Cuento de Mauricio Rayo Arosteguí

Murcio

Nació de una familia muy humilde pero trabajadora. Vivía con sus padres debajo de un techo con agujeros, por eso, en tiempos de invierno, tenían que migrar hacia otros techos con mejores condiciones a costo de mayores peligros.
Fue durante esos días de lluvia y relámpagos que los padres de Murcio murieron de frío, bien remojados. Ya no quisieron migrar más, ya no quisieron separarse de esa casa de la cual se habían encariñado tanto. Murcio quedó solo, había perdido lo único y lo mejor que le quedaba.
Ese día, después de enterrarlos, estuvo otros muchos días más, pensativo, analizando qué hacer en futuro.  A pesar de ser un adolescente  tenía que enfrentarse a este mundo de manera seria y centrada.
Fue entonces, que una noche, se le ocurrió una gran idea: decidió... ¡cambiar su dieta!  Pensó que ya no quería más guayabas ni mangos, los cuales, cada vez eran más escasos, puesto que los niños del barrio, los comían aún cuando estaban floreciendo. La situación económica del país obligaba a las personas acabar con todas las frutas de todos los árboles.   Recordó, que en gran medida sus padres habían perecido por falta de vitaminas, sin capacidad de defenderse de la enfermedad que les atacó. El frío llegó a ser apenas el “tiro de gracia”.
Pero bueno, decía que Murcio decidió cambiar su dieta.  La idea   que se concretaba esa noche había estado  dando vueltas en su cabeza desde algún tiempo, después de haber leído muchos libros de la biblioteca en la casa de un médico llamado Evenor  Alahab ( catedrático de la universidad) que habitaba cerca de ahí,  y donde  algunas veces él y sus padres habían estado durante los días de tormenta.
Llegó a la conclusión de que la mejor manera de alimentarse era ingerir algo que nunca escaseara, algo que fuese abundante y que las personas  no consumiesen, para evitar la competencia.
Murcio había leído muchas veces aquellos libros de Anatomía y Fisiología, ahí conoció de las propiedades de ese alimento en el cuerpo humano y del contenido de éste en las personas. Estudió que era ésta la sustancia que los hace vivir, que a través de ella  las células reciben energía, haciendo funcionar los órganos vitales del organismo.
Pensó: “Siendo así, yo podría vivir muchos años más de los vivieron mis padres, además, éste alimento, aún con la situación precaria del pueblo, abunda por todos lados porque por todos lados, abundan las personas. Los seres humanos se multiplican cada día más sin importarles los sufrimientos de los hijos y la miseria a los que los someten”.
Movió sus manos ligeramente, afinó sus sentidos, expulsó chillidos  para darse valor y guiarse por el callejón que le conducía a la casa del Dr. Evenor.
Al fin llegó, se quedó atisbando en el alero de la casa de tejas rojas. A través de la ventana  pudo observar al médico tendido en la hamaca (escuchó que roncaba).
Llegó hasta el ventanal, entró al corredor de la casa donde estaba la víctima; luego, se colgó de una lámpara apagada y desde ahí se impulsó como un nadador experto, haciendo un gran clavado y, clavó también sus dientes en la vena radial, exactamente en el mismo lugar donde tantas veces había observado en el Atlas de Anatomía que estaba en la biblioteca de esa misma casa. En aquel momento el cuerpo del galeno se estremeció y su brazo que antes estaba sobre su pecho cayó al vacío quedando como péndulo de un reloj, balanceándose hasta quedar inmóvil en un extremo de la hamaca, con los dedos casi rozando el piso.  Pero el médico no se despertó. Las gotas salían aceleradas desde la herida,  Murcio ya estaba otra vez agarrado con sus manos–garfios de la lámpara que colgaba del techo, desde ahí observaba todo. Se dio cuenta que nada se movía y sonrió complacido.  Otra vez se desprendió desde donde estaba, pero, esta vez haciendo algo fuera de lo común: Se tendió en el piso, boca arriba, exactamente debajo de la mano que chorreaba el líquido rojo.  Colocó sus brazos debajo de su cabeza como almohada, abrió su boca y disfrutó gota a gota del gran banquete. Bebió hasta saciarse. Bebió como quien toma un buen vino: despacio y con calma, saboreándolo. No supo cuanto tomó, quedó como dormido de la emoción y se dio cuenta que era suficiente, además, caía ya muy poco. Se levantó con dificultad observando su panza y acariciándola pensó: “barriga llena, corazón contento”, movió sus brazos  pero no  le respondieron. Sintió entonces un vértigo terrible, dolor de cabeza y náuseas al mismo tiempo. Pensó: “¡Es normal, mi organismo tiene que acostumbrarse poco a poco al nuevo tipo de dieta.” Dio un paso pero sus fuerzas lo abandonaron, tambaleó, trató de no caerse, se sostuvo un instante con sus alas pero al fin se desplomó. Empezó a pasar por su mente, como una película rápida, toda su corta vida. Miró el rostro de sus padres que lo llamaban, después, todo se oscureció y quedó ahí,  a la orilla de un pequeño charco de sangre.
Amaneció,  el doctor se despertó ese día a las diez de la mañana debido a los gritos de sus hijos que le halaban la camisa para que observara el murciélago muerto.  De mala gana se levantó, miró su muñeca con dos puntitos sangrantes.  Se asustó y fue al lavarse las  manos. Lavó su herida y decidió que más tarde debería de vacunarse contra la rabia y el tétano,  “por  si las moscas”, dijo.  Antes bebería un gran plato de sopa de cola que le tenía preparada su esposa para quitarse la “goma”, pues tenía tres días consecutivos de ingerir licor.

Mauricio Rayo Arosteguí

Matagalpa, Nicaragua. 1962. Vive en León desde 1980. Profesión: Odontólogo y Licenciado en Derecho. Profesor universitario. Como artista se ha destacado en: Fotografía: dos premios nacionales, 1995 y 1997; Artes Plásticas: premios locales y nacionales en caricatura, pintura, afiche y logotipos; Poeta y Escritor: premio Leonel Rugama1984 y premio Alma Mater 1996. Finalista en concurso de Cuentos para Niños 2003, 2004 y 2005; Director y Actor de teatro (en creaciones colectivas y 4 muestras nacionales de teatro.) Ha editado Mundo de Agua (cuentos) y Breves historias de anatomía humana (cuentos). En edición: El reloj de arena y otros cuentos e Intrincado paraíso (poesía). Director de la revista Cuadernos Universitarios. Coordinador del grupo literario FRAGUA y presidente de la Fundación de Artistas Plásticos de León (Morphos). Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura.

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