Dos días después de la firma del pacto de unificación de fuerzas hubo una incursión filibustera a San Jacinto, finca ocupada por soldados legitimistas para controlar el robo de ganado que por allí hacían los filibusteros. Los nacionales los rechazaron y los hicieron huir.
Esa batalla es la efeméride nacional por
excelencia. Por haberse dado en septiembre y un día antes de la conmemoración
del día de la independencia, les llaman a ambas fechas, 14 y 15 de septiembre, fiestas patrias y todos los años San
Jacinto es lugar de peregrinaje de colegiales. El 14 es tenido como el glorioso
día la batalla estratégica determinante del triunfo definitivo sobre los filibusteros,
y, en consecuencia, se califica al militar (legitimista) responsable de la
defensa, José Dolores Estrada, como héroe nacional e igualmente a un soldado
que pudo defenderse a pedradas del asalto de “un atrevido americano”. Ambos, el
General José Dolores Estrada y el Sargento
Andrés Castro, son tenidos desde hace más de un siglo como héroes ejemplares, los
patriotas por excelencia.
Otros en el siglo XX opinaron diferente. El poeta
ultra conservador Luis Alberto Cabrales, con documentos históricos en mano, argumenta que San Jacinto fue una
intrascendente escaramuza sin especial relevancia y los erigidos héroes son
producto de la propaganda legitimista-conservadora con el afán de reclamar para
este partido el mérito que en la guerra anti-filibustera estuvieron lejos
tener.
Los mitos perduran, se enraízan y resulta
difícil desmontarlos porque en su momento se aceptaron como hechos ciertos y
así convenía que fuera y porque también son necesarios para fortalecer valores
tal vez muy débiles en la población como la unidad o el patriotismo. Pero
también, para que nazcan y prevalezcan, falsifican
la historia; tal es el caso de San Jacinto. Por un lado se ha exaltado
hasta la exageración la actuación de dos personajes con desempeños mediocres en
la defensa y, en contraste, la historiografía oficial ha callado la valentía
heroica de otros en ese enfrentamiento.
Efectivamente San Jacinto no pudo haber sido la batalla decisiva contra los
filibusteros; era simplemente un puesto de vigilancia en una ruta marginal en
la guerra; San Jacinto estaba un tanto al margen de los
escenarios de guerra, no era campo de batallas; eso explica que pequeños grupos
de filibusteros preferían incursionar en esa zona [Tipitapa-San Benito-Las
Maderas] más aislada y menos peligrosa para robar ganado. Los escenarios de
guerra vitales estaban en el Pacífico y los objetivos de cada bando era tomarse
las ciudades enemigas [León, Managua, Masaya, Granada, Rivas]. En el sector de
San Jacinto no había ni hay dos siglos después poblaciones importantes ni
puntos militarmente estratégicos para ninguno de los bandos. Así veía el
General Tomás Martínez dicha zona y por ello ordenó a su subalterno el capitán
Estrada impedir el robo de ganado y evitar encuentros con los filibusteros y solo entrar en acción de guerra con ellos si
les cortaban la retirada.
El General Martínez le pidió al Capitán (en
ese entonces) José Dolores Estrada que patrullara la zona al norte de San
Benito y, de paso, procurara reclutar a alguna gente pues allí no estaban en
guerra. Estrada, en cumplimiento de lo ordenado sentó su campamento en una
amplia casa hacienda, San Jacinto,
rodeada de corrales de piedra.
Hubo una primera refriega el 5 de septiembre cuando los filibusteros al pasar con una partida de ganado robado recibieron el alto y respondieron con sus armas. Se dio un ligero tiroteo. El informe de Estrada dice: Durante el fuego y su primera carga dejaron seis muertos, y una porción de heridos que cargó el enemigo con ellos…
La del 5 de septiembre fue, a todas luces, una
escaramuza intrascendente, con solo seis filibusteros muertos (aunque toda baja
enemiga es positiva) en un ligero
tiroteo, según el capitán
Estrada. Este percance debió haber servido para alarmar a
Estrada, pero no tomó ninguna precaución adicional; por eso fue sorprendido el
14.
