Reclutado en los 80 - Memorias del Servicio Militar en Nicaragua

INTRODUCCIÓN
En la década de los 80 yo fui uno de esos tantos jóvenes que conocieron la vida militar sin querer hacerlo, y es que en ese tiempo (1988), lo único que quería era terminar mis estudios de secundaria, pues cursaba el tercer año en un colegio religioso en la ciudad de Rivas, pero, a como dije, eran los años ochenta y definitivamente en Nicaragua un joven que cumplía o andaba rondando los 18 años de edad no podía escaparse de la llamada “Prevención”, nombre asignado a un grupo de oficiales del Ejército que patrullaban las ciudades, comarcas y pueblos, generalmente montados en unos vehículos Jeep militar conocidos como UAZ; a veces iban en unos camioncitos o hasta a pies, esos eran los policías, todo era militarizado, su misión primordial era encontrar a jóvenes aptos para cumplir el Servicio Militar Patriótico (SMP) que se convirtió en obligatorio al intensificarse la guerra, ellos determinaban quien estaba apto para cumplir con ese deber a la patria, que era por dos años, aunque no tuvieran la edad requerida, es por eso que en las filas de Los cachorros de Sandino a como llamaban a los que estaban cumpliendo el SMP, era común ver a chavalos de 15 ó 16, muchos aparentando los 18, a algunos los reclutaban o mejor dicho los agarraban por vagos o bandoleros, hasta habían reclusos que los mandaban a cumplir de esa manera sus condenas penales, a otros simplemente por estar en lugares u horas inadecuadas y los montaban a sus vehículos como si fueran delincuentes, luego muchos se desertaban no importando que lugar recóndito de Nicaragua los habían mandado, lo más triste era que muchos eran devueltos a sus familiares hecho cadáveres dentro de bolsas plásticas negras o en ataúdes herméticamente sellados.

El Hijo del Bosque

Danilo Humberto Pérez López, es un joven de 31 años de la ciudad capital Managua,
siempre le gustó escribir poemas y relatos, ahora siendo padre de familia la inspiración de escribir cuentos infantiles se le vino como lluvia que cae en invierno y se dio a la tarea de escribir este lindo cuento (“El hijo del bosque”), he hizo un libro que además contiene otros dos cuento: “El loro mentiroso” y “El reino de las mariposas”, titulándolo así; "El hijo del bosque y dos cuentos más"

En esta ovación disfrute de "El hijo del bosque". El cuento está lleno de moralejas, buenas costumbres, valentía, amor a los animales y a la Naturaleza.


