MABITA CULPABLE - Irma Prego



Manita padece hace rato una inercia fatal. De pronto empezó a notar cambios súbitos en su buen carácter de pan llevar. Pasaba de la furia al mutismo, donde su mente no paraba de pensar veloz y desordenada hasta dolerle el cerebelo. Entonces se dejaba llevar por la fácil pendiente de no tomar ninguna iniciativa para no fallar, para no ser enjuiciada o cuestionada. Estaba harta sin saberlo de ser disminuida en su más mínima expresión vital. Se las arreglaba para levantarse muy tarde, comer poco, hacer siesta y leer de noche hasta que los ojos le ardían de irritación entrada la madrugada. Así logró no pensar temerosa en la permanente inseguridad que vivía, amenazada de dramas siempre impredecibles, gastando energías, como alguien que salta sobre un tonel que gira.
"La quiero ayudar", dijo el marido. "Venga a dejarme a la oficina, esa modorra en que vive no me sirve y afecta a los niños, venga y se queda con el carro para que lleve en la tarde a los hijos a comer un helado y a dar una vuelta por la ciudad, hace un día magnífico".
"También podemos ir por pan caliente para el café", dijo Manita reanimada.
Fue a dejar a su esposo a la oficina, en el trayecto intercambiaron pocas palabras.
Regresó, guardó el carro en el garaje, y se sumió en la siesta; después esperó a sus hijos, que regresaran de la escuela como todas las tardes.
En el calor de la canícula, Manita se llenaba de manchitas rojas en las piernas y en la cara, el dermatólogo le aseguró que era sicosomático. "Cuídese del sol y del calor de la cocina, pero sobre todo tranquilidad, nada de tensiones, tiene que vivir al margen de compulsiones, vivir tranquila y ya verá cómo sana rápidamente. Todos sus problemas se le reflejan en la piel, pero le ha ido bien, a muchas se les cae el pelo y acaban sus días casi calvas."
A ella, por su estado de ánimo, el sol brillante del verano la hería, la ofendía. Entonces corría las cortinas a las 4 de la tarde, para adelantar la penumbra de la noche, con la esperanza de que mañana sería distinto, en ese pasar el tiempo como un río hacia la mar, en la indolencia apática muy a su pesar... Pero hoy tal vez sería distinto... ¡Qué conjunción de astros propicios le daba un día de paz!
Cuando llegaban los hijos, ella revivía. Merendaba con ellos, hacían tareas, conversaban sobre variedad de tópicos de actualidad, de la escuela y sus incidencias y de los proyectos que inventaba Manta para divertirlos. Como el plan de conseguir un mono cariblanco, que se llamaba Mincho, que lo iba a conseguir con un pampero guanacasteco, el que comería frutas, legumbres y hortalizas, además le enseñaría a fumar y a bailar minué, le haría trajes de varón viril, y el mono viviría feliz, muchos años, atado a su cadenita dorada, con casa de moho y cama para que durmiera abrigado en el invierno. Aunque dicen, les advirtió a los niños, que los monos se enamoran de las mujeres y entonces son obscenos hasta decir no más, pues parece que como algunos varones enfermos, se dedican a ofrecerles sus partes íntimas a las mujeres, en una ostentación machista muy animal.
Entonces mejor traemos una mona maternal como yo, para que nadie ni nada a ustedes los escandalice. Se imaginan un monto embramado enseñándole sus partes nobles a mi tía Tina. Y ella cayendo cataléptica furiosa conmigo. Y después, el sermón anacrónico de libre pensadora, atrabiliaria, qué manera de criar hijos en compañía de animales salvajes.
Mincho era un personaje que llenaba las horas vacías y las fantasías de Manita y sus hijos. Lo mismo que la paloma mensajera que pediría al Canadá, que transportaría mensajes secretos a las amistades de los niños, en un afanoso ir y venir, que se llamaría Juanita, con palomar y palomo macho, para hacer crías y vender en un próspero negocio, que saturaría el Mercado Común Centroamericano, y así nos ahorramos el correo, y ustedes se van a comunicar de una manera íntima con sus compañeros, sin censura del bandido correo.
