Nicaragua, con amor y humor - Alberto Vogl Baldizón


LOS PRESENTES RELATOS fueron escritos por Alberto Vogl Baldizón a lo largo de muchos años. Sus ratos de ocio, en una vida multifacética de trabajos diversos, fueron llenados por relatos de nuestra tierra, usos, costumbres, folklore; también por escritos sobre nuestra flora y nuestra fauna, y sus modificaciones por la acción del hombre; no se escapó de su observación la evolución de la sencilla vida de otras épocas, ni la marginación de nuestra casta indígena, con la cual convivió su niñez.

Hijo de inmigrantes alemanes, nació en Matagalpa el 12 de noviembre de 1899; su padre, Albert Vogl Schaedel­bauer, se casó con la nicaragüense Rosenda Baldizón, origi­nando una numerosa familia.

Papa Beto, nombre cariñoso que le fue puesto nadie sabe cuándo ni por quién, estudió en Alemania desde 1912 hasta 1921, después de pasar su infancia en la Comunidad Indígena de Yúcul, en Matagalpa, en las alturas del monte Coscuelo, en donde su padre se afincara sembrando café.

En Alemania le toca combatir en la Primera Guerra Mundial. Fue herido varias veces y recibió condecoraciones.

Al regresar a su patria ejerce los más variados trabajos en toda la geografía nicaragüense, lo cual le ha permitido recoger de todos los rincones de nuestro suelo patrio el material de sus relatos. Consiguió trabajo como inspector agrícola de la Compañía Mercantil de Ultramar y del Banco Nacional. Después trabajó tres años como administrador de las haciendas de Julio Balcke, hasta que en el año 1926 se estableció en Chinandega con una empresa industrial. Ahí se casó con Mariíta Montealegre. Después de la destrucción de Chinandega en la revolución de 1927, aceptó el puesto de administrador general de las haciendas y beneficios de la Casa Caley-Dagnall, quienes le ayudaron a adquirir la hermosa hacienda El Carmen, en Niquinohomo. En 1942 al entrar Nicaragua en la segunda guerra mundial, fue internado en un campo de concentración, como alemán; pero al ser depor­tados los prisioneros a los Estados Unidos, aquí no lo acepta­ron por ser legalmente ciudadano nicaragüense, y fue puesto en libertad. Tuvo que vender la finca El Carmen, endeudada por el mal manejo de los interventores puestos por el Go­bierno; y la Casa Caley-Dagnall le vendió el Beneficio La Veloz en Managua, con buenas facilidades. En Managua halló un vasto campo de actividades. Ayudó a fundar la Cooperati­va de Cafetaleros y la Cooperativa de Agricultores de Nicara­gua, a las que sirvió muchos años como director-tesorero; y representó a ambas entidades en conferencias internacionales. Const ruyó muchos beneficios de café en Nicaragua y Hondu­r;is, y figura entre los pioneros del cultivo y desmote delCon su esposa, María Montealegre Mayorga, chinandegana, procreó una numerosa familia, y en ella al mártir sandi­nista Jorge Vogl.

Al triunfo de la Revolución se pone a la disposición de la reconstrucción nacional. Por su extensa experiencia en el cultivo y beneficio del café es llamado por MIDAINRA. Un infortunado accidente automovilístico le deja prácticamente inválido el mismo día que se incorporara a sus tareas.


Alberto Vogl Baldizón
Nicaragua, con amor y humor

Dos alemanes de Kempten

Mis nietos, recordando el profundo conocimiento que tengo de la historia de las fincas cafetaleras fundadas a fines del siglo pasado en Matagalpa y Jinotega por los inmigrantes, entre los cuales se encuentran mis abuelos, me pidieron un relato sobre los sucesos de aquellos tiempos.
Mi padre, el contador mercantil Alberto Vogl trabajaba en el establecimiento de importaciones Low, en Hamburgo. Vivía en la misma pensión que el maestro carpintero y genio mecánico, Otto Kühl, quien había inventado como curiosidad, un bastón que se podía transformar en una mesita para jugar skat, el gran juego de naipes alemán. Se hicieron grandes amigos. En la casa Low conoció mi padre a Guillermo Jéricho, quien le habló de Nicaragua y de su finca La Rosa, en la comarca de Las Lajas, donde tenía una floreciente plantación de café. Esta finca se conoce aún como La Rosa de Jéricho.
Entusiasmado por los relatos de Jéricho, mi padre aceptó el ofrecimiento de Low, de venir a Managua a regentar su agencia, adonde llegó en el año 1888. Aquí en Nicaragua se dio cuenta de que el gobierno amplió en 1889 las condiciones del decreto para fomentar el cultivo del café, emitido en el año 1877, ofreciendo donar libres 500 manzanas de terreno al que sembrara más de 25 mil cafetos y los mantuviera hasta que cosecharan. Vinieron cientos de inmigrantes. En los Estados Unidos se formaron compañías, las que mandaron a uno o más representantes para cumplir las condiciones impuestas por el Gobierno.
Mi padre pertenecía a una vieja familia de Kempten, que disponía de bastantes bienes, y decidió entrar en la aventura cafetalera. Recibió una ayuda de su padre; se asoció con su hermano Carlos, quien vino sólo una vez, años después, a conocer Matagalpa. Llamó a sus condiscípulos Federico y Rodolfo Uebersezig, y a Alfredo Mayr. Escogieron un lugar entre Las Lajas y el dominante cerro Coscuelo. Para lograr más terreno, cada uno sembró una finca aparte. Mi padre llamó a su parte Bavaria. Federico Uebersezig escogió el nombre Coscuelo, su hermano Rodolfo le puso a la suya Suabia y Alfredo Mayr la nombró Algovia. Mayr era económicamente el más fuerte de los cuatro. Puso un administrador en la Algovia y abrió un establecimiento comercial en Matagalpa. Invitó a su amigo Juan Boesche a venir a Nicaragua y Boesche, viendo el sesgo favorable que adquiría la aventura cafetalera, se unió a Mayr en la casa comercial Mayr y Boesche; pero adquirió también en la falda del Arenal, además de las 500 manzanas ofrecidas, un vasto terreno para su finca que llamó Hamonia, el nombre latino de su pueblo Hamburgo. Tanto Mayr como Boesche conservaron cada cual personalmente su finca. Boesche puso como primer administrador a Francisco Brockmann, quien se dio cuenta de que estaba malgastando su talento comercial como simple administrador y se trasladó a Managua, donde en unión de Ulrico Eitzen erigió un imperio comercial, cafetalero, ganadero y casero. Boesche, después de algunos tanteos, consiguió a Hermann Bornemann, bajo cuya administración alcanzó la Hamonia su más alta producción. Cuando llegaban sus amigos, Bornemann los invitaba a bañarse en las heladas aguas de la gran represa, pero él no los acompañaba en la aventura, sino hasta después, cuando los bañistas llegaban tiritando de frío a la casa, los calentaba con un excelente whisky, del cual siempre estaba bien provisto.
