La Dramática Vida de Rubén Darío - 4


Capítulo IV


EL CANTOR DE BOLÍVAR


Algo logran reunirle los amigos y con eso toma pasaje en Corinto para el puerto de La Libertad de El Salvador.1
Temprano del mes de agosto de 1882 pone pie en la tierra hermana, e inmediatamente va a la oficina de telégrafos para enviar un mensaje al poeta Joaquín Méndez.2 Ya han cultivado amistad por correspondencia, y a la sazón Méndez es secretario privado del Presidente Rafael Zaldívar.3 Recibe el telegrama estando a la mesa en un banquete al que asiste Zaldívar y allí mismo le muestra el mensaje de Rubén, y el presidente le ordena atenderlo con toda amplitud.
El secretario le contesta dándole la bienvenida, lo invita a que pase a la capital donde el mandatario tendrá gusto de recibirlo.
El doctor Rafael Zaldívar, presidente del El Salvador, es un diplomático exquisito, político astuto, que logra mantenerse en la Presidencia con el apoyo del general Justo Rufino Barrios, Presidente de Guatemala y caluroso partidario de la Unión Centroamericana, lado que explota aquel, haciéndole sentir su simpatía por la magna causa. Pero Zaldívar en el fondo es separatista y ha de traicionar su palabra empeñada en cooperar al restablecimiento de la Federación. Rubén dirá de él que era “tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien habiendo sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no debo sino alabanzas y agradecimientos.”
Se hospeda en el mejor hotel, el de un cantante italiano, Egisto Petrilli, en donde puede degustar, con apetito de buen gourmet, ricos platos italianos, magníficos vinos y rubio champaña.
Introducido por Méndez, el Presidente lo recibe con expresiones afectuosas, celebra sus versos, le ofrece su protección y le pregunta qué desea:
—Quiero tener una buena posición social, señor.
—Eso depende de usted.
Esta sincera contestación revela la atracción que ejerce el alto mundo social en él con su elegancia, sus convenciones y jerarquías. Ya su sensibilidad se acusa débil por las cosas olientes a aristocracia.
 Se halla instalado en el hotel cuando se le avisa que el director de Policía lo busca en nombre del Dr. Zaldívar:
—Vengo por orden del señor Presidente a entregarle esto.
Y pone en sus manos un fajo de quinientos pesos plata. Rubén se siente como en un paraíso artificial bajo la acción de una droga mágica. No todo ha de ser decepciones en su vida, y si por las musas ha tenido desengaños en Nicaragua, por las musas goza en El Salvador de esta euforia que hace latir su corazón con presura y convierte en una hornalla volcánica su imaginación. Aprende que es en tierra ajena donde se puede ser profeta, aunque El Salvador no lo es por razones históricas obvias. Ya podrá trocar su “pretérita indumentaria” por un traje a la derniére, hacer que un fígaro le monde y peine y unte de oliente grasa su cabellera, que hermosas cortesanas decoren su mesa a la hora de los espumantes moscatos y que los poetas jóvenes que lleguen a saludarlo como camaradas en el dulce oficio de cantar, sean sus invitados. Pensar todo eso y ponerlo en acción ha durado un santiamén, de tal manera que los quinientos duros se agotan como un vaso de agua bebido con sed.
Por razones que tienen que ver con la formación histórica de los pueblos hispanoamericanos, muchos fenómenos políticos y culturales se producen simultáneamente en ellos. Esta es la época de la fundación de academias y ateneos, y en El Salvador desde 1870 existe una asociación vigilante de la pureza idiomática, que en 1873 fue reconocida por la veneranda de Madrid.4 Cuando Rubén llega, las letras tienen hogar amplio en la Sociedad Científica Literaria La Juventud, creada en 1881.5 Por varios años, viejos y jóvenes conviven en la revista La Juventud, aquellos ilustrando al público con artículos serios sobre diversas ciencias, que firman Santiago I. Barberena, Darío González, David J. Guzmán, Ireneo Chacón, y estos que queman sus bengalas todavía románticas como discípulos del trovador español Fernando Velarde, quien por varios años plantó su tienda en San Salvador donde hizo escuela como poeta y fundó un centro escolar como docente.
En efecto, cuando Rubén otea el ambiente intelectual advierte la huella de Velarde en los jóvenes; solo Francisco Gavidia se ha mantenido indemne al contagio pandémico del romanticismo exacerbado del español.6 Rubén reconoce que Gavidia es también a la vez que el mejor dotado poéticamente, el más serio, estudioso, y por esto el poseedor de un capital de cultura mayor. No ha podido menos que complacerlo la condición autodidáctica que es tangente de la suya, pues Gavidia, aunque pisó el suelo universitario en un intento de hacerse abogado, luego volvió por el camino de su vocación al reclamo de la poesía.
Varias composiciones de Darío han sido reproducidas antes de su llegada,7 y una de ellas, la oda “A Víctor Hugo” fue presentada por Román Mayorga Rivas8 con elogios que despertaron admiración de Darío. Dijo Mayorga Rivas9: “A más de un lector le parecerá increíble que el autor de esta oda sea un niño que aún no ha cumplido quince años de edad. Rubén Darío es la esperanza más risueña del Parnaso nicaragüense, y a su edad, pocos, muy pocos en Centroamérica han alcanzado un éxito tan brillante en el altar del arte. Sus ensayos poéticos revelan el gran numen que le inspira, y reúne a una inteligencia clara, un sentimentalismo delicado...”
En ir y venir con amigos literarios y paisanos pasan las primeras semanas; para el 15 de septiembre, día nacional de Centroamérica, se prepara una gran velada lírico-literaria, y para tomar parte en ella de una manera original, Román Mayorga Rivas y Rubén se proponen escribir un diálogo en verso para leerlo entonces.10 Los directivos de la Sociedad La Juventud, que organizan el homenaje a la patria, acogen con entusiasmo la idea; ellos saben que hay cierta curiosidad pública por conocer al poeta de quince años de edad, y dentro de pocos días van a satisfacer esa curiosidad al oírlo departir en verso con su coterráneo leonés de veintiuno. Eligen el tema favorito de su edad: el amor. Rubén exalta el amor campesino y Román el citadino; los maestros Juan Aberle y Rafael Olmedo ponen un fondo musical de melopeya al recitado, que aumenta agradablemente el efecto acústico. Empieza:

—Rubén: Román, nuestros corazones
ven de amor distintos campos.
—Román: Sí, tú el amor de los campos,
Yo el amor de los salones.

Sí es cierto que en el retiro
de alguna selva callada
goza el alma enamorada
en exhalar un suspiro;

pero en medio de la fiesta
y al compás de alegre danza,
se ve brillar la esperanza
en una noche como esta.

Aunque es un juego de rimas, cada poeta procura agotar el elogio del amor, el vivido en la fronda, el uno, y el sentido en la ciudad, el otro, y por eso el parlamento se prolonga más en cada turno. Rubén no tiene que coaccionar a su musa, que está lista como un grifo para verter chorros de versos al instarla; no está en la misma situación Mayorga Rivas, pero sus redondillas surgen naturales, correctas y con la vibrante sonoridad de los octosílabos consonantes. Tiene el gentil cuidado de hacer una cortesía a los músicos acompañantes que oyen sus nombres en una sextilla dedicada a ellos:

La guitarra castellana,
el son de la guzla mora
y la cuerda vibradora
del dulce Aberle y de Olmedo,
traducen en ritmo ledo
de amor la voz seductora.

