Tres cuentos sobre duendes

Por Mauricio Valdez

1. LOS DUENDE DEL CAMINO


En una comarca no muy lejos de la ciudad capital, Managua, vivía una humilde familia formada por un padre, una madre y dos niños (niña y niño). Todos los días los dos hermanos iban a la escuela en sus bicicletas, pues la escuelita no quedaba tan cerca de su hogar, iban por veredas y caminos polvorientos, los mismos que en invierno se volvían fangosos con las lluvias, es por eso que aunque trataran de llegar limpios a su escuela, siempre llegaban sucios, polvorientos en verano y con lodo en invierno, muchos llegaban así, pero nadie se burlaba de nadie.

Ya hace días, los niños comenzaron a escuchar unas risitas burlescas cuando pasaban por un cruce de caminos, nunca miraron a nadie y al comienzo no le prestaron mucha atención, pero como era asunto de todos los días, comenzaron a preguntarse de donde provenían esas risas y quién era el que las provocaba.

–Estefanía, ¿escuchaste? – siempre le preguntaba Ángel a su hermana.

–Sí –contestaba ella– deben ser los duendes.

Y continuaban su camino hasta llegar a la escuela, pero a nadie, ni a su maestra ni a sus compañeros de clases, le comentaban algo sobre ese asunto.

Al otro día lo mismo:

–Estefanía, ¿escuchaste?

–Sí –volvía a contestarle ella– ya te dije que son esos duendes.

–¡Cuales duendes! –por fin reaccionó Ángel con cierta ira y asombro.

–¿Pues cuales más? ¿A caso no sabes que aquí existen duendes y les gusta burlarse de las personas?

–¿Pero de nosotros por qué se burlan?

–Pues, porque siempre pasamos todos sucios, creo.

–¡Ah! Mañana procuraremos no ensuciarnos y pasaremos limpios para ver si ya no se burlan de nosotros.

Y así fue, los hermanos procuraron no ensuciarse demasiado, conduciendo sus bicicletas con más cuidado, no pasando por la tierra muy blanda ni jugando a revolcarse a la hora de recreo y cuando pasaron por el lugar, iban limpios y ni una risa se escuchó.

–Ves que tenía razón –le dijo Estefanía a su hermano.

–Ajá, sí. Pero ahora me quedó la curiosidad por saber cómo son esos duendes que tanto se burlaron de nosotros, mañana volvamos a pasar sucios y seguiremos las risas hasta dar con esos traviesos.

–¡No Ángel! ¿No sabes que si los molestas o tratas de averiguar su identidad o querer saber dónde viven, ellos se vuelven agresivos contra uno?

–¿A caso solo ellos pueden molestarnos? Nosotros también los molestaremos –dijo Ángel.

Al día siguiente los dos pasaron sucios y una risita se hizo escuchar, Ángel rápidamente se bajó de su bicicleta dejándola tirada a la orilla del camino: –Por aquí se escucha –decía mientras seguía el sonido de la risa tras unas piedras, Estefanía también dejó la bicicleta aparcada y fue detrás de su hermano. El sonido de la risa cambiaba de lugar y los niños la seguían adentrándose a un bosquecillo, un riachuelo sonoro y cristalino corría por el lugar y a la orilla se podía ver unas medianas piedras que formaban una diminuta cueva.

–¡Con que aquí es donde viven esos traviesos! –dijo Ángel dirigiéndose a la pequeña cueva.

–Vámonos de aquí, no es buena idea seguirlos, ni mucho menos descubrir dónde viven –decía Estefanía con miedo.

Ángel que era muy curioso y travieso, metió la mano en la pequeña cueva y tras un grito la sacó rápidamente trayendo consigo pegado a sus dedos un pequeño cangrejo.

–¡Hay! Esta es la cueva de un cangrejo –dijo tirando por los aires al animalito que fue a parar al agua, sumergiéndose en ella y desapareciendo de la vista.

