Por Mauricio Valdez Rivas
Lo que más recuerdo de mi hermano
Nelson, es que todo el mundo lo adoraba, era el niño que a todos caía en
gracia, por lo general se le veía con la cara seria, pero cuando reía hacía
reír a los demás, era curioso, inteligente, el vivo retrato de mi papá, era el cuarto
de cinco hermanos: el mayor es Eddy, con once años, luego estaba yo con nueve
años, después Milton de siete, Nelson con cinco y por último Neskent con un
año.
Era una alegría para la familia de
parte de mi mamá, cuando la llegábamos a visitarla desde Juigalpa, allá en
Chontales, hasta Chinandega. Mis tíos se reían de las ocurrencias de Nelson, de
sus inocentes preguntas, de su cara enojada cuando no obtenía lo que quería, de
su “cucharita” cuando estaba a punto de llorar, pero no lloraba aunque mi mamá
le pegara por alguna travesura o desobediencia, pero por lo general era
tranquilo y bien portado.
En uno de esos viajes que hacíamos
por lo menos tres veces al año, me dejaron a cargo de mi abuela para mientras
daba mi Primera Comunión, pues ella se encargaría de matricularme en las clases
de Catecismo con la mejor profesora que había en Chinandega que cariñosamente la
llamaban “Angelita”. Las clases la impartía en su propia casa, todos éramos
súper bien portados, como no serlo, pues mantenía un tajona de cuero a la vista
de todos y nos decía que eso era lo que nos iba a caer si no le dábamos bien la
lección, más de algunos le cayó.
Mis padres con mis hermanos regresaron
a Juigalpa, en esa ciudad mi papá tenía una farmacia veterinaria, pues él era
un profesional veterinario que vendía productos para el ganado y para todo
animal doméstico, también vendía algunos productos para la agricultura en los
cuales tenía un herbicida altamente tóxico, por eso, en el patio de la casa, hizo
construir una pequeña bodega donde mantenía bajo llave esos productos
peligrosos ya que también esa era la casa en donde todos vivíamos.
Estando en Chinandega, un día llegó
mi abuela a interrumpir mis clases de Catecismo, la noté bastante nerviosa
hablando con mi profesora, la vi venir hacia donde yo estaba sentado, me agarró
de la mano diciéndome: “vámonos papito, vamos donde tus hermanos”. Me puse
contento porque vería nuevamente a mis amados hermanos, sin saber realmente el
porqué del repentino viaje del cual no recuerdo mucho, creo que dormí casi todo
el largo trayecto, pero sí recuerdo la llegada a Juigalpa y después a la casa, mi
decepción fue al no encontrar a nadie ahí, le pregunté a mi abuela por mis
hermanos y no me dio repuesta, le pregunté por mi mamá y por mi papá y me dijo
que pronto vendrían, que esperemos aquí. Nos había recibido doña Dalila, la
señora que trabajaba con mi papá.
Al fin llegaron mis padres, de ellos
recibí abrazos y besos, aunque no con mucho entusiasmo a como esperaba y para
remate pude notar sus caras afligidas, yo no entendía que era lo que pasaba,
del por qué había en todos un aspecto lúgubre, nadie me explicaba, no sé por
qué le pregunté a mi mamá por Nelson, “ya va a venir con todos tus hermanos” me
respondió, pero anocheció y ese día no pude ver a ninguno de ellos. A la mañana
siguiente seguía con la pregunta, ya casi exigiendo que quería ver a mis
hermanos, pero a mi edad quien podría atender mis exigencias y peor cuando en
ese momento se desarrollaba un verdadero drama familiar, de a poco fui
comprendiendo que algo muy grave había sucedido y que tenía que ver con mis cuatro
hermanos, pero las dudas se me despejaron y me puse contento al verlos llegar y
aunque los noté débiles y cansados, sin entender ni preguntar el por qué, los
recibí con entusiasmo y lo único que me importaba es que estaban bien, en mi
mente tenía tantas cosas que les quería contar, juegos que quería que hiciéramos,
en solitario y mientras los esperaba, había ensayado algunas ocurrencias para
hacerlos reír como si se tratase de una presentación de payaso de circo, pero
el viaje de regreso a Chinandega nos fue anunciado, nos llevaron a abordar
vehículos particulares, en el camino, creyendo que habían dejado a Nelson, pregunté
a los que iban conmigo en el auto: “¿dónde está Nelson?”. Una de las muchachas,
no sé quién era, que iba a la par, apartó su rostro y se puso la mano en su
boca mientras emitía un suave quejido sollozante, la otra, que tampoco sé quién
era, mostraba un carácter más fuerte y de forma calmada me dijo que Nelson iba
en el otro carro, que no me preocupara. No hice más preguntas, la reacción de
otra muchacha me hizo entristecer sintiendo desde muy dentro de mí que a Nelson
sí le había pasado algo malo, pero nunca pesé en que no lo volvería a ver,
inclusive me dije a mí mismo que en Chinandega jugaríamos todos juntos con él,
pero la realidad fue otra, no nos llevaron al entierro, ni a misa, nos quedamos
en la casa de mi abuela, simplemente sabíamos que Nelson no regresaría, que ya nunca
jugaríamos con él.