Cuando los poetas consideran que con lo escrito es bastante para divertir al auditorio, cierran su canto al alimón en esta forma:
—Román: Amor del salón, lucientes
fulgores del medio día

—Rubén: Dos rayos que Dios envía
de su fulgente diadema.

—Román: Guíalos fuerza suprema
en la mundana penumbra...

—Rubén: El uno apacible alumbra
y el otro radiante quema.

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Rubén colabora en revistas y periódicos, su pluma es solicitada para álbumes y abanicos, y emprende la hazaña intelectual de narrar en verso la evolución de la poesía castellana, siguiendo el ritmo de la evolución del vocabulario y de la forma.
Ya lo hemos visto en Nicaragua pergeñando estrofas— en la última página de El Romancero del Cid y El Centenario de Calderón, una décima allá y un soneto aquí —en castellano antañón; pero esta revista que pasa al desarrollo del castellano en su poesía desde el siglo XII al XIX, adoptando la morfología de las palabras, las formas sintácticas y métricas, es un suceso sobresaliente en la vida del autor. Acaba de poner en evidencia lo que ya hemos advertido en León, su cualidad más relevante, que es su flexibilidad mental y que ahora se muestra pasmosa.
Es probable que alguna biblioteca pública o privada le haya deparado el Tesoro del Parnaso español, de Manuel José Quintana, y su lectura lo haya soliviantado para lanzarse a tamaña empresa. Algo pudo leer en León y Managua, pero no en la colección Rivadeneira, que aún no ha llegado allá, ni en la Antología de poetas líricos castellanos, de Menéndez Pelayo, no publicada aún.
Empieza el poema con una estrofa de nueve versos, y en esta enésima son libres los tres primeros y con una sola consonancia los seis restantes. La medida es irregular como revela la balbuciente poesía del siglo XII. Los poetas representativos de cada siglo le sirven de dechados: Alfonso el Sabio, Juan de Mena, Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, época que caracteriza con un soneto a la manera de este poeta; Fray Luís de León, a quien evoca en las formas estróficas que inmortalizó en sus odas; Fernando de Herrera, Lope de Vega, Góngora, a quien celebra por sus cantos juveniles y censura por el culteranismo; Francisco de Quevedo, a quien también elogia en un soneto; Vicente Espinel, que lógicamente es recordado en una décima, la estrofa que él inventara; “Calderón de la Barca Admiración del Orbe”; Quintana es el jalón que encuentra después del desierto siglo XVIII, y entra a la centuria decimonona para mencionar a Hartzembuch, Ventura de la Vega, Fernando Velarde, Núñez de Arce, Manuel Bretón, Antonio de Trueba, hoy sepultado en el olvido; Campoamor y Bécquer, saludados ambos admirativamente. En la penúltima estancia logran acogida Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Mármol, Julio Arboleda, Andrés Bello, J. J. de Olmedo, José M. Heredia, José E. Caro, José Joaquín Palma y José Manuel Marroquín, todos americanos. El poema lo publica la Ilustración Centroamericana, elegante revista literaria que dirigen Gregorio Ruiz y Tiburcio G. Bonilla.11
El 9 de octubre fallece Álvaro Contreras, dejando a su esposa y a sus dos hijitas, Julia la mayor y Rafaela, la menor, de trece años de edad, inconsolables y en situación de desamparo. Rubén conoció a esta familia en León y oyó en una velada memorable para él, a Contreras; memorable porque compartió la tribuna con ese vibrante orador y con otro varón de palabra elocuente, Antonio Zambrana, y también con José Joaquín Palma, que leyó sus décimas de oro. Graves reflexiones se hace ante el cadáver de quien fuera hasta hace poco un instrumento de elocuencia que ha callado en la flor de su edad y de su talento, a los 40 años.
La Academia La Juventud da a Rubén el cometido de pronunciar un discurso en los funerales, y tan poco se cuida de prepararlo que se halla jugando billar cuando el féretro llega al cementerio. Un comisionado de llevarlo lo urge, y aun tiene que esperar que dé los últimos toques a la esferilla marfilina con ánimo tal vez de hacer una carambola. El poeta lleva en la mente una idea que a la pena agrega la indignación. La muerte del tribuno no ha sido natural: la cárcel le abrió sus puertas después de la oración cívica ante la estatua de Morazán. Se le acusó de atacar a las tiranías y Zaldívar se sintió marcado por sus palabras y como venganza, que no sanción legal que era improcedente, lo sometió al suplicio de hablar, hablar, hablar sin tregua, que allí estaban los verdugos para vejarlo cada vez que suspendía la obligada perorata. El orador enfermó de la garganta y seis meses después moría.12
Rubén vence su timidez, pone de lado el miedo y hace un breve panegírico del ilustre muerto, que termina así:
“... Y no tuvo discursos oficiales; porque la blanca limpidez de su conciencia alejó anticipadamente esas ofensas vestidas de levita traslapada.”13
En San Salvador se ve frecuentemente con Román Mayorga Rivas, el poeta leonés y Pedro Ortiz, el vibrante periodista nicaragüense, natural de la Segovia, compatriotas suyos y camaradas en el oficio de las letras, Ortiz hace de Quirón en su vida privada como Méndez en las esferas oficiales, y Mayorga Rivas le sirve de cicerone en el mundo social. Se encuentra en San Salvador también con el doctor José Leonard, el polaco inquieto e ilustre que había sido profesor suyo en el Instituto de León. Sus amigos lo incorporan a la Sociedad La Juventud, de que forman parte Francisco Gavidia, Carlos A. Imendia, Joaquín Méndez, Juan José Bernal, Vicente Acosta, Manuel Calderón y varios más; pero desdeñoso desde entonces de las academias, no se interesa por sus actividades.
Traba amistad con el periodista ecuatoriano Federico Proaño, con Hildebrando y Enrique Martí, patriotas cubanos en exilio, y con Angulo Guridi, que llegará a ser considerado como patriarca de las letras dominicanas. Un amigo adquiere que habrá de tener significación en su vida, es el poeta y militar salvadoreño general Juan J. Cañas, y estrecha la amistad que desde en León tiene con la familia de Álvaro Contreras, recién fallecido.
En la sesión de ingreso a la Academia La Juventud lee unas páginas contra el romanticismo propagado por el poeta Fernando Velarde y sus imitadores salvadoreños, y ese es su primer grito de insurgencia literaria. Solo conocemos esta actitud por la referencia de Gavidia en el discurso con que le contestó y por un comentario posterior.14
Ninguna consecuencia vejatoria le ha producido el discurso necrológico, y la vida grata que le hacen sus amigos continúa. En casa de la señora Refugio de Arbizu se celebran tertulias de escritores y artistas, y Rubén es concurrente habitual.15 Pica la curiosidad su timidez y su extraño silencio, ¡si hasta parece tonto!, y tiene salidas excéntricas que no hacen suponer que sea el mismo que de repente cuenta una historieta en verso e inventa sucesos que refiere con detalles que les comunican colores de veracidad. Lo que es Adriana tiene un testimonio de su talento en su álbum donde en un santiamén escribió para ella unas cuantas estrofas. Allí llegan Esteban Castro, que preside la Sociedad La Juventud, Francisco Gavidia, Román Mayorga Rivas, Joaquín Méndez, Miguel Plácido Peña, Manuel Mayorga, Enrique Martí, Napoleón F. Lara, de vez en cuando los músicos Juan Aberle y su colega Olmedo, y otros señores del mundo político y social. Otro hogar que visita es el del general Juan José Cañas, quien además es diplomático y también poeta; tiene una hija que adora y por tanto es entendido que Rubén escribe en su álbum profusión de versos, reiteradamente.
El poeta Bernal, uno de los militantes de la lira en La Juventud, tocado de misticismo, ingresa a un seminario para ordenarse sacerdote.16
El hecho lo comentan en diversos tonos en los círculos literarios. Rubén recoge aquellos rumores en estas estrofas:

Bernal17

Bernal ya es sacerdote. —¡Desgraciado!
Bernal ya es sacerdote. —¡Qué espantoso!