Informado Walker del incidente, uno más que
impedía robo de ganado y le causaban bajas, dispuso enviar un nuevo grupo a San
Jacinto, no a robar ganado sino a destruir el puesto de control y aniquilar a
los vigilantes. Walker no quiso enviar a los mejores porque el objetivo de la
operación no lo ameritaba y creyó que no era tan peligrosa; organizó el
contingente con voluntarios, gente de poca experiencia (según relata en su
libro), pero estimulados con un magnífico botín de guerra: los participantes
podrían adueñarse de todas las tierras que quisieran, previa limpieza de
nicaragüenses. La expedición, a la cabeza del comerciante y socio de Walker,
Byron Cole, de visita en Nicaragua, fue un fracaso.
Al amanecer del 14 de septiembre Estrada y sus
soldados fueron “madrugados”, tomados por sorpresa cuando aún el sol no
brillaba. Uno de los vigilantes en el corral, adormilado, se vio sorprendido
por uno de los atacantes y sin tener tiempo de disparar o haber disparado sin
acertar, tomó una piedra volón de las muchas que había y logró romperle la
crisma al “atrevido americano”, según informe de Estrada. Se llamaba Andrés
Castro.
El asalto a San Jacinto duró unas cuatro
horas, o menos; antes del mediodía había finalizado. Las municiones disponibles
de los atacantes y las de los defensores indican que no pudo durar más de ese
tiempo.
Los filibusteros perdieron unos 27 de los 100
atacantes que finalmente huyeron sin lograr el objetivo de la misión; entre las
bajas figura Byron Cole que fue herido y, en la huida, capturado por unos
campesinos y asesinado. Byron Cole era un personaje importante para Walker, como
se recordará, fue el firmante original del contrato para que los filibusteros
vinieran en auxilio de los democráticos,
contrato que transfirió a Walker.
Los defensores de San Jacinto al mando de
Dolores Estrada tuvieron graves bajas, 55 de los 100, entre muertos y heridos,
incluidos varios oficiales[1].
En el parte a sus superiores Estrada se justifica diciendo que el número de
bajas sufridas es bien
poco para el descalabro que ellos sufrieron; ¿qué
significa bien poco? ¿A cuántos asciende “el descalabro que
ellos sufrieron”? No cuantifica el número de las bajas propias y tampoco
precisa las del enemigo, tal vez porque no fueron tantas; investigaciones posteriores
indican entre 20 y 27 los filibusteros muertos.
También
Estrada relata en su parte de guerra: “Tal
vez estuviéramos escribiendo una derrota si el teniente Eva, Velis y Solís
con Manuel Marenco no se resuelven a morir primero que abandonar
el punto, de donde les hacían resistencia[2]”…
La conducta de los elogiados por el jefe José Dolores Estrada y en especial la
de Ignacio Jarquín y Manuel Marenco
que aún herido resistió resuelto a morir es
ignorada casi completamente, carece de reconocimiento alguno por parte de los
historiadores oficialistas y por las autoridades todas aún en el siglo XXI. Y
la decisión, valentía e inteligencia de Patricio Centeno verdadero factor de
éxito en la derrota filibustera, ha sido igualmente soslayada (según sus
compañeros Centeno fue quien hizo ver la conveniencia de salir de la casa-hacienda
donde fueron sorprendidos y desde donde resistían, para enfrentar con más
eficacia al enemigo en los mismos corrales; así se hizo, hasta entonces huyeron
los filibusteros); esta exitosa maniobra de Centeno posteriormente se la
adjudicó a sí mismo Estrada.
