Arribo a Greytown. — El río San Juan. — La barra del puerto. — Cruzando la barra. — Vidas perdidas. — Tiburones. — Cristóbal Colón. — Aspecto del pueblo. — Comercio. — Salubridad del pueblo y su probable causa. — Comparación entre Greytown, Pernambuco y Maceio. — Frutas silvestres. — Plantas. — Loros, tucanes y tanágridos. — Mariposas y escarabajos. — Formas miméticas. — Lagartos. — Muchacho ahogado por un lagarto en Bluefields. — Sus métodos para cazar saínos.
Thomas Belt
[1] Jacaná, Jacana spinosa, conocido en Nicaragua con el nombre de "gallinita de playa". (N. d. T.)
[2] Tilladsia usnoides, parásita que cuelga como "paste" de las ramas de los árboles. También la llaman "Barba de Viejo". (N. d. T.)
[3] Este pájaro es el llamado "Sargento", habitante común de la vertiente húmeda del Caribe de Nicaragua. (N. d. T.)
[4] Henry Walter Bates. The Naturalist in the Amazon River.
Thomas Belt
A mediodía del 15 de febrero de 1868, el Solent, navío de Su Majestad Británica, anclaba en Greytown o San Juan del Norte, puerto atlántico de Nicaragua, Centro América. A una milla del litoral, contemplábamos una costa baja y plana, extendida ante nosotros. Era el delta del río San Juan, al cual confluyen las aguas de gran parte de Nicaragua y Costa Rica y que da salida al Gran Lago de Nicaragua. Su cuenca alcanza hasta pocas millas del Pacífico, pero aquí en el istmo de Centro América, como en los grandes continentes al norte y al sur, la mayor parte del drenaje fluvial corre hacia el Atlántico.
Durante la estación de las lluvias, el río San Juan es majestuoso; y aún durante la época seca, entre marzo y junio, el agua procedente del Lago sería suficiente para mantener abierto un buen puerto, si, a unas veinte millas dé su desembocadura, no comenzara a perder fuerza al enviar un ramal, el río Colorado, y a dividir la mayor parte de su caudal en canales laterales. Hace veinte años la corriente principal pasaba por Greytown, que entonces era un puerto magnífico al cual arribaban grandes embarcaciones; pero en los últimos años el ramal del Colorado le ha ido robando poco a pocos sus aguas. En consecuencia, el puerto se ha embancado; ahora los barcos tienen que anclar afuera y luego hay que salvar en bote una barra poco profunda, peligrosa en mal tiempo.
Todo lo que podíamos ver desde el vapor era la playa arenosa, sobre la cual se rompía un oleaje blanco, una orla de matorral con unas pocas palmeras de copas plumosas y, a lo lejos, un fondo de follaje oscuro.
Antes de desembarcar se oyó un disparo y, como rápida respuesta a la señal, varias canoas impulsadas por remeros negros de la Costa de los Mosquitos, llamados allí "caribes", cruzaron la barra y en pocos minutos estaban a nuestro lado. Instalado en una de las canoas con mi equipaje, los caribes remaron rápidamente hacia la costa. Al llegar a la barra, la superaron con habilidad: aprovecharon una ola alta, de ésas que forman tumbos, y, remando con todas sus fuerzas, remontaron su lomo que nos fue a depositar en las tranquilas aguas del río.
Se han perdido muchas vidas en esa barra. En 1872 el comandante de la Expedición Geodésica de los Estados Unidos, junto con seis de sus hombres, se ahogó al intentar cruzarla en mal tiempo. Sólo se encontraron unos pocos restos despedazados, pues al horror de zozobrar en ese lugar, se agrega que cardúmenes de grandes tiburones merodean por la entrada del río y descontrolan al más valiente en el momento crítico. Vimos una aleta desplazarse perezosamente sobre el agua. Los marinos se entretienen a menudo pescándolos con grandes anzuelos a los que sujetan trozos de carne.
Es probable que en una de esas bocas del San Juan haya perdido Colón, en su cuarto viaje, un bote que, enviado por leña y agua dulce, a la vuelta encalló en la barra. Colón había doblado el Cabo Gracias a Dios cuatro días antes y, con viento y marca favorables, había bajado a la costa. Fácilmente pudo arribar al San Juan.