—En labrárse su ruina qué afanoso!
—En huir de sus laureles qué porfiado!
—Un porvenir y gloria ha despreciado!
—Es un loco no más; es lastimoso!
—Cómo corre, miradle, presuroso
a un hondo abismo. ¡Detente, desastrado!

Tal grita el mundo en sus delirios vanos
al mirar de Bernal el santo anhelo!
él sigue con la fe de los cristianos
por el camino que conduce al cielo;
y mientras tanto Dios baja a sus manos
y le infunde vigor, paz y consuelo.

Francisco Gavidia, algunos años mayor que Darío, además de inspirado poeta, es un hondo conocedor de lenguas clásicas y modernas. En América se está en la era de Hugo, y Gavidia lo conoce más que todos en Centroamérica. Su fino oído ha percibido en el verso alejandrino francés una armonía más rica, que procede del ritmo más cambiante como efecto de la diversa posición de los acentos y de la movilidad de la cesura. El alejandrino español es rígido y monótono por su estructura inflexible, debido a la fijeza de sus acentos.18
El propio Gavidia no apreció el valor rítmico del alejandrino francés cuando su profesora le leía poemas franceses; entonces le sonaban a “prosa distribuida en renglones iguales”. Pero cuando se familiariza con la lengua gala y se deleita con Les Châtiments, de Víctor Hugo, experimenta un estremecedor deslumbramiento, y quiere que sus amigos participen del conocimiento de la novedad. Primero lee los alejandrinos franceses a los intelectuales de más edad, a los señores doctores que conocen el francés, tales como Manuel Delgado, Darío González, Santiago Ignacio Barberena y Dr. Urbano Palacios; a los de un poco menos edad, poetas y escritores como Antonio Najarro, Calixto Velado, Manuel J. Barriere, J. Mariano Cáceres, Belisario Calderón, y en fin, a sus coetáneos Rafael Cabrera, Napoleón F. Lara, Miguel Plácido Peña, Joaquín Méndez, Joaquín Aragón y Manuel Mayorga. Pero todos los oyen como a la lluvia que cae. También los lee a Rubén Darío y este lo escucha con la atención que merece un suceso extraordinario. Su oído percibe en el noble metro huguesco una modalidad estructural inexistente en español. El humilde cuarto de Gavidia se convierte en capilla que Rubén frecuenta, a veces acompañado de Mayorga Rivas y Joaquín Méndez o con otros, o solo, que es lo que prefiere cuando quiere oír más lecturas de Víctor Hugo hechas por Gavidia, y examinar con el texto en la mano verso a verso para verificar las primeras impresiones. No hay duda, dos sucesos trascendentales han tenido lugar un día —¡luminosas e ignoradas calendas de la cultura hispánica!— Gavidia ha hecho un hallazgo extraordinario, y Darío ha concebido la innovación de la poesía en habla española.
Un verso golpea sus ojos de manera especial; es un alejandrino de dos palabras:

Rebruniquecherait, Nabuchodonossor.

Inmediatamente se absorbe en el empeño de construir alejandrinos franceses con materiales castellanos. Las hojas de papel se van yuxtaponiendo y está lejos del fin cuando ya tiene un mamotreto cuajado de versos. Deseoso de mostrarlos a Gavidia, va a su casa. El descubridor del secreto métrico reconoce que Darío acaba de vaciar la melodía del español en el molde del alejandrino francés. A su vez se asombra de ver versos como estos:

   No le temas, ¡oh yerba que desconoce el prado!
témele tú, robusto monocotiledón.

Embrujado de contento Darío no cesa de ensayar en español el alejandrino a la francesa, y un poema que acaba de escribir lo lleva al Diario del Comercio. Allí están Mayorga Rivas, cofundador de ese periódico, y su compañero Francisco Castañeda, un hombre ilustrado que se sabe bien su Quintiliano y mejor a su José Gómez de Hermosilla. Para qué decir que no ignora el Art Poétique de Boileau y mucho menos la Epístola a los Pisones de Horacio, y por desgracia lo que más sabe es lo que ha leído en un preceptista español, que el castellano no admite versos de catorce sílabas; y he ahí a ese mozalbete que le presenta un poema en ese verso imitando, a quien admira por los poemas que ha publicado, como esa imitación de autores clásicos que es “La poesía castellana”, que ha leído en la Ilustración Centroamericana; pero no vence su repugnancia y apenas da acogida a su poema en la página de anuncios comerciales del Diario del Comercio. Gavidia lo lee allí y es él ahora quien no domina su enojo y se encamina hacia Castañeda para protestarle. De todas maneras, ese rincón periodístico de anuncios fenicios, queda iluminado con luz de gloria por ser la ubicación del primer poema en versos alejandrinos a la francesa publicados en español.
La reforma métrica de la poesía castellana se inicia así en una casa de San Salvador, 8.va Calle Poniente, antaño avenida de San José. Gavidia explota también la mina que ha descubierto y traduce primero el poema de Hugo “Stella”; después compone un poema original que titula “El idilio de la selva”, en la forma que, según su ya respetable autoridad, debe ser la del alejandrino francés en la poética española.
Se opera en San Salvador uno de los incidentes que originan corrientes filosóficas, artísticas, literarias o científicas, que cambian el panorama de un aspecto de la cultura y a veces de toda ella. Un muchacho observa que la tapa de una cafetera se mueve al impulso de expansión del vapor de agua, y de esa nimia observación arranca la Revolución Industrial que transforma la civilización. El descubrimiento de Gavidia no es de tamaña extensión, pero tiene significado en la cultura literaria de millones de hablantes de español, pues para mayor gloria de esa cultura, Rubén Darío, está allí con aptitud de capitalizar el venturoso hallazgo.
El doctor Zaldívar no es centroamericanista cordial, pero finge serlo. El pueblo salvadoreño fue el más adicto al general Morazán, paladín de la Nacionalidad, de 1829 a 1842, y Zaldívar cedió a la presión popular, auspiciando la erección de una estatua al gran repúblico, con el máximo de solemnidad el 15 de marzo de 1882. En el acto de la inauguración, Álvaro Contreras pronuncia el discurso oficial, que resulta ser una de las piezas oratorias más hermosas que han dicho labios centroamericanos.
El decreto ejecutivo dice que “El 15 de marzo se declara de hoy en adelante gran fiesta cívica nacional”. Por eso en tal día de 1883 el pueblo y autoridades están congregadas ante el monumento al prócer de la nacionalidad centroamericana, ofreciéndole el homenaje de su férvida admiración. Los que asistieron a la inauguración sienten que el tímpano les vibra de nuevo al recordar el discurso del verboso Contreras: “Estamos ante la personificación en bronce del primer héroe centroamericano. El cincel del artista ha venido a inmortalizar la noble imagen del hombre extraordinario que por maravillosa manera supo improvisarse el señor de la victoria, el numen del patriotismo, el genio de la libertad, el inmortal favorito de la gloria. Desde que Morazán entra en escena deja de ser un hombre para convertirse en una misión...” La banda militar ejecuta marchas de guerra, los escolares sacan de sus gargantas el “¡Himno a Morazán!” los ¡hurras! al dios lar de la Patria centroamericana, contagian de entusiasmo cívico a Rubén, que está presente con otros intelectuales, y también ofrece su homenaje al héroe con el soneto “Ante la estatua de Morazán”:

Allá en la hermosa tierra del Oriente,
cuando Febo sus rayos encendía
la estatua de Memnón frases decía
en un lenguaje incomprensible, ingente.

