Cuento de Edgar Escobar Barba

Escape

He podido escapar de mis captores y no sé si logre escapar de mis temores antes de llegar a mi remoto pero ansiado lugar de origen, con mis amados Chorotegas, entre las isletas de Granada.
Sí, escapé de mis captores. No fue fácil. Pude engañar a mi guardiana, porque entre los Guatusos mandan las hembras. He huido sin ella, aunque es la principal que me viene siguiendo, más que las huellas, el aliento. Seguro quiere le regrese la mirada, mis palabras que la encantaron, el olor de mi piel unida a la suya en aquella luna llena, donde seguro ella me preparaba como sacrificio para complacer a su diosa. Pero me le adelanté y me fui por el río.
Primero lento  y luego apresurado me fui por donde ella me había enseñado, como se escapa de sus guerreros marinos, difíciles de evadir, pero no tan fieros como ciertos grupitos piratas misquitos o zambos, o los huidizos mayagnas, y uno que otro trasnochado de los Matagalpas originarios de San Salvador, ahora metidos en esas tierras del norte.  Tantas etnias y yo metido en una de ellas, huyendo.
Me les fui, o mejor dicho, me le fui a ella.
Hace una semana que escapé y la extraño. Aunque ella me maldiga, seguro le sigue latiendo el corazón herido, deletreando mi nombre indígena, como el suyo, porque sospecho que empezó a verme distinto desde mi llegada a su etnia, ja, de seguro fue la impresión de cuando fui canjeado como esclavo en aquel tiangues, me tuvieron que calmar a golpes, porque me resistí para que no olvidaran que más que guerrero era un hombre libre, como la selva. Me atraparon en sueños y desperté en pesadilla. En medio, ella, la hermosa capitana de los Guatuzos, mujer ya con sus años, recia, femenina… una verdadera amazona en nuestras tierras. Creada desde pequeña a tener decisiones propias y conforme fuera subiendo en categoría, para que pensara más que en ella, en el pueblo. De ahí su delito, imputable, olvidó el porvenir de su familia por tener un momento de debilidad ante un extraño, a quien iba a eliminar sin pensar. Pero al sentir, dudó, fue el momento donde el enemigo o esclavo o víctima pudo aprovechar para escapar de la muerte sagrada o ingrata, por haber sido atrapado y ofrendado en contra de mi voluntad a unas deidades propias o ajenas.
Cada pueblo tiene sus creencias locales o iguales a los de la región. Otras las toman de otros. Las imponen o eliminan. Aparecen o reaparecen. Hay sacrificios. Yo no estoy preparado para ello, ni por voluntad propia o ajena, por ninguna razón, tengo aún por vivir, tener mujer e hijos, contar aventuras, no estoy para estas cuestiones. Por esas aventuras me atraparon. Buen susto. Ahora he vuelto a salirme con la mía, de seguir por este rumbo de escape, digo yo. Me asombro de lo que voy encontrando, también me decepciono del pasado y el futuro. El presente esté en este instante, que pretendo sobrevivir a mis rastreadores.
Dejemos estos pensamientos y comentemos de mi recorrido de regreso.
Sí, he recorrido ríos y tierras, en silencio o en ruidos inevitables, al caer y  levantarme en una empinada, o al subir y rasparme para llegar a la cima, o al cruzar un puente colgante a punto de derrumbarse. Pero no solo eso, he cruzado esos sitios donde dominan los votos por Río San Juan o sus vecinos los guatusos, he evitado a los mismos Ramas. Sí, he logrado evitarlos, procurarme alimentos desde raíces de plantas, insectos, hasta uno que otro animal ya crudo o en fogata; sí, he enfrentado a la naturaleza, a sus habitantes humanos , vegetales, bestias, insectos, de todo, sin olvidar que también he tenido que enfrentar sus leyendas, donde unas cuantas son exageraciones y otras en verdad, son vivientes.
Estas tribus temen a la mía, sobretodo porque nuestro gran santuario lo tenemos en la isla Zapatera, donde lucen nuestras esculturas, nuestras deidades acordes a cada signo astrológico por el cual nos regimos, nuestro calendario. También tenemos fama de magos, de marinos, de realizar sacrificios para calmar deidades del mar, la tierra, el fuego, el aire.
Pero claro. Tenemos vecinos no muy amigables. Temen ese lago muerto. Antecede a Solentiname. Si. Ahí habitan los Gigantes, nuestros grandes rivales. Ellos atacan, dejan desolación y se llevan a niños y mujeres, seguro para reproducirse y tener sirvientes. Y qué decir del enorme Tiburón de aguas dulces, retando al príncipe enorme, el Gaspar; que decir de aquel dragón terrestre conocido como cocodrilo, quien ya se ha llevado a varios de los nuestros y de los Ramas, quienes creen que la mujer domina la tierra y el espacio. Su principal creencia radica en los ostiones, las ostras como el principio y el fin femenino del universo.
Hay espíritus de árboles, casi mujeres o enanos, serpientes gordas, o de los hombres invisibles de Boaco, ya no digamos cuando viene los caribes a comerse a la gente, adorando a su diosa Boa o la temible Liwa Mairen, La Sucia, la mujer tejedora de los Matagalpas o la no menos terrorífica y viviente de la mujer serpiente, entre los cébacos que le tienen un templo impresionante, sin olvidar a la mujer escorpión. La madre de todas las etnias de origen chibcha con los ramas, manyagnas, ulvas, misquitos.
