DORETH'S CAY - Debora Robb

No todo mundo en esta
historia es de verdad,
pero juro que nada de
esto es cuento.
Siempre que voy a Laguna de Perlas, pasa algo raro. Como el último Viernes Santo, cuando la planta eléctrica falló en el medio de una noche sin luna y una manada de caballos bajó la calle principal en estampida sin que nadie pudiese decir de dónde vino y adónde iba. Para cuando la gente salió a la calle con focos y lámparas de kerosén, los caballos eran ya sólo un estruendo en la sabana.
"Esta tierra es pesada", así lo explica Gramma Emily pues lo suyo es la superstición. Es a la fecha de hoy y la vieja señora todavía reza en cada esquina antes de abrir una sola ventana o puerta de su casa. Yo no, para mí que la estampida de caballos ésa fue típica travesura de la Noche de Judas. No desdeño lo mágico pero tampoco lo respeto demasiado, excepto en esos momentos en que la mañana se pone tan serenamente bella que a una no le queda más que ser feliz. Son estas mañanas que me llevan a la laguna: a ver salir un enorme sol rojizo de la punta verde que separa el agua dulce del mar salado; a ver cayucos y pelícanos deslizarse sobre la corriente hacia Haulover; a ver los hombres sin camisa bañar sus caballos en lo raso en cuanto sus perros juegan como niños en el agua... Laguna de Perlas entonces es belleza y rareza, pero ciertamente nada tan raro me había ocurrido antes de dispararle, sin motivo, a David Cayasso.
Lutan me dijo que Doreth Fox tomó posesión de mí. Mataron a Doreth F. a bala por eso de 1930, pero la gente en Laguna de
Perlas aún la recuerda como una mujer fuerte y tal vez porque era tan macho algunos, como Lutan, llegan hasta a pensar que era una mujer realmente mala. Otros hoy pensarán que la mala soy yo y que este relato mío es puro cuento, una especie de defensa por demencia, considerando lo que sucedió de hecho ese día en Cayo Doreth.
Andaba bien necesitada, sino de felicidad, al menos de un poco de serenidad. Ya no eran sólo mis días que no andaban bien. Como dice la canción, no era ni mi semana, ni mes, ni año. Así que otra vez estaba yo de refugio en la casa de la abuela en Laguna de Perlas y cuando amaneció un martes o miércoles cualquiera, no recuerdo bien, se me ocurrió dar una paseada por el bush road, camino del monte, para ver cómo andaban las piñas que Gramma Emily siembra un poco antes de llegar a Haulover. Nunca llegué. Crucé frente a la casa de Far y me avistó, entonces me detuve para una conversa ligera y acto seguido estábamos bien acomodados en la banca que construyó bajo la ancha sombra de un palo de mango número once, pelando pejibayes y bebiendo cususa con agua de coco. ¿Qué desayuno, no? Pero hay algo medio irresistible en el sabor de un pejibaye hervido en sal marino y en el delicado slosh-slosh que hace el agua dentro del coco verde cuando uno lo menea. En fin. Me gusta la hospitalidad de Far. Y su ciencia sobre las cosas de todos los días. Me contaba que el halo alrededor de la luna creciente de la noche anterior significaba que llovería fuerte antes que la semana acabase, cuando Powell (casi 6o años e igual el negro más bello que jamás vio nacer el sol de este lado del Caribe) se nos acercó escogiendo el camino por un enredo de ramas bajas en un laberinto de palos de marañón detrás de la casa de Far.
Una jauría de canes, hasta el último macilento y desnutrido, irrumpió del patio del vecino para ladrarle, suicidas, a la montura de Powell. Éste saltó de su caballo maldiciendo a los perros y dándoles con un azote de cuero sin por eso soltar la soga de la cual remolcaba otro caballo. Un caballo negro, o al menos con ese cuero súper oscuro que parece negro mismo cuando el animal no está sudando. Y temperamental el tal. Cuando los perros le llegaron, se alzó sobre las patas traseras como caballo de película, soplando fuego por la nariz, mostrando enormes dientes amarillos, revolcando el blanco de ojos aún más grandes. Powell soltó la soga, los perros macilentos huyeron lloriqueando y yo corrí a calmar el caballo negro antes que escapase.