Enojado, el travieso niño desbarató la cueva quitando las piedras y ambos se fueron del lugar siguiendo el sendero por donde habían venido, al llegar a la orilla del camino las bicicletas ya no estaban, tuvieron que irse caminado hasta llegar a casa.

–¿Y las bicicletas? –les preguntaron sus padres cuando los vieron llegar sin ellas.

–Nos la robaron por dejarlas solas en el camino por ir tras unos duendes –le dijeron muy tranquilamente y se fueron a hacer sus tareas escolares.

El día siguiente era sábado, por los que los hermanos se levantaron un poco más tarde y se fueron a jugar con su perro llamado Sarnos, cerca de un montón de leña, unos pequeños ojos se asomaron entre esa leña:

–¡Un ratón!– dijo Ángel con sorpresa.

–¿En dónde? –preguntó Estefanía.

–Ahí, entre la leña.

Su perro Sarnos comenzó a ladrarle y el supuesto ratón se escondió aún más. Los niños rápidamente comenzaron a quitar una por una la rajas de madera, de pronto salió corriendo con una extraordinaria rapidez el supuesto animalucho, que para mayor sorpresa de los hermanos, notaron que no se trataba de ningún ratón ni de otro animal, sino, de un extraño ser verdoso y orejas puntiagudas, era un duende.

–¿Viste eso Ángel?

–Sí, uno de esos duendes del camino nos siguió hasta aquí, atrapémoslo –dijo el valiente niño y con una de las rajas de leña en su mano se dispuso a acabar con el intruso, Sarnos no dejaba de ladrar y con el escándalo los demás miembros de la familia se acercaron a ver qué es lo que estaba pasando.

–Ahí va, que no se escape –gritaban los hermanos.

–¿Qué animal están queriendo atrapar? –preguntó la mamá.

–No es ningún animal –respondió Estefanía– es un duende.

–¿Un qué? –dijo con extrañeza la mamá creyendo no haber escuchado bien.

–Un duende –le repitió Ángel mientras le atinaba al escurridizo ser un buen palazo en mitad de su pequeña cabecita, matándolo al instante.

–Ahí está, vengan a verlo.

Y todos corrieron a ver a la extraña y pequeña creatura que yacía muerta con su cabeza aplastada.

Sarnos iba de un lado a otro todavía eufórico por la cacería recién hecha, hasta que agarró a la inerte creatura entre su hocico y corrió con ella perdiéndose entre unos matorrales a lo lejos, por más que sus amos lo llamaron éste no hizo caso. Lo fueron a buscar pero no lo encontraron, el día pasó y Sarnos no regresaba, pasó otro día y el perro sin aparecer, pero la peor de las noticias es que a los siete días después de pasar el hecho, también había desaparecido la niña Estefanía, se hizo una búsqueda intensa día y noche sin descanso, pero nada de encontrarla, hasta que con el tiempo, la familia y los demás se dieron por vencidos seguros que ya nunca volverían a verla, muchos aseguraban que eso había sido obra de los duendes en venganza por la muerte de uno de los suyos.

Ángel creció solo sin la compañía de su querida hermana, llegó a ser un adulto con su corazón entristecido y arrepentido por lo que había hecho, muy dolido por ser el culpable de la desaparición de su querida hermanita.

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Moraleja: No hay que hacer cosas malas, pueden traer consecuencias no deseadas con arrepentimiento de toda la vida.


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2. EL DUENDE ALUX


Una mañana Carolina despertó riéndose, sentía que algo le hacía cosquillas en sus pies, levantó sus sábanas, pero no vio nada, en eso escuchó una ricita que prevenía por debajo de la cama, de una salto se puso de pie y agachándose levantó el cobertor de su cama buscando con su mirada el causante de tan singular risa, preguntó con curiosidad: 

—¿Quién está ahí? 