El café sembrado pronto empezaría a frutar. Había que instalar las despulpadoras, las lavadoras y la manera de moverlas. Los improvisados finqueros habían talado los bosques, edificando sus casas, sembrando los cafetales en líneas perfectamente simétricas y ahora estaban en apuros con los beneficios. Entonces no habían motores.
Un día, en el año 1891, llegó a Matagalpa, montado en un macho, con unas enormes alforjas, un señor de largos bigotes, preguntando por mi padre. Cuál no sería su sorpresa y alegría al reconocer a su íntimo amigo Otto Kühl,quien había emprendido el viaje sin anunciarse. No traía consigo más que su tesoro de profundos conocimientos de artesanía y su gran genio mecánico. Exactamente lo que les faltaba a los improvisados cafetaleros.
Otto Kühl estudió el asunto, vio lo que se necesitaba y pronto halló la solución. Inventó ruedas hidráulicas, trazó represas de agua, conductos, todo de madera. Donde no había fuerza de agua para mover las despulpadoras, ideó una transmisión, con la cual, dos hombres podían manejar cómodamente, sin mayores esfuerzos, una despulpadora o una lavadora. En la hacienda Hamonia hizo un embalse, montó una rueda de agua y armó un beneficio, modelo para aquellos tiempos, cuando un pedido de Alemania dilataba medio año en llegar. A Kühl se lo disputaban todos; pero hasta que resolvió todos los problemas de sus íntimos de Kempten, aceptó armar y manejar el gran beneficio de la empresa cafetalera más grande que hubo en Nicaragua, la hacienda Jigüina, en Jinotega.
Se consiguió una pequeña finca de café con un poco de ganado, que llamó Alsacia, por el país donde nació, la que luego vendió, ya que por dedicarse a su trabajo de ingeniero constructor, lejos de su finquita, no la podía atender bien. Kühl era un caso raro de nacionalidad. Cuando nació, Alsacia era un, departamento francés, donde sólo se hablaba alemán, pues era una de las regiones alemanas de las que se había apoderado el rey de Francia Luis XIV. En 1871 la recuperó Alemania, Kühl vino a Nicaragua como ciudadano alemán, como de alemán fueron siempre sus sentimientos. Kühl se casó con una hermana de mi madre, lo que unió más a éstos dos amigos.
Rodolfo Uebersezig se aburrió de esperar cinco o seis años para cosechar café y vendió su finca antes del plazo, a Fley, un americano, quien le puso Milwaukee, y aquél se dedicó a buscar oro.
Federico Uebersezig trajo la primera secadora a su finca El Coscuelo. Dispuso armarla él mismo y no le dio buen resultado. Vino también su hermano, el famoso Capitán Uebersezig, quien fundó la escuela de cadetes de Zelaya y también su anciana mamá. Pero Fritz se había metido a muchas aventuras. Sembró hule blanco en las riberas del río Cuá; compró otra finca en el Arenal, se enredó económicamente y vendió la finca El Coscuelo a mi padre; perdió su finca en el Arenal y los hulares en el Cuá, que embargó Brockmann, quien dejó perder éstos últimos.
Cuando los comerciantes y finqueros de Matagalpa concibieron la idea del tren sin rieles entre León y Matagalpa, Mayr y Boesche fueron de los principales promotores. Mandaron a Otto Kühl a armar el armatoste a León y llevarlo en triunfo a Matagalpa. Papa Otto, como se le conoció cariñosamente en los últimos años, tuvo el honor de timonear el primer artefacto motorizado a Matagalpa. Eso hace un poquito más de setenta años, en 1907.
Cuando Juan Boesche se retiró a vivir a los Estados Unidos, vendió la finca a un señor Rivera y su viuda se la vendió al Ingeniero Eddy Kühl, nieto del inolvidable Papa Otto, quien hizo tanto por Nicaragua, sobre todo dejando una descendencia notabilísima. Y su esposa, la lindísima Anegret, o como la llaman cariñosamente, Mausi, es una bisnieta de Alberto Vogl y nieta de Carlos Hayn, cuya familia vive en la Selva Negra y que junto conmigo, con Fritz Morlock y Enrique Geyer, somos los últimos veteranos alemanes sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial. Se dice que la proliferación de las familias Kühl y Vogl se debe a dos guapísimas hermanas Baldizón que se casaron con estos dos alemanes. En su edad avanzada, Papa Otto se dedicó a hacer primores de joyeros, adornos, costureros de madera que son verdaderas maravillas; y mi padre a pintar cuadros al óleo, en cuyo arte sobresalió. Sus hijos y nietos guardan esas obras como reliquias. Mi padre era abstemio; sólo en solemnes ocasiones brindaba con una copita de vino. A mi tío Otto le gustaba el traguito. El era metódico en todo, hasta en tomar. Jamás lo vio alguien picado; él se tomaba 8 traguitos repartidos en todo el día. Los dos ancianos se amonestaban humorescamente (con humor). “Otto, le decía mi padre, deja de tomar, te va a dar cirrosis, se te va a ablandar el cerebro”. Le ripostaba tío Otto: “Tomate tus traguitos, el alcohol anima, da hambre, purifica el estómago”. Ambos murieron en el mismo año, con dos semanas de diferencia, a los 94 años de edad.
Los nietos de mis padres, Marlene Hayn y Julio Cisne, conservan la vieja casa solariega de la Bavaria y sus alrededores como memorial de aquel feliz matrimonio Vogl-Baldizón; y la hacienda Hamonia será un monumento al recuerdo de aquel otro matrimonio Kühl-Baldizón.

