Figá y La Niña Eva
La niña se seca las manos con
cuidado y se amarra la macolla de
pelo negro con una cinta de terciopelo azul. Llevaba un vestido de lino blanco bordado
con florcitas de todos colores. Tenía una belleza especial. Era como una explosión de
vida, los ojos negros
brillantes, los dientes separados y afilados y una voz ronca y llena de matices, que no
correspondían a su edad. Tenía 11 ó 12 años, una contextura más bien recia, piernas largas y delgadas,
unos dedos finos con una piel aceitunada.
Figá la observó con ternura. La
niña Eva siempre le regalaba golosinas. Era hija del comerciante más rico del pueblo, de todos los hermanos era la que disfrutaba
esa parte de sus obligaciones para con los pobres. Eva tenía un corazón genuinamente generoso y un amor maternal incipiente que
le permitía repartir cariño y ternura a los niños y a los viejos por igual. Además poseía la virtud que Dios regala a unos
pocos, una insaciable curiosidad por el alma humana que combinada con su natural
energía, le permitía ser
amiga de todo el mundo, hasta del viejo Figá.
Figá era un mulato alto, flaco y
enjuto con un cuerpo como de mecate, sólido a pesar de su edad. La gente del pueblo murmuraba que tenía más de 100
años, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Todos decían que estaba loco, pero en el fondo sabían que no era verdad, sus
ojitos brillaban con la lucidez típica de los cuerdos.
Figá vivía solo en una casita de madera en un viejo barrio. Se proveía su propio
sustento con el digno oficio de la pesca, que aprendió desde niño. No tenía familia ni
amigos.
Leyendas y mitos
rodeaban la historia de tan extraño personaje, incrementados por el hecho
indiscutible de que a pesar de que Figá envejecía cronológicamente, su
vitalidad energía y salud eran un hecho cierto y fuera de toda lógica. Figá sólo hablaba con los niños, por costumbre, pues el hecho que inició
este característico comportamiento había
desaparecido hacía mucho tiempo. Figá
tenía absolutamente prohibido por los "duendes" dirigir la palabra a
alguien mayor en edad o en estatura que él.
—Ahora, Figá ya estás limpiecito y con tu comidita
para la noche.
Ahora contame de los hombrecitos, y los duendes—dijo Eva al mismo tiempo que se
sentaba en el suelo cruzando una pierna sobre la otra al estilo "Buda". La niña se arregla con
mucha
delicadeza la falda de su vestido. Puso sus manitas en puño bajo la barbilla, en un gesto
de absoluta concentración, los ojos brillantes y alerta la mente...
Eva era la segunda hija de un
libanés establecido en la zona del Atlántico de Nicaragua, hombre sagaz y activo de sólida fortuna en dólares. Fue un pionero
de la pesca de mariscos y negocios relacionados con la madera y el banano, concretando comercio y exportación directa con
EE.UU. Gozaba el libanés de un
prestigio de hombre honesto, de valores tradicionales, y profunda conciencia social. Era
padre de prole numerosa. Su esposa Amalia y sus hijos dedicaban parte de su tiempo libre a labores
sociales.
La zona atlántica donde vivía la familia estaba separada
totalmente
física y culturalmente del Pacífico por barreras tan profundas como el idioma y las
razas. Eran dos mundos apartes. Estaban geográficamente lejos y sin vías de
comunicación. No existía
una carretera que conectara la Costa Atlántica al civilizado Pacífico. Se hablaba el
inglés, resultado de una influencia
denominada "Protectorado Inglés en la Mosquitia", producto de una larga colonización
inglesa que culminó en una crisis
nacional tan profunda que pretendieron en una época independizarse del resto del país. Tenían inclusive un "Rey Mosco" y una caricatura de corte semejante a
la inglesa. Estaba habitada por
indios, ramas, zumos y mísquitos, y una serie de mulatos con una cultura afro-inglesa, donde se bailaba "Palo de Mayo" en las noches calurosas de luna llena y
el ruido de los tambores y los
movimientos cadenciosos llenaban de vida toda la ciudad. Vivían muchos chinos, alemanes y algunos árabes.
