LA TAPITA DEL LAGARTO - Bertilda Páez

Este Chepito Corona era todo un aventurero. Contaba que antes, cuando los tiburones, peces sierras y sábalos llegaban casi hasta la orilla del Lago y los lagartos se asoleaban en la arena de la playa, era muy peligroso bañarse ahí por los lavanderos o debajo del muelle de palo y tablones. Pero que la necesidad de pescar para comer y vender, obligaba a los pescadores a arriesgarse y a veces se enfrentaban o se corrían de los tiburones o de los lagartos, en la arena.
Era común oír la gritería o el llanto cuando aparecía un tiburcio o un trompudo, así llamaban a estos animales y peces sierra. Muchas lavanderas y niños perecieron en las fauces de los tiburcios y lagartos.
En esa época, el transporte a la isla era más espaciado, llegaba lancha cada 15 días o a las tres semanas, y ese día era como una feria, ir y venir, subir y bajar. En esa laucha venían pasajeros, sacos, canastas con verduras, barriles, gaseosas, cajas de provisiones, kerosene y hasta guarón. También viajaban animales domésticos, trastes y muebles. Todo un revoltijo colorido, mal oliente, folklórico.
Y con ese trajinar también circulaban pesos y centavos. Y los tutreros y marineros o más bien playeros ganaban sus buenos reales. Y allí estaba Chepito Corona, trabajando.
Un día se estaba alistando para el trabajo diario: salir a pescar, y al llegar a la playa por la bajada de la Quinta, con espanto alcanzó a ver cómo un lagarto tenía atrapado a un chavalito con la gran tapa y éste no gritaba del miedo y su mamá no se daba ni cuenta. Entonces Chepito corrió y le abrió la tapa al lagarto y le metió la mano para sacarle la patita del niño. El niño se zafó pero el lagarto cerró la tapa y prensó el brazo de Chepito que lo tenía metido hasta adentro y empezó a triturarlo con los grandes colmillos. Chepe, en medio del dolor, con la mano le buscó la tapita que los lagartos tienen al fondo del galillo, como la campanilla que tenemos nosotros y se la jaló con fuerza y el lagarto empezó a tragar y tragar agua y se estaba ahogando, entonces él sacó su brazo y tomó un garrote que estaba por ahí cerca y pías, pías, apalió al lagarto hasta matarlo. Después del susto, descansó un rato y con cuidado le quitó el cuero, lo saló y lo puso a asolear, para llevarlo a vender a Granada cuando estuviera seco.

Mucha gente decía que Chepito era brujo. La verdad es que era muy inteligente y a cada situación le buscaba una salida adecuada y siempre estaba de buen humor.

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El cuento ha sido tomado del texto Ornetepe - La tierra prometida, INC 1999.

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