PRIMERO CAYERON las primeras semillas sobre la tierra fértil. Toda la
tierra se pobló de semillas. Después cayó la lluvia y toda la tierra se pobló
de árboles; después de los árboles llegaron las bestias y los pájaros y por
último llegaron los hombres. Así fue resuelto.
Como la lluvia era abundante, se formaron los mares, los lagos y los
ríos y el hombre tuvo que aprender a andar sobre las aguas.
Los hombres se dividieron en dos: hombres de tierra y hombres de agua.
El hombre de tierra dijo: La tierra no tiene dueño, la tierra es para el
que la cultive. El hombre de agua dijo: El agua es para todos los hombres, y se
pusieron a reglamentar su uso: invierno y verano.
La gran hacienda del señor tenía los tres elementos: tierra, agua y
hombres. Era un solo señor para toda la tierra.
Un solo señor no puede cultivar toda la tierra —dijeron—, ni puede usar
toda el agua. Comenzaron entonces por detener el agua, y el señor, dueño de
toda la tierra, observó que su tierra se agrietaba y que los árboles morían de
sed. El viento se fue llevando la tierra y donde antes nacía, crecía y se
desarrollaba el árbol, ahora se iba transformando en un cascajo duro y marchito,
como cuando sólo era tierra todo en el mundo y no existía agua ni hombre.
Al señor dueño de toda la tierra le dijeron: la tierra es para el que la
cultive, la tierra no tiene dueño, el agua es para todos los hombres, los
árboles nacen en la tierra húmeda; pero el señor que era dueño de toda la
tierra dijo: Esta tierra fue de mis antepasados, yo heredé esta tierra, esta
tierra es mía como mi voz y mis manos.
Sus antepasados —le dijeron— robaron esta tierra.
Pero el señor, que era dueño de toda la tierra, mostró sus títulos
reales".
Este hombre no es de los nuestros —dijeron—, nuestros antepasados
tenían corazón bondadoso, sabían que la tierra era de todos y para todos. Así
estaba escrito.
Este hombre pertenece a los primeros pobladores de la tierra —dijeron—,
a los que fueron destruídos y comenzaron a reconstruir la leyenda.
Primero el hombre fue hecho de barro, de barro negro y arcilloso y lo
hicieron caminar sobre la faz de la tierra, pero este hombre huía del sol
porque lo derretía y huía del agua porque en ella se deshacía, este hombre así
formado, era incapaz de admirar a su gran Creador y Manifestador.
Entonces Ejitzak y Ajbit le dijeron: "Sólo estaréis hasta que
vengan los nuevos seres".
Después vinieron los nuevos seres: de palo de pito fue hecho el cuerpo
del hombre y al mismo tiempo fue formada de TZIBAK la carne de la mujer, pero
éstos tampoco fueron capaces de hablar y alabar a su Creador y Manifestador que
los había formado como criaturas suyas. Por eso fueron condenados a perecer,
sólo quedaron, según la tradición, como señal de su existencia, los micos que
ahora viven saltando de árbol en árbol.
Finalmente el hombre fue formado de la planta sagrada del maíz.
El principio fue el Maíz.
El hombre así formado tuvo corazón para alabar, comprender e invocar a
su Creador y Manifestador.
Así recordaron la leyenda e invocaron a Tzakol, Bitol, Alom y Cajalom.
Un solo señor no puede ser dueño de la tierra —dijeron. La tierra no
tiene dueño —volvieron a decir.
Pero el señor dueño de toda la tierra repitió de nuevo:
Esta tierra fue de mis antepasados. Yo heredé esta tierra. Esta tierra,
es mía como mi voz y mis manos.
Sus antepasados fueron condenados a perecer —dijeron— y volvieron a invocar
la leyenda:
"Y vino la inundación en forma de lluvia espesa como de trementina,
bajando del cielo. Y llegó el nombrado XECOTCOGUACH y les sacó las pepitas de
los ojos; y vino después CAMALOTZ y les cortó la cabeza; y vino COTZBALAM y
les devoró las carnes; y vino TUCUMBALAM y les escarbó las entrañas y les
masticó los huesos y los nervios. Fueron pues pulverizados, despedazados y
castigados..." Así murieron sus antepasados. Y cuando esto dijeron, ya no
había hombres en la hacienda, ni bestias, ni pájaros, ni agua. La tierra se fue
quedando pelada, como cuando todo era una claridad deslumbrante; y murieron
todos los árboles, y se secaron todos los ríos y todo fue piedra sobre piedra.
Y el señor, que era dueño de toda la tierra, quedó solo sobre una roca,
con sus títulos reales en la mano.
El mar fue llegando poco a poco por los cauces secos de los ríos hasta
cubrir totalmente la roca.
Sobre las aguas del mar aún flotan los títulos reales.
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CUENTO 6: EL SARGENTO
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