ENMANUEL - María Dávila


"Ser maestro y querer seguir siéndolo, es en cualquier parte, y aquí en nuestra maravillosa Nicaragua de títeres y saltimbanquis: la locura del magisterio.

... Hay... quienes se echan a la enseñanza poseídos por esa otra locura más divina y más loca: enseñar es necesario, vivir no es necesario...

Hoy abres una escuela y enseñas como quien tiene autoridad y mañana te clavan en la cruz.

Un maestro... Viéndose como todos los maestros, en ruina, le decía a uno de los que llaman altísimos personajes: una de estas tres cosas tienen ustedes que hacer conmigo. O pagarme o emplearme o fusilarme. Y, naturalmente, como no le pagaron, ni lo emplearon, ni lo fusilaron vive desde entonces el infeliz en esta misma brujas de Flandes donde yo vivo.

La profesora se experimenta gozosa leyendo aAzarias Pallais, ha encontrado el texto perfecto para meditar con sus alumnos en el día del maestro, y, movida por un golpe de inspiración se dispone a preparar un sociodrama para el acto central del colegio. Es media noche, el único momento en que hay silencio en la pequeña casa, y los árboles del patio proyectan frescas sombras sobre el humilde corredor tenuemente iluminado. No habrá reconocimientos, lo sabe de antemano, por este trabajo extra.

De súbito la asalta una interna rebeldía. La atosiga el aburrimiento, el cansancio, la ausencia de sentido. Se pregunta si lidiar con chavalos todo el día, todos los días, la está envejeciendo a destiempo. Por su mente pasan la Normal, la carrera sabatina de español, las horas interminables de planeamiento que tantas veces parecen estériles cuando se topa con la traviesa indiferencia de los alumnos, las montañas de papeles que le ha tocado corregir. Y el sueldo, el mísero sueldo que se esfuma apenas llega a sus manos, después de tres gobiernos para los que el magisterio es una profesión de cuarta categoría. No se percata que alguien se ha colado en la estancia, hasta que resuena su voz como venida de otra dimensión, mientras pasea con aire pensativo.

—Ser o no ser...

—Qué hace usted aquí, por dónde entró... —da un gritito sobresaltado la maestra.

—Por la puerta... Pero, le trataba de explicar, tener dilemas es señal de estar vivo, de buscar respuestas, de desear la evolución, y, por tanto, de tener la posibilidad de cambio.

—Y quién es usted, don sabelotodo... —inquiere, repuesta del susto inicial, pues sin saber por qué le ha inspirado confianza.

—Perdóneme que sea grosera. Pero ¿sería posible que me dijera pronto en que puedo servirle?... Tengo bastante trabajo y a las cinco de la mañana debo estar en pie... Dispénseme...

—Usted me llamó con su desesperanza...

—¡Ay no! Pretende leer las mentes y viene a dar sermones...

—A usted nadie la escucha... Cuando llega a su casa, su marido y sus dos hijos va duermen... y en la mañana todos corren después de que les deja listo el desayuno...

—Mire, por favor... Mi ritmo de vida me lo sé de memoria...

—Sus alumnos piden atención de toda clase, pero a menudo olvidan que es usted un ser humano... Ahora mismo hablaba sola de sus angustias...

—No me gustan los sicólogos, señor...

—No disimule... soy un maestro de primaria...

—¿Sí? Se equivocó de dirección. Este es un domicilio particular...

—Yo soy un maestro de primaria que pudo ser fusilado...

—Pero no lo hicieron y por eso vive en el limbo...

—completa ella, burlona, convencida a de que se trata de algún loco inofensivo.

—El fusilado habría de ser otro... Un americano que quiso convertirnos en colonia...

—Mire, mire, la guerra ya pasó... olvídese de armas y de cosas raras...

