No todo mundo en esta
historia es de verdad,
pero juro que nada de
esto es cuento.
historia es de verdad,
pero juro que nada de
esto es cuento.
Siempre que voy a Laguna de
Perlas, pasa algo raro. Como el último Viernes Santo, cuando la planta eléctrica falló en el medio de una noche sin luna y una
manada de caballos bajó la calle
principal en estampida sin que nadie pudiese decir de dónde vino y adónde iba. Para
cuando la gente salió a la calle con focos y lámparas de kerosén, los caballos eran ya
sólo un estruendo en
la sabana.
"Esta tierra es pesada",
así lo explica Gramma Emily pues lo suyo es la superstición. Es a la fecha de hoy y la
vieja señora todavía reza
en cada esquina antes de abrir una sola ventana o puerta de su casa. Yo no, para mí
que la estampida de caballos ésa fue típica travesura de la Noche de Judas. No
desdeño lo mágico pero tampoco lo respeto demasiado, excepto en esos momentos
en que la mañana se pone tan serenamente bella que a una no le queda más que ser
feliz. Son estas mañanas que me llevan a la laguna: a ver salir un enorme sol rojizo
de la punta verde que
separa el agua dulce del mar salado; a ver cayucos y pelícanos deslizarse sobre la
corriente hacia Haulover; a ver los hombres sin camisa bañar sus caballos en lo raso en
cuanto sus perros juegan
como niños en el agua... Laguna de Perlas entonces es belleza y rareza, pero
ciertamente nada tan raro me había ocurrido antes de dispararle, sin motivo, a David
Cayasso.
Lutan me dijo que Doreth Fox tomó posesión de mí.
Mataron a Doreth F.
a bala por eso de 1930, pero la gente en Laguna de
Perlas aún la recuerda como una
mujer fuerte y tal vez porque era tan macho algunos, como Lutan, llegan hasta a pensar que era una mujer realmente mala. Otros
hoy pensarán que la mala soy yo y que este relato mío es puro cuento, una especie de defensa por demencia, considerando lo que
sucedió de hecho ese día en Cayo Doreth.
Andaba bien necesitada, sino de
felicidad, al menos de un poco de serenidad. Ya no eran sólo mis días que no andaban bien. Como dice la canción, no era
ni mi semana, ni mes, ni año. Así que otra vez estaba yo de refugio en la casa de la abuela en Laguna de Perlas y cuando
amaneció un martes o miércoles cualquiera, no recuerdo bien, se me ocurrió dar una paseada por el bush road, camino del monte,
para ver cómo andaban las piñas que Gramma Emily siembra un poco antes de llegar a
Haulover. Nunca llegué.
Crucé frente a la casa de Far y me avistó, entonces me detuve para una conversa ligera
y acto seguido estábamos bien
acomodados en la banca que construyó bajo la ancha sombra de un palo de mango número once, pelando
pejibayes y bebiendo cususa con agua de
coco. ¿Qué desayuno, no? Pero hay
algo medio irresistible en el sabor de un pejibaye hervido en sal marino
y en el delicado slosh-slosh que hace el agua dentro
del coco verde cuando uno lo menea. En fin. Me gusta la hospitalidad de Far. Y su ciencia sobre las
cosas de todos los días. Me contaba
que el halo alrededor de la luna creciente de la noche anterior significaba que llovería fuerte antes que la semana acabase, cuando Powell (casi 6o años e
igual el negro más bello que jamás
vio nacer el sol de este lado del Caribe) se nos acercó escogiendo el camino por un enredo de ramas bajas en un laberinto de palos de marañón detrás de la
casa de Far.
