• El Cadejo
Pues hombre, yo nunca les tuve miedo a esos
espantos, cuando a mí me salían les decía malas palabras, chanchadales les decía y se iban, es que solo así
dejaban de estar molestando...
—Así comenzó mi abuela a contarnos sus cuentos.
Mi “güela” así le decíamos, le echó más gas al candil, un candil grande que ella misma hizo con
una botella de vidrio transparente y grueso, echaba humareda, pero eso no nos molestaba
porque estábamos en el alero, estilo porche de la casa, y en donde estaba amarrada a
dos pilares, la hamaca en que la güela se mecía, ella continuó diciendo:
... Yo estaba muy cipota pero me acuerdo bien
haber visto muy asustado a mi abuelo Perfecto una noche que llegó a la casa
bien asustado, él comenzó a decir que El Cadejo lo venía siguiendo;
nos dijo: «Venía caminando despacio porque vengo con mis tragitos, de pronto
escuché un gruñido, ¡Eh! ¿Y eso?» —dice él—. El ruido venía del mismo
camino por dónde iba a pasar, pero no miraba bien porque estaba muy oscuro,
después oyó unos paso detrás, a sus espaldas y dice: «¡Ay Diosito! Hasta el
guaro se me fue quien sabe dónde». —Él pensó en lanzarse a un lado del
camino, pero era “pior” porque de seguro lo mordía alguna que otra culebra. Se
quedó paralizado y agarra una gran piedra y “con los huevos a tuto” camina
hacia donde él creía que estaba esperándolo El Cadejo malo, el perro
negro, porque el blanco es el bueno y es el que protege a la persona de ese
otro perro que es arrecho, ¡Ah! pero si uno le tira piedras al blanco para que
no lo siga, éste también ataca, lo mejor es dejar que los dos se peleen y salir
corriendo. A pues, mi abuelo Perfecto con la piedra en la mano se acerca y...
nada, el cielo se despejó y no vio nada, y por detrás todavía escuchaba el
¡trakc! ¡track! y es que a esos animales le truenan los “güesos” de las patas
cuando caminan, escuchaba esos pasos como se acercaban a él y pega la carrera
sin mirar atrás, hasta llegar a la casa todo cansado, sudado y asustado con el
corazón ¡pum, pum, pum! latiendo a todo mamón. Nosotros le dimos agua y ¡glu!
¡glu! se la tomó rápido. Cuando se calmó es que comenzó a contarnos lo que le
acababa de pasar.
Esto le pasó tiempo después a un amigo de mi papá con el que salía de parranda, don Nacho. Era una noche con tormenta, que nadie salía de sus casas, todos con las puertas y ventanas cerradas, era temprano pero estaba oscuro...
— ¿Había luz eléctrica en ese tiempo güela?
—La interrumpimos.
—Sí, si había pero sólo unas cuantas casas
tenían, los que podían, si esto era un pueblo con sólo unas cuantas calles y
casitas.
— ¿Ajá?, Siga.
...Apues, nadie asomaba la cabeza todo árido
aquello y ¡chissss! Aquella lluvia incesante, no era fuerte pero no paraba de
llover y ¡bruum! se oían unos truenos y se veía relampaguear, de pronto ¡crach!
¡crach! ¡crach! no eran truenos, ni árboles cayendo, ni cualquier otra cosa;
sino el traqueteo de la carreta jodida, La Carretanagua.
Nadie quería asomarse para verla cuando
estaba pasando en frente de sus casas, todos con miedo, sólo don Nacho, que se
quedó lempo como un fantasma, hasta parecía una hoja de papel, ¡pálido, pálido,
pálido el pobre! y es que abrió la ventana el curioso, le pega la brisa con un
viento que sopló, estaba mojado pero eso ni lo sentía, porque con “los chonetes
pelados” estaba viendo a La Quirina con su carreta jalada por dos
bueyes flacos, él nos contó, días después, que esos bueyes eran sólo cuero y “güesos”. Y entonces se va de espadas, casi le da un infarto.
Alláaa... al rato, ya no se escuchaba más el
traqueteo de la carreta, claro al llegar a la esquina la carreta ya no puede
pasar porque las calles forman una cruz, se desaparece y vuelve a aparecer en
la otra calle. Pero el pobre hombre casi se lo vuela por el susto que le dio,
sólo a él se le ocurre mirar y así les pasó a varias personas, a algunas si se
les paró el corazón o se enfermaron y murieron a los días. En esta calle
pasaban todas esas cosas: La Chancha Bruja, La Mona, hasta La
Procesión de las Ánimas Perdidas, por eso es que pusieron esa cruz en la
esquina, ahí en el tope, que antes era de madera pero se pudrió, ahora es de
cemento, pero ¡uuuh! ya tiene bastantes años desde que pusieron la primera cruz
en ese lugar.