¡jijiji! Otra vez la ricita, y saliendo de su escondite, delante de sus ojos, se dejó ver un pequeño ser vestido de rojo, su piel era verdosa y sus orejas puntiagudas, pero tal apariencia no le hizo temer a la pequeña, éste le sonrió y le dijo: —¡Hola Carolina! Vine a hacerte compañía.

— ¿Y tú quién eres? —preguntó la niña retrocediendo ante la fea figura del pequeño y raro ser.

—Mi nombre es Alux, —dijo con una voz ñaja— soy un duende amistoso al que le gusta hacer reír a los niños, por eso les hago cosquillas mientras duermen y magia cuando despiertan. 

Entonces sacó de su bolsillo un polvo mágico y lo lanzó al aire, muchas mariposas de múltiples colores revolotearon por toda la habitación, Carolina se reía y brincaba queriendo atraparlas, estaba maravillada de la magia de Alux.

Las mariposas se desvanecieron y niña buscó al duende, lo buscó entre sus sabanas, por debajo de la cama, por todos los rincones de la habitación y de pronto vio que una de sus muñecas caminaba sola. Ella se sorprendió, pero luego pudo ver que era Alux la que la sostenía.

— ¿Estabas invisible? —le preguntó Carolina.

—Sí —le dijo Alux —, nosotros los duendes podemos desaparecer a nuestro antojo, nos dejamos ver por los niños pero nunca por los adultos, pues éstos siempre nos quieren hacer daño.

Carolina agarró su muñeca, la puso en su lugar y dijo:

—Pero voy a decirle a mi mamá que tú eres mi nuevo amiguito.

—¡No! —Gritó Alux —, guardemos el secreto, que esto quede sólo entre tú y yo. 

Pero Carolina no le hizo caso y le fue a contarle a su mamá, pero por supuesto que su mamá no le creyó y esa noche acostada ya se disponía a dormir y de nuevo le apareció Alux, se subió a su pecho y viéndola a su los ojos le dijo:

—¡No guardaste nuestro secreto!

Alux estaba enojado, se puso mucho más feo de lo que era; los dientes se le salieron y sus uñas crecieron, sacó otra vez polvo mágico y lo sopló al rostro de Carolina, ella estornudó botando a Alux, la pobre niña jadeaba, se esforzaba por respirar mientras el duende se reía a carcajadas, de pronto, de la nada, aparecieron cuatro duendes más vestidos de azul que rodearon a Alux, lo agarraron con fuerza y desaparecieron junto con él, sólo se escuchaba a Alux gritar: ¡Déjenme, no me lleveeeeeen!.

Carolina pudo respirar con normalidad y se puso a llorar, en eso su mamá entró corriendo a la habitación y la abrazó calmándola y diciéndole que solo había tenido una pesadilla.

—No mamá, no fue una pesadilla, era Alux el duende de quien te hablé.

Las dos quedaron abrazadas por un largo rato hasta que la niña se durmió. 

Con el tiempo Carolina casi olvidó lo sucedido y hasta llegó a creer que realmente se trataba tan sólo de una pesadilla, lo bueno era que; ya sea en sueños o en la realidad, nunca más volvió a ver a Alux, el duende malo.

Y es que por generaciones se ha creído que si un niño o niña lo desea, puede llegar a conocer a los duendes, sólo tienes que desearlo de verdad y preguntar entre sus sábanas en voz baja antes de dormir: ¿Quién está ahí? Pregunta todas las noches y una de tantas, en cualquier momento, aparecerá un duende jugando y haciéndote cosquillas, pero ten cuidado si te aparece un duende cuando tú no lo has llamado y dice ser tu amigo, ese puede ser Alux, no le creas nada de lo que te diga y mándalo a la porra.
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Moraleja: No todas las personas que dicen ser tus amigos, tienen buenas intenciones, pueden ser lobos vestidos de ovejas. Consejo: Cuídate de los extraños y no creas todo lo que te digan.
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3. LOS DUENDES DEL CHONCO


Allaaaaa.... de vez en cuando se aparecía un amigo de mi abuela Cesaria, llegaba y le decía:

— ¡Ideay Cesaria! ¿Cómo estás?

