Cuento de Verónica Rosil

Minina

En nuestra casa nunca habíamos tenido una mascota. En realidad, mi mamá no se imaginaba cuidar de ningún animal. Un día, una amiga de ella nos regaló una perrita, le habíamos puesto de nombre Osa; empezamos a jugar con ella, pero al día siguiente mi mamá descubrió que se había orinado en el sillón e inmediatamente se la regaló al vecino. Después este se la regalo a un pariente lejano, y eso fue lo más cerca para nosotros de tener una mascota.
En un mes de Julio, aún me acuerdo bien, no había luz eléctrica como de costumbre cada vez que llueve, estábamos mis dos hermanos menores y yo reunidos en la sala, porque mi papá nos contaba siempre anécdotas de lo que vivió cuando prestó su servicio militar, las tantas veces que estuvo al borde de la muerte. Por lo general eran relatos, que de tantos contarlos, los sabíamos de memoria. Pero aun así, siempre poníamos atención para no sentirnos solos en la oscuridad. De una u otra forma, esos apagones de luz era la única manera que teníamos para comunicarnos con nuestro padre, siempre se mantenía ocupado.
Esa noche, mi hermano Mario llevó a casa aquella bola de pelos enrollada en su camisa, de orejas paradas y ojos grandotes color verde. Nos dijo que la vecina se lo regaló y nos emocionamos. Pero luego nos preocupamos de que mi mamá nos dijera que la regresáramos. Entonces tratamos de esconderla debajo de la cama, pero cuando ella llegó mi papá le dijo:
—Mirá Carmen, ahí te trajeron un gato esos chavalos.
Mi mamá iba a regañarnos pero cuando la vio, tuvo cierta simpatía con la gata y permitió quedárnosla. Esa misma noche, mi hermano, que era el dueño de la gatita, decidió llamarla Minina, una gata que nos cambió la vida.
Desde su llegada, nos unimos para cumplir un rol de limpieza y alimentación de nuestra mascota, a fin de que no hubiera pretexto de mi mamá para echarla de casa. El primer día me tocó a mí. Estaba dormida y sentía que algo me hacia cosquillas en los pies, me levanté rápido pensando que era algún insecto, al quitarme las sabanas de la cabeza estaba Minina en una esquina, tan linda de color gris y pecho blanco, parada como una reina. También fue mi primer día de clases de segundo grado de primaria.
Así, todas las mañanas a las seis, Minina me levantaba para ir a la escuela; desde entonces, la profesora dejó de llamarme diputada, por el hecho de que siempre llegaba a mis clases a la hora que quería.
Descubrimos que a Minina le encantaba jugar con mecates y cuerdas. Cuando nos sentábamos a ver los dibujos animados en la televisión, ella se entretenía con los cordones de nuestros zapatos, los mordía, y se abalanzaba. Aquello se volvía tentador y al final, apagábamos el televisor para relinchar en toda la casa con el mecate del tendedero, Minina nos seguía hasta cansarse y sacaba la lengua a medias, acostándose en el piso. Día de por medio la bañaba y le sacaba las pulgas. La peinábamos y hasta le echábamos perfume. Luego le puse una de mis pulseras en el cuello. Se veía muy hermosa. Los niños que pasaban cerca de mi casa, les decían a sus mamás: —Mamá, mira que gatita más linda. Algunos intentaban llevárselas, pero Minina era muy astuta y se corría.
Llegó a ser como un perro guardián, donde íbamos nos acompañaba. Al principio no lo permitíamos, pero después no pudimos negarle su gesto de cariño. Ella nos esperaba en la puerta de la casa a nuestro regreso de la escuela, meneándola la cola y maullando de felicidad. Mi hermano le daba caramelos de leche y ella hasta se atragantaba.
Era la temporada de exámenes y mis hermanos y yo no teníamos tiempo de nada, solo para estudiar. Descuidamos la atención a nuestra mascota. Después de una semana, cuando regresábamos de clases, encontré a Minina tirada tal como si estuviera muerta bajo un inclemente sol. La llamé y no reaccionaba. La recogí rápidamente y al observarla, me di cuenta que estaba severamente desnutrida. Las costillas se le sentían. Sin demora me dirigí a la cocina y busqué qué darle de comer. No había nada, ni siquiera un vaso de leche. Lo peor, no traía un centavo para comprar algo en ese momento y que ingiriera. Le llevé agua y no quiso. Entonces la sobé y lloré al verla que no podía levantarse, pese a que la animaba casi con desesperación.
Mis hermanos jugaban en la calle con sus amigos y me sentí sola. Me acordé de doña Mina, una señora que les encantaba los gatos, tenía más de una docena bien cuidados. Entonces decidí entregarle a Minina, nuestra única mascota, con tal que no muriera de hambre. Le pedí perdón por lo mal que me porté con ella, le expliqué que iría a vivir a otro lugar donde también la querrían. La metí en una cajita, recordando todos los buenos momentos que vivimos. Las piernas me temblaban, pero sabía que era lo correcto, porque de lo contrario ella moriría y no me lo perdonaría nunca.
Salí a la calle y mis hermanos y amigos me preguntaron qué llevaba en la caja, lo único que alcancé a responder fue:
—Mi corazón que muere de hambre.
Frente de la casa de doña Mina abrí la caja, Minina me miró con sus hermosos ojos verdes, moribunda. Me sequé las lágrimas con el cuello de la camisa para que no me viera triste, y al tocar el timbre… mi hermano Mario me llamó y me dijo que mi mamá había llegado y que lo había mandado a comprar leche. La sonrisa volvió a mi alma.
—¿Qué querías, niña? –me preguntó doña Mina. Yo solamente hice un gesto de saludo con mis manos y salí corriendo a casa donde se encontraba cocinando mi mamá, me preguntó qué andaba haciendo y en eso llegó mi hermano con la leche. Muy contenta levanté a Minina con mucho cuidado para darle leche con una jeringa.
Al día siguiente, a las seis de la mañana, me despertaron unas cosquillas en los pies, me levanté de inmediato y ahí estaba, la linda Minina con sus enormes ojos verdes, su pecho blanco y erguida como una reina victoriosa. 

Verónica Rosil

Managua, 7 de julio 1982. Licenciada en Administración Turística y Hotelera. Imparte talleres de poesía y literatura infantil. Participó en el XII Encuentro de poetas hondureños en Olanchito (2006) y en el VIII simposio internacional Rubén Darío en León (2010). Obtuvo primer lugar en poesía y cuento infantil en el V Encuentro de Jóvenes Creadores, coordinados por los escritores Edgar escobar Barba y el Dr. Jorge Eduardo Arellano. Obtuvo reconocimiento por el mejor cuento de terror en el VI concurso Eudoro Solís.
Integró el grupo literario Horizonte de Palabras y ASOJOCRE. Autora de Aventuras y Travesuras Silvestres (cuentos infantiles). Incluida en la antología Novísimos, Poetas Nicaragüenses del tercer milenio (400 Elefantes) y en Nicaragua en las Redes de la poesía (Renies). Ha publicado en revistas y suplementos literarios. Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura.


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