—Mi güela y sus cuentos, así terminó el
segundo bastante interesante.
—Le preguntamos que si tenía un “relato”
de La Cegua, ella nos dijo que sí y comenzó a contarnos.
• La Cegua
Esto le pasó a un fulano que ya ni recuerdo su nombre, era enamorado de una prima, era muy bonitilla la jocoteada con su cuerpecito delgado pero caderuda, ¡eeeh! pero ese hombre era bien mujeriego, por eso es que no le hacía caso la Felipa, que así se llamaba la prima, ella fue la que nos contó lo que le pasó al fulano ese, Julián creo que se llamaba, él le contó a ella que una vez fue a visitar a unos familiares allá por El Viejo, familiares decía él que de seguro era alguna queridita que tenía escondida, entonces dice que él se fue a pies, estos lugares eran diferentes no son como ahora, las casas no eran tan seguidas y habían trochas donde la gente tomaba atajos para llegar más rápido, Julián salió ya de tarde, todavía había claridad cuando pasó cerca de un casita que estaba abandonada, se había encontrado con un señor que iba a caballo y le había dicho que no pasara cerca de esa casa porque estaba embrujada y que ahí vivía La Cegua. Pero Julián no se podía desviar, entonces pasó ya con miedo caminando lo más rápido que podía y de pronto que se queda quieto al ver una mujer vestida de blanco que se le acercaba, y dice ¡La Cegua! pero no fue tonto ya que iba preparado, ya sabía desde que salió, que ahí vivía La Cegua, iba preparado con granos de mostaza, pues él sabía que si le arrojaban al suelo a las Ceguas granos de mostaza éstas no podían resistir las ganas de recogerlos todos uno por uno y de esa manera al que están por atrapar le da oportunidad de salir corriendo y escaparse, pues así hizo, tembloroso el hombre les tiró los granos que llevaba en un saquito, y La Cegua se puso a recogerlos, él decía que eran varias, tres o cuatro, caminaban rápido y no se les veían los pies parecía como que flotaban y tenían una larga cabellera como mecate de cabuya y los dientes; unas los tenían de cáscara de plátanos y otras de granos de maíz, no se les veían los ojos por el pelo que le tapaba casi todo el rostro y las manos con los dedos largos y unas uñas grandes eran como de palo, parecían ramas.
A varios atrapaban esas mujeres, pero sólo a
los trasnochadores y mujeriegos, dicen que los dejan todos dundos y así pasan
días, tardan en volver a normalidad, por eso cuando uno es dundo, así todo
jambeco, le dicen que parece jugado de Cegua. Pero a ese Julián no le
hicieron nada por los granos de mostaza que llevaba, mucha gente caminaba
preparada con objetos benditos como el cordón de San Francisco para protegerse
de cualquier espanto porque hay que ver cuántas cosas se miraban antes.
Una vez —continuó diciendo la güela— mi
abuelo Perfecto atrapó una Cegua. Él estaba bañándose en el río muy de
mañanita, cuando escucha decir: ¡Perfecto! ¡Ohe, Perfecto! ¿Sos vos Perfecto?
vení ayudame.
Se viste mi abuelo; se pone su pantalón, se
lo amarra con su cordón bendito, se pone su cotona, sus caites y su sombrero de
paja.
—Sí ¿quién es?, preguntó.
—Soy yo, Jacinto.
— ¡Idiay Jacinto! ¿Qué haces ahí?
Era un campisto que vivía cerca y que estaba
enredado metido en unos bejucos tras unos matorrales, allí a la orilla del río.
— ¿Pero qué te pasó hombre?
— ¡Estas brujas fueron!
— ¿Quienes?
—Pues las Ceguas, sólo para molestar sirven.
Y las Ceguas: ¡cuas! ¡cuas! ¡cuas! Se
escuchaban carcajearse no muy largo de donde ellos estaban.
Mi abuelo ayudó a Jacinto a salir del las
enredaderas y dijo enojado:
—Van a ver las muy bandidas, espérenme que
ahí voy.
Se quita la cotona y se la pone al revés,
luego se saca su cordón bendito, el que caminaba como cinturón, y una cutacha
que tenía forma de cruz, se acerca a una de las Ceguas, estas tenían el
cuerpo de tallo de cepa, pelo de cabuya y dientes de pétalos de alacate, una
flor de monte amarilla. Apues le pone la cruceta de frente y... ¡ésta que se va
de retroceso! Le tira el cordón bendito y se queda La Cegua quieta, la laza del pescuezo con
un mecate y la amarra a un palo.