Una jauría de canes, hasta el último macilento y
desnutrido, irrumpió del
patio del vecino para ladrarle, suicidas, a la montura de Powell. Éste saltó de su
caballo maldiciendo a los perros y dándoles con un azote de cuero sin por eso soltar la
soga de la cual
remolcaba otro caballo. Un caballo negro, o al menos con ese cuero súper oscuro que parece negro mismo
cuando el animal no está sudando. Y
temperamental el tal. Cuando los perros
le llegaron, se alzó sobre las patas traseras como caballo de película,
soplando fuego por la nariz, mostrando enormes dientes amarillos, revolcando el blanco de ojos aún más grandes. Powell soltó la soga, los perros macilentos
huyeron lloriqueando y yo corrí a
calmar el caballo negro antes que escapase.
Ésa fue la primera cosa rara que
pasó ese día. Digo raro porque a
pesar de que la abuela Emily tenía una yegua que se llamaba Blaze y aprendí a montarla
(en aquellos tiempos a los niños nos encaramaban sobre los caballos dentro del agua, por si caíamos), el equino y yo jamás
fuimos buenos amigos que se diga. Para mí
que si no me mordían, me iban a dar una patada y si no me pateaban, me iban a derrumbar al suelo. Una tenaz pesadilla de infancia era de que las tres cosas
me sucedían de una sola vez. Pero
igual, sosegué a la bestia y la jalé hasta el borde de la baranda de Far donde daba pie para que la montase con más
facilidad.
Pregunté: "Powell hombre, ¿no
me prestás este caballo?" Far no le dio tiempo a Powell para decir ni que sí ni que
no: "Pues como no chavala, hay sacos viejos en la sala".
Adentro de la casa, vacié un
barril de redes de pescar y ropas usadas para encontrar un buen amortiguador para mi
cavalgada pero entonces
era yo que me capeaba bajo las ramas de marañón, tomando el oeste hacia la sabana. Fue salir de una carpa verde a una pista dorada. No hay otra forma de describir
el largo y ancho corredor de zacate
amarillo zurcado por cintas de arena blanquinegra, esterilizadas por pies
andantes y que, por la altura del sol, relucían con el mismo fulgor que
las rasas pozas de agua cristalina que
dejaron las lluvias. La tristeza pasa, dicen, la belleza no.
El
caballo inquieto tomó hacia el sur en galope veloz que no amainó sino hasta que llegamos a Biujun Bila, una poza que nunca seca y que para mí siempre significó medio
camino andado a Rocky Point. En la
Bila, dos cipotes apedreaban un turá con bolas de barro negro. Apenas vislumbré la cabeza
del pequeño turá
(lagarto, cocodrilo o caimán, nunca supe la diferencia) espiando desde la seguridad de las
matas del biujun, en la otra orilla de la poza. Grité: "Ustedes, chavalos, dejen de torturar la pobre criatura".
El caballo negro debió pensar que era comando de ataque.
Los chavalos se espantaron cuando
vieron que el caballo los embestía y se le salieron rápido
de en medio, echándose a lo hondo de la Bila hasta llegar al
fangoso costado norte. Hasta la rodilla en lodo negro, aún se voltearon para
maldecirme: "Vieja loca, te va a coger dopí".
Dopí, alma en pena según la criollada costeña, me cogió de hecho.
Pero no en Biujun Bila. Todavía
no. Después de refrescarme las nalgas en el agua fresca llegué incluso a pensar si no era mejor devolver el caballo. El sol estaba caliente y quién sabe qué es lo que Powell andaba haciendo con el negro en primer lugar. Pero donde Far, el tiempo
pasa sin pasar así que supuse que el sol no estaba tan alto que no pudiese
llegar hasta el sitio de Mr. Lutan
en Rocky Point y regresar sin causarle demasiadas dificultades a Powell. Far sabe
hablar y su cususa desliza que ni seda
líquida. Además en cualquier momento alguien pasaría frente a su casa con pescado o
langosta o lo que sea y esa reunión acabaría con un puñado de
hombres crecidos con nada mejor para hacer, asando frutos del mar, hirviendo fruta de pan y martillando piezas de dominó en
una partida improvisada allí mismo en el patio de Far.
