La Odisea: Homero

La Odisea

Glosario, preguntas y respuestas sobre la obra, al final.

La obra consta de 24 cantos. Al igual que muchos poemas épicos antiguos, comienza “in medias res”:
empieza en mitad de la historia, contando los hechos anteriores a base de recuerdos o narraciones del
propio Odiseo. El poema está dividido en tres partes.
En la Telemaquia (cantos del I al IV) se describe la situación de Ítaca con la ausencia de su rey, el
sufrimiento de Telémaco y Penélope debido a los pretendientes, y cómo el joven emprende un viaje en busca de su padre. En el regreso de Odiseo (cantos del V al XII) Odiseo llega a la corte del rey Alcínoo y narra todas sus vivencias desde que salió de Troya.
Finalmente, en la venganza de Odiseo (cantos del XIII al XXIV), se describe el regreso a la isla, el reconocimiento por alguno de sus esclavos y su hijo, y cómo Odiseo se venga de los pretendientes matándolos a todos. Tras aquello, Odiseo es reconocido por su esposa Penélope y recupera su reino. Por último, se firma la paz entre todos los itacenses.

CANTO I

Háblame, Musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante, tras haber arrasado la sagrada ciudadela de Troya, y vio las ciudades y conoció el modo de pensar de numerosas gentes. Muchas penas padeció en alta mar él en su ánimo, defendiendo su vida y el regreso de sus compañeros. Mas ni aun así los salvó por más que lo ansiaba. Por sus locuras, en efecto, las de ellos, perecieron, ¡insensatos!, que devoraron las vacas de Helios Hiperión. De esto, parte al menos, diosa hija de Zeus, cuéntanos ahora a nosotros.
Por entonces ya todos los demás que de la abrupta muerte habían escapado se hallaban en sus hogares puestos a salvo de la guerra y del mar. Y sólo a él, ansioso del regreso y de su esposa, lo retenía una ninfa venerable, Calipso, divina entre las diosas, en sus cóncavas grutas, deseosa de que fuera su marido. Aun cuando ya, en el transcurso de los años, llegó el tiempo en que los dioses habían fijado que volviera a su casa, a Ítaca, todavía entonces no, estaba a salvo de peligros ni en la compañía de los suyos.
Todos los dioses se compadecían de él, a excepción de Poseidón, quien se mantuvo sin tregua irritado contra el divino Odiseo hasta que alcanzó su tierra. Pero éste se había ido a visitar a los etíopes que habitan lejos —a los etíopes, que están divididos en dos grupos, los más remotos de los humanos, unos por donde se pone Hiperión, los otros por donde sale— y allá asistía a una hecatombe en su honor de toros y carneros.
Mientras él disfrutaba del festín presenciándolo, los otros dioses se habían reunido en el palacio de Zeus Olímpico. Y entre ellos comenzó a hablar el Padre de los hombres y los dioses, pues se había acordado en su ánimo del irreprochable Egisto, al que ya diera muerte el muy ilustre Orestes, hijo de Agamenón. Acordándose él de éste, dirigió sus palabras a los inmortales:
«¡Ay, ay! ¡Cómo les echan las culpas los mortales a los dioses! ¡Pues dicen que de nosotros proceden las desgracias cuando ellos mismos por sus propias locuras tienen desastres más allá de su destino! Así ahora Egisto que, más allá de las normas, tomó por mujer a la esposa legítima del Atrida y a él lo mató, a su regreso, sabiendo que así precipitaba su muerte, puesto que de antemano le dijimos nosotros, enviando a Hermes el Argifonte, diestro vigía, que no le matara ni pretendiera a su mujer. Porque habría de llegar por mano de Orestes la venganza del Atrida, cuando éste llegara a la juventud y sintiera la nostalgia de su país. Así se lo comunicó Hermes, pero no convenció con su buen consejo el entendimiento de Egisto. Y ahora lo ha pagado todo junto».
Le respondió entonces la diosa Atenea de ojos glaucos: