Encuentro con el Sisimique

Por Mauricio Valdez

Este cuento está basado en algunos hechos reales, vivencias con mis hermanos cuando éramos adolescentes. El Sisimike o Sisimico, según creencia de la zona Caribe de Nicaragua es un "Hombre Mono", quizás una versión del famoso pie grande. Un cuento más del libro Cuentos y Mitos de Nicaragua. Al final "La Sisimique y el hombre".

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La quebrada no quedaba muy lejos, solo había que cruzar un potrero, llegar a un cominito pedregoso y seguir caminando hasta llegar a otro potrero y a la lejanía se veía un gran árbol de Genísaro bajo el cual yacía una pequeña casa con algunas tablas desencajadas y tejas que se le caían, luego estaba una bajada que daba a unas piedras entre las cuales fluía el agua sonora y limpia del riachuelo que llamábamos la quebrada. La casita estaba abandonada, nadie se atrevía a volver a habitarla, ni la remendaban, ni se llevaban nada de ahí, ella sola se iba consumiendo, iba desapareciendo con el paso del tiempo. Los que pasábamos por ahí, lo hacíamos de prisa, evitando pasar de noche por temor a que nos sucediera lo que les sucedió a los que antes vivían ahí, en la casa que ahora decían; estaba embrujada.

Esa tarde, como muchas otras anteriores, nuestra única intención era pescar. Mi hermano mayor y dos amigos recorrimos la quebrada aguas arriba buscando posas en donde sabíamos que estaban los más hermosos peces que llamábamos guapotes, en una de esas posas, la más grande, es en la que permanecíamos por más tiempo, cada quién ocupaba su lugar alrededor de ella, pero eso sí, todos callados. No faltaba quien se metía al agua para despegar su anzuelo de una roca; —Este fue un cangrejo— decía mientras metía su brazo y la mitad de su cara al agua, a veces se zabullía por completo cuando el anzuelo pegado estaba en aguas más profundas.

Era invierno y nos sorprendió la lluvia, calló un aguacero y el agua de la quebrada se tornó achocolatada, entonces los barbudos, unos peces con apéndices en la cara, comenzaron a picar y uno a uno se pegaban a nuestros anzuelos comiéndose las mazamorras (lombrices de tierra) que poníamos de carnada, estábamos entusiasmados, pues nunca habíamos tenido tanta suerte. En tiempo récord, cada uno de nosotros teníamos al menos cinco pecados más o menos grandes, pero luego dejaron de picar y nosotros queríamos obtener más, pues todo el día no habíamos pescado nada y solo fue en ese corto periodo de tiempo, mientras duró la lluvia, que logramos pescarlo lo que teníamos. Así, esperando obtener más barbudos, se nos pasó la hora en que debíamos de regresar, cuando comenzó a oscurecer nos acordamos de la casa embrujada y de los coyotes que rondaban la zona, casi corriendo nos dispusimos a irnos, al divisar la casa cuesta arriba, nuestros corazones comenzaron a palpitar aceleradamente, nadie decía una sola palabra, a medida que nos acercábamos nos parecía escuchar ruidos que provenían desde adentro de la supuestamente abandonada casa, no mirábamos luces, ni bulto, ni nada de lo que podría suponer que alguien estaba en la casa o que algo estaba acechándonos al pasar.

—¡El Simiseque! gritó Goyo que iba adelante, al mismo tiempo que echó a correr, tras él los demás le seguimos corriendo también. Pasamos el susto, no era nada o por lo menos no vimos nada, corrimos hasta que nos cansamos, nadie se quedó rezagado.

—Caminemos rápido —dijo nuevamente el alborotista que nos había hecho pegar la carrera y el mismo que llevaba un pedazo de machete sarroso, seguro creía que con eso podía defenderse o defendernos de cualquier cosa que nos saliera al paso, como los coyotes que quizás eran perros descarriados, semisalvajes que se hacían escuchar en la lejanía.

Ya un poco calmados pregunté:

—¡Oe, Goyo! ¿y qué cosa es el Siquequique?

—Sisimique —me corrigió— es un animal que se parece a un hombre mono y que tiene los pies al revés, él fue el que se llevó a las dos mujeres que vivían en esa casa, se las robó, eran chavalas bonitas.

