la con­tracción, qué son rellenadas por la masa fluida desde abajo. Al comienzo estas inyecciones tienen la misma composición que la masa rocosa intruida original, ya sea granito o diorita, pero a me­dida que el enfriamiento avanza, las fisuras se extienden a mayor profundidad, de donde los compuestos livianos ya han sido ex­traídos y agotados, quedando solamente el pesado sílice derretido, mezclado con vapores acuosos y metálicos, que rellenan las últi­mas y más profundas fisuras. Estas inyecciones nunca alcanzan la superficie —quizá no pasan del límite de las rocas recalenta­das— como tampoco se derraman en afloramientos efusivos, y si se encuentran expuestas en la superficie es porque han experi­mentado notable levantamiento y posterior erosión.

– Probablemente el material derretido fue inyectado en las fisuras entre las rocas muy calientes, y el enfriamiento de estas rocas abarcó miles de años, durante los cuales las vetas han sido sometidas a todo grado de calentamiento, desde su punto de fu­sión hasta el de la temperatura normal actual. Durante el lento levantamiento y denudación, la veta sufrió la influencia de varios agentes químicos y fluidos hidrotermales y acuosos, que provo­caron la reestructuración y recristalización de su composición. Nuevos minerales fueron traídos por la percolación del agua de las rocas vecinas, así como parte de sus elementos originales arras­trados por las fuentes termales, aprovechando las líneas de frac­tura que no fueron selladas en su totalidad por la inyección ígnea, o que se formaron por la contracción de la masa fundida, en en­friamiento, dando origen a grietas y ranuras a través de las cua­les circuló el agua.

– Algunas de las fisuras pueden haberse reabierto, desde que se formaron, y las nuevas grietas se rellenaron por la acción de agentes hidrotermales y acuosos, que contenían además de venas de calcita derivadas de los mantos calizos vecinos, ciertos mine­rales procedentes de alguna previa inyección ígnea. Grietas y cavidades llamadas vughs por los mineros, se han rellenado más o menos por completo con cristales de fluorita, cuarzo y varios metales procedentes de soluciones acuosas o por la acción de va­pores supercalientes.

– Por todos estos medios los signos del relleno original de muchas vetas minerales, especialmente los de metales básicos, han sido borrados o modificados; pero en las vetas de cuarzo aurífero, tanto los metales como las rocas han resistido la influencia de estos agentes secundarios, presentándose con las características origi­nales, a excepción de los minerales asociados que son susceptibles de alterarse, y de algunos nuevos introducidos por el paso de fuentes termales desde abajo o por la percolación del agua desde la superficie. 
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[1] Doleritas es término inglés, muy usado antiguamente, y que equivale a diabasa. (N. d. T.)

[2] Unidad de peso inglesa equivalente a 24 granos o 1/20 onza troy. (N. d. T.)

[3] Moneda inglesa' equivalente a 1/20 de libra esterlina. (N. d. T.)

[4] Quart. Journ. Geol. Soc., Volumen XVII.

[5] Geological Magazine, Septiembre de 1866.

[6] Quart. Journ. Geol. Soc., Volumen XXVIII, pág. 308.

[7] Geol. Survey of Canada, páginas 141 y 173.

[8] Mineral Veins, pág. 16.

[9] John Phillips, en Memoirs, Geological Survey of Great Britain, Vol II, pág. 45.

[10] R. I. Murchison, en Siluria, Pág. 479, 481, 488 y 500; y R. Daintree, en Quart, Journ. Geol. Soc. Vol. XXVIII, Págs. 308 y 310.

[11] H. C. Sorby, Journ. Geol. Soc. Vol. XIV.

[12] Mineral Veins, por Thomas Belt. John Weale, 1861.

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