Cuento de Henry A. Petrie

Geremudocometrapo

A don Fernando Ocampo

El chavalo se quedó pensativo. Ideaba la forma para lograr que el abuelo cediera a su pedido, evadiendo a la vez la imposición que le resultaba repugnante. En sus tiempos, el abuelo fue un gran jurista y maestro de generaciones. Era el patriarca infalible de la familia.
Siempre se había resistido a su voluntad, y si algo había aprendido del longevo, fue ese carácter férreo de hombre que se planta en sus poses. No había forma, el abuelo no cumpliría su deseo si no aceptaba y repetía el famoso y hostigoso sobrenombre con que lo llamaba.
Aquella situación era molesta y lo indignaba. Pedro Fernando apenas tenía siete años de edad, pero bien encaprichados; descendiente de familia culta. El orgullo familiar lo llevaba en la sangre.
Esa tarde no hallaba cómo hacer para arrancar su deseo al abuelo, que lo esperaba autoritariamente sentado para doblegarlo. No hubo otra alternativa, tuvo que enfrentar la situación.
—Abuelo, deme cincuenta centavos para comprar algo.
—¿Cincuenta centavos? Diez córdobas si querés —lo animó con mirada y gesticulaciones maliciosas.
—¡Va pué! Démelos... —Respondió Pedro Fernando, sabido de lo que venía después.
—Sólo que me digás cómo te llamás.
El chavalo la pensó. Lo miró incómodo, pero se decidió.
—Pedro Fernando, señor. Yo me llamo Pedro Fernando —pronunciaba su nombre con altivez y orgullo.
—Eso no es cierto. Bien sabés que no es cierto. Vos te llamás Geremundocometrapo, ¿oíste? Geremundocometrapo, y no hay otro...
—No. Soy Pedro Fernando, señor. Ese soy yo.
—Entonces, mi pequeñito, no tendrás ni cincuenta centavos, ¿oyó?
El muchacho se quedó en silencio. Necesitaba satisfacer su antojo; con cincuenta centavos era suficiente, pero le apetecieron los diez córdobas, qué no compraría con tanto dinero en sus manos... Se acercó aún más a la silla donde estaba el abuelo, con su característico aire jurisconsulto, y cedió:
—Va pué... me llamo como usted dice.
—Entonces, ¿cómo es que te llamás, mi pequeñito? —Preguntó el longevo con la sonrisa maliciosa de siempre.
—¡Geremundocometrapo!
—¡Ahí está! Así se llama mi nieto, y nunca lo olvides, Geremundocometrapo.
Encantado de la vida y sintiéndose victorioso ante la criatura, se llevó su mano derecha al bolsillo, extrajo diez córdobas y se los dio. El chavalo contento, dio las gracias y se dirigió corriendo a la venta cercana.
Regresó a casa, se instaló cómodamente frente al televisor, disfrutando de las golosinas y los muñequitos.
Al rato escuchó al abuelo desde su silla en el fondo de la casa:
—¡Geremundocometrapo! ¡Geremundocometrapo! ¡Vení ayudame!
Pero el chavalo continuó entretenido e indiferente a los llamados insistentes del longevo. Pero instantes después, ante tanta desesperación del abuelo, reflexionó y pensó en su madre, entonces se levantó enérgico sólo para subir aún más el volumen del televisor.

Henry A. Petrie

Managua, Nicaragua. 18 de mayo de 1961. Escritor. Secretario del Foro Nicaragüense de Cultura. Su labor intelectual se estructura en tres grandes ámbitos: a. Creación literaria (poesía y narrativa), b. Estudios e investigaciones culturales y c. Ensayos socio-históricos. Piezas literarias han sido publicadas en diversos medios nacionales e internacionales. 
Autor de varias obras literarias, socio-históricos y ensayos culturales, entre las más recientes se encuentran: Malaji (Novela, 2013); Señal para mito oscuro (Poesía, 2012); ¡Cómo va creer! (Cuentos, 2010); Urbanidad marginal (Poesía, 2010); Fritongo Morongo (Novela corta, 2007).


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