No puedo ni quiero callar

Carlos Alberto Ampié Loría

NO PUEDO NI QUIERO CALLAR

Selección de artículos y discursos 
2001-2015

Prólogo
“La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés”.
Antonio Machado: Proverbios

Para mí él es “los hermanos Grimm” de Nicaragua: Cuando Carlos Ampié Loría en el año 2000 –después de muchos años de vivir en Alemania– regresó a su país, dedicó mucho tiempo a la recopilación y redacción de las leyendas y cuentos populares nicaragüenses más importantes. Eso significa un trabajo de conservación del bien cultural, que mi país Alemania agradece a los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm. Como filóloga germanista Carlos Ampié Loría conoce esta obra de la mejor manera y por supuesto también el idioma y la cultura alemana. Por todo eso le fue posible publicar las leyendas y cuentos populares de Nicaragua en 2003 en un tomo bilingüe.

Como traductor trajo al público nicaragüense “Doce cuentos” del premio Nobel alemán Heinrich Böll y a los niños de Nicaragua les regaló los cuentos populares de tío coyote y tío conejo en forma de baladas –una forma particularmente típica de la lírica alemana.

He querido mencionar estas publicaciones porque reflejan la competencia intercultural de este autor, resultado de su biografía entre dos mundos y sus estudios durante toda la vida. Estudios sobre todo de lenguas y literatura. Algunos de los artículos de esta colección son muestra de ello.

Desde 2005 vive de nuevo en Alemania. Sin embargo, nunca ha perdido de vista Nicaragua: Lee con regularidad los diarios nacionales, se informa sobre el acontecer actual. Mantiene correspondencia con intelectuales y amigos nicaragüenses. A través de ese constante intercambio le es posible acercar a otros a Nicaragua –a gente que en Europa pregunta: “¿Nicaragua? Y eso ¿dónde queda?” Estos por lo general pertenecen a la nueva generación. A los mayores que han perdido de vista Nicaragua porque ya no está en los titulares de los medios– ojos que no ven, corazón que no siente: “Allí hubo una revolución ¿no? ¿Qué ha sido de los sandinistas?” Y mientras entusiasma a los primeros, hablándoles de su “proyecto de juventud”, especialmente de la Cruzada de Alfabetización y de la solidaridad que Nicaragua recibió en los años 80 y que lo llevó a él mismo como becario a la RDA, les cuenta a sus coetáneos en Europa qué ha sido de los ideales de la revolución de entonces.

Si al hacerlo su posición es crítica, a menudo demasiado crítica respecto a sus otrora compañeros, ello no es sino un testimonio más de su amor a Nicaragua. Tal y como un padre verdaderamente amoroso acompaña a sus hijos con mirada crítica, en vez de verlos con impasibles ojos arrojarse a la desgracia, así sigue Carlos Ampié Loría las sendas que hoy toman los compañeros. También de todo eso dan testimonio algunos de los artículos seleccionados para este tomo, los cuales junto a otros en lengua alemana han sido escritos en los últimos quince años.

“Si pequeña es la patria, uno grande la sueña,” quizá pero en ningún caso nacionalista en demasía. Carlos Ampié Loría da seguimiento con igual interés a los acontecimientos mundiales y comparte sus preocupaciones y análisis, sus conocimientos, percepciones e ideas con sus lectores. Al hacerlo alza, él que por lo general es más bien calladito, conscientemente su voz, y no puede ni quiere callar –¡ni debería hacerlo!

Katja Ullmann 
13 de febrero de 2016



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Los Cuentos del General y Otros Relatos

Enrique Alvarado Martínez

Ensayista y narrador. Nació en la ciudad de Granada en 1935. Hizo estudios de Ciencias Políticas en Costa Rica y Estados Unidos. Planificación e Investigación de la Comunicación en Quito, Ecuador. Se licenció de psicólogo en la Universidad Centroamericana (UCA) y obtuvo una Maestría en Comunicación Social, en la Universidad de Texas, EUA.

Ha sido docente, Director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la UCA.Vicerrector de la Universidad Centroamericana y Diplomático de Nicaragua ante los Países Nórdicos.