Cuando de Unión el Sol resplandeciente
en su orto anuncia el venturoso día,
que al Centro de la América
y llene de entusiasmo un Continente,

y cuando el grito por doquier se extienda
que dé la Buena Nueva a todo el mundo
y en cada pecho el patriotismo encienda,

con ardimiento férvido y profundo:
un himno cantará de gloria entonces
lleno de vida el insensible bronce.19

Bellos días de su adolescencia vive el poeta, pero he aquí que su imaginación y su libido de consuno lo lanzan a una aventura.
Vive en el mismo hotel que él habita, una bella artista que goza de los favores presidenciales. Rubén la ha visto y admirado, y una noche, los amigos que suelen acompañarlo se retiran, se acuerda de la diva, y con la audacia que le da el alcohol se va a su cuarto con la intención de hacerle un amoroso reclamo.20 Un escándalo es lo que provoca y una reacción desfavorable de Zaldívar, que envía al director de Policía con recado muy diferente del primero:
—Joven, aliste sus maletas, y por orden del señor Presidente sígame.
Y lo conduce al Instituto Secundario de que es director el doctor Rafael Reyes.
—Que no deje usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo con él.
Rubén dice para sí:
—Estoy perdido.
Y el director:
—Amiguito, no encontrará usted en mí severidad, sino amistad; pórtese bien; dará usted una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es orden estricta del señor Presidente.
Y por primera vez en su vida ejerce funciones docentes “el ser menos pedagógico del mundo”. Su curso de gramática consiste, más que en enseñar ortografía, sintaxis y prosodia, en declamar versos propios y ajenos. También se dedica el novel pedagogo al extraño solaz de magnetizar a sus discípulos. Cierta vez, la influencia magnética es tan profunda que el dormido no despierta sino cuando a otro se le ocurre echarle agua. Varios meses está nuestro poeta en este encierro. El doctor Reyes le quiere bien, es hombre de letras, historiador y además hace versos.
Pocos meses, pero que él los siente largos como años, permanece cumpliendo la sanción presidencial y libre del encierro vuelve a los carriles en que su vida bohemia gusta más transitar.
No cabe duda de que Joaquín Méndez, que conoce la penuria crónica de Rubén, procura acercarlo de nuevo al Presidente. ¿Y cuál es el recurso para un poeta pobre, y tan joven, si no es ofrecer versos a quien ya lo ha protegido?
Rubén corresponde a la insinuación de su amigo con una carantoña lírica en estrofas de atrevida forma, pues son duodécimas heptasílabas con los versos segundo y cuarto; cuarto y octavo, y décimo, sexto y duodécimo, consonantes y los demás libres y esdrújulos. La “Alegoría” debe agradar a Zaldívar, que es dibujado en ella como hábil piloto que conduce airoso la nave del Estado. Darío usa un tono novedoso dentro de su producción:

Alegoría 21

Al señor doctor don Rafael Zaldívar

En el océano férvido
boga débil barquilla,
partiendo la ola indómita
con su afilada quilla,
y se oye luego rápida
la voz del huracán;
el cielo entoldan, lúgubres,
obscurecidas nieblas,
y tienden, agitándolas,
sus alas de tinieblas
que en el espacio lóbrego
flotando raudas van.
Allí el piloto guíala
con su pericia y tino,
y va la barca plácida
como el alción marino
que cruza entre los céfiros
por la extensión del mar...
Y los que van mirándola
cómo las aguas hiende,
con luz radiante y vívida
su corazón se enciende;
no guardan en su espíritu
temor de zozobrar.

Mas el que airoso llévala
por las olas sonantes,
quiere soltar el áncora
y las velas vibrantes,
y ver al bajel solo,
dejando su timón.
¡Guay! si el piloto déjalo;
que presto en las espumas,
al empuje del ábrego
que va rasgando brumas,
irá el bajel hundiéndose
en honda confusión.

¡Piloto!, oye las súplicas
de los que van en ella;
no la abandones, guíala...
Tú conoces la estrella
que al nauta enseña, lúcida,
lugar de salvación;
no, no botes el áncora,
mira que va a perderse,
ya las olas agítanse
y van a enfurecerse;
¡la barca es preciosísima
cuando es una nación!


Estás en el océano,
piloto, con tu barca;
el horizonte espléndido
tu vista ahora abarca...
Prosigue tú, impertérrito,
midiendo la extensión;
que si el furor del ábrego
no rompe el mastelero
guía la barca plácida
el hábil marinero,
que soplan halagándole
auras de bendición.


El mes siguiente, inesperadamente recibe una nueva orden del Presidente Zaldívar, orden que barrunta felicidad y en la cual algo ha tenido que ver la acariciante “Alegoría”. El Presidente le hace saber que el natalicio del Libertador Simón Bolívar va a ser celebrado solemnemente por su gobierno con una gran velada que se efectuará el 24 de julio, y quiere que él tenga a su cargo la apertura del gran homenaje con un poema. Se ha dado la orden también para que se le haga un frac a su medida. Estas novedades le saben a caricia de gloria, y se pone a trabajar. Ya ha leído el magnífico ensayo de Montalvo sobre “los héroes de la Independencia americana”, en los “Siete Tratados”; se documenta más, medita sobre la forma de la oda, si pindárica u horaciana, y determina los elementos conceptuales que han de constituir la sustancia ideológica. En su mente las imágenes, las metáforas, los ritmos empiezan a agitarse revoloteantes como pájaros que pugnan por salir de su jaula para incorporarse a la vida universal, y al fin escribe su “Oda al libertador Bolívar” en cincuenta y una estrofas horacianas, que más tarde calificará de bella, clásica, correcta.22 La noche de la solemne velada, el poeta de cuerpo larguirucho, de tez pálida y de negros ojos, solares por su brillo, se encamina reposadamente hacia la tribuna y lee:

Vibre el plectro sonoro
que haga temblar la cítara en la mano,
y en armonioso coro,
un himno soberano
resuene en la extensión del mundo indiano.

Del libre el pecho ardiente,
un grito exhale de entusiasmo y gloria:
que ahora surge esplendente
a la faz de la historia,
Bolívar, el titán de la victoria.

¡Salve al cóndor andino
que al Chimborazo arrebató su llama!
¡Salve al genio divino
que calmó el torbellino
en medio del hervor del Tequendama!

De luz la sien ceñida,
por el sol de la gloria abrillantada,
atravesó la vida:
gigante que anonada
con el rayo potente de su espada.

La enhiesta cordillera,
con sus duros peñones de granito,
fue para su bandera
pedestal, y ¡su grito
de libertad resuena en lo infinito!

Para héroe tan gigante,
no puede resonar cítara alguna
que ensalce lo bastante
su valor y fortuna;
pequeñas son la estatua y la columna.