EL HIJO DEL BOSQUE


CAPITULO I
LA TRAJEDIA

Elim es un jovencito que cuando era un bebé de escasos meses de edad fue a parar a la parte más profunda de un gigantesco bosque, él era el más indefenso miembro de una familia que vivía en una ciudad en algún lugar del mundo que muchos llaman civilizado. Hay muchas historias de niños criados en junglas salvajes y bosques lejanos y puede o no ser que todas sean ciertas, pero lo que sí es cierto es que todos ellos han sido personas muy buenas, que no se contaminaron con la maldad del resto del mundo, aunque cabe señalar que no todas las personas son iguales, también hay gente buena en el mundo “civilizado”.
En un día como tantos en la vida de esos que inician con una mañana fresca, un hermoso sol brillante sin nubes grises en el cielo tan azul que era capaz de arrancar un suspiro. Un olor a flores y a tierra húmeda cubierta de hierba verde, una brisa apacible muy delicada que permitía, no solo sentir el aroma del campo; sino también, el dulce fresco del día.
Nadie podía adivinar o saber la tragedia que sucedería ese día tan bonito y a quienes afectaría, ni aún el desenlace mortal y lamentable que conmovería a una pequeña comarca y a sus habitantes.
Los Robinson, una familia muy conocida y querida por las personas que la rodeaban, tanto vecinos como sirvientes, pues ellos eran una de las familias más importantes de la zona.
Roger Robinson, cabeza de una familia compuesta por cinco miembros que incluyen a su joven esposa: Linda, una señora muy cariñosa, no solo con los miembros de su familia; sino también con todas las personas y animales, por ello era muy querida.
Richard, su hijo mayor de unos onces años de edad, muy serio y estudioso, aficionado a la lectura fantástica, poseía unos ojos de color verde intenso como el de las montañas donde vivían, era muy bien parecido, al igual que su padre.
Sarah cinco años una niña muy alegre y amante los animales como su madre en especial de los conejos quien le puso a una conejita nacida en casa el nombre de su madre “Linda” Y Benjamín el más pequeño de apenas seis meses de nacido era según el señor Robinson el broche de oro de su amada familia.
Ese día después de muchos meses de estar encerrados en casa sin salir de paseo por el río que atravesaba la comarca y se adentraba en el bosque decidieron ir todos, pues el pequeño Benjamín ya era un bebe robusto y fuerte que podía realizar esa actividad familiar con sus padres y hermanos. El barco del Señor Robinson era pequeño pero confortable, de vapor con una chimenea donde salía el humo y un silbato que cuando lo hacían sonar Sarah gritaba ¡Siiiiiiiiii... otra vez! El barco estaba construido casi en su totalidad de madera de cedro y tenía una barandilla torneada que daba la sensación de estar en el balcón de un castillo y navegar el río desde ahí. Unas sillas empotradas en la cubierta del barco era el lugar ideal para que la señora Robinson tuviera la oportunidad de descansar durante el viaje no descuidando claro está a ninguno de los niños menos a Sarah que se la pasaba correteando en las cubiertas de un lado a otro. En la cabina del barco el capitán Robinson quien estaba muy atento a la conducción de la nave y con el más joven de los marineros que permanecía en una cuna de cedro pintada de color celeste y empotrada a la madera del piso del barco, todo iba bien pasada las dos de la tarde el clima hasta entonces agradable se tornó oscuro y un viento fuerte empezó azotar los árboles y el pequeño barco. El señor Robinson decidió dar vuelta de regreso calculando estar en casa antes de que el río creciera pues había comenzado a llover y era seguro que pasaría pero cuando iba en dirección a casa vio que el paso estaba cerrado por un enorme árbol que había caído ante el ímpetu del viento. 
—¡Dios mío y ahora que haremos! El paso está cerrado y no hay forma de que podamos continuar y aún estamos muy lejos de casa como para regresar andando. Además de eso pronto el río crecerá y la corriente podría arrastrarnos.
—El señor Robinson estaba muy preocupado y no era para menos. Hacía dos años atrás en una tormenta muy fuerte el río creció mucho y su caudal arrecio al punto que arrastro a unos leñadores en un barco más grande que el suyo por eso tenía temor pero trataba de mantener la calma para no alarmar demasiado a su familia. 
—¿Está todo bien? —preguntó la señora Robinson. 
—Tranquila —le contesto él— estaremos bien, pero necesito que estés pendiente de los niños no los pierdas de vista.
—La lluvia arreciaba y el río que antes estaba tranquilo y con un caudal apacible se había tornado en una fuerte corriente en un instante y amenazaba con arrastrar la pequeña embarcación de la familia Robinson. 
—Mami tengo miedo —dijo la pequeña Sarah muy asustada. ¿Ya vamos a casa? —preguntó— pronto cariño, pronto —la tranquilizó su madre. 
— ¡Papá! —gritó alarmado el joven Richard— el agua está entrando al barco y el motor está soltando humo.
Era de esperarse, el señor Robinson acelerada la maquina a toda potencia y el pequeño motor no resistió el esfuerzo.
—No hay forma, —dijo el señor Robinson— estamos a merced de la tormenta y el río.
Y así era, no había solución. Toda la familia estaba en la cabina del capitán para no estar expuestos a la lluvia y en ese momento tan angustioso, el pequeño Benjamín comenzó a llorar. La señora Robinson trataba de consolarlo pero era inútil, el niño no para de llorar. En ese momento se sintió un golpe por el lado izquierdo del barco, un tronco enorme lo golpeó y del impacto todos, a excepción del pequeño Benjamín que estaba en su cuna empotrada en el piso del barco, cayeron. 
El barco comenzó a girar arrastrado por la corriente, entraba mucha agua, pues el golpe abrió un agujero enorme y esto causaba, no solo que el barco girara sin control, sino que se estuviera hundiendo muy de prisa y cada vez crecía el río más y más. 
El señor Robinson tomó a Richard y a Sarah de la mano y la señora Robinson tomó entre sus brazos al pequeño Benjamín.
—El barco se hunde —dijo el señor Robinson—, no hay nada más que hacer, solo aguantar lo más que podamos. 
El barco se hundía y ellos también, hasta que en la oscuridad de la tenebrosa noche que empezó a cubrirlo todo, se perdieron.
Al día siguiente de la impetuosa tormenta que causó el desastre en el que los Robinson se perdieron, algunos pobladores al ver que no regresaban salieron en su búsqueda a lo largo del río o por lo menos hasta donde podían entrar ya que una gran parte de este era inaccesible por la maleza y las fuertes corrientes además de una gigantesca cascada, así que cuando no dieron con su rastro concluyeron de que no había forma de que hubieran sobrevivido y menos cuando encontraron estrellado en un árbol cercano al río un gran fragmento del pequeño barco. Regresaron y así concluyo la búsqueda muchas lloraron y se lamentaban por lo sucedido y solo quedaban los bonitos recuerdos de la familia Robinson. 