—Perfecto dejame ir—. Le decía La
Cegua con
voz áspera.
— ¡Ah! con que me conocés, decime quién
sos.
—No puedo Perfecto, sólo dejame ir.
—Si no me decís quién sos, te llevo donde el
cura.
Y no habló, entonces mi abuelo la llevó donde
el cura jalándola con el cordón bendito. Allá la amarraron en una palmera
frente a la iglesia y el cura le dio unos riendazos con unas coyundas remojadas
con agua bendita y la mujer hasta que se retorcía y gritaba como endemoniada,
luego la soltaron y le tiraron granos de mostaza, allí amaneció recogiéndolos,
al rato se murió de pena, porque ya todos sabían quién era, conocida era la muy
chancha.
Así termina otro cuento la güela, ahora
fueron dos por uno, cortos pero interesantes como los anteriores, iguales son
los que siguen.
—Güela ¿y cómo son los granos de mostaza? —le
pregunté.
— ¡Asiii chiquititos! —fue lo único que
respondió enseñado sus dedos índice y pulgar apretados.
—A mi abuelo también le salió el hombre sin
cabeza o El Gritón como era conocido.
— Dijo la güela y así comenzó otro cuento.
• El Gritón
Bueno, y es que a mi abuelo le salió de todo: él era perseguido por El Cadejo, a él le salió El Mosmo, a él la Chancha Encaitada, La Mona, El Gritón, a éste así lo llamaban porque antes así se comunicaban los campistos, con gritos, para saber quién andaba “poraí”, ese señor que quedó sin cabeza era un hombre que andaba buscando unas vacas que se le habían perdido, hay andaba montado en su caballo gritando: ¡Hay va hom! se metió a la espesura de la selva en el cerro El Chonco y con mala suerte que el caballo se asustó por los rugidos del tigre que andaba cerca y sale a todo galope el animal y pasa por unos bejucos que estaban colgados y le pasa arrancando la cabeza al pobre hombre y el caballo se desnuca, así andaba sin cabeza y todavía montado en su caballo.
Mi abuelo lo escuchaba de vez en cuando,
hasta que un día se topó con él. Esa noche lo escuchaba bien cerca ¡Hay va hom!
gritando, y rápido se puso su chaqueta de dril al revés y sacó su cordón
bendito y lo puso de frente con la mano estirada en dirección de los gritos y
El Gritón pasó de largo, sólo la sombra miró pero aún así pudo observar que el hombre
no llevaba la cabeza.
Sí, es que antes todo era monte, montaña
espesa y muchos campistos desaparecieron sin dejar rastros, ese cerro El
Chonco era selva casi impenetrable, de todo animal
había, abundaban
los venados, las guardas tinajas, los cusucos, todo eso, la gente tenía bastante
para comer, no padecían de hambre, hasta frutas por todos lados había,
ahí estaban
los árboles
llenos de frutas, si estaban cerca de una casa, sólo pedía permiso y cortabas hicacos,
mangos, mandarinas, fruta de pan, aguacates y otra más. A los animales los cazaban con
perros y algunos que tenían escopetas. Pero el garrobo no se comía,
se miraban los grandes garrobones, iguanas verdes grandotas,
¡Ah! Pero se tenía uno que cuidar de los animales feroces como los tigres y
leones que ahí vivían. Con el deslave de 1960 eso quedó todo pelado, poco a
poco se fue recuperando pero ya no como antes por la misma gente que comenzaron
a despalar para cultivar. Pero antes del deslave ese cerro estaba resguardado
por los duendes.
Allá de vez en cuando se aparecía un amigo de mi abuela Cesaria, llegaba y le decía:
— ¡Ideay Cesaria! ¿Cómo estás?
— ¡Eh! ¡Ideay Chicoyo!
Se llamaba Francisco, pero le decían Chicoyo,
quien sabe por qué.
—Aquí te traigo —le decía él. Eran unas
frutas hermosas, grandotas, unos grandes plátanos que nunca se habían visto por
estos lados, unos zapotes con bastante comida grandotes también.
—Hombre, Chicoyo y vos ¿de dónde sacás todo
esto, estas frutas tan grandes? —le preguntaba mi abuela.
— ¡Ah! es que por ahí tengo unas tierritas
muy buenas, siempre tengo de todo, por hay te traigo más otro día que pase —le
decía.