Ha publicado: El Pensamiento Político Nicaragüense (1968) Cuentos de Calle y Camino (1970) ¿Ha Muerto el Partido Conservador de Nicaragua? (1994), Las Increibles Aventuras de Johnny White y Billy Black  (1997), Anécdotas Granadinas (1998), la novela histórica: Doña Damiana (1998), La UCA: Una historia a través de la Historia (2000), Esa Insólita Suecia: vista por un nicaragüense (2003)  La Verdadera Historia de Johnny White y Billy Black (2004) y La UCA; Una historia a través de la Historia (2010).




LOS CUENTOS DEL GENERAL

LA MUERTE DEL GENERAL

La muerte del General se escondió por unos días para preparar las honras fúnebres con los honores de merecimiento pero también para asegurar a los amigos del General que su obra perduraría aún después de su muerte.

Por su parte los obispos que habían sido generosamente protegidos por el General, no encontraban maneras de demostrar su agradecimiento. Se hicieron misa y en ellas se repartieron hasta 500 Indulgencias Plenarias que según los sacerdotes serían efectivas por la intercesión del General.

El más ardoroso de estos clérigos era un sacerdote elevado en rango, de capelo y caperuza, que toda la vida había llevado una conducta ejemplar aún al riesgo de ofender al General, como muchas veces lo hizo, sufriendo privaciones e insultos de parte de los turiferarios. Su valentía frente al tirano lo hizo respetable y ante los ojos de la oposición como el más confiable mediador en cuanta crisis cierta o artificial había provocado el General. A él acudían los perseguidos para implorar su bendición y su amparo. Todos predecían que moriría en olor de santidad por las mortificaciones que había padecido por amor a la verdad y a la tranquilidad de su pueblo.

Pero a los ochenta años, cuando la vejez debía haber morigerado sus pasiones y atemperado sus ambiciones, una jugosa capellanía que dio abundante riqueza y poder a él y sus familiares, hizo cambiar completamente su personalidad y su conducta. Él lo explicó como una revelación divina que le hizo ver las virtudes incomprendidas de un gobernante dedicado a su pueblo, aunque siempre escondía su perfidia en un lenguaje sibilino.

En todo caso repetía incansables oraciones al altísimo al bien común y al perdón, pero por mucho esfuerzo que hiciera no podía esconder esa metamorfosis de ser humano a animal rastrero que la mayoría observaba con asombro y tristeza.

Ni aun cuando dejaron de llegar las romerías de suplicantes solicitando su bendición entendió su tragedia, más se fue hundiendo en el pantanal de su con ciencia. Cuando alguien se atrevía a criticar su nueva forma de pensar él terminaba diciendo que Cristo había profetizado que los pastores serían perseguidos y vilipendiados por defender la verdad y que la iglesia siempre se sentaba en la esquina para ver pasar el cadáver de sus enemigos.

A la muerte del General se hicieron rogatorios, vigilias y procesiones, y fueron tantas las oraciones a Dios por el alma del General que alguien llegó a decir que ni las misas, ni las Indulgencias Plenarias, ni los rosarios ajustaban para que el General subiera al purgatorio y mucho menos al cielo. Entonces el obispo “renacido” propuso que lo nombraran Cardenal de la Santa Iglesia. Todos aprobaron la idea porque hasta se pensó que bajo el título de Cardenal se facilitaría en un futuro próximo pedir la canonización del General. El telegrama que fue a Roma exaltaba las virtudes y la nobleza del General y hasta le atribuía hechos que podrían considerarse milagrosos en su ejemplar vida.

Roma, prudentes en estas cosas, mandó a recordar que la Santa Sede era la única institución a la que le correspondía el nombramiento de los cardenales. Que los cardenales en el presente debían de ser religiosos no casados. Que, aunque en el pasado hubo cierta liberalidad en eso de papas con mujeres, como el caso de Alejandro VI, esa era historia antigua y finalmente, que nunca se había nombrado a una persona Cardenal después de muerto.

Los obispos locales entendieron el mensaje del Vaticano, pero no quedó satisfecho su afán de agradar a la familia del General con una especial distinción. Por lo tanto, desistieron del cardenalato y le nombraron Príncipe de la Iglesia, con lo cual, no desobedecían al Santo Padre, pero aseguraron que ser Príncipe de la Iglesia era prácticamente lo mismo, con la única diferencia que el General no podría votar en un Cónclave de la iglesia. Explicaron con abundancia que en tiempo pasado cuando los papas tenían tanto poder como los reyes, se usaba indistintamente la palabra Cardenal o Príncipe de la Iglesia.