— ¡Eh! ¡Ideay Chicoyo!

Se llamaba Francisco, pero le decían Chicoyo, quien sabe por qué.

—Aquí te traigo —le decía él. Eran unas frutas hermosas, grandotas, unos grandes plátanos que nunca se habían visto por estos lados, unos zapotes con bastante comida grandotes también.

—Hombre, Chicoyo y vos ¿de dónde sacás todo esto, estas frutas tan grandes? —le preguntaba mi abuela.

— ¡Ah! es que por ahí tengo unas tierritas muy buenas, siempre tengo de todo, por hay te traigo más otro día que pase —le decía.

Por allá a los días se aparece: Adiós Cesaria hay paso de regreso dejándote frutas —le dijo.

Pero bueno, nunca faltan los curiosos, uno de los hermanos de mi abuela, mi tío Isidoro, se va detrás del tal Chicoyo.

Tengo que saber donde tiene éste esas tierras —decía— y lo va siguiendo de larguito cuidando que no lo mirara, él en sus caballo y mi tío a pies, luego ve que Chicoyo se mete en la selva, ahí en El Chonco y se le pierde de vista, él quiere entrar también, pero le sale un hombrecito, así la mierdita, bien chiquito, si parecía un cipotito pero con cara de viejo. Apues, se le aparece y todo odioso le dice:

—De aquí no pasás, devolvete.

—Cómo que devolvete ¿por qué no puedo pasar? —le pregunta mi tío.

—Que no vas a pasar te digo y haceme caso.

Arrecho el hombrecito. Entonces le hace caso mi tío y se regresa.

—Y éste jodidito ¿por qué no regresó a Chicoyo? ¿por qué sólo a mí?

Bueno, y llegó a la casa, al rato llega Chicoyo:

—Cesaria ya voy de regreso tomá estas frutas, no traje muchas pero aquí te dejo.

Cuando ya va de salida le dice mi tío:

— ¡Ajá Chicoyo! Ya sé que tenés un arreglo con esos duendes del Chonco, andá hombre no seas malo y deciles que me ayuden a mí también, no ves que tengo que darles de comer a una marimba de chavalos, con esas frutas suficiente para todos, hasta podría sembrar las semillas.

—Está bien, vamos pues, te voy a llevar —le dijo y se van.

Allá al rato llegan a una quebrada donde estaba, del otro lado, un gran palo de jocote, entonces Chicoyo le dice:

—Mirá Isidoro, yo me voy a ir al otro lado de la quebrada, detrás de esa loma y vos quedate a este lado, no te crucés —y se fue.

Mi tío se puso a recoger jocotes de unos palitos que estaban allí. Como a la hora los recoge todos y dice:

—¡Eh! voy a recoger más del otro lado de la quebrada, de ese gran palo que está allá, a mí nadie me va a decir que es lo que tengo que hacer —y se cruzó, él que pone un pies al otro lado de la quebrada y lo palmean, escucha unas palmadas como cuando llaman la atención a un niño.

— ¿Y eso? —dice él asombrado, pero no miraba a nadie y sigue caminando, lo vuelven a palmear. Ya la cagaron estos enanos —dijo y en ese momento aparece Chicoyo con el caballo cargado de frutas, repletas las alforjas, hasta que venía cansado y sudado el pobre animalito.

—¡Ideay! no te dije que no te cruzaras, vámonos que aquí llevo bastante frutas para vos y tu familia —y se fueron del lugar.

Así era Chicoyo ayudaba al que podía pero nunca supo nadie que es lo que había hecho, qué trato tenía con los duendes, dice la gente que esos duendecillos se robaban a las muchachas cuando se enamoraban de ellas, pero tenían que ser bonitas para que se la llevaran y la familia recibía favores a cambio. Decían que Chicoyo tenía una hija joven muy bonita y que ya hace tiempo no la veían.





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