Por allá a los días se aparece: Adiós Cesaria
hay paso de regreso dejándote frutas —le dijo.
Pero bueno, nunca faltan los curiosos, uno de
los hermanos de mi abuela, mi tío Isidoro, se va detrás del tal Chicoyo.
Tengo que saber donde tiene éste esas tierras
—decía— y lo va siguiendo de larguito cuidando que no lo mirara, él en sus
caballo y mi tío a pies, luego ve que Chicoyo se mete en la selva, ahí
en El Chonco y se le pierde de vista, él quiere entrar también,
pero le sale un
hombrecito, así la mierdita, bien chiquito, si parecía un cipotito pero con cara de viejo.
Apues, se le aparece y todo odioso le dice:
—De aquí no pasás, devolvete.
—Cómo que devolvete ¿por qué no puedo pasar?
—le pregunta mi tío.
—Que no vas a pasar te digo y haceme caso.
Arrecho el hombrecito. Entonces le hace caso
mi tío y se regresa.
—Y éste jodidito ¿por qué no regresó a
Chicoyo? ¿por qué sólo a mí?
Bueno, y llegó a la casa, al rato llega
Chicoyo:
—Cesaria ya voy de regreso tomá estas frutas,
no traje muchas pero aquí te dejo.
Cuando ya va de salida le dice mi tío:
— ¡Ajá Chicoyo! Ya sé que tenés un arreglo
con esos duendes del Chonco, andá hombre
no seas malo y deciles que me ayuden a mí también, no ves que tengo que darles
de comer a una marimba de chavalos, con esas frutas suficiente para todos,
hasta podría sembrar las semillas.
—Está bien, vamos pues, te voy a llevar —le
dijo y se van.
Allá al rato llegan a una quebrada donde
estaba, del otro lado, un gran palo de jocote, entonces Chicoyo le dice:
—Mirá Isidoro, yo me voy a ir al otro lado de
la quebrada, detrás de esa loma y vos quedate a este lado, no te crucés —y se
fue.
Mi tío se puso a recoger jocotes de unos
palitos que estaban allí. Como a la hora los recoge todos y dice:
—¡Eh! voy a recoger más del otro lado de la
quebrada, de ese gran palo que está allá, a mí nadie me va a decir que es lo
que tengo que hacer —y se cruzó, él que pone un pies al otro lado de la
quebrada y lo palmean, escucha unas palmadas como cuando llaman la atención a
un niño.
— ¿Y eso? —dice él asombrado, pero no miraba
a nadie y sigue caminando, lo vuelven a palmear. Ya la cagaron estos enanos
—dijo y en ese momento aparece Chicoyo con el caballo cargado de frutas,
repletas las alforjas, hasta que venía cansado y sudado el pobre animalito.
—¡Ideay! no te dije que no te cruzaras,
vámonos que aquí llevo bastante frutas para vos y tu familia —y se fueron del
lugar.
Así era Chicoyo ayudaba al que podía pero
nunca supo nadie que es lo que había hecho, qué trato tenía con los duendes,
dice la gente que esos duendecillos se robaban a las muchachas cuando se
enamoraban de ellas, pero tenían que ser bonitas para que se la llevaran y la
familia recibía favores a cambio. Decían que Chicoyo tenía una hija joven muy
bonita y que ya hace tiempo no la veían.
Así termina de intrigante uno más de los
cuento de la güela. Nos acomodamos mejor para escuchar el otro y uno de mis
hermanos le preguntó:
— ¿Güela y qué cosa es El Mosmo que dijo que también le salió a su abuelo Perfecto?
• El Mosmo
El Mosmo es un espíritu burlón,
es un chompipe, pero sólo la mitad, como
que lo partieron de arriba hacia abajo, sólo tiene una pata y un ala, es la
mitad de su cuerpo nada más. Cuando le salió a mi abuelo se atracó con él, le
salió en el patio de la casa cuando estaba sacando la bacinilla a media noche,
la vaciaba al fondo del solar, esa vez se le aparece El Mosmo saltando de un lugar a otro, claro
como sólo una pata tenía entonces saltaba y ¡Purururuu! Hacía una bullaranga como hacen los chompipes con el
ala extendida. Mi abuelo le saca su cutacha de cruz que nunca se la despegaba,
y se la pone de frente, sale aquel animal brincando hacia el monte perdiéndose
en la oscuridad, de pronto le aparece por detrás y le pega una patada en la
espalda a mi abuelo. «¡Hey jodido!»
dice éste y se da la vuelta rápido y le pega con la bacinilla, allá fue a dar
contra el cerco el jodido animal, pero se levanta y zafa para el monte, ya no
regresó. Al entrar a la casa mi abuela le pregunta que qué era esa bullaranga
que se tenía, «era El Mosmo», le dijo él muy tranquilamente y se acostó a
seguir dormir.