Por su parte los militares que miraban al General como su propio padre organizaron maratónicas sesiones de llanto colectivo, acompañados de sus mujeres. Muchas de ellas habían compartido la cama del General, de tal manera que el llanto auténtico que sus esposos observaron, no era la solidaridad con el marido huérfano de padre, sino el llanto de la mujer huérfana de amante, abatida por la pérdida de su objeto de placer.



EL GENERAL EN SU  LECHO DE MUERTE

Ya en su lecho de muerte el General recordaría como fue que pasó todo, hasta perderse en los meandros del poder. Regresó paso a paso por su vida. Su juventud estremecida por una pasión sin freno con aquella empleada doméstica, mulata de duras carnes y sexo salvaje. La aflicción de sus padres para desprenderlo de esa insania amorosa. Su viaje a Estados Unidos donde trató de olvidarse de Olivia, metiéndose en la cama de la esposa de su profesor de inglés hasta que el teacher ofendido le ofreciera doce perdigones de su escopeta con que cazaba patos en las riberas del Potomac.

Unos meses en la escuela de los marines, de donde desertó por falta de disciplina y una excesiva prisa para saltar etapas y llegar a lo más alto. Su regreso a un país en guerra, contra un guerrillero desafiante y peligroso. Sus ojos puestos en la oportunidad precisa para saltar de la insignificancia al poder.

Su país ocupado por marines y su inglés facilitándole entrar en la confianza de los interventores. Sus pantalones bombachos, sus botas de charol y una fusta de mando que le regaló el Capitán Lake, y así se miraba marcial y decidido para seguir su destino. Dio la orden de muerte para el “bandido” sin que le temblara la voz y sin que le remordiera la conciencia, porque todo lo había hecho por la patria como se lo dijeron sus oficiales y los del ejército de ocupación. Y así llegó al poder total, aclamado por rojos y verdes porque él era el símbolo de la paz y el progreso. Porque habría de dirimir los antagonismos partidarios y redimir las pesadas cadenas del atraso.

¿Qué hizo? Se preguntaba para que lo llamaran dictador, cuando todo cuanto procuró fue para aliviar a los pobres de la pobreza, a las viudas de la tristeza y a los niños de la orfandad. Consiguió la paz precisamente para que hubiese bienestar y progreso.

En principio su corazón estaba con los trabajadores y su lema: Primero el Obrero, era legítimo, porque él había sido un obrerista de corazón. Les había dado a los obreros, a pesar de los capitalistas vende—patria, un Código del Trabajo, uno de los más avanzados en el mundo. Les había creado un Seguro Social para que los obreros al momento de llegar a la ancianidad no murieran en el desamparo.

Todos los Primeros de Mayo, él había marchado a la cabeza con sus obreros reclamando justicia social y cantado con ellos La Internacional. Se abrazó con Lombardo Toledano el líder de los sindicalistas mejicanos y ambos levantaron los puños como símbolo de la victoria del proletariado. Les había regalado casas para convertirlas en Club de Obreros y por eso no debían sorprenderse que los obreros, por su propia voluntad, le hubiesen erigido bustos o estatuas en el frente de estos clubes. Que más pruebas del amor a su pueblo se podía esperar. Y si es cierto que en algunas ocasiones tuvo que usar la mano fuerte y el puño firme, fue porque como todo padre amoroso, amante del orden y el bien común, tenía que castigar a quienes atentaban contra el pueblo.

El pueblo, su amado pueblo, lo llevó a donde quiso y si en algún momento el pueblo le hubiese pedido dejar el mando, él inmediatamente lo hubiera hecho. Y si se tuvo que reelegir fue porque el pueblo se lo pidió y nadie más.

Pero también reflexionaba: los políticos me embrocaron con sus cantos de sirenas: General usted es el único. General con usted hoy y siempre. General que no haya receso, siga hasta terminar su obra. General si usted nos deja quien va a continuar el progreso. Los vende patria y la oligarquía lo quieren ver fuera del poder para vender de nuevo el país a los inversionistas extranjeros.