En uno de sus informes Estrada señala a otro heroico combatiente que la historiografía ha borrado caprichosamente: “los enemigos logran, no a poca costa, ocupar un punto del corral que cubría nuestro flanco, merced a la muerte del heroico oficial Ignacio Jarquín, que supo mantener su puesto con honor, hasta perder la vida, peleando pecho a pecho con el enemigo…
La
pregunta obligada es ¿por qué la historia oficial no menciona a estos héroes calificados
así por Estrada? Y por otro lado ¿Por qué se tiene la batalla del 14 de
septiembre de 1856 como una batalla decisiva (sin serlo) y a Estrada y Castro
como nuestros supremos héroes y borrando a los verdaderos? Porque así lo impuso
la historia conservadora y desde entonces así se ha aceptado. Es una de las formas
de falsificar la historia. Veamos.
Los
legitimistas antes del “Pacto providencial” del 12 de septiembre argumentaban,
entre otras quejas para oponerse al mismo, que el condenable sufrimiento
causado a toda Nicaragua y en especial a
ellos era culpa absoluta de los democráticos y por tanto correspondía a los
legitimistas una mayor cuota de participación en el futuro gobierno; no era
justo, aseveraban, que los democráticos, culpables y responsables de la
criminal contratación de los filibusteros se alzasen con la gloria de haberlos
expulsado y llegasen a ocupar los principales cargos en el nuevo gobierno; enfatizando
los “merecimientos” de unos y descalificando a los otro esgrimieron la
importancia de San Jacinto para justificar su demanda.
Pero consumada la firma del pacto providencial (alianza del jefe legitimista con el
democrático) en los términos señalados, los políticos legitimistas-conservadores
se encargarían a toda costa de hacer ver a sus contemporáneos y a la posteridad
que ellos fueron los héroes, los abanderados innegables del triunfo y las
acciones dirigidas por legitimistas como JDE las decisivas para la derrota
filibustera. Por eso inventan que en San Jacinto se dio una batalla decisiva y
esta victoria deberá tenerse como la clave para el fin de la presencia
filibustera. Dionisio Chamorro, hermano del presidente legitimista Fruto
Chamorro, tratando de refutar la versión de Jerónimo Pérez, le escribe una
carta diez años después, en noviembre de 1867, para señalar que las guerras en
Nicaragua han sido “tan abundantes en sacrificio como escasas en hechos de
armas gloriosos para Centro América”; y
que entre las gloriosas “figuran en
primera línea las memorables jornadas de
San Jacinto, que abrieron las puertas a la victoria dando paso a las
fuerzas centroamericanas, que hacía mucho tiempo estacionaban en León dominadas
por el pánico que infundiera la fama de los rifleros filibusteros, contra los
cuales parecía imposible triunfar”. (Énfasis agregado)
Para
matizar un poco su exagerado criterio el señor Dionisio Chamorro añade:
No puede negarse la influencia que el tratado del
12 de septiembre tuvo en la guerra nacional dando unidad a los
nicaragüenses…puede decirse que aquella victoria del 5 de septiembre tuvo como
primera consecuencia ese tratado. (Ambas citas en p 257 de las “Obras” de J Pérez)
Dionisio Chamorro sugiere que la firma del Tratado Providencial es consecuencia de
una tangencial acción contra cuatreros filibusteros ¡la del 5 de septiembre con
solo seis bajas a los enemigo¡ y no de la necesidad de la unidad cuya evidente
y urgente conveniencia era percibida por los principales jefes, nacionales y
centroamericanos.
