Poesía dispersa de Rubén Darío (1908 -1916)



1908 

• Enero 10. Entrevista de los presidentes de Nicaragua y Costa Rica en la frontera de ambos países. Darío en la comitiva de Zelaya. 
• Enero 18. Su cumpleaños es celebrado en Managua. 
• Enero 24. Iniciado aprendiz masón en la Logia Progreso N.° 16, de Managua. 
• Febrero 2. Gran velada en la Escuela Normal de Señoritas, de Managua, en su honor. 
• Marzo. Semana Santa en la Isla del Cardón, Corinto, pasada con las familias Debayle, Castro, etc. Escribe varios poemas. 
• Abril 3. Se embarca en Corinto para Europa vía Panamá. 
• Abril 18. Llega a Nueva York. Mayo ¿2? Llega a París. 
• Mayo 18. Llega a Madrid. 
• Junio 2. Presenta credenciales de Ministro de Nicaragua a Alfonso XIII, rey de España. La Legación queda instalada días después en la Calle Serrano 27, y empieza la lucha dolorosa por el pago de sueldos. 
• Junio 21. Llega Santiago Argüello a Madrid y Darío lo hospeda en la Legación.
• Julio 22. “El viaje a Nicaragua”, envía a La Nación, el primer artículo de esa serie.
• Agosto. Veranea en San Esteban de Pravia, Asturias.


Y cuando en el abismo de mi alma…


Y cuando en el abismo de mi alma me despeño
–Prometeo de mi alma y buitre de un sueño–
muriendo de mi vida, viviendo de mis días.

¿1908?


Trébol Lírico


En honor de la Sra. del Presidente de Costa Rica, 
don Cleto González Víquez.

Trébol lírico decora
esta página, Señora,
que le explica
cómo vemos astro y rosa
en la Dama de la hermosa
Costa Rica.

(Gunacaste, C. R., hacienda de Bruamónd, 
enero, 1908)


Villancicos navideños populares

Navidad, dulce Navidad



Navidad, Navidad,
dulce Navidad
la alegría de este día hay que celebrar.


…se repite….






Los peces en el río


La Virgen está bañando
y tendiendo en el romero,
los pajarillos cantando,
y el romero floreciendo.


Poesía dispersa de Rubén Darío (1893-1907)



1893

• Enero 5 - En el vapor Acapulco llega a Corinto de regreso de España.
• Enero 26 - Muere Rafaela Contreras de Darío en San Salvador, durante una operación quirúrgica, a consecuencia de una dosis excesiva de cloroformo.
• Marzo 8 - Matrimonio de Rubén Darío y Rosario Murillo en Managua, Nicaragua.
• Abril 3 - Llega a Panamá con su esposa, la cual regresa a Nicaragua.
• Abril 17 - Es nombrado Cónsul General de Colombia en Buenos Aires. Ver en el Capítulo XII de "La dramática vida de Rubén Darío (Edelberto Torres Espinosa)" las fechas contradictorias que ofrece este caso.
• Mayo - En Nueva York. Encuentro con José Martí.
• Junio 7 - Se embarca para Francia.
• Junio - Julio - París. Banquete en su honor. Estudia la nueva poesía francesa; el simbolismo y la escuela romana. Conoce a Verlaine y Jean Moréas.
• Agosto 13 - Llega a Buenos Aires.
• Agosto 20 - “La leyenda del águila”. La Nación, Bs. As. Es el primer artículo de los que integrarán Los Raros, donde tiene el título de “Georges d’Esparbés”.
• Septiembre 1 - “Era un aire suave”. Primer poema escrito y publicado en Buenos Aires, de los que formarán Prosas Profanas. Vio la luz en la Revista Nacional, de Carlos Vega Belgrano.


À la petite Isabeau*

Este, sin prólogo o preámbulo,
es un regalo precioso:
un poeta doloroso
te da un pájaro noctámbulo.

   Tienes tres años; la rosa
que está en el tallo tiene ésos;
tus labios florecen besos
y no comprendes la prosa.

   Te doy el pájaro, niña,
mas si lo matas, ¡traviesa!,
que tu madre que te besa
por el pobre, que te riña.

El asesinato de Sandino

Documentos testimoniales recopilados por Eduardo Pérez Valle.

Eduardo Pérez Valle (1924 - 1998). Historiador, abogado y geógrafo nicaragüense. Su formación inicial estaba encaminada hacia la carrera de medicina, estudios que interrumpió cuando el entonces presidente Anastasio Somoza clausuró la Universidad Central para abortar las protestas de la oposición política. Pérez Valle fue editor del primer periódico universitario que se publicó en aquella época y posteriormente, en 1946, participó en la fundación de la Universidad Libre. Además, fue profesor del Instituto Pedagógico y catedrático de la Universidad Centroamericana. Es autor de una prolífica obra sobre la historia de Nicaragua.

DESCARGA PDF

Disponible en Casa del libro

Buscar

Poesía dispersa de Rubén Darío (1887-1892)

1887

Febrero 11: “Anagke”. “A Pedro Balmaceda”. La Época. Primer poema de los que integrarán Azul…
Febrero: Darío deja Santiago y vuelve a Valparaíso.
Marzo 16: Abrojos. Imprenta Cervantes. Calle de La Bandera, 73. Santiago de Chile.
Marzo 29: La Época publica en esta fecha información de que Rubén Darío ha sido nombrado ese día guarda-inspector de la Aduana de Valparaíso.
Septiembre 8: Entrega de los premios del certamen Varela en el Orfeón Francés de Santiago. Darío llega a Santiago, pero no asiste al acto. Cobra su premio después.
Octubre 9: La Época publica el “Canto épico a las glorias de Chile”.


 Nuevos Abrojos

 I

Viendo a su madre aterida 
por el frío de la muerte,
el buen Juan lágrimas vierte 
por la que le dio la vida.

Y dice, al verlo llorar,
su novia a su hermana Andrea: 
–¡Mira qué cara tan fea 
pone Juan al gimotear!

Y él las lágrimas secando
con una mueca de risa, 
dice a su novia de prisa:
–¿Quién dice que estoy llorando?

(Enero, 1887)


En el álbum de Pedro Nolasco Préndez

Ante el tribunal divino
de Apolo, el crinado y fuerte, 
poco después de su muerte 
llegó Andrade, el argentino.

  Y entre las Musas y Gracias, 
en aquel supremo día, 
con el néctar y ambrosía, 
sin andar con diplomacias,

Confidencias al caimito

PRÓLOGO DEL LIBRO

Desde su título, sencillo pero muy sugerente, este libro de Gilberto Rodolfo, toma distancia de todo afán pretensioso. Sus Confidencias al caimito expresan la necesidad de comunicar al lector una visión del arte poética como instrumento de reflexión sobre la autenticidad del Ser. Su mirada sobre la naturaleza y lo humano pretende llevarnos de la exterioridad material de las cosas a su esencia metafísica. Y lo logra en su poesía como lo ha logrado en sus pinturas y en su música.

Porque cuando hablamos de Gilberto Rodolfo, nos estamos refiriendo a un artista total y a un auténtico revolucionario. Aunque su profesión original es la de publicista creativo o administrador publicitario, su ambición artística lo ha llevado a incursionar con similar fortuna en la música, el dibujo, la pintura y la literatura. De la misma manera, su sensibilidad social y sus inquietudes políticas lo arrastraron tempranamente a la lucha contra la dictadura somocista y a la militancia revolucionaria comprometida.

La historia del viejo


Tomado de Gustavo A. Prado: Leyendas Coloniales.
Título original: La historia del viejo Ahumada.
Ediciones de Club del Libro Nicaragüense, Managua 1962.

Esto ocurrió durante el período colonial en tiempos en que se les llamaba a estas tierras Indias Occidentales.

Santa Teresa de Jesús, a quien crónicas y memorias llaman la doctora de Ávila, tenía un hermano, llamado Francisco de Ahumada, bien entrado en años, a quien dio la santa el encargo de dotar a las tres catedrales más célebres de estas Indias, de tres esculturas de la Virgen Santísima, bajo tres distintos títulos. Así: la del Carmen, a Guatemala; a la de Concepción, a León de Nicaragua; y la de Mercedes, a la llamada ciudad de los Virreyes de Lima.

El varón se dispuso a cumplir el encargo de su hermana la santa, y enderezó proa con otros más, hacia las Indias Occidentales desde España, haciéndose a la mar con buen viento.

Cumpliendo su misión en Lima y Guatemala, quedaba pendiente Santiago de los Caballeros de León y zarparon con hinchadas velas a la mar, embarcándose en el puerto de Iztapa, luego llegaron al Realejo y de allí siguieron su viaje a Chinantlán, en donde hizo alto para continuar al otro día su viaje hacia León.

Muy de mañana, enderezadas las cargas, en una mula y unos caballos partían, mas es fama bien notoria, que la mula, al llegar a cierto punto, se negó a pasar y siendo en vano los ruegos y zurras de don Francisco de Ahumada, éste le dijo tantas palabrotas y maldiciones que la mula se estremeció tanto que hizo exclamar a Francisco:


—¡Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal!

—No sigáis hermano que puede llover fuego —le dijo uno de sus acompañantes.

El animal quedó quieto, le pusieron la carga y éste la tiró del cabestro, le hicieron mil diligencias para que se moviera y el animal todavía estuviera allí si Dios le hubiese dado largos años de vida.

—Hágase tu voluntad, Dios mío —dijo Ahumada—, y retornemos a la posada que mañana será otro día.

Por varios días buscó otra salida, otros caminos, pero regresaba al mismo sitio; el animal iba a buen paso, pero se detenía en ese mismo lugar.

La piedad y la superstición dieron en decir que la Virgen no quería marcharse de Chinantlán y de acuerdo con el cura y el permiso de Ahumada, se acordó que la Virgen quedase en Chinantlán. Procediéndose enseguida a levantar el templo.

Corrieron los años y la Virgen de la Concepción llegó a conocerse como la Virgen del viejo, haciendo referencia así, al viejo Ahumada que la dejó.

“Sólo la Virgen del viejo puede salvar a tu hijo.” “En la tempestad del Realejo, se salvaron todos porque eran devotos de la Virgen del viejo”, decían muchos creyentes.

Un caso muy conocido se refiere a una señora que estaba sola en el momento justo que iba a dar a luz, invocó la misericordia de la Virgen del viejo, apareciendo momentos después una mujer de rara belleza que la asistió con cuidadoso esmero, y al despedirse la señora agradecida le dijo:

—Dígame donde vive usted para ir a verla en cuanto me levante.

—Pregunte por mí en la plaza y cualquiera te dará las señas.

—Y… ¿cómo se llama usted?

—Yo me llamo María de la Concepción.

La señora se levantó, fue a buscar a la divina comadrona; pero nadie le dio razón.

—Sin embargo —decía— ella me asistió, y quiero verla.

Y la pudo ver, la reconoció al notar que se trataba de la mismísima Virgen del viejo Ahumada.

—Ella es —dijo. Y le dejó a sus pies sobre el altar, algunas frutas y flores como muestra de agradecimiento.

Pasó el tiempo y la escultura del viejo Ahumada, fue adquiriendo cada vez más popularidad por sus milagros tan numerosos.

Todo el mundo la conocía como la Virgen del viejo. De esta manera Chinantlán pasó a ser conocido como El Viejo Chinantlán, luego simplemente El Viejo, que se convirtió en un municipio, bastante poblado, del departamento de Chinandega y teniendo como centro la Basílica de la Concepción de María, donde aún se encuentra la Virgen de El Viejo, ahora como referencia al poblado.


