El Hijo del Bosque

Danilo Humberto Pérez López, es un joven de 31 años de la ciudad capital Managua,
siempre le gustó escribir poemas y relatos, ahora siendo padre de familia la inspiración de escribir cuentos infantiles se le vino como lluvia que cae en invierno y se dio a la tarea de escribir este lindo cuento (“El hijo del bosque”), he hizo un libro que además contiene otros dos cuento: “El loro mentiroso” y “El reino de las mariposas”, titulándolo así; "El hijo del bosque y dos cuentos más"

En esta ovación disfrute de "El hijo del bosque". El cuento está lleno de moralejas, buenas costumbres, valentía, amor a los animales y a la Naturaleza.


EL HIJO DEL BOSQUE


CAPITULO I
LA TRAJEDIA

Elim es un jovencito que cuando era un bebé de escasos meses de edad fue a parar a la parte más profunda de un gigantesco bosque, él era el más indefenso miembro de una familia que vivía en una ciudad en algún lugar del mundo que muchos llaman civilizado. Hay muchas historias de niños criados en junglas salvajes y bosques lejanos y puede o no ser que todas sean ciertas, pero lo que sí es cierto es que todos ellos han sido personas muy buenas, que no se contaminaron con la maldad del resto del mundo, aunque cabe señalar que no todas las personas son iguales, también hay gente buena en el mundo “civilizado”.
En un día como tantos en la vida de esos que inician con una mañana fresca, un hermoso sol brillante sin nubes grises en el cielo tan azul que era capaz de arrancar un suspiro. Un olor a flores y a tierra húmeda cubierta de hierba verde, una brisa apacible muy delicada que permitía, no solo sentir el aroma del campo; sino también, el dulce fresco del día.
Nadie podía adivinar o saber la tragedia que sucedería ese día tan bonito y a quienes afectaría, ni aún el desenlace mortal y lamentable que conmovería a una pequeña comarca y a sus habitantes.
Los Robinson, una familia muy conocida y querida por las personas que la rodeaban, tanto vecinos como sirvientes, pues ellos eran una de las familias más importantes de la zona.
Roger Robinson, cabeza de una familia compuesta por cinco miembros que incluyen a su joven esposa: Linda, una señora muy cariñosa, no solo con los miembros de su familia; sino también con todas las personas y animales, por ello era muy querida.
Richard, su hijo mayor de unos onces años de edad, muy serio y estudioso, aficionado a la lectura fantástica, poseía unos ojos de color verde intenso como el de las montañas donde vivían, era muy bien parecido, al igual que su padre.
Sarah cinco años una niña muy alegre y amante los animales como su madre en especial de los conejos quien le puso a una conejita nacida en casa el nombre de su madre “Linda” Y Benjamín el más pequeño de apenas seis meses de nacido era según el señor Robinson el broche de oro de su amada familia.
Ese día después de muchos meses de estar encerrados en casa sin salir de paseo por el río que atravesaba la comarca y se adentraba en el bosque decidieron ir todos, pues el pequeño Benjamín ya era un bebe robusto y fuerte que podía realizar esa actividad familiar con sus padres y hermanos. El barco del Señor Robinson era pequeño pero confortable, de vapor con una chimenea donde salía el humo y un silbato que cuando lo hacían sonar Sarah gritaba ¡Siiiiiiiiii... otra vez! El barco estaba construido casi en su totalidad de madera de cedro y tenía una barandilla torneada que daba la sensación de estar en el balcón de un castillo y navegar el río desde ahí. Unas sillas empotradas en la cubierta del barco era el lugar ideal para que la señora Robinson tuviera la oportunidad de descansar durante el viaje no descuidando claro está a ninguno de los niños menos a Sarah que se la pasaba correteando en las cubiertas de un lado a otro. En la cabina del barco el capitán