El caballo continuó al sur y al
oeste a un paso decente esta vez y fue después de que nos desviamos de la sabana a otro bush road, a la altura de Cayo Doreth,
que me asaltó un terror de los diablos.
Caballos de nuevo, aproximándose veloces detrás de mí.
Objetivamente
no tenía ninguna razón en el mundo para el temblor que me acogió pero igual, al rumor tenebroso
de esa', pezuñas, jalé al caballo negro en
un frenazo y lo desmonté en tina corrida frenética a la selva tupida que nosotros llamamos monte. Me detuve atrás del tronco
ancho de una vieja Ceiba para espiar
el sendero. El negro había desaparecido y yo no me pregunté qué se hizo como
tampoco especulé sobre el fusil que estaba arrimado tan convenientemente, cargado y listo,
en ese mismo palo.
Un garand. Un arma sin misterios para mí puesto que en la época de la guerra, cuando la consigna
era "Todas las armas al
pueblo", tuve mi chance de sentirle la patada al animal. Después me percaté que esto fue lo
más raro de un día de rarezas mayúsculas. ¿Será que algún "contra" o "recontra" lo
dejó atrás? ¿Un
cuatrero? ¿Tal vez un colombiano? ¿Un duende malévolo?
En fin, en ese momento no
cuestioné el garand. Lo levanté, chequeé el peine y calcé la culata en el hueco del
hombro izquierdo
procurando una buena línea de tiro sin salir de la protección del tronco de árbol.
Encontré dos ángulos certeros al camino y al puente enfrente. Pasó el miedo.
Los jinetes eran tres chavalos de
Laguna en una carrera idiota al puente. Perifié el cañón sobre el vencedor. David Cayasso, el bisnieto. Lo reconocí. Su cuerpo
es alto y fornido ahora pero el rostro es el mismo del cipote de siete que vi esa
única vez hace unos diez
años en la casa de Gramma Emily. El viejo David, el bisabuelo, se corrió de la
justicia a Costa Rica. Metió a toda su familia en un cayuco y zarpó quieto a Puerto Limón. Se
corrió después de
matar a Doreth Fox y fue la primera y única vez que regresó a Laguna de Perlas, pero
no llegó a quedarse. Murió de viejo en Limón y allí lo enterraron. Me acuerdo bien del bisnieto
Porque en su poco tiempo que estuvo en la casa de Gramma, Davidcito consiguió agarrar a los
dos gatos caseros que estaban dormitando debajo de la cama de la abuela y los ahogó en un barril de agua de lluvia que
quedaba del lado de la baranda. Yo lo atrapé en flagrante, entregándolo a la penqueada de
Mr. David. Ese día
Gramma Emily se asusté mucho: "Gato muerto no es bueno", sentenció. Para despejar
la insensata malicia, cogió una gallina blanca y gorda, le cortó el pescuezo y la asó
sobre fuego abierto con
un bastimento de mil pimientas y sal de mar.
Destapé el fusil con dedos firmes.
Hasta me delicié con la certeza deque, a menos de 200
pies, con monte y blanco ambulante y todo,
sería una muerte segura. Se me ocurrió que cargo resentimientos tan mezquinos cuanto antiguos y eso quizás es lo único que me dio pausa.
No me preocupé con los otros dos
muchachos, al tiro del garand
salieron disparados a la sabana dejando atrás a su compañero caído. Al que yo tenía en la mira era a
David y él no paré su caballo hasta que
atravesó el arroyo a puro galope. Debí matarlo cuando, siempre a pleno
galope, jaló al caballo en un cruel 180
para después abrir los brazos en triunfo: "Son demasiado lentos", se jactó.
En ese momento pude haber
despedazado la piel negra que relució entre las solapas abiertas de una camisa blanca de algodón que no
tenía mangas y seguro que tampoco botones. Pero alguna parte de mi cerebro todavía tuvo
la presencia de preguntarme por qué diablos tenía tantas ganas de acabar con el tipo.