Poesía dispersa de Rubén Darío (1884 -1886)

1884

• Enero. Es probable que en este mes se instruyera el proceso de Rubén Darío acusado de vago.
• Febrero. Colabora en la prensa de Managua.
• Marzo. Trabaja en la Biblioteca Nacional que dirige D. Modesto Barrios.
• Mayo 31. Rubén Darío pide al Prefecto de León que sea revocada la sentencia recaída en su persona acusado de vago.
• Junio 21. Es revocada la sentencia que lo condenó por vago.
• Agosto 13. Acompaña al presidente Cárdenas en la gira a San Juan del Sur y Corinto al encuentro del presidente Zaldívar de El Salvador. En el banquete celebrado en Corinto brindó en verso.
• Agosto 26. “Epístola a Juan Montalvo”. El Ferrocarril, Managua.
• Octubre 22.  Crítica a “La ley escrita de Rubén Darío”, por Ricardo Contreras. Es la primera crítica hecha al poeta en Nicaragua.
• Octubre 29. “Epístola a Ricardo Contreras”. El Diario Nicaragüense.


Carta abierta

 A Fidelina Santiago

Amada mía: Lo que escribo ahora
              es súplica que implora,
no palabra que exige; es lo que siente
un alma ingenua: Amor es quien la guía.
              Sabrás, amada mía,
que una alma enamorada nunca miente.

   Pues la cruel decepción un tiempo quiso
              no guiarme al paraíso.
sino a la senda amarga de un infierno;
pues cometí un error, tengo disculpa:
              no fue mía la culpa
para guardar este dolor interno.

   Quien da un paso, olvidado de sí mismo,
              y cae en un abismo
cuya entrada la ocultan bellas flores,
víctima de la suerte y de su engaño,
              no es culpable del daño
si se dejó atraer por sus primores.

Poesía dispersa de Rubén Darío (1882-1883)

1882
Enero 24 - “El libro”; poema en cien décimas leído en una recepción de Palacio.
Enero 30 - Acuerdo de la Cámara de diputados: “El Gobierno de Nicaragua hará colocar por cuenta de la Nación al inteligente Joven pobre Rubén Darío, en el plantel de enseñanza que estime más conveniente para completar su educación.” El agraciado no aceptó.
Agosto - Llega al puerto de La Libertad de El Salvador.
Septiembre 15 - Melopea en verso con Román Mayorga Rivas, en la velada con que la Sociedad La Juventud celebró la Independencia.

               El Libro


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; 
y para que así fuera, lo hizo creador como El. 
La creación del hombre es el Libro; el Libro 
está hecho a imagen y semejanza del hombre; 
el Libro tiene vida; el Libro es un ser.

I. DE CASTRO Y SERRANO

Ven a mí, musa querida;
mi lira dame: levanta
y únete a mi voz y canta
la humanidad redimida.
Redimida con la vida;
no con Gólgota ni Cruz,
ni martirios de Jesús;
sino con la fuerza inmensa...
fuerza que bulle y que piensa.
¡Con el libro, que es la luz!

Las albóndigas del Coronel - Rubén Darío

Lo que va entre corchetes [ ] es para un mejor entendimiento a la lectura.

Descarga GRATIS el cuento ilustrado "Las albóndigas del Coronel" 👍

Las albóndigas del coronel

Tradición nicaragüense1

Cuando y cuando que se me antoja he de escribir lo que me dé mi real gana; porque a mí nadie me manda, y es muy mía mi cabeza y muy mías mis manos. Y no lo digo porque se me quiera dar de atrevido por meterme a espigar en el fertilísimo campo del maestro Ricardo Palma; ni lo digo tampoco porque espere pullas del maestro Ricardo Contreras.2 Lo digo sólo porque soy seguidor de la Ciencia del buen Ricardo.3 Y el que quiera saber cuál es, busque el libro; que yo no he de irla enseñando así no más, después que me costó trabajillo el aprenderla. Todas estas advertencias se encierran en dos; conviene a saber: que por escribir tradiciones no se paga alcabala; y que el que quiera leerme que me lea; y el que no, no; pues yo no me he de disgustar con nadie porque tome mis escritos y envuelva en ellos un pedazo de salchichón. ¡Conque a Contreras, que me ha dicho hasta loco, no le guardo inquina! Vamos, pues, a que voy a comenzar la narración siguiente:
 
Allá por aquellos años, en que ya estaba para concluir el régimen colonial, era gobernador de León el famoso coronel Arrechavala4, cuyo nombre no hay vieja que no lo sepa, y cuyas riquezas son proverbiales; que cuentan que tenía árboles de oro.

El coronel Arrechavala era apreciado en la capitanía general de la muy noble y muy leal ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala.

Así es que en estas tierras era un reicito sin corona. Aún pueden mis lectores conocer los restos de sus posesiones pasando por la hacienda Los Arcos, cercana a León.

Todas las mañanitas montaba el coronel uno de sus muchos caballos, que eran muy buenos, y como la echaba de magnífico jinete daba una vuelta a la gran ciudad, luciendo los escarceos de su cabalgadura.

El coronel no tenía nada de campechano; al contrario, era hombre seco y duro; pero así y todo tenía sus preferencias y distinguía con su confianza a algunas gentes de la metrópoli.

Una de ellas era doña María de..., viuda de un capitán español que había muerto en San Miguel de la Frontera.

Pues, señor, vamos a que todas las mañanitas a hora de paseo se acercaba a la casa de doña María el coronel Arrechavala, y la buena señora le ofrecía dádivas, que, a decir verdad, él recompensaba con largueza. Dijéralo, si no, la buena ración de onzas españolas del tiempo de nuestro rey don Carlos IV que la viuda tenía amontonaditas en el fondo de su baúl.

El coronel, como dije, llegaba a la puerta, y de allí le daba su morralito doña María; morralito repleto de bizcoletas, rosquillas y exquisitos bollos con bastante yema de huevo. Y con todo lo cual se iba el coronel a tomar su chocolate. Ahora va lo bueno de la tradición.


Se chupaba los dedos el coronel cuando comía albóndigas, y, a las vegadas, la buena doña María le hacía sus platos del consabido manjar, cosa que él le agradecía con alma, vida y estómago.

Y vaya que por cada plato de albóndigas una saya de buriel, unas ajorcas de fino taraceo, una sortija, o un rollito de relumbrantes peluconas, con lo cual ella era para él afable y contentadiza.

He pecado al olvidarme de decir que doña María era una de esas viuditas de linda cara y de decir ¡Rey Dios! Sin embargo, aunque digo esto, no diré que el coronel anduviese en trapicheos con ella. Hecha esta salvedad, prosigo mi narración, que nada tiene de amorosa aunque tiene mucho de culinaria.

Una mañana llegó el coronel a la casa de la viudita.

—Buenos días le dé Dios, mi doña María.

—¡El señor coronel! Dios lo trae. Aquí tiene unos marquesotes que se deshacen en la boca; y para el almuerzo le mandaré... ¿qué le parece?

—¿Qué, mi doña María?

—Albóndigas de excelente picadillo, con tomate y chile y buen caldo, señor coronel.

—¡Bravísimo! —dijo riendo el rico militar—. No deje usted de remitírmelas a la hora del almuerzo.

Amarró el morralito de marquesotes en el pretal de la silla, se despidió de la viuda, dio un espolonazo a su caballería y ésta tomó el camino de la casa con el zangoloteo de un rápido pasitrote.

Doña María buscó la mejor de sus soperas, la rellenó de albóndigas en caldillo y la cubrió con la más limpia de sus servilletas, enviando en seguida a un muchacho, hijo suyo, de edad de diez años, con el regalo, a la morada del coronel Arrechavala.

Al día siguiente, el trap trap del caballo del coronel se oía en la calle en que vivía doña María, y ésta con cara de risa asomada a la puerta en espera de su regalado visitador.

Llegóse él cerca y así le dijo con un airecillo de seriedad rayano de la burla:

—Mi señora doña María: para en otra, no se olvide de poner las albóndigas en el caldo.

La señora, sin entender ni gota, se puso en jarras y le respondió:

—Vamos a ver, ¿por qué me dice usted eso y me habla con ese modo y me mira con tanta sorna?

El coronel le contó el caso; éste era que cuando iba con tamaño apetito a regodearse comiéndose las albóndigas, se encontró con que en la sopera ¡sólo había caldo!

—¡Blas! Ve que malhaya el al...

—Cálmese usted —le dijo Arrechavala—; no es para tanto.

Blas, el hijo de la viuda, apareció todo cariacontecido y gimoteando, con el dedo en la boca y rozándose al andar despaciosamente contra la pared.

—Ven acá —le dijo la madre—. Dice el señor coronel que ayer llevaste sólo el caldo en la sopera de las albóndigas. ¿Es cierto?

El coronel contenía la risa al ver la aflicción del rapazuelo.

—Es —dijo éste— que... que... en el camino un hombre... que se me cayó la sopera en la calle... y entonces... me puse a recoger lo que sé había caído... y no llevé las albóndigas porque solamente pude recoger el caldo...

—Ah, tunante —rugió doña María—, ya verás la paliza que te voy a dar...

El coronel, echando todo su buen humor fuera, se puso a reír de manera tan desacompasada que por poco revienta.

—No le pegue usted, mi doña María —dijo—. Esto merece premio.

Y al decir así se sacaba una amarilla y se la tiraba al perillán.

—Hágame usted albóndigas para mañana, y no sacuda usted los lomos del pobre Blas.

El generoso militar tomó la calle, y fuese, y tuvo para reír por mucho tiempo. Tanto, que poco antes de morir refería el cuento entre carcajada y carcajada.

Y a fe que desde entonces se hicieron famosas las albóndigas del coronel Arrechavala.

1 Darío no oculta la influencia de las Tradiciones de Ricardo Palma (1833-1919); la declara en las primeras líneas de su Tradición nicaragüense. En 1885 la Biblioteca Nacional de Managua, donde Rubén tenía un empleo, recibió en canje algunas obras de don Ricardo; entre ellas, seguramente la segunda edición de las Tradiciones peruanas (1883), que alcanzaba hasta la sexta serie.

2 Ricardo Contreras, profesor mexicano de gran información literaria, fue el primer crítico de la poesía de Darío. El Diario Nicaragüense de Granada, 16 y 22 de octubre de 1884, nums. 85 y 90, respectivamente, publicó su comentario a la ley escrita, en la que Contreras, no obstante echarle en cara incorrecciones gramaticales, le hacía magníficos augurios Darío contestó con una extensísima Epístola en tercetos, publicada en el mismo diario, 29 de octubre de 1884, núm. 96, con que luego el poeta encabezó sus "Primeras notas" [Epístola y poemas], Managua, 1888.

3 En la Biblioteca Nacional de Managua, Darío debió conocer el Poor Richard's Almanac (1733-1758) de Benjamín Franklin (1706-1790) en traducciones españolas como la Ciencia del buen Ricardo, Madrid, 1844: Caracas, 1858, y Guayaquil, 1879.

4 El coronel Joaquín Arrechavala ocupó interinamente la Gobernación de la Provincia de Nicaragua (1813-1819). Su figura se ha vuelto legendaria en ese país: aparece, siempre a caballo, como protagonista de anécdotas amorosas y cuentos de aparecidos.

-------------------------------

Descarga GRATIS el cuento ilustrado "Las albóndigas del Coronel" 👍

Vea aquí mismo


Buscar

¿Quiénes somos? libro

 ¿Quiénes somos? Ensayo Biosocial sobre nuestra Cultura

Simeón Rizo Castellón

El curioso lector se preguntará ¿de qué trata este libro? Intentaré explicarlo.