Y es que hay espantos que son espíritus
como El Mosmo, pero también hay gente que se transforman en Ceguas,
en Monas y en Chanchas
Encaitadas que se le llama así porque esa chancha cuando camina
va haciendo un ruido como que lleva
caites, era difícil verla pero cuando la lograban ver se les tiraba
encima queriendo morder con unos chillidos fuertes, la muy jodidas mujeres se
trasforman en esas cosas para andar molestando a los demás, sólo por eso.
• La Mona
En monas se convertían mujeres vagas, aquí
había una mujer que vivía sola y que sabía la vida de los demás, cualquier
secreto ella ya se daba cuenta rápido y era para eso que se convertía en mona,
le rezaba al diablo, hacía una oración que sólo ellas sabían, daba tres
volteretas hacia adelante y la piel se les caía, ya quedaba como mona, igual a
una mona con cola y todo, ahí dejaba la piel mientras andaba de árbol en árbol
y hasta encima de las casas buscando a quién seguir o ya tenía visto al que iba
a espiar o la casa en que iba a escuchar la plática de los demás.
Cuando siguió a mi abuelo éste venía de una
vela de un campista que le había caído un rayo, pero mi abuelo ya sabía
que La Mona venía detrás.
«¡Ah, sí! Con que me venís
siguiendo, ya vas a ver» dijo él. Pero bueno, pasó. Ya mi abuelo sospechaba,
quien era la que se transformaba, muchos sabían que era esa mujer que vivía
sola, entonces mi abuelo fue donde el cura y le contó todo, el cura le dijo:
«Tomá este
frasquito que contiene agua bendita, llegá a su casa cuando sepás que ella anda
afuera convertida en mona, la esperás, pero que no te vea, esperás que dé tres
volteretas hacia atrás para que se le suba la piel y cuando eso haga ella queda
como adormecida, entonces aprovechá y le echás el agua bendita y ahí la dejas,
vas a ver que nunca más se va a poder transformar en mona aunque lo intente una
y otra vez.»
Así hizo mi abuelo, fue a la casa de la
mujer:
¡Buenas!, dijo cuando llegó, para asegurarse que no había nadie
y allí estaba la piel en el piso, toda recogida como
que era una vestimenta de trapo, la casa estaba toda oscura, sólo un candilito
que estaba sobre la mesa era el que medio alumbraba.
No sé si él no le entendió bien lo que le
dijo el cura o es que no quiso esperar a que llegara la mona, tal vez sintió
miedo, la cosa es que él le echó el agua bendita a la piel que estaba ahí y se
fue. Cuando llega la mona, ésta da las tres volteretas hacia atrás y dice
súbete piel, pero no se le sube, por más que intentó no pudo transformarse
nuevamente, daba las tres volteretas y volvía a decir súbete piel y nada y así
se quedó mona por el resto de su vida. Ya no molestaba a nadie, los pobladores
como la conocían y ya sabían de quien se trataba, le daban de comer y la
cuidaban hasta que murió de vieja.
• Procesión de las Ánimas
Esto le sucedió a mi mamá, una noche cuando
la luna estaba grande y redondita, iluminaba como que estaba amaneciendo, mi
mamá se levanta quién sabe a qué, su cama quedaba pegada en la parte de la casa
que daba a la calle, mira entre las rendijas de las tablas unas luces, abre la
ventana y ve que estaban pasando un grupo de personas encapuchadas, iban en
fila a cada lado de la calle, cada uno llevaba en sus manos una candela
encendida, caminaban sin hacer nada de ruido, sin hablar, todo en silencio y es
por eso que nadie se daba cuenta de que estaban pasando y no salían a ver,
todos estaban dormidos pues eran casi la media noche, sólo mi mamá que nos
despierta para que fuéramos con ella, abrimos la puerta para ver la procesión
que pensábamos que era de algún santo, en eso uno de los encapuchados, el
último de la fila se nos acerca y le da una candela a mi mamá, extrañadas
nosotras cerramos la puerta y nos fuimos a dormir todas acurrucadas muertas de
miedo, mi mamá no dijo nada, sólo apagó la candela que le habían dado y la
guardó en una gaveta de una mesita en donde tenía encima una imagen de San
José.