Ninguna respuesta, apenas el
rastreo fiel del tronco de David en lo que volvía a maniobrar su caballo para
atravesar sobre el puente renco. Por lo que me correspondía, desfilaba a su
muerte.
Ese puente debe haber caído después de lluvias
realmente fuertes
porque ahora las gruesas planchas de madera todavía aguantan el peso de un tractor
pero sólo inclinado como la Torre de Pisa en la travesía. Todo el borde este
descansa sobre la cama del
riachuelo. Yo me fijé en ese corazón andante a este precario ángulo de 30 grados mientras toda
fibra en mí comandaba ¡díspará
ahora! Mis dedos apretaron sobre el gatillo y me pareció que David abría la boca a alguna
obscenidad cuando le puse esa última libra de presión (o tal vez fueron meros ocho onzas más, como alguien dijo después).
Pero mierda, cerré los ojos así
que maté al caballo de David en vez de a David. La bala dio al animal en la
cabeza y David quedó
atrapado, su propia cabeza debajo de la corriente de agua, entre el cadáver del animal y las
vigas inclinadas del puente.
En esta época del año, recién
comenzando el verano, el arroyo corre
con una corriente fuerte al noroeste del cayo. No pude encontrar otro disparo limpio.
Lo dejé que se ahogase.
No boté mi fusil ni entré en
pánico. Caminé monte adentro como si supiese donde iba y de cierto que mis brazos y piernas desnudos
(andaba de short, justamente) se me arañaron todos por las hojas cortantes, pero encontré
mi camino a un atajo donde el crique va más despacio y crucé hacia las tierras altas y secas de Rocky Point, donde queda el sitio
de Lutan.
Lutan (Luther, más bien) me
encontró sobre el sendero como si supiese que estaba llegando. Siempre es así. Uno nunca puede agarrarlo por sorpresa no importa
lo poco que uno lo llegue a ver o, en este caso, de qué dirección viene uno.
Me dijo: "Hombre pero qué
cara que llevas, ¿viste alma o qué?"
"Nada, acabo de matar un hombre", expliqué.
"Dejá de presumir",
desdeñó. "Yo mismo maté a 10 cuatreros anoche y ese mentiroso de Cleveland ya me vino a decir
que sólo esta
mañana ya mató 100".
Si estaba fuera de mí, este
alardeo predecible de parte de Lutan me trajo un poco de vuelta. A rigor este hombre ni debería estar de pie porque ya anda bien
arriba de los 100 años.
Le conté lo que pasó en el cayo. Él me quitó el garand, husmeó el cañón y después lo tiró
al monte. "Ahora que eso está fuera del camino, niña, tengo que ser franco. Doreth
Fox está en vos niña,
pero Cleveland aquí me dice que no mataste a nadie".
Esta es la costumbre de Lutan de
hablar sobre Cleveland como si no
fuese un difunto. Lleva muerto más de 30 años. Yo era una niña pero recuerdo la distancia de la
procesión que acompañó su
féretro al panteón. Y recuerdo que es desde entonces que Lutan dejó de salir del monte.
Ya se verá gente tratando de convencerme
de que el propio Lutan ya murió también, pero eso
es sólo porque la gente de Laguna de Perlas casi ya no va a Rocky Point.
En esta punta están las tierras
comunales de una comunidad que una vez cultivó y cosechó junta. Todavía se celebra la comunión de vecinos en picnics de
hasta 50 familias a la vez que acampan, si son moravos, en el bosque de pinos debajo de Haulover, o
debajo de los palos de marañón que bordean la sabana, sin son anglicanos. Igual en Rocky Point
los viejos de ahora no tienen a quién dejarle sus siembras. Los chavalos si imaginan, se imaginan
langosteros o serviciales en cruceros lujosos.
La historia así favoreció a Cleveland, no a Lutan.