Simeón Rizo, en su tercer libro sobre neurociencia y antropología social, se propone guiarnos por el largo recorrido de la evolución para inducirnos a responder preguntas trascendentales, verbigracia ¿qué es el hombre? partiendo del análisis que hace a lo largo de más de cien páginas, auxiliado por la Genética y la Neurociencia, acercarnos a una caracterización de quién y cómo es el nicaragüense.

No es casual que para abordar los diferentes temas y problemas que constituyen la esencia del libro, se haya valido del poema “Lo fatal” de Rubén Darío. El bardo grita en su desosegado verso que no hay mayor pesadumbre que la vida consciente y abatido por el pesimismo de su angustia vital, afirma que, no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, envidiando la suerte del árbol, que es apenas sensitivo y más la piedra dura porque esa ya no siente…

Mientras Rubén se queja de la pesadumbre de la vida consciente, Simeón, más científico que poeta, nos define y explica la evolución de la consciencia humana. “Está demostrado que la consciencia es un producto del cerebro y este a su vez es un producto de la evolución de la neurona, iniciada hace mil millones de años”.

Vende libros electrónicos

Ya sean tus propios libros o cualquier otros (en este caso recomiendo tener los derechos de publicación y venta) Payhip es una buena opción, lo ha sido para mí y por eso lo recomiendo. Tengo libros en Amazon en paperback junto con los e-books (papel y electrónicos) pero Payhip me pareció un aliado interesante porque:
  • Sólo cobran un 5% de las ventas.
  • Puedes fijar el precio que quieras.
  • Te permite subir archivos pdf, pub y mobi. Yo prefiero distribuirlos en pdf por lo del diseño integro del libro.
  • Puedes poner o subir un archivo "preview" que es el ebook incompleto, pues solo es una muestra para el cliente antes de la compra cuando descargue el archivo del libro completo.
  • La plataforma tiene integrada opciones para ayudarte a compartir tu libro en las redes sociales.
  • Puedes crear cupones de descuento, activar un descuento por compartir e incluso fijar un precio mínimo y que cada uno pague lo que considere oportuno.
  • Dispones de estadísticas.
  • Puedes proteger tus ebooks añadiendo un código a cada descarga y limitando el número de descargas por usuario.
  • También permite crear enlaces de afiliado, para eso haces otro tipo de cuenta, siempre dentro de Payhip.
------------------------------------------------------

LO QUE PAYHIP OFRECE

VENTAS DIRECTAS
Alojaremos todos sus archivos, gestionaremos los pagos a través de Paypal y Stripe y entregaremos sus archivos de forma segura a sus clientes.

CAMPAÑAS PROMOCIONALES
Comience a vender sus productos digitales en Facebook y Twitter, así como en cualquier sitio web o blog, simplemente compartiendo un enlace y promocionando como un profesional con nuestras herramientas.

CUMPLIMIENTO DE CUALQUIER DISPOSITIVO
Ofrezca documentos digitales, audio, video streaming o libros electrónicos. Podemos apoyarlos a todos y entregarlos a los dispositivos de sus clientes.
------------------------------------------------------

Muchos nuevos escritores sabrán lo difícil que es encontrar alguien que publique sus trabajos de fora impresa, esta opción que les presento es tener tu propia tienda virtual, solo que tienes que darle publicidad tú mismo, ya sea a través de paginas web que administres (o pidiéndole o contratando a alguien que la tenga), en redes sociales, en blogs, por correos, etc. Puedes aprovechar los correos automáticos que se les envían a cada comprador luego que hace su compra, para informarles que los puede adquirir de forma impresa a través de Amazon, como yo lo hago, y le puedes poner el enlace de tu libro en la tienda de Amazon.

Por esta razón la oportunidad de vender tu trabajo, escrito o libro se encuentre en este nuevo mundo digital. Payhip es una puerta clara y cristalina para hacer esto ya que te permite vender tus libros permitiéndote conservar todos los derechos sobre el mismo y no tomando un centavo de las recaudaciones que el mismo haga.

Por favor visita mi tienda y échale un vistazo a los libros que tengo ofertado a una mínima cantidad que Paychip me recomienda para sacarle una optima ganancia por cada venta.

Poesía dispersa de Rubén Darío (1879)

La presente selección incluye poemas, versos y otras manifestaciones poéticas de Rubén Darío publicadas por periódicos y revistas de la época, o bien encontradas por investigadores nacionales y extranjeros, los cuales no llegaron a formar parte algunos de los libros de poesía del gran panida.

En 1877 hace versos sin equivocarse en el ritmo y la medida. “De mí sé decir que a los diez años ya componía versos, y que no cometí nunca una sola falta de ritmo”.

Enero 1879. Primer soneto conocido de Rubén Darío: “La Fe”, publicado en el periódico leonés “El Ensayo.” Por ser su primer poema publicado incluimos una facsimilar de su original. El mismo formaba parte de una libro non nato, que en el manuscrito Darío tituló “Poesías y Artículos en Prosa, tomo I” y que con motivo del centenario de su nacimiento (1967) se publicara por la UNAN, en León, Nicaragua. Se publicó así mismo un segundo tomo que contiene la poesía ya editada y con prolijas notas del profesor Fidel Coloma.



Muchachos, sin vacilar…

Muchachos, sin vacilar
corramos a los limones,
y vean estos panzones
que nos sabemos vengar.

León, Nicaragua.

La Radio en Nicaragua: Sus protagonistas

Entrevista a Fabio Gadea Mantilla

Esta entrevista está incluida en muchas otras más que Miriam Palacio Sevilla hiciera a los protagonistas de la radio en Nicaragua en su libro próximo a publicarse por "Segovia Ediciones Latinoamericanas, cuyo título es: "La Radio en Nicaragua: Sus protagonistas".

A continuación una porción de esa entrevista que tiene que ver con el inicio del programa radial de cuentos "Pancho Madrigal" que "lanzó al estrellato" al señor Favio Gadea Mantilla y a Otto de la Rocha.


90. MIRIAM: ¿Su llegada a Radio Mundial cambia su vida?

91. FABIO: Sí, mucho.

92. MIRIAM: ¿Cuándo sale Pancho Madrigal no tuvo problemas con sus colegas?

93. FABIO: No, porque nadie tenía los conocimientos de tradición como los tenía yo. Cosas campesinas. Ninguno de ellos la tenía. Ni Mc-Connell, ni Ortega Chamorro ni Sidar, todos eran de Managua. Eran los reyes de las cosas de Managua.

Estábamos haciendo un cuento de Rodolfo Calero Orozco en la radio que se llamaba Catín, criatura inolvidable, haciendo ese cuento, que yo narraba, se me ocurrió y me dije: «Las novelas que son tan bonitas y tienen tanto éxito, porque no podría tener éxito un cuento de La Carreta nahua o de La Cegua, narrado por un campesino y con personajes como el campesino, con música de fondo especial. Y le digo a Tío Popo:

— ¿Ve, vos podés narrar como un personaje campesino?

— ¡Claro! –me dijo Tío Popo.

Me fui a la máquina de escribir y escribí el primer Pancho Madrigal.

Títulos de libros de Rubén Darío

LIBROS DE RUBÉN DARÍO PUBLICADOS EN VIDA:  

  • 1885 Epístolas y Poemas. (Versos)
  • 1887 Abrojos. (Versos) Santiago de Chile, Imprenta Cervantes.
  • 1887 Emelina. (Novela) Valparaíso. Imprenta y Litografía Universal de Chaigeau y Castro. (Novela en colaboración con Eduardo Poirier).
  • 1887 Canto Épico a las glorias de Chile. (Versos) (Certamen Varela T.I.; Anto­logía. , Santiago de Chile. Imprenta Cervantes).
  • 1887 Rimas. (Versos) (Certamen Varela Ti.; Antología. Imprenta Cervantes).
  • 1888 Primeras Notas. (Versos) Managua. Tipografía Nacional. Calle Zavala No. 61.
  • 1888 Azul... (Prosa y Versos) Valparaíso. Imprenta y Litografía Excelsior.
  • 1890 A. de Gilbert. (Prosa) San Salvador. Imprenta Nacional Calle de la Aurora.
  • 1896 Los Raros. (Prosa) Buenos Aires. Ta­lleres de La Vasconia.
  • 1896 Prosas Profanas y otros poemas. (Ver­sos) Buenos Aires. Imprenta Pablo E. Coni e Hijos.
  • 1899 Castelar. (Prosa) Madrid. B. Rodrí­guez Serra.
  • 1901 España Contemporánea. (Prosa) París. Garnier Hermanos, Libreros Editores.
  • 1901 Peregrinaciones. (Prosa) Librería de la viuda de Ch. Bouret. París.
  • 1902 La Caravana Pasa. (Prosa) París. Garnier Libreros Editores.
  • 1904 Tierras Solares. (Prosa) Madrid. Biblio­teca Nacional y Extranjera. Leonardo William. Editor.
  • 1905 Cantos de Vida y Esperanza. Los Cisnes y otros poemas. (Versos) Madrid. Ti­pografía de la Revista Archivo, Biblio­tecas y Museos.
  • 1906 Oda a Mitre. Eyméoud. 2 Place du Caire.
  • 1906 Opiniones. (Prosa) Madrid. Librería de Fernando Fe.
  • 1907 Parisiana. (Prosa) Madrid. Librería de Fernando Fe.
  • 1907 El Canto Errante. (Versos) Madrid. Biblioteca Nueva de Escritores Espa­ñoles. M. Pérez Villavicencio Editor.
  • 1909 Alfonso XIII. (Prosa) Madrid: Biblio­teca "Ateneo". Rodríguez, Barquillo, 8-Madrid.
  • 1909 El Viaje a Nicaragua e Intermezzo Tropical. (Prosa y Verso) Madrid, Biblioteca "Ateneo".
  • 1910 Poema del Otoño y otros Poemas. (Versos) Madrid. Biblioteca "Ateneo".
  • 1911 Letras. (Prosas) París. Garnier Herma­nos. Libreros Editores.
  • 1912 Todo al Vuelo. (Prosa) Madrid. Rena­cimiento Sociedad Anónima Editorial.
  • 1914 Canto a la Argentina. (Versos) Biblio­teca Corona. Madrid.
  • 1914 Muy Siglo XVIII. Biblioteca Corona. Madrid.
  • 1915 Muy Antiguo y muy Moderno. Biblio­teca Corona. Madrid.
  • 1915 La Vida de Rubén Darío, escrita por él mismo. (Prosa) Barcelona. Casa Editorial Maucci.
Mucha poesía la escribió sin incorporarla en algún libro, a estas la hemos llamado "Poesía dispersa de Rubén Darío" comenzando en 1877. Vea Poesía dispersa de Rubén Darío


Buscar

No puedo ni quiero callar

Carlos Alberto Ampié Loría

NO PUEDO NI QUIERO CALLAR

Selección de artículos y discursos 
2001-2015

Prólogo
“La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés”.
Antonio Machado: Proverbios

Para mí él es “los hermanos Grimm” de Nicaragua: Cuando Carlos Ampié Loría en el año 2000 –después de muchos años de vivir en Alemania– regresó a su país, dedicó mucho tiempo a la recopilación y redacción de las leyendas y cuentos populares nicaragüenses más importantes. Eso significa un trabajo de conservación del bien cultural, que mi país Alemania agradece a los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm. Como filóloga germanista Carlos Ampié Loría conoce esta obra de la mejor manera y por supuesto también el idioma y la cultura alemana. Por todo eso le fue posible publicar las leyendas y cuentos populares de Nicaragua en 2003 en un tomo bilingüe.