La vida del pueblo transcurría
entre cantos de religión Morava y
Bautista, atardeceres rosados en la bahía y agradables mañanas dominicales viendo juegos
de béisbol.
Las casas de madera con grandes ventanas con cortinas blancas construidas sobre tambo, olor a pescado
fresco y música en inglés, todo era
limpio, limpio, fresco, puro, puro.
Esto pasaba en Bluefields,
Nicaragua, en el año de 1939, lugar paradisíaco con las lanchas de los pescadores, flotando en la bahía y de frente a lo lejos le
isla de El Bluff. Los ricos en Punta Fría y los pobres en Oid Bank. En el centro comercio y los chinos, con sus tiendas que
vendían de todo. En las tardes venían las gangas del río Rama y se compraba camarón de río,
langosta fresca de
Puerto Cabezas y chacalín de Lagunas de Perlas, para cocinar para el almuerzo
"arroz con chacalines", y "rice and beans with coco milk".
Transcurrían sus vidas pacíficas,
indiferentes sus habitantes a las intrigas, tejes y manejes del Pacífico; la
ciudad de León y su rivalidad
con Granada; los mestizos y los criollos oligarcas; los volcanes en erupción y
terremotos que estremecían la capital Managua y toda la costa del Pacífico; por supuesto ni
que pensar en el
cataclismo que sacudiría el mundo unos meses más tarde, septiembre primero a la 4.45 minutos en Polonia... No les importaba la muerte Sigmund Freud con el
nacimiento del psicoanálisis, y el
estrello de la película "Lo que el viento se llevó".
Nada de eso era importante para Eva en esa tarde de
domingo, solo el
viejo Figá y su capacidad de transportarla a todos los lugares que visito con los
"duendes" o los hombrecitos, la brisa
marina entro por la ventana de la casita de Figá, y fuera escuchan los gritos de los hermanos de Eva, que
juegan ruidosamente en el patio. No les gustaba entrar a la casa del viejo, le tenían miedo, además se aburrían con las
historias y el tono de voz pausado y medroso, pero respetaban la amistad de va con él.
Figa empezó a hablar y los ojos de
Eva lanzaron destellos de luz.
Figá y los
Duende
Laguna de Perlas, Costa Atlántica,
Nicaragua, 1839. El niño negro
corría, alejándose de la laguna, abandonando todo intento de pesca, y trataba de agarrar
mariposas riéndose.
De repente, vio una muy especial,
amarilla grande con muchos
destellos y dibujos en azul, al instante decidió que esa, tenía que ser suya. Corrió y
corrió adentrándose en la zona másdensa de vegetación sin darse cuenta que estaba en un
lugar desconocido,
y que por la distracción y el entusiasmo, no había tenido la precaución de
marcar su ruta como le enseño su papá, amarrando los nuditos de hojas verdes en los árboles a
la altura de sus ojos.
Cuándo se percató de su error fue muy tarde. El sol
empezaba a caer y un
escalofrío de alarma y miedo recorrió su espinazo. Trato de serenarse dentro de las
posibilidades de un niño de su edad, pero al sentirse en territorio desconocido su respiración se agitó y un débil suspiro se
escapó de su pecho tierno de ocho años, al mismo tiempo que una lágrima tímida fue
resbalándose con vergüenza
en su carita asustada. Se secó el sudor nervioso de sus manos y busco con la mirada en la penumbra
por algo familiar que
le ayudara a orientarse para salir de lo profundo de la selva, tal vez una ramita
quebrada o sus propias pisadas. La oscuridad se hizo total y Figá empezó a
temblar de frío y miedo, de repente
algo diferente lo hizo salir de su inamovilidad. El lugar donde estaba su pie derecho tenía
una temperatura diferente al de donde estaba su pie izquierdo. Estaba caliente. Figá
se arrodilló y palpó temeroso el suelo con sus
manitas, pero casi no podía ver y sólo sentía el calor. Había
un completo silencio.
No se oían ruidos de animales, lo cual le alegró
porque él bien sabía que ese era uno de los
peligros de la noche en la selva, que se lo comiera el
tigre, o el danto y tal vez el hombre mono, que todo el mundo sabía que comía
niños.