Luther Hansack and Cleveland
Taylor eran lo que los parias (la forma malcriada con la cual los costeños nos referimos a los mestizos
del Pacífico) llaman de "media naranjas". Todo el santo día hasta altas horas de la noche
los dos estarían sentados en la plataforma de arroz que ya no existe en el medio del
pueblo, volando
paja. Entre los dos era una babosada tras de la otra, para la delicia mía y de cualquier otro
transeúnte.
Lutan siempre comenzaría:
"Hombre Cleveland, tenés que ver cómo están
saliendo grandes esas yucas en Rocky Point.
Arranqué una sola raíz y la condenada
me llenó ¡diez quintales!"
¡Chó, eso no es nada!" Cleveland nunca se
impresionaba. "Me
estás viendo aquí todo bello y enterito? A que no vas a creer que un tiburón me hizo
tristes ayer pues saqué una carga de chacalines que me hundió el cayuco".
Lutan se jactaba de las cosas del
monte y Cleveland del mar. I Iasta cuando el viejo Dometz de Haulover desapareció por días tintes de reaparecer (Gramma Emily
decía que nunca recuperó los sentidos porque comenzó a robar niños y a chuparles la sangre), I ,utan dijo: "Ferryman lo
cogió cuando fue a cazar chancho de monte, eso fue lo que le pasó". Ferryrnen (fairy
men, más bien) son inmortales
criaturas del bosque que le pueden raptar a uno por pura diablura. Cleveland disputó:
"Pero cómo sos tan baboso hombre?Podo mundo sabe que jack o lantem le hizo perder el
camino cuando se quedó fuera muy tarde pescando tubá". Jack o
lantern es como los laguneños llaman a los vapores fluorescentes que se
levantan del pantano
en noches muy frescas, pensando que son dopís.
A como sea, la predicción de Lutan
era verdadera. David tragó agua y
quedó bien maltratado. Pero vivo. Yo no sabía eso cuando Lutan me aligeró hacia su
solar en el monte. Estaba serísimo. Llegando a la casa sacó un banquito del tambo y me sentó allí, ordenando: "No te
movás de allí, ¿oíste?"
De repente no se parecía para nada
con el viejo Lutan. Parecía un maligno ferryman especialmente cuando sacó un cuchillo largo y afilado de una rendija en
la pared de la casa. Hice una movida y me apuntó el cuchillo:
"Que no te movás, te digo.
Porque el Señor ha dicho 'Mía es la venganza y el pago. Yo volveré la venganza a mis
enemigos, y daré el pago a los que me aborrecen".
No me volví a mover; más violencia me visitaría.
Lutan fue hasta el cookhouse, una
choza enclenque con piso de tierra y
paredes de palmas negras de humo, haciendo una con la casa principal. Cogió un gallo
calvo que hurgaba debajo de la cocina de leña. Dio la vuelta, regresando a donde estaba yo en el medio
del patio y sin una palabra, degolló al gallo sobre mi cabeza, de modo que la sangre
me quemó el pelo, la cara, el cuello, el pecho, el regazo y los pies.
Lutan comenzó
a vociferar:
"Yessa marimacho. ¿Soltaste
sus gallinas para emboscarlo en su propia casa? Pero está escrito: Embriagaré de sangre mis saetas y mi
espada devorará carne. En la sangre de los muertos y de los cautivos, de las
cabezas, con venganzas de enemigo. Mas, oh Jehová de los ejércitos, que juzgas justicia, que
sondas los riñones y el
corazón, vea yo tu venganza de ellos: porque a ti he descubierto mi causa.
Jehová, Dios de las venganzas, muéstrate. Decid a los de corazón apocado: Confortaos, no temáis,
he aquí que
vuestro Dios viene con venganza, con pago, el mismo Dios vendrá, y os salvará.
Alegraráse el justo cuando viere la venganza. ¡Sus pies lavará en la sangre del
impío!"
Mantuvo el gallo sobre mi cabeza
hasta que la sangre paró de borbotar
y entonces respingó las sobras sobre mi cara y mi cuerpo hasta drenar la última
gota. Lutan sonó cansado cuando finalmente paró y yo me había ido a la tierra del
nunca.