Traspasada la barra estábamos en aguas seguras, pues sólo una pequeña corriente desemboca en el canal. A la derecha se extendía la playa arenosa; a la izquierda, grandes manojos de hierba emergían sobre las aguas poco profundas. Bancos de hierbajos han cubierto lo que antes fuera espacioso puerto y el ganado chapotea entre los juncales, donde hace veinte años hubiera anclado una fragata.
Abundaban en los marjales las aves acuáticas, entre las cuales sobresalían las garzas blancas y un jacaná[1] color chocolate, con amarillo limón bajo las alas. Un gran lagarto se arrastró desde una punta lodosa hasta el agua; allí flotó mostrando solamente los ojos y las escamas puntiagudas del lomo sobre la superficie del agua.
El pueblo estaba ya a la vista, limpio, con sus casas pintadas de blanco y cocoteros empenachados erguidos sobre ellas. Desembarcamos en uno de los muelles extendidos sobre el río.
Greytown, aunque sólo un pequeño lugar, es uno de los pueblos tropicales más limpios que he visitado. Las casas, especialmente en el sector comercial, son de madera, bien construidas, pintadas de blanco, con techos café. Bonitos jardines rodean o preceden a muchas de ellas. Otras están casi escondidas entre palmeras, árboles de fruta de pan, naranjos, mangos y otros frutales del trópico. Una primorosa enredadera, Antigonon leptopus, festoneada de flores rosadas, adornaba algunos de los jardines; los nativos la llaman "bellísima"; la encontré después, en forma silvestre, en las provincias de Matagalpa y Segovia, donde se considera la favorita de los indios amantes de las flores. La topografía de Greytown y sus alrededores es perfectamente plana. La plaza, los patios y muchas de las calles están cubiertas de grama, que forma una hermosa alfombra para caminar.
Casi todo el comercio del pueblo está en manos de extranjeros. Uno de los más emprendedores es el señor Hollenbeck, norteamericano. Considerable importación se lleva de los EE.UU. e Inglaterra, siendo las principales exportaciones café, añil, cueros, cacao, azúcar, madera y hule. Visité al Dr. Green, Cónsul Británico, caballero cortés y amable, pronto a dar protección o consejo a sus paisanos y en relaciones muy amistosas con las autoridades nativas. Ha vivido en Nicaragua por muchos años y sus bondades, especialmente la asistencia médica que presta en forma gratuita en los casos de emergencia, lo han hecho muy popular en Greytown. Su hermosa casa y patios, con una avenida de cocoteros en plena fructificación, constituye una de las vistas más atractivas de Greytown. También conocí al señor Paton, el Vice Cónsul, igualmente servicial, con quien estoy en deuda por la abundante información que me suministró acerca del comercio del puerto, particularmente sobre la exportación del hule, de la cual ha sido uno de los principales promotores.
Detrás del pueblo existe una laguna alargada; por varias millas adentro, la tierra es totalmente llana, salpicada de lagunetas, charcos y muchos marjales. Podría pensarse que Greytown es un sitio muy insalubre por estar en un lugar pantanoso, plano y sin ningún sistema de drenaje —natural o artificial— salvo el suelo arenoso. Sin embargo a pesar de esta aparente desventaja, más el hecho de que durante nueve meses está sujeto a torrenciales lluvias tropicales, es un lugar comparativamente salubre y más libre de fiebres que numerosos sitios que parecen estar mejor situados. Mucho de esto se debe a la porosidad del suelo arenoso, pero principalmente, en mi entender, a lo que pudiera considederarse a primera vista un inconveniente, cual es la perfecta nivelación del terreno. En efecto, donde existen colinas, hay depresiones donde el aire se estanca; mientras que allí, donde el terreno es completamente plano, los alisios que soplan constantemente se esparcen por todas partes arrastrando las miasmas del suelo. Como ejemplo similar puedo mencionar la ciudad de Pernambuco, en la costa oriental del Brasil, con 80.000 habitantes. Perfectamente nivelada como Greytown, se alza unos pocos pies sobre el nivel de los canales que la entrecruzan y rodean. Las partes más densas de la ciudad son notables por sus malignos olores y suciedad, pero, aunque enteramente sin drenaje, es célebre por su sanidad; mientras que, un poco más costa abajo, el pueblo de Maceio, situado a unos 60 pies sobre el mar, y rodeado por serranías ondulantes y con buen drenaje natural, es mucho más insalubre, siendo las fiebres muy frecuentes. Al igual que en Greytown, en Pernambuco los vientos soplan con mucha regularidad y no existen colinas ni hondonadas que impidan los movimientos del aire, de modo que las emanaciones impuras no pueden acumularse.