CAPITULO II
UN RUIDO EXTRAÑO EN EL BOSQUE

En lo profundo del bosque era otra historia, ahí ya todo estaba en calma, la tormenta causó algunos inconvenientes pero nada que los habitantes del bosque no hayan vivido antes, aunque muchas veces sus vidas corren gran peligro es lo más natural y lo aceptan sea cual sea el resultado. Pero esa, mañana no todo era calma, se escuchaba un ruido fuerte y constante, era un sonido desconocido, nunca antes lo habían escuchado en esa parte tan profunda del bosque ¿Qué es y de donde proviene? Es lo que todas las criaturas del lugar se preguntaban. 
El sonido era agudo y fuerte tanto que alertó a todos. Era un llanto fuerte y lastimero que provenía del río o al menos eso pensaron los animales al escucharlo. 
Los primeros en llegar al lugar fueron unos monos traviesos y juguetones que balanceándose de rama en rama llegaron al sitio de dónde provenía aquel sonido extraño. Luego se les unieron ardillas, venados, tejones, loros, ratones; en fin una gran cantidad de animalitos, los cuales eran los habitantes de aquel majestuoso bosque. 
Aunque los monos llegaron primero al lugar no fueron ellos quienes descubrieron quien hacía todo ese escándalo, fueron unos chimpancés, una pareja en realidad, que tenía una pequeña cría que se agarraba con fuerza a su madre. Fueron ellos quienes al buscar el origen del sonido extraño descubrieron al intérprete. 
—¡Un bebé humano! Dijo el chimpancé macho, el cual se llamaba Calox. Su amada hembra y madre de su hija se llamaba Sila y su cría se llamaba Mara.
—¿Bebé humano? ¿Cómo sabes que es un bebé humano?
—Lo sé porque un día que buscaba un árbol de higos maduros que había visto antes, pude ver a un grupo de hombres que caminaban en el bosque y una de sus hembras llevaba cargando algo igual a eso y lo llamó mi bebé. No supe que era hasta que lo vi y estoy seguro que eso es un bebé de hombre, mejor dicho su cachorro.
—Así que será mejor que nos alejemos lo más pronto posible —dijo Calox con un tono nervioso.
—¡Queeee! ¿Y lo dejaremos aquí solo? No puedo creer lo que escuché —dijo Sila a la vez que apretaba a su cría contra sí misma con delicadeza—, no puedes estar hablando en serio. 
—Entiende, no podemos hacer nada por él, además ya deben de estar buscándolo y si lo encuentran cerca de nosotros correremos gran peligro. El hombre no razona solo actúa de una forma despiadada y gracias a cielo esta parte del bosque es difícil de penetrar y nos proporciona protección. Ya saben todo lo que los humanos les hacen a las criaturas que caen en sus trampas. 
—Cariño pero no podemos dejarlo solo aquí en el río. 
Ya en ese momento el pequeño había dejado de llorar, pues mamá chimpancé lo tomó entre sus brazos y éste se pegó a sus pechos y se estaba alimentando como la pequeña Mara lo hace. El niño es Benjamín él bebé del señor y la señora Robinson, pero los animales desconocían su nombre y de qué familia de hombres procede. Pero milagrosamente se ha salvado, suerte que al parecer no comparte el resto de su familia, pues al momento de ser arrastrado por el río los demás cayeron al agua y perecieron, pero el bebé que estaba en su cuna empotrada en el piso del barco, logró salvarse.
—¿Ustedes que opinan amigos? —preguntó el señor chimpancé— ¿Debemos salvar a este cachorro de humanos y cuidarlo? ¿O lo dejamos aquí y que su suerte guíe su destino? Tal vez lo vengan a buscar los suyos y pueda sobrevivir.
Todos miraban al pequeño con ternura, después de un silencio absoluto una ardilla dijo: —No creo que nadie venga, si así fuera ya hubieran venido. Además llegar hasta aquí es muy difícil y arriesgado para los hombres. ¿Por qué no lo ayudamos nosotros? Todos podríamos colaborar. 
Al escuchar estas palabras, el resto de los animales comenzaron a gritar: — ¡Salvarlo, salvarlo! 
En ese momento el señor chimpancé dijo: —Entonces nosotros seremos ahora su nueva familia, pero todos nosotros cuidaremos de él, y ya que será una parte de todos le llamaremos Elim “El hijo del bosque”.


CAPITULO III
EN EL BOSQUE

Después de acordar de forma unánime que todos cuidarían del pequeño Elim, surgió una pregunta: ¿Dónde dormiría? Al principio se dijo que sería bueno que se quedara con los chimpancés, pero estos dormían en los árboles y el niño no podía quedarse ahí al igual que ellos. Así que iniciaron una búsqueda de un lugar adecuado para el pequeño. Buscaron, hasta que un venado dijo: —Yo recuerdo la cueva de un risco de fácil acceso, era la cueva donde vivía un lobo, pero hace mucho tiempo que está deshabitada y es un lugar donde todos podríamos velar por el pequeño Elim. 
—¿Cueva? —preguntó Calox— ¿Podríamos ir ahora a verla?
—Si claro —dijo el venado.
—Pues vamos ahora mismo, la noche ya casi llega y Elim no puede pasar la noche al aire libre. 
Fueron al lugar donde estaba la cueva que el venado había dicho, quedaba en un risco tal y como recordaba el venado por encima de un valle muy lindo, lleno de árboles muy frondosos con un pequeño riachuelo y un campo lleno de pasto verde. La cueva era amplia, estaba algo sucia, claro, pero era suficientemente grande como para albergar una familia de al menos seis integrantes. Sacaron toda la basura que se había acumulado en todo el tiempo que la cueva estuvo vacía y luego la señora chimpancé preparó un pequeño nido de ramas y hojas, lo hizo de tal forma que el pequeño estuviera cómodo. Todos estaban ayudando en la preparación del nido, menos los monos, los cuales fueron al lugar donde encontraron al niño para traer las mantas que estaban en su cuna y así llevarlas al nuevo nido y tener con qué abrigarle. Todos en el bosque estaban contentos con el recién llegado, excepto Calox, no porque no le agradara; sino porque le preocupaba que llegaran por él y los encontraran a ellos con el niño. Eso los pondría en gran riesgo y el temía más por la seguridad de Sila y la pequeña Mara. Pero en ese momento no había lugar para pensamientos siniestros y preocupantes. Otra cosa que se decidió ese día, ya casi a la hora de dormir, fue que la familia chimpancé también se trasladaran a la cueva por que Elim era muy pequeño como para pasar solo durante las noches, además pensaron y dijeron que gracias al cielo pudo sobrevivir a la noche anterior en el lugar donde lo encontraron y no se arriesgarían a que le pasara algo. En el suave y acogedor nido que le prepararon y cubierto por las mantas que trajeron los monos y bajo el cuidado de los señores chimpancés, más la supervisión de todos en el bosque, el pequeño Elim descansó y durmió tranquilamente. A la mañana siguiente todo era brillo y color, el mal tiempo había pasado y un sol brillante daba la bienvenida a un día precioso. El olor al campo era intenso, olor a flores, a humedad, a frutas silvestre, olor a hierba verde, olor a vida. En la entrada de la cueva, donde aún dormía el pequeño Elim, había una gran cantidad de comida que los animalitos recolectaron en cuanto el día tuvo un poco de luz, era un auténtico festín, bananos, mangos, higos, moras y muchas frutas más. También una concha enorme de tortuga llena de agua cálida y limpia para bañar al pequeño. Cuando este despertó comió como un auténtico rey hasta quedar satisfecho. 
El tiempo no se detiene y en este caso no sería la excepción, el día y la noche se convirtieron en acontecimientos repetidos que no pararon su marcha. El pequeño fue creciendo al lado de los chimpancés y los demás animales del bosque quienes le enseñaron al niño las habilidades de cada uno de ellos, a correr, a saltar, a balancearse, a nadar, a trepar, a defenderse, en fin, a sobrevivir. 
Al lado de Elim también creció Mara y ambos se veían como hermanos, jugaban juntos y ayudaban a los demás siempre unidos en todo momento.