El hambre y el cansancio lograron adormilar al niño,
que se acurrucó al pie de un árbol
grande, y casi sin darse cuenta se durmió acunado por la música de sus propios sollozos, el calor del suelo, y el sabor dulzón de sus propios mocos.
Cuando Figá abrió los ojos se sintió cegado por una
luz blanca y brillante que sin embargo, no
despedía ningún tipo de calor. Trato de moverse pero no pudo. A su alrededor sentía la presencia de varias personas. Trato de aspirar profundo para
identificar dónde estaba en un gesto atávico y
antiguo heredado de sus ancestros africanos, pero no
sintió ningún olor. Aspiró más, pero su olfato no pudo captar nada, ni el más mínimo aroma de los árboles o el mar. No olía a humo, tampoco a animales ni
personas. Sólo una gran nada. Eso
extrañó a Fígá, pues como le enseñó su padre, todo huele a algo. También Figá reconoció el silencio,
pero a pesar que rio oía ruido sentía
la presencia de alguien que le comunicaba una sensación que todo estaba bien, como si le estuvieran diciendo sin palabras que no tenía nada que temer. Figá se
tranquilizó y movió los ojos a su
alrededor sin mover el cuerpo. Todo era como de metal, pero no como el hierro,
sino algo plomizo y brillante, metálico
pero que transmitía una sensación de frialdad. La temperatura era uniforme, pero no se sentía brisa.
No tenía frío ni calor, tampoco
tenía hambre. No tenía sueño ni cansancio, Figá cayó de nuevo en un sueño profundo y tranquilo.
El viaje
Figá se
despertó de nuevo y esta vez vio, sin ningún temor, a los hombrecitos, los cuales no tenían boca y
hablaban. Tenían una piel gris, brillante y lisa, casi como la de un
pescado.
Tenían unos ojos grandes y unos cuerpos pequeños, como
el de Figá, pero no eran niños. Él
les podía oír y entender, y también le
transmitían un gran amor y dulzura, una sensación de calidez y tranquilidad.
Le explicaron que lo encontraron a punto de morir y
que decidieron llevarlo con ellos para
salvarle la vida, aprender de él y
enseñarle. Le dijeron que eran viajeros del espacio y que el ¡lempo como él lo comprendía no era real. Su máquina de viaje les permitía
ver y estar en el ayer, el hoy y el mañana a voluntad. La distancia
donde se encontraban no se medía por leguas, en calidad tampoco existía. Tenían mucho tiempo de venir a la Tierra y ayudaban a los humanos para tratar que
cuidaran su raza y su planeta.
Todo esto Figá lo entendía en su mente y al mismo tiempo, miraba pasar
imágenes de lugares y personas que él nunca pensó que pudieran existir; China y Mongolia, con su gente
amarilla y tina gran muralla. Roma, con unos círculos grandes con gradas llenas de gente, y leones que se comían a las personas
que sólo se quedaban quietas, al mismo
tiempo otras personas sentadas en las
gradas aplaudían con gozo; edificios gigantes puntuditos llamados pirámides con gente cultivando trigo; un gran
río que crecía y regaba siembros, con un
gran león de piedra acostado en la arena, pero en vez de blanca era de color
dorado, viendo una puesta de sol, parecía de
piedra; una máquina que se llamaba imprenta; un hombre que pintaba en el techo
de una iglesia unos dibujos que parecían de verdad; un marinero con tres barcos
y una cruz que viajó mucho por el mar y
llegó donde estaban muchos indios de
piel oscura y casi desnudos, que le tenían mucho miedo a los caballos; un lugar que se llamaba Rusia con una sustancia blanca y fría que se llamaba nieve; y
animales grandes con una gran trompa, en un lugar que se llamaba África
donde vivía gente como él, pero más oscuros y
grandes, con leones y un animal muy
lindo con un cuello muy alto que caminaba con gracia y lentitud. Figá
estaba como en un sueño muy lindo del que no quería despertar jamás.
De repente, todo empezó a
cambiar. Vio la guerra, la sangre,1 la muerte y la desesperación. Los terribles
eventos de septiembre de
1939. Mucha gente desnuda que caminaba en unos graneros, entraba, salía mucho humo y
no salía nadie. Estaban cuidados por unos hombres con uniforme que caminaban con
unos perros extraños
con caras de venados.