Apenas pronunciadas estas palabras observa que el rostro del hombre adopta una expresión arrebolada y que ha empezado a referirle un relato peculiarmente familiar

—"La ciudad estaba tomada por los americanos y era necesario desalojarlos de la casa en que estaban atrincherados... Pensaba yo entonces en los niños, cómo podría hablarles de paz, si me envolvía en violencia... Dudaba, dudaba, ¡dudaba! Los americanos estaban causando muchos estragos, tantas muertes... Si vencían cómo podría enseñarles en castellano a mis alumnos, cómo podría hacerles entender el significado de la soberanía patria y la obligación de saludar su bandera azul y blanco con todo respeto. Así, me decidí. Me acerqué a aquella casa corriendo en medio de las balas con una manta empapada en petróleo amarrada a la punta de una lanza, e incendié el techo. Huyeron los americanos s vencimos sobre ellos al grito de victoria..."

—Me suena todo eso... Mongalo... Emmanuel... ¿usted? —reacciona la educadora con pavor, sin dar crédito a sus sentidos me están haciendo daño las pastillas para tos nervios... Dios mío!

—No tema, soy tan real como usted... —indica el visitante con un decisivo gesto tranquilizador—. Aquel momento de que le hablo fue sólo un instante de gloria... por eso aparece mi nombre en los textos de Sociales... Mas no porque volví a mis clases y formé generaciones nuevas de hombres y mujeres... Es Extraño...

—¿Extraño?

—Fue más decisivo un momento de arrojo, que el sacrificio diario de darme por entero para que otros llegaran a la plenitud de sus existencias hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. dejando jirones de piel y pintando canas...

—Entonces, no sólo el 29 de junio. También... —También... cada día; eso fue lo más valioso de mi historia... Mi esfuerzo multiplicado en centenas de hombres y mujeres en quienes puse la inquietud del saber, del deber, del vivir a cabalidad...

—¿Vale la pena?

—Sólo piense desde que estuvo en primaria. Cuántos aprendieron a leer y escribir cuántos oyéndola hablar de las plantas quisieron ser agrónomos: o escuchándola explicar las partes del cuerpo humano se decidieron a ser médicos; cuántos poetas. Astrónomos. Ingenieros empezaron a soñar y construir en sus aulas: a cuantos descubrió la aventura de la buena lectura. Y a cuantos más dijo las palabras acertadas para salvarlos del vacío de la existencia. De las drogas o hasta del suicidio.

—Si su hazaña contra Walker fue una locura... —La locura de enseñar fue más divina y más loca...

—¡Ah aquellas ilusiones del principio!...

—Se hicieron surco semilla. Planta cargada de frutos... un camino fecundo.

—Es tiempo de recomenzar supongo.

—Es tiempo... Adiós amiga. Me llegó la hora de marcharme...

—Mientras se despide, se confunde con la noche.

—Adiós, maestro —contesta la mujer cual si despertara de un trance hipnótico.

Respira agitadamente la profesora. Se pregunta si se durmió por un momento y tuvo un sueño. Se levanta y revisa los rincones de la casa. Nada. Nadie. Todos descansan. Poco a poco, se calma y se da cuenta que se siente extrañamente confortada. Sabe que mañana revisara las composiciones de los alumnos y que hablaran de una figura acartonada que quedó grabada en los anales de la historia un 29 de julio de 1855. Sabe bien que ya tiene el diálogo para la obrita de teatro que presentaran sus pupilos.

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MARÍA DÁVILA
(1960), y se graduó en Humanidades. Cultiva la poesía y el cuento con los cuales ha ganado diversos premios en concursos para la conmemoración Dariana en diversas universidades. Ha publicado en la Prensa Literaria, en El Nica Centroamericano de los Ángeles California. Este cuento ha sido tomado del libro CINCO CUENTOS Y ALGO MÁS.
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Tomado del libro: "Una Narrativa Flotante. Mujeres Cuentistas Nicaragüenses". 
Ed. Amerrisque 2007.

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