Los inmigrantes alemanes

La dominación española impidió que miembros de las demás naciones europeas se establecieran en las colonias de la Corona de España. Había que mantener alejada a la herejía con sus nefastas ideas que podían socavar el poder de la Inquisición y también había que evitar el peligro de que el comercio se desviara de los caminos trazados únicamente en provecho de España. Sin embargo, la semilla de la rebelión fue introducida, creció, maduró y germinó en la liberación de la América Latina. El Norte ya había sacudido el yugo opresor del vasallaje y con las puertas abiertas invitaba a todos los destituidos, perseguidos y aventureros del Viejo Mundo a tantear fortuna en la nueva tierra. Fue la gente más osada, la más emprendedora la que dio el brinco a través del mar y que hizo de Estados Unidos el legendario país de las mil maravillas, el país de las infinitas posibilidades. La América Latina se desconocía; apenas las islas del Caribe gozaban de una extraña fama por fieras luchas de piratas y de románticas aventuras de amor, propagadas por la literatura francesa.
Nicaragua fue la primera de las antiguas colonias españolas que se dio a conocer, y únicamente por la razón de que había que pasar a través de su territorio para llegar al otro lado del vasto y áspero territorio yanqui. Un enorme flujo de viajantes corría por el río San Juan y por el lago de Nicaragua. Muchos se desperdigaron en el trayecto. Los ricos terrenos, los pintorescos paisajes y las bellas mujeres cautivaron a estos inmigrantes, muchos de ellos recién llegados de Europa que no habían adquirido aún el sello distintivo norteamericano, sino que conservaban el carácter de su país nativo. Gran parte de estos rezagos fueron alemanés. Fue entonces que llegaron los fundadores de las familias Schick, Halftermeyer, Rothschuh, Elster, Elmers, Everts, Kruger, Jakobi, Holmann, Schneegans, Kattengell, Suhr, Grimm, Zeiss; y Enrique Gottel, fundador de unos de los primeros periódicos de Nicaragua, El Porvenir, y que operó la primera línea de diligencias y dejó su nombre en el Valle Gottel. Pero no permitieron que fuera enterrado en el cementerio católico.
Quizás la familia más conocida y pintoresca fue la fundada o, digamos mejor, acogida por el primer Julio Bahlcke. Tenía su sede en Chinandega, manejaba un gran negocio, sus barcos trabajaban al margen de las grandes compañías navieras de Louisiana; y además del ventajoso transporte de pasajeros no desperdiciaban ninguna oportunidad para algún jugoso contrabando. Tocaban todos los puertos desde Costa Rica hasta California y los turbulentos tiempos con sus múltiples cambios de gobierno eran propicios para excelentes transacciones. Cuando los ferrocarriles transcontinentales unieron las dos costas de los Estados Unidos, murió el tráfico a través de Nicaragua. Julio Bahlcke ya era millonario, tenía sagaces empleados asociados, los hermanos Pablo y Mauricio Eisenstueck, Emil Floerke, Alberto Peter. Fueron los primeros en sembrar café. Fundaron la hacienda Alemania, después Santa Julia; hicieron las grandes haciendas de ganado Chale Costa y El Guayabal, donde pastaban miles de reses y centenares de caballos. Don Julio era viudo y tenía un hijo. Un día llegó buscando amparo donde el paisano la viuda de un legionario de Walker, doña Ida viuda de Hedemann, con sus dos preciosas hijitas. Don Julio se enamoró de la linda viudita y se casó con ella. Al fallecer don Julio, doña Ida se casó por tercera vez, ahora con don Pablo Eisenstueck. Una de sus hijitas fue la famosa doña Panchita, la protagonista de un suceso que por muchos años enturbió las relaciones entre Nicaragua y Alemania. El tiempo hace palidecer los colores; y el relato de los acontecimientos que en aquella época fueron cruciales, nos suena ahora como un sainete cómico.
Doña Panchita se había casado con don Francisco Leal. Ella era una muchacha fogosa, educada en el ambiente alemán de igualdad y de respeto entre los dos bandos de la humanidad y convencida de su importancia personal. El era un caballero latino de su época, que juzgaba que el hombre debe gozar de todas las libertades y esperar de su esposa sumisión absoluta y tolerancia a sus desmanes. Un día, después de una reyerta conyugal, doña Panchita, en un ataque emocional huyó de su marido y se refugió en la casa de su padrastro, quien era a la sazón Cónsul de Alemania en León. Don Francisco, envalentonado seguramente por muchas libaciones, persiguió a la fugitiva, se trabó en lucha con su suegro, disparándole varios tiros, sin tocarlo, y don Pablo se defendió, según cuenta la fama, con un paraguas. Don Francisco requirió la ayuda de su amigo, el comandante de armas de León, quien le dio varios alguaciles, y con ese refuerzo atacó a la familia Eisenstueck cuando se dirigían a una reunión amistosa. Hirieron a don Pablo y golpearon a los demás, apoderándose de doña Panchita.
La pareja siguió en sus alternativas de miel y hiel, pero la afrenta al Cónsul de Alemania quedaba en pie. Sus quejas y reclamaciones ante las autoridades y ante el propio gobierno de Nicaragua sólo hallaron oídos sordos. Los telégrafos y correos se movían despacio en aquellos tiempos. Cuando todo parecía olvidado, surgió en el puerto de Corinto una escuadra alemana, enviada por el Canciller del Imperio, Bismarck, a exigir satisfacción por el ultraje cometido por fuerzas armadas de Nicaragua en la persona del Cónsul Alemán, satisfacción que había sido negada por el Ministro de Nicaragua, don Anselmo Rivas. Una palabra de disculpa hubiera bastado para olvidar el asunto. Ante la concreta intimación, el Gobierno de Nicaragua se avino a pagar los gastos de la expedición, que fueron tasados en treinta mil marcos, y a saludar la bandera alemana izada en la playa de Corinto, con veintiún cañonazos. Para este fin fue transportado a Corinto un mortero; y dicen las malas lenguas, que al famoso cañoncito se le atoraba la tronera a cada rato y que tardaron una larga hora en el cometido, mientras los marinos alemanes en pie firme presentaban armas y al capitán se le entumecía la mano colocada en saludo militar en la visera de su gorra, bordada con el oro de su rango.
El relato nos causa ahora una sonrisa medio apenada, medio burlona, indulgente, pero entonces la reacción fue de furia comprimida y de impotente resignación. El pueblo alemán ni se dio cuenta; pero los alemanes en Nicaragua han sentido en muchas ocasiones el escarnio causado por el penoso episodio. Doña Panchita tuvo numerosa descendencia. Vivió muchísimos años, alcanzó a bailar el charlestón y aún ancianita reunía siempre un grupo de amigos que gozaban de su carácter alegre y de su charla chispeante.
Ella vivía últimamente con doña María Uebersezig, a quien me había acostumbrado desde niño a llamar Tante (tía) Mary, nombre que se generalizó. Doña Panchita me acogió, como joven veterano de la guerra, entre sus íntimos; y muchas veces me refirió con todo su buen humor, detalles de la controversia entre su padrastro don Pablo y el ministro Anselmo Rivas, a quien condenaba duramente.
Los grandes acontecimientos mundiales son las jugarretas de las que se vale el destino para complicar la vida de unos e izar a otros a las alturas. Al nieto de Julio Bahlcke, al hombre más rico de Nicaragua, le fue arrebatado su patrimonio por el somocismo y se fue a luchar modestamente por la vida en Costa Rica. Y el palacio de la familia Bahlcke en Alemania yace bajo los escombros del barrio fantasma de Dresden.
El floreciente comercio de Nicaragua, basado en las crecientes cosechas de café, que vino a reponer al añil que había sido desbancado por la anilina Bayer; en las maderas preciosas como el ñámbar, el cocobolo, el granadillo y el insustituible guayacán; en las pieles, el bálsamo, el hule, la raicilla y aún el oro indujeron a las grandes casas comerciales de las ciudades hanséaticas Hamburgo y Bremen a establecer agencias o representaciones en la nueva y pujante capital, Managua. De la casa Bahlcke-Eisentueck surgieron los grandes almacenes de Alberto Peter, después Muenkel-Miller, que más tarde se dividieron en Pablo Moeller, Guillermo Gosebruch, Mayr y Boesche; el establecimiento de Lempke, después Francisco Brockmann, la casa Juan Haettasch, de la que salió la zapatería y ferretería Lang; la casa Jacobi, después Téfel y Sálomon; la casa Low; la ferretería de los hermanos Penzke, que progresó bajo el signo del serrucho, y que dio vida a la ferretería Bunge, y de ahí a la ferretería El Clavo, de Richardson; y los almacenes Sengelmann y Automotriz, de los yernos de don Francisco Bunge.