También un lugar lindo que
se llamaba Hiroshima, con muchos niños en las escuelas y padres camino de sus trabajos, De repente, todo
desapareció, una nube negra creció y se formó como un hongo parecido a los que él miraba en
bosque. Se sintió
muy triste y cansado y se sumió de nuevo en ese sueño profundo...
Figá despertó de nuevo, supo
que podía circular libremente por todo el lugar. Subió y bajó por una serie de
pisos o niveles mirando
con atención que hacían los "duendes".
El lugar que ellos llamaban
"Nave" pero Figá llamaba la casa más grande que él había visto en su vida, lo
que les causó algo parecido
a la risa. Tenían como una gran ventana por donde Figá miraba pasar grandes
pelotas de fuego. Ellos le informaron que ésas eran estrellas, quiso ver su casa, pero
le dijeron que y/ estaban demasiado lejos de la Tierra para verla. Por lo
tanto, él pensó
que esto era muy lejos de Laguna de Perlas, su casa, su mamá. Su espíritu se llenó
de profunda congoja. Prefería comer pescado cocido en leche de coco, que esas
tabletas sin sabor que le
daban una vez al día. La verdad hambre no tenía y se sentía muy bien. Le explicaron que
nunca iba a enfermar, ni sentir dolor de barriga o tener catarro ni nada; que
donde se dirigían no había
sol, luna, lagunas, bahías, mangos, limones, ni cocos, pero que tampoco se
necesitaban. Le explicaron que nadie se peleaba, ni se sentían nunca tristes; que todo el tiempo
se ocupaba en estudiar
y entender, en estar en paz y serenidad en total armonía con el resto del universo;
que él iba a ser muy feliz ahí.
—Así
pasó mucho tiempo. De repente Figá rompió a llorar. Les dijo
que estaba contento con ellos en su casa, pero que le hacíamucha falta su mamá; que no
quería ir a ningún lugar donde no hubiera
noche ni día.
Quería regresar. No le importaba enfermarse, o trabajar por toda su vida. Les dijo que a pesar que había visto
cosas feas, eran las bonitas y definitivamente no
comer pescado nunca y no disfrutar de una puesta de sol en la bahía era algo en lo que no quería ni pensar.
Su familia, su mamá, sus hermanos y abuelos, iban a estar muy triste sin él.
Los "duendes" lo miraron con sus ojos sin
expresión pero su mirada estaba llena de
profundo amor. Le manifestaron que nadie podía saber nada de lo que había visto y entendido, que era mejor que no hablase con nadie más grande que él, y
que un día, cuando su cuerpo y su espíritu
estuvieran listos, lo llevarían de nuevo, lo acariciaron con la mirada, se despidieron sin palabras, lloraron sin lágrimas.
Una gran luz estalló en el pecho de Figá, sintió que
voló como en un túnel de luz y cuando
abrió los ojos, para su sorpresa estaba
parado frente a la puerta de su casa. Su mamá lo vio, gritó, lo besó y abrazó llorando. Empezó a preguntarle
que dónde había estado tanto tiempo,
preguntando a borbotones muchas cosas más. Figá no
contestó, tampoco habló con los abuelos ni con
nadie. Primero pensaron que había quedado mudo, pero días después lo
sorprendieron hablando con su hermanito Duden.
Figá no volvió a hablar con nadie mayor que él. Con su
transcurso del tiempo, todos se
acostumbraron a esta situación. A Figá no le importaba. Se sentía bien sin hablar mucho. Aprendió el oficio de pescador, y vivió de él toda su vida.
Dicen que nadie disfrutó jamás como él comerse un buen pescado, podía
pasar horas viendo la luna, nunca se quejó del calor del sol.
Los
niños lo querían porqueles contaba cuentos maravillosos, y hablaba de lugares que sólo
existían en su imaginación.
Eva y la verdad
Amalia interrumpió la conversación
trivial sobre el almuerzo que tenía con la sirvienta, para observar a su hija que cortaba flores en
el jardín. Eva la confundía.