Robinson quien estaba muy atento a la conducción de la nave y con el más joven de los marineros que permanecía en una cuna de cedro pintada de color celeste y empotrada a la madera del piso del barco, todo iba bien pasada las dos de la tarde el clima hasta entonces agradable se tornó oscuro y un viento fuerte empezó azotar los árboles y el pequeño barco. El señor Robinson decidió dar vuelta de regreso calculando estar en casa antes de que el río creciera pues había comenzado a llover y era seguro que pasaría pero cuando iba en dirección a casa vio que el paso estaba cerrado por un enorme árbol que había caído ante el ímpetu del viento. 
—¡Dios mío y ahora que haremos! El paso está cerrado y no hay forma de que podamos continuar y aún estamos muy lejos de casa como para regresar andando. Además de eso pronto el río crecerá y la corriente podría arrastrarnos.
—El señor Robinson estaba muy preocupado y no era para menos. Hacía dos años atrás en una tormenta muy fuerte el río creció mucho y su caudal arrecio al punto que arrastro a unos leñadores en un barco más grande que el suyo por eso tenía temor pero trataba de mantener la calma para no alarmar demasiado a su familia. 
—¿Está todo bien? —preguntó la señora Robinson. 
—Tranquila —le contesto él— estaremos bien, pero necesito que estés pendiente de los niños no los pierdas de vista.
—La lluvia arreciaba y el río que antes estaba tranquilo y con un caudal apacible se había tornado en una fuerte corriente en un instante y amenazaba con arrastrar la pequeña embarcación de la familia Robinson. 
—Mami tengo miedo —dijo la pequeña Sarah muy asustada. ¿Ya vamos a casa? —preguntó— pronto cariño, pronto —la tranquilizó su madre. 
— ¡Papá! —gritó alarmado el joven Richard— el agua está entrando al barco y el motor está soltando humo.
Era de esperarse, el señor Robinson acelerada la maquina a toda potencia y el pequeño motor no resistió el esfuerzo.
—No hay forma, —dijo el señor Robinson— estamos a merced de la tormenta y el río.
Y así era, no había solución. Toda la familia estaba en la cabina del capitán para no estar expuestos a la lluvia y en ese momento tan angustioso, el pequeño Benjamín comenzó a llorar. La señora Robinson trataba de consolarlo pero era inútil, el niño no para de llorar. En ese momento se sintió un golpe por el lado izquierdo del barco, un tronco enorme lo golpeó y del impacto todos, a excepción del pequeño Benjamín que estaba en su cuna empotrada en el piso del barco, cayeron. 
El barco comenzó a girar arrastrado por la corriente, entraba mucha agua, pues el golpe abrió un agujero enorme y esto causaba, no solo que el barco girara sin control, sino que se estuviera hundiendo muy de prisa y cada vez crecía el río más y más. 
El señor Robinson tomó a Richard y a Sarah de la mano y la señora Robinson tomó entre sus brazos al pequeño Benjamín.
—El barco se hunde —dijo el señor Robinson—, no hay nada más que hacer, solo aguantar lo más que podamos. 
El barco se hundía y ellos también, hasta que en la oscuridad de la tenebrosa noche que empezó a cubrirlo todo, se perdieron.
Al día siguiente de la impetuosa tormenta que causó el desastre en el que los Robinson se perdieron, algunos pobladores al ver que no regresaban salieron en su búsqueda a lo largo del río o por lo menos hasta donde podían entrar ya que una gran parte de este era inaccesible por la maleza y las fuertes corrientes además de una gigantesca cascada, así que cuando no dieron con su rastro concluyeron de que no había forma de que hubieran sobrevivido y menos cuando encontraron estrellado en un árbol cercano al río un gran fragmento del pequeño barco. Regresaron y así concluyo la búsqueda muchas lloraron y se lamentaban por lo sucedido y solo quedaban los bonitos recuerdos de la familia Robinson. 