Hoy se
sigue la misma línea de la historia conservadora-legitimista. El 12 de
septiembre de 2012 mediante decreto
la Asamblea Nacional, dominada por el FSLN, en un afán de indigenismo
trasnochado ha declarado héroes nacionales de San Jacinto a “los indios
flecheros” de Matagalpa que no menciona el jefe José Dolores Estrada en sus
partes de guerra. ¿Realmente estuvieron en San Jacinto? Estos “indios flecheros”
vivían en extrema miseria sobreviviendo mediante una economía de subsistencia
propia de grupos primitivos. Si acaso estuvieron no pudieron haber aportaron
nada; las flechas son inservibles para uso ofensivo si no se acompañan de la
velocidad del caballo. El supuesto de que estuvieron se basa en el relato del
Teniente Alejandro Eva, uno de los defensores de San Jacinto, escrito en Rivas 35 años después. Cuenta:
“En los
primeros días del mes de septiembre de 1856, una columna de 160 hombres[3],
pésimamente armados con fusiles antiguos de peine, hambrientos, casi desnudos, al mando del
coronel don José Dolores Estrada, ocupaban la Hacienda San Jacinto.
El
decreto de 2012 afirma: 60 indios que también dieron su vida por Nicaragua. En la parte del decreto titulado “Fundamento” el
secretario de la AN parece no estar muy convencido de lo que se proponen al
afirmar que no es comparable el heroísmo de los 60 indios al de Estrada:
…al igual que el general José
Dolores Estrada que nos dio la victoria contra los filibusteros, lucharon junto
a él 60 indios que también dieron su vida por Nicaragua, no pretendemos igualar
su trayectoria que lo hizo merecedor de calidad de héroe nacional, pero sí
declararlos como héroes a los 60 indios que también dieron su vida en la lucha
contra los filibusteros.
¿60 indios que también dieron su vida
además de los 55 reportados por Estrada?
De dicho
decreto se desprende: a) que en pleno siglo XXI los diputados frentistas
gustosos se tragan la versión conservadora de San Jacinto: “José Dolores Estrada que nos dio la victoria contra
los filibusteros” y b) que los muertos en San Jacinto fueron más que
los citados por Estrada (al respecto no hay fundamento para aceptar la versión
“moderna” de los diputados)
Veamos
otro elemento del mito, aceptado y repetido. El heroico combatiente que fue
Carlos Alegría, cuenta:
…ocurrió, como cosa inesperada, la irrupción de
unos potros y de unas yeguas, que corrieron estrepitosamente sobre ellos.
Asustadas las bestias por tantos ruidos de tiros y de los gritos que oyeron,
quebraron piernas y brazos e hicieron huir, en una sola estampida, a los demás
(filibusteros) que podían correr.
El episodio es inverosímil. Resulta, en esta
tardía versión, que potros y yeguas quebraron
piernas y brazos e hicieron huir. Pero quien haya sido arriero por
necesidad o afición, sabe que las bestias
no se comportan así, no se espantan con los ruidos porque no tienen
oídos finos; únicamente galopan a campo abierto si son azuzadas continuamente y
casi de inmediato tienden a dispersarse y dejar de correr; los caballos huyen,
no persiguen y menos tener juicio para seleccionar a quién quebraron piernas y brazos y a
quién no. La memoria de Alegría debió haber sufrido algún deterioro en su
vejez. Pero muchos textos lo dan por veraz.
El 1º de mayo de
1857 finalizó victoriosamente la guerra nacional ¿por qué no se celebra ese día como fiesta
nacional así como se celebra el 19 de julio como el día que finalizó
victoriosamente la guerra contra Somoza? No sólo no se celebra sino que ni
siquiera se menciona. Quizás la respuesta sea que el grupo de conservadores
granadinos que no jugaron ningún papel decisivo en la guerra nacional, ganaron
de forma completa y tal vez definitiva la guerra de los mitos que inventaron.
[1] Este dato lo proporciona el historiador Jerónimo Pérez,
contemporáneo y muy amigo de Estrada a quien le dedica una oda por su triunfo
en San Jacinto.
[2] Jerónimo Pérez Obras históricas completas p 261
[3] Según Estrada su tropa la integraban unos 100 hombres. Es más
verosímil la cifra que Estrada cita en su parte de guerra días después, que el
escrito por Eva 35 años más tarde.
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Tomado del libro "Una historia de Nicaragua - Tomo I" de Heberto Incer Moraga
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