Cuento de Juan Bautista Paiz

Vuelo 999

En el aeropuerto internacional todos se despidieron de sus amigos, tíos y padres. Lucieron tristes y adoloridos por el que se marchaba.
—Es normal en las despedidas —dice Álvaro a Bárbara. Pero a ellos nadie llegó a despedirlos.
Los pasajeros subieron las escalinatas y las manos frenéticas de los familiares, a través de las ventanas, parecían monarcas en apareamiento.
Álvaro tomó asiento al lado de Bárbara, norteamericana radicada en Nicaragua desde hace muchos años. Hojeó el periódico, mientras su esposa observaba, por última vez, la puesta del sol en su segunda patria.
El Boeing 747 empezó a elevarse, dejando atrás lágrimas y racimos de miradas acongojadas.
El pájaro metálico llevaba volando una hora y diez minutos, cuando en este instante empezó a fallar el motor y los pasajeros fueron estremecidos por un fuerte sacudión, gritaron enloquecidos de pavor, sintieron que el avión caería en cualquier momento, pero luego el motor se normalizó.
Todos los pasajeros continuaron el vuelo nerviosos, menos la pareja que ocupa el asiento cincuenta y uno, quienes ni siquiera se ruborizaron. Al contrario, sonrieron ante el peligro.
Uno de los pasajeros, un señor regordete, de aproximadamente 55 años, llevaba puesto un sombrero tejano y vestido impecablemente de negro, clavó sus ojos a los dos pasajeros extraños, Álvaro y Bárbara.
—Son ellos —piensa—, no me cabe la menor duda.
Vuelve a murmurar:
—Los demás pasajeros no han reparado en ellos.
El señor del sombrero tejano se incorporó de su asiento y decidió confirmar su hallazgo. Cuando llegó donde los extraños, se distrajo y al retornar su vista, no encontró a nadie, a no ser los cinturones destrabados y los pasaportes de ambos personajes sobre sus respectivos asientos vacíos.
Asombrado el señor regordete del sombrero tejano, tomó los documentos y leyó: “Álvaro Rodríguez; Bárbara Smith”. Estupefacto y en total mutismo regresó a su asiento.
Primera escala. Las azafatas ofrecieron refrescos, vinos y cervezas. El señor del sombrero se puso más nervioso aún, cuando vio que la pareja iba tranquila en sus mismos asientos. Se sirvieron vino. Entonces aprovechó preguntar cuando la joven azafata pasó a su lado:
—¿Quiénes le pidieron esa marca de vino?
—¿Qué marca, qué vino, señor?
—Éste, de la botella verde oscuro.
—Ah, los doctores Rodríguez-Smith.
El señor gordo, del sombrero tejano, insiste:
—Pero esa marca de vino ya no existe en el mercado desde hace mucho tiempo.
—Es cierto, pero la compañía la encarga especialmente para ellos, son nuestros clientes... siempre viajan con nosotros.
Con la seguridad con que respondió la azafata, el señor de negro no insistió más en preguntas sobre la identidad de la extraña pareja extraña, y se dispensó.
Transcurrió una hora y cincuenta y siete minutos, desde la última escala.
El copiloto se comunica con la torre de control del aeropuerto y le responde Positivo.
El gigantesco pájaro plateado lleva pintada en sus costados dos enormes letras: R & S, el nombre de la empresa aérea.
El enorme avión se desliza como un gran delfín en la pista.
El vuelo novecientos noventa y nueve ha llegado a su destino a las 21 horas con 13 minutos. Los rostros de recién llegados se iluminan, alegres de haber llegado a su patria y otros por estar en un país que no conocen.
El señor del sombrero tejano es el primero en bajar las escalinatas, hace desorden y rápido se pierde entre los que han llegado a recibir a su familiares. Casi al trote penetra al salón de seguridad, va tras los personajes enigmáticos, los ve pasar y cuando entran a la aduana, el señor vestido de negro, se distrae leyendo un afiche que está pegado en una puerta de cristal en la entrada principal.
El oficial de migración lo saca de su ensimismamiento:
—Señor, su pasaporte, por favor.
No contesta.
—Señor, ¿qué le pasa, es sordomudo?
—No. Este que... este que... ese cartel que está pegado en la puerta principal, ¿cuándo lo pusieron?
—Hoy, en la mañana, ¿por qué?
—Es que esos señores son misteriosos.
—¿Cuáles señores?
—Los que están en el afiche. Son los mismos pasajeros que venían en el avión, en el vuelo 999 de la compañía R & S, yo los venía persiguiendo pero me distraje y se me perdieron de vista.
—No señor, usted debe estar ebrio o mal de su cerebro, ellos fallecieron hace más de cincuenta años. Justo hoy es el aniversario de su muerte. Fue una tragedia aérea.
El señor regordete le pregunta espantado:
—¿Y se puede saber quiénes eran?
—Por supuesto. Fueron los fundadores de la línea aérea R & S, los doctores Álvaro Rodríguez y su apreciada esposa Bárbara Smith.

Juan Bautista Paiz

El Terrero, Malpaisillo, León. Bibliotecólogo. Orientador de Talleres de Poesía del Ministerio de Cultura, 1980-1986. Co-fundador del Grupo ESPJO (Escritores Poetas Jóvenes). Integró el Consejo Editorial de la Revista Tinaja (2004). En el 2012 co-fundó el Programa Noche Inolvidable para radio y televisión. Ha participado en recitales internacionales y en el II Festival Internacional de Poesía Granada, Nicaragua. 
Segundo lugar del Premio Nacional Poesía Joven Leonel Rugama, 1983. En el 2012 la Alcaldía de León lo galardonó como Ciudadano distinguido de León. Incluido en varias antologías poéticas. Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura en el Programa Promoción de la Literatura Nicaragüense. 


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