CAPITULO IV
UNA LECCIÓN DOLOROSA

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Mi voluntad: Relatos de Servicuo militar en Nicaragua 1988


Por: Jorge Luis Prendiz Bonilla



Prólogo

Esta es una historia de sobrevivencia que refleja una extrema fuerza de voluntad física y mental por parte del autor para lograr un propósito que al final se convertiría en su propia superación personal. Tarde o temprano nos encontramos ante situaciones difíciles de superar; entre más adversas y complicadas sean, más fuerte formarán nuestro carácter que nos harán mejores seres humanos persistiendo en los buenos principios y valores heredados de nuestra familia.

Me sorprende la memoria de Jorge, sus detalles son tan precisos, su forma narrativa es excepcional, su memoria es capaz de darnos detalles de los hechos tal y cual estuviéramos viendo una película, no se involucra en querer formular en el lector ideales políticos o de otra índole, su intención es puramente el entretenimiento narrativo, dando a conocer lo que él pasó desde su reclutamiento militar y por supuesto, nos presenta un panorama que los jóvenes vivimos en la década de los años 80 en Nicaragua, así como una perspectiva familiar con algunas anécdotas de su niñez y comentarios de profundo amor y respeto a toda su familia.

La lectura de estos relatos, que los considero muy equilibrados y con muchos pormenores, es una opción de enterarse de cómo fue esa parte de nuestras vidas desde que fuimos reclutados al Servicio Militar en 1988, entrenados en una base escuela en el municipio de Condega en Estelí y luego incorporados al BLI Pedro Altamirano (BLI-PA) en Nueva Guinea, Zelaya Central, hasta el triunfo de la UNO (Unión Nacional Opositora) en 1990 con Violeta Barrios de Chamorro como presidenta de la República.

Personalmente me resulta interesante haber encontrado a mi amigo Jorge, después de más de 15 años sin verlo, y digo “me resulta interesante” porque yo también había decidido escribir mis memorias de lo que viví en el Servicio Militar Patriótico (SMP), fue hasta ahora en el 2016, y gracias a las redes sociales, que nos reencontramos, al reunirnos nos dimos cuenta de las coincidencia, no solo en recordar esos acontecimientos memorables; sino de la intención de dejarlos en la perpetuidad y que sean útiles como una manera para que la juventud comprenda lo que nuestra generación tuvo que sufrir, sobreponiéndose a las adversidades y salir adelante marcando la historia, muchas veces actuando por nuestra propia voluntad. Han transcurrido 28 años y su memoria, nos recrea una gran parte de nuestras vidas en la montaña, así mismo fue capaz de detallar sucesos para hacer una lectura que, a como él dice, transporta al lector a la época, a lugares y al momento de los hechos.

Le agradezco la oportunidad de tomar en cuenta mi humilde opinión al pedirme escribir el prólogo de su libro y de que además ayudara con la edición, ya que participé en casi todos los sucesos que Jorge aquí relata, esta etapa fue también para mí, una de las más trascendentales de mi vida y sus memorias son complementos de las mías y seguramente él pensará lo mismo con respecto a mis memorias.

Al introducirme en la lectura y poder echar mano a sus escritos, ha sido para mí una forma diferente e intensa de leer un libro ya que además de ser un personaje dentro de la narrativa, he sido también, en algunos casos, el editor. Al mismo tiempo me ayudó a recordar sucesos que ya no recordaba, por lo menos no con tantos detalles o desde el punto de vista de él.

Mauricio Valdez Rivas

Introducción

Es mi deseo que el momento que hayan escogido para leer estas memorias, se encuentren gozando de salud y sosiego al lado de sus seres queridos, esa tranquilidad debe de ser el escenario para preparar su mente y puedan transportarse a un panorama de reflexión sobre lo leído. Para otros, estas anécdotas no serán de mucho interés, pero el arte de revivir algo de nuestro pasado, se encuentra en la forma de escribir lo que recordamos. Dicen -que uno vive de los recuerdos, y nada fija más intensamente un recuerdo que el deseo de olvidarlo- mi principal intención es que conozcan la verdadera historia que albergué en mi interior durante tanto tiempo. Existe mucha posibilidad de que algunos minutos, horas y tal vez días, pude haber olvidado en estos relatos; pero de lo que sí estoy seguro que con los recuerdos, pude estructurar períodos de tiempos que reviven las diferentes historias de esta obra, lográndolas proteger de las garras del olvido. Existen muchos detalles intensos que se transforman en extraordinarios y prácticos recuerdos, todos ellos fueron sucesos reales, narraciones ajustadas a la transcripción de mi memoria. En este ejercicio mental, aparecieron como fantasmas algunos acontecimientos que decidí no escribirlos, cada vez que profundizaba en algún suceso los detalles me despertaban sentimientos encontrados que es mejor no recordar, así que, por prudencia a quienes participamos de las acciones encomendadas por los altos mandos de nuestra unidad militar, omití esos hechos.