De aquellos viejos alemanes nos queda el recuerdo a través de la leyenda. Eran tipos sagaces, dignos representantes de la Alemania que surgió de la guerra Franco-Prusiana y escalaba a pasos gigantescos el más alto peldaño en el comercio mundial. El marco alemán era la moneda estable, a la par de la libra esterlina, y a la cual se arrimaba el dólar. En aquellos tiempos no había bancos en Nicaragua. Las casas comerciales eran las habilitadoras, las compradoras y exportadoras al mismo tiempo. Hombres de amplia vista, sabían que a la vaca hay que alimentarla bien para que dé bastante leche y nunca negaban ayuda a los finqueros, más bien los impulsaban a aumentar sus siembras, porque el hacendado próspero era el mejor cliente. Confiaban más en la palabra dada que en documentos escritos. Ninguno se metía en política, respetaban las leyes y eran amigos del Gobierno. Que este fuera rojo o verde les daba lo mismo.
El nombre de Nicaragua sonaba prometedor en Alemania. Muchos buenos hombres llegaron en busca de mejores horizontes. Germán Giebler, el primer farmacéutico llegado a Nicaragua abre la famosa Farmacia Alemana. Carlos Heuberger pone una modernísima imprenta. Adolfo Haendler funda una célebre panadería; aunque para todos sus amigos era un enigma cómo su familia entendía su español, su corazón generoso hablaba un lenguaje muy claro. Vinieron notables médicos: el Dr. Emilio Stadthagen, el Dr. Adolfo Josephson, el Dr. Guillermo Nordalm. Cuando el Gobierno de Nicaragua lanzó al mundo su invitación de venir a sembrar café y de dar terreno gratuito a todo aquel que mantuviera hasta la primera cosecha con fondos propios veinticinco mil cafetos, más de cien familias de todas partes del mundo se aprovecharon de la ocasión. Fue un grupo de prestigio, que no vino con las manos vacías. Los más vinieron de los Estados Unidos, seguidos en número por los de Alemania. Pero muchos de los yanques eran originalmente alemanes, y una vez aquí, se sintieron unidos a sus viejos compatriotas. Los numerosos descendientes de estos colonos llevan con orgullo los apellidos alemanes: los Travers, los Kuehl, los Vogl, los Kiene, los Kraudi, los Elster, los Wagner, los Haar, los Frenzel, los Puschendorff, los Bauz, los Mierisch, los Stelzner, los Egger, los Bornemann, los Adams, los Guehlke, los Seidel, los Ruhl.
La mina El Jabalí fue la empresa minera de mayor envergadura que hubo en Nicaragua, de tal manera que la Casa Pellas, dueña entonces, resolvió, para poder explotar hasta el máximo las ricas vetas, contratar de una vez toda la promoción de ingenieros salidos en un año de la Universidad de Goslar, que gozaba de la más alta reputación en el campo minero. Más de cuarenta jóvenes graduados llegaron a aquel rincón remoto de Chontales. La mayor parte regresó a Alemania una vez concluidos sus contratos; pero muchos se rindieron a los encantos de nuestras lindas muchachas, que siempre, tanto en aquel tiempo como ahora, sobresalen en gracia, belleza y virtud. Y así tenemos ahora otras tantas familias que honran a Nicaragua: los hijos de los hermanos Sanders, de Beelanger, de Hoffmann, Kaufmann, Kuehn, Haffner, Delagneau, Geyer.
Llamados por las casas ya establecidas o por impulso propio, siguió creciendo el contingente de inmigrantes alemanes. Sobresalen los ingenieros Federico Morris y Julio Wiest, que construyeron el ramal del Ferrocarril desde Momotombo hasta Managua, primero; y hasta Granada, después. Luego presentaron dos proyectos para el ramal a Diriamba. Uno de mayor precio, pero más corto, que bordeaba la laguna de Apoyo y brindaba en el trayecto unas vistas preciosas sobre los lagos, los volcanes, la laguna, la planicie de Granada y además tenía el atractivo de un túnel. El otro no tocaba puntos notables por su belleza natural y aunque más largo, costaba menos. El Gobierno se decidió por este último; pero los dos ingenieros, más soñadores que prácticos, resolvieron regalar a Nicaragua la atracción de un ferrocarril que ostentara vistas que compitieran con los paisajes más bellos de su vieja patria y construyeron el ferrocarril por Apoyo por el precio más bajo, dejando de ganar una buena punta de pesos. Don Federico Monis fundó después la hacienda Las Lajas y como buen previsor sembró unos plantíos de cedros allá en las faldas del Ventarrón. Cuál no sería su susto y disgusto cuando un día se percató de que unos vecinos habían botado parte del cedral para sembrar una milpa. Don Julio Wiest trató de introducir en Nicaragua la industria de la seda. Sembró los primeros plantíos de mora en los terrenos suyos, donde está ahora el barrio de Sajonia y trajo los cocones desde Francia, de los cuales salieron las mariposas que pusieron los huevos para producir los gusanos de seda. Pero los voraces gusanos medidores se le adelantaron, los arbustos de mora fueron pasto de la langosta y los gusanitos de seda se murieron de hambre.
Vinieron dos de los hombres más cabales y rectos que prestigiaron la colonia alemana. Otto Arnold y Ulrico Eitzen. Los mayores recordamos la gallarda y simpatiquísima figura de don Ulrico, con su barba blanca bien cuidada y su exquisita caballerosidad. Vinieron Juan Raven; Carlos Hayn, Hermann Egner, Guillermo Huepper, Ernesto Kiesler, Juan Langschwager, Guillermo Schoenecke, Hermann Beeger, Luis Pirkmann, Carlos Vogel, Guillermo Vogts, Ernesto Goller, Heinz Lemm, Carlos Renner, Luis Boedecker, Enrique Dorn, Wettstein, Ahlers, Dreher, Fiedler, Tünnermann, Schiebel, todos hombres valiosos, cuyos hijos ocupan importantes posiciones y enriquecen la valía del pueblo nicaragüense.
No podemos pasar por alto la extraordinaria actuación del capitán Uebersezig, quien fue encomendado por el Presidente Zelaya de formar y dirigir la primera escuela de cadetes y fue secundado por Alfredo Pertz. El mérito del ingeniero Geyer, quien formó la famosa Escuela de Artes, como se llamó al Taller del Ferrocarril y de donde salieron tantos magníficos mecánicos; y al ingeniero Carlos Rivnac, fundador del taller Sajonia.
Los alemanes en Matagalpa y Jinotega fundaron, casi desde su llegada, un Club, donde podían reunirse y celebrar sus fiestas, ya que en esos pueblitos no había más que cantinas o a lo sumo locales llamados billares. El club de Jinotega, más lujoso que el de Matagalpa, puso hasta un juego de boliche reglamentario; se disolvió al estallar la primera guerra mundial. Pero el Club de Matagalpa siguió viviendo y hasta aguantó la segunda guerra de 1942, sostenido por las esposas de los alemanes expatriados, porque ellas querían que sus esposos encontraran todo como era antes, cuando volvieran del destierro.
Managua no tuvo Club alemán. Aquí reinaba una buena amistad entre todos los alemanes, que se reunían para las celebraciones de sus fiestas en casa de un compatriota, como donde Julio Bahlcke, doña María Uebersezig, llamada cariñosamente Tante Mari, o donde don Germán Giebler, o donde Francisco Bunge. No fue sino en el año 1930 que fundaron el Club Alemán en una casa donada por don Luis Birkmann, contigua a la planta eléctrica. Ahí mismo se organizó en 1934 la primer escuela alemana en Nicaragua, sostenida por la colonia alemana; y después el gobierno alemán mandó un director, en la persona de don Juan Kuntze. El Club Alemán gozó desde el principio la más alta popularidad, y muchas entidades gubernamentales y diplomáticas solicitaron sus salones para celebrar actos festivos. El baile a la luz de la luna del Club Alemán fue siempre la fiesta más sonada de Managua.
La primera guerra mundial trazó una gruesa raya a través de las actividades de las casas comerciales alemanas, que perdieron sus contactos con sus corresponsales en Alemania. Todos los viejos alemanes guardan agradecimiento al entonces Presidente Emiliano Chamorro, porque su Gobierno no consintió ningún vejamen contra la colonia alemana, porque sabía lo que ésta había contribuido al desarrollo de Nicaragua. Si no pudo evitar los efectos de la lista negra implantada por los Aliados, no fue por falta de voluntad, sino por quedar ello fuera de su jurisdicción.
Los hijos de los alemanes nacidos aquí en Nicaragua tenemos una rara cualidad: tenemos dos patrias. Alemania nunca renegó de nosotros al presentarnos allá y Nicaragua nos garantiza en su Constitución la ciudadanía nicaragüense. La lengua alemana se expresa mejor; ella dice: “Vaterland”, la patria; y “Mutterland”, país de la madre o del nacimiento. Para casi todo el mundo, ambas definiciones son idénticas; pero para nosotros son distintas. Este privilegio lo pagamos en una ocasión, más tarde, muy caro o injustamente. Durante las dos guerras mundiales, todos los hijos de alemanes que estábamos estudiando en Alemania nos presentamos para servir a nuestra patria, pero ésta nos aseguró que nunca nos enfrentaría a tropa nicaragüense.
Después de la primera guerra, Nicaragua se vio invadida por muchos jóvenes que se alistaban en los barcos para tener oportunidad de buscar ambiente en otros países. Cada barco que tocaba Corinto dejaba a más de un muchacho, que se venía a pie, brincando sobre los durmientes del Ferrocarril a León o Managua. Jóvenes que desesperados por la miseria en la República Alemana, desorientados por el caos, venían a buscar trabajo, cualquiera que fuera. Se conformaba con trabajar de mozos en las fincas de café, de ayudantes en los talleres mecánicos, en las fábricas de jabón, en las curtiembres. Había tan pocas oportunidades entonces. Pero pronto subieron; fueron capataces, mandadores, administradores, tuvieron negocios propios. Entre ellos estaban Enrique Zons, Arturo Moehrke, Rodolfo Haase, Franz Riedal, Hans Kettelhoehn...Otros vinieron contratados por míseros salarios que en Alemania sonaban a millones. Así llegaron Fritz Morlock, Hans Stein, Ernesto Hammer, Hugo Dankers, lmmo Boehmer, Carlos Roessler...Con trabajo honrado, empeño y buen tino lograron una posición firme y holgada en su nueva patria. Poco a poco se repusieron los alemanes de los efectos de la guerra del catorce y aún cuando nunca volvieron a ocupar la preponderancia en la vida económica de Nicaragua, formaban un contingente muy importante. Se formó la Compañía cervecera y llegaron varios técnicos alemanes, algunos de los cuales fueron capturados por lindas nicas, como Frederico Lietsch y Theodor Freddersdorff.
Uno de los proyectos más curiosos y arriesgados fue el concebido por los ingenieros alemanes Dr. Wilhelm Scharfenberg y Dr. Weiss Schoenberg. El volcán Santiago había despertado de uno de sus periódicos letargos y vomitaba enormes columnas de humo, gases y arena finísima. Después su actividad quedó reducida a un escape más o menos constante de gases sulfurosos que salían de un hoyo en el cráter, el pie del farallón, los que el viento arrojaba contra un sector de las Sierras de Managua, donde, por tal causa, perecieron varios millones de cafetos, se carcomían las tejas de zinc y el alambre de púas en los cercos. Los ingenieros idearon un atrevido plan de encauzar los gases por grandes tubos a una planta donde se pudieran neutralizar y con los compuestos sulfurosos resultantes esperaban amortizar los gastos. El Gobierno acogió el plan. Se formó una junta con notables elementos cafetaleros, comerciantes y banqueros y se creó un impuesto sobre cada saco de café exportado para financiar el proyecto. Los ingenieros trabajaban con inusitado fervor y dedicación. Una larga escalera de cuerdas fue bajada hasta el fondo del cráter. Se devanaban los sesos buscando material para los tubos que resistiera al ácido destructor. Las únicas materias resistentes resultaron ser el oro, la plata y algunas porcelanas y vidrios, todo muy caro o muy frágil. Decidieron cavar un pozo para llegar a los gases. Pero como tantas veces sucede, el hombre propone y Dios dispone. Un temblorcito causó el derrumbe del farallón encima del hoyo por donde salían los gases y lo tapó. Inmediatamente se aprovechó toda la dinamita que se había alistado para cavar el pozo en provocar más derrumbes. Unas fuertes lluvias de temporal ayudaron a apelmazar el relleno. Veintiún años duró la tregua, en 1945 estalló, esta vez en el mero centro del cráter, un enorme agujero, por donde se precipitaron los gases incandescentes que iluminaron el cielo. Después volvió el escape a su estado de solfatara, y aunque las fuerzas aéreas estadounidenses estacionadas entonces en la base aérea de Las Mercedes arrojaron las más grandes bombas dentro del cráter, no hubo manera de obturarlo. Quince años después, por sí sola, se apagó la solfatara casi por completo. Cuando sucedió el primer derrumbe, se dijo que el volcán Santiago había hechizado al Dr. Weiss Schoenberg, porque éste anduvo errante, como desorientado, por algún tiempo, hasta que desapareció. Años después se encontraron sus restos en una grieta del volcán, identificados por su revólver.
La entrada de Nicaragua a la segunda guerra mundial, tuvo desastrosos efectos para los alemanes. Fueron perseguidos con saña, sin compasión por el gobierno existente y enchiquerados en la cárcel de El Hormiguero, tan apretados que no se podían acostar todos a la vez; y más de trescientos prisioneros no disponían más que de un solo inodoro. Nadie se preocupó de cómo alimentarlos, sus bienes fueron usurpados y las esposas pasaban angustias indecibles, tratando de salvar algo de la rapiña para dar de comer a sus esposos, ya que ninguna pensó más que en ellos y sus hijos. Venerables ancianos, don Francisco Brockmann, don Ulrico Eitzen, don Otto Kuehl, don Gustavo Stelznee, don Luis Frenzel, don Eugenio Lang, mi propio padre, fueron empujados al hacinamiento sin consideración alguna. Todos ellos tenían más de cincuenta años de residir en Nicaragua. Gracias a Monseñor González, que empeñó todo el poder de su fuerza moral, los ancianos fueron dejados con “la casa por cárcel” con sus hijas casadas con nicaragüenses. Los hijos de los alemanes, nacidos aquí, que somos ciudadanos nicaragüenses, corrimos igual suerte. Nuestros bienes fueron administrados por empleados empíricos del Banco Nacional, y yo tuve en mi finca de café a un interventor que no conocía un árbol de café. Un nieto de alemán, que fue traído de más allá de río Upah, preguntó extrañado: por qué estamos aquí, por liberales o por conservadores. Doña María Uebersezig, la viuda del que fue jefe de la Escuela de Cadetes, murió casi de hambre al cerrársele su famoso restaurante “Tante Mari”. El Club Alemán fue saqueado y destruido. La casa decomisada. La mayor parte de los alemanes fueron deportados a los Estados Unidos; y los que no fuimos admitidos por los norteamericanos por ser legalmente nicaragüenses, después de pasar meses en las penitenciarías en vez del campo de concentración, fuimos puestos en libertad y se nos devolvieron nuestros bienes mermados por la desastrosa administración de los interventores improvisados, cuyas liquidaciones tuvimos que aceptar.
Años más tarde volvieron los viejos alemanes, cansados, gastados, a recoger los restos de sus fortunas, pero sobre todo para abrazar a sus esposas, a sus hijos, a sus nietos, porque todos ellos tenían sus hogares en Nicaragua, que era su patria; pues la otra, la lejana Alemania, no era ya más que un recuerdo, muy querido sí, pero intangible como el recuerdo de la madre fallecida.
“Das Deutche Wunder”, el milagro alemán, la fantástica recuperación de la Alemania desolada, se refleja en todas partes del mundo; y vemos aquí en Nicaragua a una nueva y pujante colonia alemana que reemplaza vigorosamente a los pocos viejos que quedamos y que bendecimos a la vieja patria; y nos sentimos felices de saber que vamos a dormir para siempre en nuestra querida tierra nicaragüense.
Yo me siento como el único eslabón que queda de la cadena que une las tres etapas de la vida de los alemanes en Nicaragua. Como niño, conocí a los viejos pioneros que figuraron en primera línea en la economía de Nicaragua. Como joven viví el penoso y lento levantamiento de los alemanes entre las dos guerras y en mi edad madura y vieja, pude colaborar en el asombroso despertar cultural, social y económico de la nueva Alemania, hasta forjar con el Centro Cultural Alemán Nicaragüense la renombrada y floreciente Escuela Alemana Nicaragüense.
Gloria a mis patrias: Alemania y Nicaragua.