Bueno, al día siguiente comentamos sobre la
rara procesión y nadie nos creyó, tal parecía que sólo nosotras fuimos testigo
de lo que pasó, en eso mi mamá se acuerda de la candela regalada y al abrir la
gaveta mira que en vez de la candela estaba un hueso y dice con asombro: «¡Lo que vimos anoche fue La Procesión de las Ánimas Perdida!»
Y nos quedamos con la boca abierta y el corazón que casi se nos salía. Esto
sucedió porque la cruz de madera que estaba puesta en el tope de la calle, se
había caído hace algunos días, hasta que pusieron la cruz de cemento que es la
que está ahora.
—Güela, una vez nos contó que a usted la
molestaban los espíritus. ¿Cómo fue eso?
• Espíritus burlones
¡Aaah! Sí. No
había nacido tu mamá todavía, estaba chiquita tu tía Elvira, que fue la primera
que nació, yo siempre la ponía en una “maquita” hecha de saco y la mecía hasta
que se dormía, así me dejaba hacer las cosas de la casa, pero cuando la hamaca
se detenía la pirrimplina se despertaba y comenzaba a llorar, entonces llegaba
a mecerla. Allá al rato oigo que está en carcajadas la chavala, voy a verla y
estaba en grandes mecidones, unas mecidas que yo miraba que ya se iba a caer la
Elvira. ¡Hey, carajo! grito yo, detengo la hamaca y les digo a los espíritus:
¡me van a botar a la chavala, pues! no estén jodiendo. Sólo di la media vuelta
y la hamaca comienza a merecerse de nuevo, ¡bueno!, y comienzo a regañarlos y a
putiarlos. Es que sólo diciéndoles malas palabras ellos se van, pero esa vez
sólo se calmaron por un rato. Escucho en la sala ¡plof! ¡plof! voy a ver y
estaban unos jícaros regados en el piso, como en el patio había un palo de
jícaro cargado, los jodidos los habían ido a tirar a la sala. ¡A la p...! digo,
y me pongo a recoger los jícaros, los saco y los voy a votar al fondo del
patio, cuando regreso otra vez ¡plof! ¡plof! más jícaros que fueron a volar
dentro de la casa, sólo logré ver algunos que daban vueltas en el aire antes de
caer en medio de la sala. Ya la ca... ustedes, vayan a jo... a otro lado, les
dije.
Mi mamá se había ido a León donde un doctor
amigo de ella, el doctor Paneagua, era doctor en medicina pero también era
espiritista, pero mi mamá fue porque tenía unas dolencias, ¡pero ideay! ¡ya se
estaba dando cuenta de lo que estaba pasando en la casa! y es que los espíritus
se fueron a quejar con el doctor, éste decía a mi mamá:
—Usted tiene espíritu en su casa, ellos me
dicen que una hija suya los maltrata, que les dice barbaridades.
—Si a ella la molestan ella se arrecha, pues
—le dijo mi mamá al doctor y éste le dice:
—Pobrecitos, dígale que no los maltrate, si
ellos están allí es por su otra hija; la Bertilda, que tiene tendencia al
espiritismo pero no se ha dado cuenta de eso, es una médium.
— ¿Y qué es eso? —preguntó mi mamá.
—Pues alguien que se puede comunicar con los
espíritus —le dijo el doctor.
Cuando mi mamá llega a la casa todo eso nos
cuenta, entonces mi papá envió a la Bertilda a pasar un tiempo con unos
familiares a León, pero los espíritus no se fueron, siempre molestaban haciendo
ruidos.
Y es que todo comenzó desde que quitaron una
pared que dividía el patio, ahí comenzaron con la fregadera, se fueron cuando
se llamó al padre de la parroquia y bendijo cada rincón de la casa por dentro y
por fuera, hasta que tronaban todas las tablas de la vieja casa cuando el cura
echaba el agua bendita diciendo a los espíritus que se fueran, sólo así
salieron y ya nunca regresaron.
Llegó la energía, la güela sopló el candil y al segundo intento lo apagó dejando una estela de humo negro. Todos estábamos agradecidos por sus cuentos que además nos sirvieron para conocer un poco de la vida de nuestros antepasados y de las personas que vivieron en estos lugares hoy bien poblados.
© Cuentos e Ilustraciones de MauricioValdez Rivas.
Del libro Cuentos y Mitos de Nicaragua
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Segunda Edición
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ORÍGENES Y
DESCRIPCIONES
DE ALGUNOS DE ESTOS MITOS
Tomado de Folklore de Nicaragua. Enrique
Hernández.
Editorial Unión. Masaya, 1968.