Que sin usted somos huérfanos de padre y madre. Que hasta la Santa Iglesia Católica ruega a Dios por su salud eterna. Y ¿porque dios o demonio estoy aquí muriendo a fuego lento en este infierno de intestinos ardientes? ¿A quién hice tanto mal para que se alegraran con mi muerte? No es la bala que me quema sino el poder que me consume y que me hace maldecir a todos los generales que me sucederán en el mando y que sufrirán de igual desgracia. ¿Qué mal hice para que me hicieran tanto mal?

En otro momento de lucidez, el General llamó a su hijo, que le sucedería en el mando y tuvo una larga conversación. Su sabiduría de moribundo profetizó sobre el futuro de los generales y los hombres fuertes que quieren creer en su inmortalidad. Algo que recordaría siempre que el fantasma de la muerte lo asediaba. Una de las advertencias que le dio era que el poder era mortal, porque el que tiene poder quiere más y es un vagón sin freno bordeando el precipicio. Le aconsejó saber cuándo debía bajarse del poder ya que él no estaba muriendo por los estropicios de la bala certera sino por los excesos del poder.

Le profetizó que todos los generales de su siglo y del siguiente terminarán cuando el poder los vuelva insensibles y ciegos. Cuando no acierten a ver de lejos la bala que le pondrá una condecoración de sangre en su pecho estrellado. Le advirtió que el oficio del poder era trabajo de 20 horas y 4 para dormir con los ojos abiertos. Que en este país se sube y se baja por la fuerza, nunca por la razón. Que para conservar la vida por más tiempo hay que tener el poder por menos tiempo. Y finalmente que los que le adulan y sugieren retener el poder por siempre no lo hacen para la salud del general, sino para el beneficio del soldado. Y que eso, como a él se lo hicieron, se lo harán al siguiente.
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CONTENIDO DEL LIBRO

  • LA MUERTE DEL GENERAL
  • EL GENERAL EN SU LECHO DE MUERTE
  • EL PADRE DE LA PATRIA
  • CUAUTH-OCELOTL
  • LA ESTATUA DEL GENERAL
  • LA CARRETERA DEL GENERAL
  • EL REPORTERO Y LA POLICIA DEL GENERAL
  • LA HIJA DEL GENERAL
  • EL BÉISBOL Y EL GENERAL
  • LAS ELECCIONES
  • COMO BURLAR AL TIRANO
  • LOS POBRES Y EL GENERAL
  • EL CORONEL BRAGUETA
  • LA PISCINA DE CACA
  • ASENCIO
  • LAS TURBAS CELESTIALES
  • EL GENERAL Y LA GUERRA MUNDIAL
  • EL ABOGADO DEL GENERAL
  • EL POETA Y LA AMANTE DEL GENERAL

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Aventuras de Juan Parado - Cuentos

Carlos Alemán Ocampo

Esta colección de relatos es el libro más entrañable del narrador Carlos Alemán Ocampo (El Diriá, Granada, 1941), maestro de oralidad e inventor de historias. Pero aquí reinventa —a partir de una admirable contextualización y recreación— la fantasía popular, centrada en un personaje: Juan Parado (cuyo apellido era Mena), émulo de Pedro Urdemales, Machón Gago, Juan Ventura y otros célebres "mentirosos". Aquí se plasman los sueños y las aspiraciones de la gente que en su entorno vital el autor conoció, recurriendo a un sentido mágico de la vida.

Alemán Ocampo, lingüista formado en España, obtuvo el “Premio Nacional Rubén Darío” en 1995 con su novela Vida y amores de Alonso Palomino y es miembro de número, desde 1998, de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Entre sus obras figuran las novelas "En esos días" (1972) y "Bardmg House San Antonio" (1985); el cuentario "Tiempo de llegada" (1973), la crónica "Y también enséñenles a leer" (1984) y el libro de ensayos culturales "Entre el fuego y el agua" (1986).

Aventuras de Juan Parado. Segunda edición

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EL AYOTAL DEL CABALLO

UN HOMBRE recién casado debe ser cumplidor. Cumplirle con el gasto a la mujer y nunca dejarla sola. No es por la desconfianza, es por la ilusión del cariño con que se casa y porque en los primeros años se le van haciendo las costumbres. El otro asunto es con la mantenencia, el hombre que no mantiene su casa mejor que ni busque mujer, así decía Juan Parado y así lo cumplía.

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