El primer casamiento mixto en Nicaragua

Allá por los años 1890 y tantos, Matagalpa se vio sumida en una insólita y extraña situación. Empezaba la pujante metamorfosis que hacía del somnoliento pueblito enclaustrado entre los espesos bosques del Arenal, del Apante, del Coscuelo y los llanos de Yaule, Chagüitillo y Sébaco, una ciudad efervescente de actividad. La causa del inusitado movimiento fue el arribo de los inmigrantes extranjeros que, acogidos a una promesa del Gobierno, se afincaron en las montañas y empezaron a sembrar café. Por disposición del municipio de Matagalpa, cada finquero debía erigir también una casa en la ciudad. Si bien en sus casas en las fincas instalaron todas las comodidades que se conocían entonces, en Matagalpa no hicieron más que una bodega a la cual agregaron algún cuartito donde pudieran hospedarse cuando bajaran al “pueblo”. Vinieron muchas familias americanas, algunas inglesas y alemanas, pero sobre todo muchos jóvenes solteros, entre los cuales descollaban los alemanes. Todos los “gringos” eran gentes que traían algún capital para poder cumplir la exigencia del Gobierno, de sembrar por lo menos 25 mil cafetos y mantenerlos hasta la primera cosecha, para recibir el título de propiedad sobre 500manzanas de terreno.
Los gringos desde el principio se relacionaron amistosamente con los matagalpinos. Solamente un grupo de familias hidalgas no miraba bien a los “herejes” porque no iban a misa a la iglesia, porque en vez de adorar al Niño Dios en un Nacimiento, cantaban alrededor de un pinito adornado con candelas; y porque miraban con divertido respeto la celebración de la Purísima. Los jóvenes extranjeros pronto se dieron cuenta de que no podían casarse con las lindas matagalpinas si no renegaban de su religión protestante, bautista, católicavieja. Preferían quedarse solteros o buscar muchachas humildes que no pedían matrimonio para convivir con ellos. Para casarse entre sí, los gringos acudían al consulado de su país en Managua. Esto no lo podían impedir los curas, pero estigmatizaban a estas parejas como sacrílegas.
La constitución del 93 fue acogida con júbilo porque prometía allanar el camino para que los jóvenes extranjeros pudieran colmar sus aspiraciones románticas. Pero tuvieron que esperar todavía algún tiempo hasta que la ley del casamiento civil fuera reglamentada. En este lapso, la iglesia hizo todo lo posible para retener el derecho exclusivo al casamiento eclesiástico como único legal, y poder rechazar a los herejes.
En este afán hallaron una víctima propicia. Don Federico Uebersezig era un gallardo joven, descendiente de una ilustre familia alemana y pertenecía, como todo el grupo de jóvenes alemanes venidos de Kempten, a la iglesia católica vieja, considerada entonces por Roma como la mayor herejía. Don Federico se había enamorado profundamente de la lindísima Joaquina, hija del prócer ultraconservador don Luis Sierra. Don Luis, aconsejado por el curato, impuso a don Federico las condiciones para consentir en su unión matrimonial con su hija, condiciones que el enamorado mancebo se comprometió a cumplir fielmente para lograr su ilusión.
El día señalado para el casamiento, la iglesia estaba profusamente iluminada y engalanada con flores y cortinas. Vinieron prelados desde León. La novia, en níveo traje, se trasladó con todo su séquito a la iglesia; y después don Federico fue llevado a la puerta del templo embutido en un saco de bramante, al cual se le había hecho un hoyo para que sacara la cabeza. En las gradas de la iglesia se retractó públicamente de su herejía, y ahí mismo fue bautizado solemnemente. Entonces le quitaron el bramante, que dejó descubierto su elegante frac; pudo entrar corno recién nacido a la iglesia y dirigirse al altar, donde se celebró con todo boato la ceremonia matrimonial. A los amigos alemanes no les fue permitida la entrada, ni la intentaron. Vieron de largo, estupefactos, el degradante espectáculo, y juraron que ni por la más bella de las niñas bien se someterían a semejante payasada.
Sin embargo, el hombre propone y Dios dispone, a veces aun contra los que se dicen sus representantes en la tierra. Se estableció el casamiento civil. Creo que el primer casamiento solamente civil en Matagalpa fue el celebrado entre el caballero norteamericano don Gus Frauenberger y doña Anita Zeiss, hija del alemán don Otto Zeiss.
Mi padre, don Alberto Vogl, cuyo árbol genealógico se remonta a siete siglos, se había enamorado de Rosenda, una de las tres lindas hijas de la distinguida matrona doña Demetria Molina viuda de Baldizón, a quien el curato de Matagalpa consideraba como a una de sus más sólidas columnas. Su hijo, don Narciso era un muchacho de amplio criterio y se había hecho amigo íntimo de mi padre. Entre los tres idearon una cábala para lograr dignamente las aspiraciones de los enamorados y dar a la vez un chasco a los curas. Mi mamá había alcanzado su mayoría de edad. Cuando vino el hermano de mi padre, el ingeniero Carlos Vogl, a conocer la aventura cafetalera, en la cual él tenía parte, se dijo que fue enviado por mi abuelo a conocer a la pretendida por el hijo mayor. Mi tío Carlos impresionó gratamente a doña Demetria y él también confesó que muy fácilmente se hubiera prendado también de la bella Rosenda.
Doña Demetria recibió una carta desde Alemania, escrita por el ingeniero y capitán Alberto Vogl Bilgeri, en un papel que ostentaba los emblemas de la familia Vogl, pidiendo para su hijo, el contador mercantil y teniente de la reserva, Alberto Vogl Schaedelbauer, la mano de la muy distinguida señorita Rosenda. Mi abuela, favorablemente impresionada por los blasones, accedió, más que mi padre ofreció a doña Demetria que, después del casamiento civil obligatorio, se casaría también por la Iglesia, siguiendo el rito establecido en Alemania para estos casos.
Se celebró el casamiento civil de mis padres, rodeados de sus amigos nicaragüenses y extranjeros. Los curas y sus acólitos ya planeaban regocijados la repetición del proceso empleado con don Federico Uebersezig; pero mi padre alegó que él se había comprometido a celebrar un casamiento mixto, como se usaba en el resto del mundo civilizado entre dos cristianos de diferentes ideologías. Doña Demetria, consternada, obligó a mi mamá a retirarse al aposento y llamó al tata cura. Mi padre, en cambio, siguiendo el plan de la conspiración, fue a traer al Comandante de Armas, quien llegó acompañado de un alguacil. —Doña Demetria — amonestó el Comandante— don Alberto Vogl, aquí presente, se queja de que usted ha secuestrado a su esposa. — ¡Si no están casados todavía!— se defendió mi abuela. El comandante esgrimió un papel: —Señora, tengo en mis manos el acta del matrimonio de don Alberto Vogl y de doña Rosenda; por favor, llame a doña Rosenda. Cuando compareció mi mamá, el Comandante le preguntó: —Señora, ¿quiere irse con su esposo? Es Ud. libre para hacerlo. Entonces intervino mi tío Narciso; dirigiéndose a los curas: —Si ustedes quieren impedir que mi hermana se vaya sin la bendición de la iglesia, celebren un casamiento mixto, como lo hacen en todas partes, donde no existe el fanatismo. Los curas pidieron tregua para consultar por telégrafo con el obispo en León; y considerando que esta solución era el mal menor, se convino en celebrar un casamiento mixto, ante el hermosísimo altar en casa de doña Demetria, acontecimiento que llenó de optimismo y esperanza a la juventud de Matagalpa.
Poco tiempo después, mi padre pedía a doña Demetria la mano de su hija Demetria Felisa para su amigo, el caballero alemán, don Otto Kühl. Don Otto se había hecho sigilosamente católico y creo que para su casamiento fue la segunda y para el casamiento de sus hijos las últimas veces que fue a la Iglesia. Sin embargo, él fue quien instaló el reloj en la torre de la Catedral, sin cobrar. El altar de doña Demetria adorna ahora una de las capillas de la Catedral de Matagalpa.
Ambos matrimonios fueron inmensamente felices, llegaron a celebrar las bodas de oro y originaron dos honorables familias en Nicaragua. Mi abuela, doña Demetria, pronto perdonó a mi padre la fechoría, como la llamaba ella, y ambos llegaron a profesarse un profundo afecto. La única diferencia que tuvo doña Demetria con sus yernos alemanes, aunque muy pasajera, fue causada por el cometa Haley, en 1910. Se decía que el cometa iba a chocar con la tierra, lo que significaría el fin del mundo. El cometa se veía cada día más amenazador en el cielo, llegando a cubrir todo el firmamento. La gente rezaba y hacía promesas, los curas admonizaban a los fieles a hacer penitencia y a donar a la iglesia. Llegó la hora fatal, que se decía iba a ocurrir temprano en la noche. Mi abuela pidió a sus hijas que se reunieran con ella esa última noche y así, si les tocaba morir, morirían todos juntos. Mi papá y mi tío trataron de convencer a doña Demetria de que no existía peligro alguno y que ese fenómeno era una experiencia inolvidable, que querían contemplar con sus hijos. Mi abuela se dispuso a pasar la noche arrodillada ante su altar, acompañada por sus hermanas y sobrinas. La gente se arremolinaba en la iglesia, las campanas tocaban a muerto, los padres no se daban abasto confesando y repartiendo la comunión. Mis padres se instalaron en cómodas perezosas en el patio de nuestra casa, y nosotros muchachos nos tendimos en el suelo a esperar la puesta del sol. Vino la noche; en todas partes se oían los rezos y las letanías de la gente, aterrorizada por los curas. El cielo parecía sumido en una tenue luz plateada, a través de la cual brillaban las grandes estrellas. Un viento apacible mecía de vez en cuando las hojas de los árboles, alguna exhalación surcaba a veces el cielo. Santa paz y tranquilidad reinaba en la naturaleza. Yo me dormí y no supe cuándo mi papá me llevó a la cama. Mis padres fueron más tarde a tranquilizar a mi abuelita, quien desde entonces confió ciegamente en mi padre. No puede faltar la nota cómica. Corrió la bola de que los gases del cometa descenderían sobre la tierra y envenenarían las aguas. Todo el mundo se precipitó a llenar trastos de metal con agua y a meterlos debajo de las camas. Hasta las bacinicas se llenaron de agua, porque se decía que el barro no detendría al veneno.
En la noche siguiente lo sensacional fue que el cometa ya no se inclinaba hacia el Oeste, sino que estaba volteado hacia el Este y día a día fue disminuyendo de tamaño, hasta que desapareció.
Mi padre era un hombre profundamente religioso. Enseñó a sus hijos que la religión no debe ser fanatismo, sino que debe existir una respetuosa tolerancia para el credo de cualquier hombre de bien. Mi madre era una católica piadosa e inculcó su devoción a sus hijas. Los obispos de Matagalpa, Monseñor Carrillo y Salazar y Monseñor González y Robleto honraron a mi padre con una amistad cariñosa y sincera; y mi padre, que era también un exquisito pintor, regaló a sus preclaros amigos con preciosas imágenes de la Virgen, que él pintó para ellos con todo primor.
Así la fechoría de mis padres trajo paz y amistad a Matagalpa.