Las naciones lo han visto:
sol fecundo en la paz, rayo en las lides;
redentor como Cristo,
fue de raza de Cides
y en su alma inmensa revivió Arístides.

Transfigurado pasa
llevando su estandarte que flamea;
en ardores se abrasa,
y pueblos libres crea
volando en su caballo de pelea.

Ofrecedle coronas
de mirto y de laurel, que ya ha vencido:
que ruede el Amazonas,
y al compás de su ruido
cantad al vencedor que ha redimido.

Brilla lejos, en el Norte,
el genio audaz de Bunker Hill tremendo,
mas, moderno Mavorte,
de Junín al estruendo,
Bolívar a la altura va ascendiendo.

Como se hincha la nube
y se enciende, tal brota el entusiasmo
al ver a aquel que sube,
siendo el asombro y pasmo
del pueblo que sacude su marasmo.

Él, águila altanera,
se remonta y al sol ve cara a cara;
él domina la esfera:
su alma de luz avara
al infinito va, y allí se para.

Libertad es aurora:
él hace que el sol brille refulgente,
y el cielo se colora,
y aparece esplendente
con fulgores de Dios sobre su frente.

Hiere la roca dura
y brota el manantial: ser en el caos;
corre la linfa pura:
¡sedientos, levantaos,
y corred a la fuente: id y saciaos!

Pasa el soldado fuerte
como anuncio de fe sobre la tierra,
y paz y dicha vierte,
y la sombra destierra
desde el carro de llamas de la guerra.

¡Bolívar! Alto nombre
que de justo entusiasmo el pecho inflama:
fue semidiós, no hombre:
ante el tiempo lo aclama
la sonora trompeta de la Fama.

La América garrida
hoy levanta un clamor que se dilata
de la vega florida
del Orinoco al Plata,
que turbulento su raudal desata.

Y ese clamor ya muere
del Nuevo Mundo en el jardín hermoso,
lo lanza el Magdalena,
y hoy se eleva glorioso
en la margen del Lempa caudaloso.

El pueblo heroico y grande
que se levanta altivo y soberano
a la vista del Ande:
el que a un rudo tirano
supo vencer en Coatepeque, ufano;

el pueblo que encendida
el alma lleva siempre, y agitada
con un fuego de vida;
por quien, nunca empañada,
Morazán levantó su limpia espada;

el pueblo que pregona
derecho y libertad, independiente;
y que su sien corona
con luz viva y fulgente
como las chispas de su Izalco ardiente;

la patria de Delgado,
de Angulo y otros cien bravos campeones;
el suelo que, agitado,
sus internas regiones
mantiene en gigantescas convulsiones;

la nación cariñosa
y hospitalaria, El Salvador, se llena
de galas, presurosa,
y une su voz serena
al concierto sublime que resuena

De América al hosanna
responde ahora el pueblo cuscatleco
con altivez ufana,
como responde seco,
el trueno al rayo y al retumbo el eco!

¡Une su voz al coro
que las naciones forman; al profundo
vibrar de arpas de oro,
con que al genio fecundo
celebra con ardor el Nuevo Mundo!

Bien haya el bendecido
pueblo, que sigue de la luz la senda;
y en anhelo cumplido,
a la paz da su ofrenda
olvidando el fragor de la contienda

Y hoy alza su himno al cielo
en donde luce el genio poderoso;
y al remontar el vuelo
a admirar al coloso,
saluda al porvenir esplendoroso.

Muéstrase soberano,
y yergue ahora la cabeza altiva;
y conduce en la mano
antorcha de luz viva,
llevando de la paz la verde oliva!

Tiene por fuerte arrimo
la industria que es la vida de la tierra;
grano recoge opimo
sin oír el que aterra,
rudo clamor de confusión de guerra.

Honor al Jefe probo
que hoy hace tributar digno homenaje
al que allá, en Carabobo,
con sublime coraje,
el yugo quebrantó del coloniaje!

Bolívar se levanta
con la aureola inmortal que orna su frente,
y coloca su planta
sobre el Ande; y ardiente
sonríe con amor al Continente.

Levanta el brazo fuerte,
que venció en Boyacá; lanza un acento
que en ardor se convierte;
y es su mirar, violento
relámpago que surca el firmamento.

Baja desde la altura
como fulgor la bendición sagrada
que Dios da con ternura;
y se mira adornada
a América, como una desposada!

Y la inmensa armonía
cruza el éter y pasa y va sonando,
y surge el nuevo día,
lleno de luces, cuando
la apoteosis del héroe va anunciando.

Y nace limpia lumbre
que consume y abrasa al anarquismo;
y domina la cumbre,
y se hunde el despotismo
en las fauces informes del abismo.

¡Hermoso panorama...!
¡Hoy se aviva del Héroe la memoria
al volar de la Fama,
y se viste de gloria
en el grandioso templo de la Historia!

La Libertad hermosa
en el cielo radiante se presenta
con mirada ardorosa;
la oscuridad ahuyenta
y el siniestro rugir de la tormenta.

Al infinito avanza
con severo ademán y paso inquieto;
empuña fuerte lanza,
y al tirano dan reto
su escudo brillador y su áureo peto.

¡Loor al héroe invencible
de la espada de fuego! ¡Al gran guerrero
prepotente y terrible,
que se admira, el primero,
al brillo inextinguible de su acero!

¡Gloria al que sus legiones
conduce victorioso en la batalla,
llevando sus pendones,
y al contrario avasalla
al tremendo rugir de la metralla!

¡Gloria al que ofrece vida,
a la codicia y al temor ajeno;
gloria eterna y crecida
al paladín sereno
que se anunció con el clarín del trueno!

¡Aún se escucha su grito
que del tirano el pedestal derrumba;
aún vese al héroe invicto;
aún la metralla zumba;
aún el estruendo de Junín retumba!

Ese nombre que brilla
es al tirano valladar y coto,
como del mar la orilla
al tremendo alboroto
de la onda hinchada que revuelve el noto.

¡Ay!, que por suerte aciaga,
hay también en los pueblos y naciones
agitación que amaga,
crudas revoluciones,
vértigo, tempestades y aquilones.

Pero ¡maldito sea
quien al pueblo mostrando falsa égida,
lo empuja a la pelea
y le arranca la vida
en medio de la lucha fratricida!

Si, ¡mil veces maldito
quien turbando la paz de un pueblo honrado,
lanza de guerra el grito,
y le quita el arado
para darle un puñal ensangrentado!

Pues las grandes naciones
que llevan de la luz el derrotero,
llenas de aspiraciones,
y que un brazo certero
las sabe conducir por buen sendero,

al progreso caminan
sin fijarse en mentidos oropeles
se agrandan e iluminan
y en expansiones fieles
al genio dan aplausos y laureles.

Ayer, aquí sagrado
a Morazán alzóse un monumento;
hoy, torneo elevado
del arte y del talento,
de Bolívar ofrécese el portento.

¡Bolívar! Las edades
escriben ese nombre, alto y bendito;
llevan las tempestades
ese poema escrito,
¡y se escucha un rumor en lo infinito!

Además, ha escrito el himno que se canta y cuya música la ha compuesto el maestro Aberle, italiano radicado desde hace pocos años atrás en El Salvador. Los versos hímnicos que los niños entonan dicen al Libertador:

   ¡Gloria al genio! A la faz de la tierra
de su idea corramos en pos,
que en su brazo hay ardores de guerra
y en su frente vislumbres de Dios.
   ¡Epopeya! No pinta la estrofa
del gran héroe la espléndida talla,
que en su airoso corcel de batalla
es su escudo firmeza y verdad
   Y subiendo la cima del Ande,
asomado al fulgor infinito
coronado de luz lanzó un grito
que resuena doquier ¡Libertad!

El éxito es completo, rotundo, clamoroso. El Presidente muy regocijado, lo hace llegar al palco presidencial para cumplimentarlo, y le gratifica con otros quinientos pesos.
Ebrio de gozo se dispone a estarlo también del áureo vino francés con sus cofrades y así lo hace.
La oda a Bolívar es el suceso literario del año. Los que conocen la edad del autor —dieciséis años— creen que están ante un nuevo “monstruo de la Naturaleza” que, como el otro, dejará una producción diluvial de versos. Todo el que sabe leer en El Salvador es lector de esta oda.
A su camarada lírico Joaquín Méndez, que en la primera juventud ha alcanzado la posición de secretario del gobernante, le paga la deuda de gratitud que ha contraído, con dieciocho redondillas suaves, espontáneas y melifluas, como prólogo a su libro de versos “La Aurora”.23
La munificencia presidencial no abre más sus caudales: Rubén vagabundea acompañado de otros adolescentes bohemios. Zaldívar preocupado en la campaña de su reelección presidencial, no se acuerda de él. El cortejo de sus desventuras de nuevo lo acompaña, y hasta la noticia de su muerte se esparce. Un periódico de Nicaragua da en esos días la información así: “A las musas centroamericanas damos nuestra expresión de dolor por la pérdida sufrida con la muerte del niño poeta, el joven Rubén Darío, natural de León, acaecida en El Salvador, a causa de penosísima enfermedad.”24
No ha muerto, pero sí enfermado gravemente de viruelas. El tremendo virus lo hace su presa en aciagos días de hambre e insomnio. Alejandro Salinas y otros amigos lo sacan del hospital y lo llevan a Santa Tecla, donde lo atiende la familia Cáceres Buitrago, consanguínea del prócer nicaragüense Pablo Buitrago, con la más cariñosa solicitud. Con las eficaces atenciones de las señoritas Cáceres Buitrago ha cooperado su vigorosa juventud, mas la debilidad en que lo sorprendió el ataque, consecuencia de los días inclementes que pasaba, permitió que la fiebre lo llevara hasta el delirio y la inconsciencia. El doctor Juan R. Gomar es el médico que dirige el tratamiento y lo hace con noble solicitud, que el enfermo reconoce en carta de gratitud que le escribe.25
Pasado el peligro e iniciada la convalecencia, permanece en la misma casa recogido en su lecho de enfermo. Lo primero que ha pedido son libros, y entre los que le llevan, la Biblia absorbe su interés. Después de leer el Cantar de los Cantares, hace que le proporcionen papel y lápiz, y escribe un soneto con ese título, en el cual usa el procedimiento enumerativo que consiste en frases formadas por sustantivo y adjetivo en sucesión, y en este caso, sin más que dos verbos en todo él.26
¿Amoríos? En su memoria queda el nombre de una agraciada moza de catorce años, Refugio, a quien dirige un piropo:27

   Las que se llaman Fidelia
deben tener mucha fe,
tú que te llamas Refugio,
Refugio, refugiamé.

...que la chica entiende y corresponde, aunque en forma romántica.

Un año de ausencia es lapso bastante para que las sandalias de romero se desgasten y para que la mochila de la experiencia aumente su volumen. En El Salvador ha sido amigo y protegido de un presidente, y en una forma que en su patria no ha gozado; en contraste, ha sabido de días sin pan, y una temible enfermedad le ha advertido que el organismo es frágil y la vida humana efímera. El imán del único hogar que posee, doña Bernarda y su casona, lo atrae. Lleva un saldo positivo de experiencia literaria, que es el conocimiento del verso alejandrino francés, y es lástima imponderable que no traiga consigo el legajo de alejandrinos que mostró a Gavidia, hechos como ensayo de adaptación a la poética española.28

 

NOTAS DEL CAPÍTULO IV


1.     Autobiografía XII. —Es uno de los capítulos más sintetizados de su libro. Trece meses y medio permaneció en El Salvador, que en la Autobiografía abarcan cuatro páginas, pero cuenta los episodios vitales como su entrevista con el presidente Zaldívar, las mercedes pecuniarias que le hizo; la velada en homenaje a Bolívar, el intento de aventura venusina con la actriz en su hotel y el efímero enamoramiento de Refugio. Como en los capítulos anteriores carece de orden cronológico exacto. Las omisiones, aunque de menos importancia, son bastante. En El Salvador no ha habido un dariísta que haga lo que Silva Castro en Chile, y quien más ha investigado, sobre todo el aspecto periodístico, es Diego Manuel Sequeira en Rubén Darío Criollo, período salvadoreño, que trata este lapso de agosto de 1882 a octubre de 1883, y la estadía de casi igual duración, de 1889 a 1890 en Rubén Darío Criollo en El Salvador. Editorial Hospicio, Managua, 1964.

2.     Joaquín Méndez (1865-1949) aseguró al Autor en Guatemala que Rubén lo telegrafió al desembarcar en La Libertad y que intercedió en su favor ante el Dr. Zaldívar en diversas ocasiones. De otras gestiones que hizo se informará en el Capítulo XXIII. Fue poeta, y Rubén puso una introducción en verso a su libro Aurora. En 1890 emigró a Guatemala donde ocupó cargos públicos y luego fue ministro en Washington

3.     Rafael Zaldívar (1834-1903), médico y político, fue presidente de El Salvador de 1876 a 1885, impuesto y sostenido por el dictador de Guatemala, general Justo Rufino Barrios, partidario de la unión política de Centroamérica, ideal que hipócritamente Zaldívar aparentaba sostener y se opuso a Barrios cuando este emprendió la guerra unionista de 1885, el héroe guatemalteco murió en la batalla de Chalchuapa, el 2 de abril, y el mismo año un movimiento revolucionario derrocó a Zaldívar; el nuevo presidente salvadoreño general Francisco Menéndez unionista, fue amigo de Darío como se dirá en el Cap. VIII.

4.     Juan Felipe Toruño: Desarrollo literario de El Salvador. Ministerio de Cultura. San Salvador. 1957. En las páginas 152 y 153 se refieren a la fundación de la Sociedad Científica Literaria La Juventud, la Academia Salvadoreña de la Lengua y la Academia de Ciencias y Bellas Letras.

5.     Francisco Gavidia, Joaquín Méndez y Román Mayorga Rivas, fueron los fundadores de la Sociedad Científica-Literaria La Juventud, según Mario Hernández Aguirre: Gavidia, Poesía, Literatura, Humanismo, San Salvador, 1965.

6.     Francisco Gavidia (1863-1955). Es el más alto exponente intelectual de El Salvador y uno de los pocos primeros de Centroamérica. Fue un políglota y polígrafo fecundo. Sus obras son numerosas en prosa y verso, y hasta tuvo la ocurrencia de crear un idioma que llamó Salvador en honor de su país. Su nombre está inmortalmente vinculado a la iniciación del modernismo como descubridor de las características del verso alejandrino francés y su inmediata adaptación al español simultáneamente con Rubén Darío quien fue el primero en hacerle justicia en su Autobiografía XVIII.

7.     Los poemas de Rubén Darío reproducidos y algunos publicados por primer7a vez en El Salvador son “A Víctor Hugo”, “Clase”, “Lo que yo te daría”.

8.     R. D. “A Víctor Hugo” Presentación Román Mayorga Rivas, en Sequeira II.

9.     Román Mayorga Rivas (1860-1925). Nació en León, muy joven se trasladó a El Salvador donde escribió sus primeros artículos y versos; regresó a Nicaragua ya con fama de poeta e intimó con Darío, entonces poeta niño. Fundó en Granada el periódico El Independiente (1885) con Carlos Selva; regresó a San Salvador donde nuevamente se relacionó con Rubén. Fundó con Francisco Castañeda el Diario del Comercio; fue uno de los fundadores de la Academia La Juventud; viajó a Estados Unidos, y otra vez a Nicaragua en donde fue subsecretario de Relaciones Exteriores, y por fin radicóse definitivamente en San Salvador donde fundó el Diario del Salvador (1895), el más importante de Centroamérica por muchos años. Publicó: Guirnalda Salvadoreña (antología) en tres tomos (1881-1886), Viejo y Nuevo, traducciones del inglés.

10.   Emilio Rodríguez Demorizi: Papeles de Rubén Darío. Editora del Caribe, Santo Domingo, 1969. Reproduce el diálogo en verso de Román Mayorga Rivas y Rubén Darío, leído en la velada de la Academia La Juventud celebrada en el Teatro Nacional de San Salvador, el 15 de setiembre de 1882.

11.   La poesía castellana apareció en Ilustración Centroamericana, el 15 de octubre de 1882. Ya en León, Darío había leído el “Romancero del Cid” y posiblemente algún Cancionero; pero la Colección de Poesías Selectas Castellanas recogidas y ordenadas por Manuel José Quintana, cuya segunda edición es de 1830, la usó para la elaboración de su poema; la comparación hace suponer que Darío tuvo a la vista la colección de Quintana; esta puede leerse ahora en la publicada con el título de Tesoro del Parnaso Español, por Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1949.

12.   Rómulo E. Durón. Honduras Literaria. Colección de escritos en prosa y verso. Precedidos de apuntes biográficos por... Escritos en prosa, T. II. Publicaciones del Ministerio de Educación Pública de la República de Honduras. América Central. Tegucigalpa, 1958. Señala las fechas de nacimiento y muerte de Álvaro Contreras: 1839-1882, pero nada dice de las circunstancias de ese doloroso deceso. María Teresa Sánchez: “El poeta pregunta por Stella”, refiere la prisión y tortura de Contreras. Ambos autores yerran en la fecha del discurso en la inauguración de la estatua de Morazán, al decir que fue el 15 de septiembre en vez de la exacta que es 15 de marzo de 1882.

13.   Rafael González Sol: Álvaro Contreras y Rubén Darío. “Una frase mordaz y oportuna”. En Papeles de Rubén Darío, por Emilio Rodríguez Demorizi, Santo Domingo, 1969.

14.   Francisco Gavidia: Discurso de contestación al de Rubén Darío por ser recibido como miembro de la Academia La Juventud. Lo reproducen Roberto Armijo y José Napoleón Rodríguez Ruiz en Francisco Gavidia. La odisea de su genio, San Salvador, 1965, sin indicar la procedencia. Probablemente fue publicado en la revista La Juventud e igualmente el de Darío, que no ha sido posible encontrar. Es por el de Gavidia que sabemos que la tesis de Rubén fue combatir a Velarde y la manía de “andar manoseando estilos y gustos ajenos”.

15.   De las tertulias en casa de la familia Arbizú informa Diario del Salvador, San Salvador, 13 de febrero de 1916, en artículo sin firma —probablemente de su director R. Mayorga Rivas— en que refiere algo de la vida de Rubén en San Salvador; las tertulias en casa de doña Refugio Arbizú, la aptitud de Rubén como improvisador repentista en verso y detalles de su carácter.
16.   Juan José Bernal (1849-1909). Poeta salvadoreño que prometió ser un hito importante en la evolución poética de El Salvador, pero era más fuerte en él la religiosidad y paró en el sacerdocio. Dejó poesías dispersas en publicaciones de su tiempo. Publicó “Recuerdos de Tierra Santa” y “Los Evangelistas”, bocetos bíblicos (Toruño; El desarrollo literario de El Salvador, 1957).