EL CADEJO
En las noches a altas horas, cuando generalmente ya los hombres van de regreso
para sus posadas, después de visitar a sus mujeres, un perro grande y fuerte,
de color blanco, sigue a aquellos, a poca distancia, custodiándolos, hasta
dejarlos a sus casas, este perrote es El Cadejo, el amigo del hombre
trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es seguido
por dicho animal; el perro blanco y grande lucha y defiende de todo peligro al
hombre. En la versión nicaragüense se maneja que son dos perros; el otro que al
igual que el blanco es grande y fuerte pero de color negro, éste también
deambula en las noches, es el enemigo del trasnochador. Si los dos Cadejos se
encuentran, se traba entre ambos una tremenda y sangrienta lucha, hasta que por
lo general cae vencido el negro. (El bien vence al mal).
También el Cadejo blanco procede con malicia si el caminante no quiere su
compañía, tirándole piedras y ahuyentándolo.
Los ojos de los Cadejos brillan mucho por las noches y no se cansan de
caminar toda la noche hasta que ya al amanecer desaparecen. Por eso cuando una
persona es buena a caminar se le compara con el cadejo.
En el mito de El Cadejo se contempla la existencia de un animal guía para
cada persona (según creencias indígenas). El animal guardián defiende contra el
mal encarnado a veces en El Cadejo Negro, color que simboliza el mal. Cuando un
Cadejo Blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su
protegido, el blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del
mal que le aguarda del negro. El combate de los dos Cadejos encarnan en ese
momento los principios opuestos del bien y el mal. No se le atribuye
superioridad a uno o a otro, ambos tienen igual poder e influencias sobre las
personas.
LA CARRETANAGUA
Algunos creen que pasa anunciando la muerte de alguien y es en la carreta
misma que La Muerte Quirina maneja y acarrea con todas las almas en pena, de
aquellos que hicieron maldades en el pueblo. Pues ya se ha visto de que al día
siguiente de haberse aparecido La Carretanagua alguien ha muerto en el pueblo.
“Se la llevó La Muerte Quirina en La Carretanagua”.
La gente se siente sobrecogida de terror cuando oye pasar La Carretanagua,
que sale en las noches oscuras y tenebrosas. Al caminar hace un gran ruidaje;
pareciera que rueda sobre un empedrado y que va recibiendo golpes y sacudidas
violentas a cada paso. También pareciera que las ruedas tuvieran chateaduras.
La verdad es que es grande el estruendo que hace al pasar por las calles
silenciosas a deshoras de la noche. Los que han tenido suficiente valor de
asomarse para verla pasar, han dicho que es una carreta muy vieja y floja, más
grande que las carretas comunes y corrientes. Cubierta de una sábana blanca muy
grande, de manera de toldo. Va conducida por La Muerte Quirina, envuelta
también en un sudario de sábanas blancas, con su guadaña sobre el hombro
izquierdo.
Va tirada por dos bueyes encanijado y flacos, con las costillas casi de
fuera.
La carreta al parecer no puede dar vueltas en las esquinas. Pues si al
llegar a una, ésta tiene que doblar, desaparece, para luego reaparecer sobre la
otra calle. Al pasar los perros aúllan y las personas que se atreven a ver
aquella Carretanagua quedan con fiebre del tremendo susto. Algunos pierden el
habla por varios días y hasta han muerto por el sólo hecho de oír el ruido del
chirriante paso de la carreta.
“Nagual o Nahualli” quiere decir brujo de ahí su nombre. Algunos
historiadores creen que posiblemente el mito comenzó con los aterrados
indígenas en el tiempo de la conquista cuando los españoles pasaban con sus
carretas repleta de pertrechos militares, de ahí el ruidaje que producía.
LAS CEGUAS, LA MONA Y CHANCHAS BRUJAS
Aseguran los indios de Monimbó que hay mujeres en el barrio que tienen la
manía de ser brujas, que se transforman en Chanchas Brujas, en Monas y en
Ceguas.
Todas estas mujeres poseen un guacal grande y blanco. A las once de la
noche, hora en que los tunantes salen de una choza a otra, las mujeres se dan
tres volantines para atrás y otros tres para adelante, echando el alma por la
boca en el guacal grande y blanco, al final del tercer salto delantero.
Vomitada el alma, quedan convertidas en el ser brujo en que decidieron
convertirse antes de dar los volantines, por cuanto tienen el poder arbitrario
de transformación.
El objeto primordial de estas transformaciones es el de ejercer venganzas a
causar daño a los hombres y mujeres, por causa de celos, rivalidades, despechos
o enemistades enconadas por motivos pasionales, etc.