Ésa fue la primera cosa rara que pasó ese día. Digo raro porque a pesar de que la abuela Emily tenía una yegua que se llamaba Blaze y aprendí a montarla (en aquellos tiempos a los niños nos encaramaban sobre los caballos dentro del agua, por si caíamos), el equino y yo jamás fuimos buenos amigos que se diga. Para mí que si no me mordían, me iban a dar una patada y si no me pateaban, me iban a derrumbar al suelo. Una tenaz pesadilla de infancia era de que las tres cosas me sucedían de una sola vez. Pero igual, sosegué a la bestia y la jalé hasta el borde de la baranda de Far donde daba pie para que la montase con más facilidad.
Pregunté: "Powell hombre, ¿no me prestás este caballo?" Far no le dio tiempo a Powell para decir ni que sí ni que no: "Pues como no chavala, hay sacos viejos en la sala".
Adentro de la casa, vacié un barril de redes de pescar y ropas usadas para encontrar un buen amortiguador para mi cavalgada pero entonces era yo que me capeaba bajo las ramas de marañón, tomando el oeste hacia la sabana. Fue salir de una carpa verde a una pista dorada. No hay otra forma de describir el largo y ancho corredor de zacate amarillo zurcado por cintas de arena blanquinegra, esterilizadas por pies andantes y que, por la altura del sol, relucían con el mismo fulgor que las rasas pozas de agua cristalina que dejaron las lluvias. La tristeza pasa, dicen, la belleza no.
El caballo inquieto tomó hacia el sur en galope veloz que no amainó sino hasta que llegamos a Biujun Bila, una poza que nunca seca y que para mí siempre significó medio camino andado a Rocky Point. En la Bila, dos cipotes apedreaban un turá con bolas de barro negro. Apenas vislumbré la cabeza del pequeño turá (lagarto, cocodrilo o caimán, nunca supe la diferencia) espiando desde la seguridad de las matas del biujun, en la otra orilla de la poza. Grité: "Ustedes, chavalos, dejen de torturar la pobre criatura".
El caballo negro debió pensar que era comando de ataque.
Los chavalos se espantaron cuando vieron que el caballo los embestía y se le salieron rápido de en medio, echándose a lo hondo de la Bila hasta llegar al fangoso costado norte. Hasta la rodilla en lodo negro, aún se voltearon para maldecirme: "Vieja loca, te va a coger dopí".
Dopí, alma en pena según la criollada costeña, me cogió de hecho.
Pero no en Biujun Bila. Todavía no. Después de refrescarme las nalgas en el agua fresca llegué incluso a pensar si no era mejor devolver el caballo. El sol estaba caliente y quién sabe qué es lo que Powell andaba haciendo con el negro en primer lugar. Pero donde Far, el tiempo pasa sin pasar así que supuse que el sol no estaba tan alto que no pudiese llegar hasta el sitio de Mr. Lutan en Rocky Point y regresar sin causarle demasiadas dificultades a Powell. Far sabe hablar y su cususa desliza que ni seda líquida. Además en cualquier momento alguien pasaría frente a su casa con pescado o langosta o lo que sea y esa reunión acabaría con un puñado de hombres crecidos con nada mejor para hacer, asando frutos del mar, hirviendo fruta de pan y martillando piezas de dominó en una partida improvisada allí mismo en el patio de Far.
El caballo continuó al sur y al oeste a un paso decente esta vez y fue después de que nos desviamos de la sabana a otro bush road, a la altura de Cayo Doreth, que me asaltó un terror de los diablos.
Caballos de nuevo, aproximándose veloces detrás de mí. Objetivamente no tenía ninguna razón en el mundo para el temblor que me acogió pero igual, al rumor tenebroso de esa', pezuñas, jalé al caballo negro en un frenazo y lo desmonté en tina corrida frenética a la selva tupida que nosotros llamamos monte. Me detuve atrás del tronco ancho de una vieja Ceiba para espiar el sendero. El negro había desaparecido y yo no me pregunté qué se hizo como tampoco especulé sobre el fusil que estaba arrimado tan convenientemente, cargado y listo, en ese mismo palo. Un garand. Un arma sin misterios para mí puesto que en la época de la guerra, cuando la consigna era "Todas las armas al pueblo", tuve mi chance de sentirle la patada al animal. Después me percaté que esto fue lo más raro de un día de rarezas mayúsculas. ¿Será que algún "contra" o "recontra" lo dejó atrás? ¿Un cuatrero? ¿Tal vez un colombiano? ¿Un duende malévolo?