17.   R. D. Bernal. La Linterna, N.º 11. San Salvador, 10 de diciembre de 1882. Sequeira I.

18.   Introducción del alejandrino. El autor cree ser el primero que copió de la revista La Quincena —Director Vicente Acosta —T. II. N.º 19, San Salvador, 1904, en agosto de 1944 y publicado —la parte pertinente— en la primera edición de este libro, Guatemala, 1952, el artículo de D. Francisco Gavidia “Historia de la introducción del verso alejandrino francés en el castellano”. Ni este artículo de Gavidia, ni la aseveración de Darío sobre la iniciación del conocimiento del alejandrino francés gracias al poeta salvadoreño, provocaron ninguna discusión en El Salvador ni en ninguna parte. Fue después de la muerte de Rubén cuando empezaron a aparecer los estudios de su métrica y el alejandrino fue ya objeto de atención; pero se omitía el nombre de Gavidia generalmente, o se le mencionaba apenas; pero ni cuando murió éste en San Salvador en 1955 se pasó de los honores oficiales y académicos usuales. Fue en ocasión del centenario de su nacimiento y gracias al Ministerio de Cultura que creó una Dirección de publicaciones y un concurso denominado Certamen Nacional de Cultura, que se despertó un plausible interés por Gavidia, y el enfoque del caso del alejandrino adquirió un relieve temático absorbente. Ese caso se convirtió en un nudo gordiano que para desatarlo con la pluma consumió galones de tinta y centenares de cintas mecanográficas. No había razón para tanto, existiendo el testimonio escrito del propio Gavidia, expuesto en 1904, cuando frisaba en los cuarenta de su laboriosa existencia. Es muy pertinente releer lo que entonces escribió:
        “...Historiemos: En 1882-84, después de leer Los Miserables cayó en mis manos un volumen de poesía de Víctor Hugo.”
        “Yo había oído leer versos franceses a franceses de educación esmerada y por más que ahincara mi atención, aquellos no me parecían versos de ningún modo”.
        “Me parecía prosa distribuida a iguales renglones”.
        “El misterio no duró mucho tiempo, pues sin maestro ni otro auxilio que mi sensualismo pertinaz por todo ritmo, acerté a descubrir en el interior del verso francés el corazón de la melodía que forjó y creó el genio sabio de Asclepiadeo”.
        “Feliz con mi personal hallazgo, leí versos franceses para mi gusto y recreo; y los leía a quien quiso oírme, que no fueron pocos entre los estudiantes, compañeros de prensa que eran entonces pimpollos de literatos, médicos y abogados; y los imité, como diré después, en muchas composiciones que están en mi primer volumen, Versos, edición de 1884.”
        “Pero hubo uno que prestó una atención como yo deseaba, que me oyó una vez, y dos y más parrafadas de versos franceses, y un día y otro día; y finalmente leyó él a su vez como yo mismo lo hacía.”
        “Este mi interlocutor era un gran palmino y un gran becquereano; había leído cien décimas dignas del mismo D. José Joaquín Palma ante el congreso de Nicaragua y llenaba los álbumes con imitaciones deliciosas de Bécquer.”
        “Nada había hasta allí en él de modernista; o mejor dicho de francés; este era Rubén Darío.”
        “Un día me mostró una resmita de cuartillas que abultaban de cierto modo jactancioso; era el tiempo y la edad nuestros en que el mayor volumen era algo como una parte de la obra literaria.”
        “Estos versos eran la imitación del verso alejandrino francés en versos castellanos”.
        “Uno que nos llamara la atención en nuestras lecturas, porque estaba formado con solo dos palabras, el verso célebre:”
        “Rebruniquecherait Nabuchodonossor.”
        (La palabra Rebruniquecherait, es probablemente neologismo de Víctor Hugo, pues no la registra ningún diccionario francés, ni la conoce ninguno de los profesores franceses consultados.( N. del A).
        “Había sido imitado en el poema. Hablando del huracán en sentido simbólico el poeta decía:
        “No le temas, oh yerba, que desconoce el prado,
        Témele tú robusto monocotiledón.”
        “Este conocimiento de un ritmo nuevo tuvo la importancia del hallazgo del filón de una mina monstruo”.
        “¡Quién hubiera creído que la música de unos versos franceses leídos en un cuarto de estudiante, de una casa de la entonces llamada Calle de San José, ahora 8va. Calle Poniente, iba a tener las poderosas alas como para influir, cual si fuese una luna o un cometa, en el ritmo que preside el flujo y reflujo del mar del habla castellana, por lo menos en el hemisferio hispanoamericano; y no solo en el ritmo, en el estilo y en algunos órdenes de ideas!”.
        Años más tarde Juan Felipe Toruño entrevistó al maestro Gavidia, quien expuso con variantes en los detalles, pero en el fondo es la misma versión de 1904, y agregando algunos otros de gran importancia. Dice Toruño que dijo el maestro: “Trabajaba en eso cuando apareció un día Rubén. Se acercó donde yo estaba sentado. Se quedó de pie como está usted y me preguntó qué hacía. Le expliqué mis procedimientos. Me pidió que leyera de lo que estaba traduciendo. Leí una, dos, tres veces, a instancias de él y... Rubén se despidió. Días después leí en el periódico de don Francisco Castañeda una composición de él, con ritmo y metro del alejandrino francés. Había captado bien la música francesa y la asimiló con perfección. Y como los versos de Rubén estaban tan mal tratados ¡imagínese! tirados entre los anuncios. Que si no hubieran sido de Rubén, a otro no le publica eso Castañeda... ¡Era muy severo el autor de la retórica! Inmediatamente protesté por aquel modo de tratar lo que indicaba la nueva forma del alejandrino, con una indiferencia que no hay comparación” —Juan Felipe Toruño: Gavidia entre raras fuerzas étnicas— De su Obra y de su Vida. Ministerio de Educación. San Salvador, 1969. (Nota de Toruño, página 46 de su libro: “Hasta el día, los investigadores, los que han llegado a El Salvador en busca de lo que aquí hiciera y escribiera Rubén Darío, no han averiguado lo de esa composición, que días después me dijo el Maestro que era soneto; el soneto alejandrino que por primera vez se escribiera en español.”
        En presencia de estos dos documentos, uno irrecusable por tener la firma del cantor del “Idilio de la Selva”, y el otro respetable por ser de un escritor devoto de Gavidia, y también de Darío, se pueden formular estas conclusiones:
        1. Gavidia descubrió las características estructurales del verso alejandrino francés.
        2. Gavidia lee a Darío versos franceses alejandrinos y este reconoce el hallazgo.
        3. Darío escribe en vía de ensayo muchos versos a la manera francesa que muestra a Gavidia, quien reconoce que aquel “Había captado bien la música francesa y la asimiló con perfección.”
        4. Darío escribe un poema en alejandrinos a la francesa que publica el Diario del Comercio.
        5. Gavidia traduce un soneto de Hugo “Stella” con la modalidad descubierta por él.
        6. Gavidia escribe: “El idilio de la Selva “a la manera francesa en 1883.
        Conclusión general: Gavidia descubre la estructura del verso alejandrino francés y concibe su adaptación al español, y Darío escribe los primeros en la nueva forma. Esto es lo histórico a la luz de los documentos.
        La función de Gavidia es superior a la de Boscán, porque este fue el transmisor de un conocimiento y Gavidia, de un hallazgo propio.
19.   El soneto “Ante la estatua de Morazán” fue copiado por el autor, del folleto “Homenaje de la Municipalidad de San Salvador al General Morazán en el Primer Centenario de su nacimiento, 1842. Septiembre 15 de 1942, San Salvador, y enviado al Dr. A. Méndez Plancarte junto con otros versos desconocidos de Darío para su inclusión en Obras poéticas completas, edición Aguilar. Madrid. En el mismo folleto se reproduce el discurso de Álvaro Contreras.

20.   El conato de aventura sentimental que cuenta Autobiografía XII ocurrió en abril de 1883, pues antes, las actividades literarias, según sus fechas, las desarrolló en plena libertad. En abril y mayo se registran colaboraciones, hasta Junio 22 en que publica Alegorías en La República, que le mereció salir del internado en el Instituto de varones y el mes siguiente la invitación para participar en la velada en honor de Bolívar.

21.   R. D. “Alegoría: Al señor doctor don Rafael Zaldívar”. La República, Nº 17. San Salvador, 22 de junio de 1883.

22.   Rubén Darío: “Al Libertador Bolívar”. Oda recitada por el autor, para abrir la Gran Velada Lírico-Literaria que se dio en San Salvador la noche del 24 de julio de 1883, en celebración del centenario del héroe americano. San Salvador, Imprenta de La Ilustración 1883 (Es un folleto). Sequeira I. “El Himno a Bolívar” ignorado desde 1883, ha sido descubierto por el acucioso José Jirón Terán en la revista Ariel, N. º 71 agosto de 1940 que en San José de Costa Rica dirigió Froylán Turcios, y reproducido con comentarios pertinentes en “El desconocido, casi inédito ‘Himno a Bolívar’ de Rubén Darío”, por José Jirón Terán. La Prensa Literaria, Managua, sábado 8 de octubre de 1977. Otro hallazgo bien merecido por su acuciosidad, ha hecho después, y también en San José, de la música y letra de ese Himno, que el señor Jirón Terán hará conocer pronto.

23.   Don Joaquín Méndez no hacía gala de su ayuda a Rubén y no recordaba que fue de él en los meses de agosto a octubre, figurándose que se dedicó a la vida bohemia. De su participación para que fuese a Guatemala en 1915 sí habló bastante el Autor.

24.   El mercado, Managua, 16 de septiembre de 1883: “A las musas centroamericanas damos nuestra expresión de dolor, por la pérdida sufrida con la muerte del niño poeta, el joven Rubén Darío, natural de León, acaecida en El Salvador, a causa de penosísima enfermedad (alfombrilla). Contaba apenas 19 años (sic.) de edad”. —Sequeira I.

25.   Juan Felipe Toruño: Carta al Autor, de San Salvador, 25 de septiembre de 1974. Dice Toruño que conoció al Dr. Juan B. Gomar, quien por muchos años guardó la carta de agradecimiento que Rubén le dirigió por la atención médica que le prestó en Santa Tecla.

26.   R. D. “El cantar de los cantares”. Santa Tecla. Probablemente a fines de septiembre de 1883.

27.   Autobiografía XXII: Las que se llaman Refugio…

28.   Joaquín Méndez. “Recuerdos de Rubén Darío”. El Imparcial, Guatemala, 6 de febrero de 1941. Rememora algunos de los hechos referidos en el texto.

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