Demostraba una gran sensibilidad
para muchas cosas, y tenía un corazón muy noble, sin embargo, había reaccionado con una gran frialdad sin demostrar la más
mínima preocupación con la desaparición del negrito Figá.
El anciano desapareció un día sin
dejar rastro. Todo el pueblo había organizado una búsqueda masiva en el bosque,
y se
presumía ahogado o tal vez devorado por los animales salvajes. El pobre viejo nunca
estuvo muy bien de la cabeza, probablemente de algún golpe en la infancia cuando estuvo perdido meses en la selva.
Tenía períodos de mudez y cuando
hablaba contaba historias irreales y fantasías que los lugareños calificaban de seniles. Amalia tenía vagos recuerdos de su
infancia y de la historia que Figá había contado de cuando se lo llevaron los "duendes. En realidad no era mudo, sólo
temperamental.
Amalia llamó a Eva con mucha
suavidad. La niña se acercó lentamente con una amplia sonrisa en su carita. Amalia frunció el serio con preocupación. Tal vez
Eva tenía una negación con aceptar la dura realidad de la muerte.
La niña entregó a su madre el ramo
de flores que terminó de recoger
en-el jardín, regalándole con la más brillante de sus sonrisas. Eso oprimió el corazón de Amalia.
No estaba bien que estuviera tan tranquila después de la horrible tragedia del viejo
Figá.
—Hija, ¿no te gustaría llevar estas flores donde
pusieron la placa con el
nombre de tu amigo Figá, en el cementerio?
—Mamá, Figá no está ahí, y donde él está no se
necesitan flores, ni
hay día, noche o hambre, sólo mucha paz. La enfermedad y la vejez tampoco existen.
Amalia se reconfortó pensando que Eva estaba bien.
Nada extraño pasaba con su espíritu.
Simplemente se consolaba con la
religión.
—Entonces Eva, ¿vos crees que Figá
está tranquilo en el lelo,
disfrutando de la paz de Dios?
La niña levanta su mirada y se
queda en silencio mirando a su hi ladre, se limpia las gotitas de sudor que
rodean su boca, sacude melena negra,
sonríe. Contesta lentamente, midiendo con cautela cada una de sus palabras
porque Eva ama la verdad.
—Él me dijo que se iba a ir.
Estaba muy contento. No sé si se I lama cielo el lugar donde está, pero Figá está bien.
No necesita llores, y
tiene mucha paz... por eso yo no estoy triste.
Sus ojos brillaron con expresión de felicidad, piensa
que después de
todo cumplió con la promesa hecha a Figá de no hablar de su viaje, observó cómo se borró
la expresión de preocupación e inquietud de su madre, le tomó la cara con sus manitas le dio un gran beso muy sonoro, suspiró y
se fue corriendo a jugar.
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ZARIFET DE LOS ÁNGELES BERMÚDEZ JUREIDINI
(Bluefields, 26 de abril de 1953). Abogada y Notaria Publica de profesión. Escritora de vocación, mujer y madre orgullosa de Alejandro, periodista, escritor y profesor, de Gabriel y José, gemelos, militares, dibujantes y poetas, por orden genético obligatorio; su seudónimo, "colibrí", prestado de su abuelo, el poeta Antonio Bermúdez Cortés. Sus raíces costeñas de su madre, quien es Eva, la niña de "Figa". Tiene muchas historias que contar. Ha publicado obras como La Tula y El Naranjal. Este cuento fue tomado de leyendas de la costa atlántica, URACCAN 2003.
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ZARIFET DE LOS ÁNGELES BERMÚDEZ JUREIDINI
(Bluefields, 26 de abril de 1953). Abogada y Notaria Publica de profesión. Escritora de vocación, mujer y madre orgullosa de Alejandro, periodista, escritor y profesor, de Gabriel y José, gemelos, militares, dibujantes y poetas, por orden genético obligatorio; su seudónimo, "colibrí", prestado de su abuelo, el poeta Antonio Bermúdez Cortés. Sus raíces costeñas de su madre, quien es Eva, la niña de "Figa". Tiene muchas historias que contar. Ha publicado obras como La Tula y El Naranjal. Este cuento fue tomado de leyendas de la costa atlántica, URACCAN 2003.
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