En el caso de algunos personajes que aparecen ocasionalmente en el libreto, de forma discrecional hago uso de sus apellidos para no caer en una mala interpretación. El método que utilizo en esta obra es la narrativa que ocasionalmente me provocó problemas al describir sucesos donde uno mismo es el personaje central, procurando evitar caer en el sensacionalismo o egolatría hacia mí mismo, procuré ser lo más sensato posible y darle objetividad, claridad y protagonismo a quienes se lo merecen. El texto puede ser interesante para el lector al recrearse con estas vivencias, que les aseguro no son parte del guión de alguna película de guerra hollywoodense, simplemente sucedieron. Las ganas de escribir nacen de una necesidad en mi espíritu y un buen ejercicio mental al recordar hechos acontecidos hace algunos años que en su gran mayoría no he olvidado y difícilmente olvidaré el resto de mi vida.

Dejar esos hechos en este testimonio, que muchos logramos recordar pero seguramente no queremos contar, para mí es un alivio subjetivo, el compartir esas experiencias militares, pero mayormente físicas y mentales de cómo sobreviví en las montañas del centro atlántico de nuestro país, en condiciones adversas y en un medio ambiente hostil, con largas horas de aburrimiento, controlando el estrés de la soledad, y extenuantes días de caminatas que terminaban en nada, absolutamente en nada, sin saber en qué día ni fecha nos encontrábamos, superando la desconfianza e imponiéndome a la adversidad para borrar de la mente lo mal que estaba viviendo y asumir con carácter positivo lo que me estaba sucediendo, traduciendo los datos que mi mente interpretaba como una estrategia de convivencia mínima entre las personas que me rodeaban, superando el agotamiento corporal provocado por el escarmiento de la intemperie y la condena de una naturaleza sin límites, ni perdón, marcándonos con el paso de sus minutos a horas, formando días eternos y noches agobiantes, creando en nuestras conciencias reductos de valentía, para calmar nuestras desesperaciones al pasar del tiempo, acumulando en nuestros “odómetros” genéticos, kilómetros de mala vida, que en algún momento debía terminar. Desde ese tiempo, hay un principio natural con el que he vivido; “Todo pasará y se terminará”. Todas esas experiencias de vida, jamás quiero volver a repetirlas y mucho menos deseo que las vivan mis hijos: Andreu y Dieck. 

De todo lo que mi decisión provocó, el daño más relevante del que hasta hoy me siento culpable, es del sufrimiento de mis padres, y en especial de las travesías y humillaciones que mi padre (Agustín Préndiz Cuéndiz) sufrió en cada base o centro militar donde estuvo buscándome y donde pedía que fuese trasladado a zonas de paz, en alguno de esos lugares pudo estar conmigo, con la humildad que lo caracterizó en su vida, siempre pidiendo por mí. Estos relatos, son para recordarlo y si me permiten llamarle libro, es para dejar un recuerdo de lo que vivimos: Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo, en esa difícil época. Acontecimientos que llevo recordando desde hace un tiempo, procurando que cada relato tenga los mayores detalles posibles para describir de forma entretenida, con la suprema intención de que el lector pueda trasladarse mentalmente a esa época no muy grata para muchos.
Debo aclarar que aunque doy detalles fieles de muchos acontecimientos, en algunos momentos introduzco un poco de ficción como método de enlazar de forma semántica y coordinada aspectos importantes de los mismos. Pido disculpas por no transcribir muchos de estos acontecimientos que no se le escapan al “Hanzaimer” que a todos nos condena, hechos que es mejor dejar en el olvido.