Y así, estas brujas se valen de la oscuridad nocturna y del ambiente de
superstición que respira la población indígena, en extremo crédula y de
imaginación fantástica, llevan a efecto sus correrías y asustamientos a sus
anchas.
Como Micos Brujos o Monas se dedican a efectuar robos, se trepan a los
árboles, cortan las frutas y se las lanzan a la víctima. Cuentan que se les
mira en los techos de las casas, saltan de un lugar a otro; bajan al patio o a
la calle y arrojan piedras contra las puertas, se introducen a la cocina y
quiebran lo que encuentran; se esconden en las casas y después corren
rápidamente a colgarse de las ramas de un árbol cercano a balancearse
burlescamente.
Mientras el Mico que se halla en plena acción, la víctima, auxiliada por
vecinos, lo persiguen con palos y garrotes, tratando de matarlo, pero todo es
en vano. Ya están cerca, ya creen tenerlo acorralado, y el Mico se les esfuma y
aparece luego en otro lugar, y así de nuevo desaparece de donde creían estaba
acorralado. La gente se desespera y gritan nerviosamente, hasta enfermarse y
caen al suelo, debilitados, se creen entonces embrujados o hechizados por La
Mona, La Chancha o La Cegua, según a quién de las tres estén persiguiendo.
Como Chanchas Brujas andan en las calles y caminan siempre al trote, son
chanchas grandísimas embadurnadas de lodo podrido. Apenas divisan a la persona
elegida aligeran el paso y comienzan a gruñir horriblemente, embisten a la
persona que persiguen y furiosamente les dan de trompadas y mordiscos en las
piernas y si la persona no se corre pronto la chancha la derriba al suelo y la
golpea hasta que ésta pierde el conocimiento, al día siguiente la víctima
amanece bien mordida y con los bolsillos vacíos.
Como Ceguas, después de vomitar el alma, quedan transformadas en mujeres
jóvenes. Sus vestidos son de hojas de Guarumo y sus cabelleras de cabuya les
llega hasta la cintura y sus dientes están recubiertos de cáscaras verdes de
plátano, si hablan se les oye la voz cavernosa y hueca. Sale del lugar pegando
tremendos chirridos, los aullidos son escalofriantes o a veces son risas o
llantos.
LOS DUENDES
Los duendes son seres pequeñitos, traviesos, astutos, de agilidad
prodigiosa, de inteligencia superior y en extremos burlones.
Aparentemente, con sus actos y hechos sencillos, son inofensivos. Pero una
cosa es oír relatar las travesuras y jugarreta de los duendes, y reírse a
carcajadas con el relato; y otra, es ser víctima o blanco de su puntería, tema
o tirria.
Por lo general no se dejan ver de la gente. Hacen sus fechorías como seres
invisibles, y la persona o personas perjudicadas, solamente escuchan los ruidos
o palpan los daños. Algunos han oído las risitas de los duendecillos, después
que acaban de hacer éstos el entuerto.
Como se expresó, estos seres burlones ejecutan actos sencillos, pero
pertinaces y hostigadores. La mayoría de las veces les da por dejar caer
“lluvias de piedras” durante horas enteras y con frecuencia, durante varios
días consecutivos, sobre los patios y corredores de las casas. Sus habitantes,
al sentirse así acosados, se desasosiegan y aterrorizan; y al cabo de cierto
tiempo, optan por irse. Pero algunas veces los duendes siguen a los huyones.
Mucho se oye hablar de los duendes por todas partes, ellos se llevan a los
niños sin bautizar en un abrir y cerrar de ojos. Según dice la gente en los
pueblos y comarcas, que los duendes son malos espíritus, son unos enanos que
tiene la planta del pie al revés, andan vestidos de rojo y caminan en fila india,
siempre en grupos de cinco. Se dice que los duendes son invisibles para los
ojos de los adultos, sólo los niños pequeños y los mudos lo ven y del miedo se
ponen a llorar. Por eso dicen que nunca hay que dejar a un niño sólo porque los
duendes se lo roban y se lo llevan a la montaña y allá convierten en duende si
no a sido bautizado, aunque también se dice se llevan a los niños ya bautizados
para perderlos en las montañas.
Otra versión dice que los duendes son como niños de la edad de cinco años.
Son viejos de edad pero son chiquititos, ese es el tamaño al que ellos llegan.
Son morenos aindiaditos como el tipo de gente de Masaya. Tienen el pelo corto,
liso, aindiado y llevan unos cotoncitos rojos de manta sin botones, sólo van
amarrados con unos lacitos. A ellos también les gustan las muchachas jóvenes
sin casarse. Las invitan a que se queden a vivir con ellos.
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