Como traductor trajo al público nicaragüense “Doce cuentos” del premio Nobel alemán Heinrich Böll y a los niños de Nicaragua les regaló los cuentos populares de tío coyote y tío conejo en forma de baladas –una forma particularmente típica de la lírica alemana.

He querido mencionar estas publicaciones porque reflejan la competencia intercultural de este autor, resultado de su biografía entre dos mundos y sus estudios durante toda la vida. Estudios sobre todo de lenguas y literatura. Algunos de los artículos de esta colección son muestra de ello.

Desde 2005 vive de nuevo en Alemania. Sin embargo, nunca ha perdido de vista Nicaragua: Lee con regularidad los diarios nacionales, se informa sobre el acontecer actual. Mantiene correspondencia con intelectuales y amigos nicaragüenses. A través de ese constante intercambio le es posible acercar a otros a Nicaragua –a gente que en Europa pregunta: “¿Nicaragua? Y eso ¿dónde queda?” Estos por lo general pertenecen a la nueva generación. A los mayores que han perdido de vista Nicaragua porque ya no está en los titulares de los medios– ojos que no ven, corazón que no siente: “Allí hubo una revolución ¿no? ¿Qué ha sido de los sandinistas?” Y mientras entusiasma a los primeros, hablándoles de su “proyecto de juventud”, especialmente de la Cruzada de Alfabetización y de la solidaridad que Nicaragua recibió en los años 80 y que lo llevó a él mismo como becario a la RDA, les cuenta a sus coetáneos en Europa qué ha sido de los ideales de la revolución de entonces.

Si al hacerlo su posición es crítica, a menudo demasiado crítica respecto a sus otrora compañeros, ello no es sino un testimonio más de su amor a Nicaragua. Tal y como un padre verdaderamente amoroso acompaña a sus hijos con mirada crítica, en vez de verlos con impasibles ojos arrojarse a la desgracia, así sigue Carlos Ampié Loría las sendas que hoy toman los compañeros. También de todo eso dan testimonio algunos de los artículos seleccionados para este tomo, los cuales junto a otros en lengua alemana han sido escritos en los últimos quince años.

“Si pequeña es la patria, uno grande la sueña,” quizá pero en ningún caso nacionalista en demasía. Carlos Ampié Loría da seguimiento con igual interés a los acontecimientos mundiales y comparte sus preocupaciones y análisis, sus conocimientos, percepciones e ideas con sus lectores. Al hacerlo alza, él que por lo general es más bien calladito, conscientemente su voz, y no puede ni quiere callar –¡ni debería hacerlo!

Katja Ullmann 
13 de febrero de 2016



PUEDES OBTENER ESTE LIBRO IMPRESO EN CASA DEL LIBRO


Los Cuentos del General y Otros Relatos

Enrique Alvarado Martínez

Ensayista y narrador. Nació en la ciudad de Granada en 1935. Hizo estudios de Ciencias Políticas en Costa Rica y Estados Unidos. Planificación e Investigación de la Comunicación en Quito, Ecuador. Se licenció de psicólogo en la Universidad Centroamericana (UCA) y obtuvo una Maestría en Comunicación Social, en la Universidad de Texas, EUA.

Ha sido docente, Director de la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la UCA.Vicerrector de la Universidad Centroamericana y Diplomático de Nicaragua ante los Países Nórdicos.


Ha publicado: El Pensamiento Político Nicaragüense (1968) Cuentos de Calle y Camino (1970) ¿Ha Muerto el Partido Conservador de Nicaragua? (1994), Las Increibles Aventuras de Johnny White y Billy Black  (1997), Anécdotas Granadinas (1998), la novela histórica: Doña Damiana (1998), La UCA: Una historia a través de la Historia (2000), Esa Insólita Suecia: vista por un nicaragüense (2003)  La Verdadera Historia de Johnny White y Billy Black (2004) y La UCA; Una historia a través de la Historia (2010).




LOS CUENTOS DEL GENERAL

LA MUERTE DEL GENERAL

La muerte del General se escondió por unos días para preparar las honras fúnebres con los honores de merecimiento pero también para asegurar a los amigos del General que su obra perduraría aún después de su muerte.

Por su parte los obispos que habían sido generosamente protegidos por el General, no encontraban maneras de demostrar su agradecimiento. Se hicieron misa y en ellas se repartieron hasta 500 Indulgencias Plenarias que según los sacerdotes serían efectivas por la intercesión del General.

El más ardoroso de estos clérigos era un sacerdote elevado en rango, de capelo y caperuza, que toda la vida había llevado una conducta ejemplar aún al riesgo de ofender al General, como muchas veces lo hizo, sufriendo privaciones e insultos de parte de los turiferarios. Su valentía frente al tirano lo hizo respetable y ante los ojos de la oposición como el más confiable mediador en cuanta crisis cierta o artificial había provocado el General. A él acudían los perseguidos para implorar su bendición y su amparo. Todos predecían que moriría en olor de santidad por las mortificaciones que había padecido por amor a la verdad y a la tranquilidad de su pueblo.

Pero a los ochenta años, cuando la vejez debía haber morigerado sus pasiones y atemperado sus ambiciones, una jugosa capellanía que dio abundante riqueza y poder a él y sus familiares, hizo cambiar completamente su personalidad y su conducta. Él lo explicó como una revelación divina que le hizo ver las virtudes incomprendidas de un gobernante dedicado a su pueblo, aunque siempre escondía su perfidia en un lenguaje sibilino.

En todo caso repetía incansables oraciones al altísimo al bien común y al perdón, pero por mucho esfuerzo que hiciera no podía esconder esa metamorfosis de ser humano a animal rastrero que la mayoría observaba con asombro y tristeza.

Ni aun cuando dejaron de llegar las romerías de suplicantes solicitando su bendición entendió su tragedia, más se fue hundiendo en el pantanal de su con ciencia. Cuando alguien se atrevía a criticar su nueva forma de pensar él terminaba diciendo que Cristo había profetizado que los pastores serían perseguidos y vilipendiados por defender la verdad y que la iglesia siempre se sentaba en la esquina para ver pasar el cadáver de sus enemigos.

A la muerte del General se hicieron rogatorios, vigilias y procesiones, y fueron tantas las oraciones a Dios por el alma del General que alguien llegó a decir que ni las misas, ni las Indulgencias Plenarias, ni los rosarios ajustaban para que el General subiera al purgatorio y mucho menos al cielo. Entonces el obispo “renacido” propuso que lo nombraran Cardenal de la Santa Iglesia. Todos aprobaron la idea porque hasta se pensó que bajo el título de Cardenal se facilitaría en un futuro próximo pedir la canonización del General. El telegrama que fue a Roma exaltaba las virtudes y la nobleza del General y hasta le atribuía hechos que podrían considerarse milagrosos en su ejemplar vida.

Roma, prudentes en estas cosas, mandó a recordar que la Santa Sede era la única institución a la que le correspondía el nombramiento de los cardenales. Que los cardenales en el presente debían de ser religiosos no casados. Que, aunque en el pasado hubo cierta liberalidad en eso de papas con mujeres, como el caso de Alejandro VI, esa era historia antigua y finalmente, que nunca se había nombrado a una persona Cardenal después de muerto.

Los obispos locales entendieron el mensaje del Vaticano, pero no quedó satisfecho su afán de agradar a la familia del General con una especial distinción. Por lo tanto, desistieron del cardenalato y le nombraron Príncipe de la Iglesia, con lo cual, no desobedecían al Santo Padre, pero aseguraron que ser Príncipe de la Iglesia era prácticamente lo mismo, con la única diferencia que el General no podría votar en un Cónclave de la iglesia. Explicaron con abundancia que en tiempo pasado cuando los papas tenían tanto poder como los reyes, se usaba indistintamente la palabra Cardenal o Príncipe de la Iglesia.

Por su parte los militares que miraban al General como su propio padre organizaron maratónicas sesiones de llanto colectivo, acompañados de sus mujeres. Muchas de ellas habían compartido la cama del General, de tal manera que el llanto auténtico que sus esposos observaron, no era la solidaridad con el marido huérfano de padre, sino el llanto de la mujer huérfana de amante, abatida por la pérdida de su objeto de placer.



EL GENERAL EN SU  LECHO DE MUERTE

Ya en su lecho de muerte el General recordaría como fue que pasó todo, hasta perderse en los meandros del poder. Regresó paso a paso por su vida. Su juventud estremecida por una pasión sin freno con aquella empleada doméstica, mulata de duras carnes y sexo salvaje. La aflicción de sus padres para desprenderlo de esa insania amorosa. Su viaje a Estados Unidos donde trató de olvidarse de Olivia, metiéndose en la cama de la esposa de su profesor de inglés hasta que el teacher ofendido le ofreciera doce perdigones de su escopeta con que cazaba patos en las riberas del Potomac.

Unos meses en la escuela de los marines, de donde desertó por falta de disciplina y una excesiva prisa para saltar etapas y llegar a lo más alto. Su regreso a un país en guerra, contra un guerrillero desafiante y peligroso. Sus ojos puestos en la oportunidad precisa para saltar de la insignificancia al poder.

Su país ocupado por marines y su inglés facilitándole entrar en la confianza de los interventores. Sus pantalones bombachos, sus botas de charol y una fusta de mando que le regaló el Capitán Lake, y así se miraba marcial y decidido para seguir su destino. Dio la orden de muerte para el “bandido” sin que le temblara la voz y sin que le remordiera la conciencia, porque todo lo había hecho por la patria como se lo dijeron sus oficiales y los del ejército de ocupación. Y así llegó al poder total, aclamado por rojos y verdes porque él era el símbolo de la paz y el progreso. Porque habría de dirimir los antagonismos partidarios y redimir las pesadas cadenas del atraso.

¿Qué hizo? Se preguntaba para que lo llamaran dictador, cuando todo cuanto procuró fue para aliviar a los pobres de la pobreza, a las viudas de la tristeza y a los niños de la orfandad. Consiguió la paz precisamente para que hubiese bienestar y progreso.

En principio su corazón estaba con los trabajadores y su lema: Primero el Obrero, era legítimo, porque él había sido un obrerista de corazón. Les había dado a los obreros, a pesar de los capitalistas vende—patria, un Código del Trabajo, uno de los más avanzados en el mundo. Les había creado un Seguro Social para que los obreros al momento de llegar a la ancianidad no murieran en el desamparo.

Todos los Primeros de Mayo, él había marchado a la cabeza con sus obreros reclamando justicia social y cantado con ellos La Internacional. Se abrazó con Lombardo Toledano el líder de los sindicalistas mejicanos y ambos levantaron los puños como símbolo de la victoria del proletariado. Les había regalado casas para convertirlas en Club de Obreros y por eso no debían sorprenderse que los obreros, por su propia voluntad, le hubiesen erigido bustos o estatuas en el frente de estos clubes. Que más pruebas del amor a su pueblo se podía esperar. Y si es cierto que en algunas ocasiones tuvo que usar la mano fuerte y el puño firme, fue porque como todo padre amoroso, amante del orden y el bien común, tenía que castigar a quienes atentaban contra el pueblo.

El pueblo, su amado pueblo, lo llevó a donde quiso y si en algún momento el pueblo le hubiese pedido dejar el mando, él inmediatamente lo hubiera hecho. Y si se tuvo que reelegir fue porque el pueblo se lo pidió y nadie más.

Pero también reflexionaba: los políticos me embrocaron con sus cantos de sirenas: General usted es el único. General con usted hoy y siempre. General que no haya receso, siga hasta terminar su obra. General si usted nos deja quien va a continuar el progreso. Los vende patria y la oligarquía lo quieren ver fuera del poder para vender de nuevo el país a los inversionistas extranjeros.