"Abrí los ojos niña. Se fue el dopí. Tenés suerte
que Tats y Cappy te guardan porque a como
están los muertos en estos tiempos
es pura ánima fea que anda espantando a la gente".
Abrí los ojos. Lo vi devolver el
cuchillo sangriento a la rendija de la
pared antes de lanzar el gallo muerto a un perro enorme, en el que me fijé por primera vez,
amarrado debajo de un palo de
aguacate que le daba sombra al frente sur de la casa.
Lutan sacó una hacha del tambo. Yo
ya no esperaba nada. Estaba
sofocada de sangre cruda, temblorosa como una gata recién nacida. Pero Lutan se preparaba nomás para
cortar leña y encender una hoguera en el patio. No me volvió a prestar atención hasta que puso a hervir una olla de café
y entró a la casa por un segundo
para salir con un puro en la boca y una botella de cususa en la mano. Me pasó la botella. Yo tenía
las manos tiesas. Me vertió el guaro
en los labios: "Recuperá el espíritu chavala que tenés suerte que Tats y Cappy te están
cuidando".
Tats mi papá, Cappy su padre. Si rezo es a ellos en el
saber (quizás no
bien asumido hasta ahora) que son los espíritus de nuestros antepasados los que
realmente velan por nosotros.
Tragué y Lutan ahuyentó con la
mano unas grandes moscas amarillas que habían comenzado a
zumbar alrededor de los coágulos en mi pelo.
"Andá a bañarte en el crique
chavala, que hedés!", me ordenó.
Trastornada, prácticamente tuvo que arrastrarme al
arroyo y sumergirme, como en el ritual de
un bautizo, en aguas frescas que disolvieron la sangre que escorrería al mar. Pero el tufo no me dejaría por días, mismo después
que llegué a ducharme una y otra vez con jabones olorosos y champús de fruta.
Lutan me arrastró de vuelta al
patio a sentarme otra vez sobre el banquito y secarme en el sol que todavía
estaba afuera pero bajando
ahora. Después de una taza de café amargo y cususa me asaltó un miedo más natural.
Rogué: "Lleváme a Laguna, Lutan. No puedo volver sola por ese camino".
"Ya no tenés de qué preocuparte.
¿Estás viendo esto aquí? Tats y Cappy
te van a proteger. No te lo tirés de encima y ningún dopí te volverá a perturbar".
Me mostraba un sontín (something,
más bien) un pedacito de magia
envuelto en papel marrón amarrado con hilo tosco. Tomé el paquetito y me lo metí a la
cintura, dentro del elástico del calzón para sujetarlo contra la piel. Me puse audaz
enseguida:
"¿Y qué? ¿Me vas a llevar a
la casa ahora o voy a tener que ir a encontrar ese fusil que botaste?"
Lutan tenía el puro en la boca y finalmente
lo encendió para echar
rebanadas de humo al cielo. "No te digo que no tenés que preocuparte? Esperá que te cuente
sobre Doreth F.".
"Quiero irme a la casa",
me quejé. "Gramma Emily ya me habló de esa gringa. Dijo que la gente de Laguna la
respetaba por su pelo
rubio y sus bellos ojos azules".
"Chó! ¿Ves cómo a la gente le gusta hablar babosada? La gente de Laguna no respetaba a la
Doreth por ningún endiablado
cabello rubio. Todo mundo quería su amistad porque
todo mundo le tenía
miedo".
"¿Y a qué le temían tanto? ¿Que cortáse cartas?
"Chavala, esa mujer era
mannish me entendés! Cargaba su propio fusil. Cogía a cualquier hora, día o
noche, y se metía al monte. No
aparecía por días, igual que hombre. No pedía permiso para nada. No sé de ningún negocio
de cortar cartas porque fue Cleveland
mismo quien comenzó a decir que la Doreth Fox tenía
negocio con el Diablo y sé que regó el rumor por puro celo porque la Doreth estaba cultivando aquí mismo en
Rocky Point. No salía a ningún
mar".