—¿Sisimique?, hasta ahora lo escucho.

—Pues dicen —continuó Goyo con su relato— que en esa quebrada vive un Simisique que sale buscando alguna mujer que se esté bañando en horas de la noche o que le haya agarrado la tarde lavando ropa. Cuando ese señor que construyó esa casa le dijo a algunas personas que eso es lo iba hacer, muchos le dijeron que no lo hiciera, que no construyera en ese lugar, que era peligroso y que ya antes había pasado una tragedia por culpa de ese Sisimique a otra familia que tenía su casita cerca de la quebrada, pero el señor no hizo caso y le pasó lo que le pasó.

—¡Ala! y hasta ahora nos decís eso, si hubiera sabido, no vengo a esta quebrada —Dijo Raúl, al parecer el más miedoso de todos.

Acababa de decir eso cuando el mismo Goyo, siempre a la cabeza, se detuvo callándonos con un fuerte ¡Ssshh! Luego dijo: Ahí viene alguien.

—Yo no veo a nadie —dijo Eddy mi hermano, nadie veíamos bien, pues la oscuridad estaba opacando la poca luz que del sol quedaba.

—¡Caminemos hombre, si no es nada! No ven que los coyotes nos van a alcanzar, ellos huelen los pescados que llevamos —dijo el que iba en la cola.

Comenzamos nuevamente a caminar, el regreso me parecía más lejos que la ida y de seguro que más de alguno pensaba lo mismo que yo. También estaba casi seguro que habíamos extraviado el camino.

El baquiano machetero de nuevo dijo ¡Ssshh! —Ahí viene alguien.

Pero esta vez no se detuvo y todos continuamos la marcha a pasos agigantados, en fila india, sobre el caminito donde a veces pisábamos alguna que otra plasta de vaca y estiércol de caballo.

¡Schack!

—¡¿Y ese ruido?!

—Eso fue un conejo.

¡Schack!

—¡¿Y ese otro?!

—Es una lechuza.

Preguntaba uno y respondía otro, hasta que un ruido en particular, como un gruñido, nos dejó con ganas de salir corriendo, pero solo nos quedamos pensando que animal podría ser.

—¡¿Qué fue ese ruido?! Al fin se hizo la pregunta…, pero nadie respondió.

Sin una linterna a mano y nada para alumbrarnos, con miedo y caminando de prisa, nuestro pensamiento estaba enfocado en llegar a nuestra casa, sé que íbamos por el sendero correcto y eso me tranquilizaba de cierto modo.

La sensación de que algo nos seguía estaba latente, más porque nos parecía escuchar pisadas tras de nosotros.

—¡El Sisimique! —de nuevo el grito seguido de la carrera, pero esta vez la cosa fue diferente, pues Goyo corriendo tropezó con algo, posiblemente con una piedra, y cayó sobre el sarroso pedazo de machete que llevaba, objeto que ahora sí, al parecer, se había convertido en un arma letal.

Nosotros nos reímos de él creyendo que se levantaría enseguida sacudiéndose la tierra de su cuerpo, pero solo escuchamos un quejido de dolor y Goyono no se movía.

—¿¡Qué te pasó!?—le preguntamos mientras nos agachábamos para asistirlo.

—¡Creo que me ensarté el machete! —nos dijo aterrado, y con ambas manos en su estómago se incorporó sentándose.

No podíamos ver con claridad, pero sabíamos que estaba sangrando, presentíamos lo peor.

—Solo es una cortadita —dijo Goyo poniéndose de pie, sentimos alivio al saber que no se había ensartado por completo el susodicho machete. Recogió los peces que en el suelo había dejado y nos disponíamos a continuar la marcha, cuando divisamos una enorme figura emitiendo un fuerte gruñido que nos dejó a todos paralizados, al parecer el Sisimique nos había seguido desde la quebrada. En ese momento, con más pánico que nunca, a la voz de ¡corran! De quien sabe quién, pegamos carrera una vez más pasando un alambrado sin saber cómo.

Exhausto dejamos de correr, jadeante como todos, Goyo levantó la vista y nos dijo:

—Ahí viene alguien.