Alrededor de los claros próximos a Greytown se encuentra un matorral achaparrado en el cual se destacan muchos guayabos, Psidium sp., cuya fruta es como una pequeña manzana llena de semillas, de sabor ligeramente ácido y de la cual se hace una célebre jalea. La fruta a veces ocasiona fuerte indigestión y muchos de los nativos no tragan la semilla sino la parte más pulposa únicamente, que se dice es inocua.
También vi otra fruta que crece por allí: es una baya amarilla del tamaño de una cereza, llamada "nancite" por los nativos, que a menudo la conservan en alcohol y la comen como aceituna. Detrás del matorral, que crece donde la selva original ha sido cortada, existen grandes árboles cubiertos con numerosas epífitas: Tillandsias[2], orquídeas, helechos y centenares de otras, que hacen de cada árbol un jardín aéreo. Grandes aráceas, a horcajadas en los troncos, envían raíces como cuerdas al suelo, mientras las lianas enlazan los árboles o cuelgan en vueltas o lazos como el desordenado aparejo de un navío.
Loros verdes vuelan en chillantes bandadas o anidan en parejas entre el follaje; los tucanes brincan entre las ramas moviendo de un lado a otro sus picos largos y vivamente coloreados, con el aspecto de una estampa pasada de moda. Un bello tanágrido, Ramphocoelus passerinii[3] frecuenta los linderos del bosque; es de color negro aterciopelado, excepto un parche rojo encendido sobre la rabadilla, que hace al pájaro muy llamativo. Solamente el macho es así, pues la hembra viste un sobrio plumaje verde-café. Creo que este pájaro es polígamo, porque siempre se ve a varias de las cafés rodeando a uno de los rojinegros. Por sus colores brillantes el macho se destaca ante las aves rapaces, a diferencia del plumaje opaco, menos llamativo de las hembras. Así cuando van a cruzar un claro del bosque, tal como un sendero, dos o tres de las hembras pasan primero, antes que el macho se aventure, el cual siempre toma más precauciones, procurando disimularse mejor entre el follaje que sus compañeras.
Caminé algún trecho dentro del bosque, siguiendo senderos cenagosos abiertos por los carboneros, y descubrí muchos insectos bellos y curiosos. Entre las numerosas y más características mariposas de la América tropical, se encontraban las grandes y azuladas Morphos y las Helicónidas, delgadas, con las débiles alas rayadas y manchadas de amarillo, rojo y negro. Entre los escara- bajos descubrí un curioso longicornio, Desmiphora fasciculata, cubierto de largos pelos café y negros y muy parecido a las pilosas orugas cortas y gruesas, que son comunes en los matorrales. Otras especies muy similares se esconden bajo las ramas y troncos caídos, pero ésta se halla muy adherida y expuesta entre las hojas, con sus antenas replegadas contra su cuerpo; su parecido con una oruga era tal, que me engañó al principio. Es bien sabido que los pájaros insectívoros respetan una oruga pilosa, y éste es uno de los innumerables ejemplos que existen de insectos con protección especial contra sus enemigos, que son imitados por otros de diferentes géneros y aún de distintos órdenes. De la misma manera, avispas y hormigas ponzoñosas tienen un gran número de imitadores entre las polillas, escarabajos y otros bichos; podría relatar muchos hechos curiosos en relación con estas imitaciones miméticas.
Para aquellos que desconocen las admirables anotaciones del señor Bates[4] sobre formas miméticas, debo aclarar que cuando hablamos de una especie que "imita" a otra, no queremos dar a entender que tal situación es el resultado de un acto consciente. Se usa tal palabra a falta de un término que debería ser acuñado para expresar tal idea. En efecto las engañosas similitudes entre los insectos se originaron, de acuerdo con los sostenedores de la teoría del origen de las especies, por la selección natural, a partir de ciertas variedades de una especie que tenían cierto parecido con otra, poseedora de medios especiales de protección, logrando por tanto evadir a sus enemigos gracias a esta inconsciente imitación. El parecido que en un principio era quizá remoto, en el curso de las edades fue progresivamente intensificándose en las variedades imitadoras, hasta que adquirieron la forma, el color o los movimientos más ajustados a los de la especie imitada. Estos parecidos se presentan no solamente entre insectos de diferentes géneros y órdenes, sino que también entre insectos y flores, hojas, ramitas y cortezas; y entre insectos y objetos inanimados. También sirven a menudo estas imitaciones para encubrimientos, como el caso de las hojas imitadas por insectos de aspecto folioso y por muchas mariposas; o para engaño, que permite a la especie predadora acercarse a su presa, como esas arañas parecidas a los pétalos de las flores entre las que se esconden.
