El rumor del mar acalla todos los
sonidos, el alboroto de las gaviotas y el crujir de mi piel achicharrándose. Sólo el viento se revela y me dice sus secretos
al oído. Me niego a ponerle atención preocupada por el escozor en la piel. Me preocupo por cada partícula de mi cuerpo en que
se asienta uno de los rayos del sol. Trato de bloquear las sensaciones. No puedo. Son más fuertes que yo.
Deberé escuchar al viento. Es la
mejor decisión. Surge en mi la esperanza que su voz sepa decirme cómo salir de este problema. Se niega. ¡Todo ha terminado!
Después de tantas horas, nadie me buscará. Habrán desistido. Me darán por desaparecida.
Los párpados están totalmente
adheridos a las órbitas de los ojos. No puedo abrirlos. Hay una sensación pegajosa, como de goma seca, en ellos. Los párpados
son la parte del cuerpo con peor diseño. Demasiado delgados. Por ellos penetra
fácilmente el sol, el agua y la sal. Al principio traté de mantener los ojos
abiertos para que el
viento secara el agua que se les introduce. Fue peor. La visión se volvía cada vez más
borrosa casi hasta desaparecer.
Con los ojos cerrados adivino la
forma de las aves, las nubes, las formas de mi propio cuerpo, en un juego singular contra el tiempo y contra la muerte.
Las gaviotas son entrometidas. Se posan sobre mí.
¡Abusivas! Dan pequeños
picotazos para ver mi reacción. Me enojo. Aparento estar muerta, pero no se engañan. Se
preguntarán qué hace una
intrusa en sus dominios. Me observan, tasan, provocan, retan. Resultado: les simpatizo.
Deciden acompañarme en este viaje sin destino.
Son escandalosas, hacen una bulla
insoportable. Ensordecedora.
Compiten con el viento y el rumor del mar. Se alejan. Regresan. Comprueban que estoy aquí.
Vuelven a irse.
El viento está enojado porque lo
desairé. No quiere darme ninguna información. No trae consigo el silbato de algún
barco, el ajetreo de algún puerto
o el alboroto de las cantinas de algún balneario.
Siempre me gustó ir a la playa. No
se me ocurrió mejor forma de celebrar el regreso del primo Miguel, que organizar un paseo al mar. Todo fue bullicio y
entusiasmo. Nada más llegar, con los trajes de baño bajo la ropa, apenas tuvimos tiempo de
sacarla de encima y
tirarnos, a nadar no habría pasado quince minutos cuando sentí una fuerte corriente
que me halaba. Alcancé a escuchar los gritos de Miguel... no entendí lo que
decía. La corriente me
llevó mar adentro.
De los días de playa siempre me
gustaron dos cosas: el placer que produce en la piel el contacto de la arena sobre el cuerpo desnudo y las miradas ansiosas de
los hombres, codiciosas, morbosas,
pecadoras.
Intento incorporar la cabeza, pero
mi cuerpo se hunde y me da miedo de
desaparecer bajo la masa de agua que me sostiene. He flotado durante horas. Sin
ningún esfuerzo. Me dejo llevar por la corriente y ella misma se encarga de colocarme
en esta posición
horizontal. Quiero pensar que estoy en mi cama, con un colchón suave y espumoso. Quiero
creer que sólo es un sueño pero la realidad es demasiado sólida para negarla.
Horas de sol, viento y agua, han
ablandado mis carnes. Siento las piernas fundidas en una
sola masa inerte. Se han dormido poco a
poco, les hago ejercicio moviéndolas de arriba hacia abajo pero desisto. Me
canso. Siento sed. No conduce a ninguna
parte. Mi cuerpo está reducido al palpitar del corazón y el incansable fluir del pensamiento.
De vez en cuando siento pequeños picotazos en las
caderas, a lo mejor
algún inquieto pecesito. El cuerpo horizontal permanece enterrado hasta la mitad en esta
masa de agua. Por momento deseo que termine de enterrarse de una sola vez.
El escozor, más bien el ardor sobre la piel y dentro
de ella ha disminuido. Tal vez la quemadura
es tan profunda que ha llegado a
lugares insensibles. Pero ya no tiene importancia. Lo prefiero a la sensación desesperante.
¿Dónde estarán las gaviotas?
¡Traidoras! Me abandonan a mi suerte. Las extraño. Necesito escuchar su alboroto. El viento de la tarde es demasiado frío,
taladrante. Penetra por los oídos hasta el cerebro. En cambio el agua ha venido
adquiriendo una
temperatura agradable, que me hace cosquillas. Si pudiera respirar dentro de ella me
sentiría mejor. Los huesos se ablandan, congelan, derriten, todo a la vez. La piel por el
contrario permanece
ardiente, con una enorme carga de sol acumulada.
