Cuento de Alba Rosa Pastora Olivares

El cintillo del guerrero

Después de tres días de plenilunio, en la ceremonia celebraron un eterno pacto.  Juntaron su sangre y tomaron el agua energizada de la luz lunar. Kachapac tenía que marcharse, el guerrero Águila no podía dar muestras de cobardía y en el fondo, un temor profundo lo hizo abrazar fuertemente a Quakakí, la princesa Orichá.
 Ella conocía la magia de los cristales y en sus ojos negros, se reflejó el brillo de la gema que Kachapac portaba en el cintillo atado a su frente. Él no quería separarse, pero la hora estaba cerca, debía aprovechar la noche para marcharse. Al amanecer, debían estar en las riberas del río Quakí, que dividía aquellos reinos enemigos.
Los guerreros de Xaltaquí eran ágiles, se caracterizaban por ser despiadados con sus enemigos y exterminadores de cuanto lugar atacaban y conquistaban. Una guerra se acercaba, ahora ya estaban cerca del territorio de los Huatzalkakí y Kachapac estaba dispuesto a darlo todo, por defender la soberanía de su pueblo. Su misión era vencer o morir. Las armas estaban listas, las flechas impregnadas con veneno, al tocar la piel se convertían en un poderoso paralizante, las lanzas de obsidianas con puntas afiladas para arremeter y los mazos preparados con pedernales fuertemente atados, darían cuenta de la humanidad de sus enemigos.
Al amanecer, Quakakí aún no se había marchado del acantilado donde pasó la noche con su hombre amado, entonaba cantos a los dioses pidiendo la protección para su guerrero, la pena le hacía temblar, dedicó entonces una melodía larga y triste con su zampoña, fijó sus ojos en un cielo ignorante de su dolor, mientras un águila daba vuelta en círculos. Al verla  sintió miedo y decidió regresar donde su padre.
—Quakakí, todo ser humano trae un destino que cumplir y del cual no te escapas. Kachapac está donde debe, levanta ese rostro y vuelva tu sonrisa a encender el altar de los dioses, sean las gemas y las piedras llenándote de su energía, abre tu corazón a la vida, las sanadoras, las orichá deben ser fuertes para servir a su pueblo, si enfermas el espíritu también tu cuerpo se dañará. ¡Anímate!
—Padre, ¿cómo reír o alegrarme cuando la angustia, el miedo, nos acorrala como el conejo en el campo que huye del león hambriento? Quisiera ser águila y volar hasta el campo de batalla, empuñar la lanza o el mazo por mi pueblo, y si muero, que sea en lucha con Kachapac.
—¡Basta, basta! ¿Acaso olvidas el legado que la Diosa Madre te ha dado? De su vientre sacas las gemas, las piedras, los cristales, para dar vida y salud a tus hermanos. Abandonarlo es matar también a tu pueblo.
¡Somos águilas! ¡Somos leopardos! ¡Somos tigres! ¡Somos guerreros! Busquen en su corazón la esencia de su casta. Ya estamos cerca, pronto estaremos frente a los más fieros de estas tierras. ¡Adelante y a luchar! Era la voz de Kachapac, dirigiendo a sus guerreros. Silenciosos pero diestros, ágiles como el tigre y el leopardo, prestos como las águilas. ¡Adelante!
Bajaron pendientes, cruzaron riachuelos, bordearon pantanos. Un rugido los detuvo, era la señal. Al frente estaban los guerreros leopardos. La lucha inició, las lanzas penetraban en las carnes morenas, flechas que salían de uno y otro lado, los mazos certeros caían triturando cráneos, huesos, la muerte levantó su botín y la selva guardó silencio.
Poco a poco Kachapac hacían retroceder al enemigo con sus hombres. El objetivo era acorralarlos en el  río y en cada avanzada atacaban con fuerza. El guerrero Águila había apostado sus mejores guerreros en la cumbre de los árboles, y desde allí atacaban con fuerza. Pronto el enemigo se vio confinado, la lucha fue más encarnizada, el agua que por milenios había llevado la historia de aquel lugar cambió de color, sangre y carne eran arrastradas por las corrientes.
Por el flanco izquierdo atacaban los guerreros de Kachapac, quien iba al frente sin bajar la guardia en ningún momento, como un águila clavaba sus garras en cada mazazo, pero desprotegió su pecho. De pronto, una lanza le atravesó el costado y una flecha acertó en su pierna izquierda; dos de sus hombres, al verlo caer, quisieron ayudarlo pero fueron liquidados en el acto. Un eco quebró el silencio cómplice de la selva: ¡Los guerreros mueren de pie! Uno a uno fueron cayendo guerreros de ambos bandos, los hombres de Huatzalkakí se llevaron la peor parte, y para no ser capturados los pocos sobrevivientes, ingirieron las pócimas venenosas. Primero morir antes que ser esclavos del enemigo.
Río abajo, atrapado entre ramas y piedras estaba un cuerpo. Un halcón bajó y arrancó de su  cabeza un cintillo con una pequeña gema, lo prensó fuertemente con su pico y  alzó vuelo.
Aquellas tomadas de la tierra 4, las recibidas de lo alto 3, estas 7 dentro de mí, total 14, son la energía que hay en mí, el poder personal reside en mí y en ti, canalizo mi dolor, envío mi angustia al fondo del abismo, encuentro en las gemas el poder que me llena para servir a mis hermanos. Estoy aquí madre, para pedirte por mi amado Kachapac... ¿Qué traes en tu pico? El halcón se posó en el hombro de Quakakí, tomó el cintillo en sus manos, la respuesta se la dio ella misma, Kachapac ya no estaría nunca más con ella.