En fin, en ese momento no cuestioné el garand. Lo levanté, chequeé el peine y calcé la culata en el hueco del hombro izquierdo procurando una buena línea de tiro sin salir de la protección del tronco de árbol. Encontré dos ángulos certeros al camino y al puente enfrente. Pasó el miedo.
Los jinetes eran tres chavalos de Laguna en una carrera idiota al puente. Perifié el cañón sobre el vencedor. David Cayasso, el bisnieto. Lo reconocí. Su cuerpo es alto y fornido ahora pero el rostro es el mismo del cipote de siete que vi esa única vez hace unos diez años en la casa de Gramma Emily. El viejo David, el bisabuelo, se corrió de la justicia a Costa Rica. Metió a toda su familia en un cayuco y zarpó quieto a Puerto Limón. Se corrió después de matar a Doreth Fox y fue la primera y única vez que regresó a Laguna de Perlas, pero no llegó a quedarse. Murió de viejo en Limón y allí lo enterraron. Me acuerdo bien del bisnieto
Porque en su poco tiempo que estuvo en la casa de Gramma, Davidcito consiguió agarrar a los dos gatos caseros que estaban dormitando debajo de la cama de la abuela y los ahogó en un barril de agua de lluvia que quedaba del lado de la baranda. Yo lo atrapé en flagrante, entregándolo a la penqueada de Mr. David. Ese día Gramma Emily se asusté mucho: "Gato muerto no es bueno", sentenció. Para despejar la insensata malicia, cogió una gallina blanca y gorda, le cortó el pescuezo y la asó sobre fuego abierto con un bastimento de mil pimientas y sal de mar.
Destapé el fusil con dedos firmes. Hasta me delicié con la certeza deque, a menos de 200 pies, con monte y blanco ambulante y todo, sería una muerte segura. Se me ocurrió que cargo resentimientos tan mezquinos cuanto antiguos y eso quizás es lo único que me dio pausa.
No me preocupé con los otros dos muchachos, al tiro del garand salieron disparados a la sabana dejando atrás a su compañero caído. Al que yo tenía en la mira era a David y él no paré su caballo hasta que atravesó el arroyo a puro galope. Debí matarlo cuando, siempre a pleno galope, jaló al caballo en un cruel 180 para después abrir los brazos en triunfo: "Son demasiado lentos", se jactó.
En ese momento pude haber despedazado la piel negra que relució entre las solapas abiertas de una camisa blanca de algodón que no tenía mangas y seguro que tampoco botones. Pero alguna parte de mi cerebro todavía tuvo la presencia de preguntarme por qué diablos tenía tantas ganas de acabar con el tipo.
Ninguna respuesta, apenas el rastreo fiel del tronco de David en lo que volvía a maniobrar su caballo para atravesar sobre el puente renco. Por lo que me correspondía, desfilaba a su muerte.
Ese puente debe haber caído después de lluvias realmente fuertes porque ahora las gruesas planchas de madera todavía aguantan el peso de un tractor pero sólo inclinado como la Torre de Pisa en la travesía. Todo el borde este descansa sobre la cama del riachuelo. Yo me fijé en ese corazón andante a este precario ángulo de 30 grados mientras toda fibra en mí comandaba ¡díspará ahora! Mis dedos apretaron sobre el gatillo y me pareció que David abría la boca a alguna obscenidad cuando le puse esa última libra de presión (o tal vez fueron meros ocho onzas más, como alguien dijo después).
Pero mierda, cerré los ojos así que maté al caballo de David en vez de a David. La bala dio al animal en la cabeza y David quedó atrapado, su propia cabeza debajo de la corriente de agua, entre el cadáver del animal y las vigas inclinadas del puente.
En esta época del año, recién comenzando el verano, el arroyo corre con una corriente fuerte al noroeste del cayo. No pude encontrar otro disparo limpio.
Lo dejé que se ahogase.
No boté mi fusil ni entré en pánico. Caminé monte adentro como si supiese donde iba y de cierto que mis brazos y piernas desnudos (andaba de short, justamente) se me arañaron todos por las hojas cortantes, pero encontré mi camino a un atajo donde el crique va más despacio y crucé hacia las tierras altas y secas de Rocky Point, donde queda el sitio de Lutan.