No pretendo establecer ningún criterio político sobre este tema, mi único propósito es recordar lo que viví. Pienso que soy uno de esos pocos afortunados, que cierra los ojos para recordar momentos de la vida con el deseo de valorar lo realmente inolvidable y describirlo como una experiencia de vida o sobrevivencia personal, debo decir con claridad que en mi prudente juicio, todos estos hechos sirvieron para mal o para bien, formar el mal carácter que tengo, en el hombre egoísta y frío que soy, pero que de alguna forma he tratado de rehabilitarme, buscando la paz interna que a todos nos embarga en algún momento de nuestras vidas. Este relato de anécdotas, deben de servir para recordar a esos jóvenes - en su mayoría - y mujeres que de forma voluntaria o forzada, engrandecimos las filas de los llamados Batallones de Lucha Irregular (B.L.I.) por lo que, es mi obligación expresar respeto al recordar a ese gran contingente de jóvenes que dentro de la historia de nuestro país, algunos sirvieron con voluntad revolucionaria, pero; la gran mayoría fue forzada a cumplir un Servicio Militar que nadie en este país quiere recordar. Aunque estoy consciente que por haberse tratado de una Ley de la República era un deber su cumplimiento. Este modelo de pensamiento o el intento de pensar diferente al sistema, para algunos grupos de jóvenes de hoy, que no tienen idea de lo que aconteció en esos tiempos, es llamado deslealtad a la patria. Para los que vivimos esa cruda realidad en esa etapa de juventud, nada es igual, todo es diferente, los tiempos pasan y las personas cambian. Que esto sirva para recordar a esos héroes y no héroes desconocidos, anónimos, chavalos que pasaron rápidamente de ser civiles a ser militares, con poco o nada de entrenamiento para encontrarse con la soledad, la incertidumbre, la nostalgia... y en muchos casos la muerte.

Estas anécdotas, pueden ser útiles como una lectura de aventura, al darse una mínima idea, de la vida que tuvimos que afrontar algunos en cumplimiento del deber o simplemente sobrevivir el día a día y sientan la necesidad de corregir los errores que muchos cometimos y que algunos fuimos capaces de corregir, con el perdón a tanto sufrimiento que nos causaron y las angustias que provocamos. Es de humanos evolucionar, mejorando nuestro comportamiento de vida, sirviendo a la sociedad desde lugares más productivos, estando al servicio de nuestro pueblo de forma correcta moralmente, aprovechando el tiempo para educarnos, profesionalizarse y desarrollar una sociedad con mayores valores que los que hoy poseemos, fundamentalmente con los que nos rodean, nuestros padres, esposas e hijos. En base a esos principios cristianos, familiares, de buenas costumbres y tolerancia que fueron los fundamentos de mi educación y que en algún momento de la narrativa se contradicen, dedico este conjunto de párrafos, que he decidido llamar “Mi voluntad”, a la memoria de mi padre, Miguel Agustín Préndiz Cuéndiz, por el valor que me mostró en esos tiempos tan difíciles, por las agallas que tuvo para enfrentar tantas humillaciones y enfrentarse a la intemperie, por el coraje que siempre mantuvo pidiendo mi libertad civil y por el profundo amor de padre que se desbordaba cuando nos sentábamos a comer en el monte bajo la sombra de algún frondoso árbol los alimentos que preparaba mi madre Daysi Bonilla López, y que él con mucho cuidado intentaba trasladar hasta donde estuviera. Dedico estas historias, a las lágrimas que miré caer de los ojos de ese hombre cuando me miraba demacrado, desnutrido y enfermo, seguro que al regresar a casa, en su interior se transformaron en llanto junto a mí madre, ese hombre siempre estuvo a mi lado, mi Papá.
Desde su muerte el 12 de enero del año 2007, me he dedicado a recordarlo en muchas de sus facetas, el mejor recuerdo que tengo es su talento como trabajador, su instinto de protección, sus lágrimas y sus arribos a todos esos sitios que recordaré e intentaré transcribir de la mejor manera posible transportándolos a esos territorios agrestes de nuestra Nicaragua.

Al desarrollar la lectura, podrán distinguir las diversas etapas que viví como soldado. Así mismo espero que el lector pueda comprender el origen del título “Mi voluntad” para mi libro. Sin entrar al campo político y menos a la ontología del por qué nuestro país se encontraba en tan difícil situación, decidí correr el riesgo y sortear las grietas de la coyuntura que vivíamos, para no caer en apasionamientos ideológicos, me senté a recordar los momentos difíciles que superé, aventurándome a escribirlos como recuerdos extraordinarios que merecen ser compartidos, con la sana intención de perpetuar lo que pude vivir y puedo contar. 