Corrió en busca de su padre, de los ancianos; lloraba, gritaba, maldecía.
—Sé que el dolor te hace actuar así. Tiempos peores nos vienen. Guarda tu dolor y llanto porque si Kachapac fue vencido, significa que ahora vienen por nosotros.
—Perdona, padre. No te entiendo. El alma se me desploma como peñascos en el acantilado.
Aquella noche Quakakí subió a lo alto de la montaña, donde el viento sopla con la furia de los demonios destronados y empezó el ritual para su amado: La gota de sangre del corazón de la Naturaleza potencia mi corazón, en el espejo defensivo de la Naturaleza encierro mi pena, encuentro en la energía de la madre Gaia mi fuerza, al guardián de la noche le pido que tome la energía etérica de Kachapac y la lleve al descanso del conquistador eterno, que encuentre la piedra de purificación para que en su viaje eterno se transmute y encuentre la paz deseada. Aquí te entrego la Nodriza de las gemas, para que seas guiado por los pasillos que te conducirán al descanso eterno. La noche fue la única compañera en el duelo de Quakakí.
Dos hermosas águilas levantaron el cuerpo de aquel hombre y lo llevaron a lo más alto del acantilado, con sus fuertes garras le extrajeron la lanza de obsidiana que tenía atascada en su costado, en sus picos tomaron hierbas y las pusieron en sus heridas, luego como si fuese un polluelo lo alimentaron. Aquel joven, para poderse recuperar tuvo que pasar allí mucho tiempo.
Después de la caída de Kachapac, el poblado de Huatzalkakí había tenido unas pocas batallas ganadas y muchas perdidas, cada día se veía diezmado por la rapiña de los Xaltaquí. De ellos obtenían víveres cuando lo necesitaban, así como esclavos y aquel reino que en otros tiempos había sido un lugar próspero, ahora no era más que historia. Su valor, la moral de sus guerreros había decaído, hasta los más valientes sentían perdido lo más noble del ser humano y de un pueblo: la dignidad.
Frustrado, enfermo y desesperado ante el dolor de su gente, el anciano rey  Huaziquakí, envió un emisario al rey de Xaltaquí para proponer un trato y terminar la guerra y el dolor de sus súbditos. La respuesta no tardó mucho en llegar. Huaziquakí llama a Quakakí: He pactado con Xoltataquí, en cinco días habrá luna llena y te casarás con su hijo el joven  guerrero Xoltlotac. Sellaremos una alianza entre ambos reinos y la paz por fin llegará a estas tierras. Ve a tu tienda, llama a tus doncellas y prepárate para tu boda. Quakakí bajó la cabeza y sin abrir su boca se retiró de la presencia de su padre.
La comunidad se llenó de música de tambores y zampoñas, bailes y apetitosos platillos. Los reyes estaban listos para la ceremonia. Quakakí también se preparaba. Dos lágrimas resbalaron sobre la gema pegada al cintillo y a la hora convenida, la princesa sanadora -como la llamaban-, conocedora del poder de las gemas, se presentó envuelta en una enorme pieza de algodón. Poco a poco se lo quitó delante del novio, que esperaba ansioso. Ante aquel espectáculo todos se quedaron asustados. Su padre y los ancianos de la comunidad exclamaron: ¡No puede ser! El rey de Xaltaquí expresó: ¿Qué es esto? Allí estaba ella, de pie, delante de todos, atada de pies y manos, sus largas trenzas habían desaparecido y en su frente lucía el cintillo con la gema,
—¿Acaso no es esto lo que buscas? Heme aquí como tu esclava.
Al amanecer, una doncella caminaba apretando con fuerza sus puños; sus pasos eran acompasados, como si fuesen guiados por tambores de guerra; en su frente brillaba la gema.  El altar de los sacrificios estaba listo y el sacerdote la esperaba para entregarles su corazón a los Dioses, quizás ellos pudiesen perdonarla.
De entre los riscos donde anidan las águilas, un joven baja dispuesto a recuperar la dignidad de su pueblo y de su gente, sueña con la felicidad y la prosperidad al lado de su princesa, la Orichá, conocedora del secreto del vientre de Gaia.
Agosto 2013

Alba Rosa Pastora Olivares

Alba Rosa Pastora, 8 de agosto 1960, León, Nicaragua. Licenciada en Artes y Letras (UCA, 1989); Postgrado en Lingüística (UCA, 1990); Especialidad en Literatura Hispanoamericana (UCA, 1998); Ciencias filosóficas: Asociación Cultura Nueva Acrópolis, Nicaragua (1999-2006); Licenciatura en Psicología Escolar (UNICA, 2004); Máster en Psicología Escolar, Universidad de Alicante, España, 2008. Docente de Lengua y Literatura en el Instituto Nacional Ramírez Goyena y el Centro Educativo Julia Herrera de Pomares; Catedrática de Español, Estrategias Metodológicas de Educación a Distancia, Historia del arte (entre otras asignaturas) en la Universidad de Ciencias Comerciales ( UCC). Ganadora en dos certamen de Poesía: UNAN-León 2006, Masaya 2011. Publicaciones: Ensayos acerca de historia del arte nicaragüense y de Crítica Literaria (El Nuevo Diario, 2011). Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura.


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