"Entonces, ¿es verdad que le
mataron al marido porque era un
marine y que después la mataron a ella porque estaba espiando para los liberales?"
Lutan revolcó los ojos: "Te
fijás Cleveland como la gente puede hablar de cosas que no sabe?" Entonces
a mí: "El marido de Doreth era
un marine pero no estaba haciendo ningún trabajo de marine aquí en Laguna de Perlas. Él y Doreth
vinieron con un montón de
plata. Quién sabe cómo llegaron, pero comenzaron a acaparar toda la tierra por aquí.
Por eso los mataron. Te prestaban dinero y después venían con fusil a tomarte tu tierra.
David Cayasso les
dijo que los mataba antes de soltar su tierra y vino una noche a Rocky Point y le dio
un balazo al marido de Doreth. Él y otros compinches lo metieron en un saco, lo amarraron bien y lo echaron en ese mismo crique
(donde me bañó). Cuando lo sacaron el cuerpo estaba fresco, fresco".
"Gramma Emily dijo que Doreth vio el agua en las
cartas".
"Pues yo eso no te lo puedo decir, pero para mí
que los marines alcanzaron a
Cayasso y lo presionaron para que mostrase dónde escondió el cuerpo. La segunda vez que los
marines ocuparon Laguna de
Perlas fue cuando desapareció el marido de Doreth. Cazaron duro al hombre. Por eso es
que los viejos dicen que las paredes tienen oídos. Los marines se arrastraban debajo de las casas y hasta debajo de camas para
saber quién maté al marido de Doreth Fox".
Yo, discutiendo aún: "Pero si
los marines agarraron a Mr. Cayasso, ¿cómo fue que llegó a matar a Doreth también?"
"Esa cosa fue un gran
gato-y-ratón, sabés. Los marines andaban atrás de David y David andaba atrás de Doreth.
Pero ella andaba
atrás de David antes que se aparecieran los marines porque él la había amenazado de
muerte, a ella y al marido. Cuando la Doreth fue a Rocky Point y no encontró al
marido, dio media vuelta
a Laguna para buscar a David. Llegó de noche y solté las gallinas de David para que saliera de
la casa con la bulla. Él
salió disparando y eso fue lo que lo salvé porque esa noche hubo una sola
balacera y cuando teiininó entre los dos habían matado como a una docena de gallinas.
Cayasso se corrió por
detrás de la casa y se escondió en el monte y esa mujer rastreó a ese hombre arriba y
abajo desde Raitipura hasta Kukra Hifi hasta que David volvió y la mató en el
Cayo".
Todo mundo sabe esa parte de la historia.
David falló el tiro y mató al caballo. Ella perdió su rifle, atrapada por el
caballo. David se acercó y la acabó.
"¿Entonces ahora la Doreth me
puso a matar al chavalo Cayasso",
concluí.
"Puede ser sabés, pero
Cleveland aquí dice que ella quiere vengarse de Tats y Cappy".
"Y qué fue lo que le hicieron
a ella?", pregunté. En su tiempo, Tats y Cappy me hablaron de muchos gringos y al que recuerdo. Más es el que murió de
desconsuelo porque nunca encontró
perlas en los aún extensos y casi vírgenes ostionales de la laguna. Pero nunca me hablaron
sobre la Doreth.