Desarrollando este país

Cada pueblo se ve obligado a laborar la tierra según las condiciones del suelo, la aparición de las lluvias y las exigencias de la planta que cultiva. Pero el modo de hacerlo depende también de la costumbre heredada.

Herramientas y formas de trabajo

Así, si un agricultor de Chinandega se pone a limpiar su arrozal, lo hará caminando entre los surcos, para adelante, y empujando su macana con golpes, como si estuviera jugando billar. Pero el finquero de Masaya, al limpiar su arrozal, usará un azadón, caminando de lado y para atrás, y halando la herramienta como hace el ruletero en la mesa de la ruleta al recoger las fichas perdidas por los jugadores sin suerte. ¿Quién trabajará más eficientemente? Seguro que el arroz tanto del uno como del otro quedará igualmente limpio y será difícil medir quién gastó más energía. Habría que comparar el valor alimenticio de la yuca con el maíz de Chinandega y su consumo per cápita para averiguar el gasto de calorías. Pero el “masaya no podría aporcar su yuca con una macana; y si el chinandega caminara para atrás en su milpa, con un azadón, se espinaría en el bledo traidor.
El instrumento universal del hombre del campo, es el machete. Es como la espada del antiguo hidalgo: lo acompaña a donde vaya; y hasta duerme con él bajo la almohada de su tapesco. Lo lleva por si una culebra, por si una rama caída, por si un mal vecino. Lo lleva debajo del brazo con la punta para atrás, lo lleva junto con el bordón, como rifle al hombro. Y si va montado, se sienta encima de él sobre la montura o lo amarra a la falda de la albarda con el mango para adelante y el filo para arriba, para no cortar las coyundas. Lo lleva la mujer si va sola; lo llevan los muchachos apenas salidos de la niñez.
Hay machetes de muchas formas: los vemos expuestos en los escaparates de las ferreterías de Managua. Pero en los pequeños pueblos sólo se exhibe una clase: la que se usa en ese lugar. En la región del Pacífico, el peón “pone su machete”. Eso quiere decir que el trabajador usará su propio machete para la faena contratada. Es una prenda tan personal como su sombrero o sus zapatos burros. Cuando se inician las primeras limpias de los cafetaleros, en julio, ya entrando el invierno, el desyerbador estrena machete. Se lo pide al patrón fiado, para pagarlo en partidas con su trabajo. Si es “concheño”, que tienen fama de ser los mejores macheteros, querrá un “punta redonda”. El nandaimeño, que compite en fama con el concheño, prefiere el “punta de plancha’ y el sierreño pide una “mojarra”. Alistar el machete, es todo un arte. Al escogerlo, tantea el sonido, rasgándolo con la uña, como si fuera la cuerda de una guitarra. Luego le saca filo en el mollejón, y después le hace “cama”, pandeándolo ligeramente para que se ajuste al ángulo de su brazo y mano con el suelo. El mango se alisa con un pedazo de vidrio; y ya está listo para la tarea más ardua de la labor del campo. El machetero empieza su trabajo a las seis de la mañana. Coge la calle en el cafetal que le tocó en la línea; y cuando el puntero “suena” el machete, se lanzan todos al trabajo. En una mano el machete, en la otra el bordón apoyado y haciendo palanca en la cadera. Agobia el monte con el bordón, da dos o tres golpes con el machete, aparta lo cortado pon el bordón y machete juntos, como barriendo, para hacer campo, y adelanta otra vez el bordón. Resuena la cañada con el tronar y chasquear de los machetes y se llena el ambiente con el fresco aroma de la hierba recién cortada. El puntero va adelante, marcando el paso, y si otro consigue adelantarse y sale primero al callejón se dará el gusto de sonar a su vez el machete. Antes de coger otra calle de vuelta, se prestarán mutuamente los machetes, para emparejar el filo, frotándolo contra el lomo de otro machete. La lima sólo se usa cuando el machete es de la hacienda. A las once de la mañana termina la faena. A esta hora habrá desyerbado casi media manzana de cafetal. En la tarde podría descansar; pero seguramente irá a la cañada a buscar el cusuco que se espantó ante su machete y que vio donde se metió; o irá a recoger la cabeza de guineos que encontró caída en su calle y que escondió debajo del monte cortado.
Pasadas las limpias de los cafetales; buscará trabajo en los arrozales y frijolares. Pero aquí le estorba el machete grande y saca el machetillo del año pasado que de tan gastado ha quedado en “mocho” y que se acomoda mejor entre los angostos surcos de los plantíos de granos. Lo usarán hasta que queda en “colillo”. Para las desyerbas de corte de los cafetales, lucirá otra vez el machete nuevo y en las jornadas siguientes, en las socolas, los desmontes, y las limpias de terreno en la preparación de tierras para las nuevas siembras, se gastará el machete con las continuas afiladas hasta llegar a mocho. Todavía el colillo es útil: se le quiebra la punta y como coto o cotillo es una herramienta ideal para podar o deshijar café. El fin del machete es el común y utilísimo cuchillo de cocina para pelar yuca y guineos.
El campesino leonés prefiere la “cuma” que es un machete con la punta encorvada como la cola de un gallo, con el filo al lado de adentro del arco. Los segovianos buscan el “cola de gallo”, de esa misma forma, pero con el filo al lado de afuera del arco. Los monteros de Matagalpa gustan lucir una hermosa cutacha, añorando las cutachas de cruz, que fueron prohibidas hace mucho tiempo. Los policías de Costa Rica se ven muy marciales con su larga cutacha de cruz al cinto. La cutacha se lleva en su vaina, con una argolla de coyunda de cuero en el mango, en cuyo lazo se mete la muñeca de la mano, para evitar la caída del arma, si saltase de la mano. En el Norte, el patrón suple el machete y el modelo más usado es el 825, un machete liviano. Las pailas de los cañeros sirven también a los mangleros para sacar cáscara de mangle y muy a propósito para abrir conchas.