Lutan (Luther, más bien) me encontró sobre el sendero como si supiese que estaba llegando. Siempre es así. Uno nunca puede agarrarlo por sorpresa no importa lo poco que uno lo llegue a ver o, en este caso, de qué dirección viene uno.
Me dijo: "Hombre pero qué cara que llevas, ¿viste alma o qué?"
"Nada, acabo de matar un hombre", expliqué.
"Dejá de presumir", desdeñó. "Yo mismo maté a 10 cuatreros anoche y ese mentiroso de Cleveland ya me vino a decir que sólo esta mañana ya mató 100".
Si estaba fuera de mí, este alardeo predecible de parte de Lutan me trajo un poco de vuelta. A rigor este hombre ni debería estar de pie porque ya anda bien arriba de los 100 años.
Le conté lo que pasó en el cayo. Él me quitó el garand, husmeó el cañón y después lo tiró al monte. "Ahora que eso está fuera del camino, niña, tengo que ser franco. Doreth Fox está en vos niña, pero Cleveland aquí me dice que no mataste a nadie".
Esta es la costumbre de Lutan de hablar sobre Cleveland como si no fuese un difunto. Lleva muerto más de 30 años. Yo era una niña pero recuerdo la distancia de la procesión que acompañó su féretro al panteón. Y recuerdo que es desde entonces que Lutan dejó de salir del monte. Ya se verá gente tratando de convencerme de que el propio Lutan ya murió también, pero eso es sólo porque la gente de Laguna de Perlas casi ya no va a Rocky Point.
En esta punta están las tierras comunales de una comunidad que una vez cultivó y cosechó junta. Todavía se celebra la comunión de vecinos en picnics de hasta 50 familias a la vez que acampan, si son moravos, en el bosque de pinos debajo de Haulover, o debajo de los palos de marañón que bordean la sabana, sin son anglicanos. Igual en Rocky Point los viejos de ahora no tienen a quién dejarle sus siembras. Los chavalos si imaginan, se imaginan langosteros o serviciales en cruceros lujosos.
La historia así favoreció a Cleveland, no a Lutan.
Luther Hansack and Cleveland Taylor eran lo que los parias (la forma malcriada con la cual los costeños nos referimos a los mestizos del Pacífico) llaman de "media naranjas". Todo el santo día hasta altas horas de la noche los dos estarían sentados en la plataforma de arroz que ya no existe en el medio del pueblo, volando paja. Entre los dos era una babosada tras de la otra, para la delicia mía y de cualquier otro transeúnte.
Lutan siempre comenzaría:
"Hombre Cleveland, tenés que ver cómo están saliendo grandes esas yucas en Rocky Point. Arranqué una sola raíz y la condenada me llenó ¡diez quintales!"
¡Chó, eso no es nada!" Cleveland nunca se impresionaba. "Me estás viendo aquí todo bello y enterito? A que no vas a creer que un tiburón me hizo tristes ayer pues saqué una carga de chacalines que me hundió el cayuco".
Lutan se jactaba de las cosas del monte y Cleveland del mar. I Iasta cuando el viejo Dometz de Haulover desapareció por días tintes de reaparecer (Gramma Emily decía que nunca recuperó los sentidos porque comenzó a robar niños y a chuparles la sangre), I ,utan dijo: "Ferryman lo cogió cuando fue a cazar chancho de monte, eso fue lo que le pasó". Ferryrnen (fairy men, más bien) son inmortales criaturas del bosque que le pueden raptar a uno por pura diablura. Cleveland disputó: "Pero cómo sos tan baboso hombre?Podo mundo sabe que jack o lantem le hizo perder el camino cuando se quedó fuera muy tarde pescando tubá". Jack o lantern es como los laguneños llaman a los vapores fluorescentes que se levantan del pantano en noches muy frescas, pensando que son dopís.
A como sea, la predicción de Lutan era verdadera. David tragó agua y quedó bien maltratado. Pero vivo. Yo no sabía eso cuando Lutan me aligeró hacia su solar en el monte. Estaba serísimo. Llegando a la casa sacó un banquito del tambo y me sentó allí, ordenando: "No te movás de allí, ¿oíste?"
