SE BUSCA UN EXORCISTA - Marisela Quintana

Hacía dos días que no probaba alimento. Tenía el pescuezo seco y la sensación de tener un pedazo de papel adherido al cielo de la boca. 

—Don, regáleme un peso. Fíjese que no he comido. 

—Papito, para qué querés un peso? Eso no te sirve para nada. 

—Ande Don, no sea malo. Déme un peso. 

—No tengo papa. Otro día.

Otro día... Es que había otro día? Todos eran tan miserablemente iguales que la noción de presente o futuro no tenía cabida en su existencia. Como tampoco cabía la posibilidad de conocer la diferencia entre estar harto y estar hambriento. Nunca había estado lo suficiente saciado para distinguir una cosa de la otra. Pero la vida era rebelde. Se apegaba al pellejo y a los huesos retorciéndose a cada furiosa arremetida del hambre. Esto le recordaba que estaba vivo, pero no era suficiente para hacerle comprender por qué.

La falta de alimentos unido al terco instinto de sobrevivencia, hizo que con el tiempo sobre su cuerpo no actuara fuerza de atracción alguna. Su organismo se suspendía en el espacio y sus pies no conocieron más el contacto con el suelo. No era sorprendente que esto sucediera. En cierta forma era un mecanismo de defensa eficaz. En este estado, su agotado organismo sin duda soportaría por más tiempo el flagelo de la vida. Ya no tendría que caminar, con lo que su cuerpo se ahorraría energía. Además, estar suspenso en el aire era acorde con el profundo sentir de vacío en su estómago.

Para ese entonces, debía pedir a gritos el consabido peso. Así, sus alaridos eran escuchados por los transeúntes quienes volvían su cabeza hacia todos lados buscando de dónde provenía la voz hasta que finalmente alzaban la vista para encontrarlo guindando como trapo viejo en una poderosa demostración de levitación.

—Chavalo!! Te vas a malmatar por payaso!!

—Doñita deme un peso. Fíjese que no he comido. 

—¿Qué decís?

—DEME UN PESO!!

—AAh? no te oigo!

—DEME UN PESOOOOOO!!!

—Ya la fregastes, no te entiendo nada. Bajá si querés decir algo. 

Y seguían su camino, mientras él continuaba desgarrando el aire con el estallido de sus escuálidos pulmones:

—UN PESOOOOOO!!!

Día tras día, producto de su extraordinaria involución, empezó a desvanecerse y mas parecía un cólico condensado que una persona. Su voz, un murmullo, fastidiaba los oídos de los peatones allá abajo. Similar al zumbido de una mosca, sus palabras no alcanzaban a ser entendidas y eran apartadas a manotazos. Finalmente no quedó residuo alguno de su presencia en las alturas. Sin embargo, su constante súplica permaneció atrapada en el ruido de las bocinas, los motores y el parloteo callejero.

Es un susurro, pero ahí está. Se apropia de los cuerpos de otros niños. Un día es un cipote pelo chirizo, y otro día es una niñita hecha despojos quien se acerca y helándome la sangre dice:

—Doña deme un peso. Fíjese que no he comido.


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MARISELA QUINTANA

(Managua, 6 de enero de 1958) Cuentista y ensayista. Cofundadora de la Extensión Cultural Universitaria de la Universidad Nacional de Ingeniería (EXTCUNI). Ha participado en eventos literarios nacionales e internacionales (Neue Literatur aus Nicaragua. Berlín, Alemania, del 28 al 30 de abril de 1998). Forma parte de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE), Secretaria General de la Junta Directiva del Capítulo Nicaragua del PEN Internacional.
Algunas de sus obras: 
  • Cinco Cuentos sin Consuelo y uno por encargo. Managua, Editorial PRINTAR, 1993. 
  • Cuentos de hombres sobre mujeres. Managua, Editorial PRINTAR, 1997. 
  • Simples asuntos femeninos. Managua, Colección Ernesto Gutiérrez-UNI, 1999. 
  • Teoría del Caos y Fractales: Una aproximación al pensamiento femenino. Colección Ernesto Gutiérrez-UNI, 2001. 

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Cuento tomado del libro: "Una Narrativa Flotante. Mujeres Cuentistas Nicaragüenses". 
Ed. Amerrisque 2007.

1 comentario:

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