Sobre el zacate que se extendía a lo largo y ancho del potrero, se escuchaba acercarse el galopear de unos cascos de caballo. Ante la penumbra pudimos divisar a un jinete alumbrándonos con una lámpara y saludándonos con un ¡Joo! Era mi tío.

—¡Ideay chavalos! Iba a buscarlos, pensábamos que se habían perdido.

—El Sisimique —dijimos todos en voz alta casi en coro, aún muy asustados.

—¡¿Qué?! Eso no existe —dijo mi tío con incredulidad.

¡Sí!... nos siguió y nosotros lo vimos, era grande y peludo, y salimos corriendo, casi nos atrapa.

Mi tío solo se puso a reír, se bajó del caballo, miró a Goyo que se apretaba la panza.

—Me hice una herida con el machete —le dijo éste.

—¡Aaaala! Se te van a salir las tripas —le dijo mi tío en tono de broma.

Lo montó al caballo, luego se montó él y nos dijo:

—Hay llegan ustedes, voy a llevar a Goyo.

Dimos unos pocos pasos y divisamos las luces que iluminaban la casa. Nuestros amigos Raúl y Goyo, cuya casa quedaba bastante cerca de la nuestra, se despidieron de nosotros. Esa noche cenamos pescado frito mientras no parábamos de relatar a nuestros padres, con detalle, nuestro encuentro cercano con el Sisimique.

Vídeo del cuento


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A continuación una leyenda de Costa Rica:

La Sisimique y el hombre

Érase una vez, un hombre cazador que fue a una montaña lejana a cazar animales, muy lejos de su casa, y cuando se dio cuenta, andaba perdido en la montaña sin encontrar el camino de regreso. En su andanza por el bosque encontró la fuente de un río y siguió río arriba. Después de haber caminado un buen rato, escuchó un ruido extraño, era como que si alguien levantaba piedras y las tiraba al río. El hombre pensó que había alguien cerca de él, y en eso vio a una persona muy extraña, parecía una mujer, pero de muy alta estatura, con el cuerpo cubierto de pelo, los pies grandes y un extraordinario sentido del olfato. Al ver esto, el hombre se asustó, y escondiéndose huyó del lugar, pero lo que este hombre no sabía, es que este personaje era una Sisimique, un ser sobrenatural que vive solo en la montaña y se alimenta de carne cruda. La Sisimique ya se había dado cuenta de que alguien se había corrido de allí porque ella olfatea y distingue a los humanos de los animales. Entonces la criatura usó su olfato para seguir al hombre hasta que lo alcanzó, y enseguida se lo llevó a su escondite para tenerlo como su hombre. Lo mantenía constantemente bajo estricta vigilancia, pero con el paso del tiempo le fue dando cierta libertad, aunque siempre limitada.

Le permitía andar solo alrededor de su escondite en la búsqueda de cangrejos y de miel. Para ese entonces la Sisimique ya estaba embarazada del hombre. Él, sin embargo, tenía una sola meta: encontrar cómo escaparse lo más pronto posible de ese lugar. Un día por fin logró salir, muy temprano en la mañana, siempre con el pretexto de buscar cangrejos, y aprovechó la oportunidad para correr y librarse de las manos de esa malvada. La Sisimique, al ver que no regresaba, sospechó que el hombre había escapado y salió en su persecución, corriendo rápidamente bajo los árboles, pero aun así no lo pudo alcanzar. El hombre, cansado y con miedo, seguía corriendo, y de pronto se encontró con una playa, vio el inmenso mar, y miró que iba pasando un barco y lo llamó desesperadamente haciendo señal de auxilio. Los tripulantes del barco vieron la señal y se acercaron para recogerlo. El hombre se sintió muy alegre, y cuando ya iba nadando en alta mar, la Sisimique apareció en la orilla de la playa, y pensando que él regresaría le gritó con una gran voz: “Mirá aquí traje a nuestro hijo, vení a recibirlo, y si no lo hacés lo partiré por la mitad”, pero en ese instante el hombre nadó más rápido hasta subir al barco, y entonces la Sisimique le enseñó a su hijo desde la playa y, llena de furia, agarró a la criatura, lo levantó de ambos pies, y lo partió en dos pedazos. La Sisimique regresó nuevamente a su escondite sin el niño y sin su amor.


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