De repente no se parecía para nada con el viejo Lutan. Parecía un maligno ferryman especialmente cuando sacó un cuchillo largo y afilado de una rendija en la pared de la casa. Hice una movida y me apuntó el cuchillo:
"Que no te movás, te digo. Porque el Señor ha dicho 'Mía es la venganza y el pago. Yo volveré la venganza a mis enemigos, y daré el pago a los que me aborrecen".
No me volví a mover; más violencia me visitaría.
Lutan fue hasta el cookhouse, una choza enclenque con piso de tierra y paredes de palmas negras de humo, haciendo una con la casa principal. Cogió un gallo calvo que hurgaba debajo de la cocina de leña. Dio la vuelta, regresando a donde estaba yo en el medio del patio y sin una palabra, degolló al gallo sobre mi cabeza, de modo que la sangre me quemó el pelo, la cara, el cuello, el pecho, el regazo y los pies.
Lutan comenzó a vociferar:
"Yessa marimacho. ¿Soltaste sus gallinas para emboscarlo en su propia casa? Pero está escrito: Embriagaré de sangre mis saetas y mi espada devorará carne. En la sangre de los muertos y de los cautivos, de las cabezas, con venganzas de enemigo. Mas, oh Jehová de los ejércitos, que juzgas justicia, que sondas los riñones y el corazón, vea yo tu venganza de ellos: porque a ti he descubierto mi causa. Jehová, Dios de las venganzas, muéstrate. Decid a los de corazón apocado: Confortaos, no temáis, he aquí que vuestro Dios viene con venganza, con pago, el mismo Dios vendrá, y os salvará. Alegraráse el justo cuando viere la venganza. ¡Sus pies lavará en la sangre del impío!"
Mantuvo el gallo sobre mi cabeza hasta que la sangre paró de borbotar y entonces respingó las sobras sobre mi cara y mi cuerpo hasta drenar la última gota. Lutan sonó cansado cuando finalmente paró y yo me había ido a la tierra del nunca.
"Abrí los ojos niña. Se fue el dopí. Tenés suerte que Tats y Cappy te guardan porque a como están los muertos en estos tiempos es pura ánima fea que anda espantando a la gente".
Abrí los ojos. Lo vi devolver el cuchillo sangriento a la rendija de la pared antes de lanzar el gallo muerto a un perro enorme, en el que me fijé por primera vez, amarrado debajo de un palo de aguacate que le daba sombra al frente sur de la casa.
Lutan sacó una hacha del tambo. Yo ya no esperaba nada. Estaba sofocada de sangre cruda, temblorosa como una gata recién nacida. Pero Lutan se preparaba nomás para cortar leña y encender una hoguera en el patio. No me volvió a prestar atención hasta que puso a hervir una olla de café y entró a la casa por un segundo para salir con un puro en la boca y una botella de cususa en la mano. Me pasó la botella. Yo tenía las manos tiesas. Me vertió el guaro en los labios: "Recuperá el espíritu chavala que tenés suerte que Tats y Cappy te están cuidando".
Tats mi papá, Cappy su padre. Si rezo es a ellos en el saber (quizás no bien asumido hasta ahora) que son los espíritus de nuestros antepasados los que realmente velan por nosotros.
Tragué y Lutan ahuyentó con la mano unas grandes moscas amarillas que habían comenzado a zumbar alrededor de los coágulos en mi pelo.
"Andá a bañarte en el crique chavala, que hedés!", me ordenó.
Trastornada, prácticamente tuvo que arrastrarme al arroyo y sumergirme, como en el ritual de un bautizo, en aguas frescas que disolvieron la sangre que escorrería al mar. Pero el tufo no me dejaría por días, mismo después que llegué a ducharme una y otra vez con jabones olorosos y champús de fruta.
Lutan me arrastró de vuelta al patio a sentarme otra vez sobre el banquito y secarme en el sol que todavía estaba afuera pero bajando ahora. Después de una taza de café amargo y cususa me asaltó un miedo más natural. Rogué: "Lleváme a Laguna, Lutan. No puedo volver sola por ese camino".
"Ya no tenés de qué preocuparte. ¿Estás viendo esto aquí? Tats y Cappy te van a proteger. No te lo tirés de encima y ningún dopí te volverá a perturbar".