Que sin usted somos huérfanos de padre y madre. Que hasta la Santa Iglesia Católica ruega a Dios por su salud eterna. Y ¿porque dios o demonio estoy aquí muriendo a fuego lento en este infierno de intestinos ardientes? ¿A quién hice tanto mal para que se alegraran con mi muerte? No es la bala que me quema sino el poder que me consume y que me hace maldecir a todos los generales que me sucederán en el mando y que sufrirán de igual desgracia. ¿Qué mal hice para que me hicieran tanto mal?

En otro momento de lucidez, el General llamó a su hijo, que le sucedería en el mando y tuvo una larga conversación. Su sabiduría de moribundo profetizó sobre el futuro de los generales y los hombres fuertes que quieren creer en su inmortalidad. Algo que recordaría siempre que el fantasma de la muerte lo asediaba. Una de las advertencias que le dio era que el poder era mortal, porque el que tiene poder quiere más y es un vagón sin freno bordeando el precipicio. Le aconsejó saber cuándo debía bajarse del poder ya que él no estaba muriendo por los estropicios de la bala certera sino por los excesos del poder.

Le profetizó que todos los generales de su siglo y del siguiente terminarán cuando el poder los vuelva insensibles y ciegos. Cuando no acierten a ver de lejos la bala que le pondrá una condecoración de sangre en su pecho estrellado. Le advirtió que el oficio del poder era trabajo de 20 horas y 4 para dormir con los ojos abiertos. Que en este país se sube y se baja por la fuerza, nunca por la razón. Que para conservar la vida por más tiempo hay que tener el poder por menos tiempo. Y finalmente que los que le adulan y sugieren retener el poder por siempre no lo hacen para la salud del general, sino para el beneficio del soldado. Y que eso, como a él se lo hicieron, se lo harán al siguiente.
___________________________

CONTENIDO DEL LIBRO

  • LA MUERTE DEL GENERAL
  • EL GENERAL EN SU LECHO DE MUERTE
  • EL PADRE DE LA PATRIA
  • CUAUTH-OCELOTL
  • LA ESTATUA DEL GENERAL
  • LA CARRETERA DEL GENERAL
  • EL REPORTERO Y LA POLICIA DEL GENERAL
  • LA HIJA DEL GENERAL
  • EL BÉISBOL Y EL GENERAL
  • LAS ELECCIONES
  • COMO BURLAR AL TIRANO
  • LOS POBRES Y EL GENERAL
  • EL CORONEL BRAGUETA
  • LA PISCINA DE CACA
  • ASENCIO
  • LAS TURBAS CELESTIALES
  • EL GENERAL Y LA GUERRA MUNDIAL
  • EL ABOGADO DEL GENERAL
  • EL POETA Y LA AMANTE DEL GENERAL

OTROS RELATOS

  • ¡ULTIMAS NOTICIAS!
  • EL QUE JUGO A SU ESPOSA
  • EL MUERTO DEL ADRIATICO
  • ELISA
  • LA MALACRIANZA
  • LA ESCALA
  • MANU UMBILICAL
  • NO TODOS LOS ÁNGELES NACEN EN EL CIELO
  • PANCHO, CHICO, FRANCISCO, FRANK
  • ¡TEA, TEA!
  • CUPERTINA


Buscar

Aventuras de Juan Parado - Cuentos

Carlos Alemán Ocampo

Esta colección de relatos es el libro más entrañable del narrador Carlos Alemán Ocampo (El Diriá, Granada, 1941), maestro de oralidad e inventor de historias. Pero aquí reinventa —a partir de una admirable contextualización y recreación— la fantasía popular, centrada en un personaje: Juan Parado (cuyo apellido era Mena), émulo de Pedro Urdemales, Machón Gago, Juan Ventura y otros célebres "mentirosos". Aquí se plasman los sueños y las aspiraciones de la gente que en su entorno vital el autor conoció, recurriendo a un sentido mágico de la vida.

Alemán Ocampo, lingüista formado en España, obtuvo el “Premio Nacional Rubén Darío” en 1995 con su novela Vida y amores de Alonso Palomino y es miembro de número, desde 1998, de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Entre sus obras figuran las novelas "En esos días" (1972) y "Bardmg House San Antonio" (1985); el cuentario "Tiempo de llegada" (1973), la crónica "Y también enséñenles a leer" (1984) y el libro de ensayos culturales "Entre el fuego y el agua" (1986).

Aventuras de Juan Parado. Segunda edición

—1—

EL AYOTAL DEL CABALLO

UN HOMBRE recién casado debe ser cumplidor. Cumplirle con el gasto a la mujer y nunca dejarla sola. No es por la desconfianza, es por la ilusión del cariño con que se casa y porque en los primeros años se le van haciendo las costumbres. El otro asunto es con la mantenencia, el hombre que no mantiene su casa mejor que ni busque mujer, así decía Juan Parado y así lo cumplía.

Publica tus cuentos


Si has escrito uno o más cuentos ya sea infantiles, de suspenso o terror, sobre mitos o de cualquier otro tema y deseas compartirlo al mundo entero, te invitamos a publicarlos en la página de Casa del libro AQUÍ.

Tus cuentos serán leídos por miles de personas alrededor del mundo. Si quieres que tus obras sean leídas y comentadas, Casa del libro te brinda esa oportunidad y aún más

La posibilidad de que tu cuento o cuentos sean seleccionados y formen parte de un bonito libro (los mejores cuentos seleccionados) o de un libro completo impreso bajo el sello editorial de EDITORIAL AMERRISQUE (en este caso se tendría que verificar que los escritos son de tu autoría y no están bajo ninguna otra propiedad intelectual, luego te contactarán).

La página de Casa del libro es visitada por muchos editores, y existe la posibilidad que conozcan tus obras y se muestren interesados en publicarte también.



Los cuentos de Tío Coyote y Tío Conejo




Un día, Tío Conejo estaba comiendo zapotes arriba de un árbol, y Tío Coyote, como siempre, lo andaba persiguiendo. Cuando Tío Conejo lo vio pasar, le gritó:

–¡Oy, Tío Coyote!

–Conque ahí estás ... Hasta hambre ando aguantando por andar detrás de vos –le dijo Tío Coyote.

–¿y para qué me busca, pues? –le preguntó el conejo, haciéndose el que no sabía.

–Hoy te como –le dijo Tío Coyote.

–Qué raro ... –le respondió Tío Conejo–, qué raro que usted me va a comer siendo yo tan bueno con usted.

–Pero te como, 'es demás' –le dijo Tío Coyote.

–Mire –le dijo Tío Conejo–, si tanta hambre tiene, pruebe lo que estoy comiendo –y le tiró un pedazo de zapote.

Al coyote le gustó el zapote. Al darse cuenta, Tío Conejo buscó otro maduro, y se lo tiró también.

–¿Ya se llenó? –le preguntó Tío Conejo.

–y qué me voy a andar llenando –le respondió Tío Coyote–, solamente que me tirés uno grande.

–Ah ... , le voy a buscar uno bien maduro, pues –le dijo Tío Conejo.

El conejo cortó un zapote muy grande, que él calculó que no le cabía en la boca, y le dijo:

–Mire ... , pero éste sí no lo vaya a dejar caer, porque se deshace. Abra bien la boca.

El coyote abrió bien la boca, y Tío Conejo le dejó caer el zapote ...

–¡Ay! –gritó el coyote cuando le cayó el zapote en los dientes.

Entonces aprovechó Tío Conejo para salir huyendo.

Tío Coyote, como pudo, se quitó el zapote, y se puso a seguir las huellas del conejo. Al poco tiempo, lo encontró subido en un palo de zunza.

–Aquí estoy, Tío Coyote –le gritó Tío Conejo.

–Ah, hoy no te me librás –le dijo Tío Coyote.

–Pero, ¿por qué? –le dijo Tío Conejo–o Usted siempre conmigo viendo que yo le doy de comer.

–Qué me vas a dar de comer ... ¡me quebraste todos los dientes! –le contestó Tío Coyote.

–Ah ... –le dijo Tío Conejo–, mire qué mala suerte: le salió verde, ¿verdad? Pero pruebe lo que estoy comiendo ahora –le dijo, y le tiró un pedacito de zunza bien madura.

Tío Coyote se saboreó, y le dijo:

–Pero no me lleno con un pedacito ...

Tío Conejo buscó otra, y le tiró un pedazo más grande.

–Vaya, ya está lleno, ¿verdad? –le dijo Tío Conejo.

–Qué me voy a andar llenando con esto –le contestó el coyote.

–Vaya, abra la boca; pero esta sí no la vaya a dejar caer, porque ésta sí está madura: mírela, cómo está –le dijo el conejo, dejándole caer un pedacito.

–Ah, ésta sí está madura. Tirámela, pues –le dijo el coyote. Y le ocurrió lo mismo que con el zapote: trabada se le quedó en la boca la zunza.

Días después, el coyote encontró al conejo comiendo zacate en un zacatal. Cuando él quiso capturarlo, el conejo se le escapó por debajo de las patas, y el coyote se puso a perseguirlo.

Pero Tío Conejo ya tenía pensado cómo librarse del coyote: pasó corriendo por debajo de un cerco de alambre de púas. Como él era pequeño, pasó por debajo de los hilos sin dificultad. El coyote pensó que también él podía pasar, pero no pudo, y se quedó enredado en los alambres.


********************

Otras aventuras de Tío coyote y tío conejo


Este era el Tío Coyote que se puso a trabajar con el tío Conejo. Se pusieron a sembrar nabos y zanahorias y no se separaban del sembradío. Llegado el tiempo de la cosecha, decidieron hacer la recolección y repartirse fraternalmente.
-¿Y cómo hacemos la división, Tío Conejo? -Se habrá fijado, Tío Coyote, que la siembra tiene dos partes: la de arriba, linda y verdecita, y la de abajo, que sepa Dios cómo está. Voy a ser con usted como siempre: ¡parejo! Tome usted la parte de arriba y yo... yo me conformo con lo de abajo.
-¡Usted sí que es un broderazo, tío Conejo. De acuerdo.
El tío Conejo se quedó, pues, con los bulbos, es decir, la parte alimenticia de los nabos y zanahorias y el tío Coyote se quedó con las hojas. Feliz, el tío Coyote puso las hojas al sol como si fuera tabaco... pero al día siguiente ya estaban secas.
-Pero si esto es paja. -dijo el tío Coyote.- Me ha engañado. Ah, pero en la próxima vez me las pagará.
Al año siguiente, los dos inseparables amigos, hicieron de nuevo una nueva siembra.
-Este año sembramos trigo. Los campesinos así lo hacen: alternan la hortaliza con el grano.
-Sí, dijo el tío Coyote. Estoy de acuerdo. Sembraron, pues, el campo de trigo. El sembradío creció maravilloso y, llegada la época establecida, el tío Coyote y el tío Conejo hicieron la siega. Extendieron las mieses y, cuando estaban secas, empezaron a batirlo El tío Conejo sólo hacía «la coca mona» y era el pobre tío Coyote el que de veras apaleaba el grano. Terminada la faena, buscaron la forma de repartirse:
-Yo soy el más pequeño, dijo el tío Conejo, y es justo que me quede con la parte más pequeña. Para ti será, pues, la paja, que es aquel montón enorme. Yo me quedaré con el grano que, como ves, es tan sólo un montoncito.
El tío Coyote, que era muy alagartado, estuvo de acuerdo y juntos se dirigieron al molino. El tío Conejo se llevó a su casa un buen saquito de harina blanca y el tío Coyote, en cambio, un amasijo grisáceo que todo parecía, menos harina.
-¿Cómo es que tú tienes una harina tan bonita y yo, en cambio, tengo ésta tan fea? -Por qué yo la he lavado, dijo el tío Conejo.
El tío Coyote, sin perder un minuto, corrió al río y arrojó al agua su harina; aguardando que se lavara con toda comodidad. Mientras esperaba, se echó bajo un árbol y se puso a dormir. Cuando una hora después se despertó, fue corriendo a la orilla del río. Pero ahí no había ni rastro de harina. Comprendió otra vez que con el tío Conejo no se pude hacer negocio.