Glosario


Admonizaban Aconsejaban, sermoneaban.
AlfajíasMadero que se usa para hacer cercos de ventanas y puertas. Madero de los que cruzan las vigas para formar el techo.
Alforja Tira de tela fuerte, o tejido, que se dobla por los extremos formando dos bolsas grandes y cuadradas, que sirve para transportar una carga al hombro o a lomos de las caballerías.
Amuina Desalienta. También tiene el significado de apenarse, avergonzarse, especialmente a los niños al mirarlos.
Andamio Armazón de tablones o vigas para colocarse encima de él y trabajar en la construcción o reparación de edificios.
Aparejos Arreo necesario para montar o cargar las caballerías.
Aperos Conjunto de instrumentos y herramientas de cualquier oficio.
Bacinica o bacinilla Orinal en forma de tazón generalmente con argolla para transportarlo.
Bajareque(Bahareque) Pared de palos entretejidos con cañas y barro.
Bambas Forma de referirse al dinero.
Baquiano o baqueano Conocedor de los caminos y atajos de un terreno.
Batea Especie de bandeja honda para llevar frutas, cajetas u otros alimentos. Las vendedoras las llevan en la cabeza.
Batea chineada La batea que para ofrecer el producto la vendedora baja de la cabeza y la sostienen la rodilla.
Batea de cuajar Batea usada para cuajar la leche.
Batea de tijera La batea que para ofrecer el producto la vendedora baja de la cabeza y la sostienen en un marco de madera en forma de tijera.
Cabulla Tejido que se realiza con fibra de henequén.
Cachipil Indica una gran cantidad de algo.
Caleta Cala, ensenada pequeña.
Canuto de bambú Parte de una caña de bambú comprendida entre dos nudos.
Carburo Combinación del carbono con un metaloide o metal, que se utiliza para el alumbrado.
Caseo Caseáramos, proceso de cobar alrededor de los arbolitos para acumular agua.
CelequesDicho de la fruta que esta tierna o en leche.
Cinchas Faja que se ciñe por debajo de la barriga de las caballerías para asegurar la montura o la albarda.
CinchonesSoga que se echa encima de la carga para asegurarla.
Cinchos Faja ancha para asegurar cargas.
Cobachas Vivienda pequeña, pobre e incómoda.
Convite Comida o agasajo que se ofrece cuando se celebra algo.
Cucurucho Papel o cartón enrollado en forma cónica que se emplea para envasar caramelos, frutos secos, especias, etc.
Cususa Bebida alcohólica que se obtiene a través de la fermentación del maíz, mediante un proceso que varía de acuerdo a cada región del país, al que se le agrega dulce de rapadura.
CutachaMachete largo y recto.
Chibola Se llamaba chibola a las gaseosas artesanales que se tapaban con chibolas de vidrio que se ponían a presión y los gases hacían que la chibola ascendiera y así quedaba tapada la botella. Para destaparlas se empujaba la chibola hacia el fondo de la botella.
Chopo Se le dice al rifle.
Duchos Expertos.
Enclenque Débil, enfermizo.
Enchiquerados Hacinados, metido en un chiquero o establo donde se guardan los cerdos (pocilga).
Engatusar Ganar la voluntad de una persona con falsos halagos y mentiras para conseguir algo de ella.
Enlainar Forrar, revestir.
Entenados Hijastros.
Fachento Vanidoso.
GamarronesArtículo que pertenece a la categoría bridas y bocados.
Grupera Cinta o correa, generalmente un pedazo de soga, que va unida por detrás a la silla de montar y que pasa en forma de lazo por debajo de la cola de la bestia, para fijarlas, de manera que éstas no se rueden hacia adelante.
Guabul Bebida de los misquitos, que se hace con pasta de plátano machacada y mezclada con agua, y a veces también con leche de coco o de vaca y con azúcar.
Guachimán Persona encargada de efectuar labores diversas al servicio de otra persona.
Hacer el piche Pararse en un pie.
Henchido Henchir, llenar, ocupar con algo un espacio vacío.
HorcajadasDicho de montar, cabalgar o sentarse: Con una pierna a cada lado de la caballería, persona o cosa sobre la que se está.
Huacasoguacas Tesoro escondido o enterrado.
Huate, guate Maíz destinado a forraje, que se siembra muy tupido y por ello no da fruto.
Jeme Distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible.
Juco Instrumento musical rústico originario de Nicaragua, elaborado con un jícaro cortado y tapado con un cuero al estilo tambor que a su vez está atravesado por una baqueta bañada con brea. Su sonido es similar a su nombre y se hace sonar con la yema de los dedos.
Lámparas tubulares Son lámparas que usaban kerosene para encenderlas y tenían una cubierta de vidrio en forma de tubo, de ahí su nombre.
MacanaInstrumento de labranza consistente en un palo largo con punta o un hierro en uno de los extremos, que sirve para ahoyar.
Machos de tiste El tiste es una bebida nicaragüense hecha de maíz y cacao. Su presentación para la venta es como una masa con forma cilíndrica.
Mancuernas Pareja de animales o cosas.
Máquina corona Máquina manual para moler maíz. Fue popular la marca Corona.
Mecates Cuerdas generalmente elaboradas con cabuya o henequén.
Mediagua, mediagüita Construcción en que una de las paredes es más alta que su correspondiente opuesta, de modo que las lluvias corren a un sólo lado.
MochoQue carece de punta o de la debida terminación.
MotetesLíos de ropa, envoltorio.
Nisquezado, nixquezar Cocer el maíz con ceniza y agua para desprender el hollejo.
Ñambira Recipiente hecho de un tipo de jícaro que se vacía su contenido y sirve para llevar agua.
Olote El corazón de la mazorca de maíz que se obtiene al desgranar el maíz. Se usa como tapón de jícaras y otros.
PaquinesRevistas de historietas.
Persogar Atar a una bestia o res para que paste en un lugar seguro y adecuado (buey persogado).
Prendedizo Tipo de árbol que pega con facilidad, del cual se cortan estacas para cercos u otros usos. De la punta brotan hijos.
Quijongos Instrumento musical de cuerda pulsada, típico de los indígenas de Nicaragua y Costa Rica consiste en una vara de madera flexible, tendida en forma de arco por una cuerda de cáñamo, y que lleva sujeta en el centro una pequeña jícara que sirve como caja de resonancia, aunque a veces es reforzada apoyando la base del quijongo en otra caja.
Rajita Rebanada o rodaja.
Reata Cuerda o soga que ata y une dos o más caballerías para que vayan en hilera una detrás de otra.
Rebenque Látigo o instrumento semejante que sirve para azotar.
Retrancas Correa ancha, a manera de grupera, que coopera a frenar el vehículo (carreta), y aun a hacerlo retroceder.
Roconolas Máquina de discos en un lugar público que funciona con monedas.
Socolas Socoladores “Limpiar” el terreno para sembrar. Cortar todas las malezas y arbustos que crecen bajo los árboles grandes para facilitar el corte de estos últimos.
SudaderosMantilla para proteger el dorso del caballo.
Tabique Pared delgada y baja que separa habitaciones construida generalmente con cartones, papel o a veces de plywood.
Tapesco Tejido de ramas delgadas que sirve de cama, y otras veces, colocado en alto sirve para colocar objetos como el tapesco de ahumar quesos.
Tasajo Es un corte de carne de res, usualmente ahumado a la leña.
TenamastesCada una de las tres piedras que forman el fogón y sobre las que se coloca la olla para cocinar.
Tendaladas Conjunto de personas o cosas que por causa violenta han quedado tendidas desordenadamente en el suelo.
Tendales Tela o lienzo que se preparan para que se sequen algunas cosas, especialmente frutos.
Tocones Parte del tronco de un árbol que queda unida a la raíz cuando lo cortan por el pie.
Totoposte Torta o rosquilla de harina de maíz, muy tostada. Tambien se usa para calificar algo mal hecho o feo.
Trajineados Usados.
Trapiche Es un molino utilizado para extraer el jugo de la caña de azúcar, movido por fuerza animal, generalmente caballos.
TrojesEstructura destinada al depósito de productos agrícolas
Troza Tronco aserrado por los extremos con corteza o sin ella, dispuesto para reducirlo a tablas.
Zuncho Refuerzo metálico (puede ser anillo), generalmente de acero, que se usa como refuerzo.
Zurrones Bolsa grande de piel o de cuero que se lleva colgada al hombro y que sirve para guardar cosas, generalmente comida, cuando se va al campo.


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