Me mostraba un sontín (something, más bien) un pedacito de magia envuelto en papel marrón amarrado con hilo tosco. Tomé el paquetito y me lo metí a la cintura, dentro del elástico del calzón para sujetarlo contra la piel. Me puse audaz enseguida:
"¿Y qué? ¿Me vas a llevar a la casa ahora o voy a tener que ir a encontrar ese fusil que botaste?"
Lutan tenía el puro en la boca y finalmente lo encendió para echar rebanadas de humo al cielo. "No te digo que no tenés que preocuparte? Esperá que te cuente sobre Doreth F.".
"Quiero irme a la casa", me quejé. "Gramma Emily ya me habló de esa gringa. Dijo que la gente de Laguna la respetaba por su pelo rubio y sus bellos ojos azules".
"Chó! ¿Ves cómo a la gente le gusta hablar babosada? La gente de Laguna no respetaba a la Doreth por ningún endiablado
cabello rubio. Todo mundo quería su amistad porque todo mundo le tenía miedo".
"¿Y a qué le temían tanto? ¿Que cortáse cartas?
"Chavala, esa mujer era mannish me entendés! Cargaba su propio fusil. Cogía a cualquier hora, día o noche, y se metía al monte. No aparecía por días, igual que hombre. No pedía permiso para nada. No sé de ningún negocio de cortar cartas porque fue Cleveland mismo quien comenzó a decir que la Doreth Fox tenía negocio con el Diablo y sé que regó el rumor por puro celo porque la Doreth estaba cultivando aquí mismo en Rocky Point. No salía a ningún mar".
"Entonces, ¿es verdad que le mataron al marido porque era un marine y que después la mataron a ella porque estaba espiando para los liberales?"
Lutan revolcó los ojos: "Te fijás Cleveland como la gente puede hablar de cosas que no sabe?" Entonces a mí: "El marido de Doreth era un marine pero no estaba haciendo ningún trabajo de marine aquí en Laguna de Perlas. Él y Doreth vinieron con un montón de plata. Quién sabe cómo llegaron, pero comenzaron a acaparar toda la tierra por aquí. Por eso los mataron. Te prestaban dinero y después venían con fusil a tomarte tu tierra. David Cayasso les dijo que los mataba antes de soltar su tierra y vino una noche a Rocky Point y le dio un balazo al marido de Doreth. Él y otros compinches lo metieron en un saco, lo amarraron bien y lo echaron en ese mismo crique (donde me bañó). Cuando lo sacaron el cuerpo estaba fresco, fresco".
"Gramma Emily dijo que Doreth vio el agua en las cartas".
"Pues yo eso no te lo puedo decir, pero para mí que los marines alcanzaron a Cayasso y lo presionaron para que mostrase dónde escondió el cuerpo. La segunda vez que los marines ocuparon Laguna de Perlas fue cuando desapareció el marido de Doreth. Cazaron duro al hombre. Por eso es que los viejos dicen que las paredes tienen oídos. Los marines se arrastraban debajo de las casas y hasta debajo de camas para saber quién maté al marido de Doreth Fox".
Yo, discutiendo aún: "Pero si los marines agarraron a Mr. Cayasso, ¿cómo fue que llegó a matar a Doreth también?"
"Esa cosa fue un gran gato-y-ratón, sabés. Los marines andaban atrás de David y David andaba atrás de Doreth. Pero ella andaba atrás de David antes que se aparecieran los marines porque él la había amenazado de muerte, a ella y al marido. Cuando la Doreth fue a Rocky Point y no encontró al marido, dio media vuelta a Laguna para buscar a David. Llegó de noche y solté las gallinas de David para que saliera de la casa con la bulla. Él salió disparando y eso fue lo que lo salvé porque esa noche hubo una sola balacera y cuando teiininó entre los dos habían matado como a una docena de gallinas. Cayasso se corrió por detrás de la casa y se escondió en el monte y esa mujer rastreó a ese hombre arriba y abajo desde Raitipura hasta Kukra Hifi hasta que David volvió y la mató en el Cayo".
Todo mundo sabe esa parte de la historia. David falló el tiro y mató al caballo. Ella perdió su rifle, atrapada por el caballo. David se acercó y la acabó.
"¿Entonces ahora la Doreth me puso a matar al chavalo Cayasso", concluí.
"Puede ser sabés, pero Cleveland aquí dice que ella quiere vengarse de Tats y Cappy".