Pude compartir unos días con un zambo o garífuna, seguido por otra tribu. Me contaba del temor del fantasma de la abuela, de querer llegar a su etnia para realizarle un wala gallo. Lastimosamente lo atraparon y ya no supe su destino. Yo pude escapar a tiempo, lo vi al lado de un Xinotega, también esclavizado. He visto a uno que otro Creole con su hacha…
Casi he logrado llegar a mi pueblo, pero me ha detenido la Sukia. No me permite entrar. Me ha dicho que debo purificarme, no sólo se trata de confesar mis delitos, mis pecados. No es suficiente. Debo regresar un poco y eliminar todo vestigio de huella que atraiga a mis perseguidores. Quise replicar, pero fue en vano. Apenas descanso, miro mi cielo. Voy a hacerlo. Lo hice. Fui y volví. Otra semana. Siempre los riesgos. Tuve que pasar cerca de mis perseguidores, o de otras células con propósitos variados. Nómadas. Cazadores. Avanzadas. Emigrantes. Pude esquivarlas como he esquivado a los fantasmas y las bestias fantásticas.
He vuelto más cansado. Can-sa-do-.
Pude salir avante del árbol de las brujas, el Chilamate, aquel que por las noches de luna roja o gris, suelta en la noche una única flor blanca y al atraparla, cambia mi destino para bien. Debo salir en carrera para que esas brujas y sus demonios no me atrapen. Ya no digamos cuando también pude evitar el árbol maldito de los parientes de los chibchas, porque de ahí entran o salen todas las abominaciones, incluida la Xtabay o el Duendú.
He vuelto. Y veo la infinidad de islas, isletas, islotes granadinos. Bien nos protegen de los invasores. Bien se da la señal cuando alguien extraño se acerca. Así nos anunciamos cuando vemos pasar a un Gaspar saltando, seguro trae tras de sí al devorador de pescadores. Y pensamos en atrapar a ambos. No solo la magnificencia del príncipe, también la de la bestia.
Qué decir cuando vemos cruzar las bolas de fuego, sin sonido. Si acaso los lamentos o suspiros de las olas. Cómo atrapar una con un traste de metal. Y ver las estrellas, nuestras deidades. Guardarla en secreto, esperar y cambiar por la bola de fuego. Sin envidia, porque de lo contrario no se atrapa.
He vuelto con todas estas vivencias reales o irreales. He vuelto. No puedo dejar de pensar en mi hembra chorotega, también en la sacerdotisa de los guatusos. Se lo suelto a mi sacerdotisa. Ya lo sé, me dijo. Andate aparte y no te dejés ver. Vení dentro de tres lunas.
Casi en ayuno de todo, de comida y de la carne de mi compañera, de recuerdos de la otra carne de la capitana, de todo, casi desfallezco. Quiero seguir mis aventuras y pienso escapar, pero los sonidos de los congos me advierten sobre castigos de mis antepasados y decido aguardar.
Ahora la Sukia me prepara para un ritual. Dice que me siguen malos espíritus, creencias ajenas, leyendas contadas, sucesos extraños o poco comprendidos por mi etnia. Ahhh… también me sigue el odio y el deseo por la capitana de los guatuzos, la sacerdotisa de la luna.
He pasado una noche de casi alaridos en silencio. La sukia me ha ido sacando, como a un coco lleno de espinas de pescado, una a una, todos los males que han venido conmigo. Casi he perdido la conciencia. Pero bien, la batalla final, la definitiva, ahí viene el espíritu de la sacerdotisa de la luna, mi sukia la enfrenta. La batalla es tremenda: danzan, hablan sin proferir sonidos, tambores de maderas retumban, los fantasmas brincan, son de la etnia kukra, ya semi extinta por haber sido cazados por miskitos; las kukras bailan desnudas, a penas cubiertas por estrellas de mar, espinas o columnas de peces, ostras, danzan y así pelean por mí, la sukia y la de la luna. Sudo ancestros… ninguna cede. Mi sukia se va rejuveneciendo, ahora es la guatusera. Ahora es mi chorotega. Vueltas y vueltas. Nadie cede. Yo no quiero ceder. Deseo continuar las vivencias. Imaginación y realidad. Mi mundo mágico. Ellas callan totalmente. No se mueven. Me miran y se miran. Son como dos jaguares, uno pinto y la otra negra.  Llegan a un arreglo... No sé si me va a beneficiar. No sé. Estoy entre dormido y despierto.
He escapado de mis captores, pero no sé si pueda escapar de mis temores antes de llegar a mi remoto pero ansiado lugar de origen, solo o acompañado por la media luna… un zapato... un jaguar... dibujado...

Edgar Escobar Barba

Premio Nacional Funisiglo, Cuentos 2000. Fundador de los grupos literarios Contracara (Masaya), Horizonte de Palabras (nacional) y Heptágono (Matagalpa). // Autor de los siguientes libros: Poemarios: Cántaros (Guadalajara, 2002) e Intimidades nocturnas/Más que vago peregrino (2003); Cuentos: Miligramos (2000), Antología del mini cuento nicaragüense (2005) y Mensajes cifrados (seleccionado por el CNE, 2006); Leyendas: Entre sustos con los Ahuizotes (2000) y leyendas sueltas publicadas en el diario HOY. Con una larga trayectoria en la facilitación de talleres literarios. Miembro del Foro Nicaragüense de Cultura en el Programa Promoción de la Literatura Nicaragüense.


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