Todavía tiemblo emocionada; siento
el mismo impacto y nerviosismo
del momento cuando escuché ami secretaria Marina anunciarme con cara de alegría:
—Llamada de larga distancia; está al teléfono don
Antonio Banderas y
pregunta por usted.
Mi marido sentado frente a mí se sorprendió:
—¿Quién?
—Dijo— ¿Cómo? ¿Antonio Banderas? ¿El famoso artista español?
Sin esperar respuesta precipitadamente le
arrebaté el teléfono a Marina y escuché:
—Aló, aló,
habla Antonio Banderas. ¿Es usted doña Mercedes, la que cantó un famoso
bolero en San Miguel Allende el año pasado?
—La misma, la misma, Antonio Banderas —respondí aturdida.
—También es
usted escritora, ¿verdad? —preguntó con cierta admiración.
—Sí, Antonio
Banderas, también soy escritora —contesté, ya desfallecida.
Súbitamente se produjeron distintos sonidos en el aparato telefónico. Otras voces
intervinieron en la llamada. La voz grave y sensual de Banderas se escuchaba lejana, casi
imperceptible. Durante esos
momentos recordé como flash back el reciente encuentro de nuestro gran amigo
Enrique con el famoso director de cine español Pedro Almodóvar, quien había
mostrado interés por mi literatura.
Automáticamente, sin pensarlo dos veces, asocié
la llamada de Banderas con Almodóvar.
Casi gritando solicité a la operadora
internacional:
—¡Operadora, operadora, no oigo
nada; estoy hablando con Antonio
Banderas, no sé de dónde me llama, no tengo su número, ayúdeme por favor! —rogué desesperada.
—Un momento señora, voy a rastrear
su llamada —contestó la telefonista,
dispuesta a socorrerme con mucha voluntad. Sentí que ella comprendía mi angustia, pero los ruidos
aumentaron; la estática se aceleraba hasta alcanzar tonos
que parecían abundantes truenos, explosiones y retumbos de alguna enfurecida tormenta
tropical.
De repente se hizo un profundo
silencio, casi eterno, mientras yo
paseaba agitada de un lado a otro con el inalámbrico en la mano. Todavía alcancé a pronunciar
varias veces aló, aló… hasta
perder toda esperanza, cuando finalmente escuché el sonido intermitente de línea
cortada. Sudaba de pies a cabeza; sentía correr libremente por mi cuerpo
gruesas gotas frías. Tuve que sentarme. Mi marido me llevó un vaso con agua y me dio tina pastilla
para los nervios, mientras yo me tomaba la cabeza con una mano en la sien derecha.
—Te ves pálida —me dijo
preocupado—. Tómate ya este tranquilizante —mientras anunciaba que traería el aparato de la presión arterial.
Sin decir palabra, puse suavemente
el teléfono, me tomé la medicina y
con voz fuerte y alterada ordené:
—¡Que nadie toque el teléfono, Antonio llamará de
nuevo!
Pasaron varios minutos que parecieron horas interminables. Mientras aguardaba la posible
segunda llamada, mi corazón no cesaba de latir frenéticamente. Mi mente acelerada pensaba:
—¡Llegó la
ocasión de mi vida!
Después de largos momentos de espera, sonó el ansiado timbre. Ni siquiera tuve fuerzas para tomar el
auricular las manos me temblaban.
Con toda calma mi esposo levantó el teléfono diciendo:
—Antonio Banderas, sí, ésta es la
casa de doña Mercedes; ya se la pongo, está aguardando su llamada.
Tomé rápidamente el teléfono. Con voz baja logré balbucear:
—Sí, Antonio Banderas, soy yo... —esta vez no se escuchaba ningún ruido; su voz grave y
sensual se oía nítidamente.
—Doña Mercedes, doña Mercedes: ¿ahora sí me oye bien?
En ese preciso instante regresaron
los siniestros sonidos y la llamada se cortó de nuevo. Creí llegar al paroxismo, debilitada, sin poder pronunciar palabra. De
pronto sonaron un tercer y cuarto timbrazo que resonaron en mis oídos como campanas festivas al aire.
Levanté el aparato y escuché:
—Señora Mercedes, disculpe estas interrupciones; aquí ha llovido mucho últimamente; soy
Antonio Balderas, Toñito, Toñito; ¿ya no se acuerda de mí?
Guardé un silencio largo... larguísimo.
—Sí, Toñito —exclamé casi llorando—
lo recuerdo bien:
Toñito Balderas, el museógrafo del
museo mexicano... el mismo que
me enseñó a cantar el bolero "Flor de Azalea", durante mi estadía en México el
año pasado.
Sin darme cuenta, con la mente en blanco, la boca abierta, los ojos turbios por las lágrimas;
lentamente, coloqué el teléfono en su sitio y rompí a llorar, bordeando un ataque
nervioso.
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MERCEDES GORDILLO
(Managua,
1938). Promotora y crítica de arte. Ganadora del premio
nacional de literatura Rubén Darío en el 93. Ha publicado mujer con sombrero en 1999. Este cuento fue tornado de una perfecta desconocida
UNAM 2002.
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