"Y qué fue lo que le hicieron a ella?", pregunté. En su tiempo, Tats y Cappy me hablaron de muchos gringos y al que recuerdo. Más es el que murió de desconsuelo porque nunca encontró perlas en los aún extensos y casi vírgenes ostionales de la laguna. Pero nunca me hablaron sobre la Doreth.
Lutan dijo que Tats y Cappy le arrebataron la chance a Doreth de matar primero a David. Eso fue por el lado del canal debajo de Kukra Hill. El día antes que David la mató en el cayo, Doreth encontró a Tats en el camino del canal y le preguntó sihabía visto a David Cayasso. Tats le dijo que estaba con Cappy, en el campamento donde Cappy trabajaba en el dragado del canal. Doreth le dijo a Tats: "Mostrame". Tats le mostró. Cuando llegaron al campamento, David estaba allí de hecho, hablando con Cappy y cuando Tats vio a Doreth apuntar su rifle un instinto le hizo arrebatar el rifle antes de que ella pudiese disparar. David los vio y se asustó tanto que saltó al canal dejando atrás su rifle. Lutan dijo que si el abuelo no tuviese ese otro rifle, la Doreth habría macheteado a mi padre allí mismo. Y Lutan todavía me insistía que no tengo "nada de qué preocuparte, sólo mantenéte puesto el somtín".
El sol se iba rápido ahora pero no tuve miedo cuando el perro gruñó. Powell y Far entraron al patio. Far estaba sobre el caballo negro y viéndome en la penumbra, se volvió para joder a Marvin: "No te dije que estaba aquí mismo volando paja con Lután? Me hubieras hecho caso viniendo directo para acá en vez de hacerle a uno sudar para nada en ese monte".
Se acomodaron alrededor del fuego y nos contaron que el caballo negro llegó solito poco antes que dos chavalos de Laguna pasaron corriendo por el sendero diciendo que unos colombianos habían matado al muchacho Cayasso (los colombianos que hoy mueven drogas por estos parajes, parece, son los fenymen de ayer). Far y Powell salieron a buscarme y se encontraron a Cayasso regresando a pie en la sabana, furioso porque una bala perdida le voló los sesos a su caballo y por nadita lo revienta a él también.
Encontraron al caballo vencedor flotando contra el puente.
Lután me dijo: "Qué bueno que vos sí viniste directamente para acá porque ya ves las cosas que andan pasando por allí. ¡Hombre, jodido!
Más bebedera de cususa y la noche plena con otra media luna con aureola había descendido sobre nosotros, cuando Powell se levantó para encerrarla. "Mejor regresar ahora que Miss Emily debe estar muerta de preocupación", aconsejó.
Volví a la abuela agarrada a la cintura de Powell, el paquetito de papel calentándome la cadera. No pasamos por Cayo Doreth, tomamos otro sendero.
De eso hace más o menos un año y sigo sin clareza sobre qué fue exactamente lo que pasó ese día. Un arrebato de insanidad o posesión genuina. No lo sé. Estoy de nuevo en Laguna de Perlas de chinelas azules en el balcón, cuaderno de proyectos y cerveza fría a la mano, veo las vacas que llegan a la orilla de la laguna al atardecer, a rendirle un quieto homenaje a la luna saliente. Respiro una brisa salada con olor a inocencia. Me dicen que David Cayasso anda embarcado en un crucero. Antes que vuelva, y por si las moscas, tengo que recordarme de irle a pedir otro somtín a Lutan. El que me dio, ya lo perdí.
¿Fin?

**********************
DEBORAH ROBB TAYLOR
Nació en Bluefields donde se inicióen el oficio del periodismo escribiendo para el boletín Rundown y la revista Sunrise de Bluefields en los años 80’s. fue redactora para el semanario Barricada Internacional y la revista Pensamiento propio en Managua. Doreth's Gay el cuento incluido en esta antología se hizo merecedor del primer lugar en el concurso "Centenario de la ciudad de Bluefields". Este cuento fue tomado de leyendas de la costa atlántica, URACCAN 2003.
************************************
Tomado del libro: "Una Narrativa Flotante. Mujeres Cuentistas Nicaragüenses". 
Ed. Amerrisque 2007.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por sus comentarios. Recuerde ante todo ser cortés y educado.

Entradas populares