Para no volver a insistir sobre mis experiencias en Greytown, mencionaré aquí una visita posterior que hice a ese lugar. En esa ocasión cabalgué unas pocas millas hacia el norte a lo largo de la playa. A mi regreso, até el caballo y caminé aproximadamente una milla sobre el banco arenoso, que se extiende hasta la desembocadura del río. Un canal largo y profundo es sitio favorito de los lagartos. En el extremo de una punta arenosa, donde crecen algunos arbustos, observé varios objetos oscuros cerca del agua. Se trataba de lagartos tostándose al sol. Al acercarme, la mayoría se arrastró al agua. Para conseguir una calavera de unos de estos monstruos, pocos días antes el señor Hollenbeck había estado cazándolos con un rifle; yo me tropecé con uno de los que él había tirado. A medida que avanzaba sobre la playa, encontré muchos de no menos de quince pies de longitud. Uno descansaba inmóvil. Creyéndolo muerto, caminé hacia él, cuando a unas tres yardas, noté que la membrana del ojo se movía. Salvo esta indicación, estaba completamente quieto, proyectando sus dientes por fuera de sus labios, lo cual contribuía a su marcada fealdad y le daba apariencia de muerto. No cabía duda, sin embargo, acerca del movimiento de la membrana que le cubría el ojo. Me devolví por ahí cerca buscando un leño para lanzárselo, pero cuando regresé, el animal había desaparecido bajo el agua. Un hábito de los lagartos es descansar completamente inmóviles para capturar a los animales que se les acercan. Si el que encontré estaba esperando que me aproximara dentro del radio de su poderosa cola, nunca lo sabré; pero tuve la sensación de que había escapado de un gran peligro. Es curioso notar la audacia de estos animales: pocos días después que el señor Hollenbeck había estado disparándoles, no menos de veinte estaban en medio de la corriente; al flotar parecían leños en el agua, excepto uno que sacaba la cabeza para dar un bramido como de toro.
Algunas veces matan terneros y potrillos y, según me dijeron, uno había cogido un caballo adulto, pero en el forcejeo algunos nativos corrieron a rescatarlo y lo salvaron de que lo arrastrara al agua y lo ahogara. Supe de varias historias de personas víctimas de los lagartos, pero sólo una era fidedigna. Me la contó el jefe de la excelente Misión Morava en Bluefields, testigo del suceso. Un domingo, después del servicio en la capilla, varios muchachos fueron a bañarse al río, que en esa época estaba muy lodoso. El primero en zambullirse, un muchacho de unos doce años, fue inmediatamente atrapado por un gran lagarto y arrastrado bajo el agua. Mi informante y otros lo siguieron en una canoa, para recobrar finalmente el cuerpo sin vida. El lagarto no puede devorar a sus presas debajo del agua, pero las arrastra a tierra, después que las ha ahogado. Se dice además que captura saínos en el bosque cerca del río, donde yacen semienterrados. Cuando los cerdos se acercan husmeando el suelo, el lagarto se queda inmóvil hasta que uno se pone a su alcance; entonces lo atrapa y arrastra al río. También se les ve en días calurosos dormitando con las fauces ampliamente abiertas, entre leños y sobre penínsulas arenosas. Los nativos creen que están cazando moscas, que en gran número son atraídas por su saliva, y que, cuando han colectado suficientes, cierran la quijada y las atrapan. Posiblemente se trata de una suposición, pues en todos los países semi civilizados que he visitado me he encontrado con que los nativos, renuentes a admitir su ignorancia, inventan cualquier explicación, que más bien la pone de manifiesto.
[1] Jacaná, Jacana spinosa, conocido en Nicaragua con el nombre de "gallinita de playa". (N. d. T.)
[2] Tilladsia usnoides, parásita que cuelga como "paste" de las ramas de los árboles. También la llaman "Barba de Viejo". (N. d. T.)
[3] Este pájaro es el llamado "Sargento", habitante común de la vertiente húmeda del Caribe de Nicaragua. (N. d. T.)
[4] Henry Walter Bates. The Naturalist in the Amazon River.
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