Deseo ver aparecer la primera
estrella. La osa mayor y las Siete
Cabritas, tantas veces contempladas en las lunadas de Semana Santa. Es imposible
abrir los ojos. No me atrevo a tocarlos por miedo a descubrir que se han evaporado o por miedo a que cualquier movimiento
rompa el equilibrio sostenido durante horas entre el mar y yo.
Escucho al viento. Nada. Se divierte a mis costillas.
Ya es de noche. Siento la oscuridad. Casi
la puedo palpar. Es espesa, helada,
cruel, niega el derecho a sentirnos parte de lo demás. Nos deja desnudos, de carne y corazón. Nos deja frente
a nosotros mismos. Espejo que no
devuelve la figura, que la devora.
El mar está quieto. ¡Todo se
detuvo! Hasta el viento llega sólo a intervalos. Sigue enojado. Se desquita. Me deja sola, conducida por mi propio destino.
En la noche, las horas transcurren
más lentas, si me duermo será para
siempre. ¡Voy a cantar!
¿Qué será de
mi madre? ¿Qué estará pensando y sintiendo? ¿Qué angustia habría en su corazón al verme
desaparecer bajo las aguas? De
repente. Sin previo aviso. Sin su consentimiento. Sin más equipaje que mi
propia conciencia.
Algo ocurre en mis piernas desde
hace rato. Tal como si en vez de dos, el sol las hubiera fundido en una sola. No puedo separarlas. Siento deseos infinitos de cantar
y no les pongo atención. Es una necesidad apremiante aunque sólo lamentos salen de mi
boca, como un agudo
silbido a través de mi garganta. Creo percibir que la pierna recupera la vida. Me engaño. Debe
ser un espejismo. ¿O serán las gotas de rocío mezclados con el agua del mar las que producen este efecto
tonificante? Siento circular la sangre por ella. Todas las venas están a flor de piel. Puedo
escuchar el susurro de los glóbulos blancos y rojos confabulando. El corazón late con más fuerza,
para bombear la sangre
hasta el extremo opuesto de mi cabeza, a todo vapor, brioso, galopante. Lo siento. Lo escucho.
Lo oyen hasta los peces. Delatará mi presencia. Imposible detenerlo. Se ha vuelto
indiscreto.
Me siento bien. El rocío ha
refrescado mis párpados y desengomado los ojos. Puedo abrirlos. Al principio, la visión borrosa. Más clara cada vez. De
nuevo las estrellas y la Luna, grande, clara como plato. Puedo ver la noche,
puedo tocarla.
Deseo nadar. Pruebo. Nado. De
frente, de costado, boca arriba, me
zambullo, chapoteo. Canto nuevamente, alegre y triste a la vez. Con una sensación de
hormigas en el cuerpo. Gozo. A lo lejos el sonido de un barco me reanima. Me animo.
Mi pierna, una sola en un solo
cuerpo, mi aleta, se mueve en el agua como en su propio elemento. Desde siempre. Corro. Salto. Me detengo. El frío y la
sed desaparecen. Todo me es conocido. Todo me es propio. Mi cola, sí, mi cola se mueve con espléndida agilidad, como
bailarina en noche de estreno, con el talle ajustado por el traje de gala.
Veo las luces del vapor, voy a su encuentro, con el torso desnudo y el pelo al viento y
sobre el pecho, pendiente del cuello, un collar de algas fosforescentes.
Los hombres se asoman por la borda. Me sumerjo. Me siguen con la mirada ansiosa
esperando que emerja nuevamente. Juego. Jugueteo. Los sorprendo. No caben en sí, ante
la visión seductora,
subyugarte. Detienen en mí los poderosos reflectores. Canto, canto y canto. Se vuelven
locos, se desquician. Tapan sus oídos con ambas manos. No pueden creerlo que ven y
escuchan. Yo sigo
cantando, cantaré para siempre.
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EMILIA TORRES
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EMILIA TORRES
Escribe cuentos a partir de 1985, con el apoyo del poeta Flavio Tijerino. Fue Directora de los Cuentos
Populares de Cultura de Nicaragua desde 1981 a
1990. En 1991 son traducidos al inglés sus cuentos
"como bailarina en noche de estreno" "Tiempo" "Queyo Micoyo" y
posteriormente publicados en revistas
Literarias norteamericana, dirigido para un público estudiantil universitario. En 1993 es invitada a leer sus cuentos en Massachusets,
Boston USA, por la Organización Arte para Nueva Nicaragua. Realizando cinco recitales en Universidades, además templos, colegios y
actividades culturales. Desde 1990 trabaja
en la Asociación ele Promotores de la
Cultura de Nicaragua. Este
cuento ha sido tomado del libro en manos del tiempo
editorial quinto sol Managua, Nicaragua, julio 2000.
Me encantó, me logré trasladar y me vi en la inmensidad del mar.
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