*********************

Tío Coyote y Tío Conejo - La sandía y otros cuentos


Estera una vez una viejita que tenía una sandilla. “Sandillas” grandes de tierra negra. Un día por ahí, se vieron Tío Coyote y Tío Conejo, y como estaba madurando el sandillal, se concertaron para merendárselo. Tío Conejo cuidaba un rato y Tío Conejo comía, y así, al revés. Pero la viejita que estaba encariñada con su campito de frutas todos los días renegaba: “¡Bandidos, ladrones, me las van a pagar!”
El domingo, la viejita al salir de misa se fue donde el señor Obispo y le dijo:
— ¡Señor Obispo, le voy a mandar de regalo una gran sandillota; la más rica!
Y el señor Obispo la bendijo.
Pero Tío Conejo estaba en el patio robándose unas lechugas y oyó a la viejita y ay nomás salió en carrera donde Tío Coyote:
— Tío Coyote, vamos a hacerle una buena pasada a esta vieja renegona.
Y se fueron hablando.
A poquito llegó la viejita y ellos se escondieron detrás de unas matas. Y la viejita fue tanteando todas las sandillas, una por una:
— ¡Esta es la más hermosa! La voy a cuidar para el señor Obispo y pa que estos bandidos ladrones de fruta no la vean, la voy a poner bajo estas hojitas de plátano.
Tío Coyote y Tío Conejo se estaban riendo y se volvían a ver. Y cuando se fue la viejita se fijaron dónde estaba la sandía y diario la iban a ver y la tanteaban.
Bueno, pues; pasaron sus días y ya estaba bien madura la sandía. ¡Grande y hermosa, bien aseada!
Y entonces Tío Conejo le abrió un hoyito y con la pata le fueron sacando y se fueron comiendo todo el corazón hasta que la dejaron vacía como calabazo. Y después se cagaron los dos dentro de la sandía y la volvieron a tapar dejándola a como estaba, bien disimulada.
Al día siguiente llegó la viejita:
— ¡Qué buena sandilla! ¡Qué buen regalo para el señor Obispo!
Y fue a traer su rebozo y corló la sandía y se fue ligerita donde el señor Obispo.
— ¡Aquí le traigo este regalito, mi padrecito!
— ¡Muchas gracias, mijita, Dios te lo pague!
Y cuando llegó la hora del almuerzo el señor Obispo le dijo al Sacristán:
— Andá traeme un cuchillo grande bien filoso, pues yo mismo quiero partir esta sandilla tan hermosa.
Y ya se puso a partirla. Y pega el brinco. ¡Qué susto! ¡Estaba repleta de ñaña!
— ¡Buff!, dijo el Obispo, y la aventó de un lado. ¡Esta vieja puerca ahora verá!
Y mandó al sacristán que se la fuera a llamar.
La viejita llegó muy alegre, corriendo. “Esto es que el señor Obispo me quiere agradecer con algún regalo”, pensaba. Pero llegando, el señor Obispo estaba furioso y le dio una gran regañada y le enseño la ñaña de la sandilla y le dijo que se iba a ir al infierno por irrespetuosa.
Y se volvió triste. Y le iba echando maldiciones al que le hubiese hecho la trastada.
— Me las paga el que sea, dijo. Y puso a la entrada de la huerta un muñeco de breya (brea).
El tío Conejo, que es fachento, llegó ese día al frutal y vio el muñeco que le cortaba el paso:
— ¿Ideay, hombré? ¡Quitate de ahí o te quito!
Como el muñeco se quedó callado ay nomás le dio un trompón y se quedó pegada la mano en la breya.
— ¡Soltame o te pego!, le dijo Tío Conejo.
Y como el muñeco se quedó callado, le deja ir otro trompón y se pega de las dos manos.
— ¡Si no me soltás te pateo!
Y le da una patada y se pega de las dos patas.
Ya arrecho Tío Conejo porque estaba forcejeando para soltarse, dice otra vez:
— Si no me soltás, bandido, te pego un panzazo.
¡Y ónde le iba a responder el muñeco! Entonces— ¡Pas!— le da con la barriga y se pega todito.
En eso llega la vieja.
— ¡Ajá! ¡Conque vos sos, conejo bandido, el que me has hecho tantas carajadas! ¡Vas a ver!
Y cogió una red y lo encerró. Y Tío Conejo veía que la vieja prendía las brasas de la cocina y ponía a calentar el asador al fuego.
Cuando en eso pasó por allí Tío Coyote. Entonces Tío Conejo apenas lo vio, le dijo:
¡Adiós, Tío Coyote! ¡Venga para acá!
Tío Coyote se le arrimó.
— ¿Qué estás haciendo encerrado ahí?
— Pues estoy esperando una gallina que me están cocinando. ¿No quiere acompañarme?
— Bueno, Tío Conejo.
— Entre por aquí entonces, Tío Coyote, le dijo Tío Conejo.
Y Tío Coyote por de fuera abrió la red y en lo que se iba metiendo, el Conejo salió en carrera. Ya estaba llegando la vieja cuando éso. Y traía un gran asador bien caliente, rojo.
— ¡Ahora verá ese cagón si no me las paga todas!
— Conque tenés tus mañas. ¡Velo al bandido!, ¡ya se hizo coyote! ¡Pero a mí nadie me engaña!
Y le mete el asador entre el culo. ¡Nunca había brincado tanto Tío Coyote! Y sale disparado pegando gritos y dándose contra los palos. Y ahí bajo de una mata estaba viendo todo Tío Conejo, y cuando pasó chiflado Tío Coyote, Tío Conejo, muerto de risa, le gritaba:
¡Adiós Tío Coyote, culo quemado! ¡Adiós tío Coyote, culo quemado!
II
A pues otra vez, se encontraron Tío Coyote y Tío Conejo a la orilla de un zapotal.
— Vamos a comer zapotes, Tío Coyote, le dijo Tío Conejo.
Pero Tío Coyote ya andaba roncero. Tenía hambre. Pero maliciaba del Tío Conejo.
— ¡Vamos, hombre! ¡Hay que ser resuelto, están toditos maduros y vea qué ricos!
— ¡Vamos, pues!, le dijo al fin Tío Coyote.
— Entonces, como usté no puede subirse a los palos, se queda abajo, y yo me subo arriba y se los voy aventando.
Y así fue: Tío Conejo ligerito se encaramó a un zapote bien cargado. Allí cortó los más maduros y se los comió.
— Ahora le toca, Tío Coyote. ¡Abra la boca que ahí le va uno bien maduro!
Y en diciendo eso cortó un zapote celeque, bien duro de tan verde y se lo voló. El Tío Coyote, creído, abrió la bocota esperándolo suave y madurito. Y ¡país! Le cayó pesado y le quebró toditos los dientes.
¡Qué carrera otra vez la del Tío Coyote, con todo el hocico golpeado y sin dientes! Y Tío Conejo, muerto de risa, le gritaba desde arriba del palo:
— ¡Adiós Tío Coyote, dientes quebrados, culo quemado!

III

Allá, al tiempo se volvieron a encontrar en un camino Tío Coyote y Tío Conejo. Se traían hambre y mucha sed. Y ya era bien noche y estaba llenando la Luna.
Como al rato se toparon con una poza. El agua estaba muy sincera y delgada y reflejaba la Luna. Y ay nomás bebieron.
¡Truclús!, ¡truclús!, ¡truclús!...
En eso le dice tío Conejo:
— ¿Tío Coyote, quiere que comamos queso?
— Pues, claro, le dijo Tío Coyote.
— Aytá en el fondo el queso, ¿que no lo ve? Y le enseñó la luna bajo el agua.
— Ujú. Y es grande, le contestó Tío Coyote.
— Pues bebamos el agua entre los dos hasta que sequemos la poza.
— Y ya se ponen a beber. Pero el bandido del Tío Conejo hacía como que bebía y no tragaba.
— No baja la poza, Tío Conejo, dijo al rato Tío Coyote.
— ¡Jesús, Tío Coyote! Para comer hay que trabajar.
Y siguieron bebiendo. Y el Tío Coyote tragaba mientras que Tío Conejo sólo arrimaba la trompa al agua, de puro bandido.
Ya al rato Tío Coyote estaba panzón y le dijo al Tío Conejo:
— ¡Ya no aguanto!
— ¡No sea inútil, Tío Coyote! ¡Véame a mí qué serenito estoy!
— Sí, Tío Conejo, pero es que siento que me está saliendo el agua por el culo.
— No tenga cuidado. Eso se remedia muy fácilmente...
Y en un milpal seco que estaba al lado, recogió un olote y se lo zampó en el culo.
Y siguieron bebiendo... pero el zángano del Tío Conejo nada que bebía. Y el pobre Tío Coyote, tru-cús, tru-cús, ya casi se desmayaba.
— Oiga, Tío Conejo. Francamente ya no aguanto. Siento que se me sale el agua por las orejas.
Corrió el Tío Conejo a una colmena que se tenía cerca y le tapió con cera los oídos. Y el bandido hizo como que seguía bebiendo.
Y el Tío Coyote por no darse por vencido siguió bebiendo y bebiendo.
Y de repente —¡ploff!— se reventó. Y cayó muerto.
¡Pobre Coyote!