CAPITULO II
UN RUIDO EXTRAÑO EN EL BOSQUE

En lo profundo del bosque era otra historia, ahí ya todo estaba en calma, la tormenta causó algunos inconvenientes pero nada que los habitantes del bosque no hayan vivido antes, aunque muchas veces sus vidas corren gran peligro es lo más natural y lo aceptan sea cual sea el resultado. Pero esa, mañana no todo era calma, se escuchaba un ruido fuerte y constante, era un sonido desconocido, nunca antes lo habían escuchado en esa parte tan profunda del bosque ¿Qué es y de donde proviene? Es lo que todas las criaturas del lugar se preguntaban. 
El sonido era agudo y fuerte tanto que alertó a todos. Era un llanto fuerte y lastimero que provenía del río o al menos eso pensaron los animales al escucharlo. 
Los primeros en llegar al lugar fueron unos monos traviesos y juguetones que balanceándose de rama en rama llegaron al sitio de dónde provenía aquel sonido extraño. Luego se les unieron ardillas, venados, tejones, loros, ratones; en fin una gran cantidad de animalitos, los cuales eran los habitantes de aquel majestuoso bosque. 
Aunque los monos llegaron primero al lugar no fueron ellos quienes descubrieron quien hacía todo ese escándalo, fueron unos chimpancés, una pareja en realidad, que tenía una pequeña cría que se agarraba con fuerza a su madre. Fueron ellos quienes al buscar el origen del sonido extraño descubrieron al intérprete. 
—¡Un bebé humano! Dijo el chimpancé macho, el cual se llamaba Calox. Su amada hembra y madre de su hija se llamaba Sila y su cría se llamaba Mara.
—¿Bebé humano? ¿Cómo sabes que es un bebé humano?
—Lo sé porque un día que buscaba un árbol de higos maduros que había visto antes, pude ver a un grupo de hombres que caminaban en el bosque y una de sus hembras llevaba cargando algo igual a eso y lo llamó mi bebé. No supe que era hasta que lo vi y estoy seguro que eso es un bebé de hombre, mejor dicho su cachorro.
—Así que será mejor que nos alejemos lo más pronto posible —dijo Calox con un tono nervioso.
—¡Queeee! ¿Y lo dejaremos aquí solo? No puedo creer lo que escuché —dijo Sila a la vez que apretaba a su cría contra sí misma con delicadeza—, no puedes estar hablando en serio. 
—Entiende, no podemos hacer nada por él, además ya deben de estar buscándolo y si lo encuentran cerca de nosotros correremos gran peligro. El hombre no razona solo actúa de una forma despiadada y gracias a cielo esta parte del bosque es difícil de penetrar y nos proporciona protección. Ya saben todo lo que los humanos les hacen a las criaturas que caen en sus trampas. 
—Cariño pero no podemos dejarlo solo aquí en el río. 
Ya en ese momento el pequeño había dejado de llorar, pues mamá chimpancé lo tomó entre sus brazos y éste se pegó a sus pechos y se estaba alimentando como la pequeña Mara lo hace. El niño es Benjamín él bebé del señor y la señora Robinson, pero los animales desconocían su nombre y de qué familia de hombres procede. Pero milagrosamente se ha salvado, suerte que al parecer no comparte el resto de su familia, pues al momento de ser arrastrado por el río los demás cayeron al agua y perecieron, pero el bebé que estaba en su cuna empotrada en el piso del barco, logró salvarse.
—¿Ustedes que opinan amigos? —preguntó el señor chimpancé— ¿Debemos salvar a este cachorro de humanos y cuidarlo? ¿O lo dejamos aquí y que su suerte guíe su destino? Tal vez lo vengan a buscar los suyos y pueda sobrevivir.
Todos miraban al pequeño con ternura, después de un silencio absoluto una ardilla dijo: —No creo que nadie venga, si así fuera ya hubieran venido. Además llegar hasta aquí es muy difícil y arriesgado para los hombres. ¿Por qué no lo ayudamos nosotros? Todos podríamos colaborar. 
Al escuchar estas palabras, el resto de los animales comenzaron a gritar: — ¡Salvarlo, salvarlo! 
En ese momento el señor chimpancé dijo: —Entonces nosotros seremos ahora su nueva familia, pero todos nosotros cuidaremos de él, y ya que será una parte de todos le llamaremos Elim “El hijo del bosque”.


