Cuento de María Elena Rivas Jirón

La maestra Coquito

 Hace muchos años, allá por los años 60, en la comunidad de Villanueva municipio de Chinandega, nació la maestra Coquito Guinea. Era de tez morena, cutis acanelado,  dientes blanquísimos y bien formados. De niña la vestían con telas floreadas como el campo donde vivía y sandalias delicadas. Su madre, una mujer humilde, doméstica, y su padre dedicado a la ganadería. Todos los domingos iban a misa, a la única iglesia de Villanueva que quedaba frente a la plaza del parque. El padre siempre tomaba de la mano a la niña, a quien protegía como una piedra preciosa.
La niña cuando jugaba convertía las hojas en dinero, las piedras en pan, se montaba en un palo largo y decía que era su caballo; montada en él corría de un lado a otro e iba de compras, comprando tapas de gaseosa y cualquier objeto, pues no tenía juguetes.
Por cierto le  gustaba cantar, cuando lo hacía mostraba sus lindos dientes. Siempre cantaba la misma canción:
Buenos días, caminito
no me vayas a ensuciar
Buenos días mi escuelita
es el templo del saber
Buenos días mi maestra
aquí vengo a estudiar,
a estudiar,  a estudiar
para aprender
Si pones atención
mucho vas a aprender
Si pones atención
un buen alumno vas a ser.
La Coquito tenía una gran ilusión y era ser maestra, pero su padre enchapado a la antigua, tenía otro sueño que quería compartir con su esposa, y así le dijo:
—Bajo este techo juro que mi hija se casará con un gran terrateniente,  quiero que se destaque como una esposa  recatada y entregada a su marido. Que tenga muchos hijos, que se dedique al cuido de su hogar. Todo hombre necesita que le cocinen, le laven y le planchen.
La esposa que no tenía voz ni voto, solo escuchaba a su parlanchín esposo, aunque desde su interior no estaba de acuerdo, no se atrevía como siempre a contradecirlo.
 Pasó el tiempo, y llegó el momento que aprobó su primaria, donde obtuvo las mejores calificaciones, pues tenía la esperanza de ganarse una beca para estudiar magisterio en la normal de León.
La actitud de su padre contra sus estudios, le causó una gran tristeza, ya que éste le dijo que tenía una noticia que darle, cuando regresara de su viaje de negocios, hablarían. Ella, que conocía el carácter del padre, se preocupó y no encontraba la hora en que este regresara, para hablar con él sobre sus sueños.
Desde entonces la Coquito tuvo que acostumbrarse a pasar sus días y sus noches leyendo y leyendo cuentos e historias, como Las mil y una noches, la Ilíada, la Odisea, de este modo sentía que calmaba sus nervios, su ansiedad y que se trasladaba a otros mundos, hasta los confines de la tierra. Mientras por las noches lloraba lágrimas muy amargas con sabor a tristeza, porque se agotaba el tiempo de las matriculas en la normal de León.
Entonces la madre, que conocía el sueño de su hija y que sabía que la noticia que el padre habría de contarle a su llegada, no sería del agrado de su hija y al ver que esta se estaba enfermando de angustia y congoja, también enfermó, y su dolor le hizo contraer una enfermedad, pena moral, por no poder ayudar a su hija.
Al verla entrar a su cuarto, después de mirarla un largo rato, con aquellos ojos negros empañados por la agonía, tomándola de la mano, le dijo con palabras que nunca olvidará:
¡Prométeme, júrame, por la salvación de tu alma, que volarás por tu libertad¡ Que no serás como yo, una mujer sometida. La abrazó llorando y le prometió jurando que le cumpliría.
 Le avisaron al padre, quien de inmediato se dejó venir, muy apenado y desesperado por lo ocurrido. Luego de un largo silencio, al regresar del cementerio a la casa, el padre le dijo a su hija:
—hija, hay un hombre que ha venido de Wasayamba, es el más poderoso de este lugar, tiene vigor, nadie hay más fuerte que él .Y como lo has visto con el ejemplo de tu madre, las mujeres deben dedicarse al hogar para atender a sus hijos y marido. Esta es la ley que ha prevalecido en mi familia, de generación en generación, y tú no serás la excepción.
Oyendo el planteamiento de su padre, golpeó su corazón y recordando el juramento a su madre, lo desaprobó y le respondió:
—Papá, te quiero y te respeto, pero no puedes obligarme a casarme con un hombre que no quiero ni conozco, porque mi sueño es ser maestra y fundar una escuela que no hay en este pueblo.
Cuando el padre escuchó las palabras de su hija, se sorprendió y dijo:
—¡No se hable más! –gritó– has de saber que esta es mi última palabra y no se discuta más –mientras se levantaba furioso, porque no aceptaba que una mujer se negara a sus deseos.
Cuando su padre se ausentó, recogió sus cosas a toda prisa, tomó un buen dinero que le había dejado su madre por herencia, abordó el auto bus hacia León y decidió cumplir la promesa que había hecho a su madre.

María Elena Rivas Jirón

Licenciada en Español, UNAN-León (1998) y Máster en Lengua y Literatura Hispánica, (2002), UNAN-León y universidad de Alcalá de Henares, España. Postgrado en Didáctica del Español Con énfasis en “Diseño didáctico Lingüístico integral”, UNAN-León (2002). Diplomado en “Innovaciones y Calidad Educativa”, Universidad de San Carlos de Gorromeo, Guatemala (2006). Portafolio del Docente: “Una Herramienta para elevar la Calidad del Docente”, SICA- Zamorano Honduras (2006). Seminario “Análisis Literario  y cultura en Las Universidades de Estados Unidos y una Introducción a La Ecocrítica, Embajada de los Estados Unidos de América y la UNAN- León. Actualmente docente de la UNAN-León y miembro del Foro Nicaragüense de Cultura.

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