Lutan
dijo que Tats y Cappy le arrebataron la chance a Doreth de matar primero a David. Eso fue por el lado del canal debajo de Kukra Hill. El día antes que David la
mató en el cayo, Doreth encontró a
Tats en el camino del canal y le preguntó sihabía visto a David Cayasso. Tats le dijo que estaba con Cappy, en el campamento donde Cappy trabajaba en el
dragado del canal. Doreth le dijo a
Tats: "Mostrame". Tats le mostró. Cuando llegaron al campamento, David estaba allí de
hecho, hablando con Cappy y cuando
Tats vio a Doreth apuntar su rifle un instinto le hizo arrebatar el rifle antes de que ella pudiese disparar. David los vio y se asustó tanto que saltó al canal
dejando atrás su rifle. Lutan dijo que
si el abuelo no tuviese ese otro rifle, la Doreth habría macheteado a mi padre allí mismo. Y Lutan
todavía me insistía que no tengo
"nada de qué preocuparte, sólo mantenéte puesto el somtín".
El sol se iba rápido ahora pero no
tuve miedo cuando el perro gruñó.
Powell y Far entraron al patio. Far estaba sobre el caballo negro y viéndome en la
penumbra, se volvió para joder a Marvin: "No te dije que estaba aquí mismo volando paja con Lután? Me
hubieras hecho caso viniendo directo para acá en vez de hacerle a uno sudar para nada
en ese monte".
Se acomodaron alrededor del fuego
y nos contaron que el caballo negro
llegó solito poco antes que dos chavalos de Laguna pasaron corriendo por el sendero
diciendo que unos colombianos habían matado al muchacho Cayasso (los colombianos que hoy mueven drogas por estos parajes,
parece, son los fenymen de ayer). Far y Powell salieron a buscarme y se encontraron a Cayasso regresando a pie en la
sabana, furioso porque una bala perdida le voló los sesos a su caballo y por nadita lo
revienta a él también.
Encontraron al caballo vencedor flotando contra el
puente.
Lután me dijo: "Qué bueno que
vos sí viniste directamente para acá porque ya ves las cosas que andan pasando por allí. ¡Hombre, jodido!
Más bebedera de cususa y la noche plena con otra media
luna con aureola
había descendido sobre nosotros, cuando Powell se levantó para encerrarla.
"Mejor regresar ahora que Miss Emily debe estar muerta de preocupación", aconsejó.
Volví a la abuela agarrada a la
cintura de Powell, el paquetito de papel calentándome la cadera. No pasamos por Cayo
Doreth, tomamos otro
sendero.
De eso hace más o menos un año y
sigo sin clareza sobre qué fue exactamente lo que pasó ese día. Un arrebato de insanidad o posesión
genuina. No lo sé. Estoy de nuevo en Laguna de Perlas de chinelas azules en el balcón, cuaderno
de proyectos y cerveza
fría a la mano, veo las vacas que llegan a la orilla de la laguna al atardecer, a rendirle
un quieto homenaje a la luna saliente. Respiro una brisa salada con olor a inocencia. Me dicen que David Cayasso anda embarcado
en un crucero. Antes que vuelva, y por
si las moscas, tengo que recordarme de irle a pedir otro somtín a Lutan. El que me
dio, ya lo perdí.
¿Fin?
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DEBORAH ROBB TAYLOR
Nació en Bluefields donde se inicióen el oficio del periodismo escribiendo para el boletín Rundown y la revista Sunrise de Bluefields en los años 80’s. fue redactora para el semanario Barricada Internacional y la revista Pensamiento propio en Managua. Doreth's Gay el cuento incluido en esta antología se hizo merecedor del primer lugar en el concurso "Centenario de la ciudad de Bluefields". Este cuento fue tomado de leyendas de la costa atlántica, URACCAN 2003.
Nació en Bluefields donde se inicióen el oficio del periodismo escribiendo para el boletín Rundown y la revista Sunrise de Bluefields en los años 80’s. fue redactora para el semanario Barricada Internacional y la revista Pensamiento propio en Managua. Doreth's Gay el cuento incluido en esta antología se hizo merecedor del primer lugar en el concurso "Centenario de la ciudad de Bluefields". Este cuento fue tomado de leyendas de la costa atlántica, URACCAN 2003.
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Tomado del libro: "Una Narrativa Flotante. Mujeres Cuentistas Nicaragüenses".
Ed. Amerrisque 2007.
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