CAPITULO III
EN EL BOSQUE

Después de acordar de forma unánime que todos cuidarían del pequeño Elim, surgió una pregunta: ¿Dónde dormiría? Al principio se dijo que sería bueno que se quedara con los chimpancés, pero estos dormían en los árboles y el niño no podía quedarse ahí al igual que ellos. Así que iniciaron una búsqueda de un lugar adecuado para el pequeño. Buscaron, hasta que un venado dijo: —Yo recuerdo la cueva de un risco de fácil acceso, era la cueva donde vivía un lobo, pero hace mucho tiempo que está deshabitada y es un lugar donde todos podríamos velar por el pequeño Elim. 
—¿Cueva? —preguntó Calox— ¿Podríamos ir ahora a verla?
—Si claro —dijo el venado.
—Pues vamos ahora mismo, la noche ya casi llega y Elim no puede pasar la noche al aire libre. 
Fueron al lugar donde estaba la cueva que el venado había dicho, quedaba en un risco tal y como recordaba el venado por encima de un valle muy lindo, lleno de árboles muy frondosos con un pequeño riachuelo y un campo lleno de pasto verde. La cueva era amplia, estaba algo sucia, claro, pero era suficientemente grande como para albergar una familia de al menos seis integrantes. Sacaron toda la basura que se había acumulado en todo el tiempo que la cueva estuvo vacía y luego la señora chimpancé preparó un pequeño nido de ramas y hojas, lo hizo de tal forma que el pequeño estuviera cómodo. Todos estaban ayudando en la preparación del nido, menos los monos, los cuales fueron al lugar donde encontraron al niño para traer las mantas que estaban en su cuna y así llevarlas al nuevo nido y tener con qué abrigarle. Todos en el bosque estaban contentos con el recién llegado, excepto Calox, no porque no le agradara; sino porque le preocupaba que llegaran por él y los encontraran a ellos con el niño. Eso los pondría en gran riesgo y el temía más por la seguridad de Sila y la pequeña Mara. Pero en ese momento no había lugar para pensamientos siniestros y preocupantes. Otra cosa que se decidió ese día, ya casi a la hora de dormir, fue que la familia chimpancé también se trasladaran a la cueva por que Elim era muy pequeño como para pasar solo durante las noches, además pensaron y dijeron que gracias al cielo pudo sobrevivir a la noche anterior en el lugar donde lo encontraron y no se arriesgarían a que le pasara algo. En el suave y acogedor nido que le prepararon y cubierto por las mantas que trajeron los monos y bajo el cuidado de los señores chimpancés, más la supervisión de todos en el bosque, el pequeño Elim descansó y durmió tranquilamente. A la mañana siguiente todo era brillo y color, el mal tiempo había pasado y un sol brillante daba la bienvenida a un día precioso. El olor al campo era intenso, olor a flores, a humedad, a frutas silvestre, olor a hierba verde, olor a vida. En la entrada de la cueva, donde aún dormía el pequeño Elim, había una gran cantidad de comida que los animalitos recolectaron en cuanto el día tuvo un poco de luz, era un auténtico festín, bananos, mangos, higos, moras y muchas frutas más. También una concha enorme de tortuga llena de agua cálida y limpia para bañar al pequeño. Cuando este despertó comió como un auténtico rey hasta quedar satisfecho. 
El tiempo no se detiene y en este caso no sería la excepción, el día y la noche se convirtieron en acontecimientos repetidos que no pararon su marcha. El pequeño fue creciendo al lado de los chimpancés y los demás animales del bosque quienes le enseñaron al niño las habilidades de cada uno de ellos, a correr, a saltar, a balancearse, a nadar, a trepar, a defenderse, en fin, a sobrevivir. 
Al lado de Elim también creció Mara y ambos se veían como hermanos, jugaban juntos y ayudaban a los demás siempre unidos en todo momento.


CAPITULO IV
UNA LECCIÓN DOLOROSA

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