**********************

TÍO CONEJO Y LOS QUESOS

El queso


Púes señor, es el caso que tío Conejo se nos había vuelto muy melindres para comer, y a mi amo no le gustaban sino cositas buenas. Decía que ya el churristate lo tenía hasta el copete y a los quelites les hacía ché. Últimamente andaba antojado de comer queso tierno. ¿Y cómo hago? ¿Y cómo hago? Por fin quién sabe cómo averiguó que un carretero bajaba todos los viernes de una hacienda, por un camino de la vecindad, con madera y quesos.
Allá el viernes a la nochecita que era la hora en que pasaba la carreta, se tiró tío Conejo en medio camino y se hizo el muerto. Dichosamente hacía una luna como el día y el carretero se agachó para ver qué era aquel bultico.
¡Miren allá dijo a un compañero— si es un conejito! ¡Ah señor, qué le pasaría!... ¡Pobrecito! Pero no está muerto, todavía resuella. Lo voy a echar en la carreta y quien quita que vuelva en sí.
Y lo que el sapo quería... El carretero acomodó a Tío Conejo entre los sacos de queso, y la carreta se puso otra vez en marcha. Entonces abrió un ojo, después el otro, y como vio que no había nada que temer, hizo un buen boquete al saco de gangoche en que venían los quesos bien envueltos en tusa. Se puso a sacarlos y a arrojarlos al camino. Así que el saco estuvo vacío, se tiró él y salió como un cachiflín a recoger los quesos y a llevarlos a su casa. Luego se dio tal atipada de queso que quedó que no podía moverse.
Otro día se sentó a la puerta a relamerse y a hacer la boca agua a cuantos pasaban. Iba tío Armadillo a hacer diligencia, a ver si encontraba algo qué comer y el muy mal corazón lo detuvo:
Asómese compadrito y espíe para adentro y me cuenta un cuento.
Y tío Armadillo se hizo cruces cuando vio aquel gran montón de quesos que llegaba hasta el techo.
Pasó Tía Iguana y lo mismo:
Venga acá viejita y dese una asomadita.
Tía Iguana se fue llena de envidia.
Pasó tía Ardilla y tío Conejo le gritó:
Vení acá niñá y cuidado con caerte para atrás cuando veas lo que vas a ver.
Y de veras, la pobre tía Ardilla que andaba en ayunas se quedó como quien ve visiones, y no se atrevía a recoger unas boronitas que estaban en el suelo.
A tío Conejo se le movió el corazón y le hizo un gallito de queso con tortilla: Tomá niñá para que no se te reviente la hiel.
Dios se lo pague tío Conejo dijo tía Ardilla que Dios me lo guarde y me le dé salud y me le repare de donde menos piense.
Tía Ardilla, tía Iguana y tío Armadillo se fueron por los campos a contar de la maravilla de quesos que tenía tío Conejo. Oirlo tía Zorra y corre para donde tío Conejo, todo fue uno.
Apenas la divisó, se metió corriendo tío Conejo, y atrancó bien la puerta.
Llegó tía Zorra y se puso a tocar: 
Upe, tío Conejo, ¿qué hace Dios de esa vida?
Tío Conejo se asomó por la ventanita alta.
¿Qué se le ofrece tía Zorra? le preguntó. Y perdone que no salgo a abrirle, pero es que me acabo de calentar la nuca con manteca de chancho y me puse un trapo zahumado porque estoy rabiando de un oído.
Lo siento mucho, tío Conejo. Y hablando de otra cosa: ¿no me querrías vender un diez de queso?
No comadrita, no tengo venta.
Andan diciendo que tenés la casa llena de quesos. Contame cómo hiciste; por qué no me decís.
Con mucho gusto tía Zorra. Viera qué sencillez. Fue así y así y tío Conejo le explicó todo.
Así quien no... ¡Qué mamada! dijo tía Zorra. Y decime, hombré, ¿vos crees que si yo me hago la muerta en el camino me pasa la misma?
¡Uh! Pues cómo no contestó tío Conejo. Otra cosa tendría duda, ¿pero eso? Si la veo ya con la casa llena de quesos. Anímese viejita...
Sí, hijó, voy a ver si hago el ánimo. El que no se arriesga no pasa el mar. Habiaos que no saque algo. Ai encomendame a Dios para que me vaya bien.
Y tía Zorra se fue.
De veras, allá el viernes a la nochecita se puso a la mira y cuando sintió venir carretas se tiró a lo largo en medio camino, en el mismo sitio en que lo hizo el otro. Y para quedar mejor se estiró bien y se puso tieso. El carretero deonde la vió, dijo: --¡Adiós trabajos! Hoy hace ocho era un conejo y hoy es esta lambuza hedionda. ¿No querrá también dejarme sin quesos? Aguardate ai y verás... Gui, buey viejo, gui...
Y diciendo y haciendo, el muy ingrato chuceó los bueyes y la carreta le pasó por encima a la infeliz tía Zorra.
Sólo porque Dios es muy grande y porque las zorras tienen la vida muy dura, tía Zorra quedó contando el cuento. Pero cuando la pobre volvió en sí, no valía un cinco, todos los huesos le dolían y como pudo, regresó a su casa y tuvo que estar un mes en cama.
A los días pasó por donde tío Conejo, todavía en muletas. Apenas lo vio le torció los ojos y le hizo tan mal modo que parecía se lo quería tragar.
Vas a ver mechudo, orejón, me las has de pagar. Yo te contaré le gritó en un temblor.
¡Eso sí que está bonito! ¿Y yo qué le he hecho? preguntó tío Conejo.
Sí, ¿yo que le he hecho? Pero con esa no te quedás, y le quiso meter su muletazo.
¡Eh! ¡diantres la vieja revesera! le dijo tío Conejo, y tuvo que meterse corriendo y pasar el picaporte a la puerta; y por torear a tía Zorra se asomó por la ventanita alta y se puso a comerse un buen tuco de queso, y a arrojarle boronitas en la cara.
A tía Zorra de la cólera le dio un ataque y tuvieron que llevársela a la casa en silla de manos, tío Armadillo y tío Coyote.

****************************

TÍO CONEJO Y TÍO COYOTE

Tío Coyote quemado


Una viejita tenía una huerta que era una maravilla.
Allí encontraba uno todo: rabanitos, culantro, tomates, zapallitos y chayoticos tiernos, lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar los quelites de las matas de chayote y de zapallo comidos, y después, daños por todo. Entonces hizo un gran muñeco de cera y lo plantó en la puerta.  Pues, señor, el caso es que tío Conejo era el de aquel tequio; se metía en las noche y se daba cuatro gustos gurruguseando por todo.
Cuando llegó y se encontró con aquel espantajo, se escondió detrás de unas matas a examinarlo. y al convencerse de que no se movía y que era de mentiras, la picó de valiente, se acercó y le dijo: —¿Idiai, hombré, a ver qué es la cosa? Echémonos, a ver si vos me podés atajar.
Y tío Conejo le metió su moquete, pero como el muñeco era de cera, tío Conejo se quedó pegado. Le dio mucha cólera y le metió otro moquete y se quedó pegado. Por despegarse comenzó a patalear y se quedó pegado de las dos patillas; metió la cabeza y se le pegaron las orejas.
En esto amaneció y salió la viejita a su huerta y se va encontrando con mi señor, bien pegado del muñeco.
—¡Ajá, con que ya di con lo que era! ¿Con que vos eras, confisgado, el que estabas acabando con mi huerta? Aguárdate ahí y verás. Ahora te voy a pelar, a ver si te quedan ganas—. Y lo cogió y lo metió entre un saco; lo amarró y lo dejó a un ladito en la cocina, mientras iba a traer el agua.
—¡Ah vaina la que me fue a pasar! -se puso a pensar tío Conejo. Y comenzó a pegar unos grandes gritos: —¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!
En esto iba pasando tío coyote y a los gritos, se fue metiendo hasta la cocina a ver qué era. Cuando llegó junto al saco, preguntó: —¿Quién está aquí; —Tío Conejo le contestó: -Pues yo, tío Conejo, que me tienen entre este saco porque me quieren casar con la hija del rey, y yo no quiero. Yo no me quiero casar.
Tío Coyote le dijo:
—¡Qué mamada! ¡Con la hija del rey— !¡Así quien no...! ¿Qué más querés?
Tío Conejo le dijo: —Pues ni aun así. Ya ves que es la hija del rey, y todavía si me la dieran encasquillada en oro, diría que no. ¡Qué vaina! ¡Qué vaina! El buey solo bien se lame. Yo que pensaba morir soltero...
Tío Coyote dijo: —¡Cuándo yo! ¡Más bien estaría bailando de la contentera! Yo sí que no me haría el rosita como vos.
Entonces tío Conejo le propuso: Mirá, ¿por qué no me soltás y te metés vos en mi lugar? En la ceremonia el novio va a estar metido entre el saco, para que la princesa no se dé cuenta, porque el rey es el de la gana de que yo me case con su hija. Y una vez pasada la ceremonia, el rey tiene que convenir.
El muy no nos dejes de tío Coyote, sin acordarse de que ya otras veces tío Conejo le había jugado sucio, convino. Desamarró el saco y salió tío Conejo; se metió él, y tío Conejo lo amarró y ¡paticas! por aquí es camino...
Se escondió entre unos matorrales para ver en qué paraba aquello.
Volvió la viejita con su tinaja de agua. Puso una olla de agua al fuego y se sentó a esperar. Tío Coyote, donde oyó gente, por quedar bien comenzó a decir: —¿Idiay, a qué hora viene la princesa? Ahora sí, ya tengo ganas de casarme.
—Sí, princesa te voy a dar yo sé por dónde— le contestó la viejita.
Cuando el agua estuvo hirviendo, desamarró el saco y se asomó. —¿Ajá, con que de conejo se volvió coyote! Está bueno.
Y tío Coyote, vuelto una agua miel, respondió: —Si señora, pero yo si tengo mucho gusto en casarme.
La viejita cogió su olla de agua hirviendo y se la echó por la trasera.
El pobre tío Coyote salió en un alarido, y en carrera abierta. Cuando lo vio pasar tío Conejo le gritó:
—¡Adiós, tío Coyote... quemao, por amigo de ser casao!


***

Allá a los días, en una que va y otra que viene, se va topando tío Conejo con tío Coyote. Tío Conejo se quedó como el día en que lo habían de enterrar. ¡Hijo del padre! ¡Ahora sí que me llevó quien me trajo! —se puso a pensar.
Verlo tío Coyote y ponerse como un jarro zonto, todo fue uno.
—¡Bueno, tío Conejo, yo y usté tenemos que arreglarnos...!
Tío Conejo se hizo el tonto: —Y ¿eso de qué, tío Coyote? Yo espulgo mi conciencia y veo que en nada lo he ofendido.
—Sí, callate solfas. Por dicha que ya yo sé con la tusa con que me rasco. Encomendate a Dios, porque aquí me las vas a pagar todas juntas.
Tío Conejo, mientras tanto, estaba volando ojo para todos lados. A la orilla de una cerca había un palo de zapote cargadito de zapotes. Entonces dijo: —Bueno, tío Coyote, ¿qué vamos a hacer? El que puede, puede. Pero eso sí, que antes de acabar conmigo, me deje subir a ese palo de zapote a comerme un zapotico que estoy viendo desde aquí, madurito que no sé cómo no se ha caído. No me mande al otro lado con la gana. Tome mi mano que vuelvo a bajar para que me tasajee.
—¡Qué caray! —contestó el otro—, andá y comete el zapote, que en seguida será otro cantar. Y lo que es yo no me quito de aquí hasta que bajés.
No bien había acabado tío Coyote de consentir, cuando iba mi señor palo arriba diciendo:
—¡Carachas! ¡Que me he visto en alitas de cucaracha! ¡Enainas me almuerza!
Ya arriba, se puso a hacer que comía zapote y a decir: —¡Qué zapotes! ¡Si es como estar comiendo sobao! ¡Qué ricura!
Hágase de cuentas, tío Coyote, que tatica Dios encerró entre estas cáscaras terrones de dulce.
Tío Coyote ¿quiere que le tire uno para que pruebe?
—Bueno —respondió el otro.
Allá te va; abra la boca y cierre los ojos.
De veras: el otro gandumbas va abriendo ahí hocico y Tío Conejo buscó el zapote sazón más galano que encontró y se lo dejó ir con toda alma hacia la boca.
Por supuesto que le apió cuanto diente tenía y el pobre tío Coyote dijo a correr pegando el grito al cielo. 