Días después, narrado por mi hermano
Eddy, supe detalles de la tragedia:
«Estábamos todos en el baño, pues mi
mama nos mandó a bañar a todos juntos porque ya era tarde para ir al colegio,
debajo del tanque del inodoro mi papa había puesto un galón de vidrio lleno de
herbicida puro, Nelson lo agarró y se le calló de las manos quebrándose y
esparciéndose por el piso el líquido, el olor era fuerte, la puerta del baño
estaba cerrada, sin saber que se trataba de veneno nos pusimos a limpiar el
desastre por miedo a ser castigados, echamos agua y jabón, con una escoba
barrimos todo hacia afuera, Nelson se había cortado, Neskent afuera había
caminado por la corriente que salía, el olor se sintió por toda la casa, de
pronto mi mama golpeó fuertemente la puerta gritando que la abriéramos,
preguntándonos qué había pasado, “Nelson quebró el galón” le dijimos, “salgan” gritó,
ella nos sacó de prisa y casi al mismo tiempo agarró a Nelson y lo fue a
restregar con agua y jabón en el lavandero, le vio la pequeña herida sangrante que
tenía en uno de sus dedos de la mano, pero su mayor aflicción fue verlo muy
mareado, corrió con él donde estaba mi papa e inmediatamente lo llevaron al
hospital, ella se quedó con nosotros, “vístanse” nos dijo muy alterada,
comenzamos a vestirnos, pero uno por uno
nos fuimos acostando en la cama al sentirnos con sueño y muy mareados, mi mama
pegaba gritos de ayuda a doña Dalila y ésta se deja venir diciendo: “llevémoslos
al hospital, rápido”, de ahí solo me acuerdo ver a los médicos y enfermeras distorsionados
caminando por las paredes, también me acuerdo de haber tenido un extraño sueño
con Nelson, íbamos agarrados de la mano caminando hacia el portón de salida del
hospital, yo le dije que no cruzaramos ese portón, pues sentía que no debíamos
ir allá, de pronto algo con fuerza me haló y Nelson se me soltó de la mano, lo
vi desaparecer tras una luz brillante cuando pasó el portón, cuando ya estuve
bueno los médicos me dijeron que me habían dado choques eléctricos para
reanimar mi corazón y supe que fue en ese mismo momento en que debí de haber
sentido esa fuerza que me haló en dirección contraria a donde Nelson se había
ido y desaparecido.»
Ese fue el relato de Eddy. Años
después mi mamá me contó que ella soñaba casi todas las noches con Nelson durante
cinco años después de su muerte, en esos sueños él, a veces lloriqueando, le
decía que no quería estar solo, que se fuera con él, que lo acompañara, ella le
respondía que no podía, entonces él se ponía triste y se alejaba dando por
terminado el triste sueño. “Quiero que estés conmigo” le volvía a decir otra
noche en otro sueño, ella le respondía: “ya te dije que no puedo ir contigo,
tengo que cuidar de tus otros hermanos, no es bueno que tú estés viniendo a
verme, ya perteneces a otro lugar quédate ahí hasta que Dios me mande a llamar,
es cuando estaremos juntos. La última vez que soñó y conversó con él, fue
cuando Nelson le dijo que ya no llorara más por él, que ella pronto iba a estar
contenta, esa vez mi mamá despertó tranquilamente con una paz interior a como
nunca la había experimentado, sabía que su pequeño niño la visitaba en sus sueños,
realmente conversaba con él, pero ya había llegado el momento su definitiva
partida, a los días mi mamá se enteró que en su vientre se desarrollaba un
nuevo ser, estaba embarazada de la única hija mujer que tuvo y que por años,
tras cinco partos de varones, ansiosamente deseaba tener, la llamamos Amalia
Jescenia.
No quedaron secuelas permanentes en
el avenamiento de mis hermanos sobrevivientes, solo el dolor de la pérdida del
pequeño Nelson, a más de 30 años de su muerte, su tumba en el cementerio
central de Chinandega, casi siempre está limpia y cuidada, si no es alguno de mis
tíos el que la visita y pone flores, es mi madre o nosotros sus hermanos
pintándola o adornándola cada 2 de Noviembre, días de los muertos.
Adiós Nelson, querías que tu mamá
estuviera contigo, pero ahora estás con nuestro padre y con nuestra querida
abuela (la güela), para allá iremos tarde o temprano mi pequeño hermano, aún
tenemos juegos pendiente que realizar. Adiós te digo hasta ahora, porque hasta
ahora me he dado cuenta que no te lo había dicho. Adiós mi hermano Nelson.
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