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PUEDES PEDIR EL LIBRO DIRECTAMENTE AL AUTOR Jorge Luis Préndiz Bonilla

La doncella y la fiera (Cuento náhuatl)

Éste era un mercader que tenía tres hijas mujercitas muy lindas. Cada vez que iba a vender les preguntaba qué cosa que­rían que les trajese, y siempre le pedía cada una un traje muy bonito. Una vez la menor ya no quiso que le trajese su vestido; solamente le pidió una flor. Luego el mercader se fue a hacer sus negocios. Le anocheció en el camino y entonces vio una luce­cita; cuando llegó a la casa saludó y, en vista de que nadie le contestaba, entró a una caballeriza y vio que había mucho forraje para caballos. Luego le entró sueño y diose a buscar lugar donde acostarse diciendo:
—Si alguno viniese, le pagaré lo que haya comido mi caballo.
Ya estaba a acostarse cuando vio una puerta abierta; entró por ella y encontró una sala con mucha comida. Empezó a ce­nar. En cuanto comió pensó de nuevo en acostarse, y entonces vio otra puerta abierta. Entró por ella y vio una cama muy bo­nita. Se preguntó a sí mismo:
— ¿Qué es lo que me pasa?
En seguida se acostó y se desnudó, y puso toda la ropa sobre una sillita. Acostóse y se durmió tranquilo. A la mañana siguiente. cuando despertó, buscó sus vestidos viejos y ya no le aparecie­ron; en cambio, vio que había allí un traje muy bonito. Se le­vantó y se puso aquel traje nuevo. Ya se iba, y entonces vio una mesa puesta; sentóse a comer, y acabó de comer y no veía a nadie. Empezó a decir:
—Ahora yo ya me voy, y doy muchas gracias.
Cuando salía vio muchas flores sembradas, y recordó que debía llevar a su hija una flor. Entonces dice:
—Yo voy a cortar una flor.
En cuanto la cortó vio salir una fiera que empezó a amena­zarlo diciendo:
—Ahora te voy a comer.
Entonces le dijo el mercader:
—No me comas; mira: yo corté esa flor sólo porque me dijo mi hija que le llevara una flor.
Dícele la fiera:
—No te comeré si vas a traer a tu hija; dentro de tres días
ya estarás aquí; si no vinieses dentro de tres días, iré a buscarte y te comeré.
Fuese el mercader a su casa; iba muy triste; le pregunta la muchacha más pequeña:
— ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Has perdido alguna cosa? Dímelo.
Le contestó:
—Hija mía, no quisiera decírtelo; mira: fui a entrar a una casa... —y comenzó a contarle lo que le pasó, diciéndole: —Tú me dijiste que te trajera una flor; la fui a cortar y se enfureció la fiera y me dijo que si no te llevaba vendría a comerme.
Entonces le dijo la doncella:
Vamos a que nos devore juntos.
Se fueron, llegaron y no la vio. Se pasaron muchos días y le dijo su papá:
Ahora voy a dejarte, voy a ver a tus hermanas.
La dejó solita, y todos los días le cambiaban de vestido a acuella doncella, y no sabía quién se lo cambiaba. Cuando ha­blan pasado muchos días, comenzó a oir que le decían:
—Hermosa doncella, yo quiero comer contigo.
Tal oía decir debajo de la puerta de madera. Aquella doncella comenzó a afligirse y quería ir a ver a su papá y hermanas. Un día se levantó muy de mañana y vio que allí estaba una carta en que le decía la fiera que fuese a su casa a ver a sus hermanas y su papá, y también le decía que encima de su cabecera había una varita.
Si quieres ir, muerde nada más esa varita y en seguida te llevará a tu casa; así también volverás dentro de tres días. Si no vinieses dentro de tres días, me encontrarás ya muerto.
Y, de veras, apenas mordió aquella varita, en seguida vio a su papá y hermanas.
Después sus hermanas no la dejaron regresar a los tres días y cuando regresó la fiera ya había muerto. Entonces la doncella se echó a llorar y acariciar la cara a la fiera diciendo:
— ¿Por qué moriste, fiera bondadosa?
Así diciendo quedóse dormida, y entonces soñó que le decía la fiera:
—Corta una flor y rocíame el rostro con el agua que con­tiene la flor.

Luego que despertó fue a cortar una flor y le roció el rostro; en seguida se levantó bruscamente aquella fiera y se transformó en un hermoso joven y se casaron.

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