***

Fueron pasando días y en una de tantas, en una noche de luna, vuelve a dar tío Coyote con tío Conejo.
Todo moletas, le dijo mientras lo agarraba de las orejas: —Lo que es de ésta sí que no escapás, grandísimo tal por cual. Mirá cómo me tenés...
Y tío Conejo, aunque no era del caso para reírse, ya no aguantaba las ganas, al ver al pobre tío Coyote sin dientes y al recordar cómo andaría la trasera.
—Pues bueno, tío Coyote, ¡qué vamos a hacer! Cuando usted dice este macho es mi mula, nadie lo saca de ahí. Dios sabe que nada le he hecho con intención de hacerle daño. Es que vea, tío Coyote, yo soy más torcido que un cacho de venado con usté, y cada vez que quiero hacer una paloma me sale un sapo. ¡Que el señor le dé paciencia conmigo!
Y tío Conejo dio un gran suspiro.
Callate, vende miel y bebe sin dulce. Quien no te conoce que te compre.
—¿Sabe para dónde iba, tío Coyote? Pues a atiparme de queso. ¡Viera qué queso! Hasta que se ve amarillito.
—¿Y dónde está? —le preguntó tío Coyote.
—Pues ande y vamos.
Y echaron a andar, tío Coyote sin soltar a tío Conejo.
Llegaron a un gran charco y en el fondo de él se reflejaba la luna llena.
—Tío Conejo dijo:
—Mire, tío Coyote repare qué queso. Yo creo que hay para un aóo. Y diga si no se le ve chorrear la mantequilla.
Y el otro Juan Vainas contestó: —De veras, tío Conejo. ¡Qué hermosura! ¿Y cómo hacemos para cogerlo?
—Muy sencillo. Pongámonos a bebernos el suero.
No es mucho y ahorita lo acabamos.
Y dicho y hecho, se puso a hacer que bebía. Tío Coyote sí, se puso muy en ello a beber y beber, a beber hasta que por fin ya no le cabía.
—¿Ay, tío Conejo de Dios! Ya no aguanto.
Tío Conejo respondió: 
—Aturrúsele tío Coyote, ya entre poco acabamos.
Allá al rato, jadeando y con la panza como una tambora, volvió a decir tío Coyote: —Ja.. jaa..., ja... ¡Ay, ya no aguanto!
—¿Sabe lo que vamos a hacer? dijo el indino de tío Conejo. Pues mire, tío Coyote, vamos a pegar una carrera en esa cuesta, para que se nos baje el suero, y enseguida volvemos a acabar con lo que falta.
El otro convino, tío Conejo lo cogió de una mano y salió con él cuesta abajo.
Tío Coyote no pudo ni gritar y en media cuesta se oyó como cuando revienta una vejiga de res inflada.
¡Pues qué era! Pues el pobre tío Coyote, que llevaba la panza como una timba, había reventado en la carrera.
Y tío Conejo que por dos veces se había visto a palitos para no ir a parar a la panza de tío Coyote, pudo ya andar tranquilo para arriba y para abajo.
Tío Conejo Comerciante
Una vez tío Conejo cogió una cosecha que consistía en una fanega de maíz y otra de frijoles y como era tan bandido, se propuso sacar de eso todo lo que pudiera.
Pues bueno, un miércoles muy de mañana se puso su gran sombrero de pita, se echó el chaquetón al hombro y cogió el camino. Llegó donde tía Cucaracha y tun, tun. Tía Cucaracha, que estaba tostando café, salió cobijándose con su pañuelo para no resfriarse.
—¿Quién es? ¡Adiós trabajos! ¡si es tío Conejo! ¿Qué se le ofrece? Pase ‘pa dentro y se sienta —y tía Cucaracha limpió la punta de la banca con su delantal.
—Aquí no más— contestó tío Conejo —si vengo rapidito a ver si quiere que hagamos un trato. ¿Qué le parece que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en dos pesos? ¡Báileme ese trompo en la uña! Regaladas, tía Cucaracha, pero la necesidá tiene cara de caballo.
—Pues ahí vamos a ver, tío Conejo. Si me decido, allá llego.
—No, no, tía Cucaracha. Si se decide es ya, porque si no voy a buscar otro. Vine aquí de primero por ser usté. Y si se decide, llegue a la casa el sábado como a las siete de la mañana, porque yo tengo que bajar a la ciudá.
—¡Qué carambada! Hago el trato y allá llego el sábado con mi carreta. Pero no se vaya. Ahorita está el café y tengo un tamal que acabo de hacer.
Tío Conejo se sentó y al poco rato estaba allí tía Cucaracha con un buen jarro de café acabadito de hacer y una gran tamal fresquecito.
Con ese bocadito en el estómago, siguió tío Conejo su camino. Llegó donde tía Gallina y tun, tun.
—¿Quién es? gritó desde adentro tía Gallina, que estaba sofocada con el almuerzo.
—Yo, tío Conejo, que vengo a ver si hacemos un trato.
—Pase ‘pa dentro y se sienta. A ver, ¿qué cuál es el trato?
—Es que vendo una fanega de maíz y otra de frijoles en dos pesos. ¡Vea qué fácil! Como quien dice, tirar el maiz y los frijoles a la calle... Pero estoy en un gran problema y tengo que venderlos por esa miseria. Me vine directo a buscarla, tía Gallina, porque al fin y al cabo somos buenos amigos y uno debe preferir a los amigos.
Tía Gallina fue a voltear la tortilla al comal, y mientras fue y vino, pensó que era un buen negocio y prometió a tío Conejo ir el sábado como a las ocho con su carreta, por el maíz y los frijoles. También le dio un queso hecho en la casa para que probara.
Tío Conejo siguió su camino y llegó donde tía Zorra que estaba pelando unos pollos.
—¡Hola, tía Zorra! ¿Cómo me le va?
—¡Pero hombre, tío Conejo! ¡Buenas patas tiene su caballo! Pase adelante, pase adelante y ahorita almorzamos.
Tío Conejo entró y propuso el negocio del maíz y de los frijoles a tía Zorra, metiéndole unas largas y otras cortas: que la había preferido a todos y que por aquí y por allá, y que si se decidía, llegara como a las nueve el sábado, porque él tenía que bajar a la ciudad. Tía Zorra dijo que bueno, y prometió llegar el sábado con sus dos pesos donde tío Conejo.
Después que se pegó la gran hartada, tío Conejo se despidió y siguió su camino. Llegó donde tío Coyote, que estaba quitando del fuego una gran olla de nacatamales.
—¡Upe! Tío Coyote. ¿Cómo le va?
—¡Dichosos ojos, tío Conejo! Vale más llegar a tiempo que ser convidado. Entre ‘pa dentro y prueba estos nacatamalitos, están bien ricos.
Mientras se comía su nacatamal, tío Conejo ofreció sus fanegas de maíz y de frijoles a tío Coyote por dos pesos. En seguida cerraron el trato y tío Coyote quedó en llegar por ellas el sábado como a las diez de la mañana, con su carreta.
Tío Conejo se despidió y siguió adelante. Llegó a casa de tío Tigres, que estaba en el corredor afilándose las uñas.
—Tío Tigre, a ofrecerle una fanega de maíz y otra de frijoles en dos pesos. ¡Un disparate! Pero es que ando apurado para salir de unas mis deudas que me tiene loco.
Tío Tigre trató, y quedó de llegar el sábado con sus dos mulas, por el maíz y los frijoles. Tío Conejo le propuso que llegara como a medio día, porque en la mañana tenía que estar en la ciudad, de precisa, y no volvería a casa sino hasta por ahí de la una.
Luego tío Conejo regresó a su casa. El sábado se levantó de mañanita y se sentó en el corredor. Apenas había salido el sol, cuando vio venir a tía Cucaracha con su carreta.
Tío Conejo la hizo llevar la carreta detrás de la casa. Le enseñó el maíz y los frijoles; tía Cucaracha sacó del seno el pañuelo en que traía anudado el dinero, soltó el nudo y puso en manos del vendedor los dos pesos.
El muy bueno a las tapas [labioso] de tío Conejo invitó a entrar a tía Cucaracha, descolgó la hamaca que estaba guindada de la solera de la sala y le dijo: —Venga, tía Cucaracha, y se da una mecidita mientras se fuma este puro de chilcagre. Y tía Cucaracha se echó en la hamaca y se puso a fumar.
Tío Conejo estaba para adentro y para afuera. De pronto apareció con las manos en la cabeza.
—¡Tía Cucaracha de Dios! Allá viene tía Gallina, y viene para acá.
—¡No diga eso, tío Conejo! —dijo tía Cucaracha tirándose de la hamaca—. ¡Dios libre sepa que estoy aquí!
¡Escóndame por vida suyita, tío Conejo! Ya me parece que estoy en el buche de tía Gallina.
Tío Conejo la escondió entre el horno y salió a recibir a tía Gallina, a la que hizo llevar la carreta al galerón, le enseño las fanegas de maíz y de frijoles y recibió los dos pesos. Después por señas la hizo asomarse al horno y tía Gallina se va encontrando con tía Cucaracha, que pasó a su buche en un decir amén. En seguida la llevó a la sala, la hizo subir a la hamaca y aceptar un puro.
Cuando tía Gallina estaba en lo mejor, meciéndose y fumando, entró tío Conejo con las manos en la cabeza: —¿Tía Gallina de Dios? ¿Adivíneme quién viene ay no masito?
—¿Quién, tío Conejo?
—Pues tía Zorra, y no sé si es por usté o por mí.
—Por mí, tío Conejo. ¿Por quién había de ser? !Escóndame por vida suya! —Y la pobre tía Gallina, más muerta que viva, corría de aquí y de allá sin saber qué camino tomar.
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tía Zorra. La llevó a dejar la carreta en el potrero, para que no viera las otras, recibió sus dos pesos y en lo demás hizo como antes. Le señaló el horno con mil malicias y tía Zorra se zampó a tía Gallina. Mientras se estaba meciendo en la hamaca y fumándose su puro, tío Conejo estaba como un condenado a muerte, para adentro y para afuera. En una de tantas, entró haciéndose el asustado:
—¡Tía Zorra de Dios! ¿Adivine quién viene para acá?
Tía Zorra pegó un brinco—. ¿Quién, tío Conejo?
—Pues tío Coyote... Y no se sabe si es por usté o por mí.
—¡Ah, tío Conejo más sencillo! ¿por quién había de ser si no por mí? ¡Escóndame y Dios quiera no me huela!
Tío Conejo la escondió en el horno y salió a recibir a tío Coyote. Después que éste le entregó los dos pesos, lo llevó a la sala.
—Echese en la hamaca, tío Coyote, y descanse. Mientras tanto fúmese este purito.
No hay que apurarse por nada. De repente, cuando uno menos lo piensa llega la Pelona y adiós mis flores, se acabó quien te quería. Yo por eso nunca me apuro por nada.
Así que se fumó el puro, tío Conejo le dijo al oído: —Vaya y dese una asomadita al horno y verá la que le tengo allí. —Fue tío Coyote y halló a tía Zorra zorrita. En un momento la dejó difunta y se la comió. Estaba todavía relamiéndose, cuando entró tío Conejo:
—¡Tío Coyote de Dios! ¿Adivíneme quién viene allí no más?
—Diga, tío Conejo— contestó tío Coyote asustado al ver la cara que hacía tío Conejo.
—¡Pues tío Tigre, con sus garras afiladas! Y no se sabe si es por usté o por mí.
—¡Ay, tío Conejo! ¡Ese viene por mí, porque me lleva una ganas! Escóndame, por la que más quiera.
—Pues métase entre ese horno y yo cierro la puerta.
Tío Coyote se metió, con el corazón que se le salía y bandido de tío Conejo se fue a la puerta a recibir a tío Tigre.
—Ya creí que no venía, tío Tigre —dijo el muy rebandido—. Pase, pase y descansa en esa hamaca, que debe de venir muy rendido. Fúmese este purito y luego viene a ver su maíz y sus frijoles.
Cuando tío Tigre descansó, tío Conejo le dijo al oído:
—Prepárese, tío Tigre, y vaya a darse una asomadita por el horno.
Así lo hizo tío Tigre, quien se va hallando con tío Coyote que estaba con las canillas en una tembladera. Tío Tigre lanzó sus zarpazos y ¡Pun! ..., ¡Adiós, tío Coyote! ...
Después fueron a cargar en las mulas el maíz y los frijoles, y así fue como éste fue el único comprador que recibió la cosecha de tío Conejo, quien cobró diez pesos por una fanega de maíz y otra de frijoles, y se quedó con cuatro carretas y cuatro yuntas de bueyes y muy satisfecho de su mala fe.

Entradas populares