Pero los estrenos de palabras estrambóticas que Manita pepenaba en sus lecturas de libros y revistas, ella las ponía a circular en la casa como lenguaje corriente. Cuando descubrió la palabra "defenestrar" fue asunto serio, porque durante un mes o más usó y abusó del término. "A tu maestra la voy a defenestrar." "Defenestremos el almuerzo." "Mi amiga se defenestró casándose con ese badulaque." "Ese señor está defenestrando el país con tanto impuesto." Hay que defenestrar al Fondo Monetario Internacional o él nos defenestra."
O cuando le daba por hablar como escribe García Márquez, usando la hipérbole en lo más simple y la simplicidad en lo más dramático. O cuando los veía aburridos decía: "Es hora de salir a fundar un pueblo." Los hijos también entraban en el juego de palabras conspicuas y todos se divertían de la manera más singular.
Estaba Manita desdeñosa e importante jugando de magnate gringa con los hijos, hablando de sus inversiones en bienes raíces en Hamburgo, de sus fábricas cibernéticas en Japón con sucursales en Buenos Aires y Pernambuco, de su enlatadora de cangrejo gigante en Alaska, cuando timbró el teléfono. El hijo mayor corrió a atenderlo: "Dice papá que vayamos por él, hoy puede venir a cenar."
Manita al volante, contenta, con el carro lleno de niños, y - con Nicolás, su perro zaguate, cruzó la ciudad hablando cosas alegres de monos, fábricas y combinaciones divertidísimas de palabras. Sintió que ese día por lo menos se salvaba de la rutina y recobraba en algo su alegría de vivir. El tener cerca a sus hijos risueños, animosos, la llenaba de una sensación de plenitud reconfortante. Ella no concebía la vida sin humor, sin buen humor. Y volvió a hablar de su caballo chele copete espeso, tobillo fino, pasitrotero, el que compraría no más ajustara la plata. Y le vamos a dar zanahorias, afrecho y cajeta de coco.
Al llegar a la oficina del marido, le sorprendió encontrarlo al borde de la acera, con aire inquieto; presuroso se subió al carro y la miró fijo, inquisitivo. Saludó brevemente a los niños. Con alardes de violencia, asfixiado de ira y con un brazo tieso, arrancó el carro, no más rodó un trecho, miró el kilometraje con ostentación y vehemente, con furia ciega mal contenida, preguntó: ", ¿Dónde andabas? ¿De dónde venís?... Este carro ha subido en 150 kilómetros su recorrido, el tanque de gasolina estaba lleno y ahora..." Y en tono patético de partir el alma: "Y ahora..., Dios mío, está casi seco. ¿Dónde andabas, muñeca?", preguntó angustiado y con expresión de ojos, orejas, nariz, piernas y brazo tieso, completamente teatral.
Manita sintió hervirle la sangre en la cabeza. La asombró que en vez de enfurecerse, se desanimó, se amilanó, sintió vértigo por la humillación de siempre, por la absurda escena desproporcionada e imbécil ante sus hijos.
Los niños, asustados, no supieron cómo pasar de la risa y el regocijo al psicodrama. Uno lloraba, el otro gemía quedito y suspiraba. El otro, más valiente, gritaba: "Déjela, déjela en paz; no pelee, no pelee más", y también se echaba a llorar desconsolado, con un llanto profundo y desgarrado, difícil de olvidar y perdonar, porque se repetiría muy pronto, la mañana siguiente, la noche de la próxima semana, el día iluminado, el día lluvioso, la tarde aún sin fecha, pero más y más Manita cargada de culpas.

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IRMA PREGO

(1923-2001), fue una gran escritora, narradora, cuentista que vivió y escribió como una verdadera nicaragüense. Nació en Granada, Nicaragua pero vivió su vida entera en Costa Rica. Quizá la mayor realización de su vida fue la de tender un puente entre ambas naciones. Le gustaba recordar a los costarricenses sus orígenes nicas, sus raíces culturales relacionadas con la ciudad de León, sede episcopal de Costa Rica por 400 años y sede de la universidad donde se formaron sus patricios. Le gustaba también hablar de las uniones conyugales de ambas nacionalidades, como lo fue su caso. Pero también hendía igualmente su bisturí en las debilidades de los dos pueblos, como lo muestra a través de sus cuentos. Tenía una expresión satírica para la pedantería tica por lo que los llamaba los "costarrisibles". Nunca disimuló su condición de nicaragüense en medio de la autocomplacencia tica, más bien la afirmaba y lo hacía presente en toda ocasión.

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